jueves, 30 de abril de 2020

RÍO COLORADO


Mi amigo Manu vive ahora en Denver (Colorado). De vez en cuando hablamos o nos escribimos. Y aunque cuando estaba en Madrid nos veíamos poco, alguna que otra ocasión había. Ahora no, pero la amistad sigue, eso sí, con más añoranza. Recientemente me habló de un par de libros que estaba leyendo. Sendos descensos por la cuenca del río Colorado. Uno muy reciente, en pleno siglo XXI y otro pionero, “El Pionero” en descenderlo, en el siglo XIX. Ni corto ni perezoso, tomé nota de ambas referencias y las encargué. Siempre adquiero mis libros en formato físico y lo hago personalmente en la librería de mis amigas. Comercio de proximidad (y en su caso máxima calidad). Excepto cuando se trata de libros extranjeros o descatalogados, en cuyo caso acudo a Internet. En esta ocasión, ambos libros, además de otro buen puñado de ejemplares, la mayoría de ellos relacionados con el piragüismo y las canoas, me fueron llegando por paquetería porque todos eran extranjeros. Y llegaron, todos menos uno, justo a tiempo, pocos días antes de que se decretara el estado de alarma causado por la pandemia de coronavirus. Fue una suerte ya que, aunque he estado tremendamente ocupado durante el confinamiento, el pedido me propició un buen arsenal de lectura extra por si acaso se incrementaba el tiempo libre.

Aquellos dos libros que me recomendó Manu los leí seguidos, pero en orden cronológico inverso. Primero el reciente, seguido del antiguo. Y desde el inicio del segundo, ya decidí que dedicaría una entrada del blog a escribir sobre la cuenca de los cañones del río Colorado. Sin duda se trata de un extenso paraje de fama mundial. Fácilmente evocable casi por cualquier persona, gracias a su frecuente utilización como escenario de gran dramatismo y vistosidad en el cine americano. Es además un destino turístico de primer orden. Uno de esos “spots” que aparecen en las hipotéticas listas de los “Top Ten” que “no te puedes perder”, Torre Eiffel incluida. Pero el caso es que, hasta el momento, yo sí que me lo he perdido, y aunque no descarto poder visitarlo en alguna ocasión, hay muchas probabilidades de que no llegue a hacerlo nunca. Y menos en el plan y con el tiempo que me gustaría, que son, precisamente, las dos condiciones en las que lo visitaron los autores (él y ella) de los dos libros por los que he empezado a hablar. En ambos casos se tomaron sus viajes como largos itinerarios de exploración de los ríos. Viajes nómadas, preferentemente localizados en el lecho fluvial, navegando por las tortuosas aguas de los profundos cañones que por allí tejen toda una laberíntica red de abismos. Así pues, a falta de pan, buenas son tortas, y más durante un periodo de tiempo en el que la obligación de permanecer en casa me impedía, no solo no poder viajar al río Colorado, sino siquiera acercarme a darme un garbeo en kayak por cualquier lámina de agua de los alrededores, no fuera a transmitir (o recibir) el contagio del COVID-19 a alguna nutria, martín pescador, etc.

Total, que me animé a tope y me propuse viajar por el Colorado a través de lecturas, mapas, sueños y consultas. Y logré disfrutar mucho durante varias semanas, y aprender, y acabé plasmando parte de todo ello en esta entrada. La historia que voy a contar es de extremos. Con ello quiero decir que se centra en el primer gran viaje realmente significativo por los ríos Green y Colorado, y en uno de los últimos, prácticamente integral, por el río Green (importante afluente del Colorado). Entre ambos otra experiencia anecdótica.

John Wesley Powell está considerado como el principal explorador del río Colorado y sus cañones. Fue un militar con enorme vocación científica y naturista, a la que se pudo dedicar desde que finalizó el conflicto bélico civil que enfrentó a los estados del norte y del sur de los EEUU. Antes de la guerra ya había hecho sus pinitos explorando por las cuencas del Mississippi y otros cursos del Medio-oeste norteamericano. Pero su gran labor exploradora, su impresionante legado descriptivo llegó después, cuando, habiendo perdido su brazo derecho en una batalla, decidió emplearse en cuerpo y alma a recorrer las inmensidades de los territorios desconocidos del oeste. Por lo que he podido leer de su figura, deduzco que Powell era un hombre adelantado a su tiempo. Un verdadero humanista, interesado en conocer a los indios y convivir con ellos, un auténtico apasionado por la geología y bastante aficionado a la etnografía. Un aventurero amante de la vida al aire libre. Duro, capaz de aguantar condiciones ambientales rudas y que no se amilanaba en absoluto pese a no contar con aquel brazo perdido.

Su libro en cuestión es “The Exploration of the Colorado River and Its Canyons” (1895), que yo adquirí en la versión de National Geographic Adventure Classics. Se trata de una obra que fue publicada con retardo. ¡26 años de lapso! entre el viaje y la primera edición. Y no es que el texto no estuviera escrito al poco de acabar el viaje, sino que inicialmente se consideró que sería una obra de nulo impacto comercial. Principalmente por alejarse del género de aventuras. Estas afirmaciones hay que tomarlas en su contexto. El relato, además de ser real, y no una ficción, tiene muertes violentas, muchos peligros y bastante carga aventurera, pero, probablemente poco, si lo comparamos con las novelas y folletines del “Oeste” que se debían de vender como rosquillas en aquellos tiempos. Por otro lado, hay partes de la obra que resultan muy descriptivas, centrándose en aspectos geomorfológicos, geográficos y etnográficos. Ello confiere al texto cierta connotación de informe, que, en el fondo, era lo que más interesaba al propio Powell, pues era su género vocacional y al que dedicó la mayor parte de su trabajo escrito. Trabajo que aún hoy en día se sigue teniendo bastante en cuenta a la hora de tomar decisiones sobre la gestión de aquel territorio. De hecho, la visión editorial del momento no estaba muy errada ya que, cuando finalmente se publicó, resultó un poco fiasco a nivel de ventas. Sin embargo, todo eso cambia cuando lo percibimos desde una perspectiva actual, pues el texto está publicado por varias editoriales, en diferentes formatos, con o sin anotaciones posteriores, etc. Habiendo acabado convertido en todo un clásico de la literatura de exploradores aventureros.

Desde mi punto de vista, el libro es lo suficientemente ameno para hacer las delicias de cualquier aficionado a este género. Es verdad que se emplea mucho en descripciones geomorfológicas y paisajísticas, pero es que se ubica donde se ubica… además, los momentos en los que el texto se vuelve algo más “científico” (o serio) están claramente localizados en los cuatro primeros capítulos y en el último (de los catorce que lo componen). A favor, además del propio contenido, la aventura y del hecho de que aquella fuera la primera exploración “integral” y navegada del río, el texto tiene dos ventajas añadidas. La primera es que, como suele pasar con muchos de los textos clásicos en inglés, su lectura se me hace mucho más sencilla, al presentar una estructuración gramatical muy clásica, muy al estilo del “inglés” que estudié en el colegio. Y la segunda, que el libro incorpora una generosa cantidad de ilustraciones que, procedentes de grabados o plumillas, ofrecen unas imágenes espectaculares y de inigualable belleza. Son dibujos de la época, aunque no he logrado enterarme de su autoría.

Dibujo del libro de Powell. Una vista de cañones desde el río. (Imagen: vistabooks).

El viaje que cuenta Powell se inicia en Green River, localidad por la que pasaba el Old Spanish Trail que, partiendo de Santa Fe (Nuevo México), llegaba hasta Los Ángles (California). En aquel momento ya contaba con conexión de ferrocarril gracias a la Union Pacific Rail Road. Por ese medio llegó una expedición compuesta por 10 hombres con mucho material y cuatro botes de madera. Tres algo más grandes y pesados dotados de pequeñas cubiertas cerradas a proa y popa, y un cuarto más pequeño y ligero completamente abierto. Las cuatro embarcaciones de remos y construidas en madera. El viaje se desarrolló en 1969, iniciándose el 24 de mayo y finalizando el 29 de agosto. 98 días para recorrer unas 1000 millas de lecho fluvial. Todo ello descendiendo por el río Green (hacia el sur) hasta desembocar en el Colorado, para seguir descendiendo por él hasta donde recibe al Virgin por su derecha. La idea inicial era aprovechar el viaje para explorar también, en la medida de lo posible, muchas de sus múltiples ramificaciones laterales, causadas por sus principales afluentes, algo que fueron haciendo rigurosamente casi hasta el final, hasta que las provisiones comenzaron a escasear de modo tan alarmante que tuvieron que optar por no “entretenerse” tanto.

Fotografía del bote del Major John Wesley Powell. El "Emma Dean", en el Grand Canyon National Park, Arizona. 1871. (Imagen: wikipedia).

El viaje en sí debería de catalogarse como un larguísimo “rafting pionero de madera”. Algo francamente arriesgado. No solo por lo inadecuado del material de navegación, sino, además, por lo desconocido del trayecto. Prueba de ello es que ya en junio perdieron uno de los tres botes grandes, como consecuencia de los violentos embates de uno de los múltiples rápidos que tuvieron que superar. La odisea se vio muy enriquecida por la constante añadidura de excursiones a pie y trepadas a través de acantilados y cumbres, en busca del remonte de afluentes, así como de accesos a las mesetas y niveles superiores de los cañones.

La intentona de Powell fue la primera en conseguir el objetivo, pero no en probar. Previamente, en 1825, William Ashley y un grupo de exploradores se embarcaron río abajo, desde el norte de las Montañas Uintah hasta unos rápidos que Powell bautizó como Disaster Falls, porque fue donde ambas expediciones perdieron embarcaciones (Powell el mencionado bote anterior). En aquel lance se ahogaron todos los acompañantes de Ashley excepto uno. Ambos tuvieron que remontar las paredes del cañón y atravesar las Montañas Wasatch hasta conseguir llegar a Salt Lake City, sobreviviendo por recolección. Finalmente fueron acogidos por mormones que les dieron comida y ropas, y los emplearon en la construcción del templo hasta que ganaron lo suficiente como para poder continuar viaje. El tal Ashley fue todo un personaje: minero, especulador de tierras, fabricante, oficial militar del territorio, político, trampero, tratante de pieles, emprendedor y cazador. Pero sobre todo, fue conocido por ser copropietario de la exitosa compañía Rocky Mountain Fur Incorporated, también conocida como Ashley’s Hundred, por los famosos “mountain men” que trabajaron en ella entre 1822 y 1834. El concepto de Mountain Men sigue vigente en los EEUU, una serie de televisión emitida por Mega muestra un plantel de personas que en la actualidad se afanan, en diferentes variantes, en el tipo de actividades a las que se dedicaban los de entonces, en parajes agrestes de los actuales EEUU y con algo de ayuda mecánica moderna (en algunos casos poca). Por otro lado, existe una asociación trans-estatal denominada “The American Mountain Men” cuyos miembros se empeñan en mantener vigente el estilo de vida de los pioneros, adquiriendo grandes destrezas con la utilización exclusiva de recursos naturales y utensilios de las épocas de los primeros pioneros (finales del siglo XVIII y principios del XIX).

 
Preciso mapa esquemático de la ruta completada por Powell. (Imagen: Ron Watters).

La ruta navegada del grupo de Powell se inició en el estado de Wyoming, para, al cabo de poco tiempo, entrar en el estado de Utah, y poco después hacer una breve incursión en forma de gran curva por el estado de Colorado navegando por el famoso Cañón de Lodore. De vuelta a territorio de Utah, el río Green los fue llevando de norte a sur. Fueron empalmando cañones y gargantas, remando, dejándose llevar por la corriente, tratando de negociar rápidos, teniendo que practicar costosos porteos o pasando algunos tramos conflictivos del río mediante el manejo de cuerdas con las que hacer descender los botes vacíos de tripulación. Todo ello, maniobras que me ha tocado hacer en ocasiones con las piraguas, pero en escala micro, comparándolo con las dificultades, dimensiones y pesos del viaje de aquellos aventureros. Pero esa experiencia miniaturizada me ha ayudado a comprender mejor el verdadero calado de lo que describe el relato de Powell. El regreso a Utah se produjo aproximadamente al pasar por el paraje denominado Echo Park, y a lo largo del estado fueron dejando atrás cañones como el Desolation y Labyirinth, así como el territorio de la Reserva Uinta. Aún en Utah, acabaron desembocando en el río Colorado, por el cual siguieron avanzando por una continua sucesión de cañones como el Catarat y el especialmente famoso Glen. En este último, por su margen derecha, desagua el afluente Escalante.

El nombre del río procede del apellido de uno de los primeros exploradores de la zona, el Padre Escalante, que pasó por allí en 1776.

“La expedición de Domínguez y Escalante, o Domínguez-Escalante, fue una expedición de exploración española que se llevó a cabo en 1776 para encontrar una ruta por tierra desde Santa Fe (hoy Nuevo México) hasta las misiones católicas en California, en particular a la de Monterey. Francisco Atanasio Domínguez y Silvestre Vélez de Escalante, sacerdotes franciscanos, y Bernardo Miera y Pacheco, un cartógrafo, viajaron con ocho hombres desde Santa Fe a través del oeste del actual estado de Colorado hasta el Valle de Utah, ahora en el estado de Utah. A lo largo de la travesía fueron ayudados por tres guías timpanog ute. Debido a las dificultades experimentadas durante el viaje, el grupo no alcanzó las Californias, pero regresó a Santa Fe a través de Arizona. Los mapas y la documentación de su expedición fueron de gran ayuda para futuros viajeros. Con el tiempo, su ruta se convirtió en parte del Viejo Sendero Español”. (Wikipedia).

Mapa con las rutas de ida (amarillo) y vuelta (verde) de Dominguez y Escalante. (Imagen retocada de: https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=404482)

Su itinerario de ida configuró el ramal norte de la ruta, el que pasaba por Green River. El regreso decidieron hacerlo más al sur, intentando una vía más directa que los llevó a cruzar el Colorado por el desde entonces llamando Vado de los Padres, al que hace referencia Powell. El papel español en la exploración del oeste americano fue francamente importante y especialmente tempranero. Me interesa aquí hacer mención del cartógrafo que acompañó a los Padres. Bernardo de Miera y Pacheco, reconocido como:

“«quizás el más prolífico e importante cartógrafo de la Nueva España»​ así como un artista, particularmente como santero (tallista de imágenes religiosas).​ Se le ha considerado un polimata, siendo «competente en astronomía, cartografía, matemáticas, geografía, geología, geometría, tácticas militares, comercio, ganadería, enología, metalurgia, idiomas, iconología, iconografía, liturgia, pintura, escultura y dibujo»”. (Wikipedia).

Nada más saber de él quise conocer su origen porque su apellido no engaña. El Miera es un río cántabro. En concreto, el que descendiendo por las laderas del puerto de Lunada conforma uno de los principales valles pasiegos y acaba desembocando, como río principal, en la Bahía de Santander. El Miera, cuando se convierte en ría, cambia de nombre, lo llamamos Cubas, y es uno de mis espacios más frecuentes de práctica del piragüismo. Por otro lado, Miera es una localidad cántabra situada el referido valle. También un apellido pasiego característico, por lo que empecé a sospechar que el gran cartógrafo, siguiendo (conscientemente o no, los pasos de Juan de la Cosa), pudiera ser originario de allí. Y efectivamente, nació en el Valle de Carriedo, comarca igualmente pasiega, recibiendo formación militar por ser hijo de un capitán de caballería.

“Sus mapas fueron examinados por Alexander von Humboldt en 1803 para ayudar a preparar sus propios mapas. Humboldt a su vez compartió la información con el presidente americano Thomas Jefferson un año más tarde y el trabajo de Miera fue copiado por los cartógrafos estadounidenses”. (Wikipedia).

Mapa de aquel territrio trazado por Bernando de Miera y Pacheco. Aunque contenía algún error, resultó fundamental para las posteriores exploraciones y cartografías. (Imagen: Library of Congress, https://www.loc.gov/exhibits/lewisandclark/images/ree0012.jpg)

El itinerario del Powell continuó río Colorado abajo y pasó al estado de Arizona, introduciéndose en el mítico Gran Cañón. Allí acometieron el sector del Cañón Marble. Estaban cerca de su destino, lo suponían, pero ignoraban cuánta distancia quedaba, así como qué tipo de dificultades. Estaban ya en una situación especialmente difícil porque se iban encontrando muchos tramos de gran dificultad y peligro, y se habían quedado prácticamente sin comida. El hambre ya apretaba y el tiempo se acababa. Tres miembros del grupo tomaron un plan alternativo por tierra. El resto continuaron abandonando ya el bote ligero, quedándose con los dos grandes. El destino de aquellos tres lo dejo en el aire, para evitar contar detalles del final de la historia. El resto continuó río abajo. Muy poco antes del final, una noche, acamparon en Grand Wash. A partir de allí pudieron disfrutar de las ventajas de tener algunas referencias para la navegación, ya que contaban con notas procedentes de un grupo de mormones que pocos años antes habían viajado desde St. George (Utah), cargando con un bote. Al llegar a este paraje, aquella partida se había separado. Un grupo había cruzado el río para reconocer las Montañas San Francisco, mientras que tres hombres echaron el bote al gua para llegar hasta Callville, algunas millas por debajo de la desembocadura del río Virgen (Nevada).

Esa desembocadura fue la meta del descenso de la expedición de Powell, la cual, finalmente, tras muchas penalidades, lograron completar con éxito. Incluso desde allí, una vez recuperados, bien alimentados y renovando sus pertrechos, un grupo de cuatro hombres (Sumner, Bradley, Hawkins y Hall, tomaron los dos botes supervivientes y se dispusieron a seguir navegando río abajo con la intención de llegar a Fort Mojave, y quién sabe si, incluso, Los Ángeles. En realidad, creo que Bradley y Hawkins llegaron hasta Ehrenberg (más de 150 km río debajo de Fort Mojave), pero eso es otra historia.

Por su parte, Powell regresó a la civilización, pero volviendo un año más tarde al mismo punto, para iniciar una exploración concienzuda del Río Virgen (Nevada) y de las montañas Uinkaret (Arizona). Lo hizo guiado y apoyado por indios. Empleando caballos como monturas y mulas para acarrear la carga. También caminaron y escalaron mucho, e incluso llevaron a cabo un auténtico descenso acuático (nadando, saltando, caminando…) de cañones. Lo dicho, todo un pionero de los deportes de las aguas salvajes. En la segunda parte de este otro viaje, con caballos y un carro para el material, se centró más en la convivencia con los indios y acometió (caminando) un descenso al pie del Cañón del Colorado. Una especie de sentimental cierre de círculo.

Todavía continuó explorando durante su regreso montado desde el Kanab, y hacia el este, a través de Arizona hasta Nuevo México. Lo narra en los últimos capítulos del libro. Aun centrado en la geografía, pero cada vez más en el estudio etnográfico (de campo) de los indios de varias tribus, aunque entonces, sobre todo navajos y, muy especialmente, indios Pueblo (Zuñi).

John Wesley Powell a caballo, hablando con un Nativo Americano. (Fotografía realizada en 1873 por John K. Hillers).

Como ya he comentado, el libro de Powell contiene unos dibujos francamente buenos. Ignoro si en su expedición, en la que cargaban con barómetros, sextantes, cronómetros y demás aparatos de medida y observación científica, alguno de los miembros de la expedición era dibujante. Powell no habla demasiado de ellos. El relato es un poco personalista. Aunque no los he leído, me consta que hay textos contemporáneos fruto de la investigación de otros relatos relativos a aquel viaje, y alguno de ellos muestra ciertas críticas hacia la figura de Powell. Lo que si queda claro en su texto original es que viajó con algún pintor e ilustradores en otras exploraciones posteriores por la zona. Escribiendo sobre la dificultad de describir la belleza de los paisajes con palabras, menciona a tres pintores: Church, Bierstadt y Thomas Moran. Todos ellos formados en Europa, y miembros destacados de la denominada Escuela del Río Hudson. Igualmente confirma que, tiempo después, viajó con Moran al Gran Cañçon. Él fue el autor de “The Chasm of the Colorado”, lienzo que estuvo colgado en el vestíbulo del ala del senado en el Capitolio.

"The Chasm of the Colorado", por Thomas Moran. (Imagen: Smithsonian American Art Museum)

Frederic Edwin Church pintó paisajes por todo el país, aunque es difícil dar con estampas del río Colorado porque viajó muchísimo, primero por todo el país, y más tarde siguiendo los pasos de su idolatrado Alexander von Humboldt. De hecho, las obras inspiradas en el continente iberoamericano son las que más se suelen destacar de su carrera artística.

Un paisaje cercano a la Bahía del Hudson, pintado por FE Church. (Imagen: Passionforpaitings.com)

En cuanto a Albert Bierstadt, tras formarse recorriendo Alemania y Suiza, en 1859 viajó al Oeste con un equipo de topografía, aquello le sirvió para desarrollar sus estudios de amplias y majestuosas panorámicas de las Montañas Rocosas. Fue un pintor muy centrado en recrear los escenarios de la “conquista del Oeste”, algo que le dio éxito inicial, pero acabó pasándole factura cuando el público empezó a interesarse por otro tipo de temáticas y estilos pictóricos. La parte principal de su obra se centra en la zona de Yosemite y las Rocosas.

Albert Bierstadt: "The Kern River Valley" (California). (Imagen: Wikipedia)

La obra exploradora y geográfica de Powell es una referencia nacional en los EEUU. Su lectura, total o parcial, directa o indirecta, obligada para gran parte de los visitantes que se acercan al Gran Cañón o para quienes se embarcan en la navegación deportiva de algún tramo del Green o del Colorado. Lo fue para Heather Hansman, autora del libro contemporáneo que me había recomendado Manu. Sin embargo, entre los viajes de sendos escritores, entre las cientos o miles de personas que recorrieron parte de estos ríos, hubo uno del que tuve referencia unos cuantos años atrás. Se trata de una anécdota poco o nada significativa para la historia de los viajes por la cuenca del Colorado, pero lo suficientemente curiosa como para dar cuenta de ella aquí.

Allá por los años noventa, más bien al principio de la década, dando clase de EF en un instituto, confeccioné un proyecto educativo consistente en dar cuerpo a una asignatura del entonces todavía vigente BUP. Se trataba de la denominada EATP (Enseñanzas y Actividades Técnico-Profesionales) una especie de “maría” de dos horas semanales que pretendía acercar al alumnado a cierta escueta visión del mundo profesional, a través de la elección de alguna rama concreta. Yo le eché imaginación al asunto y planteé un proyecto de asignatura titulado Actividades Deportivas en la Naturaleza. Tuve que tramitarlo ante el Ministerio porque en aquella época aún no le habían transferido a Cantabria las competencias en materia de Educación. Me lo aprobaron y, durante los últimos cursos de vida del BUP (creo que fueron dos), la estuve impartiendo en el centro. La organización era la siguiente. Cada mes de curso escolar nos centrábamos en algún tipo de modalidad (montañismo, vela, piragüismo, BTT, cicloturismo de alforjas, espeleología, turismo ecuestre, etc.). Las dos horas semanales en el centro las dedicábamos a conocer y familiarizarnos con el material, trabajar la cartografía, ver algún documental al respecto, e incluso prepararnos motrizmente para la práctica. Después, un fin de semana, acometíamos una excursión de la modalidad correspondiente. Cuando llegó el momento del piragüismo, no recuerdo cómo ni de dónde lo saqué, disponía de un documental en el que un grupo de expedicionarios acometía un descenso de varios días por las aguas del Colorado. La mayor parte de ellos descendían en embarcaciones neumáticas de rafting, aunque había expertos que lo hacían en kayaks de aguas bravas. Uno de ellos, incluso, llevaba un barco muy especial, que apenas tenía calado y navegaba semihundido. La destreza para el control y esquimotaje del palista era tal que, en algunos tramos, incluso prescindía de llevar pala, navegaba con las manos. Pero el que más me impresionó, y más envidia sana me provocaba, era un hombre que viajaba en una canoa canadiense abierta y de generosa capacidad de carga, con la cual controlaba perfectamente los rápidos y hacía también esquimotajes sin problemas.

Perdí aquella cinta de video. Incluso me olvidé por completo del documental, hasta que la lectura de estos libros me lo recordaron. Para recuperar parte de la información apenas recordaba una pista: que el patronazgo y liderazgo mediático de la aventura había corrido a cargo de Glenn Frey, el músico de los Eagles. Así que me puse a buscar por Internet, y aunque reconozco que me costó bastante, al final di con una somera información sobre todo aquello. Lo denominaron “Expedition Earth”, quedando asociado a la canción "Grand Canyon: River of Dreams" (1991). El viaje duró 18 jornadas y aprovecharon la película para subrayar las bondades naturales y ecológicas del Cañón y, sobre todo, hacer causa ecologista ante temas controvertidos como la presa del Cañón Glen, la estación energética Navajo y la minería de uranio. Frey participó remando, ejerciendo de narrador y dotó de música a la película.

Carátula de la cinta de video del documental "Grand Canyon: River od Dreams". (Imagen: glennfreyonline).


 Captura de pantalla de la cinta. Glenn Frey en primer plano afanándose con una pala en los rápidos del río. (Imagen: glennfreyonline).

La película tiene mucha acción deportiva extrema. Y para aquella época resultaba impactante y entretenida. La variedad de embarcaciones amenizaba mucho y todo ello se mezclaba con el tratamiento de asuntos etnográficos (canoas antiguas), geográficos, históricos y de problemática medioambiental.

"Una solución a largo plazo para algunos de estos problemas es iniciar el surgimiento de una generación de niños con conciencia ambiental, y hacer de la conservación y el ambientalismo una parte tan importante de la educación de la infancia como las matemáticas o la lectura”. (Glenn Frey).

Aquel mensaje u otros similares, la película misma o el tipo de educación al que hacía referencia la cita, debieron influir profundamente sobre nuestra siguiente protagonista, Heather Hansman, la autora de “Down River. Into the future of water in the West”. University of Chicago Press. 2019. Lo digo porque es un libro que combina permanentemente el análisis ambiental multifactorial del río Green (y por extensión toda la cuenca del Colorado) con su descenso por medios deportivos de aventura.

En el fondo, lo que expresa Hansman a lo largo de sus páginas es una pormenorizada y compleja visión de muchos de los aspectos de interacción que ya eran puestos encima de la mesa en el documental de Frey. Lo hace treinta años después, pero la mayoría de los puntos de conflicto siguen siendo los mismos y ya fueron expuestos entonces. A favor de esta joven aventurera está su metodología al proceder, pues lo que hace es ir visitando y entrevistando a muchas personas que representan a un amplio espectro de partes implicadas. Ella centra el estudio en el río Green, poderoso afluente del Colorado que viene del norte. Aquel por el que inició Powell su descenso. El Green es una especie de encrucijada de tres estados míticos desde el punto de vista del paisaje natural: Wyoming, Colorado y Utah. Durante la mayor parte de su recorrido, el curso fluvial es un verdadero río que atraviesa, a gran profundidad, el desierto. La autora hace el viaje combinando tramos en Raft-pack con escapadas en coche para poder portear las presas ahora existentes, así como para visitar algunos lugares y a personas de interés (ranchos, plantas de energía, etc.). Hay tramos en los que incluso practica el rafting (en el Yampa, o en un tramo del Green acompañada por sus padres), así como el remo en canoa (en el curso bajo, hacia el final del viaje). Hasta en algún momento monta en bicicleta o, desde luego, enriquece la exploración mediante el senderismo.

En cuanto al estudio “socio-hidrográfico” que la autora hace del río, es bastante completo y complejo. En el sentido de incorporar muchos elementos que interactúan entre sí. Tanto, que no pueden establecerse conclusiones cerradas en forma de soluciones claras a los diferentes problemas existentes. Tras su lectura, para ordenar un poco mis ideas, me permití el lujo de componer un mapa conceptual al respecto. Mapa que no voy a explicar aquí para no alargarme y porque es uno de los contenidos esenciales del libro.

Mapa de la problemática sistémica del río Green + Colorado. Elaboración propia.

Parte del problema radica en las dificultades de acuerdos y cesiones de las partes interesadas. Sobre todo, en opinión de la escritora, no solo por el cruce directo de intereses, sino también por temor a que cesiones temporales deriven en pérdida posterior sobre derechos en el reparto de agua. Tales derechos (algunos de ellos históricos), las preferencias sectoriales con respecto a los diferentes regímenes de caudal, los efectos de los cambios climáticos (con sus sequías y sus precipitaciones repentinas), etc. Lían más y más la madeja de un sistema que, además es local, comarcal e interestatal.

Otra cuestión interesante que Hansman señala hacia el final de su relato es el concepto de río original. Algo que considera muy difícil de definir e irrecuperable. Comenta, por ejemplo, que, aunque actualmente se decidiera destruir las presas, el río no volvería a ser el mismo que supuestamente sería ahora si no las hubiera habido nunca. No lo sería porque, evoluciones biológicas y de erosión aparte, los miles de toneladas de sedimento acumulado en el fondo de los pantanos romperían todo el sentido dinámico del conjunto. En parte permaneciendo en el fondo (habiendo cambiado el perfil del curso) y en parte viéndose liberados repentinamente (causando un efecto impredecible en su huida a través de la cuenca). 

Toda esta problemática y constante fuente de debate es algo que conozco bien porque es fácilmente trasladable a nuestros ríos. Es el caso de las presas de los Arribes del Duero, los trasvases del Tajo, etc. Desde hace unos pocos años, en un proyecto que voy realizando por partes, voy viajando por los cursos completos de algunos de los grandes ríos peninsulares, empezando por el Duero y el Ebro. Y en ambos me he encontrado, de forma latente, muchos de los conflictos que esta escritora plantea para el Green. Una diferencia que si he visto en su libro tiene que ver con cierta clasificación gubernamental que los EEUU aplica a sus cursos fluviales. Afecta a su nivel de protección, y los más protegidos son los calificados como ríos “escénicos” (de interés natural pero que cuentan con algún que otro acceso por carretera) y “salvajes” (que únicamente tienen acceso a través de la naturaleza virgen).

Tal y como he comentado antes. Gran parte del viaje protagonizado por Heather Hansman lo realiza con una embarcación de “raftpack”. Este tipo de botes están bastante de moda actualmente. Básicamente, son una especie de bote neumático de muy cortas dimensiones, que son manejados en modo de kayak y disponen de un cubrebañeras integral. Son ligeros y fácilmente desmontables, de manera que resultan adecuados para poderlos combinar con otras formas de progresión en la naturaleza. Especialmente meterlos en la mochila para llevarlos de trekking. Mi amigo Manu está muy animado a iniciarse en su utilización. A mí también me resulta apetecible, pero le encuentro varias pegas. Una es que sus propiedades de navegación resultan muy buenas para aguas muy movidas, pero desesperantes para aguas tranquilas o lentas. No son aptas para jornadas de bastante kilometraje. Otra es que son muy sencillas de portar plegadas, pero, por el contrario, dificultan la mayoría de las opciones de poder llevar en ellas otro medio de transporte combinando (hay quien carga la bicicleta, pero analizándolo bien, es más para filmar videos sugerentes, que algo realmente operativo). El asunto de tratar de combinar de forma eficaz (y sin apoyo externo) los viajes de “piragüismo” con el ciclismo, turismo ecuestre, u otros medios que impliquen “material duro”, todavía no está verdaderamente resuelto. Una lástima.

Heather Hansman (probablemente durante la parte final del viaje) a bordo de una canoa candiense. El último tramo lo completó con unas amigas en canoas. (Imagen: newsweek).


Ella misma, posando con un raft-pack. (Imagen:
soundcloud).

Un detalle que no se me escapó durante la lectura de este último libro fue que la protagonista comentase que, durante algunos tramos, sufriera un molesto y extenuante viento en contra. Es algo que he me resulta familiar porque lo he experimentado tanto en el Duero como en el Ebro y en ambos casos, como en el suyo, muchas veces tiene que ver con planificar los viajes para el verano. Entonces, la temperatura interior es muy elevada, puede que bastantes grados más que en la costa, generando un efecto térmico por el cual el aire caliente interior se eleva, haciendo que por la cuenca del río ascienda una corriente de aire algo más fresco procedente de la desembocadura. Pero claro, todos preferimos viajar por el agua en verano.

La protagonista da muestras de cierta aprensión, incluso miedo, en algunos momentos. Y suele tener más que ver con el escaso entorno social con el que se fue encontrando (hubo periodos de absoluta soledad) que con los peligros puramente físicos de la navegación. En ocasiones sintió preocupación por viajar sola, y en algún momento eludió el encuentro con una persona cuya apariencia la preocupaba.

Esta entrada y las lecturas que la han motivado han ocupado parte de mi confinamiento provocado por el coronavirus. Me han entretenido mucho y me han ayudado a pasarlo mejor. Pero también han espoleado mis ganas de volver al agua y a las palas. De viajar en kayak. Pero es que, además, con el añadido de algunos otros libros adquiridos que aun están por leer, me han recordado otra forma de práctica que disfruté tiempo atrás, que fui abandonando por su mayor lentitud, pero que, para determinados planteamientos, resulta ideal. Me refiero a la navegación en canoa canadiense turística. Embarcación ideal para duetos, con buena relación de avance-estabilidad, muy polivalente y excepcional capacidad de carga. Ahora mismo me siento con muchas ganas de recuperar su práctica. Ya veremos.


2 comentarios:

  1. Utah esta muy lejos amigo José. Pero los cañones del Sil, las hoces del Duratón, los arribes del Duero, están a 4-5 horas de coche. A veces añoramos(y me incluyo en este grupo) la lejanía, el mito, y olvidamos que gozamos de paraísos muy muy cercanos para practicar senderismo, ciclismo de monte, de carretera, de alforjas, piragüismo, esquí... que en nada desmerecen a esos lugares de "culto". Personalmente tengo una deuda naútica con esos rios que he comentado y algún día cuando pase toda esta pesadilla...

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  2. Lo sé amigo, y como bien sabes tú, los aprovecho. Sin ir más lejos, de lo que nombras:
    - Baje un gran tramo de los Arribes en canoa canadiense hace años, cuando todavía se podía transitar por algunos tramos para los cuales ahora es difícil o imposible conseguir permiso. Y sí, son espectaculares.
    - También he paleado por un bellísimo tramo de las hoces del Duratón. Me gustó tanto que he estado allí tres veces. Muy recomendable.
    - Y los del Síl (je, je) iba a ser uno de mis planes de este verano. Pero lo aplazaré.
    Estoy contigo en que lo que hay que hacer es aprovechar lo posible. Además, que el Colorado me apetezca es una cosa, y otra bien distinta es que estuviera dispuesto a cambiar donde vivo por ningún otro lugar (ya te lo imaginas ¿verdad?).
    Un abrazo.

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