El ciclismo
deportivo siempre ha estado muy ligado a la escritura. En realidad el ciclismo
de carretera de competición. Tanto el de las grandes vueltas, el que goza de la
atención preferente del público español, como el de las clásicas de un día, que
enardece las pasiones de los aficionados centroeuropeos y transalpinos. La
mayor parte de las grandes carreras de siempre nacieron apadrinadas por la
prensa escrita. Sus fundadores supieron ver que ambos mundos podían
beneficiarse mutuamente. El ciclismo generando épica deportiva, anecdotario,
tragedia y drama. Los diarios dando forma literaria a todo ello, soporte físico
a las historias y difusión mediática extensiva. Y ambos mundos, de la mano,
enganchando al público, fidelizándolo, como ahora dicen.
En otros
países con diferente cultura ciclista, no necesariamente mayor o menor, pero si
distinta, además de la escritura periodística, abundan, desde hace tiempo, los
títulos de libros dedicados a todo ese ciclismo, la literatura ciclista propiamente
dicha. Me refiero a Francia, Bélgica, Italia, etc. incluso Gran Bretaña o los
EEUU. Sin embargo no era el caso de España. Aquí, hasta hace menos de una
década, apenas había un puñado de libros publicados sobre temática ciclista
(descontando manuales técnicos o guías para viajes). Además de pocos, cuando
uno se enteraba de la existencia de algún otro que se le había despistado,
cuando lo intentaba localizar se encontraba que, al tratarse de una edición
tímida, poco distribuida, corta y mal publicitada, estaba ya completamente
descatalogado.
Pero el
panorama cambió a mitad de década (aproximadamente). La bicicleta se puso de
moda (una vez más, pues a lo largo de la historia su popularidad ha mostrado
una evolución cíclica) y su expresión deportiva principal, la carretera,
también. Ello hizo que fueran varios los agentes que apostaran por la
publicación de libros de temática ciclista: sobre todo autores y editores. Así
se multiplicaron los títulos e incluso aparecieron colecciones específicas,
líneas editoriales al respecto o editoriales independientes especializadas en
ciclismo. Gracias a ello, algunos aficionados ciclistas se acercaron a la
lectura (supongo que no muchos que no fueran ya lectores), pero, sobre todo,
muchas personas con la doble afición del ciclismo y la lectura pudieron
satisfacer, con cierta frecuencia, el deseo de poder atender a ambos intereses
simultáneamente.
Todo hay que
decirlo, con la abundancia también aparecieron algunas pegas menores: cierta
saturación de la oferta, algo de propensión al cansancio lector monográfico y
la irrupción de algunos textos de más que dudosa calidad, que probablemente
hayan nacido de las prisas, el oportunismo o el “todo vale”. En cualquier caso,
todos ellos males menores que no empañan la buena noticia que supone que
nuestro país se haya normalizado, incorporándose al grueso de estados que
disfrutan de verdadera literatura ciclista.
Entre un grupo
de escritores de nueva generación que se han visto seducidos por la llamada del
ciclismo se encuentra mi amigo Marcos. Marcos Pereda tiene bien merecida la
consideración de escritor. Maneja con soltura, gracia y acierto el formato
periodístico, la columna de opinión, el artículo y, desde luego, el libro. Y
escribe sobre lo que se le antoja y apetece, lo cual genera temáticas diversas.
A pesar de eso, mejor dicho además, ha sido capaz de crear su propia línea de
libros sobre ciclismo de carretera. No una línea formal y planificada, sino una
sucesión de títulos que, nacidos de sus inquietudes y creatividad, han ido consolidando
cierta inercia temática que espero que no se vea interrumpida. Prueba de que lo
suyo no parece una intención estratégica de mercado y especialización es que,
de los tres estupendos títulos que tiene publicados hasta este momento, cada
uno de ellos ha sido lanzado al mercado por una editorial diferente.
Únicamente voy
a nombrar dichos libros, sobre todo porque estoy seguro de que la mayor parte
de mis lectores ya los conocen, y es probable que los hayan leído todos o
alguno. En cualquier caso, los recomiendo, Todos ellos me parecen mucho “más
que palabras”. Por orden de aparición han sido: “Arriva Italia. Gloria y
miseria de la nación que soñó ciclismo”, “Periquismo. Crónica de una pasión” y
“Una pulga en la montaña. La novela de Vicente Trueba”. El primero un completo
y emocional ensayo sobre la época más legendaria del ciclismo italiano; el
segundo una incisiva radiografía sobre la transición económica, cultural y
deportiva española a través de la figura de Perico Delgado; y el tercero un
ejercicio de divulgación de ciclismo pionero en formato de novela.
A Marcos lo
veo bastante. Nos juntamos en sus presentaciones o las mías. Quedamos de vez en
cuando para tomar un café. Además, nos mantenemos algo al corriente en algunos
asuntos de interés para ambos, e incluso nos apoyamos mutuamente de modo
discreto. Hemos estado varias veces sentados juntos en diversas mesas redondas
dedicadas a la literatura ciclista, y siempre que ha sido así, me lo he pasado
estupendamente disfrutando del momento y su compañía. Y en este sentido, he de
decir que siempre se puede contar con él. Es de esas personas que asiste a los
eventos de los demás, que no va exclusivamente a lo suyo, algo que empieza a
ser demasiado frecuente en la actualidad.
Precisamente,
cuando presenté mi libro “Metiendo Cantos” en la librería Gil de Santander,
como uno más, mezclado entre el público asistente, enseguida me percaté de la
presencia de Marcos. Lo agradecí mucho interiormente. Su asistencia al acto
implicaba muchas cosas: intención, atención, deferencia, interés, cierto
afecto, reconocimiento, etc… todo ello en el simple hecho de estar allí. ¡Más
que palabras!.
Marcos
Pereda. (imagen: Diario Montañés).
La cuestión es
que aprovechando la ocasión, el muchacho apareció con unos maillots viejos para
regalárnoslos a otro amigo y a mí. Los tenía hacía tiempo, pero no eran de su
talla, y entendía que, quizás, tuvieran mejor uso en nuestras manos. A mí me
tocó en suerte uno rojo de punto, correspondiente al Gran Premio de la Montaña
de la Vuelta a Cantabria. Dicha carrera fue una de las vueltas por etapas más
antiguas de la península. Probablemente (perdónenme porque no estoy
completamente seguro de ello), la cuarta (empatada con la Vuelta a Andalucía), después
de la Volta a Tarragona (1908), Volta a Catalunya (1911) y Vuelta al País Vasco
(1924), pues la ronda Cántabra se celebró por primera vez en 1925. Y aunque
tuvo algunas interrupciones, se ha mantenido presente durante la mayor parte
del tiempo. A lo largo de su historia ha mutado algo de categorías. La mayoría
de sus ediciones estaban reservadas para los ciclistas profesionales, con un
impasse centrado en la categoría amateur, pero ahora mismo se disputa en élite/sub
23.
Recorte de prensa de la Primera
Vuelta a Cantabria. (Imagen:Aku, Periódico La Nación; Madrid-16 de
septiembre de 1926. Encontrada en humaraobregon.blogspot).
Encontrarme de
repente con un maillot tan cargado de connotaciones emocionales, geográficas,
deportivas, añejas y geográficas me hizo reflexionar un poco sobre el
significado inmaterial de la prenda. Me la había regalado un excelente narrador
de historias ciclistas. Originario, además, de la cuenca del Besaya, cuna de
muchos personajes muy importantes del ciclismo español (Trueba, Sainz, Freire,
etc.), comarca apodada como “La Montaña”. Se trataba de un maillot oficial e histórico
de la Vuelta a Cantabria, con todo lo que ello implica para mí, que de pequeño
la vi pasar por delante de la casa de mi abuela, cerca de Reinosa, con
corredores como Ocaña y otros del KAS pedaleando delante de mis narices. En una
época en la que los chiquillos imaginábamos las batallas del Tour de Francia
componiendo recreaciones mentales fantásticas, nutridas con los relatos que los
mayores nos leían de la prensa. Y para colmo, correspondía al Gran Premio de la
Montaña. Conclusión ¡tenía que hacer un homenaje!.
La primera
idea que se me ocurrió fue la de escoger un puerto muy especial y ascenderlo
sobre una bicicleta clásica con el maillot puesto, para hacerme una foto en la
cumbre y enviársela a Marcos como detalle de agradecimiento. El problema es que
me decanté por un puerto extremadamente duro, y al cual, para acceder, antes
tenía que dar cuenta de otro. Todo ello en una época de mínima dedicación
personal a la bicicleta. No, tras un primer intento, decidí coronar la
aproximación y darme la vuelta, ya me acercaría al brutal puerto en cuestión en
coche. Así pues, aplazando el homenaje, me encontré habiendo estrenado el
maillot con un ascenso que, si bien resulta asequible, está cargado de simbolismo
e historia del ciclismo regional: Alisas. Aquello me hizo pergeñar otra idea
algo más ambiciosa: por qué un único puerto, mejor tres. Tres ascensiones que,
por diferentes motivos, dotaran de mucha mayor potencia simbólica al homenaje.
Y así fue como decidí embarcarme en tres escaladas independientes: la de Alisas
“norte”, la de Peña Cabarga y la de Los Machucos “este”.
Alisas es un
puerto clave para el ciclismo cántabro. Su ascensión ha estado presente en la
historia del ciclismo regional desde el momento en que los pioneros empezaron a
emplear las carreteras para competir, dejando de lado, poco a poco, las pistas
y circuitos urbanos de la capital. Aquello ocurrió en 1897, con la celebración
de una carrera con recorrido Santander – Liérganes – Santander. Aun no se
subían puertos, pero la querencia ya se adivinaba, pues Liérganes es localidad
principal cercana a Alisas. El debut competitivo del puerto llegó en 1914, pues
el paso fue incluido en el trazado de la primera “Vuelta a Santander”. Se
trataba de una carrera en línea, de 125 km que, intencionadamente, incluía un
puerto significativo. Y aquel no fue otro que Alisas, ascendido desde la Cavada
(vertiente norte).
“Los corredores aún no llevan en el manillar los
bidones de bebida. Tienen la clásica cantimplora de explorador y en sus
bolsillos llevan unos trozos de buen pan blanco, perforado para meter carne y
fiambre. Unas friegas de embrocación, dadas en la misma casa de huéspedes, los
tubulares cruzados por la espalda y unas prudentes advertencias, bastan para
que se coloquen en fila, atentos a la bandera que Paco Sánchez mantiene en
alto”.
(Fermín Sánchez González (Pepe Montaña), 1948).
Desde aquel
momento el paso por Alisas, en cualquiera de sus dos sentidos, ha estado
presente en cientos o miles de carreras ciclistas de toda índole y categoría,
en marchas ciclistas, etc. Por ejemplo, en la “Vuelta a Santander” de 1930,
aquella que ganó Cañardo, seguido de Dermit, con Vicente Trueba tercero y
Montero cuarto. Con respecto a la Vuelta a España, Alisas ha formado parte de
su recorrido en muchas ocasiones. Ya lo hizo en la primera edición, la de 1935,
en la etapa Santander-Bilbao. En aquella ocasión Amberg coronó en primer lugar,
seguido por Fermín Trueba dos minutos después, tras recortar cuatro al primero,
que había llegado a pie de puerto con un margen de seis minutos. Pero, además
del múltiple paso de carreras por el puerto, Alisas es territorio de
entrenamiento. Es una ascensión relativamente próxima a Santander, lo cual hace
que sea escenario de los esfuerzos solitarios o colectivos de múltiples
ciclistas aficionados, corredores, chavales y turistas en bicicleta. Quizás por
ello, y por algunos otros detalles, Alisas fue, durante muchos años, una
referencia utilizada como test de rendimiento ciclista. El primer récord del
que he encontrado referencia data de 1921 y fue establecido por un tal Antonio
García. Desde entonces hasta ahora, son miles los ciclistas que se han tomado
tiempo de modo particular, o han sido cronometrados durante su ascensión
(mayoritariamente por la vertiente norte). En 1932, en plena Fiesta del pedal
de La Cavada, se improvisó una cronoescalada en la que Vicente Trueba tomó
parte, fuera de concurso. Estableció un nuevo récord, dejándolo en 25 minutos.
Cuando en los años ochenta y noventa del siglo XX me dedicaba a llevar la
preparación de bastantes ciclistas y triatletas, el cronometraje de la
ascensión a Alisas era muy popular en las rutinas de los deportistas. En la de
todos los del ámbito geográfico de Santander y casi toda la costa oriental de
la provincia. Personalmente contaba con una buena base de datos de ciclistas
propios y ajenos, de diferentes categorías y distinto nivel de resultados
competitivos. De esa forma, me resultaba fácil catalogar “de primeras” a un
atleta, con una “evaluación inicial” ascendiendo este puerto. De igual modo, la
evolución de su estado de forma podía ser puesta a prueba en sus rampas. El
problema de ese sistema tenía que ver con un par de cuestiones. Por un lado,
con el margen de fiabilidad que uno podía dar a los tiempos que decían que
habían hecho determinados ciclistas ajenos, y por el otro, con el punto exacto
de inicio del cronometraje, que, en nuestro caso, siempre era un disimulado
puentecillo situado bajo una curva hacia la derecha a partir de la cual la
pendiente se empina claramente. En aquella época se rumoreaba que el mejor
tiempo de ascensión pertenecía a Gonzalo Aja, y había sido tomado en plena
carrera. Pero, vete tú a saber…
Ascensión a Alisas en la Vuelta a España de 1986. Por orden de posición: Eduardo Chozas, Sean Kelly y Enrique Aja. (Imagen: "Baroncheli" en forodeciclismo.mforos).
Peña Cabarga
domina la bahía de Santander. Es una montaña característica que puede verse
desde casi cualquier punto del litoral de dicha bahía, así como desde muchas
zonas de la ciudad. Su máxima cota es el denominado pico Llen, que alcanza los
569 metros de altura sobre el nivel del mar, lo cual, en este caso, resulta de
lo más literal, pues la base de la montaña está bañada por las rías de
Astillero (la de Solía y la de Tijero). Esto hace que, pese a que su altitud
sea modesta, el desnivel sea íntegro, esos quinientos y pico metros en poco
kilometraje. La cumbre es una explanada asfaltada sobre la que se asientan dos edificios
puntiagudos: una instalación de telecomunicaciones y, un poco más arriba, un
pirulí denominado “monumento al indiano”. Este último se ha convertido en todo
un icono regional, de la bahía, santanderino y, por encima de todo, de la
propia Peña Cabarga.
Desde el punto
de vista ciclista, su ascensión ha sido utilizada en numerosas ocasiones como
escenario espectacular en múltiples carreras y marchas cicloturistas. De entre
todas ellas, destacan dos: como final de etapa, o en versión de cronoescalada,
en varias ediciones del prestigioso Circuito Montañés (prueba internacional por
etapas para categoría de aficionados); y como final de Marcha Cicloturista Peña
Cabarga, organizada con mimo por el exciclista Enrique Aja. Pero, a nivel
nacional, “la Peña” (como acostumbra a llamarla gran parte del alumnado del
Instituto de Heras, que está situado en la base de su falda) ha estado presente
en la Vuelta a España en cinco ocasiones, siendo todas ellas final de etapa
(difícilmente podría ser de otro modo, teniendo en cuenta que no tiene más que
una carretera por la que acceder a su cima). La primera vez en 1979 con
victoria de Ángel López del Álamo, enrolado en el CR Colchon-Atun Tam, en la
que fue su única victoria de etapa en toda su carrera profesional. La general
la ganó Zoetemelk, que aprovechó la etapa para alzarse con un liderato que ya
no soltaría, en una edición en la que hubo una presencia extranjera bastante
destacada. Tras aquella visita, la vuelta no volvió al pirulí hasta el siglo
XXI, más concretamente, hasta la segunda década de este. Aunque desde entonces
hasta ahora, la incluido cuatro veces en su recorrido. Las cuatro con victoria
de corredores del más alto nivel (o casi). En 2010 ganó Joaquim “Purito”
Rodríguez, todo un “crack” que, más o menos a partir de aquella temporada,
empezaba a demostrar al mundo lo que iba a ser capaz de hacer. Aquella Vuelta
la Gano Nibali, que, al igual que Zoetemelk en la anterior ocasión que pasaron
por allí, consiguió el liderato una vez finalizad la etapa (lo perdió temporalmente
unos días después, pero acabó ganado la Vuelta). Al año siguiente, 2011, Peña
Cabarga vivió una espectacular jornada de ciclismo con un mano a mano, a vida o
muerte, entre los dos máximos aspirantes a ganar la ronda: Chris Froome y Juanjo
Cobo. Ante la presencia de miles de espectadores encaramados en las laderas del
macizo kárstico, ambos corredores estuvieron dándose hachazos a lo largo de
toda la ascensión, especialmente en las rampas finales, las más duras de todas.
Al final ganó el británico (por escasos segundos), pero “el Bisonte de la Pesa”
mantuvo un liderato que acabó valiéndole la Vuelta (ganó la general por 13
segundos de diferencia con Froome). Así estaban las cosas el día que escribía
este párrafo. Pero un poco más tarde, en el noticiario televisivo de la
sobremesa, saltaba la noticia de que la UCI sancionaba a Cobo por haber
detectado irregularidades en su pasaporte biológico. A consecuencia de ello,
ocho años después, desposeía al ciclista cántabro de su triunfo en la Vuelta
del 2011, adjudicándoselo a Froome, que mientras tanto estaba hospitalizado,
hecho un cuadro, a causa de haberse estrellado en bicicleta mientras reconocía
el recorrido de una carrera. Con el palmarés ciclista nunca se sabe, es algo
que puede llegar a cambiar con el paso del tiempo. El corredor del Sky volvió a
vencer la etapa de Peña Cabarga en la edición de 2016, aunque tampoco esa vez
le sirvió para ganar la Vuelta (“en directo”), ya que ésta cayó en manos de
Nairo Quintana, quien también mantuvo su liderato al finalizar la etapa. Entre
medio de las dos victorias del poderoso corredor de origen sudafricano, Peña
Cabarga fue testigo de la victoria de Vasil Kiryienka. El bielorruso del Sky ha
demostrado ser un corredor potente a través de un palmarés de CRI bastante
brillante, que incluye una medalla de cada metal, en tres campeonatos del mundo
de la especialidad. Aquel día Nibali consiguió mantener un liderato de la
general que traía desde muchas etapas atrás pero que perdería, de forma
definitiva, al día siguiente, quedando relegado al segundo puesto final, en
favor de la victoria de Chris Horner.
Juanjo Cobo seguido de Chris Froome afronta la ascensión a Peña Cabarga, para deleite de miles de aficionados. (Imagen: origen desconocido ¿video?, publicada en "con D de deporte").
Aparte de la
utilización de las rampas de Peña Cabarga como escenario de competiciones
oficiales, su vinculación con el ciclismo muestra otra vertiente de interés. La
dureza de la ascensión integral en sí y, sobre todo, la presencia de un buen
número de rampas de muy alto porcentaje, hacen que se convierta en un reto
personal llamativo para cualquier ciclista, e incluso para cualquier persona
dispuesta a afrontar una bravuconería, una apuesta arriesgada, etc. Si a ello
añadimos su permanente presencia ante los ojos de Santander y su cercanía y
accesibilidad, el Pico Llen alcanza la categoría de reto personal clásico o
popular de la región. Da igual cuánto uno tarde, ¿eres capaz de subirlo sin
echar pie a tierra, o no?.
El tercero de
los puertos elegidos, los Machucos, en realidad proviene de una “venida arriba”
del presidente regional Revilla, cuando prometió a los presentes, en la
celebración de una festividad local, que construiría una carretera para
comunicar las inmediaciones de Calseca (Miera) con la Bustablado (zona de
Arredondo). Conozco un testigo presencial de aquella escena transcurrida en las
campas que rodean el monumento a la Vaca Pasiega. Según su versión, que no
pongo en duda, el político disfrutó de la fiesta, del peloteo de la gente y
escuchó algunas de sus reivindicaciones lanzadas al aire sin protocolo. El vino
blanco fue haciendo su efecto y el hombre del mostacho se sintió empoderado y
lanzó una de sus múltiples y mediáticas promesas (sobre cuyo cumplimiento o no,
sabe ya mucho la población regional). En esta ocasión sí que lo hizo (en cierto
modo), asfaltando la pista existente y catalogándola como carretera. Al
conservar el trazado original, el resultado mantiene unos cuantos muros que
superan con holgura el 20% de pendiente. Es más, hay tramos de la “carretera”
que, por la seguridad y utilidad real de los vehículos que por ella se adentren
hacia el puerto, tienen un lecho de hormigón rayado en vez de asfalto, porque
en caso contrario, con el pavimento mojado, resultarían difíciles de superar a
causa del deslizamiento y la precariedad de agarre de los neumáticos.
Cuestiones políticas aparte, el resultado es otra carretera de montaña más en
la región, francamente bonita, prácticamente sin tránsito e ideal para plantear
alguna “burrada” ciclista. Por eso ha triunfado en la Vuelta a España desde que
se estrenó en 2017. En aquella ocasión la victoria fue para Stefan Denifl
(Acqua Blue), fruto de haberse quedado solo, tras las sucesivas bajadas de
rendimiento de los compañeros de una fuga consentida por el pelotón. Pero por
detrás hubo batalla, pelea entre los gallos y figuras de la carrera. Froome era
el líder de una Vuelta que finalmente acabó ganando (la primera “en directo”,
ahora la segunda, tras la adjudicada “en diferido” a causa del caso Cobo). Pero
en los Machucos pudimos ver sufrir a Froome. Lo pasó mal, pues llegó a
descolgarse ligeramente, en varias ocasiones, del grupo de favoritos que
respondía como podía a un valiente Contador, que se había ido por delante.
Hacía mucho tiempo, y desde luego no en los últimos “Tours” de Francia, que no
podíamos ver en Froome algún resquicio de debilidad o una mínima fisura en su
superioridad. El ganador de aquella Vuelta perdió algo más de un minuto con
respecto a un bravo Contador que supo despedirse del profesionalismo con muchas
muestras de combatividad a lo largo de toda la carrera. Por detrás, Nibali,
López y Zakarin, sacaron 42 segundos al británico. En favor de Chris Froome hay
que subrayar que siempre ha declarado su pasión y admiración por la ronda
española, alegando que le resulta especialmente motivadora a causa de su
dificultad intrínseca y su combatividad. No le falta razón si nos atenemos a
las dificultades que ha encontrado para ganarla, o a las diferencias que ha
logrado con respecto a sus competidores. Nada que ver con sus incuestionables
victorias en el Tour.
Alberto Contador, en solitario, en una de las duras rampas de Los Machucos. (Imagen:
Instagram, cuenta acontadoroficial).
Cuando unas
líneas antes mencionaba que los Machucos han triunfado como etapa de la vuelta
a España, se explica porque, pese a haberse disputado dicho puerto en una única
ocasión, el éxito deportivo y de público fue tal que se ha vuelto a programar
para la Vuelta de 2019. En concreto para la decimotercera etapa entre Bilbao y
Santander, la cual pasará antes por cuatro puertos de tercera categoría y dos de
segunda. Por cierto que uno de ellos será Alisas, ascendido por la vertiente
contraria a la propuesta en mi homenaje, aunque en la ocasión anterior, la del
ataque de Contador, sí que lo subieron por el norte, y además justo antes de
acometer las terroríficas rampas de los Machucos.
Justificada la
elección de los puertos, ha llegado el momento de describir la experiencia del
homenaje, la cual llevé a cabo en tres jornadas independientes entre sí. Determinado
el maillot, tenía que decidir qué bicicleta emplear para mis ascensiones. Tenía
claro que iba a ser la misma para todas ellas y que sería una clásica. La
selección fue fácil aplicando un primer criterio: la que me ofreciera el
desarrollo más blando posible. Y esa, actualmente, es mi bicicleta original, la
primera “de corredor” que tuve, una Razesa que compré a Otero en Madrid en 1984
y con la que antaño hice muchos viajes. También es la bicicleta con la que me
inicié en el mundo del ciclismo retro y creo que, de largo, la que más he
utilizado para participar en eventos, quedadas o planes privados de ciclismo
clásico. Por el terrible desgaste de sus platos, hacía pocos años que la había
cambiado el movimiento central, aprovechando la ocasión para montar un triple
plato Stronglight. De ahí, las nuevas posibilidades de su desarrollo. Es una
bicicleta bastante pesada, pero que funciona perfectamente y que me resulta muy
cómoda. Además, aprovechando la motivación del homenaje, me animé a hacerla un
“restyling” parcial que tenía pendiente desde hacía bastante tiempo.
Alisas lo he subido
muchas veces. Incontables. Me queda muy a mano desde de casa, por lo que ir y
volver se convierte en una habitual sesión de entrenamiento natural. Además, su
paso hacia la otra vertiente forma parte de un buen puñado de itinerarios algo
más largos y exigentes que también acostumbro a completar de vez en cuando. Lo
he ascendido solo o acompañado y con muchas bicicletas diferentes. Me conozco
su trazado casi de memoria, y aunque es un puerto bonito y muy entretenido,
últimamente procuro evitarlo porque me tiene un poco aburrido. Además, sé que
cada poco tiempo me toca volver a subirlo porque, cada vez que mi cuñado
Bernardo viene desde Francia a visitarnos, me pide que volvamos allí en
bicicleta. Aunque este hombre ha desarrollado toda su vida académica y la mayor
parte de su trayectoria profesional en Francia, sus recuerdos de niñez y
temprana juventud están totalmente vinculados a Santander y a Galizano. Y al
ciclismo, deporte que siempre le ha apasionado y que practicaba de chaval. Desde
entonces, Alisas ha sido para él una constante referencia sentimental y
deportiva, un escenario al que permanentemente quiere regresar… para sufrir, o
disfrutarlo de modo ligeramente masoquista. Al contrario que otros, que lo
buscan cada 31 de diciembre, para brindar con cava en su cumbre, despidiendo el
año viejo y dando la bienvenida al nuevo. En una ocasión me junté a ellos,
algunos de los cuales vestían galas vintage y montaban máquinas retro. Recuerdo
que aquella vez hacía una surada muy fuerte, que nos dio más de un susto
durante el descenso.
Tal y como
confesé antes, mi primera intención había sido la de hacer el homenaje en los
Machucos y punto, aunque para ello pensaba salir desde casa en bici y regresar,
dando una vuelta circular y muy interesante, aunque bastante dura. Aquello
implicaba dar cuenta primero de Alisas y enfilar los Machucos tras su descenso
por el otro lado. No contaba con un par de factores que me encontré en contra.
El primero fue una jornada de muchísimo calor. Uno de esos escasos días en los
que en el Cantábrico nos advierten de que las temperaturas podrán llegar a ser
incluso peligrosas para personas poco acostumbradas. No es algo que me asuste,
y tampoco que me afecte especialmente, ni siguiera vistiendo un maillot corto de
punto, pues he descubierto que resultan bastante eficaces tanto en situaciones
de calor como de frío. Lo que les va fatal es que se mojen con la lluvia, pues
cogen mucho peso y acaban colgando por todas partes. Así pues, salí animado de
casa, estrenando con agrado los arreglos aplicados a mi querida bicicleta y
disfrutando de esos recorridos tan secundarios que siempre procuro elegir.
Además, apenas transcurridos unos minutos, me encontré con un afable ciclista
que se me emparejó y me procuró una constante charla. Tras interesarse por mi
bicicleta, mis “pintas” retro y mis intenciones de ruta, me contó muchas cosas,
e incluso me hizo alguna pregunta técnica. El hombre debía de estar muy a gusto
con el encuentro pues me acompañó hasta La Cavada, más allá de su destino, e
incluso me enseñó un desvío tranquilo y agradable, para circunvalar Solares y
sus inmediaciones del sur. Tras la despedida, inicié tranquilamente la
aproximación a Alisas, que aunque forma parte del perfil del puerto, yo soy de
los que no lo consideran como tal, pues contiene muchos descansos y sus cuestas
son muy livianas. Sin embargo, cuando empezó la subida de verdad, enseguida me
percaté de que no iba bien. No era un problema de piernas. Tampoco de “caja”.
Más que fatiga era incomodidad orgánica, no postural. Algo difícil de explicar.
Una especie de falta de ganas, de falta de vitalidad, acompañada de un leve
dolor de cabeza. Seguí subiendo con calma, y aunque me mantuve haciéndolo con
el plato mediano puesto, las sensaciones no mejoraron, por lo que concluí
admitiendo que aquel no era “mi día”. A mitad de camino tomé la decisión de
abortar el intento a los Machucos, porque se me antojaba inviable en ese
estado, aunque ya puestos ¡qué menos! rematé el ascenso de Alisas. La lástima
era que llevaba puesto el maillot del homenaje y, además, hacía un día
precioso, por lo que, una vez en la cumbre, a la cual accedí sin mayores
problemas, tomé algunas fotografías y tuve la ocurrencia de ampliar el homenaje
a las tres cimas ya descritas. Con la idea en la mente, más ambiciosa y mucho
más atractiva, disfruté de la bajada y regresé tranquilamente a casa, donde,
consultando con la experta del hogar para cuestiones sanitarias, encontré la
explicación a mis negativas sensaciones. Resulta que la víspera de aquel
pedaleo, me habían puesto una inyección de antihistamínicos, algo que, según
parece, bien pudo ser la causa de aquellas peculiares sensaciones, por lo demás
nada alarmantes. Gracias a ello, al mal día o la inyección, a este
relato-homenaje, le quedan dos puertos por ascender.
Retrato en el puerto de Alisas.
En La Cavada hay un monumento y una placa dedicados a la memoria de Vicente Trueba.
Hasta hace
algunos años procuraba acercarme a intentar subir Peña Cabarga una vez al año.
Aunque llevaba bastantes años consiguiéndolo, la verdad es que de un tiempo a
esta parte lo tenía abandonado. No me atraía pelearme con un puerto tan
“violento”, que no me iba a aportar ningún logro más. Además, a mi edad, su
ascensión únicamente la acometo si puedo disponer de desarrollo “más que
suficiente”. De todas formas, Peña Cabarga lo he coronado mejor de mayor que de
joven. La razón no es otra que haber aprendido a superarlo “en defensa propia”.
Es decir, despacio, ahorrando lo máximo posible y tratando de no “dar palo al
agua” hasta que las rampas más duras de su parte final hacen que tal
tratamiento resulte ya imposible, por muy despacio que vayas. La última vez que
había subido Peña Cabarga fue para acompañar a Ander Izaguirre (otro escritor
que nos aporta “más que palabras”) cuando hizo pasar su “Tour del plomo” por
Cantabria. Aquello fue una especie de gira por librerías de España presentando
su magnífico libro “Plomo en los bolsillos”. Ander tuvo la feliz idea de
ascender un puerto mítico de cada localización, y hacerlo en plan quedada con
algunos de los lectores locales. En Peña Cabarga fuimos pocos (creo que cuatro
con él incluido). Me pilló de sopetón, pero me animé a subir y lo conseguí, y
no me tuvo que esperar mucho arriba.
Hace algunos años, Ander Izaguirre peleando el ascenso a Peña Cabarga en su "Tour del plomo". Algo más atrás, desenfocado y con maillot azul, sigo su escalada como puedo.
En esta
ocasión elegí una mañana cualquiera. No estaba entrenado específicamente en
bicicleta, pero tampoco desentrenado del todo. Y sí lo suficientemente
descansado. Aunque habían pronosticado buen tiempo, el sol no acababa de lucir.
El día se presentó brumoso. Lo suficiente como para que la sierra de Peña
Cabarga no fuera visible desde mi casa. Y eso que, en condiciones de cielo
despejado o nubes altas, la montaña se contempla perfectamente y bastante
cerca. Me puse el maillot del homenaje y me monté en la misma bicicleta. La
aproximación fue corta y muy cómoda, escogiendo carreteras secundarias
habituales, e improvisando un atajo-enlace a través de un polígono industrial
aún poco desarrollado. A unos 5 o 6 kilómetros del pie de puerto, el sol empezó
a hacer acto de presencia. Lo hacía con ganas: mucha luz y evidente aumento de
la temperatura. Por fin, tras algunos repechos arriba y abajo, alcancé el
antiguo cruce en el que se inicia la subida. Un cruce que actualmente se ha
convertido en rotonda. El punto de partida plantea un posicionamiento habitual
ante la vida. Desde su comienzo presenta una rampa muy dura. Ante ella, la
única vía de escape presente es un lupanar. Así que uno debe elegir: un camino
de sacrificio, esfuerzo, deporte y perseverancia; o la tentación, el placer, el
vicio y el derrumbe de sus principios. Contaba con aquella rampa y las
sucesivas que se ven enlazadas en forma de eses, así que seguí pedaleando
cuesta arriba. Tras el único desvío posterior, acometí dos kilómetros de
porcentaje muy constante. Es una parte bastante dura en la que conviene no
equivocarse. Se puede ascender, y la sombra ayuda, pero si alguien se pasa un
poco de punto en ese tramo, puede que lo pague de forma definitiva al final.
Fui consciente y voluntariamente despacio por allí, con un desarrollo muy
blando. Lo dicho, “en defensa propia”. Más tarde, unas curvas más bien abiertas
te van haciendo rodear la montaña para seguir ascendiéndola por detrás. Tras un
desahogo poco perceptible, vuelve la dureza, aunque enseguida llega un tramo de
descanso total, con algunos metros llanos o incluso un poco descendentes. Pasé
por allí con bastante optimismo y confianza en mis posibilidades de rematar el
“encargo” autoimpuesto. Así llegué al tramo que me parece más bonito. Son
cuatro horquillas muy duras, dibujadas entre formaciones calizas muy afiladas y
tapizadas parcialmente de vegetación. El tramo invita a alternar el asiento con
la danza sobre los pedales. Pero sin excesos, con calma, dosificando, y
abriéndose uno a tope en las cerradas curvas. Al salir de allí venía lo peor,
una rampa algo más dura, seguida de un tramo recto terrible con curva final a
la izquierda, y otra rampa del máximo gradiente. Metí todo para pasarlo, la
última gran corona que me quedaba en reserva. Ascendí con total parsimonia.
Como un caracol leyendo las pintadas del asfalto, la alternancia de nombres y
ánimos a los ciclistas y a los pilotos de coches que también allí disputan una
subida cronometrada. Me dolió bastante el esfuerzo en las piernas. Creo que es
algo que allí resulta inevitable, lleves el desarrollo que lleves. Siempre he
utilizado lo más suave disponible, y siempre me ha dado la impresión de que con
menos no hubiera podido lograrlo.
Conocer la
ascensión ayuda mucho porque, cuando crees que ya no vas a poder más, sabes que
ya has pasado lo peor, que tras una curva hacia la izquierda la pendiente cede
un poco. Lo necesario para dejarte subir, para que te recuperes, y para que
llegues arriba vivo y satisfecho por el logro. Arriba las brumas costeras
cambiantes no ofrecían un paisaje fotogénico o fácil de retratar, aunque sí
vistas agradables para el ojo humano. Hice un par de fotos para documentar la
ascensión y me volví a montar en la bicicleta para descender, con especial
cuidado. Aunque la carretera está en excelente estado, la bicicleta tiene ya 35
años y algo de óxido por aquí y por allá, y frenos de la época. Y aunque
funciona muy bien y da excelente servicio, me apura un poco lanzarme demasiado
rápido a partir de determinados porcentajes de pendiente. Pero descendí sin
problemas. Con precaución pero disfrutando. Después vino el regreso a casa, con
acusada fatiga local en las piernas. Objetivo cumplido, aunque incremento de la
incertidumbre con respecto a los Machucos: si Peña Cabarga me había costado
tanto en determinados tramos puntuales… ¿podría subir a la vaca pasiega, siendo
claramente más duro?. Ya veríamos cuando llegara. Por el momento, aquella tarde
sentí las piernas muy “tocadas” y la tensión claramente baja. Ambos síntomas de
que, efectivamente, Peña Cabarga es una ascensión violenta.
Retrato del segundo capítulo del homenaje. Peña
Cabarga.
Nunca antes
había intentado ascender a los Machucos desde Bustablado, la única vez que subí
hasta el monumento a la vaca pasiega que lo corona fue por la otra vertiente,
desde Miera. Lo hice como parte de un recorrido que yo mismo organizaba, en
plan quedada, hace pocos años, y al que denominaba “el paso de la vaca …” (los
puntos suspensivos se completaban de distinto modo, en función de la comarca
elegida para su celebración). Siempre consistía en una ruta de 100 millas,
cargada de puertos (muchos y duros). La vertiente occidental es también
durísima, pero no tanto como la oriental, la cual, sinceramente, no tenía la
certeza de que fuera a lograr superar. Por si acaso, decidí llevar un calzado
que me permitiera caminar si en algún momento no me quedaba más remedio.
Mi idea
inicial era aprovechar algún día de verano para acercarme hasta Bustablado en
coche y, desde allí, perpetrar el intento. Pensaba hacerlo poco tiempo después
de algún viaje ciclista, o, cuando menos, alguna racha en la que hubiese
encadenado varias salidas ciclistas algo seguidas. Pero mis veraneos son bastante
improvisados, el tiempo fue pasando, y lo único que iba acumulando eran
sesiones de piragüismo y alguna remada de banco fijo. Pero no esperé más y, de
nuevo, un día soleado y muy caluroso, me acerqué con el coche hasta la base de
la ascensión. Ni corto ni perezoso, me monté en la bicicleta y empecé a
pedalear. No haber elegido un punto de partida algo más alejado fue un error
debido a que tenía el horario algo ajustado. Lo digo porque noté bastante la
falta de un poco de calentamiento en los primeros kilómetros, donde, por
cierto, me encontré con la que me pareció la rampa más dura de todas. Ya desde
Bustablado, la carretera se empina mucho para salvar el pueblo, aunque
enseguida llegan algunos descansos. Al poco rato surge un desvío en ángulo
recto hacia la izquierda. Es una cuesta abajo que enfila de frente hacia el
primer muro. Desde el principio metí todo el desarrollo disponible, y procuré
subir lo más despacio posible. A lo largo de los primeros kilómetros sufrí muchísimo.
Creo que me llegó antes el primer jadeo violento que el realmente romper a
sudar. Y el primer intento de levantarme sobre los pedales me dejó tan
destrozado que me parece que no lo volví a repetir en todo el resto de subida.
La buena
noticia de este puerto es que tiene un perfil muy escalonado. Con ello quiero
decir que, tras algunos tramos de pendiente salvaje, llegan descansos en forma
de inclinación simplemente dura, o incluso brevísimos tramos llanos o algunos
metros de descenso. El ciclista es dueño y señor de la carretera, pues es raro
que circule alguien por allí, salvo algún excursionista de motocicleta. Durante
todo el primer tercio de ascensión pedaleé con el convencimiento de que
enseguida me daría la vuelta, y el homenaje, discretamente, se quedaría en dos
puertos. Aún no tengo muy claro qué me llevó a continuar, pues al poco de haber
empezado la escalada ya estaba psicológica y somáticamente derrotado. Pero el
caso es que llegué a una zona de bosque en la que la carretera se mantiene a la
sombra durante bastante tiempo. Por allí se suceden rampas muy duras con
frecuencia de tramos de firme de hormigón. El trazado presenta muchas “zetas”
(curvas muy cerradas) sucesivas, y no sé muy bien por qué, pero la verdad es
que las fui superando todas, saliendo relativamente airoso de aquella zona. Al
ver mi bicicleta, un grupo de operarios que andaban trajinando en la cuneta
redobló el ímpetu de sus ánimos hacia mí. Me vino bien, creo que me ayudó mucho
aquel chute de motivación anónima y espontánea.
De nuevo al
sol, llegó un tramo de buen descanso antes de acometer otro zig-zag de menos
virajes pero mucho más separados. La pendiente volvía a exigir al máximo, y para
entonces con el sol castigándome directamente. Me salvó la ascensión un cartel
indicándome que faltaban dos kilómetros con un porcentaje medio del 12%. Pensé
que si superaba las rampas que veía por delante, finalmente, contra todo
pronóstico, podría alcanzar la cima. Y así fue, porque además, una vez superada
la última curva que tenía a la vista, la pendiente desparecía y la carretera me
facilitaba el acceso a la campa sobre la que se sitúa el monumento de la vaca.
Al detenerme
en el paraje no me lo creía. La verdad es que me alegré mucho de haber
perseverado y, sobre todo, de haber completado el homenaje al maillot. Ya
podría contárselo a Marcos, porque en aquel momento, él no sabía nada de lo que
me traía entre manos. Es más, no tendría constancia de ello hasta que estas
líneas fueran publicadas en el blog para el que han sido redactadas. Además de
hacerme algunas fotos, charlé con un par de motociclistas de campo que se
detuvieron arriba a la vez que yo. Después, sin esperar demasiado, vino un
descenso muy prudente, algo preocupado por la resistencia de mis frenos
Olimpic. La verdad es que los frenos cumplieron con bastante eficacia y llegué
sano, salvo y contento al lugar donde había aparcado el coche.
La Razesa posa apoyada contra la "vaca pasiega" tras el deber cumplido.
En la cima de Los Machucos, enfundado en el maillot que inspiró esta especie de trilogía ascencional.
A modo de
consejo, de cara a un potencial intento de ascensión a los Machucos, recomiendo
llevar una bicicleta con el mayor margen de desarrollo posible. Incluso aunque
ello suponga que se trate de una bici algo más pesada que otras. Un desarrollo
muy blando puede llegar a permitir pasar la mayor parte del tiempo sentado
sobre el sillín, evitando que el corazón se desboque todavía más. Además,
facilita que las piernas puedan seguir moviéndose sin colapsar del todo. Esas
dos ventajas pueden permitir, quizás, alcanzar cada descanso tras los tramos
más exigentes de la subida. En cualquier caso, por mi parte, creo que no lo volveré
a intentar. También conviene tener en cuenta que en algunos de los momentos de
máxima pendiente, al hacer fuerza para avanzar, la rueda delantera se despega
del suelo con cada pedalada, haciendo un leve amago de “caballito”. Este
puerto, verdaderamente, es mucho “más que palabras”.
Las palabras
están bien, son maravillosas. Nos permiten contar historias o escucharlas. Por
escrito o a través de la conversación. Ellas enriquecen nuestras experiencias,
nuestras aficiones y facilitan las relaciones entre las personas. El ciclismo
está impregnado de palabras. Ya hemos visto que por escrito fueron
fundamentales para cimentar la sólida base sobre la que se levantó el actual
ciclismo deportivo. Y todos sabemos, de primera mano, la extensión popular que tiene
el seguimiento de las hazañas de los corredores, y el desenlace de las carreras,
a través de las infinitas tertulias que se improvisan por todos los rincones.
Tal es así que, quién sabe, puede que quizás se hable demasiado. O más que
hablar demasiado, lo que pudiera estar ocurriendo es que, proporcionalmente,
demasiada gente esté pedaleando poco (o nada) en comparación con lo que expresa
(en cantidad y calidad) a través de las palabras. Esta entrada ha pretendido integrar
ambas sanas costumbres, la de pedalear y la de relatar. En definitiva, la de
practicar un ciclismo que sea algo “más que palabras”.
Muy chulo. Ya me hubiera gustado acompañarte en esta embarcadita.
ResponderEliminarun abrzo
TCFCPP.
Ahora que tienes experiencia lo podremos hacer juntos
ResponderEliminar¿Repetir los Machucos? ¡Que horror! toda mi estrategia de motivación durante la ascensión fue algo así como: "venga que si lo subes hoy ya nunca jamás tendrás que volver a hacerlo". Pero bueno... nunca se sabe.
EliminarCon respecto al maillot,si no estoy equivocado, TRABA era un supermercado que estaba en la calle Burgos de Santander, en una galería comercial que todavía hoy existe. Recuerdo ir de la mano de mi madre, a principios de los años ochenta, cuando en Santander todavía no había lo que hoy llamamos supermercados.
ResponderEliminarY coincido con ese cansancio cíclico que produce Alisas de tanto subirlo. A veces me he planteado subir simplemente para limpiar el monumento al ciclismo.
Como siempre, un gusto leerte. Un saludo.
Pues no tengo ni idea de lo de TRABA, pudiera ser, aunque en el alto de los Machucos me encontré con un par de moteros campestres de la zona de Buelna y uno de ellos me comentó que recordaba al patrocinador de algo así como de un alamacén de materiales de cerca de su casa. Muchas gracias por el halago, y el tiempo dedicado a la lectura.
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