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viernes, 2 de octubre de 2015

40. FERROCARRIL



"El coloquio sentimental" Salvador Dalí
(Salvador Dalí Museum Florida)

Me gustan los trenes. Los utilizo poco porque lamentablemente vivo en un país que lleva décadas dándolos la espalda. Especialmente en determinadas zonas geográficas como la mía, en la que las dos únicas tipologías de líneas que parecen ser útiles actualmente: una buena red de “cercanías” o la “alta velocidad”, están vetadas y se nos castiga sin ellas. Pero no pasa nada, sabemos sobrevivir con su ausencia, aunque también con nuestros impuestos se construya lo de los demás. Pero puestos a hablar del ferrocarril, lo que más me duele es que cada día se le ignore y ningunee más. Los usuarios porque prefieren sus coches, esos objetos que para tantos consumidores dan sentido a sus vidas; y los responsable de la gestión del tren, porque en algunos casos, cada día ponen más dificultades e impedimentos a los usuarios que pretenden hacer uso de él. Un ejemplo de ello es el odio visceral que la RENFE y bastantes de sus empleados parecen tener hacia las bicicletas, obsesionándose en poner constantes pegas para una utilización racional que permita a la gente combinar las ventajas de ambos medios de transporte, una solución que se ha demostrado tremendamente eficaz, práctica y habitual en la mayoría de los países civilizados, que para casi todo, utilizamos como referencia o espejo en el que mirarnos.

Pero no es mi intención ponerme reivindicativo. No, lo que quiero es hablar de trenes aptos para el disfrute y el placer, que haberlos los hay. Algunos que invitan a ser utilizados mediante planes ciclistas y otros recomendables por sí mismos. Y puestos a hacer memoria rápida, mencionaré algunos trenes que me impactaron (para bien) a lo largo de mi vida.

Gales es uno de los “países” que conforman el Reino Unido. Su historia tiene los tintes negros del hollín del carbón y de las escorias de la minería, industria que tubo épocas de gran apogeo por aquellos territorios. El contraste con su verde paisaje y con el azul de su mar, hace que sea un estupendo destino en el que disfrutar de algún viaje pausado y sin plazos. Hace décadas yo me animé a ello y pedaleé por sus costas y por su campo interior, descubriendo parajes, gentes y pueblos encantadores, generosos y abiertos. En Gales no podemos decir que haya puertos de montaña, pero el terreno es “arrugado”, con constantes colinas o altos que ascender y descender, caracterizados, muchos de ellos, por presentar duros porcentajes de pendiente. Estos sí, de verdad, “cortos pero duros”. Durante mi viaje en bicicleta, algunos días de descanso y visita local, me permití montarme (sin la bicicleta) en algunos de los múltiples trenes turísticos antiguos, los cuales proliferan por gran parte del Reino unido, pues muchas antiguas líneas, han sido traspasadas ventajosamente a diferentes asociaciones culturales aficionadas al ferrocarril, las cuales las mantienen, cuidan y explotan turísticamente. Así se evita que se pierda el patrimonio, se incrementan los recursos turísticos y de paso, se puede dar trabajo a alguien. Un ejemplo de ello es el “Vail of Rheidol Railway” que partiendo desde Aberystwyth, ofrece un delicioso recorrido campestre hasta Devil’s Bridge. Traccionado por alguna de sus locomotoras de vapor recorre un precioso valle, permitiendo a los turistas disfrutar del paisaje y las infraestructuras históricas de la línea. Más espectacular aún resulta el “Snowdon Mountain Railway” cuya “forzuda” máquina (también de vapor) remonta el pico Snodown desde su base en Llanberis hasta la cumbre, remontando 960 metros de desnivel, en 7,5 km, gracias a un tremendo esfuerzo y una vía con sistema de cremallera.

 La locomotora del "Vail of Rheindol Railway" tiene que
detenerse a repostar agua a medio camino.

 Estación de Devil's Bridge.

 Locomotora del "Snowdon Mountain Railway" en la cumbre.
Puede apreciarse la cremallera entre ambos raíles.

 Maquinista del "Snowdon..."

Panorámica desde la cumbre de Snowdon Mountain, con el
tren en primer término y lagos, colinas y el mar al fondo.

Hablando de cremalleras y de ascensiones nada habituales en tren, es famosa la red de cercanías de conecta múltiples pequeños pueblos (o barrios) de las laderas de los Alpes suizos. Vayas desde Lauterbrunnen o desde Grindelwald, por ambos itinerarios puedes llegar en tren a la estación de Keline Scheidegg, de donde parte una espectacular excursión ferroviaria por fuera y dentro del Eiger, hasta alcanzar la parte alta del glaciar del Jungfraujoch. El viaje tiene tres paradas: la salida al aire libre; una intermedia dentro de la montaña (Eigerwand, en la cara norte del Eiger), en la que los pasajeros pueden asomarse hacia el exterior por un túnel escavado en la roca (allí se rodó la película “The Eiger Sanction”, 1975, protagonizada por Clint Eastwood); y la estación de destino cuyos corredores están excavados en hielo y permiten acceder a un exterior alpino de espectacular belleza.

 Un tren de cremallera de aproximación asciende por las
laderassuizas.

Uno de los tresnes que sube al glaciar.
 Al fondo los "cuatromiles".

Panorámica de los colosos desde el tren. Por la esquina inferior
izquierda se intuye la vía del tren. La primera "pared" negra de
la izquierda es la siniestra cara norte del Eiger.

Una vez arriba las vistas resultan extraordinarias. Aquí el
glaciar Jungfraujoch.

Clint Eastwood en un fotograma de la películka.

Sin ser de cremallera, pero si estar circulando entre elevadas cordilleras, tenemos el ferrocarril que va desde Cuzco hasta Aguas Calientes. Se trata de un tren que se suele utilizar para regresar del trekking del Camino Inca, cuando recorres durante varias jornadas aquel fascinante recorrido senderista para llegar a Machu Pichu. El viaje caminando es de lo más afamado, pero lo que suele obviarse es el espectáculo sociológico que supone el regreso en tren, un convoy que aparece en un lugar en el que hasta pocos minutos antes había un concurrido mercado que apenas dejaba imaginar que aquello pudiera ser una estación con vías. Un tren en el que no se cabe, y en el que el revisor se asoma al techo exterior para intentar desalojarlo de pasajeros tardíos o polizones. Un conjunto de vagones (coches en términos ferroviarios) en el que muchas personas viajan colgados de las barras, manillas o balaustres exteriores, y en el que dentro, la masa permanece en contacto permanente, apoyados unos contra otros, sentados, de pié, o acodados. Los fatigados portadores quechuas se duermen de pié tras varias jornadas de duro trabajo, las señoras que venden mate, se cuelgan de las puertas de entrada, con sus hijos dormidos en el capazo de tela de su espalda y comercian con clientes a varios metros de distancia, mientras las infusiones y los dineros pasan de mano en mano hasta llegar a sus recíprocos destinos. Lo juro, una experiencia indescriptible.

 El mercado de Aguas Calientes va perdiendo animación a
medida que se acerca la hora de salida del tren.

 Una de las vendedoras ambulantes con sus bártulos.

El tren se acerca. Turistas y locales se preparan para
intentar hacerse con un sitio.

Todo lo contrario, completamente civilizado, es el trayecto que se propone en Las Landas francesas, para visitar el “Écomusée de Marquèze”, al cual exclusivamente se puede acceder viajando durante unos diez minutos en un encantador tren antiguo. La visita, recorrido incluido, merece la pena, pues se trata de una exposición etnográfica de gran interés que se disfruta recorriendo unas amplias instalaciones al aire libre (un auténtico poblado) en la que la presencia de los animales de granja es nutrida. Un plan muy recomendable para hacer con niños.

 Parte de la familia posa ante la máquina del ferrocarril en las
Landas.

Disfrutando de un viajecito en familia.

De todas formas, para no aburrir con más ejemplos, e ir centrando un poco el tema, no quiero dejar de mencionar algunos casos en los que el ferrocarril y la bicicleta hacen buena combinación. Por ejemplo al norte de Manchester, en una población-dormitorio de su extrarradio (Bury) a la que se puede llegar pedaleando desde el centro de la ciudad mediante un difuso carril-bici pintado en la carretera. Allí, se mantiene una línea (“East Lancashire Railway”) que utiliza locomotoras antiguas de vapor y conserva varias estaciones tradicionales. El servicio se supone que es turístico, pero el caso es que ofrece varios viajes de ida y vuelta diarios hacia Rawtenstall, por lo que también podemos considerarlo como opción de transporte romántica. Entre sus clásicos “coches” hay un vagón de carga en el que se pueden alojar las bicicletas. Ya expliqué todo esto con un poco más de detalle hace dos años con ocasión de mi asistencia a la Pendle Vintage Velo.

Locomotora de la lína "East Lancanshire Railway",

Cantabria tiene un modesto servicio ferroviario, sin alta velocidad y con una red de cercanías que, aunque no cubre determinadas áreas de expansión de la población, podría ofertar mucha mayor frecuencia y franja horaria en algunas de las que cubre pero olvida. Sin embargo, su red resulta bastante interesante desde la óptica del potencial uso combinado del tren y la bicicleta. FEVE tiene una línea costera que recorre la práctica totalidad de la cornisa cantábrica y permite el transporte de las bicicletas en sus convoyes, esto facilita acceder con bicicleta de carretera a infinidad de puntos de partida rurales desde los que iniciar, o en los que dar término, a excelentes excursiones o itinerarios. El ejemplo más claro puede ser quizá el poder acercarse en tren, con una bicicleta de montaña, a estaciones francamente próximas al paraíso natural de la Reserva del Saja, que es una extensa área privilegiada para la práctica de BTT. Por su parte RENFE, aún con algunas restricciones, también permite transportar las bicicletas en sus unidades de cercanías, y su línea regional resulta muy interesante por ello, pues discurre por el eje central de la región, ascendiendo toda la cuenca del río Besaya. Esto supone poder ganar altura en el trayecto, ya que esta línea es uno de los singulares ejemplos nacionales en los que los ferrocarriles han de superar más de mil metros de altitud para poder dirigirse hacia el centro de la península. Los trazados sobre raíles en permanente ascenso son difíciles de construir y diseñar, pues a las dificultades orográficas hay que añadir el hecho de que los trenes tienen una muy reducida capacidad escaladora. Los casos nacionales (Granada, Asturias-León…) son ejemplos bastante extremos de esta circunstancia, y así sucede aquí con el tren que recorre las Hoces del Besaya y nos puede transportar (a nosotros y a nuestras bicicletas) a diferentes puntos de interés, para diseñar multitud de recorridos. Tanto las líneas costeras de vía estrecha, como las anchas de dirección norte-sur son recursos que a lo largo de toda mi vida he utilizado mucho en combinación con mis bicicletas. Cada vez menos, cuando mis intenciones son individuales, porque mi autonomía de kilometraje ciclista es mayor. Pero en numerosas ocasiones he organizado excursiones o pequeños viajes, con alumnado o con grupos de amigos de carácter menos deportivo, en los que el recurso del tren ha resultado imprescindible para facilitar la logística. La opción además enriquece mucho tales actividades porque ofrece un buen rato de tertulia relajada y, al menos las líneas a las que me refiero, muestran un paisaje francamente atractivo en todos los casos.

Otra línea de la que se me habrá visto ofrecer referencias en alguna ocasión anterior es la del “Tren Hullero”, “Transcantábrico” o “Ferrocarril de la Robla”. Se trata de un trayecto de vía estrecha que comunica Valmaseda (Vizcaya) con La Robla (León), transitando por la falda sur de la Cordillera Cantábrica. Todo ese territorio constituye un área de muy poca población, inmediata cercanía a las montañas y un clima radicalmente fiel a las estaciones, con muchas posibilidades de nieve en invierno y buen tiempo en verano. El trayecto es ideal para realizarlo en un sentido en bicicleta (mejor en varios días y con equipaje para poder disfrutar de todo con calma) y en tren en media jornada en el de regreso. Algunos escritores han plasmado sus propias vivencias sobre el trayecto en tren, así que podemos considerarlo como una propuesta de viaje temático, que yo nunca me cansaré de recomendar. Por si todo ello fuera poco atractivo (sin mencionar gastronomía, paisanaje, historia…), el ciclista más deportivo tiene la posibilidad de realizar el viaje en etapas linealmente más reducidas, pero que a cambio incluyan escapadas perpendiculares o bucles, internándose en la cordillera en cada uno de ellos, en la búsqueda de infinidad de grandes puertos de montaña.

 Detalle de "arqueología ferroviara" en el entorno del
"Tren Hullero".

La estación de "La Robla" en León.

Más de uno se preguntará a cuento de qué tanto escribir sobre trenes. La razón proviene de mi última escapada ciclista formal, el evento madrileño de La Chichonera, el cual tuvo como principal protagonista al Tren de la Fresa. El asunto me obligaba a regresar a la capital el fin de semana siguiente de mi última estancia allí, y de nuevo, para una permanencia fugaz. Aún así, la invitación era atractiva y, efectivamente, mereció la pena. Convocaban Ana y Daniel (de Bicicletas Clásicas Leo) y la principal singularidad de su evento es que incluye sendos trayectos de ida y de vuelta en el “Tren de la Fresa”, el cual circula entre la antigua Estación de las Delicias en Madrid y Aranjuez. Un ferrocarril de época para un evento ciclista de época. Me parece una combinación encantadora, por lo que no debe de extrañar que, una vez ajustados los asuntos familiares y laborales, finalmente el jueves, me decidiera a participar, aún a costa de tener viajar en coche los dos días seguidos del fin de semana.

La estación madrileña conserva sus encantos exteriores e interiores, más o menos está como fue, pues de hecho tan sólo mantiene activa la línea histórica y no comparte servicio con ningún otro medio de transporte actual. Probablemente por ello la hayan escogido como sede para un museo del ferrocarril. Por la mañana, pude disfrutar de la admiración de varios trenes reales de diferentes épocas que permanecen estacionados en los andenes como contenidos del museo. Me hizo ilusión contemplar un estilizado Talgo de primera generación como aquel que cubría la línea Madrid-Santander en el que alguna vez tuve la fortuna de viajar. Su “cola” panorámica muestra un diseño elegante al más puro estilo norteamericano de los años 50. También me llamó poderosamente la atención un coche muy interesante construido en madera y equipado en un estándar del máximo lujo. El conjunto muestra un exclusivo comedor, compartimentos dormitorio, lavabo y cocina de carbón. Una delicia digna de evocar las épocas en las que algunos ferrocarriles de fama mundial (como el “Orient Express”), constituían en no va más del lujo turístico de las clases más adineradas.

 Fachada de la estación de las Delicias por la mañana.

 Ambiente retro en el andén, cargando las bicicletas en el furgón.

 La "popa" de un Talgo.

Nuestro tren nos estaba esperando en su andén. Disponía de un vagón de carga en el que cuidadosamente fuimos colocando todas las bicicletas. ¡Cuánto echo de menos que los trenes ahora no incluyan un espacio así! o al menos un compartimento en el que poder colocarlas, tal y como ocurría con los “chispas” de cercanías que utilizaba de niño y adolescente en el pueblo, en el que mi bicicleta viajaba junto a las sacas de correos. A medida que fuimos llegando a la  estación nos fuimos saludando unos y otros. Saludando y contemplando, porque el nivel de vestimenta alcanzado por esta cita ha sido espectacular, tan sólo parejo con el de las bellísimas máquinas reunidas. Sentados en nuestro coche, entretenidos con nuestras conversaciones, no había la máquina echado a andar aún, cuando ya dábamos cuenta de las fresas repartidas por las azafatas ataviadas para la ocasión. La verdad es que por poder, bien hubiéramos podido haber añadido a las fresas un café, un refresco, un helado y hasta algún pincho, porque si no nos damos cuenta ni salimos de la estación. Al parecer un problema de colocación y maniobra del conjunto de coches hizo que, tras un evidente retraso inicial, aún nos sugiriesen desalojar el tren y mantenernos a la espera otros tres cuartos de hora, antes de poder iniciar el viaje. La verdad es que, todo hay que decirlo, como ejemplo de recreación de lo que ha sido y aún es la historia de los ferrocarriles en España, la situación resultó de lo más fidedigna. Para mi aquello no supuso pega alguna porque aproveché para visitar un par de salas con contenidos de mi interés y porque me reuní con numerosos amigos con los que solamente lo hago en ocasiones tan especiales. Lo que hubiera llevado mal hubiera sido haberme perdido el trayecto en tren. Lo de la bicicleta me resultaba secundario después de una temporada más de viajes por todas partes.

 Con Juanpe en el "balconcillo" posterior durante el viaje.

Vista interior del "coche nº 1".

Entre los conocidos habituales estaban Manu y Nuria a bordo de un tándem Talbot de los años 50. Ana y Dani (por supuesto), Roberto, Tomás, Toni, Carlos y Luisa, Juanpe y un largo etcétera al que más tarde se añadirían todos aquellos que se unieron al grupo en Aranjuez. Como esto nunca es un inventario de personas, que nadie se sienta despreciado si no lo nombro. El grupo aunaba dos tipologías: la que viene denominándose habitualmente como de época (gente ataviada con ropa antigua de calle o excursión y con bicicletas no deportivas), y los de la marcha retro (bicicletas y ropa clásica pero “de carreras”). El plan oficial era que los primeros realizaran un suave paseo por el entorno clásico de Aranjuez y alguna visita museística. Entretanto, los otros cubriríamos una ruta de carretera de unos 60 kilómetros. Con buen criterio, llegados a Aranjuez, Daniel suspendió la marcha por falta de tiempo (había una hora concreta para el tren de regreso) y fusionó a ambos grupos para el paseo pero sin museos. El mal fue menor y nos ofreció una ventaja, la de constituir un único, nutrido, variopinto y atractivo conjunto, en el que poder compartir jornada con más gente, así como poder disfrutar de bicicletas y estampas ajenas a nuestro grupo previsto. Tengo que decir que tuve el placer de encontrar buenas compañías y entablar algunas charlas interesantes. Ilustré sobre la merca Vipch al interesado portador de una Raleigh de paseo, saludé a un ciclista con el que este año había coincidido ya tanto en la Otero como en la Eroica Hispania, etc. Además, por supuesto, me reuní con Alejandro o con Martín, buenos amigos a los que veo mucho menos de lo que me gustaría y que acudieron acompañados por sus respectivas familias.

 Linda pareja: estilosa ella y deportivo él.

Dos hermanas Peugeot de los 80, hermanan
fácilmente a dos encantadores ciclistas, y lo
que es más difícl a dos escuadras francesas
enemigas.

Charlando amigablemente con Tomás (Foto: Martín).


El paseo tuvo pedaleos tranquilos, fotos y vistas agradables, y pronto acabó para permitirnos tomar un aperitivo de lo más social y después disfrutar de una agradable comida en El Rana Verde, restaurante histórico de la localidad. Mi mesa estuvo entretenida y disfruté en ella de muy buena compañía. Al acabar la comida, tras la habitual entrega de premios y sorteo, un amenazador viento arremolinado nos echó de allí a todo correr, con amenaza inminente de lluvia y con peligrosa precipitación real de ramas de considerable tamaño. El resto es fácil de imaginar, un poco más de tren, fugaz despedida y conducción hasta el norte.

Aunque pueda parecer que el componente ciclista tenga poco que resaltar en esta ocasión, nada más lejos de la realidad, por eso he preferido dejarlo para el final, pues más que contar con pelos y señales un evento en el que lo que primó por encima de todo fue la relación social y el fluir de la conversación por todas partes, quiero resaltar algunas otras cosas no menos interesantes. De las conversaciones salieron planes, ideas, citas, datos, contactos, teorías y amistades algo más afianzadas. Todo ello tiene mucho valor para quienes allí estuvimos, pero poco sitio en una crónica de este estilo. Pero esos otros aspectos a los que si me quiero referir, creo que pueden ayudar a comprender el porqué de la importancia de la reunión.

En el evento había bastante gente a la que yo no conocía de nada. Creo que la mayoría de ellos formando parte del grupo de “época”. Por su elegante aspecto y lo cuidado de sus bicicletas, sospecho que provenían del círculo de influencia de Dani (o de bicicletas clásicas Leo). En cuanto a los “ciclistas”, casi todos eran conocidos míos, pero en cualquier caso, su atuendo y conjunto material era apropiado y cuidado, buscando más la ambientación que el rendimiento o la eficacia. La cuestión es que integrando a unos y otros, el colectivo dio muestras de una elegancia irreprochable. He estado pensando bastante sobre ello y me atrevo a sentenciar que con toda probabilidad, en cuanto a ropa y bicicletas, esta cita haya resultado la de mayor nivel estético de todas aquellas a las que he asistido esta temporada. Había bicicletas preciosas y variadas, vestimentas perfectas y Aranjuez, la estación de las Delicias, El Rana Verde y el propio Tren de la Fresa cumplieron a las mil maravillas sus funciones de escenario. Disfruté del ejercicio estético completo, de hecho, aunque me sentía satisfecho de mi conjunto “deportivo”, eché de menos alguna de mis bicicletas “ciudadanas vintage” y vestimenta acorde con ella. Mi plan original había sido haber acudido allí acompañado por Myriam, ambos listos para la concentración en vez de para la marcha, pero su trabajo lo impidió esta vez. Me gustó formar parte de este ejercicio estilístico tan logrado, que quizás en algunas otras ocasiones queda mermado en intensidad por cierta tendencia que algunos ciclistas “deportivos” muestran en aferrarse a los límites superiores de fechas de fabricación señaladas para las bicicletas, sobrepasarlos impunemente en el caso de algunos accesorios, o restar importancia a la apariencia retro. Sobre este asunto volveré la semana que viene, en un capítulo en el que he decidido que voy a filosofar un poco. Antes quiero destacar que es posible, de todas-todas, combinar la exigencia de esfuerzos deportivos ciclistas ambiciosos (o durísimos) con máquinas, equipamiento, avituallamiento y vestimenta antiguo. Nuestra actividad lo viene demostrando desde hace tres años (Larrau, Tourmalet, Fuente del Chivo, Salamanca-Madrid, Eroica Hispania “larga”, etc. son pruebas de ello). Por lo que la dureza no es disculpa para saltarse a la torera la esencia de lo que puso en marcha todo este asunto: el culto a las bicicletas clásicas.

Ana y Daniel irradian buen gusto. Lo transmiten con sus ideas, la concepción de su “neg-ocio” (Leo), sus bicicletas, sus amistades y su evento. El resultado quedó demostrado en La Chichonera, y a mí me gustó reencontrarme con un “chute” de ciclismo vintage estético intachable. No todo vale, o no todo debería valer. En Italia este campo de afición lleva ya muchos años de adelanto, y algo habrá pasado cuando, de un tiempo a esta parte, ya aparecen eventos en los que las restricciones aumentan y algunos se diseñan en exclusiva para bicicletas aún más antiguas (pioneras) y con “reglamentos” de actuación ciclista radicalmente obsoletos (como si Henri Desgrange hubiera levantado la cabeza). Y me estoy refiriendo a pruebas “deportivas” de bastante dureza y amplio kilometraje.

Estilo

Clase (Foto: Carlos A).

¡Feliz cumpleaños!

El ferrocarril nos brindó esta vez un hermosísimo viaje al pasado. La lana, el algodón, el lino, el tweed, la franela o el loden, contrastaron con el raso, las puntillas, los tacones o las medias de seda. Todo ello con banda sonora de risas, chirridos metálicos, bocanadas de vapores, traqueteo, brisa y demás. Los tejidos, cuya confección a gran escala fuera el motor de arranque de la Revolución Industrial en Gran Bretaña, maridó excepcionalmente con las tuberías de acero Vitus, Reynolds, Columbus y demás. El juego funcionó. Mi enhorabuena a organizadores y participantes.

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