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viernes, 25 de septiembre de 2015

39. MADRID CASTIZO



"Gran Vía" Antonio López (Colección privada).

“El centro”, la capital, ya tiene evento ciclista retro. Hace algunos años que viene disfrutando de una cita de “tweed ride”, pero hasta este momento, el ciclismo vintage en su versión de apariencia deportiva, no había tenido lugar de forma oficial. La llegada a la antigua estación del Norte (en la actualidad Príncipe Pío) del grupo de “replicantes” de la Salamanca-Madrid hace unos meses, ha de considerarse más una anécdota que una cita ciclista reglada. Estando así las cosas, ha tenido que ser Otero (la entidad), una vez más, la que se haya remangado y haya detenido momentáneamente las labores de su taller, para poner en marcha su clásica madrileña.

Enrique Otero fundó una tienda y taller de bicicletas en el año 1927. Es por  lo tanto una auténtica referencia en la ciudad, un valor estable que a día de hoy permanece vivo (algo francamente difícil en estos tiempos en los que hasta los cafés más emblemáticos, últimos representantes de épocas y estilos pasados, ven cerrar sus puertas sin que nadie lo remedie, tapiando las vistas retrospectivas de nuestra historia y cultura, obnubilados como estamos por seductoras invitaciones de un futuro ajeno). Algo debía barruntar aquel ilustre emprendedor de la bicicleta cuando comentaba que para circular en ella había que utilizar las dos piernas o los dos pedales, el de la izquierda y el de la derecha. No hace falta ser un lince para pillar la indirecta, especialmente si tenemos en cuenta que su historia transcurrió en los políticamente convulsos tiempos de finales de los años veinte y principios de los treinta, la guerra civil, la postguerra, la dictadura, la transición y los alternativos “rodillos” bipartidistas de nuestra disfuncional democracia hispana. El comentario hay que tomarlo como una anotación de sabiduría civil, reflexión filosófica clarividente, acuñada por un paisanaje acostumbrado a sufrir a una clase política tradicionalmente caracterizada por estar muy por debajo de su ciudadanía. Eso me recuerda a mi padre, al que una vez de pequeño le escuché ironizar con que la política en España compartía un principio básico con el código de la circulación: “que se circula por la derecha pero se adelanta por la izquierda” (creo que esto aún sigue siendo aplicable a los últimos “cachorros”). Dejando el politiqueo de acera de lado, volvamos a nuestro personaje histórico para decir que su negocio estuvo (no sé si desde el principio) y sigue actualmente ubicado en la calle Segovia, cerca de la sombra que proyecta el viaducto. En una calle en cuesta que incita a probar los cambios de marchas de una bicicleta recién adquirida o retirada del taller.

 La foto que más me gustó del despacho: Enrique Otero con
su esposa y una hija.

La víspera de la Clásica Otero, los organizadores tuvieron a bien montar en la tienda una pequeña exposición de bicicletas de diferentes épocas. Todas ellas de la marca propia, excepto algunos ejemplares anteriores de procedencia extranjera. Las importadas, como muestra de las primeras bicicletas que vendía Otero en la tienda, pero enseguida, algunos de los primeros modelos construidos por Don Enrique, quién con un nuevo guiño filosófico les dotaba de unos elegantes racores en la cabeza de la horquilla, inspirados en una pluma estilográfica. Porque a Otero le gustaba resaltar el superior poder de la pluma sobre la espada. Sus primeras bicicletas se distinguían por equipar componentes de calidad, un trabajo de tubería bastante fino y una personalización característica de las soldaduras de los tirantes traseros a la altura del sillín y la comentada cabeza de la horquilla. Otro interesante grupo de bicicletas expuesto, hacía referencia a la geometría “Pentax” ideada por Otero en los años ochenta. En aquella época fueron numerosos los constructores (afamados y prestigiosos) del mundo del ciclismo de carretera que siguieron los pasos del madrileño, buscando acercar al máximo la rueda trasera de las bicicletas al tubo vertical del cuadro. Aquello pretendía mayor tracción de la cadena, una transmisión más directa y buenos efectos en los ascensos. Otero lo consiguió dibujando una elegante curva en el cuadro, cerca del pedalier. Otros buscaron diferentes soluciones algo más complicadas y más tardías. Desde luego, hay que reconocer que provocó tendencia.

 Ejemplo de la curva para la geometría "pentax".

 Carcterística cabeza de horquilla inspirada en una pluma.

En otro apartado se podían contemplar tres bicicletas de pista. Una de ellas, una verdadera joya que en su día, durante toda una década, mantuvo el reconocimiento de ser considerada como la bicicleta más rápida de Madrid (alegato castizo puro). La bicicleta en cuestión es estilizada y entre sus muchos interesantes detalles muestra una potencia adaptable en longitud (todo un alarde de diseño para la época). La curiosidad no debería sorprendernos porque cualquiera que haya conocido de primera mano la trayectoria de Otero en la construcción de bicicletas, tiene que saber que nuestro hombre sostenía una verdadera (y sana) obsesión por las medidas de la geometría ciclista, siempre en pos de una correcta adecuación de la máquina al ciclista (una simbiosis “cybor” que busca el rendimiento ideal). Yo mismo fui testigo de ello, allá por el año 1983, cuando al ir a comprar mi primera bicicleta de “carreras” a la tienda, aún tratándose de una Razesa de catálogo, tuve que acercarme unos días antes, subirme en su “potro” de medida y esperar nueva fecha para que me montaran la bicicleta de mi talla con la tija y potencia adecuadas. Ahora Shimano luce sus procesos y aparatos de medición sofisticados, algunas empresas emergentes ofrecen servicios biomecánicos de este tipo como algo fundamental, exclusivo e hipermoderno, me parece muy bien, pero yo lo disfruté en Otero, hace ya unas cuantas décadas.

 Potencia regulable en bicicleta de pista.

Volviendo a la bicicleta de pista comentada, otro detalle curioso es que va equipada (al igual que alguna de sus primeras elaboraciones) con un movimiento central BSA, algo que seguro que va a hacer especial ilusión a mi amigo Javier… Entre las tres bicicletas de velódromo mostradas, estaba la original con la que José Manuel Moreno consiguió la primera medalla de oro olímpica del ciclismo español, en la prueba de 1km contrarreloj individual, durante los JJOO de Barcelona 92. La bicicleta de geometría “pentax”, tiene una especie de planchas de refuerzo soldadas en las esquinas interiores del cuadro, las cuales llegaron sobrevenidas durante el proceso de entrenamiento del ciclista, al ir comprobando que su potencia de pedaleo exigía cada vez mayor rigidez por parte del cuadro (que aún así era de acero de gran calidad). Acercarme a la exposición en la tienda, me posibilitó revivir recuerdos de unos años maravillosos de vida universitaria en Madrid, años vinculados al redescubrimiento del ciclismo, no sólo del de carreras, sino especialmente del de cicloturismo viajero de alforjas. Además de visitar la exposición e incluso el despacho del negocio, el simpatiquísimo mecánico que me atendió con entusiasmo me presentó a Marisol, hija de Don Enrique y actual responsable de que el legado sobreviva, aunque las tendencias, y por lo tanto las propuestas y proyectos ciclistas que ellos sugieren, hayan variado. Con Sol conversé sobre un carismático conocido común: José Luís Algarra, verdadero profeta de la cultura ciclista y de la pasión por los viajes ciclistas entre aquellas promociones de alumnos del INEF; posterior revolucionario del sistema de formación de la Federación Española de Ciclismo, al que dotó de un criterio, rigor y actividad, que tiempo después volvió a verse devaluado y abandonado. Me comentó que en este momento José Luís anda por México, supongo que trabajando en la dirección de ciclismo de competición, actividad de la que ha conseguido seguir viviendo muchos años, aunque quienes conocimos su verdadera vocación, siempre lo recordamos visitando parajes templarios escondidos entre los paisajes más recónditos del territorio, charlando con los lugareños y emocionando a sus amigos con sus fascinantes relatos.

 Componentes BSA en la "bicicleta más rápida de Madrid".

Bicicleta de pista ganadora de una medalla de oro olímpica.

Los 80 y la primera mitad de los 90, fueron una época de esplendor constructor para Otero. Sus diseños marcaban tendencia. Una elegantísima bicicleta metalizada de color cambiante en función de la diferente incidencia de la luz, montada con grupo Campagnolo “aniversario serie oro”, ganó el premio de “belleza” del prestigioso salón de la bicicleta de Milán. Sus talleres trabajaron para los equipos de tándem de la ONCE, el equipo olímpico español y multitud de escuadras de carretera, incluyendo algunas profesionales como la propia ONCE o el Seur. En aquella época Otero llegó a convertirse en uno de los más prestigiosos constructores de bicicletas a medida del país, tomando el relevo de ilustres artesanos de tiempos anteriores. Mantenía así la fabricación en serie de bicicletas de montaña, paseo, etc. Con la medida y el mimo de máquinas personalizadas que en su día yo no me pude permitir pero admiraba de cerca.

 Bicicleta del equipo nacional para la CRE de 100 km (amater)
en los mundiales de Colorado (Foto: Meta92-RFEC)

 Pello Ruiz Cabestany (ONCE)
sobre una Otero en una CRI de la
Vuelta a España. (Foto: Bicisport)

 Bicileta Otero del equipo Seur durante la temporada 1990
(Foto: Bicisport)

Posteriormente llegó lo que todos ya conocemos, un cúmulo de circunstancias (deslocalizaciones, cambios sociales, emergencias asiáticas, intrusismo comercial, etc.) que conformaron una de las periódicas crisis del mundo de la bicicleta, el cual, afortunadamente, creo que nunca desaparecerá desde su invención, pero se caracteriza por alternar fases de enfriamiento con otras de voluptuoso dinamismo, como la que actualmente parece que estamos viviendo. En aquella ocasión la firma Otero se vio obligada a cesar su labor fabricante (hablamos de cerca de 200 trabajadores empleados), aunque sobrevivió en el mundo de la distribución y comercialización especializadas, y logró que su emblemático inmueble céntrico haya llegado hasta nuestros días, y según parece, para quedarse de cara al futuro.

Con todo lo explicado, pese a que no tuve garantías de poder acudir a la clásica Otero hasta dos días antes de su celebración, me hacía ilusión hacerlo, aunque solamente fuera por rendir mi personal homenaje a un trocito de historia castiza de la que en uno de sus mejores momentos, fui testigo cercano. Es más, recuerdo que incluso en una ocasión (allá por el año 84 probablemente) hasta “trabajé” para Otero un día, como “azafato” técnico en una exposición de bicicletas que la marca montó en la Casa de Campo durante un fin de semana, en el que las BMX y toda una gama de atractivas bicicletas Peugeot de carretera, fueron las estrellas de la muestra. “Tiraron” de alumnado del INEF para la ocasión y yo fui uno de los “encontrados”. El tiempo ha querido que décadas después me haya visto rehabilitando y disfrutando una Peugeot de aquellas, y me haya trasladado un sábado a Madrid, para participar en una marcha retro organizada por mi fugacísima “patrona”.

No sé muy bien porqué, pero el caso es que el evento había sembrado algunas dudas entre bastantes de los habituales (usuarios y organizadores) del pelotón retro español. Bueno, en realidad sí que lo sé pero prefiero callármelo. Juicios anticipados aparte, la jornada me mereció la pena y me permitió vivir el pasado, el presente y quizás el futuro de un Madrid pedaleado. Lo primero que hice fue aparcar el coche en un recurso habitual donde siempre encuentro sitio libre de pago, el cual aunque está un poco alejado del centro, permite una aproximación agradable, segura y relativamente rápida en bicicleta. Vestido de clásico y sobre mi Super Cil de los sesenta, accedí al centro por Moncloa y crucé pedaleando la calle Princesa, la Plaza de España, la Gran Vía y Callao. Ya simplemente este paseo solitario y plagado de connotaciones urbanas y recuerdos personales, mereció la pena desde un punto de vista emocional. La fresquita mañana pronto se fue caldeando porque el día era espléndido con un sol que prometía mucha luz y colorido. El montaje de salida, en plena Puerta del Sol, era animado; con vallas, coches de época, algunas carpas, elocuente “speaker” y excelente ambiente. Pese a que me había hecho a la idea de volver a vivir una cita retro en solitario, una vez más, ello se me demostró imposible porque nada más llegar me encontré con Jesús (ex -compañero de “mili” de mi cuñado) enfundado son su cántabro maillot del Teka. Con él estuve bastantes momentos a largo de la jornada y espero volver a tener ocasión de compartir otros en el futuro. Pero quizá, con la persona con la que más kilómetros estuve charlando mientras pedaleábamos fue con Jaume, otro fijo, otro “histórico” donde los haya, que lleva una temporada imparable. Precisamente, el haber acudido ambos a solas, me premió con buenos ratos en su compañía re-descubriendo su agradable conversación y personalidad. También fui tempranamente saludado por Jerónimo y sus colegas de Madrid, con quienes incluso me hice algunas fotos. Gente entusiasta por este movimiento, el cual compatibilizan con otras nuevas tendencias de las dos ruedas no motorizadas.

 En el Km 0

Posando junto a Jerónimo y sus colegas.

Dada la salida, conviene destacar que tuvimos el privilegio de cruzar el centro de Madrid, el de los Austrias, por sus calles principales, escoltados y protegidos por la policía municipal (también a pedales), para, rodando a lo largo del Palacio Real, iniciar un ameno descenso hasta la entrada de la Casa de Campo en Madrid-Río. La ruta completa transcurrió por aquel pulmón verde, tanto de ida como de vuelta, en diferentes itinerarios. Además circulamos por Pozuelo, Majadahonda y Boadilla del Monte. En todo momento rodamos en pelotón neutralizado, a un ritmo moderado y con algunas pausas en determinados momentos. Disfrutamos de tres avituallamientos en los escasos 60 km, todo un exceso de generosidad. Durante toda la marcha estuvimos “blindados” y protegidos por sucesivas y diferentes dotaciones policiales: las correspondientes a los municipios que fuimos atravesando, las cuales se daban el relevo en los límites territoriales, y la propia Guardia Civil de Tráfico en algunos tramos de carretera. El recorrido no me entusiasmó, aunque reconozco que la Casa de Campo siempre me gusta atravesarla en bicicleta y la considero un paraje atractivo. Y más aún los tramos urbanos de salida de la ciudad, desde el kilómetro cero, que me resultaron apasionantes. Pero como digo, el resto de la marcha muestra una sucesión de avenidas, carreteras o pasos de ciudades cercanas a la gran urbe, y aunque no son desagradables, están lejos de la belleza de otras marchas más campestres o montañeras. Lo mismo podemos decir del componente “deportivo” (me refiero al esfuerzo, no a la competitividad, la cual sobra en este tipo de eventos) que con pocos desniveles, muchas paradas y escaso kilometraje, quedó bastante suavizado. Pero todo ello dio igual porque desde mi punto de vista, el valor y la esencia de esta cita radica principalmente en ser un punto o momento de encuentro y reunión de variados y diferentes agentes, pasados, presentes y futuros, del ciclismo clásico madrileño. Allí se encontraron los actuales representantes del decano Velo Club Portillo, la propia masa laboral de Otero, jóvenes organizadores de nuevos proyectos, aficionados solitarios que pudieron entablar relación con otros de su misma especie, etc. Hasta Perucha andaba por ahí, con una de sus bicicletas, de geometría singular y montaba a base de piezas constructivas Vitus. Lo dicho, creo que ese ambiente puede haberse convertido en el germen del florecimiento del ciclismo retro madrileño, esperemos que así sea.

 Junto al Palacio Real.

 Con el mítico "Perucha".

Entre las escasas pegas que puedo poner a la marcha está el hecho de que el pelotón integrara algunas unidades de ciclistas ataviados con ropaje contemporáneo y bicicletas actuales. Las organizaciones (ésta y otras), deberían cuidar más este asunto e ir siendo cada vez un poquito más rigurosas. No es capricho mío, la vida y mi profesión, me han enseñado que en materia de carácter y esencia de eventos, si no se es fiel a ciertos principios básicos que los definen, su naturaleza se va desvirtuando y acaban perdiendo su singularidad, su distinción, y con el tiempo, su fortaleza. Esta queja (moderada) incluye a algunos de los integrantes del grupo de “control” que deberían haber dado ejemplo, y algún conocido mío, a quien pese al aprecio que le tengo, debo echarle un poco la “bronca” por esto. Confío en que si lo lee no se me lo tome a mal y consiga arrancarle una sonrisa. Este tipo de situaciones no ha sido exclusivo de esta marcha, de hecho creo que lo he visto en la mayoría de las que he participado, así que no carguemos las tintas sobre la Clásica Otero y que cada cual (si lo hace) reflexione sobre lo que le toca.

Afortunadamente, como siempre ocurre, la marcha me regaló algunas agradables visiones o encuentros con bicicletas admiradas. Al ser Madrid, había alguna Macario impecable “de las bonitas”. No sé qué ocurre con Macario, no conozco gran cosa de la marca, pero he visto bicicletas suyas feas o con aspecto algo tosco, así como algunas maravillas de finura, elegancia y sensación de ligereza sublimes. Aquí hubo varias de las segundas. Por supuesto aparecieron muchas Otero, y bastantes de ellas en muy buen estado y de acierto estético. Personalmente tengo cariño a las Otero, como acabo de demostrar unas cuantas líneas antes, así que no me cansé de contemplarlas. Pero el día, como algunas otras veces ocurre, deparó algo muy especial, algo que no suele darse y que me temo, pasó desapercibido para la mayoría de los participantes e incluso organizadores, pero no para mí. Un chaval al que felicité portaba una René Hersé en plena forma, fechada en los cuarenta. La bicicleta equipaba su singular potencia “hueca”, su particular juego de dirección y un desviador trasero de doble cable y sin muelle. Un excelente ejemplar, obra del que quizá haya sido el artesano de bicicletas más prestigioso de la historia de Francia (con permiso de Alex Singer).
 
 La bicicleta de "Perucha" junto a una estilizada Macario.

 Detalles importantes de una René Herse.

En cuanto a la presencia humana, la cita estuvo bien nutrida. Los representantes del Velo Club Portillo (entidad que al igual que la marca Otero fue fundada en 1927), constituyeron un inmejorable ejemplo de visión retrospectiva de la modernidad pasada. ¿Qué quiero decir con esto? Simplemente que leyendo a Ignacio Ramos Altamira (en: “Ciclistas y corredores madrileños”; La Librería, Madrid, 2015), me entero de que ya en el 29, este club organizó el Campeonato de Madrid Ciclopedestre, en definitiva ¡un duatlón!. Y que ese mismo año, con sus colores, debutó la primera mujer que participó en pruebas ciclistas con hombres: Mercedes Moreno Minguito. ¡Auténticos precursores!

 Miembros del Velo Club Portillo en 1929 (Imagen: libro de
Ignacio Ramos Altamira).

Miembros actuales del Velo Club Portillo charlando con Jaume.

De Perucha habría que hablar, aunque no tengo espacio suficiente ahora. Corrió de chaval, ejerció de mecánico de competición, diseñó geometrías y montó sus bicicletas personalizadas. Recientemente fue objeto de una movilización ciudadana en pro del sostenimiento de su quehacer. A día de hoy, como bien pudimos comprobar, sigue pedaleando con afición.

Hubo además comparecencia de grandes ilustres corredores, por ejemplo Anselmo Fuerte, Eduardo Chozas y Perico Delgado. Pese a ellos, no se me escapó la presencia de Julio Jiménez, simpatiquísimo veterano al que muchos aficionados hemos descubierto demasiado tarde gracias al buen trabajo de recuperación histórica de alguna revista del ramo y de un estupendo documental de TVE. El “Relojero de Ávila” se mostró amabilísimo, vital y encantador ¡muchas gracias Julio!. Y quiero cerrar este apartado pidiendo perdón por mi ignorancia, al no reconocer hasta bien entrada la jornada, y no haberla aprovechado algo más para saludarlo, a José Luís Navarro. Así como de los tres primeros citados tenía recuerdos bastante claros (con Chozas hasta llegué a compartir mesa en la cena de un congreso de entrenamiento hace muchísimos años en Vigo), Navarro se me escapaba. Y no debería de haber sido así porque aunque su mejor época deportiva la vivió en el Zor entre los años 84 y 86, posteriormente llegó a correr en el Teka. Además, en el 85, fue nada menos que Campeón de España de ruta y ganador del Gran premio de la Montaña del Giro de Italia, un verdadero crack.

 Posando entre Eduardo Chozas y Perico Delgado.

Con el entrañable Julio Jiménez.

José Luís Navarro

La ruta finalizó en Madrid-Río a la hora de comer. Allí fuimos objeto del regalo de una bolsa con generosa colección de obsequios. Nos repartieron bebidas variadas y un buen plato de paella que comimos con gusto (aunque hambre era imposible que hubiera después de tanto ágape transitorio) buscando la sombra de los árboles, con las bicicletas custodiadas en un cercado y el “speaker” trabajando sin descanso. Como despedida hubo fotos, premios y sorteo de regalos. La alegre pandilla de Torrejón salió bien parada, aunque su “internacional” Lusson se tuvo que quedar con las ganas. Aprovechando el fantástico día, me despedí satisfecho de mis conocidos y de muchas nuevas caras con las que en algún momento de la jornada había estado compartiendo ciclismo, me puse la gran bolsa al hombro y salí pedaleando por el carril de la ribera del Manzanares hacia el suroeste, hasta el Matadero. Allí se celebraba “Festibike con B de bici”, y  hasta allí me acerqué para saludar a mis amigos de la Biciteca (Manu), bicicletas clásicas Leo (Daniel) y a mi buen amigo Martín, al que tan poco veo y tanto echo de menos en estos menesteres a pedales. La tertulia fue cariñosa y entretenida, tanto, que me dio pena tenerme que marchar, pero el planteamiento “relámpago” del viaje así lo exigía. Mejor haber acudido que no haberlo hecho. La experiencia mereció la pena. En Otero han hecho las cosas bien. De hecho, alguien en Madrid tenía que hacer algo al respecto, y ellos lo han resuelto con eficacia, en un momento en el que negociar con las diferentes administraciones locales resultaba incierto tras tanto cambio de mando. No sé qué les deparará el futuro, aunque si tengo mi opinión sobre lo que debería ocurrir: que esta cita multiplique exponencialmente su participación (Madrid alberga una enorme población) y que cumpla con una función aglutinadora de aficionados y fuerzas vivas históricas del ciclismo. Lo de los recorridos en plena naturaleza, los desafíos largos y duros, etc. bien lo pueden ofrecer otros muchos eventos o iniciativas particulares, pero callejear por la capital y reunir a todo tipo de “agentes” retro, eso Madrid lo tiene bien fácil.

4 comentarios:

  1. Tengo una foto tuya del día de la marcha. ¿Como puedo hacértela llegar? Soy el de la Orbea Orduña.

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  2. Hola! Qué bonita crónica. Estuve allí, con mi recién auto-restaurada peugeot aubisque del año 1986, con la que iba a estudiar a la ciudad universitaria cuando hacía buen tiempo. Fue una jornada muy entretenida, el grupo sanísimo y muy buena gente. Pese a que fui solo, nunca me sentí solo. Seguro que dentro de unos años esta clásica tendrá mucho más tirón. Tenemos que cuidarla. Espero poder ir a más marchas "retro".
    Lo dicho, enhorabuena por la crónica!

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  3. Impresionante documento!!! Este fin de semana he podido conocer a Sol Otero y impresionante.

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  4. Me ha encantado esta crónica y me ha hecho recordar cuando yo también montaba en bicicleta en los años 80 y 90, entonces yo también era cliente de Otero y recuerdo esa especie de bicicleta extraña donde te montaban para tomarte las medidas, leyendo todo esto me ha llevado durante un rato a aquella época que añoro, una pena haber dado con ello cuatro años después de haber sido publicado, pero nunca es tarde. Un saludo y muchas gracias.

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