Que nadie se
confunda, una cosa es el remo y otra el piragüismo (canotaje en otros idiomas).
Distinción obligada tanto en el ámbito deportivo, como en el de la tecnología
naval básica e incluso ancestral. Como este es un espacio preferentemente
dedicado al ciclismo, aunque desde hace años incorpora también artículos sobre
algunas otras disciplinas deportivas que practico y me interesan, creo que
aclarar esto es importante, pues me consta que para el público general, ese que
nunca se ha acercado demasiado a cualquiera de aquellos dos deportes (el remo y
el piragüismo), si nadie se lo ha explicado antes, el riesgo de confusión o
mezcla puede ser alto. Así pues, me parece adecuado exponer las diferencias
principales.
Empecemos por
la “tecnológica”. En el piragüismo, quien rema lo hace con una pala (doble o
sencilla) “de mano”. Quiere esto decir que no la apoya sobre el casco de la
embarcación, sino que la sujeta con las manos y la introduce en el agua para,
traccionando (perdónenme los expertos en técnica piragüista por la expresión),
hacer avanzar el barco. Ello tiene, como primera consecuencia distintiva que,
quien rema va encarado a proa, es decir, hacia el rumbo al que se dirige la
nave. Dicho esto, en función del tipo de pala utilizada, el diseño de la embarcación,
la cantidad de gente que va en ella, las intenciones, etc. Podemos encontrar
piraguas, kayaks, canoas, barco dragón, rafting, etc. casi todo ello en
versiones de recreo, travesía, expedición, competición, descenso, aguas
tranquilas, bravas, mar y demás variantes.
Por el otro
lado, lo que caracteriza al remo es la colocación de los remos (nótese el
detalle que, comúnmente en piragüismo se habla de pala y no de remo) sobre
algún sistema, más o menos evolucionado, que permita que el remo pivote, de manera
que quien rema pueda sacar beneficio de una acción de palanca. Un extremo del
remo “engancha” el agua, algún punto intermedio se apoya sobre el sistema
pivotante, y el otro extremo es sobre el que aplica la fuerza el remero. La
consecuencia aquí es bien distinta: los remeros ejecutan su esfuerzo de
espaldas a la proa y, por lo tanto, al sentido de avance del barco. Expresiones
del remo hay tantas o más que en el caso del piragüismo, no es cuestión de
ponerse aquí a enumerarlas. Baste con una primera distinción entre las dos
utilidades principales: una práctica, que constituye todo un quehacer
tradicional inseparable del ser humano (viajar, pescar, explorar,
trasladarse…); y otra puramente deportiva. Dentro de esta segunda intención, en
“occidente”, se distinguen dos grandes grupos de modalidades deportivas de
remo: banco fijo y banco móvil. El primero es mucho más antiguo. Nació
prácticamente a la vez que el remo mismo. Una vez que el ser humano ideo
aquello de remar utilizando un sistema de palanca, dispuso algo sobre lo que
sentarse (habitualmente una bancada) transversalmente al eje longitudinal de la
embarcación. El segundo fue un invento británico surgido como búsqueda de la
mejora del rendimiento deportivo en el remo. Ocurrió en el siglo XIX, gracias a
una sucesión de inventos que acabaron configurando un sistema similar al que
actualmente se utiliza en los barcos de banco móvil. Primero, en 1830, se
diseñaron unos brazos que permitían colocar las chumaceras (pivotes sobre los
que se articula el remo) fuera del carel (línea superior de la borda), algo que
facilitó que los cascos pudieran estrecharse mucho. Poco tiempo después, en
1869, se diseñó el primer asiento deslizante mecánico (banco móvil) que
permitía que la parte inicial (y principal) de cada palada se acometiera a
costa de una potente extensión de ambas piernas. La posterior evolución de ese
tipo de remo deportivo lo acabó llevando hasta los JJOO y consolidándolo como
el estilo deportivo contemporáneo, relegando al banco fijo a un ámbito deportivo
autóctono, tradicional e incluso etnográfico.
Y es
precisamente a una de las modalidades de ese remo tradicional, de banco fijo, a
las que va dedicada esta entrada. Concretamente a las traineras. Cuenta José Mª
Gómez Bedia, un verdadero experto en la historia del remo en general y del
mundo de las traineras en particular, que las traineras fueron un tipo de
barcos de pesca que revolucionó, en gran medida, el estado del arte de pesca en
el Cantábrico a mediados del siglo XIX. Con un diseño claramente influenciado
por los barcos vikingos, a nuestro litoral fueron llegando desde la costa
atlántica francesa. De alguna forma, los diseños procedentes del nordeste
europeo vinieron a sustituir, o incluso hibridarse, con el existente aquí: las
chalupas, de menor eslora y número de remeros, las cuales, desde varios siglos
antes, habían sido utilizadas para la caza de ballenas. Cuando desaparecieron
las ballenas de nuestra área de influencia, los pescadores se centraron en
otras especies, utilizando para ello, preferentemente, la modalidad de cerco.
La trainera fue resultado de una evolución lógica, adaptándose a las
necesidades del oficio: maniobrabilidad, estabilidad, velocidad, cantidad de
remeros, capacidad de carga, aguas difíciles y cambiantes, etc. Una circunstancia
verdaderamente curiosa de todo aquel proceso fue que, pese a la gran diversidad
de culturas, puertos y regiones de procedencia de las tripulaciones pesqueras
del Cantábrico, el barco en cuestión alcanzó una uniformidad realmente
sorprendente, algo que, sin duda, facilitó su posterior inmersión en el ámbito
de la competición deportiva.
Pintura "Jesús y adentro", de Pérez
de Camino (1859-1901). (Imagen: Centro de Estudios Montañeses).
El proceso de
“deportividad” parece que se desencadenó por la competitividad existente entre
tripulaciones para, una vez lograda una captura suficiente, alcanzar puerto lo
antes posible, tratando de sacar mayor ventaja de venta que los demás barcos. De
ahí, el paso a los retos o desafíos, es fácil de imaginar. Más tarde vino la
expectación en las machinas, las apuestas, los vítores, etc. Una vez
consolidada la actividad deportiva, llegó su programación en fiestas
patronales, las invitaciones a tripulaciones de otras comarcas, etc. Y la
verdad es que aquello acabó convertido en un deporte de masas que se consolidó
desde Galicia hasta algo más allá de la frontera francesa.
La 1ª regata
“oficial” de la que se tiene constancia, desde un punto de vista histórico,
esto es, oportunamente referenciada y con mayor empaque organizativo y
reglamentado, es una que fue celebrada en 1861, con ocasión de la visita de la
Reina Isabel II a la ciudad de Santander. Aquello debió impulsar la actividad
de las regatas y, probablemente, las debió de imbuir un carácter y
procedimientos con connotaciones más deportivas, en el sentido de que tal
fenómeno (el deporte, también llamado “sport” por su evidente ascendencia
anglosajona) empezaba a desarrollar en aquella época. Que la actividad
regatista se fue afianzando lo prueba que quedara reflejada en las páginas de
la novela “Sotileza”, obra del escritor costumbrista cántabro José Mª de Pereda,
publicada por primera vez en 1885. En ella se da cuenta de regatas celebradas
en un periodo temporal situado, aproximadamente entre 1875 y 1885.
Algo más
tarde, la responsabilidad de la organización de las regatas fue asumida por el Real
Club de Regatas de Santander, como función complementaria de su actividad
principal, que no era otra que el mantenimiento y desarrollo de un completo y
prestigioso calendario de regatas de navegación a vela. Fue la época de los
veraneos regios en Santander, cuando Alfonso XIII con toda su parentela, séquito,
allegados y aspirantes a serlo, se trasladaban a la capital de Cantabria para
disfrutar de un verano menos sofocante, rebosante de fiestas y, especialmente, de
actividades deportivas de índole muy diversa.
Portada de la revista Blanco y Negro de 1920. La trainera de Pedreña vencedora de la II Copa del Rey Alfonso XIII.
Desde entonces,
el deporte de las traineras no ha dejado de existir, aunque experimentando
altibajos de popularidad, estructura, participación, etc. Al igual que otros
deportes que no tienen una implantación internacional (y menos aún el
“privilegio” de haber sido distinguidos con el marchamo olímpico), las regatas
de traineras sufren el desprecio de las instituciones deportivas estatales. Así
pues, su supervivencia se apoya en la tradición y en el arraigo popular y
folclórico de las regiones en las que en el pasado tuvo presencia. En la
actualidad la competición habitual está organizada en varias divisiones que
funcionan a modo de liga, con los correspondientes sistemas de ascensos y
descensos, que se materializan al final de cada temporada. Los principales clubes
del Cantábrico hace años que se organizaron con la creación de la ACT
(Asociación de clubes de traineras), que es el organismo que regula la
competición y muestra su principal estandarte en la denominada liga ACT, que
puede llegar a considerarse como una arena deportiva a caballo entre el semi-profesionalismo
y un evidente profesionalismo, según los casos. El paulatino desarrollo y
crecimiento de esta competición ha generado avances en espectacularidad,
difusión mediática, seguimiento, crecimiento de la afición, etc. Aunque también
ha hecho aumentar los costes que deben asumir los clubes para mantenerse en la
máxima categoría.
Personalmente
conocí el mundo de las traineras por mi relación profesional con uno de los
clubes históricos de la disciplina: la Sociedad Deportiva de Remo Pedreña. Hace
ya bastantes años, antes incluso de la creación de la ACT, ejercí como
preparador físico de su trainera (entiéndase por ello el equipo de remeros que
componen la plantilla de la que se nutren las diferentes tripulaciones que, en
las sucesivas regatas, van ocupando los puestos de las bancadas del barco).
Aquella experiencia fue breve y en un momento en el que este deporte no había
alcanzado aún los niveles de trabajo y sofisticación actuales. Sin embargo,
años después, militando el mismo club en la máxima categoría de la liga ACT,
volví a desempeñar un puesto similar (responsable del entrenamiento de la
trainera), en el cual estuve trabajando durante tres intensas temporadas.
Aquella fue una experiencia francamente interesante. Todo un privilegio para
poder vivir tan singular deporte desde dentro y en el máximo nivel de
competición. No es este el espacio en el que ahondar sobre cuestiones técnicas
de entrenamiento, aunque si puede resultar apropiado para comentar un par de
detalles de carácter más sociológico. En la vida cotidiana española es fácil
tener la impresión de que las comunidades autónomas bañadas por las aguas del Cantábrico
se caracterizan por un fuerte sentimiento de autonomía, independencia cultural,
exagerado orgullo regional, manifiesto apego a sus tradiciones, raíces y
folclore, y casi-casi, en ocasiones, tendencia a un aislamiento que,
históricamente, la Cordillera Cantábrica se ha encargado de propiciar. Me
refiero a Galicia, Asturias, Cantabria y el País Vasco. Esta impresión, en
cierto modo, también la podemos sentir los propios implicados, considerándonos
“claramente” distintos, e incluso funcionalmente separados de nuestros
respectivos vecinos costeros. En este sentido, el mundo de las traineras opera
como un agente transversal que rompe, casi completamente, la inercia que acabo
de intentar explicar. Salvo en Asturias, que, por las razones que sean, se
quedó muy rezagada e inactiva en la práctica del remo de traineras, la
modalidad tiene fuerte arraigo en el resto de las regiones citadas. Regiones
que, por cierto, especialmente en el caso del País Vasco, dejan de vivirse como
un todo único, para reconocerse a sí mismas como provincias claramente
diferenciadas. Tal es el caso del remo vizcaíno y el guipuzcoano, con muy
diferente arraigo, estilo organizativo de sus clubes, volcado de sus hinchadas,
etc. Podríamos decir que el remo cantábrico no afecta a tales o cuales
comunidades autónomas sino a un amplio espectro de villas marineras a lo largo
de toda la costa cantábrica. La pasión que desata parece perder fuerza con la
altitud del territorio y con el alejamiento de la costa. Manteniendo, a cambio,
fuertes vínculos entre la gente que sí la siente, aunque su lugar de origen, su
lengua materna, sus canciones o su acervo cultural sea diferente. Es un
fenómeno interesante en el que gallegos, algún que otro asturiano, cántabros,
vizcaínos y guipuzcoanos se encuentran interactuando y cambiando de club o
lugar de residencia a través de los fichajes. Por si esta mezcolanza fuera poco,
a ella hay que añadir la significativa presencia de remeros extranjeros
(especialmente rumanos), todos ellos provenientes de una élite deportiva en el
banco móvil, que acaban encontrando sitio en las bancadas cantábricas, en las
cuales también se sientan algunos remeros nacionales procedentes de provincias
insospechadas. Románticos del remo que, en determinado momento de sus vidas
deportivas, también deciden abandonar el carro deslizante para sentarse en la
dura bancada fija.
Trainera de Pedreña ganadora de la regata de La Concha en 1946. (Imagen: Fotógrafo Paco Marí; Estudio Marín; Archivo: Kutxa Fototeka).
"Mis chicos" de Pedreña regateando en el Astillero.
Borja arengando a la tripulación.
Último largo en Hondarribia.
En lo que
respecta a Pedreña, se trata de un pueblo bastante peculiar, situado en el arco
sur de la bahía santanderina, se caracterizó durante parte del siglo XX por
tener ocupada a su población en un sistema familiar de economía mixta en el que
la huerta familiar y algún que otro animal ayudaban a la subsistencia
alimenticia, junto con el marisqueo (preferentemente femenino) y en
enrolamiento masculino, primero en la pesca, y más tarde en la industria de la
comarca, para garantizar sustento económico. Algo a lo que habría que añadir
las propinas recibidas por algunos al ejercer como caddies en el campo de golf
allí ubicado. De hecho, el golf y el remo son “los deportes intrínsecos” de
Pedreña, tanto es así que algunos personajes locales creen a pié juntillas que
la destreza del vecindario en dichas disciplinas es algo genético. El origen
del apego de la gente de Pedreña al golf proviene de su práctica en el
mencionado campo, estimulada por cierta permisividad concedida por el club de
“señoritos”, para que la chavalería local pudiera practicar en momentos en los
que los hoyos no eran utilizados por los socios. De allí surgió la irrepetible
figura de Severiano Ballesteros, héroe local que catalizó aquella tendencia
originaria. En cuanto a lo de las traineras, su origen fue similar al del resto
de las villas marineras cantábricas, salvo que en el caso de Pedreña se daba la
circunstancia de que los grandes éxitos llegaron bastante pronto y se
acumularon y mantuvieron durante periodos relativamente largos. Aquello se
quedó adherido a la tradición local, y pese a que en épocas contemporáneas
Pedreña anda lejos del nivel que demostró en su glorioso pasado, el orgullo, la
memoria, la tradición y las sagas familiares perduran en la cultura colectiva
propia de la localidad. Y eso que su contacto con el mar abierto es indirecto,
pues su territorio está bañado por las tranquilas aguas de la ría de Cubas
(desembocadura del Miera), así como por las de la Bahía de Santander y sus
páramos. Quizás todo ese kilometraje extra, de aguas por lo general bastante
calmadas, hicieran que, en tiempos lejanos, los remeros de Pedreña tuvieran que
acumular horas extra de remada para alcanzar y regresar de la mar, y eso pudiera
haber supuesto un plus de entrenamiento acumulado que podría explicar su
excelente nivel. O también la posibilidad de haber podido alternar la boga exterior
en oleaje, con otra interior más delicada, fina y amplia. Quién sabe, misterios
del deporte pionero. Para finalizar con el asunto de Pedreña, sobre el que no
puedo (ni quiero) ocultar mí apego, decir que sus colores son el negro y el
blanco. Negro para el casco de sus barcos, blanco para su bandera (de club, no
municipal) y combinado para sus uniformes deportivos.
Pedreña en pleno esfuerzo.
Antes de
continuar parece imprescindible describir, de modo básico, cómo es una
trainera. Los cascos, que antes eran de madera, elaborados por carpinteros de
ribera, ahora son de fibra de carbono. El barco tiene una eslora de 12 metros y
unos puntales mínimos de 9,95 y 0,75 metros en proa y popa respectivamente. La
manga es de 1,72 metros. En definitiva, una embarcación muy larga y estilizada,
relativamente estrecha y bastante baja. El peso mínimo es de 200 kg. En el
barco van catorce tripulantes: trece remeros y el patrón. Éste último gobierna
la trainera por medio de un remo de mayor pala, que va orientado en la misma
dirección que la quilla, colocado en un tolete a babor de la popa. Desde la popa,
el patrón contempla todo el panorama hacia el que se dirige el barco, así como
toda la tripulación de remeros (trece en total), que permanecen sentados
enfrentados a él, remando de espaldas al avance. Los remeros manejan un remo
cada uno. Se sientan por parejas, conformando seis bancadas, de modo que hay
seis remeros a cada banda (estribor y babor). El sobrante, se coloca a proa,
espacio en el que únicamente cabe un remero (el proel). Él será, precisamente,
quién al aproximarse la boya de ciaboga, dejará momentáneamente de remar, para
tomar el remo de bayona, y colaborar con él en la maniobra de virada de 180º.
Ejecutando una ciaboga.
Habiendo actualmente
tantas posibilidades para poder ver todo esto por medio de videos de libre
acceso, creo que lo expuesto es más que suficiente como para que el lector se
haga una idea básica del barco en cuestión. Pasamos pues a intentar definir qué
podemos considerar como una competición legendaria o singular. Este es un
asunto sobre el que ya me he pronunciado en reiteradas ocasiones en este
espacio de escritura. El torneo de tenis de Wimbledon (que por cierto sigue
exigiendo a sus participantes que vistan de estricta indumentaria blanca), el Descenso
del Sella, Las 24 horas de Le Mans, el Tour de Francia y los cinco Monumentos
ciclistas, el Tourist Trophy de la Isla de Man o el Ironman de Hawaii son
claros ejemplos de eventos deportivos singulares y legendarios. Hay muchos más,
todos ellos han logrado adquirir popularidad, reconocido prestigio y atesoran
una serie de señas de identidad propias que los hacen distinguirse de otras
competiciones y rivalizar, o incluso superar en gloria, a las competiciones más
importantes a nivel mundial (normalmente campeonatos del Mundo o JJOO) de su
misma modalidad deportiva. Para que un evento llegue a alcanzar este estatus
legendario debe irse ganando cierta fama, debe ir construyendo tradición y debe
ir alimentando cultura propia. Es algo que, en relativamente poco tiempo,
consiguieron el citado Ironman de Kona, o el Dakkar. Algunos eventos lo logran
por la demanda de inscripciones que son capaces de generar, tal es el caso del
maratón de Nueva York, que a costa de ello, logró un “surpass” sobre otros,
como el de su cercana Boston. En esto de los eventos legendarios también surgen
novedades, citas que logran alcanzar una enorme popularidad pese a tener pocos
años de vida. Algo que cualquier aficionado practicante de ciclismo entiende si
le citamos la Quebrantahuesos o la prueba de BTT de “Los 10.000 del Soplao”. En
todo este panorama, son muchos los casos en los que tan importante como la
victoria para el ganador, es el logro de llegar a participar o el conseguir
acabar la prueba para la mayoría de los inscritos. Algunas de estas grandes
expresiones deportivas mantienen sus puertas cerradas a los deportistas
populares. Son coto cerrado para los mejores deportistas profesionales, y el
resto hemos de contentarnos con vivirlas como espectadores. Otras, sin embargo,
son de participación abierta o relativamente accesible, aunque en algunas la
demanda es tal que se llegan a hacer sorteos o pruebas previas clasificatorias.
Muchas de estas se han convertido en verdaderos destinos deportivos de peregrinaje,
hacia los que cada vez se encaminan más deportistas populares, dispuestos a
lograr completar tal o cual prueba singularísima, al menos una vez en su vida.
Yo mismo tengo algunas “coleccionadas”. La verdad es que es bonito eso de
sentir que se forma parte de un evento tantas veces admirado desde fuera. Lo
mismo que estar “compitiendo” (realmente no disputando) en la misma prueba que
los grandes campeones, compartiendo escenario, reglamento, etc. con ellos.
En el mundo de
las traineras podemos encontrar algunos eventos de este tipo. El más evidente
es el de la regata de la Concha en San Sebastián. El logro más importante al
que puede aspirar cualquier trainera, cualquier patrón y cualquier remero. El
prestigio de la prueba se debe, seguramente, a que se trata de la regata de
traineras más antigua que continúa celebrándose hoy. Nació en 1878, lo cual es
mucho decir. Eso, su formato y la movilización de muchos miles de aficionados, la convierten en
un evento deportivo muy singular, cuya fama va mucho más allá del mero
conocimiento de la misma por parte de los seguidores del remo. Personalmente he
tenido la fortuna de haberla vivido en tres ocasiones. Desde luego no remando,
pero sí como parte del cuerpo técnico de nuestra trainera, y en dos de ellas
completando el proceso hasta el final, esto es: la eliminatoria clasificatoria
y las dos tandas de la final. Pero participar en la Concha no está al alcance
de cualquiera, a las pruebas que conforman la regata propiamente dicha
únicamente pueden acceder siete traineras que compiten con la local, que tiene
plaza por derecho propio. Esas siete provienen de una clasificatoria
cronometrada en la que participan muchos barcos militantes en diferentes
categorías de las ligas de la ACT. En realidad, únicamente las de la máxima
categoría suelen tener posibilidades reales de clasificación, y en ellas se
sientan los remeros titulares de los mejores equipos del cantábrico.
1949, la trainera de Pedreña celebra su triunfo en la Concha. (Imagen. kutxateka).
Nuestra trainera regresa a puerto clasificada para la regata de la Concha, Ángel saluda a la afición.
Finalizada la regata de la concha, la tripulación saca el barco del agua entre la muchedumbre.
Pero, para la
gente corriente, las traineras, recientemente, ofrecen otras posibilidades que
llevan camino de poderse convertir en eventos de cierta singularidad y quién
sabe si, con el tiempo, alcancen un estatus de legendarios. Me estoy refiriendo
especialmente a una regata denominada Galerna del Cantábrico, cuya gestación y
desarrollo está siendo obra del colectivo Avante (localizado precisamente en
Pedreña). Esta gente, con muy buen hacer, enorme conocimiento e infinita pasión
por el remo, ha diseñado una regata de traineras para centros educativos. El
formato de la prueba sigue el patrón de la mayoría de regatas de la ACT: tandas
de cuatro barcos, que además son cronometradas para poder establecer
eliminatorias y pases para la final. Todo ello se desarrolla en un campo de
regatas longitudinal, de cuatro calles, con sus respectivas boyas de ciaboga,
disputándose la competición a base de largos de ida y vuelta. Las
tripulaciones, que son mixtas, se cubren con estudiantes de ESO, que
representan a los Institutos en los que cursan sus estudios. El proceso, más
allá de una mera regata, incluye bautismo de mar, entrenamientos en seco y
agua, conocimiento de la cultura del remo, aportación solidaria de alimentos y
la programación de una Unidad Didáctica de remo dentro del área de EF. La
regata es la guinda que corona todo un proceso educativo y de aprendizaje que
busca promocionar el remo de traineras y acercar a los estudiantes, miembros
futuros de nuestra sociedad, al deporte y la cultura de las traineras. ¡Ya van
por su octaba edición! A este paso, creo que van a conseguirse erigirse
en algo importante, único en el mundo. Y no estoy exagerando, aquí sobran las
palabras, lo que hay que hacer es acercarse a verlo.
La tripulación del IES Las LLamas a punto de embarcar.
La trainera del IES La granja de Heras en pleno esfuerzo.
Pero también
esa competición queda fuera del alcance de quien ya tenga una edad avanzada,
como es mi caso. Sin embargo, desde hace poco tiempo, otra asociación, la
Navigatio Santander, también se ha empeñado en recuperar o atender con mimo a
la cultura tradicional del remo en Cantabria. En este caso, un apasionado y
romántico grupo de personas liderado por Chepe, ha conseguido hacerse con
alguna trainera, las necesarias parlamentas (juego de remos), así como un lugar
donde guardarla cerca del agua, y está sacando a remar a mucha gente dentro de
un proyecto muy inclusivo. En Navigatio atienden tanto a personas (por lo
general mayores) que desean hacer del remo su, o una de sus, actividades de
deporte saludable y al aire libre, como a equipos de empresa en actividades de
formación colectiva, o a grupos de diferentes tipos de terapias. Todo ello
proponiendo una experiencia cooperativa coordinada, algo técnica, en la mar y a
las órdenes de un patrón (con lo que ello implica mientras se está embarcado).
Pero, además de toda esa variedad de actividades, en Navigatio mantienen una o
dos tripulaciones, más o menos permanentes, con las que salen a competir en un
circuito internacional de barcos de remo tradicional (de banco fijo, y
vinculados a las tradiciones de cada lugar de procedencia). Tal circuito está
especialmente consolidado en aguas anglosajonas. Los principales contactos de
Navigatio han sido establecidos con una entidad de Cork (Irlanda), adonde la
trainera ya ha acudido a participar de su regata. Cómo es lógico, al
encontrarse en cada evento barcos de tamaños, número de remeros y
especificaciones muy diversas, el resultado final de la competición apenas
cobra relevancia. Lo importante es remar, hacerlo sobre un recorrido atractivo
y estrechar lazos con otras culturas a través del remo tradicional.
Hasta ahí todo
estaba tranquilo, hasta que la asociación santanderina decidió dar otro paso
adelante y se remangó para organizar, también ellos, su propia regata, la
“Navigatio”. Para ello diseñaron un recorrido muy atractivo, parcialmente
ubicado en la Bahía de Santander, pero incluyendo varias millas por mar
abierto. Con la intención de poder incorporar el evento al circuito
internacional, en un futuro lo más cercano posible, invitaron a varias
tripulaciones irlandesas que acudieron a la cita con cuatro de sus
tradicionales “currachs”, que son unos barcos construidos con armazón de madera
forrado de piel animal o lona embreada, e impulsados por cuatro remeros que
manejan un remo en cada mano. Por parte local participaron tres traineras: una
con cantera mixta de Pedreña, otra también mixta aunque con mayoría de mujeres
a bordo (patroneada por el propio Chepe) y una más completamente masculina, con
Juan Carlos Lanuza al mando. Así pues la regata “Navigatio.0” estaba en marcha.
Digo esto porque la intención de su celebración era doble. Por un lado empezar
a celebrarla ya, y por otro, que sirviera de test para aprender a hacerlo bien,
de modo que: los irlandeses dieran el visto bueno y recomendaran su
incorporación al circuito internacional; y se corrigieran potenciales errores
para la siguiente. Así pues, en adelante, no sé si finalmente esta será considerada
como el germen de la primera, o la primera propiamente dicha. En cualquier
caso, si todo va bien, y si los organizadores y responsables de la misma no
cejan en el empeño, es probable que quienes por allí estuvimos el día de la
regata, hayamos asistido al nacimiento de otro evento deportivo que pudiera
llegar a hacerse mítico. Ingredientes no le faltan, será cuestión de
maduración, de ir adquiriendo poso con los años.
Un currach, navegando frente al Paseo Pereda.
La trainera mixta con Chepe de patrón a la altura de San Martín.
Nuestra trainera con Juan Carlos al mando.
La trainera mixta con Chepe de patrón a la altura de San Martín.
Nuestra trainera con Juan Carlos al mando.
Digo estuvimos, porque tuve la suerte de participar en la regata, y no colaborando o mirando, sino como remero de una de las traineras. En concreto, la Navigatio masculina. Todo empezó una mañana tomando un café con mi compañero de hockey sobre patines Jaime Ruigómez. Había quedado con él para charlar un rato sobre algunos asuntos relacionados, precisamente, con el hockey. Mi amistad con Jaime nació hace ya más de treinta años, cuando lo tuve a mis órdenes como jugador de hockey, la primera vez que tuve contacto con tan fulgurante deporte. Con aquel equipo estuve dos temporadas, y fueron tan intensas, que desde entonces conservo amistad con aquellos integrantes de la plantilla que siguen viviendo cerca. Fue también Jaime quien me llamó hace un par de años invitándome a retomar el hockey sobre patines, ahora como jugador, como miembro del equipo de veteranos que han organizado, con unas cuantas viejas glorias de aquel equipo y otros posteriores. El caso es que durante nuestra conversación, el hockey dio paso al remo y mi amigo me instó a que me integrara en la tripulación de la trainera en el que él mismo pensaba remar en semana y media. Tanta fue su insistencia, que no fui capaz de negarme, aunque poniendo una condición: probar antes, en una sesión de entrenamiento, el fin de semana anterior al evento.
Dicho y hecho.
Temeroso yo de, tal vez, no estar a la altura del equipo, me presenté en la
nave de remo del equipo de Pedreña, para rememorar tiempos pasados y probarme
un poco remando en el foso de entrenamiento. Un rato a cada banda, bajo la
supervisión de Kiki, que había sido pupilo remero en mi primer paso por el club
y directivo en el segundo. Me dio el aprobado, aunque a pesar de ello, repetí
sesiones de foso por mi cuenta, algunos días de las dos semanas previas a la
regata. Más que nada, para hacer algo de callo en el trasero. El sábado de
prueba me reuní con algunas personas que esperaban en Pedreña a que un primer
turno de entrenamiento dejara barco y parlamenta para el segundo, el nuestro.
Al embarcarnos, ya me encontré con algunas personas conocidas. En especial el
patrón, Chepe, que me recordó que había sido profesor suyo en un curso de
formación como técnico. La sesión fue entretenida, agradable y satisfactoria.
No encontré problema alguno en adaptarme al grupo ni a la técnica de remada
propia de aquella tripulación. La metodología de dirección empleada por Chepe
es muy didáctica, amable y asequible, lo que se corresponde con los tipos de
grupos que se enmarcan dentro de los objetivos de trabajo de la asociación. La
tripulación era mayoritariamente femenina y con edades no demasiado alejadas de
la mía. El día fue magnífico, una típica jornada santanderina de playa. Al
regresar, nos detuvimos a tomar una caña en el chiringuito del Puntal, y poco
después ya habíamos terminado. El veredicto era claro: participaría en la
regata. Pero aún tuve otra ocasión de remar, pues el sábado víspera de la fecha
señalada, remé como voluntario para trasladar nuestra trainera desde Pedreña
hasta muelle de Gamazo en Santander. Aquella fue una travesía corta y algo
precaria, pues no solo no completábamos tripulación, sino que en la misma había
enroladas personas que nunca antes habían remado. Al timón, quien sería nuestro
patrón al día siguiente: Juan Carlos.
El día del
esperado evento también amaneció soleado y caluroso. Antes de embarcar, se ve
que por presupuesta experiencia técnica, me tocó ordenar las bancadas del
barco, es decir, asignar los puestos de todos los remeros. Tocaba hacerlo un
poco a ciegas, teniendo en cuenta que a la mayoría no los conocía, así que opté
por preguntarles si habían remado alguna vez o no, y si tenían preferencia por
babor o estribor. Con la escasa información recopilada, emparejé por pesos y
nivel de inexperiencia previa y finalmente asigné orden de bancadas. Quedé
situado, contando desde popa a proa, en el tercer puesto de la banda de
estribor. Una vez en el agua, nos tocó esperar un buen rato hasta que nos
ordenaron ponernos en marcha. Aquello no fue una salida formal de regata, sino
más bien un arranque amistoso. Las primeras millas sirvieron para ir ajustando
la remada colectiva. Básicamente, detectar la amplitud de la palada (más bien
corta), establecer la frecuencia (media-baja) y fijar un punto de coordinación
sonora (justo antes del ataque). Todo ello bajo las directrices de un
entusiasta patrón. Y es que aquel primer tramo también nos sirvió para ir
conociendo el peculiar y entretenido estilo de gobierno de nuestro carismático
patrón.
Enseguida
enfilamos la canal de salida de la bahía, encontrándonos con el oleaje
característico de la “barra”. Fue superado sin demasiados problemas y enfilamos
rumbo hacia la isla de Santa Marina, auténtica navegación de mar abierto. Se ve
que los ajustes organizativos de cobertura (roles asumidos por cada barco de
apoyo) no habían quedado claramente establecidos, porque ninguno estaba
ejerciendo de baliza sobre la que doblar, al alcanzar cada esquina del amplio
campo de regatas. Esto es algo a mejorar por parte de la organización. En
cualquier caso, no supuso un verdadero problema, porque allí lo importante no
era obtener ningún resultado deportivo, sino probar la ruta y todo el
despliegue de embarque y desembarco colectivo, así como otras cuestiones
logísticas. Es más, en varias ocasiones, tanto nosotros como la rápida trainera
“juvenil” de Pedreña, nos vimos obligados a detenernos del todo para conseguir
que la tercera trainera, junto con los currachs irlandeses, nos alcanzaran,
para tratar de componer una especie de flota. Por alguna razón que desconozco
los barcos foráneos habían partido con bastante retraso. Además, cada vez que
reiniciábamos la boga, Pedreña y nosotros nos volvíamos a alejar de los demás.
Pedreña, por cierto, con bastante más facilidad y velocidad.
Desde algún
punto relativamente cercano a la isla, nos dirigimos hacia Cabo Menor,
atravesando el abra del Sardinero. Fue un largo hermoso, toda una experiencia
cantábrica. Tampoco allí hubo ciaboga sobre baliza precisa, pero el caso es que
empezamos a regresar por un rumbo más costero que nos llevó a bordear la
península de La Magdalena, solventar las olas de la barra en dirección opuesta
y detenernos a esperar, con Pedreña, en la encalmada que hay pasada la “casa
del Médico”. Desde allí, toda la flota reunida, remamos por la bahía hasta la
altura del Centro Botín, donde nos esperaba la línea de meta, que nos fue
aprobando las sucesivas llegadas con la correspondiente pitada del barco de referencia.
Finalizada la regata, a nuestra trainera le quedaron ganas y fuerzas para
acometer un par de champas intensas en plan exhibicionista. El conjunto de
remeros alargamos las paladas inclinando nuestras espaldas bien atrás, y
conseguimos acelerar el casco con cierta vistosidad, para regocijo de la
tripulación y el público asistente. Y sin más demoras nos dirigimos a
desembarcar.
A nivel
personal la experiencia fue plena. Remar en una trainera integra unos cuantos
aspectos difíciles de experimentar en otros deportes. El remero, le gusté o no,
ha de someterse al criterio del patrón. Donde hay patrón no manda marinero,
pues cualquier conato de discusión o alternativa de criterio pondría en riesgo
la estabilidad de la embarcación. Además de eso, ha de acoplarse al conjunto de
la tripulación, tratando de moverse de forma acompasada con los demás, de modo
que el esfuerzo se produzca al unísono y los movimientos se realicen con la
mayor fluidez posible, evitando movimientos superfluos del casco. Para ello, los
remeros disponen de dos referencias, una visual y otra auditiva. La primera es
la pala del primer remero de su banda (el “marca”) a la cual tiene que intentar
ajustar la suya en todo momento. La segunda son las instrucciones de voz del
patrón, las cuales, la mayor parte del tiempo, consisten en una rítmica y repetitiva
letanía onomatopéyica que acompaña a las paladas. Además de todo ello, hay que
mantenerse concentrado en la técnica de la palada, y ejecutarla con la amplitud
y esfuerzo convenientes. Se tiene la sensación de estar trabajando sólo y
acompañado simultáneamente, porque la aplicación de esfuerzo y la concentración
en la tarea se perciben de modo muy individual, pero se es consciente de estar
formando parte de un todo que únicamente funciona con la aportación coordinada
de todos. Además de todo ello hay mar, salpicaduras, brisa en la piel,
horizontes y bamboleo de olas. Por no hablar de todas las tareas cooperativas
que implican el embarcar y desembarcar. Concluida la experiencia, me alegro
muchísimo de haberla podido vivir. Lo considero todo un privilegio, y no
descarto repetir a la menor oportunidad.
Barco y tripulación posando antes de la regata, al fondo la Escuela de Náutica.
Un poco de acción...
La ruta
completada (de unas aproximadas nueve millas) fue espectacular. Se trata de una
navegación clásica en el entorno de Santander, que se acerca a varios de sus
accidentes geográfico-costeros más icónicos. La alternancia de navegación de
bahía y exterior enriquecen la singladura, colmándola de sucesivas y variadas
perspectivas. Todo el mundo quedó encantado. Como si aquello no hubiera sido
suficiente, la organización nos premió con una comida a base de marmita y
macedonia, y un generoso suministro de cerveza para almorzar. Todo ello
acomodados bajo carpas y sombrillas en el mismo dique de Gamazo. La jornada
tuvo continuidad por la tarde, cuando nos trasladamos al cercano barrio de
Tetuán, que se encontraba en fiestas, para asistir a una ceremonia de clausura
del evento, con la consabida entrega de medallas conmemorativas.
Película de la ruta completada por nuestra trainera.
Recordando todo aquello, no tengo la menor duda de que, si el trabajo de la asociación no se relaja o rinde, la regata Navigatio seguirá existiendo y, con suerte y quizás algo de apoyo, acabará integrándose en el circuito internacional, en cuyo caso, con mucha probabilidad, culminará erigiéndose como todo un referente deportivo tradicional. Por eso me pregunto si no habré tenido la suerte de haber participado (deportivamente) en el nacimiento de un futuro evento singular y legendario. Esperemos que así sea, méritos y atributos no le faltan. El paso de los años dictará su veredicto.
Video reumen del evento.
Algunas referencias bibliográficas interesantes para profundizar:
- BROWN, Daniel James: “Remando como un solo hombre”. Nórdica. Madrid, 2015. Excelente ensayo novelado sobre el remo universitario y olímpico en los EEUU en los años 20-30 del S. XX (banco móvil).
- PEREDA (de), José María. “Sotileza”. Novela costumbrista ambientada en la bahía santanderina.
- GÓMEZ BEDIA, JM; MAZÓN COBO, V; CARRILES BEDIA, MA; CASTANEDO TRUEBA, J: “Unidad Didáctica Remo”. Consejería de Educación. Gobierno de Cantabria. Santander, 2010. Completísimo volumen de contenidos educativos sobre el remo (teóricos, prácticos e históricos).
- GUTIÉRREZ, José: “Un viaje por el Cantábrico en trainera”. Lulu. Galizano, 2011. Relato gráfico (fotos) y narrativo sobre mi experiencia viajando durante un año completo con la trainera de Pedreña en la ACT.
- LÓPEZ POLIDURA, Jesús: “Pedreña. Cien años bogando. 1895-1995). Estvdio. Santander, 1996. Libro recopilatorio de datos e imágenes históricas sobre la trayectoria del club, durante su primer siglo de existencia.
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