jueves, 31 de marzo de 2022

TOC-TOC

Lo que son las cosas, estos días se me ha dado una coincidencia vital de esas que a veces nos pasan desapercibidas, y que, sin embargo, cuando te das cuenta de ellas te ayudan a reflexionar sobre algunas cosas importantes. Por un lado, en cuestión de pocas semanas, mis tres hijos han dado rotundos pasos hacia su progresiva independencia. C, la mayor, se ha marchado a los EEUU. Un paso más en su desempeño tecnológico con los números. J, el mediano, se fue a vivir a la serranía de Ronda. Lo suyo es la convivencia con los caballos, desde ahora, los lusitanos. Finalmente, A, la pequeña, ha empezado a trabajar, en una capital de la meseta castellana, en lo suyo: los ojos y las miradas de la gente. Todo ello en un lapso bastante coincidente con el programado para la exhibición de la exposición “Toc-Toc: 50 años de álbum ilustrado”.

¿Y qué tendrá que ver una cosa con otra? Pensarán algunos. ¡Mucho! O al menos así me lo parece. Y es que mis tres hijos se han criado rodeados de cuentos ilustrados. La mayoría de ellos, por cierto, procedentes del asesoramiento de las libreras que han puesto esta exposición en marcha (Gil). Son ya casi tres décadas de fidelidad mutua. Por ahí andan los “cuentos” todavía, apilados en estanterías en el ático. Hay muchos, muchísimos, pero a nadie en casa se le pasa por la cabeza que sobren. Ni a nosotros, ni a ellos, que ya no están y vienen únicamente de visita o vacaciones.

Han pasado tantos años... vivíamos en una granja. Ahora empiezan a hacerlo por su cuenta. Prueba de ello es que la foto fue tomada con una de las primeras cámaras digitales. De aquellas que grababan un puñado de tomas en un disquete.
 

Los cuentos ilustrados me parecen, más que un género, un universo de comunicación, arte, relato y estímulo. Su diversidad de formatos, estilos, temas, ritmos, códigos, etc. Es ilimitada. Esto es algo que cualquier persona (de cualquier edad) puede comprobar, acercándose a la exposición señalada, a poco que se tome el tiempo suficiente para sumergirse en la “lectura” (que muchas veces no es tal) de algunos de los álbumes allí expuestos. La comprensión de los números y la tecnología, cierto don para amar y entender a los animales, o los ojos y sus ciencias, son, no me cabe la menor duda, destrezas (incluso dones) que empiezan a germinar desde los primeros años de vida. Independientemente de la carga genética que cada cual lleve consigo, lo demás tiene que ver con la estimulación del entorno, algo sobre lo que los importantes avances recientes de la neurociencia nos están demostrando día tras día. Y lo mismo podemos decir de la sensibilidad artística, del color, de la composición…; de la empatía humanitaria ante los problemas sociales; de las competencias narrativas, etc. En definitiva… ¡de todo! Y ese todo lo podemos encontrar en los cuentos infantiles. La exposición lo muestra y lo demuestra.

Sin ser una muestra apabullante o desmesurada en extensión, su contenido ofrece mucho más de lo que parece. Me la encontré distribuida en cuatro espacios conectados con continuidad. Los ejemplares expuestos están ordenados cronológicamente por fecha de primera publicación, partiendo de los años cuarenta del siglo XX. Las fechas no concuerdan con la calidad e innovación creativa de los álbumes. En este sentido, podríamos cambiar de sitio algunos de los pioneros para, tramposamente, ubicarlos en tiempos actuales o recientes y, no solo no nos daríamos cuenta del embuste, sino que nos parecería que muchos de los viejos resultan de rabiosa actualidad temática, de diseño o creativa. Y es que las responsables de haber montado la exposición saben lo que se hacen, conocen el tema y han echado el resto en la selección de autores. Algo, por otro lado, que se me antoja difícil y tremendamente duro, por la sensación de “pérdida cultural” que debe haberles supuesto el tener que cribar. Digo esto porque, al recorrer la exposición con detenimiento, he encontrado bastantes libros que tenemos en casa, y a la vez, he recordado muchos otros de los que hemos disfrutado que no están expuestos, pero bien podrían estarlo sin desmerecer. Lo dicho, todo un mundo este del álbum ilustrado.

La trayectoria de Gil con los libros infantiles ilustrados viene de lejos. Este taller debió de ser hace unos veinte años.
 

El recorrido empieza por un pasillo-pared con los ejemplares más antiguos. Todo él (y las paredes del siguiente espacio que el visitante se encontrará) está conformado por un mural no interrumpido, construido en madera, con un diseño atractivo desde la perspectiva infantil. Integra el aspecto natural de la madera con el diseño alegre de las molduras y un discreto coloreado nada estridente. Hay cierto desorden dentro del orden, el justo para no provocar una domesticación organizativa propia de “cabezas cuadradas” en los menores, pero facilitando que los adultos, tan racionales, no perdamos el hilo evolutivo. Las cartelas de esta primera sección (quizás la más importante desde un punto de vista retrospectivo y documental) aportan algo de información comentada, algo que los adultos interesados agradecemos. Por otro lado, incrustadas en los murales, hay algunas vitrinas salteadas que protegen ejemplares únicos, totalmente descatalogados, así como puertecillas con pomos (a diferentes alturas) para que mayores o menores podamos ir descubriendo algunas sorpresas agradables.

Primeros volúmenes.
 

El pasillo-pared nos deja en una estancia cuadrada, habiendo tomado prestado uno de sus lados. Los otros tres continúan con un formato similar… ¡más cuentos, más sorpresas, más estímulos! ¡y nada de repetición! En medio de la sala hay una especie de isla con aspecto de mueble infantil irregular, diseñado por bloques. Más puertecitas que abrir y algunos muñecos allí guarecidos.

Sin darnos apenas cuenta, aparecemos en un tercer espacio en el que podemos disfrutar de álbumes tridimensionales. De esos que, al abrirlos y pasar sus páginas, los pliegues del papel o del cartón se ven expandidos y se levantan construyendo estructuras, paisajes o personajes… ¡mundos! Algunas muestras están colocadas en vitrinas horizontales en forma de mesas. Otras las podemos ir viendo en pantalla, en una proyección de video, y algunas más, a nuestra espalda, en nuevas vitrinas verticales, ocupando una pared que da paso al cuarto y último espacio de la muestra. ¡Una única pantalla surge en toda la exposición! En estos tiempos podrá parecer inaudito, pero, lo que es para mí, fue a lo que menos presté atención. ¡Larga vida a los álbumes ilustrados!



Se trata de una sala-rincón preparada para recibir grupos y poder desarrollar talleres. Hay sillas, una alfombra, estanterías con cuentos y un mural… ¡muy atractivo! Todo ello acogedor, estimulante, apetecible…

Acudí a la exposición solo. Algo que es bueno y malo a la vez. Mejor para algunas cosas, estéril para otras. Era por la mañana y en día de labor, así que no pude ver ningún taller en acción. La mayor parte del tiempo disfruté de la muestra para mí solo. Eso me permitió poder llamar a todas las puertecillas ¡toc-toc! E ir abriéndolas a medida que deambulaba por las estancias. También pude echar un vistazo a todos los ejemplares accesibles (que son la mayoría de los expuestos), que están allí posados para que los visitantes los puedan coger y disfrutar de ellos con curiosidad y sin prisas. Es la visita que recomiendo para los adultos: en soledad, sin nadie que te meta prisa, y con tiempo para repasar pormenorizadamente la mayor parte del contenido allí disponible. Sale uno de allí estimulado y con mucha creatividad despertada en sus neuronas.

En un momento dado, entró una tromba de ruidosos y excitados menores, todos ellos enfundados en coloridos chándales corporativos, dispuestos a escanear y descubrir todo lo que allí había, para aprovechar esa supuesta libertad que una mañana de “excursión” podía proporcionarles. Agradecí su presencia por varios motivos. El sonido ambiente se tornó más auténtico y reforzó la apariencia ecológica de la exposición: aquello era, verdaderamente, un entorno infantil en el que yo era un intruso, un expedicionario o un observador de campo. Alguien que aprovechó el momento para guiñar un ojo de vez en cuando, para animar a alguno de aquellos pequeños seres a que abrieran las puertecillas, a ser posible, habiendo llamado antes. Lo sorprendente es que la alegre turba como vino se fue. No creo que disfrutaran de aquello más allá de cinco o diez minutos. Y es que sus maestras se mostraron mucho más preocupadas de que la chiquillería no me molestara y de que no rompieran nada, que de otra cosa. Me pareció un desperdicio de visita. Lo que allí hay, de contenido y de distribución espacial, invita a que, llevado un grupo infantil, se le premie con actividades, se le invite a repasar ejemplares, se le “cuenten cuentos”, dramatizando las voces si es posible o animando la “lectura” (o repaso visual), etc. Así, pues, si el visitante es docente de Infantil (o de Primaria) se me antoja que debería acumular dos visitas: primero la “suya”, de disfrute, estudio y preparación para la segunda; y después la de acompañamiento y dinamización que podría realizar con su alumnado. He preguntado a una de las responsables de la exposición y me ha asegurado que así es en muchos casos, algo que me ha dejado más tranquilo y satisfecho… por el bien de nuestro futuro.

Por supuesto, entre los dos polos opuestos de la visita adulta individual o la infantil colectiva, hay todo un abanico de posibilidades. Preferentemente familias, aunque también grupos de profesionales o académicos del diseño, la ilustración, la narrativa, el arte, etc. De hecho, poco antes de terminar mi visita, llegó un grupo de adultos que tenían pinta de pertenecer a algún tipo de colectivo reunido bajo parámetros que se me escapan. Como soy discreto, no pregunté, pero coincidí con ellos el tiempo suficiente para captar alguna que otra muestra de entusiasmo ante ejemplares concretos. Unos días después me pasaron un enlace de otro grupo que bien supo aprovechar la visita: el Atelier Sierrallana.

El dibujo infantil (tanto el realizado por los niños como el creado para ellos) es el elemento esencial de los cuentos. El texto, cuando lo hay, no suele cobrar tanta importancia, aunque puede tenerla, puede ser muy expresivo, aparecer en verso o mostrar una enorme elocuencia tipográfica y de variedad de tamaños, colores, etc. En un apartado amplio y muy interesante de su ensayo “El artesano”, Richard Sennett elabora todo un alegato en favor de la importancia que tienen la mano y sus acciones con respecto al desarrollo integral, intelectual, sensorial y neural de las personas. La escritura, evidentemente, forma parte muy importante de tal actividad, pero el dibujo no lo es menos y, a determinadas edades, puede serlo más. Si nos remontamos a Piaget y todo un abanico de autores relacionados con el mundo del desarrollo infantil, del aprendizaje y de la psicomotricidad, encontraremos múltiples referencias que van en la misma línea. Así como un constante subrayado del valor que la convivencia con el estímulo artístico y lo simbólico tiene para los menores. Son aspectos fundamentales para el desarrollo de su personalidad y para su construcción emocional. El cuento ilustrado atiende a todo ello. Y como esta exposición deja claro, lo hace con diversidad de propuestas. Sería desmesurado dar cuenta de todo ello, cada visitante atento y sinceramente interesado podría proporcionarnos su propia selección de detalles. A continuación, van algunos de los míos. Podrían ser muchísimos más.

Nuestros hijos, haciendo caso a Sennett (con permiso del fabricante).

Uno de los ilustradores pioneros presentes en la exposición es Bruno Munari. La muestra se inicia con un panel monográfico suyo. Baste decir de él que ¡otra coincidencia! simultáneamente, su obra está siendo objeto de una exposición por todo lo alto en la Fundación Juan March.

Munari rodeado de algunas de sus obras (Imagen: F. Juan March).
 

Entre las obras que, personalmente (y sin ser ningún experto sobre el tema), considero unos auténticos clásicos, encontramos “A qué sabe la luna” (Michael Grejniec, 1993), “La pequeña oruga glotona” (Eric Carle; creo recordar que traducido a muchos idiomas), “Vamos a cazar un oso” (Michael Rosen / Helen Oxenbury; 1989) o “Un poco perdido” (Chris Haughton, 2010), por citar unos pocos.

Respecto las temáticas tratadas hay mucho donde elegir. Algunos ejemplares de cuentos “de correspondencia”. Aquellos en los que, insertos entre sus páginas, aparecen algunos sobres con cartas en su interior. Un estilo de narrativa infantil que provoca “acciones y reacciones” y cierto dinamismo operativo. Pero hablando de dinamismo, hojeando uno de los libros me encontré con unos pasos de baile dignamente ejecutados por una lechoncita llamada Olivia. Me gusta la danza. Quizás por eso ha sido una modalidad artística a la que nuestra familia siempre ha estado muy receptiva. Aunque creo no haber visto sus álbumes en la exposición, no me resisto a recordarlos aquí públicamente: Patricia Lee Gauchi y Satomi Ichikawa, a través de su personaje Tanya, hacen las delicias de cualquier aspiración infantil hacia la danza. Su serie, cuando nosotros la dejamos, alcanzaba cinco títulos en los que Tanya iba creciendo.

1963 fue un año clave en mi vida (no digo más). También fue cuando se editó “La recta y el punto”, un álbum muy especial para mí. Su autor, Norton Juster crea una “Maravillosa combinación de matemáticas, arte y fotografía para ilustrar la singular historia de amor entre una recta y un punto” (Toc-Toc). Es genial y, mirándolo con atención, no puedo evitar acordarme de uno de los mejores profesores que he tenido en mi vida. Movellán, COU, Dibujo Técnico. El primer día de clase nos recetó dos teoremas geométricos extraoficiales que, según él, todo buen delineante debería mantener siempre a mano: el del “punto gordo” y el de “la recta astuta”. Nos dio hasta sus definiciones. El primero tenía que ver con una intersección no del todo coincidente entre tres o más líneas rectas, mientras que el segundo versaba sobre una recta capaz de pasar por al menos tres puntos imperceptiblemente desalineados.

 

En mi visita tomé algunas fotos rápidas de mala calidad (es evidente) pero no tomé notas porque lo de escribir algo sobre la exposición me apeteció tiempo después, así que no puedo referenciar un divertido ejemplar que, como mínimo, presentaba dos tumultos multitudinarios en los que la acción infantil desbarataba sendas actividades adultas públicas de máxima compostura. Las dos me recordaron el cuadro de Oppenheimer: “Philharmoniker”.


 
"Philharmoniker". (Imagen: hobbietuviaje.com)

Tampoco tomé nota de un espectacular ejemplar de fascinante estilo ilustrado que, desplegada una de sus páginas, alcanzaba más de un metro de longitud. En el recuerdo, su estilo se me asemeja al de Rébecca Dautremer (puedo estar equivocado; ya he dicho que el contenido exhibido daría para horas de contemplación). A esta ilustradora merece la pena seguirle la pista. Firma bastantes de sus trabajos en colaboración con Philippe Lechermeier. Cuando recomendé la visita de la exposición a mi amiga y diseñadora de vestidos de boda y danza Nikita Nipone (admiradora confesa de los cuentos ilustrados) fue, en cierto modo, al ver aquel despliegue de ropajes y mariposas. Aunque también por el color de otros muchos ejemplares. El color y el diseño. Por eso también me acordé de Lola Stalenhoef, a quien desde aquí le recomiendo la visita. Para que se deleite con el colorido arte de “Elmer” (David Mckee), los fascinantes trazos de “La reina de los colores” (Jutta Bauer) y de “Caperucita roja” (Adolfo Serra), el acercamiento infantil creativo de “El Monstruo de colores” (Anna Llanas) o, por contraste con tanto colorido, “El libro negro de los colores” (Menena Cottin y Rosana Faría).





Desde un punto de vista adulto, frecuentemente más realista a la hora de admirar la precisión y el preciosismo en la ejecución, también hay mucho con lo que ensimismarse. Esa especie de “puntillismo a rayitas” de Mitsumasa Anno en “Europa” (de su serie “Los viajes”). Las “escalas de grises” de “Los misterios del señor Burdick” (Chris van Alisburg) o las fascinantes ilustraciones de “Hablo como el rio” (Jordan Scott / Sidney Smith). Y por supuesto (no puedo evitarlo, me declaro fan entregado a la obra de Roberto) “El último refugio” (J. Patrick Lewis / Roberto Innocenti).

Tampoco faltan propuestas con temática para reflexionar sobre temas de actualidad. Algunos ejemplos son “El libro de los cerdos” (Anthony Browne) con un planteamiento feminista tradicional, o algunos dedicados a emigrantes y refugiados, como “Emigrantes” (Shaun Tan) u otro que ahora tampoco soy capaz de recordar.


“Zoom” (Istvan Banyai) con ilustraciones que casi podríamos calificar como de “línea clara”, tan exitosas en la historia del cómic, nos regala una sorprendente aventura visual jugando con la perspectiva, el enfoque, las dimensiones y las escalas. Por su parte, trajinando también con esos factores, aunque apoyándose más en la apertura de mente “En el desván” (Hiawyn Oran / Satoshi Kitamura) no deja de sorprendernos.


Me hubiera quedado mucho más tiempo. No descarto regresar para recrearme con nuevos detalles. Ya le he dicho a una de sus responsables que eché de menos un catálogo. Se lo perdono porque me consta el enorme esfuerzo que ha supuesto montar la exposición, así como la cantidad de saber, gusto, trabajo, recursos y vocación que han puesto en ello. Aunque no está prevista una programación de la muestra en otras sedes, confío en que surja alguna oportunidad, porque sería una verdadera lástima que no puedan disfrutarla en otras ciudades. Cuando algo merece la pena, se debería hacer un esfuerzo por sacarle verdadero partido… social, cultural, educativo, etc. En cualquier caso:

Muchísimas Gracias Maleni, Paz y Mariola.