El comienzo de la Challenge Rodador 2014 ha empezado con
intensidad y muy fiel a la filosofía de la temporada pasada. Finalmente nos
decidimos por adelantar un día nuestro viaje, tratando de sacar un poco más de
partido al desplazamiento. Y la verdad es que fue un acierto. Parte de la culpa
la tuvo el que durante la semana me aplicase en la lectura del libro de Camilo
José Cela (“Viaje a la Alcarria”), el cual, lejos de aburrirme o resultarme
fuera de época, me convenció, me enganchó y me ha estado haciendo disfrutar
mucho. Me parece un estupendo ejemplo de relato viajero de mochilero. Pero no
de mochilero de última generación (permanentemente conectado, atraído por la
densidad urbana, el transporte público y la globalización cultural), sino de
mochilero de antaño, con provisiones, ganas de conversar, sin teléfono ni
pantallas, con botas, manta y un trato natural que lo hace a uno integrarse en
el paisaje rural, confundido con la “fauna y flora” de los parajes que recorre.
Creo que José Antonio Labordeta en su serie de documentales televisivos de un
“País en la mochila” debió inspirarse mucho en esta lectura. De hecho a mí, se
me han alterado una vez más (lo cual no es difícil) las ganas de viajar, en
plan nómada, también caminando.
El caso es que el viernes por la tarde salimos en coche,
Jesús y yo, por la carretera de Burgos, y tras puertos, paisajes que nunca
aburren, cañones y meseta, fuimos avanzando hacia la provincia de Guadalajara
hasta que en ella se nos hizo de noche. El GPS del teléfono nos aclaró algunas
indicaciones incomprensibles del cada vez más gordiano nudo de enlaces,
autopistas, autovías, vías rápidas, vías de servicio, “erres”, etc. Que poco a
poco, o mucho a mucho, van extendiéndose alrededor de Madrid, amenazando al
resto del centro peninsular. Y llegamos a Sacedón, nuestro destino, en plena
noche, sin poder contemplar aún el paisaje entre embalses. Allí fue instalarnos
en un hostal, cenar y dormir.
El sábado amaneció con niebla. Dormimos bastante bien y
desayunamos mejor, en un bar de la plaza, con bastante animación local, a base
de zumo natural, café o cacao y tostadas con tomate triturado y un aceite
francamente delicioso. Tras el desayuno y después de dejar el alojamiento, nos
pusimos en marcha en el coche. Al salir del pueblo, a orillas del embalse de
Entrepeñas, pudimos ver un montón de recintos llenos de embarcaciones náuticas
de recreo, y aunque el aspecto de los barcos y su servicio de almacenamiento
nos pareció, por lo general, más bien descuidado o poco vistoso, de lo que no
cabe duda es de que la cantidad de instalaciones y embarcaciones eran numerosas,
lo cual parece sugerir que en verano el embalse tenga mucha actividad. Cruzamos
su presa y nos desviamos hacia el norte, por una preciosa carretera de montaña
que además de bordear en altura la enorme extensión de agua, serpentea entre
bosques y laderas, invitando a admirar y recorrer paisaje sin parar, cual si de
un sugestivo anuncio de automóvil se tratara. La niebla era más bien alta, lo
cual dejaba ver bastante panorama, y el trazado: estrecho, rugoso y
constantemente revirado, obligaba a ir a una velocidad compatible con la
admiración del entorno. Tras un rato prudencial alcanzamos nuestro destino
matinal, El Olivar. Se trata de un pueblo alcarreño, que se ha convertido en
una verdadera joya de la tradición, pues conserva absolutamente todos sus
inmuebles en el tipo de construcción de piedra que muestran las casas
originales. Las nuevas, que las hay, no sólo no desmerecen con respecto al
aspecto de las más antiguas, sino que respetan la tradición, y en muchos casos
resulta muy difícil atreverse a adivinar cuál es cuál entre nuevas y viejas.
Jesús al comienzo de nuestra excursión por la Alcarria
Sin
demorarnos allí, dejándolo para el regreso, comenzamos nuestra ruta de
senderismo. Ese era el plan del día, la causa de la ampliación de nuestra
escapada, seguir algunos de los pasos de Cela por la Alcarria, una de esas
regiones que ambos, por razones diferentes, teníamos en cierta medida
pendientes. La ruta fue de lo más acertada, pues coincidía con parte del
recorrido descrito en el libro, resultó muy bonita, era circular y se ajustaba
a la dosis de esfuerzo que buscábamos: algo suave en distancia y desnivel.
Fueron unos 13 km con algunas cuestas moderadas. Desde el principio descendimos
en dirección norte, por una especie de vallecito cada vez más salpicado de
vegetación. Nos llamó poderosamente la atención la diversidad de arbolado
presente. No se trataba de bosques densos o frondosos, sino de una presencia
agradable, aunque moderada, de ejemplares caracterizamos por ser de especies
muy variadas. Enseguida alcanzamos Budía, nos acercamos a las ruinas de su
convento carmelita y nos topamos con su “nevera” aneja, una construcción muy
similar a la “fresquera” pasiega que visitamos hace tiempo por los bosques de
la zona oriental de Cantabria, y que igualmente servía para fabricar y almacenar
hielo, con idéntico sistema. Budía es un pueblo agradable, con calles
estrechas, una plaza elegante y una referencia al paso de Cela en una placa.
Lo
abandonamos por una fresca vaguada, y un tramo posterior de carretera antes de
caminar entre olivos por pista y caminos de tierra. Marchábamos ahora hacia el
este. El terreno se iba haciendo un poco más abrupto y más abierto al paisaje
de lejanía. La vegetación se tornó en arbustos de muchas especies diferentes y
gran cantidad de flores silvestres de todos los colores. Poco a poco el zumbido
de las abejas sustituyó en notoriedad al constante trinar de los pájaros del
tramo anterior. Vimos colmenas, muchas colmenas. Y panorámicas de alcarrias, de
páramos, de embalse y de algún abrupto tajo en el terreno. Un descenso ligero
nos introdujo precisamente en un estrecho tajo de esos, que formaba un pasaje angosto
y sombrío entre unas peñas. Un lugar bastante singular y atractivo, que servía
de paso hasta la localidad de Durón. Atravesamos el pueblo hasta una elegante
fuente junto al ayuntamiento. A estas horas ya lucía el sol y el día se había
ido tornando cálido, aunque sin exceso. Aprovechamos para comernos uno de los
enormes y deliciosos bocadillos que con generosidad Arancha nos había preparado
para el viaje. Todo un detalle.
Tras la
parada, nos internamos por el monte otra vez, con un rumbo diagonal hacia el
suroeste, para cerrar el triángulo dispuesto entre las tres localidades. Poco a
poco fuimos ascendiendo, al principio en espacio abierto, con proliferación de
arbustos y flores, pero progresivamente entrando en zona de olivares y
aumentando cada vez más la pendiente. Arriba ya divisábamos algunas casas del
Olivar, la sombra nos vino bien para combatir el sudor causado por el buen día
y el ascenso. Y contentos, satisfechos y poco cansados, regresamos al punto de
partida, para admirar con calma la preciosidad de pueblo que es El Olivar, y
comernos el segundo bocadillo en la plaza, al sol, dando la espalda a la
iglesia y con el ayuntamiento a un lado. Se veía gente de visita, y otros de
fin de semana, tiene pinta de ser un lugar con cierta vida social de vecinos de
segunda residencia, amantes del mundo rural y cierto sibaritismo nostálgico
(les comprendo). Aprovechamos para comprar miel de espliego artesana y nos
tomamos un café en el bar del pueblo, ese que está animado a cualquier hora y
que reúne a todo el paisanaje local: un anciano cazador con pinta de trampero,
un abuelo soportando estoicamente a sus nietos de visita de fin de semana, etc.
Ya por la tarde, el coche nos acercó, siguiendo un rumbo de
suroeste, sin apenas tráfico y con mucha visibilidad a causa del sol, hasta
nuestro destino en Ambite, Comunidad de Madrid. El trayecto también nos sirvió
para hacernos una idea de lo que es esta comarca, aunque casi todo él ya
transcurre por las tierras altas (alcarrias), más que por las depresiones. La
diversidad parece estar más en lo hondo, mientras que en lo elevado se suceden
curvas suaves del terreno y un salpicado poco denso de encinas entre campos.
Agradable también para quienes nos acercamos desde el verde y húmedo norte.
La tarde en Ambite se presentaba larga. Afortunadamente
hacía bueno. Empleamos tiempo en buscar el pabellón de pernocta que no
encontramos por estar tapado por el colegio, aunque muy a mano. Y viendo que el
pueblo no parecía tener ambiente patinador, nos fuimos directamente a “la
estación” del antiguo tren, ahora convertida en punto de partida de la Vía
Verde del Tajuña y bar-restaurante-terraza con agradable atmósfera. Los
organizadores estaban trajinando los preparativos, a alguno se le veía un poco
estresado, algo lógico tratándose de la primera edición de un evento tan
singular. Además, según se nos comentó ciertos imprevistos de tráfico les
habían retrasado. Recogimos los dorsales y nos sentamos en la terraza a echar
la tarde charlando. Enseguida apareció un grupo de “guipuchis” (lo digo con
todo el cariño) de muy buen humor, con muchas dudas y talante muy conversador,
que nos animaron un buen rato. Hablamos con ellos, y con uno en especial, que
acabó mostrando una gran afición (¡y palmarés personal!) a las clásicas de
bicicleta de larga duración. También dimos un paseo por el carril bici, para
comprobar su estado, que con la engañosa sensación que nos dan las suelas de
los zapatos, parecía bastante malo. En cualquier caso, comprobar el estado de
un par de kilómetros, como muestra de un recorrido de 100… resulta
estadísticamente absurdo. Poco a poco iba viéndose llegar más gente con aspecto
de ser patinadora. Cuando estás demasiado tiempo en la antesala de un evento
que realmente supone un reto importante, ocurre igual que en los corrillos de
antes de los exámenes clave, de la selectividad o de las oposiciones: que hay
gente que se pone nerviosa y el “runrún” acaba generando rumorología y produce
cierta atmósfera de intranquilidad o desasosiego basados en una absoluta falta
de evidencias. Como somos perros viejos en estas lides de asistencia a eventos
multideportivos variopintos y estrafalarios, supimos mantenernos al margen. Nos
comimos unos frutos secos, deambulamos un poco más y acabamos bajando al pueblo
para localizar ya el pabellón, que no acababa de abrir sus puertas. Durante la
espera aprovechamos para estudiar con algo de detalle el “road-book”, y para
cenar, dándonos un soberbio homenaje que en mi caso me tuvo bien alimentado la
noche, la prueba del día siguiente y hasta el resto de la jornada hasta que
finalmente llegué a casa y cené con más bien pocas ganas. No sé si después de
101 km de esfuerzo habré acabado ganando peso en vez de perderlo. Al salir de
cenar el pabellón seguía cerrado, así que vuelta a “la estación”, contacto con
los organizadores y regreso con ellos para que nos abrieran la puerta. El sitio
estaba estupendamente, dentro de lo que supone dormir en suelo duro. Poco a
poco se iba instalando la gente tras nuestra llegada, dispersos y respetuosos
todos ellos. Había espacio de sobra para todos. Dormí relativamente bien para
condiciones de saco, luz parcialmente encendida y un colchón inflable que a lo
largo de la noche fue naufragando poco a poco hasta hacerme amanecer en el
suelo. Debí de cerrarlo mal, porque la fuga fue francamente lenta.
La mañana
era fresquita y con algo de niebla alta. El grupo de participantes poco
numeroso, casi una centena, lo cual personalmente agradecí porque me permitió
patinar sin aglomeraciones, viendo siempre gente, pero pudiendo hacerlo en
solitario la mayor parte del recorrido. Nada más salir, dejé de poder controlar
si Jesús venía tras de mí o no. Mirar hacia atrás mientras se patina, y más en
plan rápido y por un carril o pasos estrechos, es bastante complicado e
incómodo. Ves lo que pasa por delante, pero no lo que sucede a cola. De hecho
hablas con gente que sigue tu estela y si en algún momento te adelantan y se
acaban yendo, no les has visto ni la cara y no sabes a quién saludar en una
nueva ocasión de encuentro casual. Fui a mi ritmo encontrando que el piso era
mucho más patinable de lo imaginado, pero consciente de que las grietas y
suciedad hacían recomendable huir de “trenes”. Con el paso de los primeros
kilómetros hubo los consiguientes adelantamientos de regulación y acabé
encabezando un grupo hasta el primer control. Desde allí seguí sólo, aunque
cerca de patinadores/as con los que acabaría coincidiendo bastante hasta
Arganda del Rey. Los controles se sucedían con rapidez y los cruces y desvíos
estaban claramente señalados y bien cortados al tráfico. Eso me dio
tranquilidad, así como el comprobar que la convivencia con ciclistas y
transeúntes era fácil y eventual, nada masificada. El trayecto muy llano
respecto a lo que estoy acostumbrado, y sin viento (eso sí que ha sido duro a
lo largo del periodo de preparación previa). Hubo dos pasos de poblaciones
bastante largos, el primero no demasiado irregular de firme, salvo unas decenas
de metros. El segundo (creo que era Morata de Tajuña, aunque no estoy muy
seguro), muy incómodo y con un pavimento peligroso porque su descarnado asfalto
podía engancharte de sopetón con demasiada facilidad. Pasado eso, venía un
carril fantástico en el que disfruté a tope. Primero ascendiendo el primer
puerto, comprobando que mis ruedas nuevas iban de maravilla y pese a que en
algunas zonas la niebla había dejado algo de humedad deslizante, adelantaba a
gente con material mucho más “de velocidad” que el mío. En este agradable y
tranquilizador ascenso me di cuenta de que con 90 mm voy que chuto para mi
nivel, que lo muevo bien subiendo y llaneando, y que lo domino suficientemente
cuando el piso se complica y hay que maniobrar. Además, no desarrollo
velocidades “de crucero” suficientemente altas como para justificar más rueda y
menos botín (cada cual en su sitio, y el mío es un “fitnes” de larga
distancia).
Coincidiendo con otros participantes.
Superada la cota empezó un agradable descenso que permitía
patinar y nos llevaba rápidamente hasta Arganda del Rey, precisamente
coincidiendo, en mi caso, con la ya imparable apertura del cielo. Antes, al
empezar la ascensión había parado para despojarme del maillot de punto y manga
larga que hasta entonces no me había sobrado. A medida que me acercaba a
Arganda empecé a cruzarme con los primeros y sus seguidores (parejas o trenes).
Algunos saludos y ánimos hasta alcanzar el control. Allí me tomé una bebida
isotónica, hice alguna foto y descansé un poco sentado, aunque pronto continué,
atento para cruzarme con Jesús y quedar con él para reagruparnos en el primer
control de vuelta. Llevaba la cámara preparada en la mano e hice algunas fotos,
pero poco a poco iba haciendo kilómetros y él no aparecía entre los que me
cruzaba. Pese a que la humedad te hacía perder apoyo en el impulso, el “2º
puerto” se ascendía bien, y me dio la satisfacción de permitirme adelantar a
algunos patinadores y comprobar, que en relación al resto, en lo que mejor voy
es subiendo. Esto supongo que sea debido a que soy inexperto bajando, poco
especialista llaneando y gracias a la bici y al resto de deportes, me mantengo
en relativa buena forma como para subir. La fuerza de la gravedad, como en
muchos otros deportes, reduce las diferencias técnicas entre los practicantes y
“democratiza” el desempeño técnico, otorgando un valor de privilegio al
porcentaje de grasa corporal reducido. Ya en la parte superior de la subida, y
al cruzarme con gente con un nivel aparentemente mucho más lento que el de mi
amigo, comprendí que algo había sucedido, y empezó a agobiarme la sospecha de
que ese algo, no fuera nada bueno, sino todo lo contrario. Es difícil que los
patines sufran averías, máxime cuando él no había hecho cambio alguno en los
suyos de cara a la ruta. La imagen de un accidente empezaba a conformarse y con
ella, cierto sentimiento de culpabilidad por no haber estado juntos. Tales
pensamientos me empezaron a pesar, haciéndome desear alcanzar cuanto antes el
siguiente punto de control. Así pues, aproveché bien el favorable descenso,
aunque con precauciones.
En la parada de control pregunté por si había habido algún
accidente. Me respondieron amablemente que algunas caídas sin consecuencias
graves para la integridad física de quienes las habían sufrido, pero que habían
supuesto varias retiradas voluntarias. Que si sabía el dorsal de la persona
conocida, me darían más información. Al comprobarlo, efectivamente Jesús era
uno de ellos, aunque me aseguraron que se encontraba perfectamente. Eso me
tranquilizó y me dispuso a seguir con ánimo. De todas formas, un rato después,
aprovechando el molesto y delicado paso por Morata de Tajuña (precisamente
donde él había tenido su segunda y definitiva caída), me detuve para llamarlo
por teléfono y preguntarle si quería que me retirase para volvernos antes. Me
pareció que estaba bien, me felicitó por mi avance y me animó a continuar para
conseguir un reto al que él lamentablemente se había ya visto obligado a
renunciar. Así pues seguí patinando con más alegría y tranquilidad, disfrutando
de la perspectiva de ver como la hazaña parecía irse haciendo posible, y
aprovechando unos cuantos kilómetros de perfil llano. Precisamente en un cruce
protegido por la organización, me lo encontré animándome desde el borde. Me
encantó verlo allí, sano y salvo, aunque con “rodilleras blancas” (sustitutas
de las que no se había puesto en la salida). Su ánimo y apoyo fue un buen
estímulo de moral para continuar con el esfuerzo.
Profunda trinchera del Ferrocarril de los 40 días.
Una vez
alcanzado el control superior (un solitario voluntario con una mesa y un coche,
además de buen talante), y tras el atento y recuperador descenso, llegué a la
rampa de gran pendiente que tanto me había costado superar unos minutos antes.
Sin riesgos de última hora, allí debí dejar algunos gramos de la goma de mi
freno, antes de enfilar el tramo final. Tengo que confesar que en ese momento
me llevé cierta decepción, ya que atendiendo a las explicaciones del
“road-book”, confirmadas por el voluntario del control anterior, desde lo alto
del tercer puerto hasta la meta había 10 u 11 km, y ya que el descenso habían
sido 7, se suponía que desde ese punto quedarían únicamente 3 o 4 ¡y no los 10
que realmente faltaban! Qué le vamos a hacer, un juramento moderado y a apechugar
que el reto ya era mío. Afortunadamente el tramo era llano y conocido. Era el
momento de aprovechar el deleite de los últimos kilómetros, cuando se tiene la
certeza de que todo va a acabar bien. Estaba deseando que llegara la recta de
bosque que me anunciaría la entrada a la meta. Y llegué, y allí estaba Jesús,
esperándome con su móvil, dispuesto para hacerme una foto. Todo un subidón de
emociones y alegría, de logro, de satisfacción personal. Cansado (muy cansado o
dolorido, difícil de distinguir la sensación), me quité los patines en cuanto
pude, lo estaba deseando, y me fui a duchar por fin, antes de regalarme a mí
mismo una generosa y fresca caña de cerveza de medio litro.
Mi llegada a meta ¡conseguido!
De toda
la prueba lo único que lamento son los dos percances (caídas) de mi amigo. Más
que por sus heridas, por el hecho de que le hicieran tener que retirarse sin
poder completar el recorrido, el cual, visto lo visto, y conociendo de sobra su
capacidad y entereza, doy por seguro que hubiera podido completar sobradamente
con éxito. Su carácter positivo y resignado ha evitado lamentaciones
infructuosas. Durante el viaje de regreso a casa, la única idea que podría
percibirse que le estuviera reconcomiendo un poco era cierta dura
autoevaluación crítica sobre sus habilidades como patinador y si éstas
limitarán en el futuro poder tomar parte en eventos o recorridos de este tipo.
Nada más lejos de la realidad, Jesús tiene nivel y competencia suficientes.
Faltar, le falta, como mucho, experiencia. Así pues la solución es clara:
“patinad, patinad malditos”. La mejor posible, porque afortunadamente él lo
está deseando, quizá con más ganas que antes.
El evento tuvo algunos comentarios críticos entre el grupo
de participantes. En mi opinión los cruces estaban bien señalizados y muy bien
protegidos. La cobertura sanitaria fue eficaz y el trato de la organización
amable. Pudo haber algún despiste y flaqueza comprensibles para una prueba
modesta, con tan amplio recorrido y completamente nueva (se trataba de la
primera edición), como que algún avituallamiento se quedara temporalmente sin
existencias. Pero nada de eso pareció ser causa de gran descontento por parte
de los participantes. Las mayores críticas (al menos las que llegaron a mis
oídos durante y después de mi participación) tuvieron que ver con el estado del
pavimento en gran parte de los tramos. Yo mismo lo he descrito. Sin embargo, en
defensa del evento, tengo que decir que se trata de una prueba singular, en la
cual lo importante no eran, ni las marcas, ni la posibilidad de patinar a gran
velocidad, con comodidad o con opciones de configurar “trenes”. Cuando me
inscribí lo hice pensando y buscando otra cosa, un recorrido variado, largo y
diferente. Una especie de ruta (viaje) que me permitiera conocer un paraje y no
pasarme el día dando vueltas a un circuito rápido. Quería probarme en un reto
personal, en una aventura, sin escudarme en otros. Llevado al símil del
ciclismo, es como comparar una larga ruta cicloturista con un critérium. Entre
las primeras, las hay duras, rápidas y hasta infernales. Algunas como las retro
o las clásicas centroeuropeas añaden como “alicientes” castigadores tramos sin
asfaltar. Otras como la Bilbao-Bilbao la masificación, el buen asfalto y la
capacidad organizativa. Y las más de moda últimamente, como la Quebrantahuesos,
la dureza del recorrido. Los criteriums por su parte, ofrecen competitividad y
el vértigo de la velocidad, implican disponer un buen asfalto y cerrar un
recorrido al que dar vueltas con seguridad. En mi opinión los “101 km
Rolleando” tiene más que ver con lo primero. Es un evento singular: largo, duro
y vinculado a una ruta concreta, por lo que ha de acometerse con un material,
preparación y planteamiento acordes a su naturaleza. Ofrece una excelente
oportunidad para patinar por un trayecto largo y distinto, aporta también el
reto de la dureza, pero no es adecuado para alcanzar medias espectaculares o
emplear patrones técnicos de gran velocidad. Cuando un evento tiene carácter
propio ha de adaptarse, él y sus participantes, a la naturaleza del terreno en
el que se instala, y no al revés. El París-Dakar exige gran adaptación por
parte de los participantes; que tu prueba sea homologada dentro del Campeonato
del Mundo de Fórmula 1 requiere justo lo contrario, adaptar el circuito y la
organización a una norma. Son cosas completamente diferentes. No pretendo
convencer a nadie de nada. A mí personalmente me mereció la pena, cubrió
suficientemente mis expectativas y me hizo disfrutar mucho del fin de semana.
Pero me declaro mucho más aventurero y polideportivo que patinador
especializado.
Hola Jose Gutierrez.
ResponderEliminarMe ha encantado tu relato, me ha emocionado. Soy un patinador novato e inexperto en este tipo de eventos. Lo que mas me gusta de patinar es encontrarme en las rutas a gente noble, serena y humana como tu ( y como muchos). Compañerismo y respeto, que gran deporte. Te quiero dar la enhorabuena por haberla acabado, para mi fue un gran reto.
Mis amigos y yo nos estuvimos preparando en especial rutas largas para esta prueba, pues veniamos de hacer rutas "pachangueras" de 30 km o asi. Yo personalmente me encontre lo que me esperaba, carril bici estrecho, a veces muy roto pero siempre entretenido. Fui muy comodo con mis 90mm. Yo no tuve problemas con desvios ni en avituallamientos. El puerto final me parecio durisimo y nombre a media santeria conforme subia. Pero entiendo que poner ese puerto al principio hubiera sido una locura con todos subiendo y bajando apelotonados, menudo caos.........
Nosotros acabamos todos la prueba, fue una satisfaccion. Dos meses de preparacion, un intenso fin de semana y ha sido muy triste enterarse de los problemas que ha habido posteriormente. Como he dicho antes este es un deporte donde la nobleza impera sobre la necedad y creo que es hora de hacer autocritica y pedir perdon en los casos necesarios. Todo el sacrificio, toda la ilusion no puede transformarse en tristeza y vergüenza a golpe de click por las redes.
Poco ya mas puedo decir yo, solo que siento una profunda admiracion por todos vosotros; por los pros, los amateur, los que la acabasteis y los que no, por los que tuvisteis problemas de desidratacion en especial, los que la organizasteis, los ayudantes, a los de proteccion civil que amablemente nos llevaron con sus coches particulares al pabellon y un largo etc....
Yo tambien quiero agradecer a varios corredores que me llevaron a rueda mucha parte de la ida, gracias a ello la acabe en un tiempo que no hace justicia a mi estado de forma . A algunos se las di personalmente. Disculpad que no os recuerde a todos pues como dices puedes estar horas patinando delante o detras y no mirarle a la cara, es una pena pero es asi. Soy de Huesca y creo que soy el que nombras. Un abrazo amigo y si coincidimos en otra prueba, las cervezas de despues no me importaria tomarnoslas juntos.
Un saludo
Hector
Muchas gracias por tus comentarios Héctor. Me encanta dar con lectores pacientes que disfrutan de mis relatos. Sí, ojalá nos veamos de nuevo. Si eras tú el que venías detrás yendo a Arganda i gual me reconocerás en próximas citas. Soy el de azul en las fotos de la entrada del blog. En la 101 llevaba una pequeña mochila azul a la espalda. Un abrazo a los que os desplazastéis desde Huesca. Mi amigo Jesús ya está recuperado de su caídas, patinando y ... con más ganas que antes de ir a Ambite.
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