Debo ser un raro, pero cada día me cuesta más entender la sociedad en la que vivo. Durante los pasados Juegos Olímpicos (JJOO) de París me topé con diversas situaciones y comportamientos que me resultaron poco coherentes, vergonzosos, inapropiados e incluso, alguno, alarmante. La historia del olimpismo moderno (la que comprende a los JJOO modernos desde su fundación por el Barón Pierre de Coubertin hasta ahora) presenta unas supuestas constantes que se nos venden como inmutables y profundamente arraigadas pero que, sin embargo, son cambiantes o evolutivas y, en muchos casos, lo son a peor. Me refiero a conceptos abstractos como el espíritu olímpico, y a otros que deberían ser más tangibles, como el de Carta Olímpica o Villa Olímpica, que también están acabando convertidos en abstractos. Este texto pretende ofrecer una reflexión general sobre algunos de estos asuntos apoyándose en un anecdotario parcial, alimentado por mi atención como mero espectador de los juegos. Por lo tanto, la recopilación de detalles es aleatoria, no sistemática. Se nutre de situaciones que he visto, la mayoría de ellas por casualidad, porque en ese momento estaba viendo la televisión o me llegó alguna noticia, no porque expresamente haya seguido demasiado las retrasmisiones o haya buscado algunas en concreto.
Pero voy a comenzar adelantándome un poco en el tiempo. Poco antes de los JJOO se celebró la Eurocopa masculina absoluta de fútbol (parece que hay que especificarlo todo porque si no hay gente que se ofende, aunque, precisamente en TVE, mi fuente informativa más habitual, suelen hacer justo lo contrario cuando se trata del fútbol femenino, creo que para crear una premeditada confusión, pensando que así evitarán pérdida instantánea de audiencia. Dando muestras de ser ellos quienes siguen con el complejo). Aquel campeonato fue todo un bombazo mediático, reforzado por los éxitos de la selección nacional y alimentado por la propia televisión pública. De hecho, para mi sorpresa, la cadena (la Primera) desplazó algunos de sus telediarios Primera Edición (el del mediodía, su buque insignia informativo) para retransmitir en directo algunos partidos. El hecho me parece digno de análisis porque supuso anteponer un evento deportivo al interés general de la ciudadanía, algo que, personalmente, considero injustificado. Quizás no me lo hubiera parecido tanto si se hubiese producido exclusivamente en partidos en los que el equipo nacional estuviera implicado, pero es que, en más de una ocasión, los informativos se desprogramaron para ofrecer partidos que enfrentaban a otros países entre sí. Y todo ello teniendo en cuenta que el ente público (como así se hace llamar con frecuencia) dispone de otros canales de emisión convencional, y muchos más por internet.
Una vez dado el paso, con los JJOO llegó el cachondeo total. Encontrar un Telediario a su hora se convirtió en una misión de errática búsqueda y hasta fortuna. Afectando ya a las dos ediciones preferentes. El deporte superaba con creces, en importancia y presencia, a todo lo demás: la política, la seguridad, las guerras, las alarmas migratorias… todo. Valga como ejemplo algo que me encontré por casualidad y que me dejó perplejo y con sensación de haberme convertido en una persona marginal. Resulta que apareció el presidente del gobierno haciendo unas declaraciones a la prensa en las que, con total naturalidad aparente, dafirmaba algo así como que aquello era un paso importante (o uno más) hacia la conversión de España en un estado federal. Por lo visto, este país había decidido cambiar su modelo de funcionamiento, gestión, organización, diseño orgánico, etc. sin que yo me hubiera enterado. Y parecía que el cambio lo había decidido el presidente, así, por la buenas, porque sí. A mí, un cambio de tanta injundia (esté o no de acuerdo con él, que eso no viene ahora al caso) se me antoja tan fundamental que debería provenir de un consenso de grandísima mayoría, y no únicamente pactado a nivel de clase política, sino de ciudadanía. Es decir, algo que probablemente justificaría un referéndum. Sin embargo, se dejó caer así, a lo tonto, a desmano y entre retransmisiones deportivas. Y para colmo, no vi reacción alguna por parte del resto de partidos políticos, pues andaban todos ocupándose de otro tipo de detalles de mucho menos peso, más morbo, más guerrilla mediática, etc. Lo dicho, cada día me veo más fuera del sistema.
Pero dejemos de lado las cuestiones políticas y gubernamentales (aunque va a resultar imposible del todo, como iremos viendo más adelante) y centrémonos en los JJOO. En lo deportivo y en lo que cada vez resulta menos deportivo. Empezaré por París. La sede. Alabada y criticada con contundencia. Me ha quedado claro que el manejo de la sede olímpica parisina se ha convertido en un ejercicio estatal de chauvinismo superlativo digno de la época del Rey Sol. Los organizadores han tratado de que París brillara y quedara por encima del propio evento olímpico. Me ha quedado claro a través de muchas de las retrasmisiones deportivas, de algunas decisiones polémicas y de la maleabilidad del concepto de Villa Olímpica.
Ya a costa de la inauguración oficial y del desfile de los deportistas hubo controversia porque para la organización lo importante no era el desfile, ni los deportistas, sino su río Sena. La ceremonia, rompiendo la tradición (valor de gran importancia para el desarrollo, crecimiento y supervivencia de los JJOO) dejó de celebrarse en el estadio olímpico (de donde todo este sarao proviene históricamente). Los atletas, para desconsuelo de algunos de ellos, no desfilaron ante las gradas, sino que fueron paseados en barco ante las cámaras de televisión. Pasaron de ser sujetos activos (protagonistas) a objetos pasivos… adornos.
Como ejemplo del asunto de las retransmisiones, podemos poner el caso de la prueba de ciclismo en carretera masculina, que sufrió una realización tan desastrosa que ni los comentaristas especializados sabían a qué atenerse. Mucho plano panorámico y de detalle de la ciudad y poca información rotulada en pantalla, la cual, para colmo, cuando aparecía, era errónea. No se comprende bien, teniendo en cuenta que, precisamente, en el Tour de Francia, todo ese servicio está perfectamente cubierto y ofrecido, en escenarios diariamente cambiantes, muchos inéditos y bastantes veces con desarrollos de carrera mucho más complejos.
En cuanto a decisiones organizativas polémicas, las pruebas de natación y triatlón se llevaron la palma. Había tal empeño por seguir luciendo el río y dar una imagen de ecologismo nacional, que se gastaron millones de euros en su depuración. Digo gastaron, y no emplearon o invirtieron, porque todo apunta a confirmar que ha servido de poco o de a ratos. Los análisis de contaminación daban casi siempre positivos (es decir perjudiciales) a excepción ¡qué casualidad! de los días precisos de las pruebas. Como resultado hubo varias intoxicaciones de deportistas. Quedó claro, una vez más, que los deportistas, las personas, los seres humanos, los protagonistas principales de los JJOO estaban en segundo o tercer plano. Eran meros accesorios para el gran evento. Se podía jugar con ellos poniendo en riesgo su salud. En otro orden de cosas, si bien para las pruebas de natación había previsto un plan B, para el triatlón este consistía en suprimir la natación y convertirlo en duatlón. Ninguna de estas alternativas se llevó a efecto, lo cual dejó algunos enfermos y afectó a varios equipos de relevos. El caso del hipotético plan B para el triatlón es alarmante desde un punto de vista deportivo porque duatlón y triatlón son, pese a depender de una misma federación, modalidades deportivas muy diferentes. Tanto, que se eligen deportistas distintos para disputar sus campeonatos, y que el hecho de que haya o no natación puede cambiar los resultados radicalmente. Dice poco por parte del COI proponer el mencionado plan B, y menos aún por parte de la federación de triatlón (supongo que la ITU) el aceptarlo.
¡Y qué decir de la Villa Olímpica! Que ha crecido tanto que de villa ha pasado a metrópolis. Ya hace tiempo que los JJOO, los de verano y los de invierno, han ido demostrando su querencia por las grandes ciudades (parece que cuanto más grandes mejor). Por eso, especialmente los de las pruebas de vela ligera, algunos escenarios han sido desplazados por motivos de servicio (como algunos funcionarios o trabajadores) a donde hubiera agua suficiente. También es sabido que, desde hace años, muchos de los deportistas más ricos no se alojan en las villas olímpicas, sino en hoteles o alojamientos más exclusivos, barcos o yates especialmente acondicionados, etc. Pero en este caso se ha rizado tanto el rizo (de las pelucas barrocas de la corte del Rey Sol) que el fútbol se ubicó en Burdeos, Lyon, Marsella, Niza, Saint-Etienne, Nantes…; el balonmano y baloncesto en Lille; la vela en Marsella; y el surf en Teahupo’o (Tahití), a 15.716 km. Lo cual, esto último, más allá de la abstracción espacial que supone para el concepto de villa y sede olímpicas, a mí me parece todo un empeño por recordar, afirmar y avivar el colonialismo puro y duro.
Dejando la sede tranquila, quiero pasar a comentar algunas cuestiones que tienen que ver con el Comité Olímpico Internacional (COI), entidad que, a lo largo de toda su historia, no ha dejado de sembrar polémicas y controversias. Internas, externas, políticas, diplomáticas, reglamentarias, económicas, etc. Por ejemplo, a la hora de decidir las sedes olímpicas, de todos es sabido que el COI se vende al mejor postor. Antiguamente, tal y como denunciaron Simson y Jennings[1], y como quedó corroborado posteriormente a través de algunos procesos judiciales, lo hacía con evidentes acciones corruptas. Actualmente por otros medios, pero siempre con intereses, los económicos y de poder, como elementos principales en su motivación. Y es que los asuntos económicos son prioritarios para el COI, por eso la protección de todo aquello que es comercializable queda destacadamente de manifiesto en sus sucesivas versiones de la Carta Olímpica[2] (tan cambiante como su espíritu), y por eso, por ejemplo, un juez indicó a Alcaraz que se quitara una muñequera, o le diera la vuelta para tapar su logotipo, durante su primer partido olímpico de tenis.
Lo mismo que el COI toma sus decisiones (porque los JJOO son suyos) con respecto a las sedes, lo hace a la hora de quitar y poner modalidades deportivas a su antojo. Hay muchas que parecen permanentes por tradición, poder mediático u otros factores (atletismo, natación y un largo etcétera), mientras que otras debutan, se caen, reaparecen, etc. Las razones que podrían explicar su incorporación o no al programa de los juegos parecen caprichosas y, la mayoría de las veces, no quedan del todo claras. El kárate, por ejemplo, fue efímero: debutó en Tokio 2020 (en realidad 2021, pero ya hemos visto que, si el COI se permite moldear el espacio, por qué no lo va a hacer con el tiempo) y fue desechado para 2024. El breakdance se ha estrenado en París convirtiéndose en, desde mi punto de vista, todo un ejemplo de capricho unilateral, pretendiendo meter con calzador una actividad callejera, con connotaciones mucho más artísticas que deportivas. Puestos a ello, creo que un concurso de pintura callejera rápida (al óleo o de grafiti), cualquier tipo de danza, los versolaris vascos, etc. tendrían similar sentido, por lo que, metidos en faena, cualquier tipo de actividad, convenientemente transformada en formato de competición (fregar, fornicar, hacer magia, levantar paredes de ladrillo, etc.) podría ser objeto de estudio para su futura incorporación al programa olímpico. En todo caso, el COI eligió el breakdance y, a mí particularmente, su puesta en escena y desarrollo me parecieron lamentables y muy poco deportivos.
Más sobre el COI. El organismo se mete en política cuando quiere, a la vez que asegura ser apolítico cuando le interesa evitar determinadas críticas por no meterse en política. En pleno largo y cruento (por ambas partes) conflicto entre Israel y Palestina, un gimnasta israelita ganaba la medalla de plata en suelo, el mismo día que Israel bombardeaba un campamento de refugiados matando a una quincena aproximada de personas, algunos de ellos (ignoro si todos) civiles. El balance de muertos hasta el momento de los JJOO se decantaba claramente en favor de Israel, pues sus compatriotas fallecidos se contaban en pocos cientos (entre secuestrados, soldados y civiles), mientras que para Palestina la cuenta ya se hacía por decenas de miles. Lo chocante del asunto (al menos para mí), es que, mientras tanto, Rusia y Bielorrusia estén actualmente vetados para participar en los JJOO por la invasión de Ucrania. Los raseros que el COI emplea para tratar a unos países y otros no son los mismos. En tiempos recientes, al deporte ruso se le viene persiguiendo y expulsando por diferentes motivos: dopaje de estado e invasión de Ucrania. El asunto del dopaje tiene calado internacional, es una plaga ampliamente extendida, y en cuanto a los conflictos bélicos y/o terroristas, lamentablemente, también abundan en el planeta. Sin embargo, las decisiones del COI al respecto no siempre parecen claras ni equitativas. Una consecuencia práctica, desde el punto de vista deportivo, del veto a los deportistas rusos (y bielorrusos), es que tienen tres opciones: no participar, hacerlo con pijama de rayas (perdón, se me ha ido la olla, quería decir despojados de sus uniformes nacionales y bajo una bandera y denominación aséptica) o defendiendo los colores del mejor postor. Hay muchos ejemplos de ello, pero bastará con uno bastante elocuente. Concurso completo individual de gimnasia rítmica. Clasificación final: medalla de oro para Darja Varfolomeev, gimnasta rusa con entrenadora bielorrusa, que competía por Alemania; medalla de plata para una gimnasta búlgara; bronce para una italiana; cuarto puesto para Margarita Kolosov, nacida en Alemania (no he dado con la procedencia de sus padres) preparada por la anterior entrenadora bielorrusa, también compitiendo por Alemania; quinta, Daria Atamanov, nacida en Israel de padres emigrados de Uzbekistan; sexta Ekaterina Vedeneeva, gimnasta rusa con entrenadora rusa compitiendo por Eslovenia. El listado es elocuente y expresa sintomatología de dos fenómenos muy comunes en el deporte de élite actual: la hipocresía diplomática y política del COI, y el mercadeo internacional de los deportistas.
Por dar continuidad al segundo de estos asuntos, podemos incorporar algunos ejemplos. Seguramente podría haber muchos más, pero de estos me he percatado sin querer porque están relacionados con la delegación olímpica española. Vamos con ellos. Dos cubanos se enfrentan en un combate de boxeo, el kazako derrota al español. Parece un chiste, pero no lo es, ambos salieron de Cuba ya formados y mayorcitos, y se buscaron la vida deportiva en diferentes destinos. Resultados de triple salto masculino: oro, Jordan Diaz Fortún (España), cubano nacionalizado en 2022; plata, Pedro Pichardo (Portugal), cubano nacionalizado en 2019; bronce, Andy Díaz Hernández (Italia), cubano nacionalizado. Sin comentarios.
Aprovechando que han salido algunos detalles de la participación española en estos JJOO, me voy a permitir repasar algunas singularidades. Un detalle que no se me ha escapado tiene que ver con los atuendos. Diga lo que diga Ana Peleteiro, que ha dicho de todo, en un sentido y en otro, para acabar metiendo el racismo donde no lo había, a mí la vestimenta española de atletismo no me gustó nada y, además, me pareció poco representativa y tendente a la confusión con los atuendos de algunos otros países. Puestos a elegir, creo que Bélgica presentó un excelente diseño, elegante, moderno, original, bonito y adaptado a la mayor parte de sus disciplinas. Pero dejando los aspectos estéticos aparte, que los hay para todos los gustos, lo que me llamó la atención fue que, en lo que se refiere a los uniformes, en España teníamos dos clases de deportistas: los que vestían la vestimenta oficial, y a los que se les permitía participar con ropa de otras marcas: caso de Nadal, Alcaraz, Carolina Marín, sospecho que Ray Zapata, etc. La razón parece evidente, contratos comerciales. La cuestión es quién y dónde se ha puesto la raya. ¿Ha sido algo voluntario por parte de los deportistas? Lo dudo. ¿Depende de su importancia? Son muchas las preguntas que podrían hacerse.
Ya que he citado a Carolina Marín, su participación nos puede servir para integrar una serie de circunstancias de muy diverso calado que se reúnen en su persona. Quizás haya sido su caso el más dramático desde un punto de vista deportivo. En triunfante trayectoria hacia la final, se lesionó gravemente cuando estaba ganando su semifinal. La plata estaba prácticamente asegurada y con grandes probabilidades para alcanzar el oro. Sin embargo, un mal gesto la dejó sin opciones ni medallas. Aquello mereció toda nuestra empatía. Aquello sí, otros detalles no, al menos por mi parte. Hace años, cuando Carolina ya era un fenómeno mundial, recibió una oferta comercial por parte de una empresa de elaboración de aceite. Surgió entonces un conflicto porque a la federación española de bádminton le pareció que perdía una buena oportunidad de ingresos publicitarios que se irían enteramente al bolsillo de la deportista. Sin conocer los detalles del asunto, creo que la federación pecó de avariciosa, pero el caso es que ambas partes acabaron llegando a un acuerdo. Sin embargo, recientemente, la jugadora ha registrado un lema con intenciones comerciales. El lema en sí, a mí se me antoja extremadamente simple y más propio del ámbito de la autoayuda barata. Me parece que no llega ni a la categoría de haiku, pero cada cual puede hacer con sus frases lo que considere oportuno. Lo que me llama la atención es que esta mujer haya decidido registrar un lema, cuando lleva toda la vida imitando la forma de celebrar los triunfos de Rafa Nadal, mordiendo los trofeos. Quizás tampoco sepa que la utilización gráfica del emblema de los aros olímpicos puede ser perseguido por la ley, pues es propiedad (registrada) del COI. Lo digo porque se los ha tatuado y no creo que haya pedido permiso. Ahí lo dejo, un ejemplo más de que lo mío es mío y lo de los demás de todos.
Ya que estamos con estrellas rutilantes, las de siempre, las más conocidas de la delegación española no consiguieron lo esperado, lo deseado por el público más deportivamente nacionalista y por la prensa deportiva. Nadal, Rahm, Marín, Zapata, Chourraut, Peleteiro, Ginés, etc. Se volvieron sin metales. Alcaraz consiguió una siempre meritoria plata individual, pero nada en dobles, y Cravioto un bronce. Y es que a la prensa y al público les cuesta pasar página y se aferran a lo que creen valores seguros, que en deporte no lo son, o duran poco. Varios de los mencionados ya han alcanzado el declive de sus carreras deportivas, otros sufrieron lesiones previas o in situ, y algunos andan lejos de su mejor estado de forma. Por el contrario, gente tapada, mucho menos mediática, obtuvo logros importantes. La simpática pareja de tenistas formada por Cristina Bucsa y Sara Sorribes logró el bronce en dobles. Ambas con camiseta oficial del equipo nacional, y la primera de ellas son una encantadora sonrisa y una falda con la que parecía recién salida del colegio para ir directamente a la clase de tenis de una escuela municipal. Me encantaron y me alegré mucho por ellas. Cristina se ha criado en Torrelavega (y en Las Fraguas), lo mismo que Mohamed Attaoui, en quién, en mi casa, depositábamos secretas esperanzas de que lograra algo importante. Al final consiguió un quinto puesto en 800m, que es un exitazo para su debut y edad (casi comparable al de Enrique Llopis, cuarto en la final de 110m vallas, coto habitual para veloces deportistas estadounidenses y jamaicanos, con la única salvedad de un nipón y el español). Nuestra confianza en Moja provenía de su evolución. Mi hijo lo conoce y ha entrenado con él desde que el atleta era un crío. Conozco al que fue su entrenador de siempre (hasta hace poco) y sé de su buen hacer. Hemos seguido su progresión de los últimos años, y el chico promete mucho. Otro cántabro, Diego Botín, se volvió de Marsella (que no de París) con el oro olímpico en 49er, en esta ocasión con Florian Trittel como tripulante. Lo de Botín no es ninguna sorpresa en casa. Lleva destacando y ganando a nivel nacional e internacional desde bien pequeño. Una de mis hijas lo conoce bien deportivamente. Cuando un niño se planta con un Optimist en el seno de flotas de cientos de barcos y es capaz de ganar o destacar reiteradamente, es que tiene madera de campeón.
En cuanto a los deportes de equipo, España ha mostrado de todo. Algunos cambios de ciclo que han pasado factura, escuadras que se han defendido bien, incluso por encima de lo esperado, y merecidos éxitos logrados por equipos femeninos a los que, lamentablemente, y por culpa de una discriminación mediática por modalidad (que no por género), se las ningunea el resto del periodo transcurrido entre campeonatos exitosos. Tal ha sido el caso de las jugadoras de baloncesto 3x3 (medalla de plata, corroborada veinte días después con el primer puesto en el Campeonato de Europa), y del flamante equipo femenino de waterpolo que, por fin, regresó a casa con el oro. El por fin tiene que ver con la exitosa trayectoria de dicho equipo, que siempre suele andar arriba, peleando por los mejores puestos y consiguiendo muy buenos resultados. Su entrenador, Miki Oca, llevaba entonces catorce años en el puesto. Todo un ejemplo de proyecto de continuidad, algo que suele funcionar y que, cuando lo hace bien, conviene dejar estar.
Lo anterior tiene muy poco que ver con el caso del fútbol femenino español. Con este equipo sí que ha habido un empeño mediático en hacerlo famoso. Y bastante antes de que hubieran conseguido resultado alguno. Recientemente tuvieron un éxito mayúsculo (la victoria en Copa del Mundo) y otro menor (en la Nations League). Sin embargo, por los JJOO han pasado sin pena ni gloria. Ellas se las prometían muy felices. Ellas, siempre tan reivindicativas, menos cuando la supuesta igualdad demandada se pudiera volver contra sus intereses. Lo digo porque la mayor parte de los miembros de las selecciones masculinas absolutas de fútbol no pueden participar en los JJOO por cuestión de edad, mientras que las mujeres sí (¿algo tendrá que ver, quizá, con que las realidades de ambos fútboles no son todavía iguales?). Pero la felicidad anticipada se fue esfumando poco a poco, el balance es claro: tres victorias en tres partidos en la fase de grupos (dos por la mínima); un empate en cuartos de final (clasificándose por penaltis); y dos derrotas sucesivas en la lucha por las medallas. Por lo que leí y escuché a los comentaristas (pues no vi nada) el juego español dejó bastante que desear, y no tuvo nada que ver en con el desplegado durante la Copa del Mundo. ¿Qué pudo cambiar desde entonces? Una cosa es clara, la que la TVE no quiere mencionar: que el entrenador artífice de aquel éxito (incluso con motín y deserciones de supuestas estrellas), Jorge Vilda, ya no estaba a cargo del equipo. Las jugadoras se lo quisieron cargar antes del mundial, y se lo cargaron después. Pero con él ganaron (y demostraron) y sin él no. Parece ser que hubo incluso algunas muestras de mal perder, en concreto cuando Brasil endosó un 4 a 2 a las españolas. Preguntada Jennifer Hermoso al respecto, la jugadora quiso quitarle hierro al asunto y soltó algunas frases como estas: «Cuando se hacen declaraciones post-partido muchas veces se sacan de contexto y la gente lo toma como un ataque. […]». «Lo que pasa en el campo, al final siempre se queda en el campo»[3]. Parece que la jugadora sigue el ejemplo del criterio aplicado por el COI a sus políticas no políticas: para Hermoso, los contextos y los espacios pueden ser cambiantes y utilizables a voluntad.
A mí lo que me parece es que a la selección femenina lo que le ha pasado es que se ha abandonado un proyecto. Me queda claro al observar el rendimiento de las masculinas. La absoluta (con Luís de la Fuente, al que también se quisieron cargar por motivos políticos e ideológicos), la olímpica (que ya he recordado que no es la misma) y las de categorías de edades inferiores. Y es que todas ellas son proyectos de media o larga duración. La olímpica ganó el oro tras una brillante trayectoria: ganó todos los partidos menos uno, que perdió, en la fase de grupos (cuando ya estaba clasificado). Supero todas las eliminatorias y la final sin tandas de penaltis. Su seleccionador lleva desde 2010 (catorce años) a cargo, sucesivamente, de las selecciones sub-17, sub-18, sub-19, sub-21 y sub-23 (la olímpica), todo un ejemplo de ¡proyecto!
El fútbol nos puede servir para enlazar con otro asunto. El del tan cacareado espíritu olímpico, que en mi opinión no es más que una buenista expresión de un vacío. Algo así como eso de la bondad natural del deporte como transmisora de valores éticos, idea en la que los medios de comunicación (y gran parte de la opinión pública) se empeñan en creer y que, acertada y afortunadamente, el currículo del Bloque Común de la formación de técnicos deportivos en España desmiente[4]. El contexto deportivo, como la mayoría de los contextos de relaciones humanas, no es bueno en sí mismo ni de por sí, sino un espacio en el que pueden darse un amplio abanico de conductas. Neutras, deseables e indeseables. Es más, el exceso de competitividad, la presión, la ambición y el posicionamiento de las emociones a flor de piel pueden provocar que aquellas últimas surjan con cierta frecuencia. Por ejemplo, cuando algunos jugadores marroquís, bajo la permisividad arbitral, se encararon con el portero español justo antes de lanzar un penalti. Cuando quién lo lanzó se puso a hacerle burla tras marcar o, previamente, cuando el graderío abucheó el himno español. Más ejemplos: un judoca georgiano que viendo perder su combate pisó la entrepierna de su contrincante y estuvo zarandeándolo y arrastrándolo de malos modos mientras este permanecía en el suelo. Incluso el comportamiento agresivo y violento de las jugadoras estadounidenses de baloncesto 3x3 cuando un partido se les complicó. Por el contrario, resultó agradable ver cómo el pertiguista Kendricks dirigía al público del estadio olímpico para animar los sucesivos intentos de récord del mundo de su contrincante Duplantis. También fijarse en el detalle de la jugadora china He Bingjiao subiendo al pódium de bádminton con un pin de la delegación española como muestra de solidaridad, empatía y reconocimiento a Carolina Marín. Y el emotivo momento provocando por el pinchadiscos canario encargado de animar los partidos de volley-playa, que acabó con una desagradable tensión en la final femenina poniendo el tema Imagine de John Lennon. Lo dicho, haber, hay de todo. Para bien y para mal, condición humana.
En otro orden de cosas, actualmente se habla mucho de referentes. Especialmente vinculando su efecto al feminismo. Personalmente no les doy demasiada importancia. Por ejemplo, en cuestión de género, volviendo a Carolina Marín, hace años la escuché decir que Rafael Nadal era uno de sus principales referentes. Ya vemos: de otro género y otro deporte. Pero, si tuviera que elegir una española referente en estos juegos, me decantaría por Ana Carvajal, saltadora de trampolín que, con 17 años, logró meterse en las semifinales olímpicas en una modalidad en la que España anda muy rezagada, y tras haber compaginado su preparación para los JJOO con la superación de EBAU. Por otra parte, poco antes de los juegos, la vi en una entrevista en televisión y me pareció una joven inteligente, sensata, educada y nada engreída. Mis felicitaciones.
En lo deportivo, me gusta ver el atletismo, pero lo he atendido poco. Soy muy aficionado al ciclismo pero lo que he visto no ha sido buscado, sino también encontrado por casualidad. Por ejemplo, un momento estelar de estos juegos: el arriesgado y valiente adelantamiento mediante el que Thomas Pidcock se hizo con la medalla de oro en la última vuelta de la prueba de campo a través de BTT. O el recital dado por Remco Evenepoel en la prueba en línea, poco tiempo después de haber vencido con autoridad en la CRI. Podgacar no andaba por allí, ni se le esperaba. Las disculpas expuestas (propias o de su federación) han sido variadas, pero, visto lo visto en París, creo que no hubiera alterado el par de medallas que Remco se llevó para casa.
También me encontré, inesperadamente, con la prueba masculina de triatlón, disciplina de la que he impartido multitud de cursos de formación para la FETRI. Una vez más (es frecuente) me pareció que, tras históricos cambios de reglamentación pasados, el segmento ciclista se volvió a convertir en un trámite casi inútil. Para que eso no pase, con la reglamentación actual vigente, se hace necesario que el circuito ciclista sea extremadamente duro. Lo suficiente como para que, en vez de favorecer la formación de pelotones, provoque la ruptura de los grupos. Y el de París no ofrecía, para nada, un perfil exigente.
Por último, pese a los intentos de modernidad y búsqueda de audiencia en nuevos caladeros juveniles (breakdance) o de subculturas hasta hace poco no competitivas (escalada), el pentalón moderno sigue vivo, y eso que se trata de una vetusta reliquia de origen marcadamente militar. Quizás se mantenga por vergüenza torera del COI, por haber sido, dicha modalidad, un invento personal del propio fundador de los juegos modernos. Pero el caso es que a mí me encanta. Por la diversidad de disciplinas que integra, porque la práctica de la equitación y la esgrima me gustan, y porque la fusión de la carrera con el tiro, al igual que sucede con el biathlon invernal, ofrece un resultado vistoso y emocionante. En todo caso, le pongo una pega: que la prueba de equitación se realice con caballos ajenos sorteados, pues es algo que mediatiza demasiado el resultado. Lo que pasa es que, según me cuentan, el remedio va a ser peor que la enfermedad: parece que la equitación va a ser definitivamente sustituida por una carrera (a pie) de obstáculos, en plan de pista americana. Imagino que de colorines, estandarizada por alguna norma adjudicada en exclusividad a alguna empresa que la pueda rentabilizar vendiéndola para las competiciones oficiales e instalaciones de entrenamiento, etc.
Hasta aquí he tocado temas, modalidades y deportistas. De nuevo pido disculpas por haber obviado mucho más de aquello de lo que he dado cuenta, pero es que mi atención a los JJOO ha sido de perfil bastante bajo. Ya he repetido que no me he puesto a ver los juegos. Atendía en ratos muertos. Prefiero practicar deportes que verlos, y lo mismo con muchas otras actividades más. Así que, por favor, que nadie se enfade si no he mencionado a su deportista o disciplina preferida. Se trata de meros ejemplos propiciados por una atención puramente casual.
Son varios los temas genéricos que se derivan de toda la casuística de la que he ido dando cuenta aquí. Una enumeración comentada nos llevaría muchas páginas y no es mi intención desarrollarla ahora. Sin embargo, sí quiero subrayar, a modo de resumen, dos grandes temas que creo que se desprenden de algunos asuntos aquí expuestos. Por un lado, se han mencionado numerosos casos de nacionalizaciones exprés por motivos de interés deportivo nacional. Lo hacen la mayoría de los países que encuentran la oportunidad para fichar talentos deportivos consagrados que hagan más exitosos a sus equipos nacionales. El procedimiento no es nuevo. Ya lo puso en práctica Mussolini cuando implantó el concepto de oriundos para crear una poderosa Squadra Azzurra futbolística. La idea no cayó en saco roto en la España del franquismo, la cual, además de adoptar la metodología de los oriundos, captó jugadores húngaros (para salvarlos del comunismo entonces; ahora, casos similares, comúnmente aceptados por las democracias, reciben el nombre de refugiados políticos) y repartirlos equitativamente entre el Real Madrid y el Barcelona. El mercadeo está servido y aceptado globalmente, además de los ejemplos mencionados (y los obviados o desconocidos por mí), en nuestro país (que actúa como los demás en este sentido) podemos recordar a Mühlegg, Chapeé, Ortega, Zhivanevskaya, Brabender, Ibaka, Luyck, Lyttle, Mirotic, Sibilio, Barbosa, Dujshebaev (padre) y un largo etcétera (92 deportistas nacionalizados por Carta de Naturaleza entre 1992 y 2019). La diversidad descriptiva de los casos sería enorme. Básicamente va desde personas que llegaron a España a edad muy temprana y se formaron aquí deportivamente, hasta fichajes más que maduros, algunos de los cuales fueron nacionalizados sin estar siquiera viviendo ni compitiendo en el país. La cuestión no es provocar un tu sí y tu no, sino mostrar una realidad que contrasta, hipócritamente, con el posicionamiento y gestión de las políticas migratorias (en España, en la Unión Europea y en el primer mundo). Todo se resume en un aforismo castizo: por el interés te quiero Andrés (ya, ya sé que te llamas Andrey, pero es que así te van a ver más español).
Lo anterior engarza, directamente, con un sentimiento generalizado que cada día me preocupa más: el de una aparente efervescencia de nacionalismos. Nacionalismos por parte del público (la sociedad), la prensa y los estados (que parecen estar intensificando su actividad propagandística mediante el deporte). Nacionalismos estatales y regionales. Y ello apesta a manipulación, populismo, pan y circo, distracción y un montón de estrategias más de poder que caracterizaron las políticas de gran parte del siglo XX y acabaron derivando en terribles guerras y la implantación de totalitarismos de todos los colores. Me preocupa por eso. Por los mensajes que percibo que envían los medios de comunicación mayoritarios, y por el contenido de los discursos y comunicaciones políticos. Pero también por algunos sentimientos, gestos y emociones que veo que expresa mucha gente corriente que me rodea. Todo ello surge, sorprendentemente, en un momento histórico de máxima globalización e interconexión humana. En dicho escenario, percibo un nacionalismo al alza (en escalas concéntricas que van de lo nacional a lo local, pasando por intensos escalones regionales, federales o autonómicos) que, por otro lado, cada vez entiendo menos en qué se basa. ¿Nacimiento, vida, parentesco, idioma, cultura, raza, religión, deseo, interés, trabajo, empadronamiento, voto, formación…? ¿qué le hace a uno ser húngaro o extremeño? Y ya puestos ¿hay, por alguna de las circunstancias enumeradas, nacionalidades de primera, segunda o tercera clase? Me temo que en demasiados casos sí.
Muchos de los asuntos aquí expuestos han sido objeto de tratamiento por parte de diferentes autores. La crítica del deporte, si bien sobrevive como un reducto poco visible y nada difundido, existe de verdad y, en algunos casos, con profundidad, coherencia y rigor destacados. Perelman, en su La Barbarie Deportiva[5], da un buen ejemplo de ello, en su caso, recogiendo el relevo de una tradicional corriente crítica francesa. Por su parte, Corriente y Montero[6] publicaron un excelente trabajo que, apoyándose en un repaso histórico bastante completo, expone un sensato conjunto de argumentaciones que ponen el tratamiento actual del deporte bastante en entredicho. En su caso, es muy de agradecer que se hayan abstenido de posicionarse ideológica o políticamente en ninguna coordenada, mostrando que por todas partes caen chuzos de punta.
He dejado para el final el que quizás haya sido el tema más polémico y candente de los JJOO de París. El de la participación (y victoria) de las boxeadoras XXY (la argelina Imane Khelif, oro en peso wélter; y la taiwanesa Lin Yu-ting, oro en peso pluma). Sobre este asunto se han vertido algunas fake-news, varias aclaraciones incompletas y sesgadas por parte de medios interesados en no admitir que se estaba ante un problema (VerificaRTVE, sin ir más lejos) e incluso una hipócrita justificación por parte de algún miembro del COI. Una vez más, el COI se ha mostrado despótico al ningunear a la IBA, mientras que para la gestión organizativa de la mayoría de los demás deportes sí que encarga o subcontrata a las correspondientes federaciones o asociaciones internacionales. En este caso, el COI argumentaba que no delegaba la responsabilidad del boxeo a la IBA por considerarla una organización corrupta. La afirmación parece extremadamente atrevida teniendo en cuenta que, si hay alguna organización internacional deportiva sobre la que se haya demostrado (incluso judicialmente) haber sido destacadamente corrupta a lo largo de su historia, esta ha sido el propio COI. Pero no pretendo aquí posicionarme ni en contra ni a favor del COI o de la IBA, ni tampoco de las dos boxeadoras aludidas, ni de sus contrincantes. No, lo que pretendo es advertir sobre un problema con el que el deporte de competición, probablemente, se va a ir encontrando cada vez con mayor frecuencia y diversidad de casuística: el del ajuste de la categorización deportiva del género binario con la diversidad casuística social de género y/o sexo (de origen biológico, ideológico, doctrinal, por intervención médico-tecnológica, etc.). Lo que hace pocas décadas eran casos muy aislados, actualmente se ha convertido en proliferación de situaciones algo más frecuentes (y que probablemente vayan yendo a más). Y la interpretación competitiva y reglada actual del deporte no se ajusta a la casuística. No se ajusta, y es muy difícil que lo haga porque, en lo que se refiere al rendimiento corporal, la biología y la fisiología tienen un peso mayúsculo. No en vano, el dopaje constituye uno de los mayores problemas históricos de regulación, control, disparidad de rendimiento e ilegalidad del deporte. Las escasas voces que he leído hasta ahora que defienden cambios en la categorización de los géneros se suelen quedar en declaraciones de intenciones filosófico-sociales e ideológicas, pero sus propuestas (escasas y ajenas a las realidades de rendimiento biológico) no aportan soluciones. La que se le viene encima al deporte en este tipo de asuntos es una problemática bastante importante y de difícil solución. Para colmo, a corto y medio plazo, al que amenaza principalmente es, lamentablemente, al deporte femenino. A largo plazo ya veremos, pues todo va a acabar dependiendo de lo que sean capaces de ofrecer y propiciar los futuros avances tecnológicos. En ese sentido, personalmente ya empiezo a vislumbrar algunas posibilidades potenciales que imagino que sean factibles en relativamente poco tiempo. El espíritu olímpico (que no parece tener mucho de santo) tendrá que seguir evolucionando (o involucionando, depende de cada punto de vista). Quizás sea capaz de adaptarse renegando de sus tradiciones y principios básicos (ya lo ha venido haciendo en bastantes aspectos, y es algo que puede resultar muy arriesgado para su popularidad), pero es posible que acabe languideciendo y, quién sabe si en un futuro, desapareciendo, para volver a irrumpir más adelante en una hipotética (ciencia-ficción) versión 3.0. Tal vez, en el futuro, podamos ir haciendo un recuento con los Juegos Olímpicos clásicos (pasado griego), los Juegos Olímpicos modernos (presente actual global), y los Juegos Olímpicos que vengan (quimérico futuro).
[1] SIMSON, Vyv; JENNINGS, Andrew: “Señores de los anillos”. El Triangle. Barcelona, 1992.
[2] IOC: “Carta Olímpica”. Comité Olímpico Iternacional. Lausanhe, 2024.
[3] www.flashscore.es 08-08-2024
[4] «BOE» núm. 144, de 17 de junio de 2023. Real Decreto 427/2023, de 6 de junio, por el que se establece el título de Técnico Deportivo en Atletismo y se fijan su currículo básico y los requisitos de acceso. («Superación de la idea de bondad natural del deporte en cuanto a la transmisión de valores éticos»).
[5] PERELMAN, Marc: “La Barbarie Deportiva. Crítica de una plaga mundial”. Virus. 2014.
[6] CORRIENTE, Federico; MONTERO, Jorge: “Citius, altius, fortius. El libro negro del deporte”. Pepitas de calabaza. Logroño, 2011.