En casa los Reyes Magos son sagrados. Ni Halloween, ni San
Valentín, ni otras mandangas exportadas o comercializadas. No es que esta
fiesta no haya sucumbido a los excesos de la sociedad de consumo, es evidente
que también lo ha hecho. Sin embargo hay una gran diferencia con el resto de
las fiestas que implican regalos, y no es otra que basarse en una tradición
añeja, nuestra y previa a la instauración social de la obsolescencia programada
y otros fenómenos favorecedores y forzadores del consumo exagerado.
Las tradiciones navideñas de regalos son abundantes en el
planeta, haciendo un repaso rápido podemos encontrar a la bruja Befana que
reparte en Italia (cual cartero) desde su escoba, o a Santa Claus en los países
nórdicos (bajo un árbol con velas en Dinamarca o por la tarde en Suecia); mientras
en los EEUU, lo exportaron prostituyéndolo vilmente, y dice alguna leyenda
urbana (no sé si es cierto) que vistiéndolo corporativamente de Coca-cola. Lo
peor del asunto es que, como tantas veces nos pasa aquí, demasiada gente baja
de defensas con respecto a la horterada externa, lo ha importado, incapaz de
educar a los niños en la excitación de la espera y en el disfrute previo de
tantas otras posibilidades que esas fechas, fiestas o épocas invernales
ofrecen. De nuevo sociedad de consumo. Entre tanto San Basilio cumple con sus
funciones en Grecia el día 31 de diciembre; San Nicolás e Rusia y en Croacia el
día 6 de diciembre y los Reyes (curiosidades de la vida) en Austria. Un hombre
de cabello oscuro cruza la puerta de las casas escocesas con carbón (sí,
carbón…), sal y whisky (todo un acierto esto último). Los hogares chinos se
engalanan con linternas de papel para esperar a que Dun Che Lao Ren (“el viejo
hombrecillo de las Navidades”) reparta regalos el día 24. Al otro lado del mar,
en Japón, Hoteisho, un joven con un bulto a su espalda, se responsabiliza de lo
mismo. Y muy cerca de aquí, el Olentzero de origen navarro, se entretiene en
similares menesteres, aderezados también por el carbón.
Pero en mi tierra esta tradición se basa en la existencia de
los Reyes Magos. Los cuales puntualmente llegan a nuestra casa cada madrugada
del 6 de enero, tratando de hacernos felices a base de regalos. Solamente hay
un requisito a cambio: creer, asumir firmemente que existen y por tanto,
comportarse y hablar del tema con la correspondiente coherencia que ello
supone. Eso fue lo que siempre ocurrió en mi familia de origen, y así se ha
trasladado a mi familia actual. Algo sencillo y entrañable cuando mis tres
hijos eran pequeños, pero que a día de hoy, cuando alguna ya es mayor de edad y
los otros llevan camino de serlo, no ha sufrido alteración alguna. En la
familia todos creemos firmemente en la existencia de los Reyes Magos. Más desde
un punto de vista mágico que religioso. Y si algún día dejamos de hacerlo,
desparecerán los regalos, los zapatos la víspera, las copas de cava y el turrón
para su avituallamiento nocturno, la ceremonia matinal de colocarnos en fila de
menor a mayor, antes de entrar al salón, y toda la feliz mañana de apertura de
regalos y caras sorprendidas. Esperemos que no ocurra nunca.
El caso es que este año, de alguna manera los Reyes han
tenido en cuenta lo que se me venía encima con la propuesta “Rodador”, ya que
han tenido varios detalles ciclistas muy relacionados con ello. El primero ha
sido la Dawes, a la que ya me referí más que de sobra la semana anterior. Pero
es que además, provocándome una absoluta sorpresa, completamente inesperada,
entre los paquetes que se amontonaban junto a mi zapato, apareció un maillot.
Se trataba de un maillot de confección contemporánea, sin embargo era especial.
Una réplica. Una reedición del maillot del Kas. Ese mismo que Roberto, Lucas,
Tomás… y tantos otros ciclistas amantes de lo retro pasean por algunos de los
eventos clásicos que frecuento. Me hizo mucha ilusión (casi cualquier maillot
me lo hace). En esta ocasión por doble motivo: por darme la posibilidad de
incluso poder quedar de antemano con mis amigos para “ir de equipo” en alguna
cita; y por disponer desde ese momento del maillot emblemático del que quizá
para mí (y para muchos aficionados ciclistas de siempre) haya sido el equipo
ciclista más legendario de la historia española. José Manuel Fuente (a quién
por cierto llegué a conocer personalmente, creo que en el año 1984, cuando me
lo presentó José Juís Algarra, mientras el Tarangu ejercía de director
deportivo de un equipo de aficionados); nuestro cántabro Gonzalo Aja; Lasa,
López Carril, Pesarrodona, Perurena, Martínez Heredia… Por ahí por el blog, en
alguna entrada del año pasado tenéis incrustado aquel fantástico documental
sobre el Giro protagonizado por Merckx, Fuente, el Kas y el Bianchi ¡casi nada!
Pero sus majestades no sólo se han acordado de mí a la hora
de sorprender con presentes ciclistas. Myriam se encontró con una maravilla
retro. Nada más y nada menos que una BH Gazella (de señora), original de los
años 60. Y no se trata de una restauración sino de una bicicleta bien
conservada pese a su uso (la cámara trasera tiene unos 16 parches
aproximadamente). Es un modelo granate y blanco. De frenos de varillas
¡faltaría más! En realidad tan sólo ha habido que ponerle cubiertas nuevas, cambiarle
una biela algo torcida, pedales similares pero nuevos, timbre, bomba y una
redecilla nueva sobre el guardabarros trasero a modo de protector de faldas o
vestidos. El resto, limpiar y ajustar (muy poco). Es fantástica, ya la hemos
probado para ir a tomar algún aperitivo rural de esos que nos gustan tanto. La
idea es que la utilice en todos los Tweed Rides a los que pensamos acudir este
año. El trasportín viejo lo pintaré cuando tenga tiempo, pero por el momento
ahí está. Las pegatinas, íntegras todas. Proviene de Castilla, de ahí que haya
sobrevivido al feroz ataque cantábrico de la corrosión. Por traer, tiene hasta
la última chapa de circulación que portó en el 72.
Fuera de casa, también han aparecido bicicletas. Quién lo
diría, pero hasta Fernando y Domi, aquella pareja de amigos que nos hizo la
cobertura fotográfica y de video en la Histórica la temporada pasada, tienen
desde Navidad sendas bicis híbridas para acometer excursiones y paseos. El
acercamiento a lo retro del año pasado, un pic-nic ciclista y que Fernando
recibiera una clásica de paseo tuneada como regalo de jubilación (considero que
mucho mejor detalle que la biografía de una maestra, que fue el repartido por
la Consejería de Educación a la promoción docente que nos dejó en el 2013), han
sido argumentos suficientes y convincentes para que se decidan a convertirse en
ciclistas ¡Bienvenidos! En cuanto estos sucesivos vendavales se retiren, nos
reencontraremos a pedales.
Y para terminar otra anécdota ciclo-navideña. Mi hija
Cristina tiene novio. Normal, está en la edad. Independientemente de que con él
llegue lejos o no, eso es cuestión de ellos y de la vida misma, el muchacho es
un tipo majo. Resulta algo peculiar. No porque sea de origen italiano o por su
singular forma de ser, sino porque es una persona muy educada (mucho) lo cual
resulta bastante extraño, para alguien de su edad en estos tiempos que corren.
Extraño pero admirable y encomiable. Para mí, al menos resulta una cualidad
esencial, especialmente para una persona candidata a entrar en mi familia. No
quiero ni pensar lo que sería compartir mesa o tertulia habitualmente, con una
persona soez o chabacana. Pero Fabio es peculiar por más razones: lee
asiduamente este blog…, tiene un especial apego a sus bienes de consumo
veteranos, esos que siempre le han dado servicio a él o a sus padres y se lo
siguen dando, de tal forma que no los traiciona, abandona, sustituye o aparta
fácilmente, seducido por cualquier diseño a la última. Un ejemplo de ello es
que hasta ahora se ha paseado por la ciudad con una bici, cuando menos rara (lo
de pasear es un eufemismo, porque nuestro personaje es, sin definirse a sí
mismo como tal, un auténtico ciclista urbano, pues en bici acostumbra a ir a la
facultad, de recados y a muchos de sus asuntos). La bicicleta en cuestión es lo
que podríamos denominar una BTT de segunda generación, es decir de las primeras
que se fabricaron en España, cuando la revolución de la Mountain Bike traspasó
nuestras fronteras. Era de su padre y está tal cual fue adquirida. Eso no nos
dice mucho, pero interesa mencionar que se trata de una “Vipch”, marca
probablemente desconocida para la mayoría de los aficionados. La marca era una
especie de taller que montaba cuadros de carretera, de montaña y hasta algún
prototipo extraño, generalmente con tuberías Reynolds o Columbus. Lo hacía
basándose en su propia estructura empresarial que provenía del ramo de los
neumáticos. De ahí su nombre: Vipch = vulcanizados y parches.
El caso es que Fabio suspiraba por una bicicleta de
carretera, y la anduvo buscando por Internet. Dio primero con una Bianchi que
fue pronto vendida. Frustrado, encontró pronto una posible sustituta, una
Macario que vendían en un pueblo cercano. Humilde en su inexperiencia ciclista
me propuso que lo acompañara para verla y tomar la decisión de la compra. Y
allá que fuimos los dos solos, en su eterno 205, al que tanto mima. La bici
estaba en perfecto estado. Acero de un color claro, montada con Campagnolo
sincronizado en frenos y coronas y Shimano por movimiento central. Pedales
automáticos Look de los pioneros y unas llantas algo posteriores a la bici. Me
monté, me di una vuelta y en seguida me percaté de que todo estaba en regla,
ajustado, funcionando, sin holguras, sin ruidos… buenas sensaciones. Un examen
visual nos dejo claro que el estado general, a excepción de la cinta del
manillar, era francamente bueno. Total que mi veredicto fue positivo: por
bastante poco dinero, tienes una bici estupenda, que te sirve para todo
(ciudad, entrenamiento y hasta clásicas), que poco tiene que envidiar a
cualquier bicicleta posterior de gama media. Lo bueno de estas bicicletas es
que el paso de los años y los constantes cambios de diseño y estética, las
abaratan enormemente porque todos sabemos que nadie las compraría en caso
contrario. Entretanto, tal y como he probado y demostrado el año pasado, mantienen
la funcionalidad de las actuales sin problema alguno. Y si es por cuestión
estética… pues cada uno tenemos nuestras preferencias.
A él le sobraban los pedales automáticos, poco aptos para un
uso mixto que incluye mucha ciudad. Así pues le regalé unos de montaña casi nuevos que no utilizaba, con rastrales de plástico (para que no estropee sus
zapatos) y correas. Él a cambio, pese a mis reticencias, me ha regalado el
sillín de la bici, pues tenía otro esperándola. Se trata de un original modelo
de carretera cubierto con una imitación de piel de reptil. Una preciosidad que
su madre se encargó de dejar tan brillante y suave como unos guantes femeninos
parisinos comprados en alguna lujosa boutique de la Rue de la Paix. Gracias
Fabio, encontraré una excelente ubicación para el sillín. El caso es que el
chaval ya tiene bici, y pese al poco favorable clima que nos castiga este
invierno, parece que anda por ahí esprintando en los radares, metiendo tuerca
en las numerosas cuestas de la ciudad y apurando frenadas en los vertiginosos
descensos callejeros. Me alegro. Por él y por la bici, cuyo destino no sería
halagüeño de otro modo. Ahora tan sólo queda liarlos a los dos y embarcarlos en
alguna Retro o incluso Clásica de las de este año.
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