"Paisaje Montañés" Agustín Riancho (Fundación Banco de
Santander).
La segunda edición de esta
quedada se ha caracterizado, en cuanto a la exigencia del trazado, por un
ligero cambio de planteamiento de las dificultades. Si el año anterior la
dureza estuvo marcada por la inclusión de dos puertos de esfuerzo muy
“violento” (longitud mediana pero con inclusión de rampas brutales), seguidos
de un final plagado de “puertucos”; en la segunda edición se planteó un
auténtico perfil “serrucho” que acumulaba cuatro puertos de gran entidad, totalmente
seguidos, sin enlaces llanos entre ellos. Tres de los puertos de longitud y
porcentajes intermedios (entre los 12 y los 7 km, y porcentajes medios del
7-8%, aproximadamente), y otro más, de los que podemos calificar como largos,
con sus 14 km de ascensión.
La cita fue repentina, pues la
fecha no estaba clara ni decidida en mi agenda personal. Por error, unas
semanas antes, durante dos días, permaneció filtrada la información de “mis
propuestas”, y rápidamente ya hubo muchos candidatos que la pescaron al vuelo,
pero en ella, lo que faltaban eran las fechas. La decisión concreta tuvo lugar
a lo largo de la misma semana de la reunión, al dar vueltas a un calendario
veraniego bastante ocupado con vacaciones y reuniones familiares, además de otros
planes. Así que, aun a riesgo de quedarme sólo, avisé a mi amigo Jesús (con el
que este año aún no había coincidido en ningún plan), y con su visto bueno,
traspasé el anuncio a algunos allegados por correo electrónico y a mis amigos
de la Cofradía Velocípeda por el foro de la misma. Las primeras respuestas
positivas no se hicieron esperar, mientras que las últimas fueron recibidas de víspera.
Como es lógico, perdimos potenciales efectivos por la premura de la
convocatoria, pero viendo el perfil y teniendo en cuenta que se proponía en
pleno periodo de vacaciones veraniegas, la mayoría de las veces ya
comprometidas, tal pérdida es natural y comprensible. Pese a todo,
sorprendentemente, nos juntamos unos cuantos, desde luego más de lo que
inicialmente podría haber imaginado. Ni más ni menos que seis, que comparándolo
con el mano a mano del año anterior, suponía un cambio importante.
Para mí, la quedada comenzó
realmente la tarde-noche anterior, cuando Javier y Manu se presentaron en casa
para velar sus “armas” del día siguiente. Los instalé y preparamos una cena
que, por culpa de la lluvia, no pudo disfrutarse en el jardín sino en el salón
de casa. Myriam nos acompañó en la misma y pudimos hablar de varias cosas,
aunque lógicamente lo relacionado con la bicicleta cobró especial protagonismo.
En cualquier caso, repasamos con criterio, sabiduría basada en la propia
experiencia y el sentido común que a veces otorga la madurez, la evolución de
los fenómenos “retro” y “de época” (tweed-rides); y precisamente Myriam tuvo
mucho que decir al respecto. La velada me pareció agradable, y disfruté mucho
de la compañía de dos “cofrades” a los que tengo en gran estima.
Las perspectivas climáticas no
eran nefastas, pero no demasiado halagüeñas. Si había suerte libraríamos de la
lluvia hasta media mañana, nos mojaríamos durante un par de puertos hasta la
hora de comer y el sol estaría garantizado a partir de las dos. Mi preocupación
añadida era que tanta nube nos privara de la contemplación del panorama
paisajístico, una de las bondades del trazado que, personal y especialmente, me
apetecía que los invitados foráneos se llevaran “registrados” por sus retinas
para casa.
Y hubo suerte ¡y mucha! Pues por
la mañana Galizano estaba seco, nublado pero seco. Desayunamos, nos organizamos
y montamos en las bicicletas para acercarnos al lugar de la cita: el parque de
la iglesia del pueblo. Allí estaban ya, con puntualidad germánica, tanto
Roberto como Carlos, y mientras nos saludábamos y hacíamos las primeras
fotografías, apareció Jesús, que venía desde su casa (a 5km) en bicicleta y al
límite del toque de campana.
El recorrido inicial fue ligero y
tranquilo, huyendo desde muy pronto de las vías más habituales, para seguir carreteras
de segundo o tercer orden, estrechas, variadas, rurales y sobre todo, con casi
total ausencia de tráfico. De esas que permiten al grupo poder ir charlando de
forma despreocupada. El trayecto en parte coincidía con el de la edición del
año anterior. Castanedo, Pontones, Villaverde de Pontones, Orejo y Solares
hasta La Cavada. Desde allí, traspasado el arco de Carlos III, el breve y
agradable tramo junto al río Miera hasta Liérganes y desde aquel hermoso
pueblo, los sucesivos toboganes que remontan el río, hasta hacernos atravesar
Mirones y alcanzar un puente que cruza el Miera y marca el claro inicio del
primer gran ascenso. Todo ese tramo de “aproximación” lo realizamos sin
paradas, con esa típica conversación cambiante de puesta al día en la que la
carretera y una especie de relevos no ordenados, siempre acaban provocando el
establecimiento de emparejamientos azarosos entre todos los miembros del grupo.
Pasado el puente, comenzamos las subidas con las pendientes rampas de “Linto”,
que se van sucediendo de forma escalonada, superan en tramos el 10% y dibujan
sinuosas curvas sobre un entorno muy frondoso de cobertura vegetal. Esta parte
se divide en dos tramos, el de antes y el de después del modesto grupo de casas
que es Linto. Tras el segundo vienen algunos toboganes en forma de curvas, con
imponentes flancos de roca caliza al lado izquierdo de la carretera y vistas a
un hermoso valle a la derecha. Roberto siempre recuerda Suiza cuando pasamos
por aquí. Un corto descenso nos facilitó un fugaz paso por Las Vegas (si, tal
cual…) y en seguida acometimos las dos fuertes paellas de subida previas a San
Roque de Ríomiera, en donde nos detuvimos muy brevemente para rellenar agua de
la fuente en nuestras poncheras. Oficialmente el puerto del Caracol (o el
Campillo), en su versión oeste, comienza apenas un kilómetro más arriba de San
Roque, pese a que desde el anteriormente mencionado puente, la mayor parte del
trayecto ha sido de ascensión nada despreciable. La carretera es ancha y está
en buen estado, la pendiente es evidente, y aunque no resulta excepcionalmente
fuerte, te anima a elegir un desarrollo fácil y tomártelo con prudente calma.
Las nubes de la mañana eran lo suficientemente altas como para dejar a la vista
el paisaje, y así poder disfrutar de los tonos verdes de las laderas, cumbres y
valles. El puerto es ameno, con curvas de diferente radio y orientación, de
forma que las perspectivas cambian mucho hasta que se afronta un largo final
diferente, que dirige a quien lo asciende, hacia las imponentes estribaciones
del Castro Valnera (el pico más elevado de esta parte oriental de la Cordillera
Cantábrica). Evidentemente todos los puertos los ascendimos a ritmos
personales, creo que nunca en el mismo orden, con algún que otro emparejamiento
casual en alguno de los ascensos y sin demoras excesivas entre los integrantes
del grupo. La gente venía preparada, portando bicicletas adecuadas para el
exigente recorrido y con suficiente preparación y entereza psicológica como
para superarlo sin fisuras. Hay que destacar que Javier, a lo largo de toda la
jornada, demostró lo que todos los demás ya sabíamos de sobra, que esta
temporada está fortísimo y es capaz de poder superar cualquier reto personal
que se proponga, por largo y duro que resulte. Pero por lo demás, todos
respondimos bien y el nivel resultó bastante compacto para una sucesión tan
exigente de puertos de montaña de entidad. Así que, enseguida, reunidos en el
alto del Caracol, nos abrigamos lo suficiente e iniciamos el largo y agradable
descenso hacia la Selaya. Es una bajada muy variada, con bastante cambio de
orientación que aporta diferentes puntos de vista del valle del Pisueña. El
estado del pavimento es muy bueno, así que invita a dejarse llevar y trazar las
curvas con cierto entusiasmo que no conlleva riesgos. Algunos kilómetros antes
del final, hay una repentina subida “rompe-piernas”, pero pronto queda un buen
rato de regalo descendente hasta alcanzar la población y hacer un “stop”
obligado, para poder tomar la carretera siguiente e iniciar, prácticamente de
inmediato, el puerto de la Braguía (vertiente oeste) en dirección a la Vega de
Pas. La Braguía son unos 7 kilómetros, a un constante ¿7%? (no lo sé seguro,
pero no le andará muy lejos). El estado del pavimento es igualmente bueno, y
también ofrece variedad de orientación y algunas curvas bonitas que dan entretenimiento
al trazado, aunque todas ellas dibujadas con estilo de compás generoso en sus
radios e impecable en su trazado (sin cierres repentinos o líneas angulosas).
Tiene un poco de bosque, aunque del tipo de repoblación de crecimiento rápido,
y un par de miradores a lo largo de la ascensión, en los que no nos detuvimos.
La previsión meteorológica indicaba lluvia para esta parte del recorrido en los
entornos de Selaya y la Vega de Pas, pero la jornada nos siguió respetando,
aunque aquí una casi imperceptible atmósfera de humedad pulverizada nos
refrescó aún más que durante el resto de la mañana. De hecho, en el alto no
hubo reagrupamiento, tan sólo un fugaz “pié a tierra” para vestirse el
cortavientos y un entretenido descenso lleno de curvas divertidas con
constantes vistas al valle del Pas.
Jesús coronando el Caracol.
Ya en el pueblo la sensación de
neblina húmeda desapareció. Nos reagrupamos y aprovechamos para renovar el agua
en la fuente de la plaza. Castigamos a Roberto sin posibilidad de entretenerse
degustando (o acabando con las existencias) de los afamados productos
reposteros locales (quesadas y sobaos principalmente) y continuamos la marcha
en pos del principal coloso del día: Estacas de Trueba, 14 km de ascensión. De
nuevo sin apenas calentamiento previo, pues el ascenso comienza muy poco después
de abandonar la Vega de Pas. Ahora nuestra dirección era hacía el Sur. Hasta el
momento habíamos estado saltando de valle a valle viajando hacia el este, pero
ascender “Estacas” es ya atravesar la Cordillera Cantábrica de verdad, de norte
a sur, es pues, como la mayoría de los puertos que lo hacen en Cantabria,
superar un coloso. El puerto es “largo pero duro”, no tiene rampas
excesivamente pendientes, pero tampoco ofrece descansos, empiezas a subir y no
dejas de hacerlo hasta que acabas, con un trazado que parece realizado como
ejercicio de evaluación de una academia de topografía de las de antes,
calculando el paso de curvas de nivel con un patrón de ascensión casi fijo. La
luz se fue poco a poco transformando lumen a lumen, abriendo el “obturador
natural” del filtro de nubes poquito a poco, iluminando el espectacular
panorama. El inicio lo amenizó otear el trazado abandonado de la vía de ferrocarril
del Santander-Mediterráneo, la cual nunca acabó de inaugurarse, seguramente, como
la historia de nuestra región tantas y tantas veces ha mostrado, por las causas
ajenas habituales… Se intuye con claridad el trazado del lecho de la vía y una
de las estaciones. Pero pronto todo el interés civil se olvida ante el panorama
natural que se abre poco a poco al frente y hacia la derecha: la estrecha y
solitaria carretera asciende incansablemente por las abruptas laderas herbosas
(aquí siempre verdes) y desafía unas cumbres y riscos que parecen amenazarte
como exclamando: “pero dónde te crees que vas, ¿es que acaso ves algún
resquicio de cordillera por el que piensas que podrás pasar en bicicleta?”. La
calzada responde al cabo del tiempo con un cambio de ladera, varios largos y
una pronunciada curva. Estés donde estés, hay momentos en los que todos podemos
divisarnos unos a otros, aún estando separados por varios hectómetros de
distancia. En un momento dado pedaleamos bajo una cascada escalonada, antes de
trabajar un largo que da acceso a una curva cerradísima que hace las veces de espectacular
mirador hacia el valle. La vista desde allí es impresionante. A mí siempre me
lo ha parecido, pero para evitar sospechas por amor “regionalista”, puedo
asegurar que el panorama jamás ha dejado mudo a ningún visitante forastero al
que haya traído conmigo aquí. El rincón es tan aéreo que uno ya piensa que está
a punto de acabar. Error, aún queda un buen largo de ladera, girar (ahora por
encima de la cascada) y afrontar una nueva “zeta”, antes del último y algo más
sinuoso largo. Arriba llegaron palabras, exclamaciones, alegrías y expresiones
de toda índole… todas ellas positivas.
Jesús y yo, con nuestras bicicletas gemelas en mitad del ascenso
a Estacas de Trueba (foto: Javier).
Javier re-coronando Estacas de Trueba.
Carlos también venciendo Estacas de Trueba.
El grupo completo (a excepción del fotógrafo) junto al cartel
indicador.
El “resol” se convirtió en sol
directo, y el descenso suave, y de unos nueve kilómetros, por la provincia de Burgos,
sugería un cambio de paisaje, somero, pero perceptible: pradería ligeramente
más parduzca, orografía menos agresiva, arbolado más esparcido, etc. Ni mejor
ni peor, enriquecedoramente diferente, al menos un cambio identificable para
los ojos autóctonos. Ese tramo de bajada parecía regalar cierta sensación
vacacional, sabíamos que tras haber “salvado” secos la mañana, el sol ya no nos
abandonaría en todo el día, el paisaje era encantador, habíamos dado cuenta de
las mayores dificultades del recorrido y además estábamos a punto de disfrutar
de una merecida comida. Paramos en Las Machorras y comimos en la terraza del
ese bar-restaurante austero y generoso que nunca nos falla, del que Jesús
podría contar tantas y tantas batallas de salvación personal pajarera a base de
coca-colas o huevos fritos con chorizo. Nos lo tomamos con calma e hicimos
bromas, tertulia, chistes, visitas a la televisión interior para ver la marcha
de la anteúltima etapa del Tour, fotografías humorísticas de temática
ciclo-vintage, etc. Pero es que además comimos bien y nos despachamos casi dos
botellas de vino que a alguno le costaron que la siguiente ascensión le
supusieran unos 15 kilómetros en vez de los 9 reglamentarios. Justo al ponernos
en marcha, mi sabia Dawes, a la chita callando, se hizo la mártir y me mostró
su rueda delantera pinchada. Mientras cambiaba de cámara me confesó al oído que
se había dejado hacer para que mis colegas pudieran disfrutar del último minuto
de ascensión al Alpe d’Huez, en la que Nairo “rozó el poste” y cerca estuvo de
haber escrito algo grande, algo que tanto nos viene haciendo falta en el
ciclismo contemporáneo.
La ascensión a Lunada desde el
sur se anuncia moderada si cualquiera la compara con la vertiente norte. Aún
así no deja de ser un puerto normal de casi 9 km de ascensión. Nos la tomamos
con calma para no perjudicar nuestras digestiones respectivas, unas con mayor
necesidad de fermentación, otras más gaseadas y alguna con superior índice
glucémico. Una vez arriba, aviso para navegantes: “por favor, disfrutad del
espectáculo de Lunada (el Portillo de Lunada es el nombre del puerto), pero no
os ensimisméis tanto que os podéis ir al vacío”. Quizás alguno se pensaba que
con el espectáculo de Estacas de Trueba ya lo había visto todo… no fue
necesario preguntar porque a los pocos metros de iniciar el descenso y durante
los 15 largos kilómetros del mismo, no paré de escuchar exclamaciones de gozo
intentando poner palabras a lo que la naturaleza regala allí y casi nadie es
capaz de replicar con arte descriptivo alguno. Primero unos largos aéreos para
ofrecer la perspectiva global. Por cierto que en una curva ciega casi me como
un grupo de yeguas que me exigieron hasta el tributo de un pequeño derrape de
rueda trasera para cederles el paso. Después la famosa curva del mirador, las
laderas altas, las medias, las bajas, la aproximación al río, las cabañas de
tejados de losas… todo de un tirón hasta reagruparnos en San Roque de Ríomiera
para recopilar piropos geográficos y continuar descendiendo, dando cumplida
cuenta de algunos esporádicos repechos de regreso. Se daba aquí un breve (unos
15 o 20 kilómetros) tramo coincidente con la venida. Concretamente hasta La
Cavada, donde nos decantamos por un regreso diferente, ascendiendo un repecho
en dirección a Navajeda. A eso siguió Hoznayo y el deleite romántico, frondoso
y casi en penumbra de la carretera no motorizada que va desde la Fuente del
Francés hasta Villaverde de Pontones. Allí se nos despidió Jesús, para tirar
directo hacia su casa. Era bien avanzada la tarde, llevábamos todo el día en
bicicleta y con su extra matinal ya cubría la distancia exigida para completar
las 100 millas de rigor. Nosotros continuamos por Pontones y Omoño, despachando
un corto y duro tramo de despedida, antes de alcanzar Güemes y, en placentera
bajada hacia al Mar, finalizar en Galizano.
Manu coronando Lunada.
Roberto en Lunada.
Una de las vistas del Portillo de Lunada.
Durante el descenso, Javier (de rojo) y Manu
(de blanco) disfrutando del panorama y el trazado.
La ruta prescindió
conscientemente del regreso inicialmente planificado con media ascensión a
Fuente las Varas, pero dicha decisión vino marcada por la coherencia, pues al
llegar a Liérganes tras descender de Lunada, comprobamos que mis cálculos
estaban errados y nos hubiéramos pasado (y bastante) del kilometraje total. De hecho,
tal y como la realizamos, cumplimos las 100 millas con holgura (166 km
exactamente). A Roberto se le hacía tarde y se nos despidió de forma natural:
satisfecho, contento, amigable, indeciso y estresado a la vez. Pronto lo
volveremos a ver, algunos antes y otros más tarde, pero todos antes del otoño.
Los cuatro restantes, Javier, Carlos, Manu y yo, nos sentamos en una terraza
del pueblo, para disfrutar del momento, con la tarea cumplida y una preciosa
tarde sol y ambiente rural festivo. Unas jarras de cerveza y hasta otra. Manu y
Javier se asearon en casa, se despidieron de mi familia y partieron en coche
para sus respectivos destinos. Les agradezco su compañía, esfuerzo y
determinación por haber acudido a la llamada, sus kilómetros de conducción
antes y después de la paliza ciclista, y su pedaleo sin fisuras durante todo el
recorrido, es una gratitud que hago extensiva a todos los demás, pero mayor aún
para quienes acudieron desde más lejos, porque conozco el esfuerzo que el
desplazamiento supone en tiempo, coste y fatiga. Al menos, confío en que no yo,
sino el recorrido y la “tierruca”, hayan sido capaces de recompensar tanta
entrega.
La segunda edición del “Paso de
la Vaca Pasiega” se ha celebrado con éxito, y ya tengo casi completamente
definido el itinerario para la siguiente, que aún será “El Paso de la Vaca
Pasiega III” con un durísimo y bastante desconocido puerto en ascenso. No se
hable más del asunto hasta llegado el momento. Por ahora, la temporada va
finalizando, mi personal “Triple Corona” también ha sido completada con éxito
(Salamanca-Madrid, 225km; Eroica Hispania, 196 km; El Paso de la Vaca, 166 km).
Ahora queda descansar, esperando que vayan llegado los últimos planes de la
misma, entre los cuales, se barrunta un otoño retro de lo más entretenido.
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