martes, 31 de diciembre de 2019

SAN SILVESTRE


La despedida de cada año y la correspondiente nueva bienvenida, constituyen uno de los actos de celebración pagana más populares y globales que existen. Las maneras y actividades que elige la gente para homenajear este hito temporal son de lo más variopinto. En la mayoría de las culturas hay costumbres a las que una inmensa mayoría de personas se suman, y otras muchas de carácter más personal o minoritario. En todo caso, muchísima gente no se limita a una actividad en exclusiva (una cena, una fiesta, las campanadas, una reunión, un aperitivo, un concierto, etc.), sino que acumula varios ritos de distinta naturaleza en un lapso relativamente corto de horas, entre la mañana del día 31 de diciembre y la tarde del 1 de enero.

No soy lo suficientemente original como apartarme de tan marcada tendencia social, y yo mismo acumulo algunas costumbres que se vienen repitiendo en tales fechas desde hace años. Ceno en familia extendida el 31, participo de una fiesta privada esa misma noche, veo la retransmisión del Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena al día siguiente y cocino y como en familia nuclear poco después de su finalización. Lo que no hago es tomar las uvas, aunque sigo el evento por la televisión. A todo eso, he de añadir, la realización de alguna actividad deportiva la mañana o la tarde del día 31.

Durante muchos años, creo que más de un par de décadas, dicha costumbre tomaba la forma de mi participación en la carrera popular de la San Silvestre santanderina. “San Silvestres” pedestres hay en abundancia. En España y en otros países, en múltiples ciudades y en poblaciones menores. No todas coinciden en el momento ni día concreto de celebración aunque, eso sí, rondan y están relacionadas con el fin de año. Y eso es porque toman su nombre del santo homenajeado el 31 de diciembre por la Iglesia católica: San Silvestre I.

Dicho personaje fue el trigésimo tercer Papa. El primero de la historia que no murió mártir. De hecho, le tocó en suerte vivir una época dulce para su credo religioso, un momento histórico de reconocimiento oficial en el Imperio Romano, lo cual facilitó que San Silvestre lograra ser el instaurador de muchas pautas organizativas del catolicismo oficial pionero, así como iniciador de algunas tradiciones culturales del mismo. Su fiesta coincide con el fin de año porque falleció el 31 de diciembre del año 335. Se le considera como un Papa de vida ascética, aunque creo que eso no tiene nada que ver con que a la gente le haya dado por salir a correr y a sudar un poco ese día. Lo que si tiene cierta gracia es que, en mitad de una celebración fundamentalmente pagana, haya millones de personas en el mundo que hagan de la carrera deportiva (una actividad igualmente pagana) uno de sus gestos festivos rituales y, sin embargo, lo denominen, masivamente, con una referencia del santoral católico. Cosas de la interacción histórico-cultural-religioso-social-etc. siempre tan compleja e indomable (desafortunadamente para tantos, como hay, aspirantes a gobernar y adoctrinar el pensamiento de las masas).

Resumiendo, a alguien le dio por organizar una carrera de fin de año, le puso el nombre del salto del día, hubo quienes se animaron a despedir con ello el año porque, seguramente, les gustaba correr, y el tiempo, poco a poco, se encargó de popularizar la idea, que fue replicándose por diferentes localidades del mundo.

Ese primer alguien tiene un nombre, aunque, como tantas veces ocurre, ni fue el primero, ni quizás de los primeros. Estando el brasileño Cásper Líbero en París, en plena década de los años 20 del siglo pasado, asistió complacido a la celebración de una carrera nocturna en la que los corredores portaban antorchas. De regreso a su país, decidió organizar su propio evento la noche de fin de año, y hacerlo de modo que se empezara a correr antes de las 12 del 31 y se finalizase ya entrado el día 1. Parece que desde el principio se la denominó como Corrida de São Silvestre. Aquello se produjo en la madrugada de 1925 a 1926. Entre sus intenciones estaba el usar la prueba para promocionar su periódico: Gazeta Esportiva, que fue fundado coincidiendo con la cuarta edición de la carrera (1928). Desde entonces el periódico se convirtió en el patrocinador, organizador oficial y propietario de la célebre carrera. Así pues, una vez más, la historia del deporte nos da otra muestra de un fenómeno muy común en lo que hace referencia a la fundación de eventos deportivos de gran tradición y abolengo: que fueron puestos en marcha y sostenidos por diarios de prensa escrita. Algo que fue muy habitual en el ciclismo y que también se dio en el esquí, el patinaje sobre hielo, el automovilismo, la aviación deportiva, etc.

En cuanto al territorio nacional, la primera en disputarse fue el Circuito de Nochevieja de Galdácano de 1961. Aquella carrera, sin embargo, no tuvo continuidad hasta 1973. Entre tanto, en 1964, un promotor deportivo gallego llamado Antonio Sabugueiro organizó en Madrid la San Silvestre Vallecana, la cual ha acabado convertida, sin lugar a duda, en la más multitudinaria de todas las carreras que se celebran en nuestro país en fechas próximas a la Nochevieja. Su participación ronda los 40.000 corredores. Dicha participación proviene de un proceso incremental que ha caracterizado a muchos grandes eventos deportivos populares, con las carreras a pie a la cabeza. Los maratones son un buen ejemplo de ello. La evolución de la participación en estos y otros tipos de eventos, en muchos casos, ha seguido un patrón de crecimiento exponencial. La original brasileña empezó con 60 participantes y en el año 2014 se plantó en 30.000. En cuanto a la vallecana, sobre ella han ido surgiendo diversas polémicas a lo largo de sus más de cinco décadas de existencia. Polémicas relacionadas con la masificación (se hizo oficialmente popular en los años ochenta), con las dietas solicitadas por algunas estrellas, con la privatización de la organización, con la deslocalización del recorrido con respecto al trazado original “de barrio”, etc. Muchas de ellas no han respondido a hechos aislados, sino que se han ido dando en otros eventos similares, en diferentes épocas. Recuerdo por ejemplo que, viviendo como estudiante en Madrid, en el año 1985, la carrera “popular” de Canillejas sufrió un descalabro organizativo importante, cuando, superada por una masiva participación popular, generó un conflicto en la salida de las grandes figuras contratadas para disputarla realmente. Hubo un boicot organizado por parte de muchos atletas participantes que lograron taponar y cerrar a algunas “vedettes”, teniendo que darse una salida falsa inicial, y otra posterior, corregida, más adelante. Además de las protestas, los gritos de “popular, popular”, los empujones y el caos organizativo, hubo agresiones físicas, como el derribo del británico Mike Mcleod, medallista olímpico en Los Ángeles. Todo aquello acabó siendo noticia en los medios televisivos e impresos. Los hechos, ocurridos a finales de noviembre, ejercieron de aviso para navegantes y quizás supusieron un antes y un después en la organización de pruebas callejeras populares que, a riesgo de hacerlo a golpes, iban pasando de ser eventos de dimensiones contenidas, a macro eventos populares.

Y es que durante la última década del siglo XX y la primera del XIX, se fue fraguando un fenómeno social que actualmente está totalmente consolidado: el que las masas de participantes (constituidas por cientos o miles de ciudadanos anónimos y no necesariamente atléticos) se hayan ido decidiendo (primero) y acostumbrando (actualmente) a tomar parte de todo tipo de eventos deportivos convocados sin requisitos previos clasificatorios o de nivel. Todo empezó, precisamente, con las carreras celebradas en las calles, las “populares”, aunque casi simultáneamente surgió en el “cicloturismo más o menos competitivo” de carretera, y, con el tiempo, replicándose como fenómeno en la natación, el novedoso BTT, el triatlón, etc. Ahora mismo ya se da casi en cualquier modalidad deportiva. Paralelamente, en cierto modo, en el lado de los organizadores, dicho proceso también parece haber ido sufriendo cierta metamorfosis mediante la cual más y más entidades o personas han ido deslizándose, con mayor o menor grado de desfachatez, desde una vocación pionera de popularización deportiva, hasta la oportunidad de negocio puntual lucrativo.

Y este fenómeno parece haberse dado en un caso concreto que he podido vivir de cerca, el de la San Silvestre santanderina. Tras mí ya mencionada larga fidelidad a dicha prueba deportivo-festiva, desde hace un par de años he decidido no volver a tomar parte en la misma, a menos que las cosas cambien y, en algunos aspectos concretos, se vuelva a lo que fue en su día: un evento popular y gratuito, al servicio de la ciudadanía.

La primera vez que asistí a este evento fue a principios de los años noventa. Lo hice como espectador, porque la corría (en la versión competitiva federada) un deportista al que entrenaba. Poco tiempo después empecé a tomar parte, siempre en plan festivo, como un acto deportivo con ánimo social y de encuentro, así como de entretenimiento previo a la cena de Nochevieja. En aquella primera ocasión que la vi desde la acera, no creo que la participación popular llegara a las 300 personas. Después, desde que empecé a “sudarla”, año tras año, la cosa fue creciendo. Los cientos aumentaron hasta superar el millar, y tan significativa cifra se fue doblando o triplicando, en función de las condiciones climáticas de la tarde en cuestión, aunque siempre dando muestras de crecimiento.

Tal incremento, lejos de achacarlo a mejoras organizativas, creo que se explica bien a través de varios factores ajenos a la entidad organizadora y que, igualmente, se han ido dando en otros eventos de similar naturaleza. Uno, la popularidad progresiva de las carreras “populares” (perdón por la redundancia, está expresada adrede). Dos, la tendencia del fenómeno San Silvestre en España (en los años sesenta se celebraban unas cuatro en todo el territorio nacional, y actualmente más de 1200). Tres, que, en el caso santanderino, los participantes hemos ido haciendo de auténticos embajadores (“influencers analógicos”) del evento, potenciando un boca a boca que fue haciendo crecer la participación hasta convertirla en un éxito en formato de quedada social ciudadana.

Y es en determinado momento de dicho proceso cuando, a la vista de los organizadores, pudiera, quizás, haberse dado el caso de que hubieran interpretado gozar de una cifra de masa crítica suficiente como para que la avaricia o el interés crematístico susurrasen a sus oídos y decidieran, de golpe y porrazo, empezar a cobrar (a convertirla en un negocio). Como la gente se mosqueó, las disculpas empezaron a correr por ahí. Primero la de tener que asegurar la prueba, justificación ridícula para quienes saben de cifras y costes al respecto. Más tarde otras de las que luego hablaré. El año fatídico del cambio de actitud, el del paso del interés cívico al, aparente, del negocio creo que fue el 2011. Y la cuota de inscripción se inició con 5 €. No está mal, para un evento que dura una media de 35 minutos, en el que el consistorio pone todas las facilidades (además del espacio público) y dinero, hay patrocinios varios y, para colmo, los regalos o avituallamientos de llegada empezaron a verse mermados de modo manifiesto. Lo de los regalos daba lo mismo, a nadie le hacían falta, y menos momentos antes de acometer una cena copiosa. Sin embargo, que su progresiva merma vaya coincidiendo con el inicio y aumento de tarifa de inscripción, hacía sospechar un significativo cambio de mentalidad operado en la mente del ente organizador.

Durante cuatro ediciones seguidas el precio se mantuvo, años en los que el “run-run” quejumbroso de parte de los participantes más asiduos fue en aumento. Entonces, creo recordar que en el 2016, la organización, apuntándose a una tendencia que ya empezaba a estar de moda, y que lamentablemente en algunos casos (afortunadamente no en todos) lo que provoca es un lavado de cara sentimental y poco efectivo, que aprovecha despertar la fibra sensible y la solidaridad de la buena gente, para captar clientes y disimular un buen negocio puntual, decidió “calificar” al evento como solidario. En realidad, lo que se hizo repentinamente solidario no fue el evento, sino el conjunto de participantes, quienes pasaron de pagar 5 euros a pagar 6, mientras que la organización pasaba de no dar nada a la Cocina Económica, a transferirle el montante de euros entonces añadidos.

Dos años más tarde, la inscripción volvió a verse incrementada hasta alcanzar los 8 euros, en la edición de 2017. Más tarde, los dos últimos años, nos han sorprendido con una errática oferta que ha ido siendo, sucesivamente, de un inmediato regreso a 6 (en 2018; quizás conscientes de que se les había ido la mano el año anterior) y un nuevo “re-incremento” a 7 para este fin de año. Esto es, a pesar del aumento de participación, de la crisis económica sufrida por los participantes, etc. El precio ha ido creciendo (de cero a 10, en el caso de los que lo dejen para última hora) en un periodo de diez años ¡Qué felices serían los pensionistas si vieran mejorado su poder adquisitivo un 100% en una década!. Y, entretanto, lo que sí se ha quedado congelado, es el donativo solidario, el cual, según declaran los carteles publicados por la propia organización, se ha mantenido en un pertinaz mísero euro (hasta 2017, porque la coletilla solidaria ha desaparecido de los carteles de las dos últimas ediciones).

Recapitulando, la evolución parece evidente: transformación de un evento popular gratuito en uno de pago, incremento de precios y aparición temporal de una causa solidaria cuantitativamente simbólica. Sin embargo, eso no ha sido todo. Creo que los atletas federados también tendrían algo que decir al respecto, porque han pasado, creo que desde 2017, de poder correr gratis en la “popular”, a tener que acoquinar como el resto de los mortales. Y es que aquel año se tocó el cielo en todo este asunto: además de batirse el récord de precio de la inscripción, también lo hizo el montante subvencionado por el ayuntamiento de Santander y es que sí, efectivamente, a pesar de tratarse de un evento popular-festivo que, desde que empezó a tomar verdadero arraigo participativo entre la ciudadanía empezó a costar dinero, y a pesar, también, del incremento del precio, el consistorio ha ido subvencionando la prueba año tras año (tengo datos desde 2011), llegando incluso a quintuplicar la cantidad, como fue el caso de 2017 (6000 €). ¡Qué tendría aquel año!.

Para quién tenga interés por las evoluciones y tendencias, muestro aquí un gráfico que refleja lo comentado hasta ahora. Las cifras de las subvenciones recibidas del ayuntamiento de Santander correspondientes a los años 2012, 2013 y 2014, no son exactas porque entonces las subvenciones recibidas no discriminaban entre lo concedido a otras pruebas organizadas por la misma entidad, cosa que si se hace a partir de 2015. Pero, tirando de porcentajes, un cálculo aproximado es muy sencillo de hacer, teniendo en cuenta la cantidad total y como han ido evolucionando las cantidades parciales concedidas a cada evento.

Eje vertical izquierdo: precio de la inscripción individual anticipada, precio de inscripción para federados y donativo publicitado en los carteles. Eje vertical derecho: subvención aportada por el Ayuntamiento de Santander (sin publicar aún lo concedido para el año 2019).

Se podrían añadir más datos, aunque no se ha hecho para no sobrecargar el gráfico. Por ejemplo, que desde 2016 surge otra fuente de ingresos mediante la aplicación de un recargo aplicado a todos aquellos participantes que se apunten más tarde del plazo fijado por la organización. Sí, dicho recargo también va en aumento, empezó siendo de dos euros y este año ya está fijado en tres. Este tipo de suplementos es habitual en muchos eventos deportivos, y tiene cierta lógica por dos motivos: estimular una inscripción anticipada para facilitar las labores de organización, y ayudar en las previsiones de masa de gente esperada para el día de la prueba. Lo que sin embargo choca es que, aun recargando la inscripción tardía, no se dan camisetas (ahora “kit de carrera”) para todos. No, la entidad cubre un número fijo de unidades, ya establecido bastante antes del cierre del periodo de inscripciones, y el resto, si se quedan sin ello, que arreen. Teóricamente esto ha de suponer que algún aproximado millar de personas se queden sin “kit”, pero, también es verdad que la cifra de “piratas” (personas que participan sin inscribirse) debe ser muy elevada, cosa que, con lo comentado hasta ahora, no es de extrañar que suceda, y menos en una sociedad como esta en la que la piratería alcanza una gran variedad de órdenes, ámbitos y clases sociales.

En todo este asunto hay dos colectivos que también se han visto afectados por la llegada de lo que aparenta ser una forma de feroz “capitalismo” mal entendido. Me refiero al de los estudiantes menores de edad y al de las familias. Vayamos con el asunto de los primeros. Como profesor de EF, durante varios años, ingenuo de mí, fomenté la participación de mi alumnado en esta carrera, pensando que el carácter festivo, animado y multitudinario de la misma pudiera tener algún efecto añadido, por pequeño que fuera, sobre la adherencia hacia el ejercicio físico. Aquello fue, lógicamente, cuando la prueba era gratuita. Con el paso de los años, he podido comprobar como otros docentes hacen lo mismo, aunque actualmente ya haya que pagar. Y, para colmo, algunos incluso dan puntos extra en la calificación de la materia por participar. Personalmente lo considero un disparate (nimio y leve, pero un disparate), y voy a explicar el porqué. Fomentar la participación en eventos deportivos está bien, siempre y cuando sean accesibles, gratuitos o ¡claramente! solidarios. Lo que, desde luego, no me parece nada bien es que parte de la calificación de una materia provenga de la inscripción (y pago) de una cuota, a una entidad privada, totalmente externa al sistema educativo, para participar en un evento ajeno a la programación del centro y a la de la materia en cuestión.

Todo este asunto se ve sobredimensionado en el caso de las familias. Más, cuanto más numerosas son. Sirva la mía como ejemplo, que realmente participó al completo en alguna edición. Si en 2010 lo pudo hacer gratis, pronto pasó a tener que pagar 25 euros y ahora la cuestión estaría en 35 (50 € si nos apuntásemos con retraso). No es la única, ni mucho menos, se ven varias el día de la carrera, yo mismo fomentaba la participación entre familiares y amigos hace años, incluida una de 8 miembros que acostumbra a tomar parte al completo (entre 56 y 100 €, “del ala”, según si espabilan o no a la hora de apuntarse). Apto para familias solventes, inaccesible para una familia de clase baja en plenas Navidades. ¡Si San Silvestre I levantara la cabeza!

Otro colectivo que ha tenido sus más y sus menos con la San Silvestre santanderina es el de las mujeres. Desde hace tres años, la misma entidad que la organiza, celebra otra marcha-carrera popular con el eslogan de la lucha contra la violencia de género. Se trata de una noticia excelente, no solo por lo que, en sí, en primer plano, declara el cartel anunciador, sino, especialmente, porque demuestra que las entidades pueden llegar a cambiar, en este caso concreto, a mejor. Lo digo porque la San Silvestre santanderina, durante bastantes años sostuvo una empecinada muestra de discriminación contra la mujer. No me refiero a la carrera competitiva-federada, sino a la expresión popular del evento. Recuerdo perfectamente, cómo, año tras año, cuando el recorrido discurría dando un par de vueltas por un circuito que llegaba hasta el extremo final del paseo marítimo en dirección al “Chiqui”, se establecían dos distancias diferenciadas por género: una vuelta para las mujeres y dos para los hombres. Lo peor no era eso, ocasionalmente habitual para la época, lo malo es que cuando una mujer pretendía completar las dos vueltas, porque le apeteciera o porque, sobre todo, corría en plan festivo en compañía de sus amigos o familiares, era vigilada, perseguida, abroncada desde la megafonía, e incluso agarrada para que no pudiera seguir. Es algo que vi con mis propios ojos y le ocurrió a algunas familiares. De hecho, algunas se saltaban las vallas del recorrido para poder dar las dos vueltas, otras giraban antes del paso por la recta principal, y las más se vestían con ropa “unisex” discreta, se recogían el pelo con gorra, gorro o buff, y se colocaban algo camufladas entre sus compañeros varones. Lo dicho, los tiempos evolucionan y, afortunadamente, la San Silvestre santanderina no ha sido una excepción en este asunto.

Pese a todo lo comentado hasta ahora, tengo que reconocer que, tal y como avancé al principio, he participado en la San Silvestre durante unas dos décadas aproximadamente. Una vez que empecé a hacerlo, no falté nunca, hiciera como hiciera. Hubo años de sorprendente calor, causado por la persistencia del viento sur en la ciudad, algunos de frío y otros, no muchos, de lluvia. Sin embargo, he dejado de hacerlo, desde la edición de 2017. Aquel año me di cuenta de cómo había ido evolucionando todo este asunto y decidí no tomar parte en él. Al principio pensé en participar de un modo reivindicativo, ideando para ello un dorsal alusivo a mi protesta. En un país en el que a la gente se le permite cortar vías de comunicación vitales, asaltar negocios privados y montar barricadas en las calles de las ciudades, de forma reiterada, para reivindicar todo tipo de asuntos, públicos o privados, legales o ilegales, constitucionales o no, por qué me iba a cortar al respecto. Sin embargo, como en el fondo, estoy en contra de la piratería, y cómo, además, lo que busco, el 31 de diciembre, es pasar un buen día cerrando el año deportivamente y sin crispaciones, lo que hago es, en función del día que haga, organizarme un buen plan de despedida. El año pasado fue subir al Moral en BTT para brindar con cava junto a un buen grupo de aficionados. Y este año ya veremos, algo haré.

Pero la causa principal de mi despedida de la San Silvestre santanderina, lo que realmente me hizo huir de ella, no fue la cuestión económica, ni todo este extraño talante que parece intuirse detrás de su organización. Lo que colmó el vaso de mi paciencia fue escuchar una agresiva voz por megafonía abroncándonos sin parar por estar corriendo sin inscripción o sin dorsal. No era la primera vez que nos caía una desagradable e insistente bronca a quienes habíamos cumplido con el pago, pero si la vez que, a lo largo de toda la recta de llegada a meta, más insistente e indiscriminado se hizo presente el chorreo propiciado por los altavoces. Nunca me ha sentado bien que a la gente nos riñan por lo que hacen los demás, que todos paguemos por culpa de otros. Es algo que, en ocasiones, hacen los gobernantes, demasiados colectivos reivindicativos, algunos directores, jefes y hasta madres y padres de familia, pero eso no lo justifica, y menos aun cuando quien te grita es el representante de una entidad a la cual has pagado. Aquel año, aquella actitud resultó tan desagradable, que decidí no volver a sufrirla. ¡Qué falta de modales, de empatía y de justicia!. Espíritu navideño brillando por su ausencia.

Cuestión de la megafonía aparte, considero que el ayuntamiento de Santander debería estudiar toda la deriva experimentada por este evento desde hace años, cotejar cómo es empleado el dinero que aporta, revisar las cuentas totales del mismo y reflexionar sobre lo que pretende conseguir a través de la prueba. Si lo que busca es celebrar una fiesta deportiva, realmente popular, creciente en participación y carente de dudosas sensaciones de lucro, debería exigir que la prueba sea gratuita. Durante todo el texto he empleado el término de entidad al referirme a la organización de la prueba. Lo he hecho porque ignoro si está constituida como asociación sin ánimo de lucro o como empresa. Son cosas muy diferentes, aunque en España, desde hace algún tiempo, son muchas de las primeras las que acaban funcionando como las segundas. Tal es el caso de algunas ONGs, entidades sindicales, federaciones o clubes deportivos, etc. Seguramente minorías, pero haber casos los hay y los ha habido. No se trata de meter a todos en el mismo saco (como ocurrió con el rapapolvo de la megafonía), pero si de comprobar a qué y para qué se da el dinero público.

En este sentido, han ido surgiendo ya algunas (pocas) voces críticas con algunos planteamientos que se están dando en el deporte en la actualidad. Aunque el deporte en España es un campo en el que los partidos políticos no parecen atreverse a entrar (por miedo, desconocimiento, falta de interés o vaya usted a saber qué), algún que otro “indignado” surge de vez en cuando, aunque rara vez se le haga caso por parte de los medios de comunicación. En el caso de la carrera está el ejemplo de Luis de la Cruz, que en su escueto libro “Contra el running. Corriendo hasta morir en la ciudad postindustrial” (Libros del Borde, nº 6), reflexiona sobre el cariz que, en su opinión, ha ido tomando el correr en la sociedad actual. Su posicionamiento político es bastante evidente hacia un lado concreto del espectro actual, es probable que exagere en algunos de sus contenidos, pero, su reflexión resulta interesante y no exenta de cierto fundamento. Aquí os dejo con unas declaraciones del mencionado autor.

“El interés primero es el propio personal y el que cada uno quiera, pero el discurso creado alrededor del 'running' sirve a los intereses de la clase dominante de extender la ideología del capitalismo contemporáneo, una ideología que incluye el individualismo extremo y la aversión al trabajo en equipo. Hay una visión moral del correr, no es solo una práctica deportiva ya que está bien visto y está relacionado con el culto al cuerpo. Se asocia ser una persona exitosa con practicar deportes bien vistos por el 'establishment'. Por esta razón es recurrente la imagen de políticos corriendo en campaña electoral”.

Al autor lo escuché hace tiempo, presentando su libro en la librería La Vorágine. Pese a que sus tesis no me convencen plenamente, sí que aporta algunas pistas muy interesantes que deberían tenerse en cuenta a la hora de analizar el consumo febril que gran parte de la sociedad actual muestra con respecto a la práctica deportiva, los enseres “necesarios” para la misma, la “titulitis” de resultados y el negocio de los eventos multitudinarios. Personalmente agradezco de que haya emprendedores que lo intenten con la organización de eventos de pago. Sin embargo, me preocupo cuando algunos de ellos se esconden detrás del formato o epígrafe normativo de entidades sin ánimo de lucro, para evitar pagar tributos, tasas, sueldos, contrataciones, etc. Y, además, cobrar subvenciones públicas. Yo mismo participo ocasionalmente en eventos deportivos de pago, pero procuro tratar de distinguir que es lo que hay detrás de ellos, aunque seguro que nunca acierto de todo con el diagnóstico. Y es que resulta muy difícil establecer límites a la hora de considerar cuando una asociación, club modesto, o cualquier otro tipo de organización, monta algo para sobrevivir, promocionar el deporte o financiarse “malamente”; o cuando lo organizado podría ser interpretado como todo un negocio encubierto. Tampoco nos corresponde hacerlo a lo usuarios, aunque eso sí, tenemos todo el derecho a poder decidir si participar o no. Y lo mismo que puede darnos por recomendarlo, igualmente tenemos derecho a desaconsejar la participación. En el caso aquí expuesto, habrá quienes lo consideren un auténtico evento de promoción deportiva, otros una especie de cotillón deportivo “sacaperras”, y, la mayoría, no se planteen nada en absoluto.

En cualquier caso, como no puede ser de otra manera, llegado cada fin de año, que cada cual lo celebre como quiera, se divierta y lo disfrute. Corriendo, bailando, brindando con cava o reuniéndose con quien le apetezca, sean muchos o pocos.

¡Feliz 2020!