Desde que el deporte existe como
tal siempre ha habido gente interesada en la combinación de disciplinas. Unos
desde la perspectiva de los practicantes, no conformándose con ceñirse al disfrute
de una única modalidad. Y otros como organizadores, tratando de buscar a los
atletas más completos, así como diseñando confrontaciones que integrasen
diversos tipos de habilidades o destrezas. Esto es algo que ya se dio en Juegos
Olímpicos de la Antigüedad en la Grecia Clásica (el pentatlón), y que el
atletismo moderno pronto heredó con sus modalidades de pruebas combinadas
(actualmente decatlón para hombres y heptatlón para mujeres). De igual modo, cuando
el fundador de los JJOO modernos, el Barón Pierre de Coubertin, decidió
recuperar la prueba del pentatlón, quiso ser fiel a las motivaciones originales
que buscaban destacar al atleta que reuniera mayores competencias guerreras
(correr, luchar, saltar y dos tipos de lanzamientos), pero lo hizo actualizando
el tipo de modalidades y con ello nacía el denominado Pentatlón Moderno,
incluyendo carrera, natación, salto de obstáculos a caballo, tiro con pistola y
esgrima. Este deporte debutó oficialmente en los JJOO de Estocolmo de 1912 y a
nivel nacional disfruta de su propia federación. Recuerdo que en mi época de
estudiante universitario tuve por compañeros de curso a dos hermanos que formaban
parte del equipo nacional. Ambos incluso disputaron los JJOO de Seúl en 1988. Por
cierto que uno de ellos dio positivo en un control antidopaje. El Pentatlón
Moderno muestra una práctica francamente minoritaria y bastante más arraigada
entre ámbitos sociales más bien cercanos al militar que entre la población
civil. A mí no me hubiera importando nada en absoluto dedicarme a su entrenamiento
y competición, ya que varias de las cinco disciplinas que la componen me han resultado
atractivas cuando las he practicado por separado, lo que pasa es que a la
mayoría de ellas llegué francamente tarde, en especial al tiro, la esgrima y la
equitación, aunque debo reconocer que precisamente esas tres me gustan mucho y
no se me dieron mal.
Sin embargo, cuando en el título
escribo multideporte, lo hago consciente de una acepción diferente que dicho
vocablo toma en los tiempos actuales. Me refiero a la combinación de
disciplinas cíclicas en una única carrera y sin interrupciones neutralizadas
entre ellas. Por especialidades cíclicas se entiende actividades deportivas de
traslación (desplazamiento, avance, locomoción…) en las que un gesto motriz
(paso, zancada, brazada…) se repite una y otra vez para proporcionar la deseada
propulsión, en este caso humana. Así pues, las combinadas atléticas, con sus
pruebas de concursos (saltos y lanzamientos), o el mencionado Pentatlón Moderno
o incluso el invernal Biatlón, quedan fuera de esta interpretación de
multideporte. En realidad, la modalidad reina por excelencia, en esto del
multideporte, es el triatlón. Disciplina que, en el curso de muy pocos años, ha
cobrado una gran relevancia, pasando de ser una aventura de “cuatro locos” en
los setenta, a una modalidad olímpica en toda regla en el año 2000 y, desde
hace unas décadas, a uno de los más masivos receptáculos de práctica y devoción
para las personas adultas de mediana edad, a medida que sus sucesivas crisis de
los 40, 50, pareja, trabajo, autoafirmación, etc. les van llegando, y buscan
algo mediante lo que evadirse. Y el triatlón, por su exigencia de entrenamiento
y dedicación, y por la amplia cancha que ofrece a la “objetología”, se presta
de maravilla para resolver de forma catártica, de moda, etc. lo que todas esas
crisis personales plantean. De hecho, introducirse en el triatlón (salvo en
caso aislado y anecdótico y, como es lógico, sobre distancias cortas) va más
allá de vivir las fuertes sensaciones que pudiera ofrecer el evento. En
realidad es sumergirse en un proceso largo, sacrificado y exigente (más cuanto
mayores son las distancias elegidas), e incluso en algunos casos, en una forma
de vida o hasta una “religión-laica” rayana en lo sectario. Espero que nadie se
haya dado por aludido o se me enfade por estos comentarios, pero no pienso
desdecirme. Primero porque se note o no, van con cierta ironía y sentido del
humor. Y segundo, porque sé perfectamente de lo que hablo, conozco muy bien
este deporte y he trabajado en él durante décadas. Casi desde su irrupción en
nuestro país, hasta hace relativamente poco. Conozco a muchos de los
protagonistas que han participado en la construcción de su historia y presente
nacionales. Así pues lo dicho… un virus.
Aunque popularmente el nacimiento
del triatlón se conecta inmediatamente con Hawai, la verdad es que aquella
aventura no fue la que marcó su comienzo. Ni el real, ni el contemporáneo. En
sporttraining.es, Roberto Cejuela Anta y José Enrique Quiroga Díaz redactan una
cronología bastante clara y fiable, aunque sobre ella me voy a permitir
introducir algunas cuñas que considero relevantes. En cualquier caso, sí que el
punto de partida de la misma me parece francamente significativo, pues según
ellos, en 1895:
“El Barón Pierre de Coubertin hizo pública la necesidad de contar con
un deporte que combinara la natación, el ciclismo y el atletismo, tres de los
deportes presentes en los Juegos Olímpicos Modernos desde sus inicios. También
dijo acerca del Triatlón: ‘Necesitamos un deporte moderno y dinámico que
celebre el espíritu olímpico del juego limpio, resistencia, fuerza, capacidad y
pasión’ (Comité Olímpico Internacional, 2004)”.
Haber encontrado una vinculación
entre el triatlón (y por extensión conceptual el multideporte) y el creador de
los JJOO modernos me parece un asunto importante y que resalta los nobles
orígenes de carácter “sport” (me refiero al planteamiento filosófico original
del nacimiento del deporte moderno) de esta disciplina. Sin embargo la cosa no
cuajó, al menos en lo que se refiere a la oferta olímpica.
Entretanto, y sin abandonar
Francia, gracias al trabajo investigador de Jorge García García en
bicirunsalamanca.com encontramos el siguiente apetitoso apunte:
“Un periodista llamado M. Gustave de La Freté decidió buscar al
deportista, al sportman que decían ellos, más completo del país. En su afán por
encontrarlo, organizó una competición donde se evaluara de manera conjunta
diferentes capacidades físicas del atleta: a pie, sobre la bicicleta y sobre el
agua. Después, decidió darle publicidad a través de la prensa. Lo publicó en el
periódico La Justice, el 30 de junio de 1898, anotando que la inscripción, que
se llevaría a cabo en la Asociación Velocipédica de Amateurs, costaría cinco
francos. En ese mismo anuncio expuso las disciplinas que formarían parte de Les
Trois Sports, como así apodó a la nueva modalidad deportiva. Fueron las
siguientes pruebas: carrera pedestre sobre 500 metros, carrera en bicicleta
sobre 10 kilómetros y una regata de remo sobre 1.200 metros”.
La inclusión del remo en lugar de
la natación, obedecía, probablemente, a que aquella modalidad era mucho más
popular (tanto en práctica como en espectáculo). Conviene tener cuidado cuando
se bucea en las diferentes crónicas que hacen referencia a las sucesivas
celebraciones de competiciones de “Les Trois Sports”, porque varias de ellas se
refieren al remo como canotaje, pudiéndonos llevar a equívoco y hacernos pensar
en canoas o piraguas. Sin embargo, las imágenes relacionadas con aquellos eventos,
muestran con claridad que se llevaron a cabo con botes de remo. Las notas de
prensa supervivientes señalan a un tal Marcel Dohis como la principal estrella
de aquellos primeros eventos.
Nota de
prensa sobre “Les Trois Sports”, en este caso sobre el evento de 1904. La
imagen central muestra con claridad un bote de remos tipo “yola”. (Imagen:
bicirunsalamanca.com).
Aquellas pruebas se siguieron
celebrando durante varios años. Parece que inicialmente a cargo de un comité
formado por tres delegados representativos de tres entidades diferentes, una
por cada modalidad deportiva incluida. Joinille-le-Pont fue el escenario
habitual de las competiciones. La del año 1902 se celebró el 16 de octubre, y
resulta interesante destacar que fue organizada por el periódico l’Auto,
dirigido por nuestro bien conocido Henri Desgrange, fundador del Tour de
Francia al año siguiente. Vamos, que en realidad el mismísimo HD organizó antes
un “triatlón” que el propio Tour. Aunque ello pudiera resultar sorprendente,
resulta que no lo es tanto si rascamos un poquito en su biografía. Su nombre
aparecía habitualmente en la promoción y desarrollo de otros deportes de
resistencia, por ejemplo creando el movimiento “Audax” en 1904. Se trataba de
una especie de regulación de la práctica que muchos ciclistas hacían, de
realizar larguísimas cabalgadas de cientos de kilómetros sin rebasar unos
periodos de tiempo previamente estipulados. Todo ello bajo una concepción de
reto personal (más o menos lo que actualmente denominamos “randonnes”). Él creó
“Audax Français” con Géo Lefèvre y Charles Stourm. De hecho, ya en 1903, en
L’Auto se incluían noticias sobre las hazañas Audax en Italia, y aquello les
animó a organizar una ruta de ciclistas franceses, supervisados por el
periódico L’Auto, para salir al
encuentro de los deportistas, preferentemente
italianos, que se aproximaban pedaleando en el reto Turín-París. La
primera cita celebrada en Francia bajo las reglas Audax se convocó para el 3 de
abril de 1904, seguida de otro evento de 100 km caminando el 26 de junio (el
espíritu multideportivo volvía, en cierto modo, a dejarse ver). Las distancias
ciclistas se fueron extendiendo a 300, 400, 600 km y finalmente la
París-Berst-París (1200 km), que originalmente era una carrera que se acabó
convirtiendo en reto Audax. El “movimiento Audax”, y esto es lo que justifica
especialmente que lo atendamos aquí, llegó a extenderse hacia otros deportes
cíclicos, con la creación de “brevets” de 6 km nadando (27 de junio de 1913),
80 km remando y mucho después esquiando. El 14 de julio de 1921 se fundó la
“Union des Audax Parisien”, con la idea de regular todo esa tendencia en el
mundo, y ya en 1956 pasó a denominarse “Union des Audax Français”.
Así pues, HD resultó ser todo un
forofo del deporte de resistencia en varias de sus diferentes expresiones. A
través del periódico se mantuvo ligado a sucesivas celebraciones de las pruebas
de “Les Trois Sports”, tal y como atestigua una fotografía en la que se le ve
participando. Su carácter y su filosofía de vida encajaban bastante bien con
todo este tipo de manifestaciones de esfuerzo deportivo. Según las palabras de
Jacques Goddet:
“Henri Desgrange… se auto-imponía una vida de sumisión personal al
ejercicio físico diario. Éste tenía que demandar, de acuerdo con sus teorías
draconianas, un esfuerzo violento, prolongado, repetido, en ocasiones llegando
hasta el dolor, demandando tenacidad e incluso cierto estoicismo. Hizo suya una
cruzada contra la ‘Inercia Original’, contra el reblandecimiento del cuerpo en
una sociedad deseosa de suprimir el esfuerzo físico. Se nombró apóstol de la
lucha para salvaguardar el carácter. ¡Sufrimiento y sudor! Y aquello
significaba una cultura individual permanente del cross-country, al menos tres
veces a la semana, en el parque de St-Cloud. Y no se detuvo: corría durante al
menos una hora, sin saltarse nunca la colina Jardies, la dura pendiente utilizada
por los corredores curtidos en el centro del parque”.
Henri
Desgrange saliendo del segmento de natación en una celebración de “Les Trois Sportes”
en 1920 (Imagen: Antwerpse Triatlon en Duatlon Club v.z.w).
Henri
Desgrange (ya en edad avanzada) sobre su bicicleta en 1936. Por su indumentaria
y el dorsal podemos sospechar que quizá se encuentre participando en otra
edición multideportiva. (Imagen: Foto HD: By Unknown - Unknown, Public Domain,
https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=645262).
Se ve que ya a principios del
siglo XX, aunque el triatlón no tenía casi ni nombre, ni una configuración
precisa y mucho menos fama mundial, mostraba evidentes síntomas parecidos a los
que actualmente sirven de resorte de motivación para tanta participación
adulta. Todo esto me hace cuestionarme qué fue realmente primero, si la idea,
el formato, o el espíritu del sacrificio deportivo auto-infligido.
Volviendo al asunto de “Les Trois
Sports”, en los años veinte el segmento de remo fue finalmente sustituido por
el de natación. George Wambst ganó sobre unos 3-4 km a pié, 10-12 en bicicleta
y un nado corto en el Marne. De esta época es la fotografía de la participación
de HD en el evento. Parece que la iniciativa realmente partió de la Escuela
Normal de Gimnasia y Deportes de Joinville, cuna de la formación militar y
civil de la Educación Física y los deportes en Francia, inspirada en las
primeras propuestas de Amorós y fundamentada durante décadas en el Método
Natural de Hébert.
“El deporte entra tímidamente entre Joinville, a partir de 1906. Boxeo,
esgrima, natación, remo, ciclismo... se practicaban sólo por los oficiales a
los que repelían las gimnasias austeras. Hubo varios ‘Joinvillais’ destacados
en competiciones de atletismo (Lemaitre, Steiner, Baissac ...) y en el popular
“Concurso de atleta completo”, ganado en 1914 por un impresionante Géo André
entre 2750 aspirantes. Tras él quedaron otros cinco ‘Joinvillais’. Joinville,
de este modo, se encuentraba dividido entre dos ideologías opuestas, la de los
precursores de una gimnasia patriótica para una preparación militar; y la del movimiento
deportivo, las ideas pacifistas y la realización del hombre emergente”[1].
Transición
carrera-bicicleta en 1920. (Imagen: Antwerpse Triatlon en Duatlon Club v.z.w.).
Postal con
foto de la Escuela Normal de Gimnasia de Joinville-le-Pont. El alumnado
practicando atletismo. (Imagen: delcampe.net; de “misstik”).
En 1934, la “Course des Trois
Sports” en La Rochelle también se postuló como un hito importante dentro del
advenimiento del triatlón moderno. Se trataba de atravesar el canal a nado
(200m), recorrer en bicicleta los 10 km desde el puerto hasta el parque de
Laleu (barrio situado al norte) y finalizar dando tres vueltas corriendo a la
pista del estadio André-Barbeau (1200m). Probablemente fuera la primera vez en
que las tres disciplinas se combinaban en el orden actual. Al comienzo de la
década de los años cuarenta, surgen en Poissy (a las afueras de París), unas
competiciones denominadas “Course des Debrouillards” (carrera de los
habilidosos) y “Course des touche-à-tout”. En 1948, sobre las distancias
de 2km a pié, 15km en bicicleta, otros 2
km a pié y 30 m de natación, André Ollivon ganaba su cuarto título con un
tiempo de 45’ 20”. Algunos autores sugieren que la falta de ambición de estos
eventos llevó a su desaparición. Tengo que añadir que bajo el nombre de “Course
des Debrouillards” se encuentran fotografías históricas que incluyen tramos de
obstáculos similares a los que se insertan en las “pistas americanas”,
gimkanas, etc. ignoro si todo aquello pudo evolucionar hacia configuraciones
progresivamente más alejadas del concepto actual del triatlón o el
multideporte.
En lo que respecta a nuestro
país, ignoro si pudiera haber habido hechos previos de la celebración de
eventos multideportivos (en el sentido que aquí estamos dando al término), pero
en el año 1929 se celebró la I edición del Campeonato de Madrid Ciclopedestre[2],
disputado por la zona de Moncloa y la Dehesa de la Villa, bajo el diseño, idea
y organización del veterano Club Portillo (sociedad ciclista del barrio de
Embajadores, aún en activo, y por tanto una de las entidades ciclistas más longevas
de España). La prueba tuvo una réplica de carácter nacional en la que el
vencedor en Madrid, Miguel García López, alcanzó el segundo puesto tras el
guipuzcoano Joaquín Iturri. La cita madrileña se celebraría algunas veces más,
y aquella, u otras similares de las que no tengamos noticia, podrían ser
consideradas como el origen del duatlón en nuestro país. El duatlón lo conozco
bien porque se hizo muy popular en España cuando el triatlón despegaba (años 80
y 90). Resultaba más asequible para multitud de corredores o ciclistas que
mostraban serias dificultades para superar con un mínimo de eficacia
competitiva el segmento de natación. Se celebraron multitud de carreras y
campeonatos, y un paisano regional con el que tuve especial trato, Félix
Martínez, a lo largo de una dilatada carrera deportiva, se convirtió en el
duatleta español más laureado y en uno de los mejores del mundo en dicha
modalidad, especialmente en las más largas distancias. De todas formas, el
duatlón nunca alcanzó la consideración del triatlón ya que se percibía como una
modalidad amputada, sin la aureola de mito que acompañaba al triatlón. Además
favorecía a los deportistas más especializados en comparación con los
polivalentes (los que además nadaban bien). Yo me confieso enrolado en esa
misma opinión, es más, como se verá más adelante, en lo estrictamente personal,
los tres segmentos del triatlón se me hacen escasos, y desde hace ya bastante
tiempo han generado la irrupción de nuevas generaciones de verdaderos
especialistas en dicho deporte, algo bastante diferenciado del espíritu
original de los inicios (los antiguos y los modernos).
Miembros del
Velo Club Portillo en 1929, en la celebración de su evento ciclo-pedestre.
Sobre carreras ciclo-pedestres tiene una bonita colección de imágenes
“bicirunsalamanca”, pero no están fechadas. En las mismas se ve claramente que
las pruebas se celebraban enteramente con la bicicleta (montados o cargando con
ella), en lo que era una especie de ciclo-cross. ¿Cómo eran las del Club
Portillo? Lo ignoro, por lo que realmente no puedo confirmar que pudiéramos
considerarlo como una especie de duatlón. (Imagen: libro de Ignacio Ramos
Altamira).
El excelente
duatleta Félix Martínez en acción.
Pero no adelantemos
acontecimientos. Probablemente el primer triatlón de hecho (que no de nombre)
celebrado en España data de 1963, y se disputó en la villa marinera cántabra de
Castro Urdiales, bajo la denominación de “Concurso Ciclo-Nata-Cross”[3].
Nada más y nada menos que en mi “tierruca”. Lo organizó un tal Francisco Torre
Erquicia, apoyado por el Frente de Juventudes y patrocinado por la Obra
Sindical de Educación y Descanso, con motivo de la celebración de las fiestas
de la Exaltación del trabajo. Era el año de mi nacimiento, aún en plena
dictadura. Si uno descontextualiza un poco los nombres de las entidades
implicadas, se da cuenta, con poco esfuerzo, que evocan instituciones
gubernamentales que denotan la rigidez, fuerza administrativa y metáfora
política característica de los estados autoritarios clásicos (de derechas y de
izquierdas) de la historia europea del siglo XX. Ese tipo de organizaciones
hacia las que algunos “nuevos románticos” de la política actual, nacional e internacional,
nos quieren volver a llevar. Lo que una vez más surge como evidencia es que,
sea cual sea el régimen de poder político, convierte al deporte en factor de
utilidad para sí mismo, en especial a través de su propaganda: eventos
populares, opio para el pueblo, exaltación nacionalista, colores del régimen,
cohesión patria de masas, etc. Fuera como fuera, aquel 18 de julio (otra vuelta
de tuerca más en el interesado programa), connotaciones políticas aparte y a
pesar de la implicación “Juventud”, “Sindicatos” y “Educación”, la gente pudo,
por primera vez (probablemente) en España, disfrutar de un triatlón, ya fuera
como participante o como sorprendido espectador. La verdad es que el diseño de
la prueba podríamos calificarlo como de
ultra-corto: 1200m en bicicleta, 200m nadando y 1300m corriendo. Parece que la
prueba tuvo suficiente éxito participativo y de atracción local como para
justificar su celebración durante al menos dos años más. Según nos explica
Ballesteros, la organización debía de ser bastante buena y fue el aumento del
tráfico rodado a motor por la localidad la razón que motivó a Torre para dejar
de organizarlo.
Anuncio del
“triatlón” de Castro urdiales de 1963. (Imagen: triatlonnoticias.com).
Diez años después de aquel evento
local (siete de su última edición) y sin relación aparente alguna, en 1973, el
californiano Jack Johnstone, corredor popular y forofo de la entonces vigente
moda del culto a la forma física, descubría y participaba en una carrera que
desde el año anterior venía celebrando Dave Pain en Mission Bay (California).
Se trataba de una combinación de 7,2km de carrera y 250m de natación. En su
mente surgió la idea de la “multideportividad enlazada” (la denominación y las
comillas son mías). Es decir, la de integrar en una misma prueba, varias
modalidades deportivas cíclicas que, en cierto modo, demostrarían su
compatibilidad, en contra de la proliferación de falsos mitos al respecto en la
“sub-cultura” deportiva de la época. Su idea inicial era plantear algo que
equilibrase la importancia relativa de los dos segmentos en la competición (la
carrera y la natación). Así se lo propuso a Bill Stock, presidente del San
Diego Track Club (atletismo), quien la hizo un hueco en el calendario de la
entidad y le recomendó contactar con Don Shanahan, que al parecer también
llevaba tiempo pergeñando proyectos de filosofía multideportiva. Fue
precisamente este último quien propuso añadir un segmento ciclista a la
competición. Ambos colaboradores se decidieron por un formato de
carrera-ciclismo-natación y se celebró como “Mission Bay Triathlon”, siendo la
primera vez en la historia que dicho nombre se acuña de forma asociada a un
evento real.
Con dimensiones locales, tanto en
participación como en apoyos publicitarios y colaboradores, el 25 de septiembre
de 1974, tras haber convencido a varios participantes para probar algo nuevo,
se celebró aquel primer Triatlón. Tomaron parte 46 deportistas entre mujeres y
hombres. La carrera la venció Bill Phillips con un tiempo de 55’ 44”. Jack
Johnstone, fundador participante, quedó sexto con 1h 2’ 18”. Y Don Shanahan
ejerció de director de la prueba. Es clave destacar que John y Judy Collins,
fundadores (cuatro años más tarde) del Triatlón de Hawai, tomaron parte en la
prueba de Mission Bay, finalizando respectivamente en los puestos 30 y 35.
Todos los participantes lograron terminar la competición, haciéndolo la última
en un tiempo de 1h 34’ 51”. Las distancias elegidas para el evento fueron:
8-10km de carrera, 8km de ciclismo y 450-500m de natación.
Don Shanahan
dirigiendo uno de los primeros triatlones en San Diego.
Aquí quiero intercalar una
reflexión. Aunque San Diego dista unos 740 kilómetros de la zona de San
Francisco, todo queda en California, en cuya franja costera surgían muy
diferentes expresiones de efervescencia deportiva, caracterizadas por la
ruptura de cánones, la creatividad práctica, la evolución de los materiales,
etc. Ya expliqué algo de todo ello con un relato anterior sobre el nacimiento
del Mountain Bike. Aprovecho para recordar que la primera “Repack” (aquella mítica carrera informal en
descenso en el condado de Marin) se celebró en 1976. Y también en ella algunos
ejercieron el doble rol de participantes y organizadores. El surf se había
adelantado a otros deportes y era ya toda una pasión en la década de los 60,
pero según William Finnegan[4],
fue en 1968 cuando el estilo técnico experimentó un cambio más radical con la
aparición de la tabla corta y el “V-Bottom”, que aunque proveniente de
surfistas de Oceanía, germinó masivamente en la costa Californiana,
prendiéndose la mecha en Rincón (cerca de San Diego) y extendiéndose
paulatinamente por el resto de la costa. Los primeros grandes viajes alrededor
del mundo cogiendo olas empezaron también por aquel entonces y el del propio
Finnegan comenzó a principios de los setenta. Y la revolución del ciclismo de
carretera norteamericano alcanzó Los Ángeles allá por 1980, cuando el proyecto
7-Eleven empezaba a tomar forma, integrando los factores E. Heiden, J.
Ochowicz, el mencionado patrocinador y los JJOO de LA 1984 a la vista. Todo
ello, y seguramente muchos ejemplos más: el gran boom del skateboarding, el
Santa Mónica Track Club (que calificó 3 atletas para los JJOO de 1976, fichó a
un aún poco conocido Carl Lewis en 1979, etc.), la cimentación del dominio de
los Lakers en su época más dorada (en 1976 ficharon a Kareem Abdul-Jabbar, en
1979 a Magic Johnson…)… lo que sugiere es un fenómeno global de desarrollo
deportivo que necesariamente tuvo que germinar a costa de la coincidencia de
varios factores (económicos, culturales, políticos, sociológicos, etc.) que de
alguna forma generaron un florecimiento de actividad que, en gran medida,
transformó la realidad deportiva mundial. Y en dicha transformación, lo
importante no fueron precisamente los resultados (que los hubo), sino los
cambios en la práctica, en la manera de entenderlo, en los estilos de vida
asociados al deporte, en el interés por la evolución de los materiales, etc.
Toda aquella cultura se vio además pronto catapultada hacia el exterior. Se
diseminó por todo un mundo que, en aquellos momentos, seguía muy de cerca las
evoluciones (no solo las deportivas) de la sociedad y cultura californianas. Y
tal como acabamos de comprobar, el triatlón tuvo su hueco, pequeño al
principio, pero lo justo como para que su chispa volara enseguida a Hawai, para
regresar casi inmediatamente engrandecida por un eco ya imparable.
Y por fin llegamos al Ironman, a
Hawai, al que la mayoría consideran el nacimiento de todo este asunto. Y eso
que a mí me ha llevado unas siete páginas resumirlo sin entrar en demasiados
detalles. El relato del alumbramiento es difícil de transcribir, pues en cuanto
uno indaga sobre ello aparecen diversas versiones de la escena. Aunque todas
ellas se parecen, no son exactamente iguales y creo que el motivo puede radicar
en que en todas ellas aparece un denominador común: la cerveza. Sospecho que
quienes han escrito sobre ello lo han hecho apoyándose en los escasos relatos
individuales de los pocos protagonistas que estuvieron allí, y aquellos,
seguramente, acusan la influencia del alcohol (no necesariamente excesivo),
cierta nocturnidad y la contaminación de la importante carga emocional sobrevenida.
Así que advirtiendo de antemano que se trata de un collage narrativo cuya
veracidad y exactitud pudiera tener agujeros, he aquí mi versión aproximada de
los hechos. Resulta que en 1977 dos Marines compartían una de esas experiencias
vitales que, con los cuarenta años recién cumplidos, provocan cierta reflexión
existencial. Se trataba de John Collins y Dan Hendrickson, quienes charlaban
amistosamente sobre la cruda realidad que se le presenta a toda persona
deportista cuando ve que los cercanos rivales más jóvenes empiezan a ponerle a
prueba. El desencadenante, además del paso del tiempo y de los sucesivos nuevos
ingresos de marines más jóvenes en sus unidades, lo había provocado su reciente
participación en una prueba llamada “Around the Island Relay Race”, en la que
varios de sus compañeros más jóvenes, como cada vez venía siendo más habitual,
los habían superado. Entre cerveza y cerveza, en atmósfera de bar (hay quién
ubica la escena en el banquete de entrega de premios del Waikiki Swim Club,
otros en la Primo Brewery de Honolulu) ambos amigos compartían sus penas. Que
sí ya no eran esos jóvenes de antaño, que si los chavales venían pisando
fuerte, que ¡claro! Las pruebas especializadas no les favorecían al ser ellos
deportistas multifacéticos. Y sorbo a sorbo, uno le propuso al otro algún tipo
de reto más completo que los favoreciera. Quizá hasta brindaron por ello, justo
antes de que Hendrickson saliera a tomar el aire, a mear o a echar un pitillo. Seguro
que a llamar con el móvil no porque entonces no los había, y cuando dos
nostálgicos amigos se reunían en un bar no tenían más remedio que charlar,
sincerarse y llevarse de paso una terapia emocional gratuita. El caso es que
cuando volvió a entrar en el local, se
encontró a Collins, subido en alto (¿una mesa, la barra, un bafle, la mesa de
billar? Who knows?) desafiando a todos los parroquianos a participar, al cabo
de un año, en un reto deportivo que reuniría las tres pruebas más duras de
Hawai: La “Waikiki Rough Water Swim”, la “Around the Island (Oahu) Bike Race” y
el “Honolulú Marathon”. Algo a lo que bautizan con el idóneo nombre de Ironman:
3,8 km de natación, 180 km de ciclismo y 42,195 km de carrera. Imagínense
ustedes la escena y el revuelo. Que el marine se hubiera encaramado a cualquier
sitio y lanzara ese “guante” podemos seguramente considerarlo como un indicador
fiable de que la cerveza ya había puesto algo de lo suyo. El barullo
probablemente nos impediría, de haber estado allí, discernir si las discusiones
sobre cuál de las pruebas deportivas más tradicionales de la isla era la más
dura fueron antes o después de lanzarse el desafío. Tal discusión irresoluble
fue ¿causa o consecuencia del evite? Lo mismo que aquella otra sobre qué
deportistas eran más completos, si los nadadores, ciclistas o corredores. Que
la idea le vino a “los Collins” a causa de su pasada experiencia en San Diego,
quedó claro en algún momento de la velada, a la que seguro que ella tampoco
faltó. Hay un detalle que me parece importante y que creo que con el tiempo y
la evolución del triatlón se ha perdido, además de todo lo dicho hasta ahora,
en el fondo de las discusiones había también un poso de intención de replicar
tres eventos de prestigio. No solo de sumar las modalidades en tres segmentos
cualquiera, sino de integrar los tres eventos (con nombres y recorridos
propios) más admirados de la isla. Ahí lo dejo, es este un tema muy interesante
que convendría no olvidar y sobre el que podríamos reflexionar, aún hoy, largo
y tendido.
Y así, el 18 de febrero de 1978,
15 triatletas comenzaron la aventura épica de completar el recorrido, siendo 12
los participantes que acabaron la prueba, y proclamándose vencedor Gordon
Haller, un taxista de profesión (a tiempo parcial), que completó el recorrido
en 11 horas y 46 minutos. Pero contado así dice bien poco del carácter de aquel
histórico nacimiento del mito. El evento más bien lo deberíamos calificar como
de quedada, del tipo de las de los pioneros del Mountain Bike, pero con mucha
menos gente todavía. Su estampa en la playa no debía de andar muy alejada de
las que me encuentro cuando cito a mis amigos a alguna de las que organizo cada
temporada. Todo evidentemente era afición, en los más puros sentidos deportivos
del término: deportistas y organizadores no profesionales, sin existencia de
entidades reguladoras (federaciones o similares), sin dinero de por medio, etc.
Aún así, parece que pese a la inexistencia de redes sociales virtuales, se
corrió la voz (al estilo clásico) y no solo a lo largo de todo California
(¿quién lo duda a estas alturas de texto?), sino que incluso llegó hasta
Oregón, estado de nacimiento, estudios y residencia de Haller. Aquel primer
ganador de la competición se enteró de la existencia de la misma por un amigo.
No está de más recordar que en aquella dinámica deportiva que latía en la costa
oeste norteamericana, las carreras populares de gran fondo se habían también
convertido en un fenómeno de masas (allí y en costa este). Haller en aquel
momento tenía 27 años. Resulta que en 1969 había empezado a sufrir una
larguísima ristra de enfermedades graves que acabaron por dejarlo primero
postrado en la cama, y tiempo después dependiendo de una silla de ruedas. Para
1976 ya se había recuperado y su estilo de vida había experimentado un cambio
francamente profundo. Trabajaba tan solo lo justo para sobrevivir
económicamente, dedicándose casi completamente a su entrenamiento personal, al
cual responsabilizaba del milagro de su “renacimiento”. Llevaba una vida
verdaderamente ascética.
El desarrollo de aquel primer
Ironman no estuvo exento de anécdotas curiosas. Archie Hapai salió el primero
de las aguas de Waikiki Beach a los 57’ 35” de haberse dado la salida. Haller
lo hizo en octava posición con 1h 20’ 40”. Las transiciones entonces fueron
otra cosa bien distinta a la frenética sucesión de gestos automatizados de hoy
en día. Algunos se ducharon y comieron antes de subirse a la bicicleta. Al más
puro estilo de la RAAM (Race Across America), cada participante llevaba su
escolta de amigos detrás, responsabilizados de su ánimo, apoyo moral y
aprovisionamiento alimenticio. Finalizado el segmento ciclista, Dumbar (que
había sido segundo en la natación) se colocó primero tras 7h 4’ de pedaleo.
Haller por su parte ya era segundo en la prueba con un tiempo de 6h 56’ sobre
la bicicleta. La persecución debió de ser épica. Por lo visto Haller llegó a
alcanzar a Dumbar hasta en tres ocasiones (kilómetros 9,5, 27 y 32 del maratón
final), pero en todas ellas se vio necesitado de una parada para masajearse.
Pero al final, en el kilómetro 34 lo superó definitivamente. Dicen que Haller
no las tenía todas consigo en esos momentos y su carrera parecía, cuando menos,
algo errática. Aquel miembro del “Navy Seal”, prestigioso cuerpo de élite de la
Marina, había sufrido lo indecible para estar allí, delante, dispuesto a ganar,
superando la fatiga más extrema. Sin embargo la logística del equipo le había
fallado. A 15 km del final, completamente reseco y deshidratado, en su convoy
de apoyo, lo único que quedaba para avituallarlo era… ¡cerveza! La suficiente
para permitirle llegar, pero también para hacerlo en condiciones… digamos… algo
perjudicadas. El histórico resultado dejó el siguiente podio: 1º Halle 11h 46’;
2º Dumbar (marine) a 34’: 3º Dave Orlowski (también marine) 13h 59’. En cuanto
a Hendrickson, uno de los dos “liantes de la movida”, acabó destrozado tras 20
horas de esfuerzo (incluidas las dos horas que pasó pelándose, en mitad de una
plantación de caña de azúcar, con la cadena rota de su bicicleta).
Momentos
previos a la salida en Waikiki Beach. Por la participación femenina, imagino
que la imagen corresponde a la segunda edición (1979). (Imagen:
eu.ironman.com).
Ambiente
preliminar, con un organizador dando explicaciones a los participantes. ¿Tenía
o no aquello pinta de quedada? . (Imagen: eu.ironman.com).
A punto de
salir. En aquellas primeras ediciones a los participantes se les exigía que
tuvieran un guía en tabla de surf que les fuera marcando el rumbo durante el
segmento de natación. (Imagen: eu.ironman.com).
En la segunda edición se
mantuvieron muchos atributos de la primera: el ambiente amateur y de quedada,
la dimensión participativa (quince participantes en esta ocasión), las
distancias... ¡y los dos protagonistas principales de la primera!. Pero también
hubo algunas novedades destacables: la primera participación femenina (Lyn
Lamaire), que a la postre quedó quinta; y la aparición de Tom Warren, que llegó
allí con vocación de ganador, o, cuando menos, de “factor clave de arbitraje”
entre el duelo entre Haller y Dumbar. Y al final se llevó el gato al agua en
una carrera cuya crónica escrita pasó a la historia del periodismo deportivo gracias
a la pluma de Barry McDermott, en un generoso artículo que publicó para la
prestigiosa revista deportiva “Sports Illustrated”[5].
La génesis de aquel artículo fue en cierto modo casual, ya que el reportero en
realidad se encontraba en la isla para cubrir un importante evento de golf.
Pero Mcdermott, a causa de su vocación y olfato periodístico, se enteró de
aquel peculiar alarde deportivo, asistió a su desarrollo y se integró entre sus
protagonistas. El resultado fue una narración amena, novedosa y desenfadada que
causó una enorme impresión entre la enorme cantidad de lectores que por aquella
época eran fieles a la revista en todo el mundo. Probablemente, sin su
intervención, el Ironman de Hawai no hubiera llegado a ser lo que ha sido, ni
lógicamente tampoco el resto de aspectos del triatlón en general. Además del
desarrollo de la prueba, el periodista supo mostrar el ambiente que rodeaba a
todo aquello, así como la variedad de deportistas “frikis” que componían la
nómina de participantes.
Los efectos no se hicieron
esperar, y para la salida de 1980 ya había inscritos 108 triatletas y el evento
fue cubierto por la cadena de televisión ABC. El ganador fue el mítico
triatleta Dave Scott, nadador de imponente planta y rubia cabellera, que personificó
una triunfal llegada a meta. La cadena emitió las imágenes en el programa
deportivo de mayor audiencia en los EEUU en aquella época, el “Wide World of
Sports” y aquello, sin lugar a dudas, supuso el despegue definitivo de la
prueba de Hawai, del concepto de Ironman y del deporte del triatlón en general.
Entre lo sucedido durante los años siguientes en el ámbito de Hawai, me permito
mencionar de pasada, los grandes duelos sostenidos entre dos de sus
participantes más emblemáticos: Dave Scott y Mark Allen, ambos máximos
vencedores históricos de la prueba, con seis victorias cada uno.
Mítica
estampa de Dave Scott y Mark Allen en pleno duelo en Hawai. (Imagen:
orlandoolguin.wordpress.com).
Lo que prácticamente un siglo
antes había nacido en Francia, rebrotaba de forma independiente en las lejanas
islas estadounidenses del océano Pacífico. Y el destino caprichoso quiso que,
de alguna forma, el fenómeno volviera a su origen galo. Lo hizo de la mano de
una aventura comercial americana. Con el patrocinio de McDonald’s, aterrizaba
en Niza un “pack” de triatlón prácticamente completo: organización,
deportistas, administración, etc. Y el 20 de noviembre de 1982, 67 deportistas
tomaban parte en el Triatlón de Niza, para, en aquella primera ocasión, cubrir
2,5 km a nado, 98 km en bicicleta y un maratón. Finalizado el evento, los
medios informativos franceses iniciaron una especie de cruzada crítica contra
lo que consideraban una aberración y un disparate, pero el efecto rebote fue
mucho más intenso que los remilgos, y la popularidad cuajó de forma que el
evento y la modalidad arraigaron entre los deportistas franceses y europeos. A
partir de 1986 Niza evolucionó pasando a 3km – 120km – 32km. Su organización
fue recolocando la fecha e incorporando siempre participantes estadounidenses
de primerísima fila. El resultado fue que se estableció un evidente pulso entre
las dos pruebas más importantes del calendario internacional (Hawai y Niza); la
primera con mayor carga mitológica y la segunda con el atractivo de premios
económicos muy atractivos. Niza gozó del estatus de Campeonato del Mundo de
Triatlón de larga distancia durante muchos años y entre sus efectos a ambos
lados del “charco” podemos destacar, desde una perspectiva histórica, que
disparó la popularidad del triatlón en Europa (tengo bastantes amigos,
deportistas “populares” que han participado en Niza, muchos de ellos en los
noventa), y aceleró la profesionalización deportiva del triatlón en los Estados
Unidos. Nos guste o no, en aquellos momentos empezaron a cambiar muchas cosas
con respecto a la filosofía pionera: el triatlón se empezó a mercantilizar, los
deportistas a especializar y las pruebas específicas a hacer olvidar el pasado
“coleccionismo de eventos variados”. Y con ello, el amateurismo se mantuvo en
segundo plano para los Medios, el principal multideporte se convirtió en “una” verdadera
especialidad, y nacieron nuevos eventos específicos, algunos con impactante
“nombre propio”, estableciendo y manteniendo de nuevo “distancias” entre
deportes.
El triatlón (ya como tal) llegó a
España en los ochenta. Primero como modestísima anécdota en Guadalajara, donde
personas ligadas al deporte municipal, a la piscina y a una visión moderna de
la práctica multideportiva y no necesariamente de alto rendimiento, se lanzaron
a organizar una prueba para su propio divertimento y diseñada en función de sus
posibilidades y circunstancias particulares. Fue el 1 de septiembre de 1984 y
constó de un anguloso circuito urbano de ciclismo en el que tras varias vueltas
se completaban 20 km, un recorrido de carrera de 8 km y un segmento de natación
en piscina de 800 m. Además del diferente orden de los sectores, se dio la
particularidad de que las transiciones entre los mismos fueron neutralizadas,
tomando tiempos a los participantes y reuniéndolos de nuevo para la salida del
siguiente deporte. La prueba debe ser recordada por varias razones, de las que
personalmente destacaría dos. Para empezar, fue la primera que se celebró bajo
el concepto del triatlón como nuevo deporte y pone en evidencia la existencia
de un grupo de personas que ya estaban manifiestamente enteradas e interesadas
en el nuevo “movimiento” internacional. Su continuidad durante los dos años
siguientes, avala que no se tratara de un capricho pasajero casual. Segunda
razón, entre las personas que tomaron parte en aquel evento aparecieron algunos
nombres que posteriormente han resultado claves en el desarrollo y evolución
del triatlón nacional e internacional. Aunque quizá Alejandro Mayor fuera la
cabeza de la organización, Joaquín Ballesteros fue parte del grupo y, además de
ser el autor del fundamental libro que antes he mencionado, posteriormente
llegó a ser presidente de la Comisión Nacional de Triatlón (CNT) y más adelante
ha mantenido una vida profesional siempre ligada a la administración deportiva:
en el CSD, siendo co-fundador de la Universidad Carlos III y como gerente del
Club de Campo. Por su parte, Marisol Casado, aunque participó como deportista
en estos y algunos otros triatlones de los primeros que se celebraron en
nuestro país, pronto pasó a desempeñar funciones organizativas y reglamentarias
en el seno de la CNT y después en la Federación Española de Triatlón (FETRI).
Creo recordarla en ambas ininterrumpidamente, lo cual la sitúa, quizás, como la
persona que más tiempo haya estado vinculada al triatlón en España… ¡todo el
tiempo! De hecho, actualmente es la reelegida presidenta de la Federación
Internacional de Triatlón (ITU). A ambos los he conocido en diferentes momentos
de nuestras vidas (las suyas y la mía). En todo caso siempre por motivos
relacionados con el triatlón, por eso muy poco y solamente al principio a
Ballesteros, y bastante más y de forma más periódica a Marisol.
En otro orden de cosas, y de
forma independiente, en 1985, los bilbaínos Javier Berasategui y Alfredo
Olabegoya tomaron un camino bien diferente para adentrarse en el mundo del
incipiente triatlón. El típico al que se animan muchos deportistas cuando se
ven seducidos por determinada disciplina que no existe en su país: trasladarse
a competir a alguno de los centros neurálgicos de origen. Y ambos se fueron al
Campeonato del Mundo de Niza, y regresaron extasiados, convirtiéndose en dos
informales pero convencidos embajadores de este deporte. En realidad no
viajaron solos. En aquella furgoneta iban otros amigos: probablemente Ricardo
Hurtado, y seguro (lo he contrastado con el interesado) Eduardo No. Aunque
estos no participaron en la prueba. Resulta que años antes de lo de
Guadalajara, ya había un pellizco de triatletas españoles, que se desplazaban a
Francia a competir. Mi amigo Dudo (Eduardo No) era uno de ellos. El otro día
charlando con él me ha comentado que el quedó enamorado del triatlón a raíz de
la lectura de un artículo que conservó durante mucho tiempo. Y que empezó a practicarlo
y a competir en él aproximadamente en 1982 (siempre en Francia al principio). A
través de ellos, y de cierta semilla que poco a poco germinaba entre algún
sector de estudiantes del INEF de Madrid (muchos de ellos amigos personales
míos o compañeros de promoción), se consiguió que una firma deportiva siempre
atenta a innovaciones y oportunidades alternativas se vinculara con el triatlón
y lo apoyara. La firma era “Austral” (de Maliaño, Cantabria) y trabajando con
ella, se encontraba el periodista y relaciones públicas del deporte Óscar
Gutiérrez, con quién años después coincidí un poco de refilón en el Racing, en
una época medianamente brillante del Club en la LFP. De todas formas, el
instinto cazador de oportunidades y visión deportiva de rendimiento de la firma
lo tenía bien desarrollado su dueño y gerente Eduardo de Pablo. Sé de lo que
hablo porque durante un pequeño periodo de tiempo estuve a su servicio en
asuntos de entrenamiento. Antes de su relación con el triatlón, Eduardo había
destacado montando un equipo de ciclismo juvenil que fue considerado como lo
mejorcito de España durante varias temporadas, creo que “De Pablo” era
precisamente su denominación. Durante su carrera profesional siempre se mantuvo
ligado a, patrocinando y montando, equipos de competición de diferentes
disciplinas. Por ejemplo, tiempo después de su paso por el triatlón, llegó a
tener “fichados” al nadador Sergi López (que él mismo me presentó en su
fábrica) junto a algunos otros de los mejores bracistas del mundo en aquella
misma época. El caso es que Austral se lanzó a la arena del triatlón y sin
esperar demasiado, con su estilo directo habitual, organizó el primer triatlón,
digamos “reglamentario” de nuestro país (1986), y de paso, un equipo propio. En
el equipo enroló a algunos de los mejores triatletas nacionales pioneros:
Ricardo Hurtado, Carlos Santamaría y mi buen amigo Eduardo No, entre otros. Los
dos últimos, al igual que Ramón Ricoy y algunos otros de los primeros
triatletas nacionales, eran aún alumnos del INEF. Y fue allí precisamente,
coincidiendo con ellos en las clases, en el bar o en el césped, aprovechando el
sol primaveral durante los descansos entre las clases, donde nos explicaban
entusiasmados a los demás de qué iba aquello del triatlón. Que ese nuevo deporte
cuajara entre los estudiantes de INEF no debería extrañar a nadie.
Simplificando mucho el perfil del alumnado de la época, había gente que
claramente provenía de la práctica deportiva avanzada (y más o menos exitosa)
de alguna modalidad deportiva (especialistas, algunos famosos, que veían en
aquellos estudios una opción compatible con sus carreras deportivas) u otros
que aún sin haber alcanzado rendimientos competitivos destacados en determinada
especialidad, procedían de su entorno y buscaban desarrollarse profesionalmente
en él (atletismo, fútbol, baloncesto…). Y por otro lado, estábamos aquellos
románticos apasionados del “Deporte” (todo o casi todo él). Gente que en muchos
casos no habíamos competido apenas en nada o ni siquiera estábamos federados,
pero que practicábamos un amplio abanico de disciplinas por puro placer, con
gran afán, en plan poco o nada competitivo y siempre dispuestos a probar cosas
nuevas. A mí entonces no me dio por el triatlón porque el esquí, las palas, el
cicloturismo, el baloncesto y tantas otras cosas me tenían más que ocupado y
entretenido. Dudu era un poco más de este segundo tipo que del primero. Siempre
con la puerta abierta para las novedades y el probar todo. Había
sido nadador, pero también ciclista (compañero juvenil de entrenamientos de
Iñaki Gastón). Tal combinación estaba considerada un sacrilegio por la mayor
parte de los “técnicos” deportivos de entonces en España. “Que si trabajan
músculos otros músculos, que si son actividades incompatibles, etc”. Esa simple
y contestataria trayectoria, ya sugería en su juventud que Dudu tenía alma de
triatleta . Él fue una de
las personas a las que el aguijón del triatlón inoculó pasión con mayor
intensidad y profundidad. Lo practicaría durante años y llegó a ser Director
Técnico (Seleccionador) del equipo olímpico en los JJOO de Sidney 2000. En aquella época, recuerdo haberlos visto a él y otras personas del
equipo Austral, instalados en Santander durante el verano, en un piso
facilitado por De Pablo en la Calle Cisneros.
Como acabo de señalar, aquel año
se celebró el primer triatlón formal (con permiso del de Guadalajara), con los
segmentos en el orden habitual y en las aguas abiertas de la playa santanderina
del Sardinero. Lo organizó Austral y constaba de un recorrido de 1,2 km de
nado, 60 km de ciclismo y 20 km de carrera. Ese mismo año, organizados por
entidades independientes se celebrarían también otros en Irún, Vitoria, San
Sebastián, Ondárroa, Aguilas-Lorca, Laredo, Banyoles y Granada. A la temporada
siguiente, Austral apuntalaba el desarrollo de la modalidad organizando el
primer circuito nacional de pruebas, que incluía las de Santander, Laredo,
Avilés, Zarautz, Calviá, Valladolid, Málaga y Lorca. Sobre el impacto que dicho
“circo” nacional provocó por todo el país se asentaron los cimientos de lo que
más adelante sería nuestro actual triatlón: un deporte estructuralmente fuerte,
dinámico y con una popularidad de practicantes enorme. Sobre aquel caldo de
cultivo pronto actuaron nuevos agentes entre los que creo que hay que destacar
los siguientes: la CNT que fue la estructura organizativa legal previa a
convertirse en federación, la cual, aunque duró como comisión bastantes años
(agregada a la Federación de Pentatlón Moderno) enseguida empezó a funcionar
por sí misma con Ballesteros al mando y Marisol Casado participando activamente
en la gestión; algunas revistas deportivas que, conscientes de lo que se cernía
sobre el deporte popular de resistencia, tuvieron el acierto de apostar por su
difusión y narrativa escrita o gráfica, de ellas hay que destacar especialmente
a Corricolari y a Bicisport (por cierto que la figura de Antonio Alix fue
importante en este punto, en su doble vertiente de triatleta y periodista de
ciclismo y triatlón).
Mi amigo
Dudu, enfundado en un tritraje del equipo Austral, finalizando el I Triatlón de
Santander. (Imagen: reinventamoseltriatlon.es).
Una muestra de la acertada visión
estratégica de conjunto que mostró la novedosa CNT a la hora de desplegar
iniciativas que buscaban un desarrollo rápido, sostenible y equilibrado del
triatlón en su conjunto, fue la organización del I Curso de Entrenadores
Nacionales de Triatlón, celebrado en Madrid en 1990. Para ello trajeron desde
Francia al experto Didier Lehénaff. En aquel curso, en el que tuve el
privilegio de participar, conocí a muchos de los implicados que he ido citando
en este capítulo y a muchos más que por cuestiones de espacio me veo obligado a
omitir. Que me perdonen todos porque tengo todo aquello en muy buen recuerdo.
Las vivencias, las relaciones y el conjunto de un curso que me procuró muchas
excelentes oportunidades para el resto de mi vida profesional. Precisamente, a
la hora de realizar un proyecto que hacía funciones de evaluación final,
Eduardo No y yo colaboramos en la realización de un curso de formación sobre
triatlón escolar para profesores de EF. Lo llevamos a cabo en el CPR de
Santander y de allí salieron muchas cosas: una optativa para Secundaria sobre
triatlón, una unidad didáctica para la “Reforma” incluida dentro de una
publicación, etc. Mientras algunos de los asistentes a aquel curso orientaban
sus esfuerzos hacia su continuidad como deportistas en activo, y otros hacia el
entrenamiento de competidores, personalmente me encaminé principalmente hacia
el estudio de la modalidad y la formación de formadores, a la que me dediqué
(parcialmente) a lo largo de más de dos décadas, formando parte del cuerpo de
profesores de la Escuela Nacional de Entrenadores.
Una imagen
para mi recuerdo: detalle de una de las incontables sesiones de formación que
dirigí para la FETRI. Casualmente, en la foto aparecen dos personas relevantes
en la historia del triatlón nacional: a la izquierda Felipe Gutiérrez (toda una
vida como técnico y organizador) y a la derecha Omar González (entrenador de
Javier Gómez Noya durante muchos años).
Entretanto, el triatlón había ido
dejando también su impronta en el mundo del material deportivo. Su atrevimiento
y osadía de estilo se había presentado con descaro en la ropa deportiva, la
cual afectaba, cuando menos, a tres deportes importantes (natación, ciclismo y
atletismo), aunque de rebote a muchos más (esquí de fondo, patinaje… y estilo
deportivo en general). Pero además, en el caso del ciclismo, el sopló fresco de
la modernidad del triatlón, trajo consigo una importante revolución
tecnológica. En el Tour de Francia de 1989, Greg Lemond tomaba la salida en la
contrarreloj final con un acople de triatlón sobre su manillar. Era la primera
vez en la historia del ciclismo que tal complemento se veía en una carrera.
Para entonces, aquello era un comonente más que común y distintivo para los
practicantes del triatlón populares. Lemond acabó recuperando la corta ventaja
de la que Fignon disfrutaba en la clasificación general, y venció el Tour por
ocho segundos. Otra innovación importante posterior fue la integración de las
palancas del cambio. Aunque sea este un asunto no directamente achacable al
triatlón, hay que explicar cómo su influencia pudo tener algo que ver
(compartida con el ciclismo de montaña claro). Los cambios sincronizados
empezaron a comercializarse en la segunda mitad de la década de los ochenta de
la mano de Shimano (SIS) y SounTour (Accushift). Una vez incorporados al
mercado y rápidamente bienvenidos por los usuarios, los triatletas empezaron a
buscar las maneras de ubicar las palancas en sus acoples, para no tener que
soltar las manos (lo mismo que los ciclistas de montaña), los primeros lo
hacían con la colocación de palancas en la/s punta/s del acople/s o mediante el
sistema Gripshift. Tanta integración triatleta y montañera, inspiró a los
diseñadores para que allá por 1991 hicieran lo mismo con los sistemas de
carretera (el primero: Shimano STI). Pequeños ejemplos de diseños, complementos
e invenciones hubo a cientos. La industria ciclista se revalorizó enormemente
en aquella época, que coincidió además con el boom del ciclismo de montaña y
con la escalada de audiencia televisiva del ciclismo de carretera a causa de
las nuevas formas de retransmisión. Pero un último ejemplo que me parece
interesante es el de la utilización de cuadros monocasco de carbono en el mundo
del triatlón, cuando en el ciclismo de carretera de competición aún brillaban
por su ausencia. El cuadro Look KG 169 creo que puede que haya sido el primer
cuadro monocasco de carbono utilizado por un equipo ciclista profesional
(ONCE), y salió al mercado en 1990, aunque a la competición quizás un año más
tarde. En contraste, la marca Kestrel fabricó su primer modelo en 1987, y en
1989 ya comercializaba un modelo específico para triatlón. Precisamente, en la
temporada 1990 (no estoy seguro de si pudo ser antes), en el potente equipo de
triatlón que en nuestro país patrocinaba Tandon, eran varios los que
disfrutaban ya de bicicletas específicas Kestrel monocasco.
Greg Lemond
durante la CRI final del Tour de Francia de 1989. Sobre su manillar, un acople
de triatlón. (Imagen: cyclehistory.wordpress.com).
En torno a 1990 el triatlón
nacional era un espacio competitivo en el que se reunían varias tipologías de
deportistas. Además de los multideportistas ya mencionados, había especialistas
“reciclados” que provenían de carreras deportivas más o menos exitosas en
alguno de los tres deportes que componían el nuevo. Entre los pioneros
abundaron los nadadores. Por eso quiero elegir a un atleta como ejemplo de
contraste. Tal fue el caso de Jorge González Amo (también alumno de aquel
memorable curso de entrenadores) que militó precisamente en el Tandon y se
apuntaba al carro del triatlón tras una brillante carrera como atleta de medio
fondo (primer español de la historia en correr el 1500 m en 3’ 40”, y
representante español en el mítico Cross de las Naciones y en los JJOO de
México 68 en la prueba de 1500 m). Y aunque yo no me atrevería a decir que ya
había verdaderos especialistas (formados desde la infancia o juventud como
triatletas), su “formato” ya se empezaba a dejar ver en la persona de algunos
deportistas que se adaptaron bastante bien a la especialización. Tal fue el
caso de Paco “Tiburón” Godoy, quien capaz de aguantar cualquier tipo de ataque
a lo largo de los tres segmentos, casi siempre conseguía rematar la faena con
un sprint final sobre la línea de meta. Algo que acabó amargando la existencia
al resto de “outsiders” de la época.
Jorge
González Amo en su época de triatleta, con los colores del equipo Tandon y a
lomos de una Kestrel monocasco. (Imagen: misatletas.blogspot.com)
Para aquellas fechas, ya desde 1989,
se había establecido lo que desde entonces, a nivel internacional, se
consideraría la distancia Olímpica. 1,5 km de nado, 40 km de ciclismo y 10 km
de carrera a pié. Aquello provocó que la mayoría de las pruebas españolas, y
especialmente las puntuables para el circuito nacional (ya en manos de la CNT),
se ajustaran a dicho formato. Zarautz era una memorable excepción con una
apuesta de distancia notablemente mayor. Después, en los noventa empezaron a
pasar muchas cosas muy deprisa, dentro y fuera de nuestras fronteras. Todo ello
se escapa de los márgenes de esta narración que ya de por sí está resultando
dilatadísima. Únicamente creo que debo subrayar que, en el año 1994, se decidió
que el triatlón formara parte del programa Olímpico y debutase oficialmente en
los JJOO de Sidney 2000. Para entonces el triatlón, a nivel Alto Rendimiento
Deportivo había dejado de ser un multideporte romántico para haberse convertido
en un deporte específico. Aunque sus deportistas requieren un inicio temprano y
trabajado como nadadores, su formación combina las tres disciplinas enseguida,
y bajo especificaciones bastante distintas a las de los jóvenes especialistas
de los otros tres deportes. El duatlón iría perdiendo “punch”, entre otras
cosas por reducción del apoyo institucional, que prefería centrar sus
inversiones en la modalidad olímpica. Pero lo que siguió aumentando más y más,
temporada tras temporada, fue la participación popular, la cual, a día de hoy,
sigue siendo enorme, especialmente en lo que se refiere a la larga distancia
(el Ironman). El formato se ha convertido en un icono de realización personal,
tal y como lo sigue siendo correr un maratón o algunos eventos de especial
renombre en diferentes modalidades deportivas “Los 10.000 del Soplao” en BTT, “La
Quebrantahuesos” en “cicloturismo”, etc. Así pues, el panorama competitivo del
triatlón actual nos presenta un deporte minoritario de especialistas que desde
jóvenes trabajan para convertirse en ello, y al que la FETRI atiende
preferentemente, con un enorme desarrollo paralelo en formato de mercado
comercial de eventos de participación masiva, en el que un público
mayoritariamente adulto encuentra su lugar.
Aunque quizás se me haya ido la
mano con el triatlón, cosa que me parece sobradamente justificada, el asunto
sobre el que quería escribir era el multideporte. En este sentido hay que
referirse, aunque sea brevemente, a otras modalidades. El triatlón “blanco”
llegó a España también en el año 1987, y así mismo en Cantabria, de la mano de
Austral Sport (ya he dicho que cuando Eduardo de Pablo se metía en algo lo
hacía a fondo). La primera prueba se celebró el 11 de enero en Reinosa, con
carrera de 9,6 km por sus calles, ascensión en bicicleta de carretera (26,5 km)
hasta la estación invernal de Alto Campoo y sector de esquí de fondo de 10 km.
Fue todo un espectáculo multideportivo con participación de triatletas,
deportistas de toda condición y un brillante elenco de ciclistas profesionales
de la época, incluidos José Luís Laguía, Perico Delgado (que lideró la prueba durante
bastante tiempo) y un brillante Peio Ruiz Cabestany que, con su demostración
sobre los esquís, acabó venciendo. Tanto en aquella primera edición como en la
segunda, que contó también con bastantes afamados protagonistas (Marino
Lejarreta entre otros), fui testigo presencial de lo que realmente pudo
disfrutar el numeroso público asistente a tan innovadora propuesta. El formato
de triatlón blanco de entonces se me antoja brillante, coherente y adecuado
para mi concepto de multideporte. Empezar corriendo para estirar el grupo, seguir
con un segmento ciclista selectivo al consistir, prácticamente siempre, en el
ascenso de un puerto en busca de la nieve (aquí el problema del ir a rueda
desaparece) y un final de esquí de fondo que le aporta la distinción “blanca” e
invernal. Todos esos sucedáneos de nuevo acuño en los que se pretende que todo
se haga sobre la nieve, con calzado poco o nada práctico, y bicicletas sobre las
que el ciclismo se desvirtúa, me parecen “chirucadas” de feria que la FETRI
promueve por intereses particulares o para evitarse esfuerzos de despliegue
organizativo.
(Imagen:
Chema, foto de prensa de la época).
Peio Ruiz
Cabestany en plena ascensión a Alto Campoo, disputando una de las primeras
ediciones (creo que la segunda) del Triatlón Blanco de Reinosa.
Imagen del
podio del III Triatlón Blanco de Reinosa. Empezaban a aparecer "especilistas" (Pedro Añarbe a la izquierda). (Imagen:
ciclismohistoria.blogspot.com)
De los acuatlones no quiero
hablar, son intentos promocionales para buscar y estimular a futuros triatletas
especialistas que provengan de la natación. Si lo que queremos, los románticos
del multideporte como yo, es dar con alguna modalidad multideportiva que se
centre preferentemente en actividades acuáticas, no la hay más a propósito que
el Oceanman. Se trata de una especie de prueba reina del salvamento deportivo
en aguas abiertas que los australianos han acabado diseñando, y que goza del
espectáculo que da un circuito profesional. Durante varios años los
practicantes y organizadores la autodenominaban Ironman, pero resulta que dicho
vocablo es ya una marca registrada propiedad de la franquicia que organiza el
triatlón de Hawai. Y hubo pleito y lo ganaron los del triatlón, de ahí que los
“socorristas” se pasaran a llamar a lo suyo Oceanman (también con categoría
woman, por supuesto). De todas formas la cuestión de la denominación no me ha
quedado del todo clara porque en unos sitios lo encuentro como “oceanman”,
“surf-ironman” y otras variantes. Se trata de una prueba mucho más breve, lo
que la hace tremendamente espectacular, especialmente en el caso de que la
playa correspondiente presente gran oleaje. Los participantes salen todos a la
vez y en un circuito mixto de arena y mar, deben dar varias vueltas en las que
sucesivamente emplean diferentes medios de propulsión. Cada vez que recorren la
zona de arena (al salir, al llegar y con un bucle que deban hacer en cada
ocasión que cambian de modalidad acuática) lo hacen corriendo descalzos. En las
fases de agua se suceden un segmento a nado; otro sobre tabla de rescate (una
especie de tablón de surf grande) en la que reman con sus manos sobre el agua,
ya sea tumbados, aunque por lo general arrodillados; y otro más paleando en un
“surf-ski”, que es una piragua muy larga, completamente cerrada (insumergible),
que dispone de timón y de asiento sobre cubierta. Las distancias varían en
función de la entidad organizadora. Son algo más largas en el circuito
profesional, en el que la calidad de los participantes en todas las variantes
es realmente impresionante. En cualquier caso hablamos de vueltas de “cientos”
de metros, no de kilómetros. Tan peculiar deporte lo conocí a raíz de unas
colaboraciones que mantuve hace ya muchos años con el equipo nacional de
Salvamento Deportivo, en forma de apoyo técnico durante sus concentraciones de
entrenamientos en aguas abiertas. Sus técnicos me regalaron una colección de
videos de toda una temporada de “World Series” que me dejó impactado. Pero debo
añadir que con el paso de muy pocos años, el dominio y rendimiento demostrado
por los deportistas nacionales empezaba a resultar igualmente espectacular.
Mi exalumno
y ahora colega profesional Fernando Cabellos saliendo del agua en una prueba de
Salvamento Deportivo, en la década de los años noventa del S. XX. Fernando
empezó siendo nadador. Más tarde hizo carrera deportiva como triatleta en el
Equipo Nacional, pero también gustó de participar en eventos de Salvamento
Deportivo de Aguas Abiertas.
Pero mi concepto de multideporte
va por otros derroteros en su huida de la especialización. Quizá por eso me
atraiga más el Cuadriatlón que el poderoso triatlón. A los tres segmentos de
sobra conocidos el cuadriatlón añade uno más: el piragüismo. Al haber más
modalidades, el entrenamiento se complica, y con ello la especialización. Aún
así algún especialista hay. Conocí este deporte gracias a que Fermín Rodríguez,
un paisano de Cantabria muy emprendedor, contactó conmigo para que le orientase
en su entrenamiento y, además, para montar un equipo competitivo con el que
acudir a la que entonces era la prueba más famosa de la modalidad en el mundo:
el “Quadriatlón de Ibiza”. El evento fue creado en 1987 por una especie de “bon
vivant” italiano, con título nobiliario y afincado en la isla (Sergio Ferrero).
Fermín se encargó de toda la logística y los patrocinios. Pero además de
entrenar, un reto considerable, teniendo en cuenta que se trataba de un
deportista popular con experiencia exclusivamente en carrera y algo de
bicicleta. Su objetivo era acabar la prueba, cosa que consiguió. Aprovechando
el proyecto (año 1997) recomendé “fichar” a un entonces inactivo Mario Lavín,
amigo con cierto nivel de rendimiento pasado en triatlón y con formación
piragüista de chaval. Acertamos, pues creo recordar que consiguió el 4º puesto
absoluto y el de primer español, destronando al habitual ganador nacional:
Antonio de la Rosa (un genuino aventurero del tipo de multideportistas
románticos). Hay que destacar que se trataba de una carrera francamente dura y
exigente: 5 km de natación, 20 km de kayak, 100 km de bicicleta y media maratón
corriendo. Otro de nuestros objetivos, probablemente el más ambicioso y vistoso,
era ganar el evento en modalidad por equipos de relevos, y para ello, en vez de
multideportistas, optamos, al menos parcialmente, por especialistas. Como
nadador un jovencito Fernando Cabellos (exalumno de mi instituto), durante
muchos años triatleta de alto nivel. Lo hizo francamente bien, saliendo del
agua con poca desventaja sobre los tres primeros. Tras él la responsabilidad
cayó sobre mi amigo Keko Calderón, con el que últimamente salgo bastante a
remar. Ya para entonces había obtenido su diploma olímpico en Atlanta y pese a
ser un especialista en pruebas cortas de pista, nos ayudó a recortar ventaja a
la cabeza de carrera, sobre muy larga distancia y en un mar lleno de borregos.
Y entonces llegó el espectáculo, con un chaval de Maliaño (David Sánchez),
ciclista aficionado poco conocido que, al más puto estilo Indurain, se marcó
una CRI de “100 km” llanos (en circuito de ida y vuelta con viento)
sencillamente espectacular: 44 km/h de media, una meseta perfecta de FC de 175
lat/min y 4,7 mMol de ácido láctico a la llegada. Pulverizó al resto de los
equipos, y rebasó a los alemanes: líderes, campeones vigentes y equipo a batir,
metiéndoles varios minutos de diferencia. A partir de entonces el duatleta
Félix Martínez no tuvo más que administrar la ventaja, para lo cual, cualidades
no le faltaban. La temporada siguiente Fermín se embarcó en la aventura de
organizar una prueba puntuable para el Circuito Europeo. Se celebró en Parayas
(Cantabria) y salió bastante bien. Le eché una mano en aquello que consideró
oportuno, aunque después de eso me desligué del cuadriatlón al estar siempre
ocupado con muchas otras cosas. El aún volvió a llevar equipos a Ibiza y ha
seguido participando algunos años en circuitos internacionales.
Mario Lavín
en plena disputa del Quadriatlón de Ibiza, pedaleando sobre una bicicleta
Xabigo. Un prototipo sobre el que habría mucho que contar.
Foto de
grupo en la playa de Ibiza poco antes de la salida. Fernando Cabellos, David
Sánchez y Mario Lavín (arriba); el hermano de Fermín R. y Félix Martínez
(agachados). Faltan Fermín Rodríguez y Keko Calderón (que seguramente algo
andarían trajinando con los kayaks), y José (que estoy manejando la cámara).
Gráfica de
frecuencia cardíaca de nuestro ciclista durante el relevo ciclista. La ida fue
con el viento en contra y el regreso a favor, pero en su esfuerzo fisiológico
es algo que con su gran clase ni se notó. Los datos no engañan ¡impresionante!.
¡Veinte años después Cantabria Multisport sigue vivo! Tengo el gusto de compartir algunos momentos de piragüismo con Keko. Que no se lleve nadie a engaño: él sigue siendo un “crack” y yo un debutante incompetente en esto del kayak de competición. (Foto: Rosa-Multisport).
Y tras casi dos décadas de
desconexión con ese mundo, resulta que ahora he descubierto con alegría que la
modalidad parece repuntar y empiezan a aparecer algunas competiciones por
nuestra geografía. Y lo hacen con criterio promocional. Planteando distancias
más que asumibles. Equiparables a las versiones olímpica o sprint del triatlón.
En ocasiones se hace bien, y en otras, tal y como ocurre con el triatlón
blanco, mal. Es lo que opino cuando se empeñan en que la gente compita por un
circuito para bicicletas de montaña. Eso desvirtúa el rendimiento ciclista
individual en relación con el resto de segmentos. Sería lo mismo que hacer que
el sector de kayak fuera de aguas bravas. De hecho, las modalidades “cross” de
triatlón o duatlón no me convencen nada. Se pierde la esencia, al igual que con
la actual normativa que permite ir a rueda en el triatlón olímpico, etc. Por no
gustarme, no me gustan la mayoría de los formatos de competiciones de BTT. Es
una cuestión personal, pero esa máquina (que me encanta), la veo más para
travesías no competitivas, eventos de largos recorridos tipo raid, etc. Pero no
pretendo sentar cátedra sobre esto, que los gustos son cuestiones totalmente
personales. Independientemente de ese tipo de valoraciones sobre el diseño de
cada prueba, al destino se le ha antojado que esta temporada haya decidido
integrarme en el club Cantabria Multisport. Lo he hecho con la intención de
practicar piragüismo de una forma algo más “deportiva”, para ver si así me
pulen un poco la técnica de remada, que siempre ha sido autodidacta. Lo curioso
del caso es que dicho club es el que fundó Fermín para acudir a Ibiza, y de
eso, ahora se cumplen 20 años. ¡Bonito aniversario! Igual tengo que celebrarlo
apuntándome al primer cuadriatlón de mi vida.
Pensarán ustedes que lo mío es
enfermizo, pero ya puestos a ello, al cuadriatlón yo le añadiría un segmento
más que lo convirtiese en Pentatlón. ¿Qué cuál? ¡Vaya pregunta! Pues uno de mis
favoritos y además perfectamente viable a la hora de organizar un evento…
patinaje sobre ruedas. Me encantaría, verlo, y desde luego participar en
alguno. A veces me sorprendo a mí mismo valorando las distancias (tengo claro
que sobre patines debería hacerse el doble que en la carrera y la mitad que en
bicicleta), o barajando cual debería ser el orden entre los cinco segmentos.
Alguno podrá pensar que sugiero añadir más disciplinas al multideporte porque
quizás ello me favorezca. Resulta evidente que no es así, porque de hecho no
compito prácticamente en nada, y cuando lo hago es para coleccionar eventos
míticos o experiencias personales en las que no suelo quedarme asentado para
labrarme una absurda “carrera deportiva”. Ya no tengo edad para esas cosas.
Además, ahí mismo, en lo cercano entre mi círculo de conocidos, se me ocurren de
repente unos cuantos que me ganarían incluso añadiendo los patines. Es pues una
cuestión de diversión, de reto personal de apetencia y de búsqueda de espacios
deportivos de filosofía amateur en los que los especialistas lo tengan más
difícil. ¿Un regreso al espíritu de Coubertin, Hébert, Desgrange, Shanahan o
Collins? Quizá, desde luego que tengo que reconocer que a medida que voy
sabiendo más cosas sobre ellos, más comprendo sus motivaciones y sus ideas.
[1] SIMONET,
PIERRE; HÉLAL, HENRI: “De l’École de Joinville á l’INSEP”. INSEP. París, 2010.
[2] RAMOS
ALTAMIRA, IGNACIO: “Ciclistas y corredores madrileños”. La Librería. Madrid,
2015.
[3]
BALLESTEROS, JOAQUÍN: “El libro del triatlón”. Arthax. Madrid, 1987. El primer
y último (octavo) capítulos de este libro, han resultado de enorme ayuda para
recabar datos y pistas sobre gran parte de la información recogida en ese
texto. Quiero además añadir que la obra, vista con tres décadas de perspectiva,
gana mucho valor desde mi punto de vista, pues su aportación histórica es
importante. De hecho, muchas de las fuentes consultadas en Internet, resultan
ser versiones resumidas, o en algún caso actualizadas o ligeramente
enriquecidas de lo que estos capítulos cuentan. Por otro lado, “yo estuve
allí”, en Madrid, y en cercana convivencia con parte importante del núcleo del
triatlón nacional incipiente, y valorado en su justa medida hay que reconocer
que el libro resultó una auténtica novedad para el momento. Casi podríamos
asegurar que se adelantó ligeramente a los tiempos.
[4]
FINNEGAN, WILLIAM: “Años salvajes”. El Asteroide. Madrid, 2015.
[5]
McDERMOTT, BARRY: “Ironman”. Sports Illustrated. May 14, 1979.
http://bicirunsalamanca.com
http://www.sportraining.es/2016/12/20/articulo-origenes-y-antecedentes-del-triatlon/