jueves, 31 de diciembre de 2020

PÍLDORAS DE CULTURA CICLISTA

Ando estos días navideños escribiendo algo que, con el tiempo, podrá acabar convertido en un libro publicable. Lo he cogido con ganas y estoy disfrutando con ello tanto que, es probable que durante algunos periodos de su elaboración, la productividad del blog se vea algo resentida. Es algo que ya me sucedió en algunos periodos cuando escribí “Metiendo Cantos” y “Homo Skater”. De hecho, ya me está sucediendo, y que ahora aparezca esta entrada es casi una casualidad y, como podrá verse enseguida, con resultado mucho más escueto que de costumbre.

Además, lejos de plantear un asunto monográfico, lo que pretendo es aprovechar el momento, para aportar referencias sobre algunas lecturas relacionadas con el ciclismo, las cuales, por unas cosas u otras, no acababan de encontrar acomodo lógico en otras entradas anteriores, corriendo el riesgo de acabar perdidas en mi memoria, sin haber sido trasmitidas como se merecen a quienes se asoman premeditadamente al blog. Así que aquí van unas modestas recomendaciones librescas y un curioso descubrimiento histórico con el que, leyendo y buscando sobre otros temas nada ciclistas, me he topado por casualidad.

La primera es una joya en forma de novela clásica. “Ruedas de fortuna. Una aventura en bicicleta” es un relato sencillo pero muy entretenido, escrito por H. G. Wells en 1897, una época en la que la bicicleta estaba en pleno auge en Gran Bretaña. El tono de la novela es ligero, con argumento entretenido y cambiante, y muchas notas de “humor inglés”. Todo ello muy bien escrito, logrando un conjunto delicioso y perfectamente ambientado en los aspectos “retro” del asunto, ya que el autor la escribió en su “presente”. Toda la trama se desarrolla durante unas vacaciones que un modesto empleado de la ciudad decide emprender en formato de viaje ciclista solitario por la campiña y costa inglesas. Durante el viaje, su inexperiencia ciclista, su inocencia y una serie de casualidades, acaban generando una aventura muy entretenida que justifica haberla escrito. Hará pasar un buen rato a quienes, como es mi caso, disfrutan leyendo sobre el ciclismo “retro”, cuando éste está bien descrito por alguien que lo vivió tal y como era. El libro, en español, está publicado por Menguantes, en 2018.


 Aspecto de "Ruedas de fortuna".(Imagen: menguantes.com)

Wells nació en 1866 y, junto con Julio Verne, puede ser considerado como uno los principales exponentes de la literatura de ciencia-ficción, aunque en el caso de esta novela no se trate de nada relacionado con dicho género. Perteneció a una amplia generación de escritores británicos que acabaron resultando muy afamados y que tuvieron mucha relación entre sí.

“¿Quién no conoce a Peter Pan?. Su creador fue James Matthew Barrie, amigo epistolar de Robert Louis Stevenson y compañero de Universidad de Arthur Conan Doyle. Posteriormente también entabló amistad con Thomas Hardy en Londres. Barrie era un hombrecillo muy bajito, apenas alcanzaba el metro y medio de estatura. Sin embargo, fue muy deportista y un competente futbolista, pescador y jugador de cricket, entre otras cosas. Sospecho que no tuvo relación deportiva con la nieve, pero su presencia aquí se me antoja imprescindible pues montó un equipo de Cricket en el que se enrolaron H. G. Wells, Rudyard Kipling, Arthur Conan Doyle, P. G. Wodehouse, Jerome K. Jerome y algunos otros personajes conocidos de la época”. (J. Gutiérrez, en “Metiendo Cantos”).

“El mosaico de estilos literarios que se está configurando a través de este repaso de escritores ingleses esquiadores (o cuando menos deportistas) está resultando de lo más variopinto de estilos y talantes impresos. Y aún nos quedan géneros por añadir. Tal es el caso de las novelas de ciencia-ficción que fueron fruto de la imaginación de Herbert George Wells: “El hombre invisible”, “La máquina del tiempo” o “La guerra de los mundos”, por citar algunos conocidos ejemplos. También él estuvo aquejado de tuberculosis, quizás por esa misma razón visitara igualmente Suiza en invierno. En una carta personal de 1911, Wells incluyó una viñeta humorística en la que comparaba el accidentado descenso de esquí de una pareja, con los vaivenes de las relaciones amorosas. Estaba en Wengen (Suiza), y lo llamó “Skillfull Skiing”. Así pues, estamos ante otro más que añadir a la lista”. (J. Gutiérrez, en “Metiendo Cantos”).

En 1895, Wells se mudó a Woking, donde permaneció viviendo por algún tiempo. Allí pudo escribir muy a gusto y emplear algunas tardes para disfrutar del aire libre y de algunas actividades de tipo deportivo, tal y como él mismo comentó:

“Muy a mano en aquellos días había un bonito y rara vez utilizado canal en medio de un bosque de pinos, un canal lleno de maleza, acosado por zarzas, espiras, nomeolvides y nenúfares amarillos, en el que uno podía ser feliz durante horas con una canoa alquilada, y en todas direcciones se extendían brezales abiertos y sin cultivar, para que pudiéramos caminar y aprender a montar en bicicleta y restaurar nuestro contacto roto con el aire libre”.

“Allí planeé y escribí La Guerra de los Mundos, Las Ruedas de Fortuna y El Hombre Invisible… Rodé por el distrito marcando lugares adecuados y gente para que fueran destruidos por mis marcianos”.

“Aprendí a manejar mi bicicleta sobre pistas de tierra con Diós por única ayuda; Él me reprendió considerablemente durante el proceso, y tras una caída, un día escribí una descripción del estado de mis piernas que llegó a convertirse en el capítulo inicial de Ruedas de Fortuna […] En aquellos tiempos la bicicleta era todavía muy primitiva. El cuadro tipo diamante había aparecido pero aún no había rueda libre. Únicamente podías parar y bajarte cuando el pedal estaba en su punto más bajo, y el freno era un poco fiable émbolo sobre la rueda delantera. En consecuencia, a menudo eras trasladado más allá de tus intenciones. La bicicleta era el medio más rápido para recorrer las carreteras en aquellos tiempos, todavía no había automóviles y al ciclista le envolvía un señorío, una sensación de maestría aventurera, que ahora ha desparecido por completo”. (GH Wells).

 

HG Wells y Amy CatherineWells. 1895. (Imagen: exploringsurreyspast.org.uk).

Quién en los EEUU lleva camino de acabar convertido en todo un clásico de la novela ciclista es Greg Moody, un norteamericano que por lo menos, que yo sepa, lleva escrita y publicada una serie de cinco novelas de temática ciclista y estilo de novela negra (intriga y asesinatos). Los títulos son los siguientes: “Perfect circles: a novel”; “Derailleur: a cycling murder mystery”; “Two wheels: a cycling murder”; “Dead air: a cycling murder mystery”; “Deadroll: a cycling murder mystery”. Lo que viene a ser algo así como Círculos perfectos, Desviador de cambio, Dos ruedas, etc. con el añadido de misterio de asesinato ciclista. Más explícito imposible. Advierto que, por el momento, todas ellas están publicadas en inglés, aunque me consta que hay alguien por ahí que en varias ocasiones ha estado a punto de llevar a cabo su edición en castellano. Quizás lo lleguemos a ver algún día.

Moody es un periodista de larga trayectoria muy aficionado al ciclismo. Procede de la región del sur de los Grandes Lagos, cuna preferente del ciclismo norteamericano de carretera moderno. Aquel que se gestó en torno a los años ochenta del pasado siglo XX. De hecho, sus novelas, que alcanzaron gran popularidad entre los ciclistas americanos en los años noventa, están ambientadas en carreras y ediciones del Tour de Francia de los años ochenta aproximadamente. Ambiente y atmósfera ideales para los aficionados del ciclismo retro más abundantes, los que utilizan bicicletas y vestimenta de los años setenta y ochenta.

Únicamente he leído una de las cinco novelas ciclistas de Moody, “Twoo wheels”. Y puedo asegurar que me entretuvo mucho, generándome una doble satisfacción. La de regodearme con el ambiente ciclista descrito, así como los múltiples detalles técnicos que en ella aparecían constantemente; y la de engancharme a una novela negra que, sin pretensiones de pasar a la historia del género, cumplía perfectamente con su función narrativa, demostrando que, desde un punto de vista literario, estaba bien escrita. Enganchaba. Así pues, si alguna más se me vuelve a poner a tiro, acabaré leyéndola, aunque la preferiría traducida (¡ánimo editores!).

Portada de "Two wheels".
 

El Grand Tour es una expresión histórica que hace referencia a un fenómeno que surgió en la época de la Ilustración. Los jóvenes (preferentemente varones) de la nobleza y aristocracia británicas se plegaron a la moda de realizar un prolongado viaje al continente europeo para visitar y conocer de primera mano las costumbres, el arte, la cultura y los escenarios que habían marcado parte de su educación. Todo ello suponía una especie de rito iniciático de transición entre la vida formativa juvenil y de responsabilidad adulta. Educados con constantes referencias a la cultura clásica, Italia era el destino de referencia y, para llegar a él, se añadía un concienzudo paso de ida y vuelta a través de Francia. Antes de que todo aquello se convirtiera en fenómeno bastante habitual al que se adhirieron muchos jóvenes de las clases pudientes británicas, sobre todo en el siglo XVIII, el Reverendo Richard Lassels publicó una especie de guía de viaje, como consecuencia de su propia experiencia, tras haber realizado ese tipo de periplo hasta en cinco ocasiones diferentes. El libro fue publicado en 1670 con el título “The Voyage or a Complete Journey through Italy”. Y a él se suele hacer referencia como precursor de aquella posterior costumbre a la que se denominó Grand Tour.

En su prefacio, el autor incluye algunos comentarios como este:

“Por lo tanto, pediría a mi joven Noblemans Governour que lo (a su hijo) llevara inmediatamente a Italia a los quince o dieciséis años; y allí sazonaran su mente con la gravedad y las sabias máximas de esa nación, que ha civilizado al mundo entero y enseñado la virilidad al hombre. Habiendo pasado dos o tres años en Italia aprendiendo el idioma, viendo los diferentes tribunales, estudiando sus máximas morales, imitando su conversación gentil y siguiendo los dulces ejercicios de música, pintura, arquitectura y matemáticas, sabrá, a su regreso, qué verdadero uso hacer de Francia. Y después de haber pasado tres años más, aprendiendo esgrima, a bailar, a montar, a manejar su pica, su mosquete, los colores, los mapas, la historia y los libros de política; estará listo para volver a casa a los veinte o veintiuno, un hombre más completo tanto en cuerpo como en mente, y apto para ocupar el lugar para el que esté llamado. Digo, haz un verdadero uso de Francia. Porque no me gustaría que mi joven viajero imitara todas las cosas que vea que se hacen en Francia, o en otros países extranjeros […] Así que en Italia, desearía que aprendiera a hacer una casa estupenda; pero no que aprendiera de los italianos cómo mantener una buena casa”.

Espíritu responsable, visión de mundo y ambición educativa no le faltaban al personaje. Pero tampoco retranca. Algún lector de esta entrada estará empezando a pensar que sí, que vale, que un apunte de culturilla no está nunca de más, pero que, al fin y al cabo, qué tiene esto que ver con el ciclismo. Pues más de lo que parece. No con las bicicletas directamente, pero sí con dos importantes referentes mundiales del ciclismo de competición. Y lo podemos encontrar en otra frase del mencionado autor:

“Ningún hombre entenderá a Tito Livio o a César, Guicciardini y Monluc, como él, que habrá hecho exactamente el Grand Tour de Francia y el Giro de Italia”.

Así, tal cual, publicado en 1670 ¡nada menos! resulta que ni L’Auto ni La Gazzetta dello Sport fueron tan del todo originales a la hora de bautizar a sus respectivas grandes pruebas ciclistas. No es una crítica. Creo que sendos nombres estuvieron muy bien puestos. Y más lo creo ahora, conociendo que, en cierto modo, homenajearon (ignoro si consciente y voluntariamente) a un autor innovador en la educación y que trató de promover cierta movilidad cultural basada en la superación de fronteras.

Aspecto del libro original. (Imagen: alchetron.com).


martes, 15 de diciembre de 2020

HOMO SKATER (libro nuevo)

Me gusta escribir. Me lo paso muy bien haciéndolo. Disfruto con un proceso que nace de cierta inspiración, tira de recuerdos, conlleva investigar y documentarme, estimula cierta propensión personal a establecer vínculos entre diferentes asuntos e ideas aparentemente no relacionadas, y finaliza con la redacción narrativa. Por eso mantengo este blog y por ello, también, de vez en cuando, escribo algún libro.

La anterior experiencia con “Metiendo cantos” me dejó bastante satisfecho. Lo disfruté, reuniendo en él dos pasiones: una de siempre, esquiar; y otra algo más reciente, ya de adulto, escribir. Por otro lado, se está vendiendo lo suficientemente bien como para haber ido recuperando el gasto que supuso publicarlo. Y, finalmente, algo que siempre reconforta, me ha aportado un buen retorno crítico por parte de algunos de los lectores que, al parecer, lo han disfrutado mucho. Haber, por supuesto, habrá habido de todo, pero cuando hay lectores que, de motu propio, se dirigen al autor para darle la enhorabuena, subrayando parte del contenido y expresándole reconocimiento, entonces haber escrito el texto habrá merecido la pena.

Así que aquel refuerzo positivo me animó a iniciar otro trabajo de similar estilo y características, aunque una temática completamente diferente. Y no sé, o recuerdo claramente por qué, pero el caso es que elegí el patinaje en cualquiera de sus formas humanas. Y así nació la idea de “Homo Skater” el libro que presentó hoy aquí.

 

Portada del libro.

Se trata de un ensayo en el que, como suele ser habitual en mí, integra narración histórica con anecdotario personal, bastante documentación ajena y variado análisis… digamos, de tipo sociológico. Ignoro la razón, pero el caso es que la corta tirada inicial, esa que me ha llegado a mí para la venta a nivel personal, “me la están quitando de las manos”. Curiosamente, a una velocidad mayor que en el caso de “Metiendo cantos”, pese a que yo pensaba que, al ser el esquí un deporte más practicado, no ocurriría así, pero… con el “público” nunca se sabe.

El texto consta de una introducción, cinco partes, diecinueve capítulos repartidos en dichas partes y un epílogo con dos ensayos diferentes. Tiene la ventaja (algo que ya pasaba en “Metiendo cantos”) de que, aunque para quien se lo quiera leer entero la recomendación es hacerlo en el orden establecido, la lectura puede, perfectamente, abordarse por capítulos independientes. La introducción es una reflexión personal sobre el fenómeno del patinaje. Lo que supone para el ser humano y, quizás, el porqué de su empeño en haber tratado de dominarlo. Además, en cierto modo, adelanta un poco el posterior contenido del libro.

La primera parte, “Hielo”, trata sobre el patinaje sobre hielo y contiene cinco capítulos. El primero cuenta la extraña paradoja que supone el éxito español en algunas modalidades deportivas que se practican sobre dicho medio. Un entorno, en principio, totalmente alejado de nuestro paisaje y nuestra cultura tradicional. Alguna explicación al respecto se aventura en sus párrafos, además del curioso anecdotario de esta realidad. El capítulo siguiente plantea un repaso histórico a la evolución de la práctica del patinaje en el mundo (principalmente en Europa). Y en vez de hacerlo de un modo muy preciso y técnico, lo conduce a través de la contemplación del arte pictórico de los Países Bajos algunos siglos atrás. Es pues un apartado con cierta dosis de cultura artística. De allí se da paso al tratamiento de la que, probablemente, sea la carrera más exigente, llamativa y tradicional de todas las que se celebran sobre hielo: la Elfstedentocht holandesa. Todo un acontecimiento sin parangón, salpicado de tradición y anecdotario. Continúa con una historia norteamericana, la del penta-medallista olímpico Eric Heiden, un caso que no ha tenido réplica en la historia de los JJOO de invierno. Su relato se contextualiza en el corazón del Medio Oeste y se mezcla con el nacimiento del ciclismo norteamericano de carretera y la descripción de una peculiar forma de entender el deporte, muy característica de aquella zona del país. La parte del hielo culmina con un largo capítulo dedicado a la evolución histórica del hockey sobre hielo. Desde su nacimiento en Canadá, hasta su expresión actual como deporte profesional. La mayor parte de él se apoya en una sucesión de películas de cine estrenadas desde los años cuarenta del siglo XX hasta la actualidad. Los comentarios y análisis de las películas facilitan analizar la evolución de este deporte, así como vincularlo a diversos aspectos coetáneos de carácter social e, incluso, geopolítico.

 

Uno de los carteles anunciadores de "El Castañazo". (Imagen: cine.com).

La segunda parte del libro está dedicada al patinaje en línea y la modalidad de las carreras o los viajes. Son tres capítulos. Uno presenta la historia de su invención y evolución tecnológica, una cronología que se divide en dos periodos, pues en medio, sufrió un más que evidente “impasse” productivo. La historia está plagada de personajes francamente singulares. El segundo capítulo está dedicado al patinaje colombiano, el mayor exponente internacional en cuestión de resultados en las carreras del más alto nivel. Por un lado, se trata de explicar cómo cuajó la modalidad en aquel país, pero también se plantean algunas cuestiones sobre tan singular realidad y se expone la frustración que supone el hecho de que dicho deporte no tenga marchamo olímpico. Cierra la segunda parte un repaso personal sobre la participación en un buen número de eventos de patinaje de larga distancia por Europa. Se incluyen carreras y viajes de varios días. Da cuenta de citas en España, Francia, Finlandia, Holanda y Alemania. Básicamente, consiste en dar algunas pistas al lector sobre cada experiencia.

La laureada patinadora colombiana Fabriana Arias. (Imagen: Edwin Bustamente, elcolombiano.com).

El hockey sobe ruedas es el contenido principal de la tercera parte. Pese a ello, comienza con una descripción histórica de la invención, evolución y, casi, erradicación de los patines de dos ejes. Una historia peculiar y que transcurre por todo el globo. Más tarde se relata la propia historia de ese tipo de hockey, que se inicia en el continente americano, para, después de algunos avatares, acabar cristalizando de un modo especialmente brillante en la Península Ibérica. Así que sí, también, se da cuenta, ligeramente, de la historia española de este tipo de hockey. Un capítulo está especialmente dedicado al equipo Cibeles. El que fue, y lo que de él queda actualmente, todo ello, claro está, ambientado en la propia historia del hockey asturiano. Y el hockey se despide con un capítulo dedicado a mi propia práctica y al club en el que la desempeño. Es un apartado algo más personal y en el que mi propia vida se mezcla con lo allí descrito.

Equipo del Cibeles ganador de una Copa del Rey. (Imagen: lne.es).

El giro de la cuarta parte es radical pues se abandonan los patines (dos), para “montarnos” en el “skateboard” (uno). Lo hacemos a lo largo de tres capítulos. El primero aborda la historia del skateboard, que es breve pero apasionante, muy contemporánea y ligada a movimientos subculturales juveniles, algunos de ellos con “banda sonora” incorporada. Tal historia se cuenta, paralelamente, a nivel internacional y nacional. El siguiente capítulo toma carácter local, describe un ejemplo concreto. Cómo, en el papel de “hermano pequeño” del surf, el skateboard va creciendo, a nivel de practicantes e infraestructuras, en un modesto municipio del Cantábrico, cuna preferente del surf nacional. Se cierra el skateboarding presentando un caso, el nacimiento y asentamiento de una empresa nacional centrada en el diseño, producción y venta de monopatines. Es una historia de emprendimiento, nacida de la vocación de antiguos “skaters” que acaban acertando a la hora de buscarse la vida y de labrarse un futuro profesional, desempeñando algo totalmente vinculado a su pasión adolescente. Un buen ejemplo del que tomar nota.

 Mítica fotografía de Jay Adams, que fue utilizada para la carátula del documental "Dogtown and Z-boys". (Imagen: Gonzo Curiel en instagram).

El libro va acercándose a su final con una parte denominada “Divergentes”, una especie de cajón de sastre en el que encuentran su hueco algunas tendencias de patinaje minoritarias. Una de ellas es el patinaje artístico sobre ruedas. Todo un clásico, pero que ha estado siempre empequeñecido ante la preponderante presencia de su “hermano mayor” sobre hielo. La segunda “entrega” da a conocer el “Roller Derby”, una peculiar modalidad que combina las carreras con un “show” muy plástico y agresivo que nació como espectáculo de masas en los EEUU a mediados del siglo XX, pero que, en pleno XXI, se ha convertido en un deporte femenino, reivindicativo y contestatario. Una “rara avis” con bastante trasfondo ideológico detrás. Los dos últimos capítulos responden a cierto ansía humano por tratar de esquiar cuando no hay nieve. Esa fue la causa, precisamente, del surgir de los primeros patines de ruedas (echar de menos el hielo) y ahora, de forma muy reciente, algunos esquiadores no se pueden resistir, y buscan tirar de los patines para tratar de esquiar en seco. De ahí surgen dos modalidades y el libro cede un capítulo para cada una de ellas. El nórdico que, inspirándose algo en el esquí de fondo, plantea un patinaje por terrenos no asfaltados y con la ayuda de bastones. Y el alpino, que emula las competiciones de slalom proponiendo el descenso de pendientes moderadas “pasando palos”, cual esquiadores alpinos.

 

Momento en una "jam" de Roller Derby. (Imagen: inlineskatingnews.com).

Los dos ensayos de epílogo anunciados abordan dos temas de interés que conectan muy directamente con el patinaje, aunque se expanden en su tratamiento a más deportes o modalidades de desplazamiento. La primera versa sobre la controvertida figura de Juan Antonio Samaranch, y de paso, sobre el olimpismo, sus sorprendentes transformaciones y su global influencia. Todo ello partiendo del origen “rodado” de Samaranch como deportista, para terminar con el movimiento olímpico dando, casi completamente, la espalda al deporte del patín (sobre ruedas). La siguiente es un ensayo sobre el estado actual (e inmediatamente futuro) de la movilidad urbana, en el que muy diversos tipos de patinaje están ganando posiciones como alternativas de desplazamiento civil.

JA Samaranch, ya como seleccionador (o presidente de la federación). En el vestuario de la Selección Española de hockey sobre patines. (Imagen: archivo marca, marca.com).

Fiel a mi estilo, el libro finaliza con un notable listado de referencias bibliográficas utilizadas como documentación para su elaboración. Considero esencial incluirlo por tres motivos. Uno, por respeto intelectual hacia los autores de los que me he nutrido para poder escribir diferentes apartados. Dos, para “demostrar”, de alguna manera, que el contenido del texto no surge de mi imaginación calenturienta o de una censurable falta de fundamentación. Y tres, para dar la oportunidad, a aquellos lectores más ávidos de información y más propensos a la “ampliación de estudio”, para que puedan seguir algunas pistas si quieren saber más, ya que todo libro debe buscar, en muchos momentos y asuntos abordados, unos límites a los que ceñirse, si no se quiere caer en el enciclopedismo.

El libro no contentará a todos, aunque las primeras impresiones que me llegan están siendo positivas. Lo que sí puedo asegurar, y sé que no me excedo de engreimiento en ello, es que, en el momento de su publicación, es probable que sea la obra más completa y pionera en abordar (en español) tanta diversidad de patinaje. De hecho, fuera de los consabidos manuales de aprendizaje práctico, apenas hay bibliografía sobre el patinaje en nuestro país, y muy poca en otras lenguas. El estilo narrativo podrá gustar más o menos, pero el contenido, para todo aficionado al patinaje a quien le guste leer sobre ello, probablemente resulte “obligado”.

Una advertencia: ¡no tiene fotos! Es un ensayo para leer, no un “álbum”.

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