lunes, 30 de septiembre de 2019

101 (ISLAS) DÁLMATAS.


Mi verano del 19 se torció de repente. Tenía dos atractivos viajes en mente y ambos se me vinieron abajo a primeros de julio. El primero de ellos consistía en descender la mayor parte del Duero portugués en kayak, en régimen de acampada itinerante. El segundo pretendía recorrer Irlanda en moto durante la segunda quincena de agosto. Este último es el que se topó con un primer chasco cuando, inocente de mí, fui a sacar los billetes del ferry que traslada vehículos directamente desde Santander a Cork. No quedaban plazas. Una vez más, el fantasma de la masificación turística se cernía sobre mí. Y eso que siempre procuro (y suelo lograr) defenderme de la presión turística. Pero aún me esperaba un disgusto peor. Apenas a una semana de partir hacia el Duero, una repentina, inoportuna y paralizante lesión de hombro, me dejó temporalmente inútil para palear… ¡y hasta conducir!. El sentimiento de frustración fue monumental aunque afortunadamente pasajero, pues, tras suspender mi partida, me puse en manos de mi amigo “Cali”. Es médico deportivo e hizo un trabajo impecable, pues me diagnóstico con acierto y me sometió a un tratamiento intensivo con una eficacia de resultados impresionante. Tal es así que, con unos diez días de demora, aproximadamente, partí hacia el Duero para completar mi ansiado viaje. Pero eso es otra historia que quizás algún día cuente… en otro formato, soporte y estilo narrativo. Quedaba entonces buscar algo para finalizar agosto, un viaje atractivo que sustituyera al plan irlandés, lo cual implicaba que lo pudiera acometer en pareja con Myriam. Y fue, precisamente a través del Duero por donde vino la solución, por medio de una carambola indirecta. En los días en que yo no había podido ir, mi amigo Jesús realizó el descenso enrolado en el grupo que inicialmente nos correspondía a ambos (tal y como acabo de explicar, yo acabé integrado en otro grupo posterior). El caso es que una compañera de aquel primer grupo (Isabel), tiempo después encontró una oferta de viaje en kayak por Croacia y la compartió con su grupo. Jesús, que había vuelto entusiasmado con el viaje en kayak por el Duero, no dudó en apuntarse y en comunicármelo, y nosotros, tras hablarlo, decidimos apuntarnos también, en el último momento y buscando billetes de avión de forma precipitada.

Recorrer la porción marítima de Croacia en kayak requeriría de al menos un mes para poder declararlo así. En realidad, lo que hicimos nosotros fue navegar por una parte, no desdeñable, del archipiélago Dálmata. En concreto, un conjunto de islas situadas a medio camino entre Zadar y Split. Los dálmatas, la raza canina que popularizó Walt Disney a través de aquella mítica película de dibujos animados, a bote pronto, al menos tienen tres atributos muy relacionados con la costa sobre la que hablaré aquí. Primero, el nombre: dálmata. Segundo, la procedencia, ya que la región costera de Dalmacia corresponde, en su mayor parte a Croacia; y a esta raza de perros se la considera originaria de allí. Y tercero, mapa y capa, el de la costa y el de la piel del perro, respectivamente, muestran un “estilo de pigmentación” muy similar, consistente en un incontable salpicado de motas pequeñas e irregulares sobre un fondo de contraste.

El formato de nuestro viaje entraba dentro de lo que podríamos denominar un paquete comercial de viaje de aventura o expedición. Viajamos a y desde Split en avión por nuestra cuenta, y a partir de allí entraban en acción los servicios contratados, los cuales se pueden resumir en traslados desde y al aeropuerto, préstamo del material (kayak , palas y algunos complementos específicos), un guía y una sucesión de pernoctas contratadas a lo largo del archipiélago.

Jesús, Myriam y yo iniciamos los vuelos en Santander. En Madrid nos encontramos con Isabel, procedente de Galicia y en Split fuimos recogidos por un joven chófer que nos dio conversación mientras nos trasladaba en furgoneta hacia Skradin. La primera impresión que me llevé durante aquel trayecto es la de haber aterrizado en una zona muy árida, que presentaba múltiples colinas de terreno calizo. Una autopista algo más interior nos llevó por un territorio que por lo visto había estado ocupado por Serbia durante el pasado conflicto bélico. Aquel recuerdo, el de la constante presencia de la guerra balcánica en nuestros noticiarios, se convirtió en una constante emocional que esporádicamente reaparecía en nuestra conciencia y nos hacía meditar sobre lo que debió de ser aquello, y el aparente contraste actual, que se presenta en forma de país idílico, con vocación turística y sin apenas huellas visibles de tan cruento conflicto. Lo que haya quedado grabado en la mente de cada individuo, o el estado de salud social colectiva de la población, es algo que se nos escapa, y que un viaje tan breve y específico no nos iba a dejar entrever. Pese a ello, imaginar que aquel país había sido un campo  batalla y el escenario de incontables atrocidades, hace apenas 25 años, pone un poco los pelos de punta.

Ya desde un puente de la autopista disfrutamos de una fugaz pero atractiva panorámica de Skradin. Un pueblo precioso, encajonado entre bosques y cursos de agua azulada. Al habernos ido acercando allí, el paisaje se había visto más poblado de arbolado. Pinos, olivos y pequeños viñedos, la habían ido dado una mayor apariencia de vergel mediterráneo.

Skradin

Una vez instalados en el hotel, iniciamos un paseo de reconocimiento por la población. Su marina es bastante impresionante si la comparamos con las dimensiones de la localidad. Una marina moderna, repleta de modernos cruceros de alquiler, algunos yates de lujo bastante impresionantes, así como grandes veleros de cruceros turísticos. Por el pueblo también abundaban los modestos puestos de productos locales. La mayoría de las casas eran de piedra, algo que es característico en toda Dalmacia, donde, según parece, con intención de preservar el patrimonio arquitectónico propio, está terminantemente prohibido echar muros de piedra abajo, hay que conservarlos cuando se construye o reforma cualquier edificio. En la zona portuaria “local”, vimos algunos modestos botes de pesca. Varios de ellos disponían de un aparejo en forma de grúa, accionada por un mecanismo “casero” de origen ciclista, que sirve para izar un retel circular de algo más de un metro de diámetro.

 Ingenioso aprovechamiento de un buen pedazo de BTT.

Continuamos ascendiendo a los restos de la fortaleza, actualmente muy derruida. Las vistas allí son excelentes, con una atractiva integración entre las aguas y los accidentes de tierra. El descenso nos ofreció un callejeo entretenido entre estrechos pasajes y múltiples tramos de escaleras. Árboles de granadas en los patios, más muros de piedra, el calor reinante y la gente con aspecto despreocupado y tranquilo, nos fueron envolviendo progresivamente de atmósfera mediterránea, mientras el aspecto de algunos muros nos mostraron lo que tenía toda la pinta de ser… restos de balazos.

Otra vista de Skradin

La cena sirvió de acto de encuentro de todo el grupo. Siete personas en total. Una pareja sudafricana (Lee Anne y Cameron), Isabel, Jesús, nuestro guía Lovro, Myriam y yo. El croata nos dio todas las explicaciones necesarias mientras algunos dábamos cuenta de una trucha, y tras dejar preparada nuestra bolsa estanca con el equipaje de viaje “acuático”, nos acostamos para descansar de una larga jornada de traslados.

Skradin – Luka (isla de Prvic). 25 km.

Tras el desayuno, tomamos nuestro equipaje nómada y nos desplazamos algunos centenares de metros en una furgoneta que remolcaba nuestros kayaks hasta una playa del río Krka. La expedición quedó configurada con cinco embarcaciones: tres individuales y dos dobles (la de los sudafricanos y la nuestra). Todos los barcos eran unos Prijon de mar, de plástico, perfectamente equipados con compartimentos estancos para el equipaje, un tambucho pequeño accesible desde la bañera, redes portabultos, línea de vida, cabo de amarre, asas de porteo y timón retráctil. La doble era el modelo Poseidon, muy direccional, sobradamente estable y francamente confortable, pero tremendamente pesado ante cualquier intento de porteo. El equipo se completaba con unos chalecos, que enseguida acabaron viajando en las mallas de cubierta, unos cubrebañeras, que utilizamos ocasionalmente, y unas palas estrechas, recomendables para largos trayectos.

Nuestro kayak doble Poseidón.

Iniciamos la singladura por un fantástico “laberinto” de río y canales de salida hacia el mar. Fueron varios kilómetros de aguas totalmente tranquilas y un ligero soplo de viento a favor. Nos encontramos con muchos barcos de recreo, veleros y cruceros de motor, todos ellos respetando el conservador límite de velocidad impuesto en toda aquella zona de navegación interior. Pronto pasamos bajo un puente muy alto, tras el cual se sucedieron varias curvas. La tierra alrededor estaba cubierta de arbolado, mayoritariamente de pinos.

Imagen del laberinto de aguas interiores y la costa.

Tras otro puente en el que algunas personas practicaban “puenting”, acometimos un largo de cierta longitud, hasta la parte antigua de la ciudad de Sibenik. Atracamos en una pequeña playa de guijarros bastante animada. Comimos en un chiringuito a la sombra. Hacía mucho calor y nos dimos un baño antes de continuar remando. Al partir, fuimos contemplando la dimensión real de la ciudad, bastante más grande que lo inicialmente advertido en la parada. Un canal estrecho nos fue encaminando hacia la desembocadura en el mar, allí apareció un antiguo islote-fortaleza. Por aquella zona pudimos coger las olas de algunos barcos, algo a lo que pronto nos fuimos acostumbrando durante todo el viaje. Rebasado el fuerte, varias islas iban apareciendo frente a nosotros. Llegó el momento de enfilar la nuestra. Parecía cercana, pero la aproximación se fue haciendo muy larga y dura, especialmente por la presencia de un considerable oleaje y el soplo de un fuerte viento en contra. Ante aquellas condiciones, tuvimos que colocarnos los cubrebañeras. La verdad es que la estabilidad sugerida por los kayaks daba garantías de seguridad, y tan agitada navegación resultaba por ello muy divertida pese al esfuerzo requerido.

Vista de Sibenik desde la playa.

 
Isla fortaleza en la verdadera salida al mar.

La entrada a Luka consiste en un hermoso puerto de bahía estrecha, con sus casitas de piedra por estribor. Allí ya no había viento y sí una cálida luz de atardecer que barnizaba todo de tonos rojizos. Desembarcamos y dejamos los barcos allí mismo, al borde del agua. Algunos nos alojamos en una casa particular con un patio de aire hippie o alternativo. Hacía calor, pero resultaba agradable. Tras la ducha de rigor, iniciamos un paseo por las inmediaciones. Recorrimos completa la calle principal del pueblo y regresamos por la ribera al atardecer, con una mágica luz de ocaso mediterráneo. En el hotel nos sorprendieron con una cena exquisita servida al aire libre en la terraza del establecimiento. Carpacho de pulpo, lubina al horno y un pastel de chocolate. En la sobremesa Lovro nos fue adelantando los planes para el día siguiente. Acabamos acostándonos antes de las 10. Hacía mucho calor nocturno pero nos las arreglamos para combinar la ventana y el ventilador de forma que corriera algo el aire. El insistente campanario local no tuvo tanta solución.

Ilusionante llegada a Luka


Puesta de sol en Luka.

Luka (Prvic). 21 km.

Una larga secuencia de campanadas nos despertó demasiado temprano. Afortunadamente, habíamos disfrutado de un buen descanso. El desayuno en el hotel adyacente fue generoso, y los preparativos sencillos ya que aquella jornada regresaríamos a pernoctar al mismo lugar, por lo que no había que embarcar todo el equipaje, sino únicamente lo imprescindible. El mar se presentaba muy tranquilo. Calma chicha total y con mucho calor desde primera hora de la mañana, aunque con una fina capa de nubes inicialmente, que no tardarían en irse disipando completamente al cabo de un par de horas. Trazamos una diagonal que resultó ágil y ligera, pese a afrontarla a ritmo de calentamiento, que nos llevó hacia el sureste, hasta la costa de la isla Zlarin. El plan no era otro que su completa circunvalación, en el sentido contrario a las agujas del reloj, de modo que su costado más agreste lo pudiéramos despachar antes, por si acaso, tiempo después, el viento o el oleaje hicieran acto de presencia. La isla es bella. La caracteriza un borde litoral rocoso, por encima del cual surgen unas laderas casi completamente ocupadas por muros de piedras dispuestos en forma de terrazas, cuya utilidad debió de ser importante en el pasado. Muros aparte, el terruño actualmente está colonizado por pinos y arbustos, aunque sin gran densidad, quizás por la orientación marítima de la ladera. El grupo fue avanzando a bastante buen ritmo, y se hizo muy llevadero alcanzar el cabo del extremo sureste de la isla. Precisamente por allí, vimos pasar dos barcos militares de desembarco. Uno remolcando al otro.

Autoretrato matinal.



 
Nuestro guía Lovro.

 
La entusiasta Isabel.

Buques de desembarco.

Al ir bordeando el otro costado de la isla, descubrimos algunas pequeñas calas y decidimos detenernos en una de ellas para descansar y bañarnos. Lovro nos advirtió de la gran densidad de erizos, animales aparentemente insignificantes, pero cuyo pinchazo accidental puede complicarse muchísimo por la peculiar forma de sus espinas. Las aguas eran cristalinas, de una transparencia y luminosidad excepcionales. De color azul turquesa vistas desde fuera y con total visibilidad al bucearlas. Enseguida nos percatamos de un error logístico. A causa del reciente “chip” del Duero, habíamos olvidado incorporar gafas y tubo de bucear en nuestro equipaje. Al menos pudimos paliarlo un poco con las típicas gafas de nadar. Cuando uno se baña en estas islas se encuentra que el aumento de profundidad es repentino. De todas formas puede combinar la observación de aguas profundas, con la de zonas rocosas más cercanas a la superficie.

De vuelta a los kayaks, múltiples peces daban veloces saltos consecutivos sobre la superficie del agua a gran velocidad. Eran ejemplares pequeños y muy longilíneos, brillantes y que se desplazaban en grupos. En nuestro nuevo rumbo disfrutamos de un moderado viento de popa. Aquella jornada volvimos a ver veleros alrededor, aunque a distancias mucho mayores que en la jornada de canales interiores. También motoras y “taxis” marítimos. En determinado momento alcanzamos una bahía por la que fuimos entrando en dirección a puerto. Se trataba de otro agradable y pequeño pueblo, también de casas de piedra y, como ocurría en el otro, y sucedería en algunos más, sin coches, pues en ellos únicamente permiten scooters, carritos de golf o pequeños tractores de esos que disponen de un pequeño motor de segadora agrícola. En aquella ocasión comimos en el porche de un precioso restaurante ubicado en una antigua casa de piedra, cuyo techo restaurado mostraba un excelente trabajo de conservación de carpintería. Me tomé una ración de gambas y un café.

Tras un rápido chapuzón de refresco, marcamos una enfilación diagonal directa, de unos 4 km, hacia nuestro punto de partida matinal. Esta vez con algo de viento lateral y oleaje, aunque sin que fuera necesario utilizar los cubrebañeras. Mientras desembarcábamos en un pantalán algo elevado, no sabíamos que estábamos siendo espiados por otro grupo de piragüistas. Unos australianos más mayores que nosotros que, pese a defenderse muy bien en la navegación, por lo visto encontraban mayores dificultades cuando las maniobras de embarque o desembarco exigían algo de agilidad, equilibrio o flexibilidad. Nos lo dijeron más tarde al coincidir durante la cena.

Aquella tarde Myriam y yo la empleamos en visitar el Centro dedicado a la memoria del inventor local Faust Vrancic (1551-1617), un filósofo, políglota, lingüista y diseñador de maquinaria y obra pública. Su museo es modesto, muestra algunas reproducciones de documentos relacionados con su vida y obra, una entretenida proyección y unas cuantas maquetas de sus principales ingenios: puentes, estructuras de aprovechamiento energético natural, maquinaria para labores agrícolas, etc. Su ingenio se manifestó en asuntos tan dispares como la creación de un diccionario para cinco idiomas, hasta el diseño del primer paracaídas de la historia. La tarde la despedimos paseando con un helado en la mano, y disfrutando de otra magnífica puesta de sol, sentados en un banco. Al ir avanzado nuestro conocimiento y confianza mutuos, la conversación durante la cena fue aún mejor que la de la noche anterior, algo que no puedo decir del menú. Más tarde, Myriam y yo decidimos pasear por la única vía de comunicación formal, que une las dos localidades de la isla, ambas ubicadas en dos puertos opuestos. El ambiente en Sepurine parecía más local, menos turístico que en Luka. La plaza principal rodeaba parcialmente un puerto pesquero pequeño y se respiraba un buen ambiente de relajo, charla, alterne saludable y chiquillería jugando libremente. Al regresar, nos entretuvimos un rato contemplando algunos tantos de una partida de balote (o bukanje), una especie de petanca autóctona, similar a la boccia italiana, jugada por equipos, con alto nivel de precisión y puntería.

 
Peculiar homenaje a Faust Vrancic y su paracaídas.

 
Islas cercanas a Luka.

 
Luz de tarde por los muelles.

 
Sepurine por la noche.

Luka-Kaprije. 14 km.

El segundo desayuno en Luka lo tomamos en la terraza exterior, un momento muy agradable. Coincidimos con un grupo de “viajeros a nado” a los que veríamos por allí algunas mañanas o noches más. Aquel día tuvimos pleno sol desde primera hora, y la jornada, se presentaba inicialmente, una vez más, con total calma chicha. Myriam cada jornada iba remando mejor. Tanto en efectividad, como en resistencia. Y aquel día, a pesar del calor, el grupo avanzó especialmente rápido. Apenas hicimos paradas, y el recorrido resultó especialmente atractivo por la variedad de rumbos que hubo que trazar para abrirse camino hacia el destino entre un nutrido grupo de islas. Lo primero fue salir de nuestra bahía y doblar el cabo sureste de la isla hacia el norte. A partir de aquel momento, aparecieron varias islas en nuestro inmediato horizonte. Navegando en aquel laberinto isleño, nos fuimos dando cuenta de que, a medida que nos íbamos adentrando más en el mar, la vegetación de las mismas iba mermando, iba siendo menos densa y de porte más modesto. Algunas mostraban notable aridez, aunque sin llegar al nivel de aspecto lunar de las que abundan en el archipiélago del Parque Nacional Kornati.

¡Islas y más islas!.

 
La "flota" en marcha: Cameron y Lee Anne en primer término.

 
Jesús en acción.

 
Myriam y José (imagen: Jesús).

 
Lovro junto a nuestros amigos sudafricanos.

Cuando rozábamos las orillas, el agua mostraba un azul turquesa muy intenso y luminoso. Una transparencia irresistible. Entre tanto, íbamos alternando enfilaciones de rumbo con costeos a pocos metros de las rocas, y con pasajes estrechos. En las islas, deshabitadas o poco pobladas, seguía habiendo bancales sin cultivar y muros levantados para separar terruños.

Ante la efectividad del avance Lovro sugirió una parada para bañarnos, pero en aquella ocasión algunas mujeres sugirieron continuar, y así lo hicimos. La consecuencia fue alcanzar nuestro destino a medio día, francamente pronto. Se trataba de una hermosa bahía, tan larga y estrecha que casi parece seccionar la isla si se la mira desde el cielo (o en un mapa). Al fondo de la lengua de agua aparecía un pueblo pequeño, ordenado con una larga sucesión de casas colocadas al borde del mar en uno de los dos lados, el que miraba al suroeste. Cada casa disfruta allí de su propio muelle modesto, un punto de atraque en el que abundaban los botes sencillos. Una delicia mediterránea aún sin verse sometida a la invasión turística.

Llegando a Kaprije.

Mirando al pueblo (Imagen: Jesús).

Llegamos tan temprano que en la casa de huéspedes aún no estaban preparados para atendernos del todo, así que esperamos charlando a la sombra en su planta baja. Había cierta somnolencia grupal. Algunos improvisaron una sesión de yoga. El equipaje nos lo subieron por una empinada cuesta, en la caja de un tractorcillo de los que abundan por aquellas islas. Esta, afortunadamente, tampoco tiene coches.

El ferry de comunicación de la isla (también con rampa de desembarco a proa).

Nikos con su tractorcillo.

Los españoles nos fuimos a comer a un restaurante recomendado por el casero. Se estaba bien al aire libre, a la sombra de un cobertizo y con bastante corriente de aire. Lasaña de gambas para algunos y risotto negro con calamares para mí. Una delicia. Para el paseo de regreso nos compramos un helado, y al llegar cerca de la casa nos instalamos en un muelle para poder bañarnos cuantas veces hiciera falta. El lugar era encantador, y allí, totalmente relajados, fuimos dejando caer la tarde, cuya luz se iba volviendo más cálida por momentos.


Jesús y José posando en plan relajado.

De regreso a la casa pude asearme en una ducha exterior en una terraza. En otra más elevada, me senté a la sombra para vigilar el interesante tráfico de barcos, sacar fotografías y escribir algunas notas. La tarde fue dando paso a un ocaso espectacular que pude contemplar desde la privilegiada elevación de aquellas terrazas. La cena posterior fue de un estilo bastante familiar, todos reunidos en una mesa grande, en torno a unas fuentes de ensalada, arroz con salsa casera y una generosa parrillada de pescados variados de la zona. Nuestra conversación iba ganando interés, naturalidad y camaradería con el paso de los días.
Para finalizar la jornada nos fuimos todos a pasear hasta el final del pueblo, tomamos otro helado y regresamos sin prisas para afrontar un descanso que amenazaba con complicarse un poco por el calor reinante.

Final del día en Kaprije

Kaprije. 15 km.

La  etapa comenzó con un desayuno colectivo diferente, muy copioso, y servido por Nikos. Embarcamos, como en alguna ocasión anterior, muy ligeros de equipaje, ya que el plan era volver a pernoctar en el mismo lugar. Tocaba circunvalar la preciosa isla de Kakan, en el sentido de las agujas del reloj. Iniciamos la remada muy suavemente, sin prisa, disfrutando de una mañana bastante plácida y calurosa. Una vez más, ni rastro de nubes y nada de viento. Enseguida doblamos el cabo suroeste de la isla e iniciamos su bordeo rocoso acercándonos muchísimo a tierra. Recorríamos su orilla oeste. Una vez más, el agua tan cristalina nos invitaba a zambullirnos. Desde el kayak podíamos ver los peces nadando, el fondo y alguna que otra estrella de mar. Ante tal tentación, en un momento dado decidimos bañarnos sin necesidad de atracar. No hizo falta insistir mucho a Lovro. Tres de nosotros nos dejamos caer al fondo desde las bañeras de nuestros kayaks. Me prestaron unas gafas de buceo, gracias a las cuales disfruté mucho del “paseo acuático” aunque eché de menos un tubo.

Cerca de las rocas.

 
Aguas transparentes.

 
Jesús fotografiándo terrazas en una de las islas.

 
Myriam y José navegando entre las islas (imagen: Jesús). 
Tras el “impasse”, proseguimos con una remada calmada, contemplativa, sin prisas. La isla es larga y se fueron sucediendo pequeñas ensenadas y cabos a la vista. El cabo real, el final, situado al noroeste, lo doblamos tras un manifiesto acelerón grupal, imagino que debido a las ganas de llegar, y a cierto sentimiento inconsciente de compensación del relajo mostrado durante toda la mañana. En todo momento estuvimos avistando islas alrededor. Al fondo, unas más escarpadas, elevadas y áridas, eran fácilmente identificables como el comienzo del archipiélago de Kornati, que parece relativamente cercano, tanto a la vista como sobre el mapa.

De nuevo persuadidos por un ritmo tranquilo enfilamos hacia el canal Kakanski, pero siempre manteniéndonos cerca de la isla de Kakan. Y así alcanzamos uno de los dos islotes próximos a su ribera oeste. La zona suele estar algo más concurrida de barcos porque se presenta como una especie de laguna paradisíaca de aguas muy azuladas. Enredando un poco, Myriam y yo dimos con una diminuta cala de arena, algo nada frecuente en aquellas costas. Fue el lugar elegido para instalarnos todos y disfrutar de una verdadera clase de esquimotaje impartida por nuestro guía. Primero ejercicios sin pala, después varios intentos. Aunque empecé con bastantes despistes, al final le fui cogiendo el truco y acabé consiguiéndolo en un par de ocasiones. Creo que debería practicar en alguna piscina cercana a mi casa, porque no veo descabellado llegar a dominarlo suficientemente. Lovro incluso me propuso hacer esquimotaje conmigo en una de las embarcaciones dobles. Lo logró a la tercera o cuarta vez. Tras jugar un rato más con palas y kayaks en la playa. Remamos apenas doscientos metros para cruzar a la isla principal y atracar en el muelle de un apetecible chiringuito de atmósfera muy atractiva, alejada del concepto de lo que entendemos por turismo de masas. Allí comimos estupendamente a base de mariscos o pescados.

 Intento de eskimotaje doble con Lovro (cometo el error de anticiparme). (Imagen: Jesús).

Eskimotaje doble "pasivo" (Imágenes: Jesús).

Tras el café, algo de tertulia y cierta modorra, nos pusimos en marcha, de nuevo tranquilos y con viento de popa, dirigiéndonos hacia Kaprije. Al ir llegando vimos desde el agua lo que parecía un lecho de pequeño funicular. Probablemente instalado para facilitar las obras en una casa algo elevada. Una vez ventilado el desembarco, nos premiamos con una sesión de baños y hamaca. Más tarde me di una nueva ducha exterior, me cambié de indumentaria y me puse a escribir, esperando a la puesta de sol y a la hora de la cena. Otra tarde de vida mediterránea recóndita.

La cena resultó deliciosa. Ensalada, pimientos asados y pechugas de pollo empanadas. Nueva tertulia y nuevo paseo nocturno, aunque aquella vez sin helado porque llegamos con retraso. La charla había resultado tan amena que se había estirado algo más que la noche anterior.

Kaprije-Luka. 18 km.

Quizá porque la noche resultó especialmente calurosa, el ritmo matinal de puesta en marcha fue algo parsimonioso. Se desarrolló lo que ya se había convertido en una secuencia rutinaria: desayuno grupal, preparativos (de nuevo con el equipaje completo) y al muelle, para embarcar con mucho calor desde primeras horas. Empezamos circunvalando toda aquella costa de la isla de Kaprije que no conocíamos. También en el sentido de las agujas del reloj, es decir, abandonando el entrante del puerto en dirección noroeste. Afortunadamente notamos enseguida algo de brisa en la cara, la suficiente como para paliar el calor, pero sin que afectara al avance de nuestras embarcaciones. El mar estaba en calma, mostrando transparencia cuando nos acercábamos a las rocas del litoral. Avanzábamos bien sin forzar las paladas ni el ritmo. Así, de saliente en saliente, entreteniéndonos con los juegos de los cormoranes y el panorama de las islas a la vista. Aquel día sí que se veían veleros con el trapo desplegado.

Al doblar el cabo norte de la isla, el viento pasó a soplarnos de popa y un poco de costado. Eso nos hizo avanzar con cierta velocidad aunque con sensación de dar paladas algo “vacías”. El viento subió un poco de intensidad y eso se fue notando en el agua, que se empezó a revolver un poco. Desordenándose, pero sin que fuera necesario colocarse los cubrebañeras. Como íbamos bien de tiempo, nos metimos en una cala de piedras. Era francamente bonita, aunque bastante incómoda. El baño permitió volver a disfrutar de esas aguas azuladas, pero los accesos de entrada y salida al gua lo complicaron los erizos y un lecho molesto a la hora de pisarlo. El calor estaba siendo excesivo desde que habíamos superado el cabo, ya que con el viento a favor, la sensación térmica no contaba con el soplo de la brisa en contra. Por eso sudábamos bastante.

Aproximación a una cala.

Aguas apetecibles para bañarse.

 
 Las piraguas esperando a que nuestro baño finalice.

 
 Lee Anne y Cameron se aproximan cuidadosamente a un punto de descanso.

Algo más adelante estuvimos explorando un islote muy cercano en busca de alguna cala, pero no dimos con ninguna, por lo que acabamos desembarcando en un asentamiento con puerto y un edificio algo pretencioso que albergaba el restaurante en el que teníamos previsto comer. Se estaba muy bien a la sombra, con una magnífica vista y el viento aireando la terraza, aunque el dueño nos pareció algo cargante y desde un primer momento nos dimos cuenta de que nos iba a cobrar más de lo habitual. Nos enseñó las posibilidades de comida, empezando por unos vistosos ejemplares de marisco, pero optamos por el pescado para evitar daños mayores. Nos presentó seis peces muy lustrosos (quizás llamados dentones). El pescado lo cocinó a la brasa y la verdad es que estuvo rico. Un poco más hecho de la cuenta, pero fresco, sabroso y abundante. Efectivamente salió algo caro, pero podía haber sido mucho peor.

Una vez de regreso a los kayaks, nos despedimos de la isla siguiendo la ruta más corta y mejor orientada en relación con el viento. Haber había varias posibilidades, pero acertamos de pleno con la elegida. Hilvanamos una enfilación entre el islote anteriormente explorado y el cabo norte de Znajar. Todo ello con viento de costado y bastante oleaje. Nada más empezar a remar nos pusimos los cubrebañeras. A Myriam le encantó volver a remar entre las olas. Logramos avanzar a muy buen ritmo, entretenidos y disfrutando de un tramo muy marinero.

 
Islote a la vista

 
Panorama desde el restaurante.

Al doblar el cabo nos reagrupamos y tomamos rumbo sureste, con olas y viento de popa. Pudimos surfear algo, lo que nos hizo avanzar mucho y navegar a buen ritmo. Se me hizo muy llevadero por el constante manejo del timón y la atención requerida a la palada y al rumbo.

Alcanzado el cabo sur de Tijat, viramos hacia el nordeste con la isla de Prvic al frente, aunque con ligeras dudas sobre la referencia de rumbo a tomar. Enseguida quedó claro hacia dónde apuntar,  ya que el pueblo que se divisaba era Separine y nosotros debíamos navegar algo más a estribor para doblar en la entrada del puerto de Luka. Así que acometimos un nuevo tramo con el viento algo lateral. Pero fue un trecho corto que no se hizo duro en absoluto. Una vez en el protegido puerto, remamos hasta el punto de desembarco y nos ayudamos con las piraguas y el equipaje.

En la casa de la otra vez procedimos a descansar un poco, refrescarnos, ordenar nuestras cosas, ducharnos, etc. Estuve un rato trazando las rutas completadas sobre un mapa, y escribiendo. Más tarde dimos un paseo tranquilo por el ya conocido pueblo. Visitamos una especie de bazar alternativo, el rompeolas y la parte de ribera de una zona del pueblo que transitamos menos en la anterior ocasión. Acabamos sentados en un banco, disfrutando de tan agradable lugar hasta la hora de la cena.
Sentados en nuestra mesa al aire libre, apenas iluminada por unas tímidas bombillas suspendidas de unos cables, disfrutamos de un menú delicioso: exquisita vinagreta de pulpo, seguida de un bonito (en un punto perfecto) acompañado de cuscús. Más tarde, algunos de nosotros paseamos hacia el otro pueblo. De camino nos entretuvimos disfrutando de algunas mangas de partido de bukanje. Llegados a Separine, encontramos un afamado bar especializado en cócteles. El dueño era un turco muy guasón, completamente convencido de atesorar una maestría coctelera que, como enseguida demostraría, realmente poseía. Lovro pidió la sugerencia de la noche, Myriam una improvisación sin alcohol, y el resto mojitos. ¿Veredicto? ¡Inmejorables!, el turco puede presumir cuanto desee porque lo borda. Aquel fue un momento nocturno perfecto, en medio de una plaza-puerto tranquila pero con vida local y una temperatura ideal. En buena compañía y disfrutando del momento. El regreso nocturno a Luka nos llevó menos de media hora, y tras la despedida de nuestros amigos, Myriam y yo nos encontramos con el portón del jardín de “casa” cerrado. Tuve que trepar por el muro, saltar y abrirlo desde dentro. Nada complicado, una anécdota que nos hizo reír para finalizar la jornada.

Luka-Skradin. 23,5 km.

La rutina matinal ya estaba más que asumida y casi automatizada para la última jornada de piragüismo del viaje. El último desayuno al aire libre al borde del mar nos supo a gloria. Embarcamos todo concienzudamente en el pantalán del pequeño muelle. La sensación de final de viaje era palpable. Una vez en los kayaks, pusimos rumbo al continente, más o menos deshaciendo el itinerario de la primera etapa del viaje. La mañana estaba algo cubierta por lo que el calor reinante era algo diferente, con menos acción directa del sol, pero más bochorno. El mar amaneció completamente tranquilo y soplaba una ligerísima brisa por popa, por lo que, trazando una larga diagonal hacia aquella fortaleza en formato de islote por la que vinimos seis días antes, superamos el primer tramo en poco tiempo.

En el momento de empezar a internarnos por el primer canal de acceso hacia las tierras interiores, el sol ya hacía evidente acto de presencia. Aquella mañana había bastante tráfico de barcos navegando tierra adentro. Algunos de ellos los aprovechamos para surfear las olas de sus estelas. Dada la limitación de la velocidad de navegación impuesta en aquellos tramos, resultó relativamente sencillo hacerlo y en algunos casos obtuvimos largo y rentable beneficio de la acción.

Finalizado el paso por el primer estrecho, a la derecha, nos detuvimos en una de las dos bocas de un túnel que llaman “los ojos de Hitler”. Tiene un desarrollo curvilíneo de unos 200 metros de longitud, y su curso es náutico, no terrestre. Lo recorrimos completamente caminando por una de las repisas que tiene a ambos lados. Por la otra boca aparecía una buena vista de Sibenik. Por jugar un poco, algunos cambiamos de orilla del túnel trepando a través de una malla metálica que hacía las funciones de barrera para el paso de embarcaciones. Tal ejercicio tuvimos que repetirlo de nuevo al regresar a la otra boca, pues habíamos quedado al lado opuesto de nuestro punto de atraque. Allí mismo ascendimos unos metros para visitar unas ruinas de una ermita que se encuentra en un estado lamentable, sucia y abandonada. Antes de volver a remar, aprovechamos para darnos un rápido baño de refresco.

Entrada a uno de los "ojos".

 
Trepando de lado a lado (Imagen: Myriam).
El túnel no fue otra cosa que una base de submarinos camuflada para evitar ser detectada desde el aire. Hay alguna más de ese tipo en Croacia, siendo especialmente famosa la de la isla de Vis. Aunque la de Sibenik haga referencia al líder alemán y a la Segunda Guerra Mundial, en la mayoría de las fuentes consultadas se comenta que fue construida en los años cincuenta, como parte de la importante estrategia defensiva planificada por Tito para Yugoslavia. Según nos explicaron, el ejército fue uno de los orgullos principales de la antigua Yugoslavia. Su presidente apostó especialmente fuerte por su desarrollo, consciente de que aquel país podía ser un polvorín interior (tal y como más tarde se comprobó) y además estaba rodeado de muchas potenciales amenazas extranjeras (capitalistas, comunistas e incluso con cierta influencia islámica). Con la caída de los regímenes socialistas, la función preventiva de (quizás) uno de los ejércitos más poderosos de Europa, se transformó en un problema, al quedar descabezado y en manos de varios altos mandos ambiciosos. Esta no fue la única causa del conflicto de los Balcanes, pero si añadió leña al fuego.

Nuestro itinerario fue recorriendo todo el canal del río Krka. Enseguida disfrutando de la imponente vista de Sibenik por estribor. A medida que íbamos dejando la ciudad atrás, empezaban a proliferar los viveros de moluscos, especialmente dedicados a las ostras y los mejillones. Hacia el final de aquel prolongado largo de navegación pasamos por debajo de uno de los puentes de la carretera. Tal y como nos ocurrió al iniciar el viaje, de nuevo había gente allí, saltando al vacío amarrados a un equipo elástico de amortiguación. Después de verlos saltar, giramos hacia la izquierda para recorrer otro tramo estrecho y algo tortuoso, que considero el más atractivo de toda aquella navegación interior. En su final volvimos a detenernos para descansar en una pequeña y agradable cala de guijarros y bosque. Como aquella jornada habíamos decidido no parar a comer en ningún establecimiento, aprovechamos para picar algunas barritas, galletas y fruta. Y, por supuesto, nos volvimos a bañar. Falta hacía, porque la travesía estaba resultando bastante dura.

Agrupados a la altura de Sibenik

 
La ciudad de los hermanos Petrovic (Drazen y Alexander).

 
El grupo al completo camino del final del recorrido.

 
 Viveros de moluscos.
Mientras nos bañábamos, empezamos a percibir el lejano sonido de una tormenta que parecía ir creciendo en estruendo por el interior del territorio. De nuevo paleando, erramos ligeramente el rumbo pero lo corregimos enseguida. La causa fue un extenso ensanchamiento del curso de agua, que hacía difícil la captación de una referencia fiable hacia la que dirigirnos. Una vez detectada, trazamos una larga diagonal hacia ella. Lo que buscábamos era un nuevo estrechamiento del canal. Aquella parte la resolvimos con cierta velocidad gracias a un viento creciente que nos soplaba por el costado de babor de nuestras popas. Por su causa, cierto oleaje también hacía acto de presencia. Una vez metidos en el nuevo tramo estrecho del canal (el último), todo volvía a la calma. Todo menos la tormenta, que nos mostraba su amenazador aparato eléctrico. Jesús, como físico vocacional que es, anduvo entretenido y entreteniéndonos, con sus cálculos de distancia de la tormenta, contando segundos entre relámpagos y truenos. La luz, el sonido y sus diferentes velocidades de propagación. Todo ello mientras remábamos sin pausa, disfrutando del sublime espectáculo de aquellos rayos que contrastaban con un fondo de cielo muy oscuro. El panorama atmosférico se exhibía a babor, aunque poco a poco parecía también presentarse por delante, a proa. En cualquier caso, remábamos tranquilos fiándonos de los cálculos de nuestro meteorólogo de campaña.

El final se hizo duro aunque la quietud de las aguas nos generó la posibilidad de poder hacer deslizar bien el casco de los kayaks y finalizar con una buena sensación de avance y velocidad. Alcanzamos la playa de desembarco sobre las 15,15 h, y fue sacar los equipajes de los compartimentos estancos de las piraguas y desatarse una tromba de agua salvaje sobre nosotros, que nos refugiamos agrupados bajo una sombrilla de cañas que allí había, mientras esperamos (casi nada de tiempo) a que llegara nuestra furgoneta de recogida. Nos libramos de la tormenta por los pelos. En honor a la verdad, no creo que fuese el típico error de cálculo cometido por un físico teórico cuando se encuentra ante la cruda naturaleza. Lo que ocurrieron fueron dos cosas. Por un lado que la dirección y velocidad de la tormenta no eran previsibles (faltaban datos) y por el otro, algo que pasa bastante a menudo, su virulencia era tal, que lo difícil era discernir qué trueno correspondía a qué relámpago. Cuando muchos estímulos se solapan, es fácil que la cuenta no salga bien.

Tormenta destada tras una semana de sol y calor.
Pese a la celeridad de las operaciones de recogida, y a que no tuvimos que hacernos cargo de las embarcaciones, nos calamos y llegamos al hotel chorreando, pero muy contentos, divertidos con tan inesperado final. El reparto de habitaciones fue ágil, y pudimos ducharnos y cambiarnos de ropa con calma. Pasé un buen rato en la mía escribiendo mis notas de la jornada y leyendo. Después, salí con Myriam a dar una vuelta y nos encontramos a Isabel y a Jesús, que se habían estado informando de cómo poder hacer al día siguiente una visita rápida a la zona más popular del Parque Nacional del Krka. Nos lo explicaron mientras nos tomábamos un helado y nos sentábamos a charlar. Más tarde, otro callejeo por el pueblo nos acabó llevando hasta la marina, donde pudimos atender a la complicada maniobra de atraque de un enorme y lujosísimo yate matriculado en las Islas Caimán.

Tiempo después, ya cenando, vivimos un momento agradable con todo el grupo reunido y un inicio fugazmente burocrático al rellenar las típicas encuestas de satisfacción. A Lovro se le notaba algo melancólico, quizás cansado o quizás presintiendo la cantidad de quehaceres que se le venían encima antes de acabar su temporada como guía. Como grupo cerramos bien una convivencia que había sido muy agradable y sin problemas. Había afecto manifiesto y sincero, aunque todos nosotros tenemos la experiencia, en este tipo de lides, y la edad suficiente, como para ser realistas y suponer que lo más probable es que algunos no nos volveremos a ver, salvo en el caso de que algún aviso mutuo de plan en kayak nos vuelva a reunir.

Aunque acabamos la cena pronto, la impresión general era de estar viviendo unas horas mucho más avanzadas. Lovro se nos despidió cariñosamente porque tenía que madrugar muchísimo al día siguiente. Poco después nos despedimos de los sudafricanos a los que ya no volveríamos a ver. Los cuatro españoles nos fuimos a dormir, pensando ya en el plan del día siguiente.

Parque Nacional del Krka.

Nos levantamos pronto para desayunar y dejar el equipaje de regreso a casa preparado. Luego caminamos hasta el punto de alquiler de unas bicicletas de BTT muy básicas y gastadas. El más barato que encontramos. Con ellas callejeamos hasta el edificio de información del parque Nacional, donde adquirimos los tickets de entrada. Una vez en marcha, tomamos la carretera que circula río arriba, por el margen derecho (en sentido de la supuesta corriente) del mismo. Al llegar a un puente, evitamos cruzarlo y nos detuvimos en la cancela de acceso al Parque para mostrar nuestras entradas, A partir de allí seguimos por una pista forestal amplia y sin dificultades que, además, apenas presentaba desniveles de importancia. Su trazado seguía pegado al río y, por suerte, disfrutaba de la sombra que le proporcionaba todo el bosque que envuelve la zona. En total fueron cuatro kilómetros de pedaleo desde Skradin hasta el parking de bicicletas del complejo del afamado conjunto de cascadas de Skradinski Buk.

Pedaleando por el PN del Kraka (Imagen: Isabel).
 
El recorrido acondicionado es espectacular y muy agradable, aunque estaba bastante repleto de gente en algunos puntos concretos. Sobre todo grupos de personas muy mayores. Afortunadamente, el tumulto apenas afectaba a la primera parte de la visita, pues enseguida se iba disipando. Hicimos un recorrido de una longitud de dos kilómetros en forma de errático bucle bien señalizado. Hacía muy bueno, pero gracias a la combinación de la densa vegetación y el frescor del agua batida por los saltos, se estaba muy bien. El camino alterna escaleras y puentes de madera, con senderos de tierra con raíces y, principalmente, tramos de entarimado rústico que permite caminar “sobre” el agua y las múltiples pequeñas islas de terreno. La visita merece la pena. Es un variado conjunto de cascadas combinadas entre sí. También hay molinos antiguos que aprovechan algunos saltos, y unas pocas canalizaciones rústicas. La transparencia del agua permite ver muchos peces con nitidez. En un punto concreto del recorrido se pasa junto a los restos de la antigua central hidroeléctrica que fue fundada en 1895, apenas dos días más tarde que la del Niágara. Así pues una de las pioneras a nivel internacional.

La cascada principal vista de su base (Imagen: Jesús).

 
  Conjunto de saltos vistos desde un costado superior (Imagen. Jesús).
El sendero permite contemplar al detalle el magnífico conjunto hídrico natural desde ambos lados y a todas las alturas posibles, las que van desde abajo (nivel del mar) hasta por encima del inicio de las cascadas. Al finalizar el recorrido nos bañamos en la enorme pozona que recibe las aguas de todo el grupo de saltos y de la cascada principal. Fue un momento estupendo, con el agua a una temperatura muy agradable, limpia, y con unas vistas y cercanía únicas de la cascada. Tras secarnos, hicimos un rápido regreso en las bicicletas y nos pudimos duchar en una habitación del hotel que nos dejaron mantener algunas horas de más. El resto fue rutina típica de viaje turístico internacional: un helado, una aproximación en furgoneta hasta el aeropuerto (conducida por un joven de personalidad zen), y un par de vuelos intercalando alguna despedida.

Último baño del viaje, en un lugar impresionante (Imagen: Jesús).

 
 Isabel, José, Myriam y Jesús, saliendo de la visita al PN del Krka.
 
Nuestro primer contacto con Croacia resultó genial. Previamente había escuchado muchas cosas buenas sobre el destino, pero ahora, una vez visitado, tengo que reconocer que me esperaba algo más convencional de lo que me encontré. Como área para la práctica del kayak de mar, sus islas, su extenso archipiélago, que cuenta con más de mil islas, es un auténtico paraíso. Aunque algunas zonas afamadas padecen ya, según hemos oído comentar, verdadera presión turística, no es el caso de otras zonas menos anunciadas o explotadas. La arquetípica idea de costas abarrotadas por la construcción no es aplicable a donde nosotros estuvimos. Ni siquiera la icónica imagen de pueblecitos blancos de costa es lo que encontramos allí, ya que como he ido relatando, sus casas están construidas en piedra caliza, con muros grises como los de mi tierra. Precisamente por eso, y por muchas cosas más, la costa croata del Adriático enriquece el Mediterráneo con su propio toque de diversidad, ayudando, al igual que muchas otras zonas del mismo, a combatir una errónea idea, demasiado extendida, de uniformidad de paisaje, cultura y costumbres.

Viajar en kayak sigue siendo una alternativa fantástica. Permite percibir las texturas del paisaje, la cultura y las gentes a un nivel “micro”. Adopta un ritmo de avance humano, en el que la velocidad no emborrona los detalles, y en el que la fatiga invita a detenerse en los lugares. El viaje por las islas Dálmatas cerraba un verano muy piragüista, iniciado con una competición de velocidad en pista, seguido por otro viaje fluvial aún más largo que el que acabo de contar aquí. Para ello, otras modalidades se han visto relegadas, algo de lo que, vivido lo vivido, no me arrepiento nada. Por si todo esto fuera poco, el viaje por Croacia supuso el reencuentro de Myriam con la actividad en kayak en serio. Tras un parón de demasiados años, provocado por la vorágine del día a día, una importante operación de espalda y una molesta rotura de clavícula reciente, este viaje tomaba el carácter de prueba de fuego para su cuerpo y para su mente. El resultado no ha podido ser mejor: reto completado, ninguna secuela ni dificultad física, gran disfrute y ganas de repetir algo similar.