Recluido en casa, en plena
pandemia, y atento al comportamiento colectivo derivado de esa situación, me
han venido a la memoria dos obras de José Saramago. Su genial “Ensayo sobre la
ceguera” y su también recomendable “Ensayo sobre la lucidez”. En el primero el
portugués escribe una ficción apoyada en una supuesta epidemia que asola a la
sociedad de forma bastante repentina y prácticamente paralizante, porque va
dejando personas ciegas a diestro y siniestro. Durante la trama, el autor se
recrea en los comportamientos propios de la condición humana, algunos de los
cuales únicamente cristalizan o se destapan cuando las cosas se ponen feas y
cuando la pandemia, que no distingue entre estratos sociales, cargos o ideas,
se recrea repartiendo suerte por todos lados. Lo que en el relato sucede, muestra
bastantes paralelismos con lo que uno puede observar desde su casa, viendo un
poco las noticias, demasiado la invasora pantalla del teléfono móvil y
asomándose a las ventanas. De modo muy resumido, a nivel civil, me resulta
deprimente, triste y preocupante, comprobar la inusitada aceleración del flujo
de comunicación telemática entre las personas. Comunicación excesiva,
compulsiva y tremendamente hueca. Si atendemos al contenido de la mayor parte
de todo ese flujo, despejándolo de las conversaciones normales, las muestras
sinceras de cariño y algo de humor, que nunca viene mal, la mayor parte es para
echarse a llorar, especialmente si nos da por pensar que los responsables de la
“creación”, “lanzado” y “difusión replicante” de la basura (miles o millones de
personas) son votantes (contantes, y en este caso también, sonantes, vibrantes
o visibles, aunque tengas el grupo silenciado). Tanta tecnología ha demostrado
resultar estéril para acabar con un mal de nuestra sociedad, el conocido como
rumorología, “dicen”, radio-macuto, etc. según las épocas y soportes por él
empleado. En esta ocasión, Internet no está haciendo más que potenciar,
exponencialmente, los perniciosos efectos del desarrollo de los bulos, a los
cuales ¿cómo no? se les ha bautizado, de paso, con un nombre anglosajón para
darlos más caché. Durante este confinamiento los bulos se han disparado, así
como sus trasmisores humanos, haciendo crecer, estrepitosamente, la estupidez
humana, la cual, por lo visto, se extiende (cual epidemia paralela) sin tampoco
distinguir entre niveles de estudios, relevancia de sus puestos de trabajo,
edad, dignidad o gobierno. Alucinante. Parece una película de Clint Eastwood:
“El malo (quien crea un bulo), el tonto (que se lo cree o da crédito) y el
gilipollas (quien lo difunde como un loro de repetición de última generación)”.
Además de todo esto, “por lo civil”, en lo referente al comportamiento físico
(no telemático) esperado, están los insolidarios, los imprudentes, los
canallas, los acaparadores, los que anhelan ocasiones para un oportunista
estraperlo, los especuladores de cortísimo espacio de tiempo en bolsa, etc. Una
verdadera fauna. ¿Cosas buenas en ella? Sí, claro, y seguramente la mayor parte
de la gente, lo que pasa es que en ello ya se recrean las noticias. De hecho,
las públicas oficiales, es casi a lo único que se dedican cuando se salen del
guion impuesto por los gobernantes. Me refiero al humor, a las variadas
conductas de solidaridad (que las hay en abundancia y diferentes niveles de
eficacia), también al anecdotario e incluso a la ñoñez. La ceguera en estado
puro.
Saramago, de joven, remando. (Imagen: Fundación josesaramago.org).
La otra novela de Saramago, que
al igual que la anterior, de ensayo no tiene nada (salvo quizás, quién sabe, el
todo de la intención y de cierta vocación catalogadora), rasca más directamente
en el repugnante mundillo de la clase política. En ese otro caso, la epidemia
en cuestión no es fisiológica sino de comportamiento colectivo. La gente,
inesperadamente y sin responder a ninguna engañosa o manipulada “quedada”,
decide no ejercer su derecho a voto en las elecciones, y la supuesta
legitimidad de un sistema tan disfuncional como actual se tambalea para pánico
de la clase política. Al acordarme del libro, no he podido evitar reflexionar
un poco sobre el comportamiento de mando político en esta crisis. Poquito, muy
poquito, porque soy tremendamente escéptico respecto a la clase política, a la
cual no dedico, prácticamente, nada de mi tiempo. Poquito, además, porque,
aunque no lo parezca, esta entrada va a ir sobre esta pandemia y algunos de sus
efectos sobre el mundo del deporte. Pero antes, permítanme unos pocos
comentarios. Para ello, como para lo que vendrá más tarde relacionado con el
deporte, intentaré utilizar únicamente fuentes primarias, esto es, vividas
directamente por mí o mis allegados de confianza y, para atrevido yo, por las
noticias de la TV pública. El “Ensayo sobre la lucidez” de Saramago retrata a la
clase política y, con sus ligeros sesgos de preferencias personales, castiga
con realismo hacia todos lados. En el mundo real, tengo la impresión de que hoy
en día, cada vez más, los políticos son menos profesionales y expertos en nada
y más provenientes de carreras casi exclusivamente políticas. Forjadas a través
de intrigas de partidos (en versiones locales, de “juventudes”, sindicales,
etc.) en busca de una progresión de escalafón lo más fulgurante posible. Con
qué objetivos, los que sean, aunque siempre acompañados por dos evidentes:
conseguir algo de lo que poder vivir (el menos malo) y… poder (nefasto). Una de
las consecuencias de todo ello es que, como sociedad, nos encontramos en manos
nada adecuadas. La sociedad, que es extensa y por lo general respetable,
sensata, trabajadora e incluso muy funcional, suele tener capacidad suficiente
para absorber la torpeza política y de gobierno, compensándola y, por lo
general (aunque no en todos los ámbitos), sigue avanzando. Lo que pasa es que
la clase política, como virus sin control, va avanzando también de manera
alarmante, conquistando más territorio, de modo que el mal va contaminando, progresivamente,
la asignación de cargos de confianza que, como el virus, cada vez se apoderan
de más territorio técnico. Así que los técnicos con mando, los expertos, lo son
más por su afiliación, lealtad o relaciones políticas, que por su saber,
dominio específico contrastado, etc. La termita política se lo va comiendo
todo, resquebrajando la estructura de un país, sin que la apariencia externa
muestre demasiados síntomas. Y esto sucede, de manera muy extendida, en los
niveles locales, regionales y nacional. Y me temo (vamos, no me cabe la menor
duda) que de igual modo a nivel supranacional. Y así pasa lo que pasa. Veamos
un par de ejemplos recientes:
¿Quién está al cargo de la
gestión de la crisis del Coronavirus? Un experto cabecilla cuya planificación
ha sido nefasta. Que pasó de ver (y declarar) con naturalidad la normalidad de la
asistencia a manifestaciones masivas, a encargar decretar un confinamiento
total de la población, en apenas cuatro días. O quizás, realmente, el puñado de
máximos mandatarios políticos que lo rodean en muchas de sus comparecencias.
Otro ejemplo, quizás es más vil,
impresentable e inmoral de los que hemos ido pudiendo ver durante todo este
culebrón. Un político que es un cáncer y decide, de su mano mayor, saltarse de
modo “ejemplar” (pobre Javier Gomá, qué buenas intenciones a la hora de
escribir y qué poco efecto logrado) la cuarentena a la que estaba obligado (de
forma ratificada), con el clarísimo objetivo de pelear, internamente, hasta
conseguir un atril, que le permitiera apoderarse de algo de cuota de pantalla,
imagen, representación, etc. Un especialista en fustigar con su verborrea
trasnochada a la “casta” política, hasta conseguir ingresar en ella. Este
político, en adelante El Cuco, considero que, por lo anteriormente explicado,
debería estar cesado desde aquel momento, entre otras cosas por poner en
peligro la integridad del gobierno. Su modo de actuar deja a las claras un par
de detalles que desvelan su peligrosidad como dictador en potencia. Al saltarse
la cuarentena, por un lado, se consideró por encima del resto de la ciudadanía,
auto-colocándose en una especie de estrado superior (pura casta). Y, por otro
lado, debió de pensar que el gobierno no podía funcionar adecuadamente si su
presencia. Es decir, se sintió imprescindible para mandar, incuestionable para
ostentar el poder. El Cuco disfruta de diversos motes y apelativos en los
modernos mentideros de nuestro país. A mi me gusta lo del Cuco porque me
recuerda que viene apuntando maneras de aspirante a dictador absolutista desde
sus inicios. Como el pájaro al que debe este mote, aprovechó un nido ajeno de
protesta ciudadana “no política” para irrumpir dentro del cesto y acabar
utilizando la mayor parte de este para fundar SU partido (porque los hechos
demuestran que es suyo). Después, con el paso del tiempo, cada vez que algún
otro polluelo ha osado asomar un poquito su pico para pillar algo, el Cuco ha
empleado sus alas para propinarle un empujón y echarlo directamente del nido.
Lo dicho, un potencial dictador de catálogo histórico.
De todo el asunto relacionado con
la emulsión de políticos y supuestos expertos resulta la gestión de la
mencionada crisis, durante la cual, como es lógico pensar, se habrán hecho
cosas bien, mal y regular. Nadie es perfecto, y menos ante un azote novedoso y
sin precedentes de tal dimensión. Así que no voy a entrar en discutir la
gestión porque, además, de eso, lo manifiesto así, claramente ¡yo no soy
experto!. Sin embargo, hay tres aspectos que me resisto a no criticar pues considero
que son de sentido común.
Primero. ¡Planificación cero!.
Hemos pasado de “tranquilos, a esto le falta mucho (podéis ir a actos públicos
multitudinarios)”, a “preparados, listos, ya (ambiguo el último)”. Y, para
colmo, en las fases iniciales, con algunas recomendaciones contradictorias. En
la mayoría de mis desempeños laborales trabajamos con planificación y
programación. De no hacerlo así, nuestro trabajo sería una chapuza e, incluso,
dejadez de funciones. En algunos casos hasta con la denominada planificación
estratégica (que, en mi opinión, no deja de ser un eufemismo). Me consta que
los empresarios también lo hacen, porque se juegan sus cuartos y los de sus
empleados; y, desde luego, los entrenadores deportivos también. Ahí lo dejo…
Segundo. Crónica de unas muertes
anunciadas: las de muchos usuarios de residencias de ancianos. El caso resulta
sangrante porque no ha habido dirección institucional pese a saber, con meses
de antelación, que eran lugares en especial vulnerables y, por el contrario,
fáciles de haber “blindado o protegido” mucho antes que todo lo demás. No era
cuestión de dinero. Un protocolo bien confeccionado e impuesto normativamente,
y un confinamiento específico hubieran, seguramente, reducido la sangría. Sin
prevención anticipada, sin dotaciones, sin protocolos, sin formación, el resultado
arroja un aligeramiento de pensiones (nada significativo) y la liberación de algunas
herencias (tampoco significativo). Siempre me he preguntado por qué hay algunas
ideologías y culturas que, presumiendo más que otras del respeto hacia la vida
humana, relajan muchísimo tal respeto efectivo cuando consideran las fases
iniciales y terminales de dicha vida. En el asunto de cuidar a nuestros
ancianos, un modesto médico del entorno rural de Teruel ha dado toda una
lección de prevención, planificación, organización, docencia, conocimiento y,
lo importante, eficacia salvando la vida a muchas personas mayores, que el
supuesto mayor experto del reino, que no sé si ha acabado dando la razón a
algún tema musical visionario de Radio Futura.
Tercero. Tanto hablar de la
España Vacía (para la mayoría de los advenedizos de última hora: vaciada), y a
la hora de regular el confinamiento (vigilarlo y sancionar su puesta en
práctica) nadie se acuerda de que no es lo mismo llevarlo a cabo (de manera
lógica, realista, científica y sensata) en un pueblo pequeño, en los caseríos,
en las masías, en un cortijo… que en cualquier ciudad. La generalidad de los
decretos publicados está pensada por y para gente de ciudad. El resto: el
campo, las montañas, las costas salvajes (aún queda algún que otro kilómetro),
los pueblos semiabandonados o los estacionalmente fantasmas, etc. Parece no
existir, o parece tener idénticas características espaciales y demográficas que
las abarrotadas calles de las ciudades. Pero no es así, ni mucho menos, así que
las normas deberían haber sido muy diferentes. Pero no es de extrañar, estaba
claro que lo de la España Vacía era un detalle propagandístico temporal que
todos los partidos políticos se vieron obligados a incluir en sus mensajes, así
como un tema de moda en la agenda periodística que hace el juego a los
políticos.
Cerrada ya esta larga
introducción catártica general, entramos ya en el asunto de algunos de los
efectos que la irrupción global del COVID-19 ha ido teniendo sobre el mundo del
deporte. Para empezar, según las especulaciones que se barajan en Italia, la
principal irrupción o propagación inicial masiva en Europa se produjo en Milán,
según sospechan, a causa de un partido de fútbol disputado allí dentro del
calendario de la Champions. No es que “entrara” allí, sino que, durante sus
prolegómenos, partido propiamente dicho y “tercer tiempo”, los contactos fueron
multitudinarios. De allí, directamente, el virus pudo irse trasladando a otros
lugares, como por ejemplo Valencia, que fue una de las primeras localizaciones
en las que se hizo notar en España. Zona en la que, por cierto, ha causado un
severo castigo en las residencias de mayores a través de su introducción por
mediación de empleados. Esto no es una búsqueda de culpables, sino una muestra
de que el deporte, como espectáculo de masas, se ha erigido en un ecosistema de
trasmisión nada desdeñable en el actual mundo globalizado. De hecho, la pasión
deportiva y la coincidencia de partidos europeos importantes, quiso que los
emparejamientos hispano-italianos fueran múltiples en fútbol y baloncesto, a la
vez que las reticencias a celebrarlos a puerta cerrada o suspenderlos eran
manifestadas por los principales interesados en su celebración (las entidades
organizadoras de los eventos y los propios clubes). Los aficionados, por su
parte, en una nueva muestra de que la gente, cuando asume el rol de masa, suele
comportarse con mayor estupidez que cuando actúa como individuo, en algunos
casos, ante la imposibilidad de poderse reunir en las gradas, optó por hacerlo
a las afueras del estadio. Todos juntitos en alegre e irresponsable comunión y
a grito pelado. En modo aspersor. Y el gobierno, mientras tanto, titubeando a
la hora de imponer restricciones y de cerrar vuelos procedentes de Italia.
En esto de los intereses de club,
hay un caso muy interesante que es el del FC Barcelona que, como la mayoría de
ustedes sabrá, es más que un club. En los inicios de todo este asunto, el
Barcelona fue noticia en el Telediario varios días seguidos por mantener una
postura muy escéptica y tajante frente a la amenaza vírica. No recuerdo ante
qué partido era, pero inicialmente habían respondido a las recomendaciones
asegurando que el partido en cuestión se celebraría ¡y con público!. Unas
declaraciones muy al estilo de las que inicialmente soltaron los principales
dirigentes anglosajones: Trump y Boris Johnson (que por cierto ahora mismo está
ingresado en la UCI), quienes enseguida se vieron obligados a recular. También
el Barcelona, pues a medida que la presión y los datos los fueron acorralando,
pasaron a manifestar que se podría celebrar con “su” público, dejando sin
entrar a los que vinieran de fuera (una postura excluyente que no parece
sorprender mucho viniendo de donde viene). Al final, ante la evidencia de la
situación, tuvieron que claudicar, pero el “recado” para los que mantenemos un
mínimo de memoria de prensa, ahí había quedado. Ahora, en el momento en que
escribo el párrafo (no sé cuándo lo publicaré) está negociando con sus
jugadores una reducción de sueldo (que ya ha aplicado a sus empleados y otras
secciones deportivas). El acuerdo no está siendo fácil, algo que no me preocupa
en absoluto. Pero me llama poderosamente la atención que una entidad que
presume de ser uno de los clubes de fútbol más ricos del mundo, ande racaneando
de esa manera en tan breve espacio de tiempo (algunos tienen fama de lo que
tienen). Conviene recordar que hacía apenas unas semanas, el club “levantaba”
un jugador fundamental a un equipo modesto (de su misma competición), a base de
talonario y por negociación directa con el agente del jugador, saltándose a la
torera al club propietario. Se ve que entonces le sobraba el dinero que ahora,
dice, que le falta. Aquella operación se ejecutó con el beneplácito de una
federación que, mientras dejaba al Barcelona rearmar su plantilla por haber
tenido un lesionado, prohibía al modesto hacer lo mismo ante la fuga de su
estrella. Tal proceder se encuentra dentro de algo denominado “fair-play financiero”,
una perversa normativa federativa que daría para escribir un libro completo. El
caso es que por mucho fair-play y por mucha regulación de las finanzas del
fútbol, ahora mismo el Barcelona, tras décadas acaparando estrellas
futbolísticas (alguna de ellas para no utilizarlas, pero que no puedan
disfrutar de ellas sus contrincantes), dice que no puede pagarles el sueldo.
¡Ojo! Y no es el único, son varios los clubes que se están animando a tomar
medidas similares.
Continuando con una perspectiva
“macro” del deporte en relación con la pandemia, se han ido viendo otras
implicaciones interesantes. Una de ellas es la de los aplazamientos (o incluso
suspensiones definitivas) deportivos… ¿Y?. Personalmente, considero que ese
debería ser el menor de nuestros problemas, salvo porque también generan su
propio drama económico. Nos debería preocupar (pero no más que otros muchos
casos más crudos y sangrantes) el efecto que tales aplazamientos y suspensiones
puedan tener sobre los trabajadores que se vean afectados, pero no por el hecho
deportivo en sí mismo. El cual, por mucho que nos guste, apetezca o ilusione,
no se trata más que de un fenómeno de ocio y entretenimiento. O así debería de
ser. Pero no siempre lo parece. Entonces, cabe preguntarse: ¿No es más que deporte,
o es que afecta ¡nada menos! que al deporte?.
“Ignorar ‘MediaSport’ hoy en
día sería como ignorar el rol de la iglesia en la Edad Media o ignorar el rol
del arte en el Renacimiento; amplias partes de la sociedad están inmersas en el
Deporte Mediático hoy y, virtualmente, ningún aspecto de la vida se mantiene
intocable por él”. (Michael R. Real).
“[…] para Brohm, los efectos
de este espectáculo mítico son socialmente represivos; con su enervante
énfasis, el deporte, como la religión para Marx, es ‘un sustituto libidinoso y
una sublimación de agresividad’ que deja a los espectadores agotados de energía
revolucionaria, drogados y satisfechos con el intolerable status quo social”.
(Bruce Bennett).
Hilando con este tipo de
pensamientos, que hoy en día son minoritarios, además de pasar desapercibidos
de modo interesado, no está de más atender un poquito a la postura inicialmente
tomada por el COI ante la amenaza de la pandemia. La postura oficial se
mantuvo, desde el principio, aferrada al mantenimiento de las fechas de
celebración de los JJOO de Tokyo, cayera quien cayera. Samaranch II (escrito
así parece ganar empaque, con reminiscencias papales, monárquicas o imperiales),
ya vicepresidente del organismo olímpico internacional (tras una fulgurante y
peculiar carrera), hizo, para TVE, unas declaraciones totalmente irresponsables
una vez que en España ya se había decretado el confinamiento. Lo vi por la
televisión, y vino a decir que recomendaba (casi en tono amenazante) a los
deportistas olímpicos que entrenasen, que los JJOO se iban a celebrar y ellos
lo que tenían que hacer era prepararse para ello. Como si el deporte olímpico,
tan cercano a los dioses del Olimpo, estuviera por encima del bien y del mal y,
desde luego, de tantas mundanas pamplinas como esa del coronavirus. Por su
parte, Alejandro Blanco, bastante más sensato, lo que manifestaba eran quejas
ante la injusticia que supondría que los JJOO se celebrasen en las fechas
previstas, pues generaría una enorme desigualdad de posibilidades de
preparación para los deportistas españoles. Que se lo digan a los deportistas sirios,
si es que hay alguno, o a los de cualquier otro lugar del mundo en conflicto,
víctima de alguna catástrofe natural, etc. El rasero olímpico, lo reconozcamos
o no, sigue siendo preferentemente occidental y rico. Mientras tanto, el COI seguía
insistiendo, empecinadamente, en la celebración inamovible de los JJOO. Pero,
las federaciones estadounidenses de Atletismo y Natación anunciaron su
incomparecencia y, enseguida, Australia y otros países se sumaron a su
posicionamiento. Ante tal panorama, el 22 de marzo, el COI, por fin, se doblegaba
(levemente) y anunciaba que se daba un mes de plazo para decidir sobre un
posible aplazamiento. Efectivamente, el olimpismo internacional respondía a las
presiones occidentales y ricas. ¡Al día siguiente!, no hizo falta un mes, el
23, anunciaban que se aplazarían un año. Se celebrarán en 2021, aunque se
denominarán ¡faltaría más! Tokyo 2020. Aun así ¡que nadie se relaje! Porque un
día después comparecía su presidente, advirtiendo de que la última palabra del
organismo está por decir.
Entre tanto, el país europeo más
castigado por el virus en aquel momento (Italia) permitía entrenar a los
deportistas de élite. En pleno confinamiento civil… ¿es una incongruencia? ¿se
trata de un servicio vital (si efectivamente es la religión del siglo XXI,
desde luego estaría por encima de lo mundano). El debate, como los contagios,
traspasa las fronteras y se reproduce en otros países en los que hay
confinamiento, y el nuestro no es una excepción. Algunos deportistas argumentan
que entrenar es su trabajo. Según eso, ¿debería dejarse entrenar a los
deportistas profesionales?. Sospecho que bastantes de los que aseguran que su
trabajo es entrenar, no tienen estatus profesional… ¿acaso hay falso
amateurismo en España, que en realidad es profesionalismo encubierto? ¿Y
economía deportiva sumergida? ¡Desde luego! De todo. Por otro lado, porque todo
hay que decirlo, abundan las voces de deportistas (profesionales o famosos) que
recomiendan públicamente el confinamiento y piden responsabilidad en al
cumplimiento a la ciudadanía, entre la que se incluyen ellos mismos. Y es que,
en realidad, en todos los gremios hay muchas más buenas personas que
indeseables. Gracias campeones, vosotros sí que lo sois.
Un efecto menor que el
aplazamiento podría tener sobre varios de los deportistas olímpicos es que a
algunos de ellos la fecha inicial ya los pillaba al borde del retiro. El
Telediario, que parece aburrirse y aburrirnos, sin capacidad para encontrar una
buena diversidad de noticias, y viéndose obligado a tener que ocultar otras,
recurre a ese tipo de ocurrencias de detalle. La mayoría de los que menciona
han tenido prolongadas carreras de éxito por lo que, personalmente, no me
siento especialmente preocupado por tan casuístico “drama”. Es más, puestos a
pensar, me he acordado de los karatekas olímpicos españoles que, sin haberlo
sido nunca hasta ahora, y no pudiendo volver a serlo más (porque el kárate, que
está por estrenarse como deporte olímpico, se “ha caído” del programa de
deportes olímpicos para los siguientes JJOO en París en 2024), van a ver
alargado, un año más, su régimen de becas ADO. Me alegro por ellos.
Pasando ya a un enfoque más
mundano, más de andar por la calle, el que nos afecta a todos nosotros como
practicantes de deporte, el confinamiento ha tenido unos efectos directos de
impacto inmediato. La gente no puede practicar deporte indoor en ninguna
instalación deportiva (que no sea su casa) por razones obvias; y tampoco puede
practicar deporte al aire libre, por razones no tan obvias. En este sentido,
algunas de las recomendaciones de confinamiento (obligaciones reales) resultan
ilógicas o incoherentes. Personalmente las cumplo, como buen ciudadano, pero no
por ello las considero bien planteadas. Simplemente no entiendo por qué una
actividad deportiva individual, que no sea de riesgo (hay muchas), practicada
al aire libre, que no exija un traslado añadido a quién la realice, en entorno
apartado o no urbano e iniciada y culminada en o desde y hasta el propio hogar,
no pueda realizarse. Me cuesta comprender como, comparando los riesgos de
contagio inherentes a visitar una tintorería o una peluquería al principio (por
ejemplo), o una panadería ahora mismo, con los que generaría una actividad
deportiva que reuniera los condicionantes que acabo de exponer, la decisión
salga a favor de los mencionados negocios. Según el planteamiento expuesto,
reflexionando sobre mis propias prácticas deportivas, yo no podría (o debería)
esquiar, montar a caballo, patinar, remar en trainera ni practicar nada indoor
fuera de casa, pero podría salir a correr o a montar en bicicleta, por ejemplo.
Ambas actividades garantizando total ausencia de contacto con cualquier otra
persona, manteniendo, no metro y medio de distancia de seguridad, sino, decenas
o cientos de metros. De hecho, son varios los países europeos en los que tales
actividades están permitidas (Francia, Bélgica, etc.), aunque eso sí, las
restricciones, tal y como está el panorama, van cambiando de un día para otro.
Ignoro si realmente la permisividad descrita aumentaría el riesgo de contagio o
no, pero lo que me cuesta es comulgar con la falta de razón y coherencia cuando
me obligan a mantener determinadas conductas. No puedo con las dictaduras
normativas sesgadas o caprichosas, y de un tiempo a esta parte, tanto en Europa
como en nuestro país, cada vez abundan más. Seguramente nadie sepa con certeza
el nivel de aislamiento que convenga mantener. Unos países han sido o están
siendo más radicales que otros, el tiempo dirá cuáles acaban acertando más.
Pero, lo que no se debería hacer es tolerar ciertas prácticas de riesgo que no
aportan nada y, por el contrario, perseguir otras que, aunque tampoco aporten
mucho al bien común, no sean realmente de riesgo. Y, de nuevo, no legislar
igual para todo el territorio nacional, equiparando el Páramo de Masa con la
Puerta del Sol.
Quizás el problema tenga otro
origen intencional. Un modo de proceder que me empieza a preocupar casi tanto
como los efectos del virus. Y es que me da la impresión de estar asistiendo, en
cierto modo, a una especie de ensayo colectivo de la Autoridad en esto de
restringir las libertades de las personas. Como le cojan afición, vamos a ir
dados. Durante los primeros días de confinamiento me pareció percibir cierta
exacerbación de un sentimiento nacionalista o patriótico. Desde el primer
momento se le ha dado a gran parte del proceso una especie de revestimiento
estético y escénico de claros tintes militares. Hay una constante obsesión por
convertir un problema, acción y proceso claramente sanitarios, en una guerra,
en un asunto militar. No tengo nada contra el Ejército, al contrario, hacen muy
buena labor, pero, independientemente de que su ayuda resulte imprescindible y
bienvenida, este es un problema de todo el sistema, aunque, por encima de todo,
sanitario. Desde la óptica deportiva, integrándose en esa corriente de espíritu
patriótico que me da bastante grima, algunos medios de comunicación se han
sumado desempolvando y retrasmitiendo eventos deportivos gloriosos de nuestro
pasado. Algunas hazañas míticas no las programan porque no hay grabaciones tan
antiguas y otras porque en la época de los conquistadores del Nuevo Mundo no se
practicaba deporte de masas, que si no…
Mis preocupaciones van en dos
sentidos. Uno, que la clase política vea, a través de este ensayo forzoso, una
nueva oportunidad de despliegue de estrategias de acceso al poder o de gobierno
más directo y menos deliberativo. Ya se han ido aferrando a otras, así que no
descarto que esta les tiente en el futuro. Y dos, que, en procesos como este, a
determinados cuerpos de seguridad del estado (que ahora hay muchos, con extensa
variedad de uniformes, jurisdicciones y talantes) les da por “venirse arriba” y
recuperar, en algunos casos (que espero estén siendo contados) modales y
actitudes tirando a represoras. No se trata de un problema de los cuerpos de
seguridad, sino de algunos “ejemplares” en ellos enrolados. Cretinos hay en
todos los gremios, taxistas, docentes, ingenieros, psicólogos, barrenderos,
escritores, cantantes, futbolistas, abogados, periodistas… ¡en todos!, algún sociólogo
de prestigio hasta escribe con ironía que se trata de una constante existente
casi en cualquier tipo de grupo humano. El problema se incrementa cuando a
algunos de ellos se les da poder o autoridad supuestamente no discutible.
Entonces, el más cretino, en ocasiones además ignorante, se crece y abusa. En
este sentido, me han llegado ejemplos de acción de fuerza policial (no
necesariamente física) incoherente pero autoritaria. A un amigo personal le
pararon por ir a trabajar (con justificante) en bicicleta, vestido de calle y
por la ciudad, y le dijeron que no se “volviera a repetir”. A otro, sin
embargo, que lo hace a diario, le saludan y le dejan circular. El asunto de los
desplazamientos en bicicleta está ahí, prueba de ello es que la asociación
nacional Conbici llegó a publicar una opinión al respecto en su página web,
resaltando que, ante esta novedosa situación, algunos ámbitos públicos estaban
reactivando los prejuicios hacia las bicicletas. ¿Se convertirá la crisis del COVID-19
en una nueva oportunidad para regresar a nuestra cultura de coche (y además, ahora,
de nuevo más individual)?. ¿Por qué el transporte público, que en este momento
es el más contagioso de todos y el más ineficaz para luchar contra el virus,
resulta más respetable y menos sospechoso que la bicicleta, la cual, sin duda,
es el más individual de todos?. El diario El País, profundizaba más aún en todo
este asunto y aportaba más argumentos en un artículo publicado el 26 de marzo
en su web. Y se preguntaba por qué, de la noche a la mañana, los
desplazamientos de movilidad (laboral o permitida) en bicicleta se habían
convertido en sospechosos, casi-casi delictivos, sin que la normativa aprobada
los hubiera desaconsejado o señalado.
El confinamiento, dentro de la
enorme incertidumbre que se tiene, a todos los niveles, ante la irrupción
global de este virus, parece una medida imprescindible que todos debemos asumir
con responsabilidad, sacrificio y criterio. Pero no debería convertirse,
paralelamente, en una oportunidad para que algunas “piezas” del sistema (políticos,
brazos ejecutivos de la ley, delatores, etc.) aprovechen para desenterrar
determinadas conductas del pasado, tan criticadas hasta hace bien poco y, ahora
mismo, con las que algunos (la mismísima izquierda) flirtea sin disimulo. Pero
es lo que tienen las situaciones de alarma, los estados de alerta, el miedo y
el hacinamiento social aislado. Lo dicho, como en las novelas de Saramago.
Por lo que he visto, mi
preocupación personal ante la posibilidad, aparentemente distópica, de que
salgamos de todo este proceso con un recorte importante de nuestras libertadas
y una mayor proximidad latente hacia repentinos estados de control
institucional, no es solitaria. Hay más gente que anda mostrando su preocupación
en diferentes medios, y lo que es peor, ya hay debate al respecto, lo cual
indica, necesariamente, que el avance en una nueva dirección de control estatal
tiene sus seguidores (los “camisas negras”, la Gestapo, Stasi, CIA, KGB, etc.
Estarían relamiéndose de gusto). Yuval Noah Harari, en “The world after
coronavirus”, publicado el 20 de marzo en el Financial Times, ya presentaba
algunas reflexiones sobre el asunto, mostrando incluso ejemplos reales sufridos
por sus compatriotas israelitas en tiempos pasados. Por lo que hemos podido ir
viendo por aquí, algunos detalles resultan verdaderamente elocuentes, por
ejemplo, el procedimiento establecido inicialmente (¡tres semanas!) por el
gobierno para dar acceso (básicamente reducírselo a tope) a los periodistas a
sus ruedas de prensa. O el extraordinario filtrado que un espectador cualquiera
puede notar atendiendo a los telediarios públicos. Eso para empezar, pero es
que esta semana ya estamos estrenando la geolocalización, el geo-rastreo y el
acopio de datos de nuestros dispositivos electrónicos de comunicación. Y, en
breve, parece que se pondrán en marcha las denominadas Arcas de Noé (que con
ambigüedad se comenta que podrán no ser obligatorias para aquellos casos que se
determine). En fin, que empezamos con el Orgasmatrón de Woody Allen, en el
“hagan el favor de no tocarse” de las primeras tres semanas, y vamos a acabar
como con las colmenas de Matrix.
Escena de "sexo" en la película "El Dormilón" de Woody Allen (Imagen: Taylor Ederhart en pinterest).
Pero volvamos al deporte que me
salgo del redil. Repasemos ahora algunas consecuencias del confinamiento a nivel
deportivo personal. Voy a tratar dos: las relaciones sociales vinculadas al
deporte y la práctica en cautiverio. Ambos asuntos voy a tratarlos desde una
perspectiva y casuística personal.
Las primeras, las relaciones, se
manifiestan y desenvuelven, preferentemente, a través de los grupos de Whatsapp
de aquellos círculos de practicantes en los que cada uno estamos. En mi caso
pertenezco a seis grupos deportivos y un séptimo que, a su vez tiene varios
subgrupos para cuestiones concretas. Ese último, afortunadamente, está tan
disperso que se mantiene inactivo casi por completo. En cuanto a los demás, hay
una clara clasificación informal: los de poca gente que además puede
considerarse verdaderamente amiga, y los de mucha gente, en los que incluso hay
miembros que no conoces de nada. Los primeros, uno de esquí de travesía y otro
de patinaje en línea, apenas tienen actividad comunicativa y, cuando la
muestran, es concisa, siempre relacionada con el deporte en cuestión y, por lo
general, interesante.
El problema viene con los otros,
los grandes grupos (me afecta en varios deportes). En tales casos el chat se ha
convertido en un desparrame de bulos, chorradas, memes, jueguecitos, enlaces,
videos, fotos, discusiones, opiniones políticas, etc. Que, en la mayoría de los
casos, no tienen nada que ver con el deporte para el que se crearon, ni para
las funciones para las que se decidió ponerlos en marcha. Algunos ya eran así
antes, lo que pasa es que en este momento su polución comunicativa se ha disparado.
Pero peor es el caso de otros en los que siempre se había respetado el ceñirse
exclusivamente a su temática, y, de la noche a la mañana, muchos de sus
miembros han considerado, unilateralmente, que se ha declarado una especie el
estado de “barra libre”, convirtiéndolos en unos entornos comunicativos pesados,
repetitivos, constantes, etc. ¡Horroroso! Me da la impresión de que hay mucha
gente que “está muy mal”, o muy sola, o con grandes carencias afectivas o
sociales, así como otra que se aburre, no tiene nada que hacer, ni imaginación
o recursos en los que emplear su tiempo. Igual el raro soy yo, pero la verdad
es que, pasadas las primeras tres semanas de confinamiento, entre el trabajo,
el entrenamiento, las relaciones familiares presenciales directas y a
distancia, los quehaceres del hogar, alguna afición cultural, etc. ¡No me dan
los días para poder hacer todo lo que pretendo!. Cuando critico estos
comportamientos siempre hay gente que se da por aludida y me sugiere que
silencie el grupo. Con todos mis respetos tengo que decir que dicho argumento
es una simpleza porque el problema es que estos grupos funcionan por
comunicación lineal cronológica, lo cual hace que cuando se aporta una
información pertinente, si inmediatamente después hay gente que inunda el canal
con sus chuminadas, la información útil se esconde en el pasado y pasa
desapercibida para la mayoría de los usuarios, en especial para aquellos poco o
nada interesados en reírle las gracias al payaso de turno, o al crédulo
perenne. Cada grupo debería ser para lo que es.
Y con eso doy paso al asunto de
la práctica deportiva en cautiverio. En este sentido me considero un
privilegiado. En realidad, todo este asunto se ha cargado un viaje de ensueño
que tenía planificado y reservado, para practicar esquí de travesía con mis
amigos en un destino muy apetecible pero ¡qué le vamos a hacer!. Lo importante
será salir vivo de la pandemia. Lo del privilegio tienen que ver con los medios
de los que dispongo para hacer deporte en casa, especialmente si los comparo
con lo que supongo pueda tener la mayor parte de la gente que vive en un piso.
Aquí hay jardín. No demasiado grande, pero lo suficiente como para poder hacer
ejercicios al aire libre e incluso jugar un poco a las palas o al
maxi-badminton si no sopla el viento.
Gracias al jardín, en casa
estamos recuperando una actividad deportiva que habíamos ido dejando pasar
paulatinamente hasta quedar totalmente olvidada hace aproximadamente una
década: la esgrima. Aprendí a practicar esgrima bajo la tutela del maestro
Martin Kronlund (y sus ayudantes) en el INEF de Madrid. Años después,
adquirimos unas chaquetillas, unos guantes, caretas y un par de floretes para
practicar en casa. Y ahora, quién lo iba a pensar, con esto del confinamiento,
pues hemos vuelto a ello. Tiramos en el jardín, y hacemos rutinas de
desplazamientos y ejercicios de técnica. Me lo paso bien y estoy encantado de
haber recuperado su práctica. Y todo ello gracias al maldito virus.
Tirandocon floretes en el jardín.
Desde dos días antes del inicio
del confinamiento me propuse entrenar diariamente y no he fallado nada más que
un día hasta ahora. Alterno tres actividades consecutivamente, repitiendo ese
ciclo de tres días constantemente. Un día es dedicado a la esgrima y un
circuito de acondicionamiento físico a base de ejercicios de suelo y un
circuit-training de 12 estaciones, seguido todo ello de trabajo de
flexibilidad. Una de las consecuencias es que estoy recuperando mucha de la
flexibilidad que ya llevaba demasiado tiempo sin trabajar. Además, a diario,
aprovecho un reto para estirar en reposo con una de mis hijas.
Los otros dos días entreno con
simuladores, esto es, con máquinas específicas para parcticar sendos deportes:
ciclismo y remo. Para la bicicleta utilizo un rodillo que tiene más de treinta
años, pero que funciona perfectamente. Su compra fue un acierto total porque
fue barato y perfectamente funcional para lo que lo quería entonces: realizar
pruebas de valoración del rendimiento de ciclistas y triatletas. Hoy en día se
podría considerar como un auténtico rodillo “retro”, y, tal y como les pasa a
algunas buenas bicicletas antiguas, funciona perfectamente y me da un excelente
servicio para entrenar. Puedo hacerlo tanto en llano como “subiendo” cuestas de
hasta un 10% y me ofrece datos de tiempo, velocidad, kilometraje e incluso
watios. Es un Cateye CS-1000 y, ahora más que nunca, me alegro de haberlo
conservado durante tantos años. Le he colocado una Colnago que restauré hace
pocos años y que ya ha aparecido ocasionalmente por mi blog, y entreno viendo películas
y documentales de ciclismo en la pantalla del ordenador.
Pantalla informativa (a), para mí, más que suficiente.
El remo lo practico en modalidad
de banco móvil. Lo hago con “El Remoergómetro” lo escribo así porque hay un
fabricante de referencia que tiene prácticamente copado el mercado
internacional y ha logrado un aparato muy bien concebido. Me refiero al Comcept
2, del cual nosotros tenemos el modelo PM3. El aparato permite un ejercicio muy
exigente, combinando trabajo de fuerza y de resistencia y pudiendo plantear
entrenamientos muy variados. Su pantalla ofrece información más que suficiente (bastante
más amplia que mi rodillo) y exige cierta atención para controlar la técnica,
la intensidad de trabajo y la cadencia de remada. Es por eso por lo que cuando
lo utilizo no veo películas, me basta con ponerme música de ambiente que me
ayude a que el rato de entrenamiento se me pase de forma más agradable.
Una de las múltiples opciones de pantalla del remoergómetro.
Y es que no me gusta hacer
deporte indoor, ni tampoco entrenar en simuladores. Resulta especialmente duro
mentalmente, es aburrido y no recrea muchas de las agradables sensaciones que
se disfrutan con la práctica deportiva real. Al hacerlo, como las pocas veces
que he entrenado levantando pesas, me da por pensar que estoy trabajando en
balde. En vez de cortar leña, segar el césped, etc. Al menos, cuando remo o
pedaleo realmente voy a sitios, me desplazo o incluso viajo. Ahora bien, tal y
como está la cosa ahora mismo, que no podemos ni debemos salir de casa, es una
maravilla disponer de dos buenos simuladores para poder entrenar en dos de mis
modalidades deportivas favoritas. Y de paso, librarme del Whatsapp. Suerte y
ánimo que ya quedará menos.
Como decía aquel eslogan de los setenta: ¡Contamos
contigo!
Pensaba cerrar la entrada ahí,
sin embargo, después de meterme tanto con el fenómeno de la “bulería” y con el
del filtrado y censura de la información, no me resisto a insertar un par de
referencias científicas relacionadas con el deporte y la actividad física, que
discuten algunas de las decisiones de obligado cumplimiento impuestas
unilateralmente por nuestro gobierno, según ellos, siguiendo las directrices de
los expertos (los suyos, claro).
La primera es el estudio “Towards
aerodynamically equivalent COVID19 1.5 m social distancing for walking and
running” (Hacia una equivalencia aerodinámica de la distancia social COVID19 de
1,5 m para caminar y correr”. B. Blocken, F. Malizia, T. van Druenen, T.
Marchal. De las Universidades de Eindhoven y Lovaina, y otro centro de
investigación belga, respectivamente. El trabajo, totalmente científico y
riguroso, investiga a través de simulaciones computacionales y pruebas de túnel
de viento para detectar las dinámicas de persistencia en el aire de las
partículas expulsadas por las personas, a través de la saliva, durante su
respiración. Viene a concluir varias cosas: que las posibilidades de recibirlas,
además de la distancia, dependen de la posición en que se esté y del tiempo que
otra persona tarde en pasar por allí. Por eso explican que, si dos personas van
caminando o corriendo juntas, sería mejor que lo hicieran lado con lado y no en
fila. O, cómo no, pura lógica, que, si se corre o se pedalea detrás de alguien,
la distancia de seguridad debería irse incrementando en función de la velocidad
de desplazamiento. Diez, catorce metros, etc. De nuevo estamos ante una
cuestión (la real) de distancia social, y no de tipo de actividad humana (la
que se ha regulado, se vigila y persigue). Vamos que no se controlan las
posibilidades de contagio, sino el comportamiento de la gente. En principio,
aquí en España, este estudio nos debería dar un poco igual. Pero no, no debería
ser así. Resulta que entre los “vapores” exhalados durante nuestra respiración
hay diferentes gamas de carga viral, tal y como los autores del estudio ilustran en
el siguiente gráfico:
Gráfico del estudio (aporta muchos) que recrea la carga de particulasen su origen y dinámica. Las rojas son las mayor carga viral, caen antes. (Imagen: medium).
Según afirman, las gamas rojas
son las que contienen las partículas más grandes, y las que producen la mayor oportunidad
de contagio. Pero, también, caen antes. ¿Y? aquí quería llegar yo: ¡caen! Las
deprenden los “soplones” de balcón, las fiestas urbanas improvisadas asomadas en
los bloques y las urbanizaciones. Todas las manifestaciones públicas de “balconing”
artístico, solidario, etc. según estas explicaciones aerodinámicas (física
pura), son una fuente de contagio vertical de arriba hacia abajo. Cuanto más abajo vivas peor. Que no se
preocupe nadie, porque ninguna persona en su sano juicio “social” se va a poner
a denunciar o criticar esto. Pero, si es usted de los miedosos, salga al balcón
con paraguas e impermeable. Y si es población de riesgo, mejor no salga,
especialmente si escucha que la gente canta y grita mucho, más que nada porque
el chorreo salivar será mucho mayor. ¡Ole, ole y ole! ¡Y muerte al invasor, y al ciclista, y a aquel que va por allí! ¡y viva España y la fiesta!
Y ya que he mencionado el asunto
de la población de riesgo, me he enterado, por fuentes médicas contrastadas, de
que la obesidad está considera como un factor de riesgo añadido para que la
enfermedad del Coronavirus se cebe más en quienes la padecen. Buena noticia
para los deportistas que entrenan mucho y se mantienen livianos, y para los
delgados en general. No lo es para los obesos, quizás por eso no se ha hecho demasiado
eco de ello en los medios. En cualquier caso, no hay que tomárselo a la
tremenda, porque ni es el único factor de riesgo, ni se tienen todavía
demasiadas certezas completas sobre el funcionamiento de este virus. Pero el
dato está ahí. En un informe transferido por la UCI de Lombardía (Milán,
Bérgamo, etc.) el 10 de marzo, los tres factores de prevalencia más destacados
en relación con la necesidad de ingresar en la UCI eran la edad (> 65 años),
el género (varones) y la obesidad. Como el documento que recibí era una prepublicación
(esto va tan deprisa que a las revistas científicas no les da tiempo a ponerse
al día), y para evitar caer, también yo, en lo de fiarse de cualquiera, busqué
contrastar la información, encontrando muchas corroboraciones: Centers of Disease
Control and Prevention (consideran in IMC por encima de 40 como factor de alto
riesgo); Britain's independent Intensive Care National Audit and Research
Centre (confirma que el 73,4 % de la gente tratada en cuidados intensivos por
el Coronavirus está clasificado como de sobrepeso); etc. Además, visité la
página web de World Obesity para ver si había algo relacionado. Y sí, lo había:
“La OMS ha declarado […]. Los Coronavirus
pueden causar síntomas más severos y complicaciones en gente con condiciones de
obesidad. […] además, las personas con obesidad que enfermen y requieran
cuidados intensivos presentan retos de su manejo como pacientes […].
Esta pandemia está
convirtiéndose rápidamente en una crisis económica global, la cual afecta
desproporcionadamente a la población mundial más vulnerable. En muchos países
este mismo segmento de la población es también en de mayor riesgo de obesidad, lo
cual podría empeorar la crisis de obesidad en el futuro.
Además, esta pandemia podría
contribuir a un incremento en las cifras de obesidad ya que los programas de
pérdida de peso (que muchas veces son dirigidos en grupo) e intervenciones como
las cirugías están siendo severamente limitados ahora mismo – y esto parece que
podrá continuar así por un largo periodo de tiempo. Las medidas introducidas en
algunos países (por ejemplo, no abandonar el hogar durante varias semanas,
incluidos quienes no estén enfermos) tendrán un impacto sobre la movilidad, y
el refuerzo de la inactividad física, aunque sea por cortos periodos de tiempo,
incrementa el riesgo de enfermedades metabólicas.
Finalmente, la actual crisis y
la necesidad de auto-aislamiento, están incitando a que muchos consuman comida
procesada de mayor vida útil (en vez de comida fresca) y comida enlatada (con
cantidades de sodio más elevadas) y podríamos ver un incremento de peso si esto
persiste por un largo periodo de tiempo”. (World Obesity).
Como puede verse, no se trata, únicamente,
de una crisis viral seguida de otra económica. Habrá más tipos de crisis. El
problema es sistémico. Y como se deduce de los párrafos anteriores, cada sector
se queja, y advierte, de lo suyo. Y las medidas genéricas, centrales,
unidireccionales, pueden, en algunos casos, tener efectos colaterales graves e
incluso generar importantes errores de detalle. Pero no pasa nada, ayer (el 8
de abril) el CSD ponía en marcha el denominado “Grupo de Tareas de Impulso al
Deporte (GTID)”, con la intención se reunirse semanalmente para “salir de la
crisis de la COVID-19 con soluciones sobre la mesa, especialmente en el terreno
socioeconómico”. No me cabe la menor duda de que eso es lo que les preocupa,
los aspectos socioeconómicos y no la práctica deportiva de la gente. La propia
página del CSD declaraba que:
“Estaban miembros de las
federaciones de fútbol, baloncesto, natación, atletismo, automovilismo,
motociclismo y deportes de invierno, además de la Asociación del Deporte
Español (ADESP), que engloba a muchas otras entidades; también La Liga,
Asociación de Futbolistas Españoles (AFE), Comité Olímpico (COE) y Paralímpico
Español (CPE); y los clubes Real Madrid, FC Barcelona, Atlético de Madrid y
Athletic de Bilbao”. (CSD).
En definitiva, el GTID, que
parece tener acrónimo de coche deportivo, es en realidad un grupo de negocios. A
costa del deporte, pero, por encima de todo, de negocios. Y la presidenta del
CSD no lo niega:
“Es evidente que el mundo
Post-Covid será un mundo distinto. Hemos creado este grupo de tareas para estar
más cerca de vuestras inquietudes, conocer de primera mano los problemas que
está dejando el confinamiento especialmente en el terreno económico.
Todo ese conocimiento, y vuestra ayuda, nos servirá para anticiparnos a lo que
viene, a la futura vuelta, con soluciones que sirvan para paliar los efectos
más devastadores de este mal momento”. (CSD).
Los intereses deportivos del
estado parecen claros y no son los mismos que los de una gran parte de la
ciudadanía o los de los organismos internacionales de salud. Lo importante
ahora es que todo el mundo se quede quieto-parado en su casa, pero cuanto antes,
pueda salir para juntarse con cuantos más miles de personas mejor, para gritar
todos juntos en el Camp Nou, San Mamés o el Bernabéu.
Uno de los carteles de aquella popular campaña. (Imagen: todocoleccion).
¡Última
hora! Empecé a escribir este texto coincidiendo, con el inicio
del estado de alarma en España y lo publico cuando se cumple un mes. La mayor parte de él no ha sufrido variaciones,
aunque ha ido evolucionando algo e incorporando datos y comentarios hasta la
víspera de publicarlo. La coletilla de su título “por ahora”, ya preveía que
iba a ser así, debido al enorme desconocimiento e impredecibilidad del
funcionamiento de esta patología. Por eso es por lo que parte importante de su
contenido tendrá una validez de vida efímera. Aunque hay algunas cosas que no,
hay cosas que parecen no cambiar nunca… La novedad viene de la mano de la
ciencia. Circula por ahí, por los grupos de discusión médica, en especial entre
los neumólogos y, sobre todo, en las esferas española y estadounidense, una
reciente teoría que algunos asocian a cierto apadrinamiento divulgativo por
parte del prestigioso doctor Hany Mahfouz Helal. La teoría, en realidad, se
apoya en un estudio preliminar (no un artículo de investigación validado,
porque todavía es imposible que lo sea), firmado por los autores chinos Wenzhong
Liu y Hualan Li (Sichuan University y Yibin University), titulado: “COVID-19:
Attacks the 1-Beta Chain of Hemoglobin and Captures the Porphyrin to Inhibit
Human Heme Metabolism” (El COVID-19 ataca la cadena 1-Beta de hemoglobina y
captura el porphyrin para inhibir el metabolismo heme humano”). La importancia
de esta teoría es doble. Por un lado, resulta tremendamente compatible con las observaciones
del funcionamiento de la enfermedad (incluidos los factores predictivos de
riesgos, el funcionamiento parcial de algunas terapias y no de otras, etc.).
Por otro, explica el mal de un modo muy diferente al supuesto hasta ahora, convirtiendo
en ocasionalmente inútiles algunos modos de proceder e incluso ampliando posibles vías de
contagio y demás cuestiones relacionadas con todo este nudo gordiano. Pero
conviene recordar que estamos tan solo ante una teoría más. Lo que me llama la
atención de esta, y es por lo que no me he resistido a mencionarla aquí, es que
se explica a través del ataque directo del virus a la hemoglobina en sangre, la
cual inutiliza, provocando algunas consecuencias indirectas. Las podemos resumir
(burda y simplificadamente) en una progresiva incapacidad para transportar
oxígeno (por mucho que nos ayude un respirador), resultando un “exceso” contaminante de
hierro no operativo que puede dañar sistémicamente a nuestro organismo, y una
respuesta adaptativa consistente en provocar más hemoglobina no útil, más liberación
de hierro, etc. Insisto, todo esto explicado coloquialmente. El asunto me
parece interesante o llamativo, para la perspectiva del deporte, porque tiene
mucho que ver con todo el sistema de transporte y consumo de oxígeno, Santo Grial
de los deportes de resistencia. Parece que una de las causas de que la
enfermedad se cebe más en los varones es la mayor tasa de hemoglobina de estos.
Lo cual, inevitablemente, me hace preguntarme por el riesgo que pudieran tener los
deportistas con hematocritos que rozan o superan el límite permitido por la lucha
antidopaje, así como aquellos consumidores de sustancias como la EPO, etc.
Tampoco he encontrado, ni soy capaz de adelantar, cómo afectaría todo este cúmulo
de cadenas causa-efecto a las personas de vida deportiva que disfruten de capacidades
de consumo de oxígeno tirando a elevadas. Se me amontonan muchas preguntas al
respecto. Si esta teoría es (aunque sea aproximadamente) acertada ¿es bueno
estar entrenado, o al contrario? ¿cómo le afectaría una anemia?; sufriéndo la enfermedad de
manera asintomática o con síntomas leves ¿sería bueno o contraproducente entrenar?;
¿es más seguro pasarla a nivel del mar o en altura?; si como vaticinan algunos, hibiera repunte en otoño ¿nos convendría estar entrenados arobicamente, o no, o daría igual? En fin, un montón de
cuestiones bastante interesantes desde la perspectiva de la fisiología
deportiva. Personalmente me encuentro bastante tranquilo al respecto y, desde
luego, con ganas de aprender. Pero eso sí, aun considerando este extenso texto
como “provisional” de contenido, no pienso regresar a él para actualizarlo. Ni espero volver a
tratar el tema en este espacio.
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