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sábado, 31 de agosto de 2019

¿NACE UNA LEYENDA DEPORTIVA?


Que nadie se confunda, una cosa es el remo y otra el piragüismo (canotaje en otros idiomas). Distinción obligada tanto en el ámbito deportivo, como en el de la tecnología naval básica e incluso ancestral. Como este es un espacio preferentemente dedicado al ciclismo, aunque desde hace años incorpora también artículos sobre algunas otras disciplinas deportivas que practico y me interesan, creo que aclarar esto es importante, pues me consta que para el público general, ese que nunca se ha acercado demasiado a cualquiera de aquellos dos deportes (el remo y el piragüismo), si nadie se lo ha explicado antes, el riesgo de confusión o mezcla puede ser alto. Así pues, me parece adecuado exponer las diferencias principales.

Empecemos por la “tecnológica”. En el piragüismo, quien rema lo hace con una pala (doble o sencilla) “de mano”. Quiere esto decir que no la apoya sobre el casco de la embarcación, sino que la sujeta con las manos y la introduce en el agua para, traccionando (perdónenme los expertos en técnica piragüista por la expresión), hacer avanzar el barco. Ello tiene, como primera consecuencia distintiva que, quien rema va encarado a proa, es decir, hacia el rumbo al que se dirige la nave. Dicho esto, en función del tipo de pala utilizada, el diseño de la embarcación, la cantidad de gente que va en ella, las intenciones, etc. Podemos encontrar piraguas, kayaks, canoas, barco dragón, rafting, etc. casi todo ello en versiones de recreo, travesía, expedición, competición, descenso, aguas tranquilas, bravas, mar y demás variantes.

Por el otro lado, lo que caracteriza al remo es la colocación de los remos (nótese el detalle que, comúnmente en piragüismo se habla de pala y no de remo) sobre algún sistema, más o menos evolucionado, que permita que el remo pivote, de manera que quien rema pueda sacar beneficio de una acción de palanca. Un extremo del remo “engancha” el agua, algún punto intermedio se apoya sobre el sistema pivotante, y el otro extremo es sobre el que aplica la fuerza el remero. La consecuencia aquí es bien distinta: los remeros ejecutan su esfuerzo de espaldas a la proa y, por lo tanto, al sentido de avance del barco. Expresiones del remo hay tantas o más que en el caso del piragüismo, no es cuestión de ponerse aquí a enumerarlas. Baste con una primera distinción entre las dos utilidades principales: una práctica, que constituye todo un quehacer tradicional inseparable del ser humano (viajar, pescar, explorar, trasladarse…); y otra puramente deportiva. Dentro de esta segunda intención, en “occidente”, se distinguen dos grandes grupos de modalidades deportivas de remo: banco fijo y banco móvil. El primero es mucho más antiguo. Nació prácticamente a la vez que el remo mismo. Una vez que el ser humano ideo aquello de remar utilizando un sistema de palanca, dispuso algo sobre lo que sentarse (habitualmente una bancada) transversalmente al eje longitudinal de la embarcación. El segundo fue un invento británico surgido como búsqueda de la mejora del rendimiento deportivo en el remo. Ocurrió en el siglo XIX, gracias a una sucesión de inventos que acabaron configurando un sistema similar al que actualmente se utiliza en los barcos de banco móvil. Primero, en 1830, se diseñaron unos brazos que permitían colocar las chumaceras (pivotes sobre los que se articula el remo) fuera del carel (línea superior de la borda), algo que facilitó que los cascos pudieran estrecharse mucho. Poco tiempo después, en 1869, se diseñó el primer asiento deslizante mecánico (banco móvil) que permitía que la parte inicial (y principal) de cada palada se acometiera a costa de una potente extensión de ambas piernas. La posterior evolución de ese tipo de remo deportivo lo acabó llevando hasta los JJOO y consolidándolo como el estilo deportivo contemporáneo, relegando al banco fijo a un ámbito deportivo autóctono, tradicional e incluso etnográfico.

Y es precisamente a una de las modalidades de ese remo tradicional, de banco fijo, a las que va dedicada esta entrada. Concretamente a las traineras. Cuenta José Mª Gómez Bedia, un verdadero experto en la historia del remo en general y del mundo de las traineras en particular, que las traineras fueron un tipo de barcos de pesca que revolucionó, en gran medida, el estado del arte de pesca en el Cantábrico a mediados del siglo XIX. Con un diseño claramente influenciado por los barcos vikingos, a nuestro litoral fueron llegando desde la costa atlántica francesa. De alguna forma, los diseños procedentes del nordeste europeo vinieron a sustituir, o incluso hibridarse, con el existente aquí: las chalupas, de menor eslora y número de remeros, las cuales, desde varios siglos antes, habían sido utilizadas para la caza de ballenas. Cuando desaparecieron las ballenas de nuestra área de influencia, los pescadores se centraron en otras especies, utilizando para ello, preferentemente, la modalidad de cerco. La trainera fue resultado de una evolución lógica, adaptándose a las necesidades del oficio: maniobrabilidad, estabilidad, velocidad, cantidad de remeros, capacidad de carga, aguas difíciles y cambiantes, etc. Una circunstancia verdaderamente curiosa de todo aquel proceso fue que, pese a la gran diversidad de culturas, puertos y regiones de procedencia de las tripulaciones pesqueras del Cantábrico, el barco en cuestión alcanzó una uniformidad realmente sorprendente, algo que, sin duda, facilitó su posterior inmersión en el ámbito de la competición deportiva.

 
Pintura "Jesús y adentro", de Pérez de Camino (1859-1901). (Imagen: Centro de Estudios Montañeses).

El proceso de “deportividad” parece que se desencadenó por la competitividad existente entre tripulaciones para, una vez lograda una captura suficiente, alcanzar puerto lo antes posible, tratando de sacar mayor ventaja de venta que los demás barcos. De ahí, el paso a los retos o desafíos, es fácil de imaginar. Más tarde vino la expectación en las machinas, las apuestas, los vítores, etc. Una vez consolidada la actividad deportiva, llegó su programación en fiestas patronales, las invitaciones a tripulaciones de otras comarcas, etc. Y la verdad es que aquello acabó convertido en un deporte de masas que se consolidó desde Galicia hasta algo más allá de la frontera francesa.

La 1ª regata “oficial” de la que se tiene constancia, desde un punto de vista histórico, esto es, oportunamente referenciada y con mayor empaque organizativo y reglamentado, es una que fue celebrada en 1861, con ocasión de la visita de la Reina Isabel II a la ciudad de Santander. Aquello debió impulsar la actividad de las regatas y, probablemente, las debió de imbuir un carácter y procedimientos con connotaciones más deportivas, en el sentido de que tal fenómeno (el deporte, también llamado “sport” por su evidente ascendencia anglosajona) empezaba a desarrollar en aquella época. Que la actividad regatista se fue afianzando lo prueba que quedara reflejada en las páginas de la novela “Sotileza”, obra del escritor costumbrista cántabro José Mª de Pereda, publicada por primera vez en 1885. En ella se da cuenta de regatas celebradas en un periodo temporal situado, aproximadamente entre 1875 y 1885.

Algo más tarde, la responsabilidad de la organización de las regatas fue asumida por el Real Club de Regatas de Santander, como función complementaria de su actividad principal, que no era otra que el mantenimiento y desarrollo de un completo y prestigioso calendario de regatas de navegación a vela. Fue la época de los veraneos regios en Santander, cuando  Alfonso XIII con toda su parentela, séquito, allegados y aspirantes a serlo, se trasladaban a la capital de Cantabria para disfrutar de un verano menos sofocante, rebosante de fiestas y, especialmente, de actividades deportivas de índole muy diversa.

Portada de la revista Blanco y Negro de 1920. La trainera de Pedreña vencedora de la II Copa del Rey Alfonso XIII.

Desde entonces, el deporte de las traineras no ha dejado de existir, aunque experimentando altibajos de popularidad, estructura, participación, etc. Al igual que otros deportes que no tienen una implantación internacional (y menos aún el “privilegio” de haber sido distinguidos con el marchamo olímpico), las regatas de traineras sufren el desprecio de las instituciones deportivas estatales. Así pues, su supervivencia se apoya en la tradición y en el arraigo popular y folclórico de las regiones en las que en el pasado tuvo presencia. En la actualidad la competición habitual está organizada en varias divisiones que funcionan a modo de liga, con los correspondientes sistemas de ascensos y descensos, que se materializan al final de cada temporada. Los principales clubes del Cantábrico hace años que se organizaron con la creación de la ACT (Asociación de clubes de traineras), que es el organismo que regula la competición y muestra su principal estandarte en la denominada liga ACT, que puede llegar a considerarse como una arena deportiva a caballo entre el semi-profesionalismo y un evidente profesionalismo, según los casos. El paulatino desarrollo y crecimiento de esta competición ha generado avances en espectacularidad, difusión mediática, seguimiento, crecimiento de la afición, etc. Aunque también ha hecho aumentar los costes que deben asumir los clubes para mantenerse en la máxima categoría.

Personalmente conocí el mundo de las traineras por mi relación profesional con uno de los clubes históricos de la disciplina: la Sociedad Deportiva de Remo Pedreña. Hace ya bastantes años, antes incluso de la creación de la ACT, ejercí como preparador físico de su trainera (entiéndase por ello el equipo de remeros que componen la plantilla de la que se nutren las diferentes tripulaciones que, en las sucesivas regatas, van ocupando los puestos de las bancadas del barco). Aquella experiencia fue breve y en un momento en el que este deporte no había alcanzado aún los niveles de trabajo y sofisticación actuales. Sin embargo, años después, militando el mismo club en la máxima categoría de la liga ACT, volví a desempeñar un puesto similar (responsable del entrenamiento de la trainera), en el cual estuve trabajando durante tres intensas temporadas. Aquella fue una experiencia francamente interesante. Todo un privilegio para poder vivir tan singular deporte desde dentro y en el máximo nivel de competición. No es este el espacio en el que ahondar sobre cuestiones técnicas de entrenamiento, aunque si puede resultar apropiado para comentar un par de detalles de carácter más sociológico. En la vida cotidiana española es fácil tener la impresión de que las comunidades autónomas bañadas por las aguas del Cantábrico se caracterizan por un fuerte sentimiento de autonomía, independencia cultural, exagerado orgullo regional, manifiesto apego a sus tradiciones, raíces y folclore, y casi-casi, en ocasiones, tendencia a un aislamiento que, históricamente, la Cordillera Cantábrica se ha encargado de propiciar. Me refiero a Galicia, Asturias, Cantabria y el País Vasco. Esta impresión, en cierto modo, también la podemos sentir los propios implicados, considerándonos “claramente” distintos, e incluso funcionalmente separados de nuestros respectivos vecinos costeros. En este sentido, el mundo de las traineras opera como un agente transversal que rompe, casi completamente, la inercia que acabo de intentar explicar. Salvo en Asturias, que, por las razones que sean, se quedó muy rezagada e inactiva en la práctica del remo de traineras, la modalidad tiene fuerte arraigo en el resto de las regiones citadas. Regiones que, por cierto, especialmente en el caso del País Vasco, dejan de vivirse como un todo único, para reconocerse a sí mismas como provincias claramente diferenciadas. Tal es el caso del remo vizcaíno y el guipuzcoano, con muy diferente arraigo, estilo organizativo de sus clubes, volcado de sus hinchadas, etc. Podríamos decir que el remo cantábrico no afecta a tales o cuales comunidades autónomas sino a un amplio espectro de villas marineras a lo largo de toda la costa cantábrica. La pasión que desata parece perder fuerza con la altitud del territorio y con el alejamiento de la costa. Manteniendo, a cambio, fuertes vínculos entre la gente que sí la siente, aunque su lugar de origen, su lengua materna, sus canciones o su acervo cultural sea diferente. Es un fenómeno interesante en el que gallegos, algún que otro asturiano, cántabros, vizcaínos y guipuzcoanos se encuentran interactuando y cambiando de club o lugar de residencia a través de los fichajes. Por si esta mezcolanza fuera poco, a ella hay que añadir la significativa presencia de remeros extranjeros (especialmente rumanos), todos ellos provenientes de una élite deportiva en el banco móvil, que acaban encontrando sitio en las bancadas cantábricas, en las cuales también se sientan algunos remeros nacionales procedentes de provincias insospechadas. Románticos del remo que, en determinado momento de sus vidas deportivas, también deciden abandonar el carro deslizante para sentarse en la dura bancada fija.

 

Trainera de Pedreña ganadora de la regata de La Concha en 1946. (Imagen: Fotógrafo Paco Marí; Estudio Marín; Archivo: Kutxa Fototeka).

 

"Mis chicos" de Pedreña regateando en el Astillero.

 
 Borja arengando a la tripulación.

Último largo en Hondarribia.

En lo que respecta a Pedreña, se trata de un pueblo bastante peculiar, situado en el arco sur de la bahía santanderina, se caracterizó durante parte del siglo XX por tener ocupada a su población en un sistema familiar de economía mixta en el que la huerta familiar y algún que otro animal ayudaban a la subsistencia alimenticia, junto con el marisqueo (preferentemente femenino) y en enrolamiento masculino, primero en la pesca, y más tarde en la industria de la comarca, para garantizar sustento económico. Algo a lo que habría que añadir las propinas recibidas por algunos al ejercer como caddies en el campo de golf allí ubicado. De hecho, el golf y el remo son “los deportes intrínsecos” de Pedreña, tanto es así que algunos personajes locales creen a pié juntillas que la destreza del vecindario en dichas disciplinas es algo genético. El origen del apego de la gente de Pedreña al golf proviene de su práctica en el mencionado campo, estimulada por cierta permisividad concedida por el club de “señoritos”, para que la chavalería local pudiera practicar en momentos en los que los hoyos no eran utilizados por los socios. De allí surgió la irrepetible figura de Severiano Ballesteros, héroe local que catalizó aquella tendencia originaria. En cuanto a lo de las traineras, su origen fue similar al del resto de las villas marineras cantábricas, salvo que en el caso de Pedreña se daba la circunstancia de que los grandes éxitos llegaron bastante pronto y se acumularon y mantuvieron durante periodos relativamente largos. Aquello se quedó adherido a la tradición local, y pese a que en épocas contemporáneas Pedreña anda lejos del nivel que demostró en su glorioso pasado, el orgullo, la memoria, la tradición y las sagas familiares perduran en la cultura colectiva propia de la localidad. Y eso que su contacto con el mar abierto es indirecto, pues su territorio está bañado por las tranquilas aguas de la ría de Cubas (desembocadura del Miera), así como por las de la Bahía de Santander y sus páramos. Quizás todo ese kilometraje extra, de aguas por lo general bastante calmadas, hicieran que, en tiempos lejanos, los remeros de Pedreña tuvieran que acumular horas extra de remada para alcanzar y regresar de la mar, y eso pudiera haber supuesto un plus de entrenamiento acumulado que podría explicar su excelente nivel. O también la posibilidad de haber podido alternar la boga exterior en oleaje, con otra interior más delicada, fina y amplia. Quién sabe, misterios del deporte pionero. Para finalizar con el asunto de Pedreña, sobre el que no puedo (ni quiero) ocultar mí apego, decir que sus colores son el negro y el blanco. Negro para el casco de sus barcos, blanco para su bandera (de club, no municipal) y combinado para sus uniformes deportivos.

 
Pedreña en pleno esfuerzo.

Antes de continuar parece imprescindible describir, de modo básico, cómo es una trainera. Los cascos, que antes eran de madera, elaborados por carpinteros de ribera, ahora son de fibra de carbono. El barco tiene una eslora de 12 metros y unos puntales mínimos de 9,95 y 0,75 metros en proa y popa respectivamente. La manga es de 1,72 metros. En definitiva, una embarcación muy larga y estilizada, relativamente estrecha y bastante baja. El peso mínimo es de 200 kg. En el barco van catorce tripulantes: trece remeros y el patrón. Éste último gobierna la trainera por medio de un remo de mayor pala, que va orientado en la misma dirección que la quilla, colocado en un tolete a babor de la popa. Desde la popa, el patrón contempla todo el panorama hacia el que se dirige el barco, así como toda la tripulación de remeros (trece en total), que permanecen sentados enfrentados a él, remando de espaldas al avance. Los remeros manejan un remo cada uno. Se sientan por parejas, conformando seis bancadas, de modo que hay seis remeros a cada banda (estribor y babor). El sobrante, se coloca a proa, espacio en el que únicamente cabe un remero (el proel). Él será, precisamente, quién al aproximarse la boya de ciaboga, dejará momentáneamente de remar, para tomar el remo de bayona, y colaborar con él en la maniobra de virada de 180º.

 
Ejecutando una ciaboga.

Habiendo actualmente tantas posibilidades para poder ver todo esto por medio de videos de libre acceso, creo que lo expuesto es más que suficiente como para que el lector se haga una idea básica del barco en cuestión. Pasamos pues a intentar definir qué podemos considerar como una competición legendaria o singular. Este es un asunto sobre el que ya me he pronunciado en reiteradas ocasiones en este espacio de escritura. El torneo de tenis de Wimbledon (que por cierto sigue exigiendo a sus participantes que vistan de estricta indumentaria blanca), el Descenso del Sella, Las 24 horas de Le Mans, el Tour de Francia y los cinco Monumentos ciclistas, el Tourist Trophy de la Isla de Man o el Ironman de Hawaii son claros ejemplos de eventos deportivos singulares y legendarios. Hay muchos más, todos ellos han logrado adquirir popularidad, reconocido prestigio y atesoran una serie de señas de identidad propias que los hacen distinguirse de otras competiciones y rivalizar, o incluso superar en gloria, a las competiciones más importantes a nivel mundial (normalmente campeonatos del Mundo o JJOO) de su misma modalidad deportiva. Para que un evento llegue a alcanzar este estatus legendario debe irse ganando cierta fama, debe ir construyendo tradición y debe ir alimentando cultura propia. Es algo que, en relativamente poco tiempo, consiguieron el citado Ironman de Kona, o el Dakkar. Algunos eventos lo logran por la demanda de inscripciones que son capaces de generar, tal es el caso del maratón de Nueva York, que a costa de ello, logró un “surpass” sobre otros, como el de su cercana Boston. En esto de los eventos legendarios también surgen novedades, citas que logran alcanzar una enorme popularidad pese a tener pocos años de vida. Algo que cualquier aficionado practicante de ciclismo entiende si le citamos la Quebrantahuesos o la prueba de BTT de “Los 10.000 del Soplao”. En todo este panorama, son muchos los casos en los que tan importante como la victoria para el ganador, es el logro de llegar a participar o el conseguir acabar la prueba para la mayoría de los inscritos. Algunas de estas grandes expresiones deportivas mantienen sus puertas cerradas a los deportistas populares. Son coto cerrado para los mejores deportistas profesionales, y el resto hemos de contentarnos con vivirlas como espectadores. Otras, sin embargo, son de participación abierta o relativamente accesible, aunque en algunas la demanda es tal que se llegan a hacer sorteos o pruebas previas clasificatorias. Muchas de estas se han convertido en verdaderos destinos deportivos de peregrinaje, hacia los que cada vez se encaminan más deportistas populares, dispuestos a lograr completar tal o cual prueba singularísima, al menos una vez en su vida. Yo mismo tengo algunas “coleccionadas”. La verdad es que es bonito eso de sentir que se forma parte de un evento tantas veces admirado desde fuera. Lo mismo que estar “compitiendo” (realmente no disputando) en la misma prueba que los grandes campeones, compartiendo escenario, reglamento, etc. con ellos.

En el mundo de las traineras podemos encontrar algunos eventos de este tipo. El más evidente es el de la regata de la Concha en San Sebastián. El logro más importante al que puede aspirar cualquier trainera, cualquier patrón y cualquier remero. El prestigio de la prueba se debe, seguramente, a que se trata de la regata de traineras más antigua que continúa celebrándose hoy. Nació en 1878, lo cual es mucho decir. Eso, su formato y la movilización de  muchos miles de aficionados, la convierten en un evento deportivo muy singular, cuya fama va mucho más allá del mero conocimiento de la misma por parte de los seguidores del remo. Personalmente he tenido la fortuna de haberla vivido en tres ocasiones. Desde luego no remando, pero sí como parte del cuerpo técnico de nuestra trainera, y en dos de ellas completando el proceso hasta el final, esto es: la eliminatoria clasificatoria y las dos tandas de la final. Pero participar en la Concha no está al alcance de cualquiera, a las pruebas que conforman la regata propiamente dicha únicamente pueden acceder siete traineras que compiten con la local, que tiene plaza por derecho propio. Esas siete provienen de una clasificatoria cronometrada en la que participan muchos barcos militantes en diferentes categorías de las ligas de la ACT. En realidad, únicamente las de la máxima categoría suelen tener posibilidades reales de clasificación, y en ellas se sientan los remeros titulares de los mejores equipos del cantábrico.

 
1949, la trainera de Pedreña celebra su triunfo en la Concha. (Imagen. kutxateka).

 
Nuestra trainera regresa a puerto clasificada para la regata de la Concha, Ángel saluda a la afición.

 
 Finalizada la regata de la concha, la tripulación saca el barco del agua entre la muchedumbre.

Pero, para la gente corriente, las traineras, recientemente, ofrecen otras posibilidades que llevan camino de poderse convertir en eventos de cierta singularidad y quién sabe si, con el tiempo, alcancen un estatus de legendarios. Me estoy refiriendo especialmente a una regata denominada Galerna del Cantábrico, cuya gestación y desarrollo está siendo obra del colectivo Avante (localizado precisamente en Pedreña). Esta gente, con muy buen hacer, enorme conocimiento e infinita pasión por el remo, ha diseñado una regata de traineras para centros educativos. El formato de la prueba sigue el patrón de la mayoría de regatas de la ACT: tandas de cuatro barcos, que además son cronometradas para poder establecer eliminatorias y pases para la final. Todo ello se desarrolla en un campo de regatas longitudinal, de cuatro calles, con sus respectivas boyas de ciaboga, disputándose la competición a base de largos de ida y vuelta. Las tripulaciones, que son mixtas, se cubren con estudiantes de ESO, que representan a los Institutos en los que cursan sus estudios. El proceso, más allá de una mera regata, incluye bautismo de mar, entrenamientos en seco y agua, conocimiento de la cultura del remo, aportación solidaria de alimentos y la programación de una Unidad Didáctica de remo dentro del área de EF. La regata es la guinda que corona todo un proceso educativo y de aprendizaje que busca promocionar el remo de traineras y acercar a los estudiantes, miembros futuros de nuestra sociedad, al deporte y la cultura de las traineras. ¡Ya van por su octaba edición! A este paso, creo que van a conseguirse erigirse en algo importante, único en el mundo. Y no estoy exagerando, aquí sobran las palabras, lo que hay que hacer es acercarse a verlo.

 
La tripulación del IES Las LLamas a punto de embarcar.

 
La trainera del IES La granja de Heras en pleno esfuerzo.

Pero también esa competición queda fuera del alcance de quien ya tenga una edad avanzada, como es mi caso. Sin embargo, desde hace poco tiempo, otra asociación, la Navigatio Santander, también se ha empeñado en recuperar o atender con mimo a la cultura tradicional del remo en Cantabria. En este caso, un apasionado y romántico grupo de personas liderado por Chepe, ha conseguido hacerse con alguna trainera, las necesarias parlamentas (juego de remos), así como un lugar donde guardarla cerca del agua, y está sacando a remar a mucha gente dentro de un proyecto muy inclusivo. En Navigatio atienden tanto a personas (por lo general mayores) que desean hacer del remo su, o una de sus, actividades de deporte saludable y al aire libre, como a equipos de empresa en actividades de formación colectiva, o a grupos de diferentes tipos de terapias. Todo ello proponiendo una experiencia cooperativa coordinada, algo técnica, en la mar y a las órdenes de un patrón (con lo que ello implica mientras se está embarcado). Pero, además de toda esa variedad de actividades, en Navigatio mantienen una o dos tripulaciones, más o menos permanentes, con las que salen a competir en un circuito internacional de barcos de remo tradicional (de banco fijo, y vinculados a las tradiciones de cada lugar de procedencia). Tal circuito está especialmente consolidado en aguas anglosajonas. Los principales contactos de Navigatio han sido establecidos con una entidad de Cork (Irlanda), adonde la trainera ya ha acudido a participar de su regata. Cómo es lógico, al encontrarse en cada evento barcos de tamaños, número de remeros y especificaciones muy diversas, el resultado final de la competición apenas cobra relevancia. Lo importante es remar, hacerlo sobre un recorrido atractivo y estrechar lazos con otras culturas a través del remo tradicional.

Hasta ahí todo estaba tranquilo, hasta que la asociación santanderina decidió dar otro paso adelante y se remangó para organizar, también ellos, su propia regata, la “Navigatio”. Para ello diseñaron un recorrido muy atractivo, parcialmente ubicado en la Bahía de Santander, pero incluyendo varias millas por mar abierto. Con la intención de poder incorporar el evento al circuito internacional, en un futuro lo más cercano posible, invitaron a varias tripulaciones irlandesas que acudieron a la cita con cuatro de sus tradicionales “currachs”, que son unos barcos construidos con armazón de madera forrado de piel animal o lona embreada, e impulsados por cuatro remeros que manejan un remo en cada mano. Por parte local participaron tres traineras: una con cantera mixta de Pedreña, otra también mixta aunque con mayoría de mujeres a bordo (patroneada por el propio Chepe) y una más completamente masculina, con Juan Carlos Lanuza al mando. Así pues la regata “Navigatio.0” estaba en marcha. Digo esto porque la intención de su celebración era doble. Por un lado empezar a celebrarla ya, y por otro, que sirviera de test para aprender a hacerlo bien, de modo que: los irlandeses dieran el visto bueno y recomendaran su incorporación al circuito internacional; y se corrigieran potenciales errores para la siguiente. Así pues, en adelante, no sé si finalmente esta será considerada como el germen de la primera, o la primera propiamente dicha. En cualquier caso, si todo va bien, y si los organizadores y responsables de la misma no cejan en el empeño, es probable que quienes por allí estuvimos el día de la regata, hayamos asistido al nacimiento de otro evento deportivo que pudiera llegar a hacerse mítico. Ingredientes no le faltan, será cuestión de maduración, de ir adquiriendo poso con los años.

Un currach, navegando frente al Paseo Pereda.

 
La trainera mixta con Chepe de patrón a la altura de San Martín.

 
Nuestra trainera con Juan Carlos al mando.

Digo estuvimos, porque tuve la suerte de participar en la regata, y no colaborando o mirando, sino como remero de una de las traineras. En concreto, la Navigatio masculina. Todo empezó una mañana tomando un café con mi compañero de hockey sobre patines Jaime Ruigómez. Había quedado con él para charlar un rato sobre algunos asuntos relacionados, precisamente, con el hockey. Mi amistad con Jaime nació hace ya más de treinta años, cuando lo tuve a mis órdenes como jugador de hockey, la primera vez que tuve contacto con tan fulgurante deporte. Con aquel equipo estuve dos temporadas, y fueron tan intensas, que desde entonces conservo amistad con aquellos integrantes de la plantilla que siguen viviendo cerca. Fue también Jaime quien me llamó hace un par de años invitándome a retomar el hockey sobre patines, ahora como jugador, como miembro del equipo de veteranos que han organizado, con unas cuantas viejas glorias de aquel equipo y otros posteriores. El caso es que durante nuestra conversación, el hockey dio paso al remo y mi amigo me instó a que me integrara en la tripulación de la trainera en el que él mismo pensaba remar en semana y media. Tanta fue su insistencia, que no fui capaz de negarme, aunque poniendo una condición: probar antes, en una sesión de entrenamiento, el fin de semana anterior al evento.

Dicho y hecho. Temeroso yo de, tal vez, no estar a la altura del equipo, me presenté en la nave de remo del equipo de Pedreña, para rememorar tiempos pasados y probarme un poco remando en el foso de entrenamiento. Un rato a cada banda, bajo la supervisión de Kiki, que había sido pupilo remero en mi primer paso por el club y directivo en el segundo. Me dio el aprobado, aunque a pesar de ello, repetí sesiones de foso por mi cuenta, algunos días de las dos semanas previas a la regata. Más que nada, para hacer algo de callo en el trasero. El sábado de prueba me reuní con algunas personas que esperaban en Pedreña a que un primer turno de entrenamiento dejara barco y parlamenta para el segundo, el nuestro. Al embarcarnos, ya me encontré con algunas personas conocidas. En especial el patrón, Chepe, que me recordó que había sido profesor suyo en un curso de formación como técnico. La sesión fue entretenida, agradable y satisfactoria. No encontré problema alguno en adaptarme al grupo ni a la técnica de remada propia de aquella tripulación. La metodología de dirección empleada por Chepe es muy didáctica, amable y asequible, lo que se corresponde con los tipos de grupos que se enmarcan dentro de los objetivos de trabajo de la asociación. La tripulación era mayoritariamente femenina y con edades no demasiado alejadas de la mía. El día fue magnífico, una típica jornada santanderina de playa. Al regresar, nos detuvimos a tomar una caña en el chiringuito del Puntal, y poco después ya habíamos terminado. El veredicto era claro: participaría en la regata. Pero aún tuve otra ocasión de remar, pues el sábado víspera de la fecha señalada, remé como voluntario para trasladar nuestra trainera desde Pedreña hasta muelle de Gamazo en Santander. Aquella fue una travesía corta y algo precaria, pues no solo no completábamos tripulación, sino que en la misma había enroladas personas que nunca antes habían remado. Al timón, quien sería nuestro patrón al día siguiente: Juan Carlos.

El día del esperado evento también amaneció soleado y caluroso. Antes de embarcar, se ve que por presupuesta experiencia técnica, me tocó ordenar las bancadas del barco, es decir, asignar los puestos de todos los remeros. Tocaba hacerlo un poco a ciegas, teniendo en cuenta que a la mayoría no los conocía, así que opté por preguntarles si habían remado alguna vez o no, y si tenían preferencia por babor o estribor. Con la escasa información recopilada, emparejé por pesos y nivel de inexperiencia previa y finalmente asigné orden de bancadas. Quedé situado, contando desde popa a proa, en el tercer puesto de la banda de estribor. Una vez en el agua, nos tocó esperar un buen rato hasta que nos ordenaron ponernos en marcha. Aquello no fue una salida formal de regata, sino más bien un arranque amistoso. Las primeras millas sirvieron para ir ajustando la remada colectiva. Básicamente, detectar la amplitud de la palada (más bien corta), establecer la frecuencia (media-baja) y fijar un punto de coordinación sonora (justo antes del ataque). Todo ello bajo las directrices de un entusiasta patrón. Y es que aquel primer tramo también nos sirvió para ir conociendo el peculiar y entretenido estilo de gobierno de nuestro carismático patrón.

Enseguida enfilamos la canal de salida de la bahía, encontrándonos con el oleaje característico de la “barra”. Fue superado sin demasiados problemas y enfilamos rumbo hacia la isla de Santa Marina, auténtica navegación de mar abierto. Se ve que los ajustes organizativos de cobertura (roles asumidos por cada barco de apoyo) no habían quedado claramente establecidos, porque ninguno estaba ejerciendo de baliza sobre la que doblar, al alcanzar cada esquina del amplio campo de regatas. Esto es algo a mejorar por parte de la organización. En cualquier caso, no supuso un verdadero problema, porque allí lo importante no era obtener ningún resultado deportivo, sino probar la ruta y todo el despliegue de embarque y desembarco colectivo, así como otras cuestiones logísticas. Es más, en varias ocasiones, tanto nosotros como la rápida trainera “juvenil” de Pedreña, nos vimos obligados a detenernos del todo para conseguir que la tercera trainera, junto con los currachs irlandeses, nos alcanzaran, para tratar de componer una especie de flota. Por alguna razón que desconozco los barcos foráneos habían partido con bastante retraso. Además, cada vez que reiniciábamos la boga, Pedreña y nosotros nos volvíamos a alejar de los demás. Pedreña, por cierto, con bastante más facilidad y velocidad.

Desde algún punto relativamente cercano a la isla, nos dirigimos hacia Cabo Menor, atravesando el abra del Sardinero. Fue un largo hermoso, toda una experiencia cantábrica. Tampoco allí hubo ciaboga sobre baliza precisa, pero el caso es que empezamos a regresar por un rumbo más costero que nos llevó a bordear la península de La Magdalena, solventar las olas de la barra en dirección opuesta y detenernos a esperar, con Pedreña, en la encalmada que hay pasada la “casa del Médico”. Desde allí, toda la flota reunida, remamos por la bahía hasta la altura del Centro Botín, donde nos esperaba la línea de meta, que nos fue aprobando las sucesivas llegadas con la correspondiente pitada del barco de referencia. Finalizada la regata, a nuestra trainera le quedaron ganas y fuerzas para acometer un par de champas intensas en plan exhibicionista. El conjunto de remeros alargamos las paladas inclinando nuestras espaldas bien atrás, y conseguimos acelerar el casco con cierta vistosidad, para regocijo de la tripulación y el público asistente. Y sin más demoras nos dirigimos a desembarcar.

A nivel personal la experiencia fue plena. Remar en una trainera integra unos cuantos aspectos difíciles de experimentar en otros deportes. El remero, le gusté o no, ha de someterse al criterio del patrón. Donde hay patrón no manda marinero, pues cualquier conato de discusión o alternativa de criterio pondría en riesgo la estabilidad de la embarcación. Además de eso, ha de acoplarse al conjunto de la tripulación, tratando de moverse de forma acompasada con los demás, de modo que el esfuerzo se produzca al unísono y los movimientos se realicen con la mayor fluidez posible, evitando movimientos superfluos del casco. Para ello, los remeros disponen de dos referencias, una visual y otra auditiva. La primera es la pala del primer remero de su banda (el “marca”) a la cual tiene que intentar ajustar la suya en todo momento. La segunda son las instrucciones de voz del patrón, las cuales, la mayor parte del tiempo, consisten en una rítmica y repetitiva letanía onomatopéyica que acompaña a las paladas. Además de todo ello, hay que mantenerse concentrado en la técnica de la palada, y ejecutarla con la amplitud y esfuerzo convenientes. Se tiene la sensación de estar trabajando sólo y acompañado simultáneamente, porque la aplicación de esfuerzo y la concentración en la tarea se perciben de modo muy individual, pero se es consciente de estar formando parte de un todo que únicamente funciona con la aportación coordinada de todos. Además de todo ello hay mar, salpicaduras, brisa en la piel, horizontes y bamboleo de olas. Por no hablar de todas las tareas cooperativas que implican el embarcar y desembarcar. Concluida la experiencia, me alegro muchísimo de haberla podido vivir. Lo considero todo un privilegio, y no descarto repetir a la menor oportunidad.

 
Barco y tripulación posando antes de la regata, al fondo la Escuela de Náutica.

Un poco de acción...

La ruta completada (de unas aproximadas nueve millas) fue espectacular. Se trata de una navegación clásica en el entorno de Santander, que se acerca a varios de sus accidentes geográfico-costeros más icónicos. La alternancia de navegación de bahía y exterior enriquecen la singladura, colmándola de sucesivas y variadas perspectivas. Todo el mundo quedó encantado. Como si aquello no hubiera sido suficiente, la organización nos premió con una comida a base de marmita y macedonia, y un generoso suministro de cerveza para almorzar. Todo ello acomodados bajo carpas y sombrillas en el mismo dique de Gamazo. La jornada tuvo continuidad por la tarde, cuando nos trasladamos al cercano barrio de Tetuán, que se encontraba en fiestas, para asistir a una ceremonia de clausura del evento, con la consabida entrega de medallas conmemorativas.

Película de la ruta completada por nuestra trainera.

Recordando todo aquello, no tengo la menor duda de que, si el trabajo de la asociación no se relaja o rinde, la regata Navigatio seguirá existiendo y, con suerte y quizás algo de apoyo, acabará integrándose en el circuito internacional, en cuyo caso, con mucha probabilidad, culminará erigiéndose como todo un referente deportivo tradicional. Por eso me pregunto si no habré tenido la suerte de haber participado (deportivamente) en el nacimiento de un futuro evento singular y legendario. Esperemos que así sea, méritos y atributos no le faltan. El paso de los años dictará su veredicto.

Video reumen del evento.

Algunas referencias bibliográficas interesantes para profundizar:
  • BROWN, Daniel James: “Remando como un solo hombre”. Nórdica. Madrid, 2015. Excelente ensayo novelado sobre el remo universitario y olímpico en los EEUU en los años 20-30 del S. XX (banco móvil).
  • PEREDA (de), José María. “Sotileza”. Novela costumbrista ambientada en la bahía santanderina.
  • GÓMEZ BEDIA, JM; MAZÓN COBO, V; CARRILES BEDIA, MA; CASTANEDO TRUEBA, J: “Unidad Didáctica Remo”. Consejería de Educación. Gobierno de Cantabria. Santander, 2010. Completísimo volumen de contenidos educativos sobre el remo (teóricos, prácticos e históricos).
  • GUTIÉRREZ, José: “Un viaje por el Cantábrico en trainera”. Lulu. Galizano, 2011. Relato gráfico (fotos) y narrativo sobre mi experiencia viajando durante un año completo con la trainera de Pedreña en la ACT.
  • LÓPEZ POLIDURA, Jesús: “Pedreña. Cien años bogando. 1895-1995). Estvdio. Santander, 1996. Libro recopilatorio de datos e imágenes históricas sobre la trayectoria del club, durante su primer siglo de existencia.

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