"Que la
sociedad correspondiente al Club Pickwick queda por consiguiente constituida
desde ahora; y que los señores […], quedan nombrados miembros de la misma, y
que serán requeridos para que, de vez en cuando, presenten informes directos de
sus viajes e investigaciones, de sus observaciones sobre costumbres y
caracteres, y de la totalidad de sus aventuras, juntamente con todas las
narraciones y documentos a que puedan dar lugar la contemplación de los lugares
o sus recuerdos, dirigiéndose al Club Pickwick, radicado en Londres.
Que esta Asociación admite cordialmente el principio de
que cada miembro de la Sociedad Correspondiente sufrague sus propios gastos de
viaje; y que no ve en absoluto ninguna objeción en cuanto a que los miembros de
la mencionada Sociedad continúen sus investigaciones durante toda la extensión
de tiempo que les parezca bien, bajo los mismos términos”.
Charles Dickens (“Los papeles póstumos del Club Pickwick”)
Tengo que reconocerlo: antes de embarcarme en el primer
episodio de la Challenge Retro me daba mucha pereza y hasta aprensión este
evento en el condado de Lancaster. Por varias razones: una por ir sólo y tener
que pasar cuatro días allí a causa de las combinaciones de vuelo (low-cost);
otra por viajar con la bicicleta a cuestas y tener que pasar varios filtros de
logística hasta llegar al evento propiamente dicho; y una más ¡la principal! temerme
un clima infernal durante el recorrido, con frío y agua. No en vano, Sean (el
organizador) mandaba emails la última semana informándonos a los participantes
del estado de las carreteras, que finalmente quedaron libres de nieve a cuatro
días de la fecha.
Bueno, pues ahora que ya estoy de regreso he de decir que me
ha merecido la pena, y aprovecho el blog esta semana para contar un poco mi
experiencia. Aunque la prueba estuvo justo en medio de mis días allí, por
agilizar dividiré la crónica en dos partes: relativa a la experiencia ciclista
por un lado y al turismo en Manchester por el otro.
Para llegar al evento, el viaje podemos decir que fue
singular. La bici empezó y acabó en una bolsa de viaje (blanda) para
bicicletas. Primero en el coche hasta Bilbao (gracias Cristina por llevarme y
traerme); después facturada en el avión y a mi lado en tren hasta el albergue
juvenil de Manchester. Todo ello el primer día de viaje con los tramos intermedios
al hombro. El segundo día de aproximación ya fue montado en la bicicleta y con
una mochila sobre los hombros (¡y un candado! Para las visitas intermedias):
9,5 millas de pedaleo desde el centro de Manchester hasta una pequeña ciudad al
norte (Bury), por extrarradio llevadero, con poco tráfico por ser sábado y una
estrecha franja pintada para bicicletas la mayor parte del recorrido (en esta
ocasión me ha costado mucho concentrarme en el sentido inverso de circulación
en cruces y rotondas); allí, ¡auténtico tren de vapor (servicio regular)! Hasta
Rawtenstall (una gozada, hasta con vagón de mercancías para la bici, cochecitos
de niño, etc.), por supuesto todo el personal de estación, tren, etc.
uniformado acorde con la edad de la locomotora; y desde dicha localidad, a
pedalear de nuevo, unas 5 millas, más hasta mi alojamiento. Afortunadamente
todo ello ocurría con sendos días luminosos y preciosos de luz, aunque bastante
fríos.
El domingo, tras el desayuno inglés de rigor (fantástica
costumbre para salir en bicicleta), a las 8 de la mañana, con sol y varios
grados por debajo de 0º (el estanque del B&B tenía una capa de hielo
permanente de unos 5 cm de grosor), pedalear de regreso 4 millas para llegar al
Craven Heifer Pub (punto de salida y final de la ruta), donde se firmaba el
registro de salida, nos concentrábamos los 220 participantes aproximadamente y
nos servían café o té con leche y canela, mientras colocábamos el dorsal a la
bicicleta. Allí yo era la “rara avis”, el único no residente en UK y que además
había volado desde la “soleada España” a pedalear con frío por los cerros de
Pendle… ¡se mostraban bastante sorprendidos y… muy maravillados ante la
aparentemente frágil, ligera y estilizada bicicleta italiana (Alan)! (la cual
por cierto se llevó muchos piropos expertos). Por allí abundaban las Raleigh y
algunas marcas inglesas minoritarias menos conocidas para mí. La concentración
es un poco especial. Admiten todo tipo de bicicletas, “vintage” y actuales. Lo
que pasa es que las retro salen un cuarto de hora antes y el resto más tarde.
Esto hace que casi siempre vayas rodeado por bicicletas antiguas y poco a poco,
de vez en cuando te pasen algunos con modernidades. Pero por lo que yo vi en
esta tercera edición se dieron dos circunstancias a favor de lo retro: primera,
que cada año hay más gente que se agencia una antigua (con mayor o menor
acierto), por lo cual la proporción aumenta; y segunda, que imagino que los
“contemporáneos” que vienen aquí, lo hacen porque no son demasiado cañeros (a
pesar de verse bastantes “pepinos”), o se lo toman con calma, pues la verdad es
que no vi que pasaran tantos adelantándonos (creo que acabé entre el primer
cuarto del grupo, parando a hacer fotos, avituallamiento, etc.). En resumen que
si que era una actividad no competitiva, muy agradable y con bastante espíritu “vintage”.
La ruta resultó de 53 millas (85 km), y mucho más dura de
lo previsto. Está claro que tengo que entrenar mucho más para todos aquellos
eventos que superen los 100 km (especialmente l’Eroica, aunque para esa tengo
hasta octubre; y la Veló Veritas que con 170 km y en junio, actualmente me
preocupa mucho más). El recorrido era un constante “rompepiernas” con cinco o
seis “puertos ingleses” (destacando el Nick of Pendle y el Waddington Fell). Ya
expliqué anteriormente qué es eso de un “puerto inglés”: altos de entre 2 a 4
km de largo pero con rampas repentinas muy duras (desconozco los porcentajes,
pero algún 18% puede que hubiera por ahí incrustado). Esto hacía que si bien
pudieras pedalearlo todo, el hecho de llevar un 42x23 te obligaba a ir trancado
algunos tramos y exigir, demasiado de vez en cuando, un esfuerzo puramente
muscular algo excesivo. Eso finalmente hizo que las últimas 10 millas se me
hicieran demasiado duras al encontrarme un permanente y fuerte viento frontal
(además de gélido) del este.
Foto por: www.ciclesportphotos.com
El inicio de la ruta pasaba por varias localidades de
carretera y no llamaba la atención, hasta que llegamos a la comarca de los
montes Peninos donde se sucedieron dos de los ascensos más duros y la nieve
abundaba por los romos cerros y las cunetas. Hasta allí rodábamos tranquilos en
grupitos, charlando y admirando las monturas de los demás. Esa zona es bastante
agreste por lo expuesta al aire y por lo desolado del paisaje, que se presta
perfectamente a que en la comarca cuajen como lo hacen las leyendas relativas a
las brujas. Con ello quiero decir que ofrece un atractivo invernal muy inglés.
Tanto subir y bajar, hacen que el recorrido resulte muy entretenido y tras
llegar al punto más al norte de la ruta, un descenso nos dejaba en el
avituallamiento junto a un puente de piedra. Allí un corto charloteo, unos “puddings”,
agua y de nuevo en ruta. Precisamente entre ese punto y un largo trayecto hacia
el sur, me encontré pedaleando a solas mucho tiempo, momentos que aproveché
para disfrutar del paisaje que casualmente resultó, en mi opinión, el más
atractivo de la jornada. Se trataba de un valle más bien abierto, con muchas
granjas, casas de piedra y aldeas sin síntomas de modernidad, así como algún
que otro pub rural tentador. Además me cruzaba con bastantes cicloturistas
solitarios o en pequeño grupo, la mayoría de los cuales rodaban con su
bicicleta típica con guardabarros y la pertinente alforja con lo fundamental
para un día de “trail”. Finalmente di alcance a un compañero que iba algo
castigado y rodé con él hasta que alguien más se unió y me tomé la libertad de
volver a mi ritmo por delante. Había algunos tramos de enlace y cruce de vías
rápidas y de nuevo cerros que superar. El final, ya lo he comentado, duro por
el viento constante y la acumulación de fatiga muscular en las piernas.
Pero cuando llegas al destino reconocido habiendo
completado la ruta, te inunda esa satisfacción que todo lo cura. Allí nos
esperaba la camaradería, el calor, una comida caliente a base de una especie de
tartaleta salada rellena de algún tipo de crema y la consabida pinta de cerveza
en el matiz de color y amargura que cada uno deseara. Una cuestión antes de que
se me olvide: acerté con la ropa. Dos térmicas de esquiar por debajo del
maillot de lana de manga corta y un cortavientos de “goretex” que me quitaba en
las subidas más duras; guantes de bici de invierno, gorro de bici de invierno
debajo del casco, unas mallas de correr debajo de un culote largo de lana;
medias de deporte de caña alta, gafas y un “buff” para el cuello. Sudé algo en
algunos tramos pero no me quedé frío nunca, pese a sentir esa sensación de que hacer…
¡hacía mucho frío! Lo único realmente molesto fue experimentar una sensación de
esas de antaño, en los dedos de los pies, de cuando esquiábamos con las botas
de hace cuarenta años y se nos congelaban, lo cual se mantuvo aproximadamente
la primera hora y media de recorrido, para desaparecer por completo a partir de
entonces. La verdad es que para mí el tiempo fue perfecto, con buena luz (me
contaron que el año anterior tuvieron que llevar luces y no se veía nada en
todo el recorrido) y el firme completamente seco, a pesar de alguna que otra
visible placa de hielo y de que en la cumbre del Nick apareció ligera
precipitación de agua-nieve.
Finalizada la ruta, el refrigerio y descanso inicial, aún a
la espera de que llegara todo el mundo (este evento es modalidad “sin pelotón”
en el que cada cual va a su ritmo, para o sigue cuando quiere, lo cual se ve
facilitado por una eficacísima y a la par que discreta señalización a lo largo
de todo el recorrido), me tuve que marchar. Así que me fui despidiendo de mis
eventuales amigos del trayecto (me faltó hacerlo de Sean a quién un par de
vicisitudes ajenas y una auto-declarada evidente falta de forma, traían con
mucho retraso) y me monté de nuevo en la bicicleta para mi regreso combinado de
bicicleta, tren de vapor y bicicleta, hasta Manchester.
Precisamente esta ciudad me ha sorprendido en muchos
aspectos. Creo que nunca hubiera viajado expresamente a ella, sino hubiera sido
por alguna causa especial como en esta ocasión. Sin embargo he de admitir que
me ha gustado bastante. Su centro, la ciudad propiamente dicha, es bastante más
pequeño de lo que pensaba, se puede recorrer caminando perfectamente, lo cual
siempre es de agradecer cuando visitas una ciudad como turista (siempre y
cuando vayas dotado de calzado de “goretex”, cortavientos, buena pana, guantes
y gorra de invierno). La estética mantiene todos los vestigios de la
arquitectura de la revolución industrial, con extensos edificios de ladrillo
rojo. Más básicos los puramente industriales y más pretenciosos y decorados los
de negocios. Sobre esa base, su urbanismo ha sabido insertar una nueva
arquitectura bastada en el cristal, las aristas y las alturas aisladas, que le
dan gran contraste de formas y luces. Si a todo ello le añadimos unas lazadas
de vías de tren, trenzadas con otras de canales fluviales, pues el coctel
resulta bastante singular… y desde mi particular punto de vista, atractivo.
Se circula bien en bicicleta, aunque hay que tener buena
ropa, mucho vello, o ser extremadamente aguerrido para hacerlo en pleno
invierno, pero los y las hay, os lo prometo. Aunque afortunadamente se pasea
bien igualmente. A mí me dio tiempo para cumplir todos mis objetivos culturales
previos:
- Visitar la biblioteca gótica de John Rylands, que es una verdadera maravilla interior para cualquier amante de los libros (podrían utilizarla como decorado para Harry Potter perfectamente).
- Recorrer el National Football Museum, por motivos docentes. Todo lo contrario, muy moderno, interactivo y cargado de imágenes, pensando más en los niños y jóvenes de ahora.
- Recrearme en la Gallery of Arts, que a mi juicio tiene una dimensión ideal, con contenido suficiente para disfrutar sin llegar a empacharte, y que sin grandes pretensiones de renombre, ofrece un variado repertorio de cuadros de pintores británicos de épocas pre y victoriana, con paisajes, escenas costumbristas idílicas y retratos deliciosos.
- Visitar al completo el MOSI (Museo de las Ciencias y la Industria), el cual por su gran extensión ofrece, en lo que a mí respecta, luces y sobras. La localización es perfecta: las dependencias e instalaciones de una de las antiguas y enormes estaciones mercantiles de ferrocarril. El contenido para gustos. Personalmente disfruté mucho de una nave enteramente dedicada a la historia del negocio de la industria textil, que debió suponer ser el principal motor económico de esta ciudad durante el periodo industrial del S XIX. También me agradó mucho un palacete de estructura metálica dedicada a la aeronáutica y un poco de automoción. Y sobre todo, una gran nave dedicada al “power”: las máquinas hidráulicas, eléctricas, de gas y… especialmente ¡de vapor! Vaya despliegue de artefactos en perfecto estado, originales en su mayoría y funcionando muchos de ellos. Para locomotoras, para talleres, para todo. Irremediablemente me acordé de mi padre y de cuánto le hubiera gustado una visita a este museo.
De los pubs ingleses dos breves anotaciones: en las
localidades del norte me defraudaron porque no me dieron la posibilidad de
cenar y andaban algo lúgubres de “parroquia”; en Manchester tan acogedores como
de ellos se espera, con salones, butacones, envidiable decoración original por
dentro y por fuera, alguna que otra chimenea, comida asequible y excelente
surtido de pintas de cervezas al gusto del consumidor (yo habitualmente me
decanto por “lager”, entre las cuales siempre hay varias opciones para elegir).
Voy a despedirme de esta crónica con un último apunte
sobre cultura ciclista. Empiezo por destacar que la Alan se comportó fenomenal,
aguantando el rocambolesco viaje de ida y de vuelta, y sin un solo fallo o
percance durante la ruta. Por cierto que definitivamente su sillín de piel
original y gastado, marca “Ideal”, resulta ideal. Sigo con una anécdota: en
plena Deansgate Street, calle importante y principal de la ciudad, encontré una
lujosa tienda específica de bicicletas Pinarello, y entre otras piezas
atractivas, exquisitas o de última generación, tenían expuesta una Pinarello
Veneto. Se trata de una réplica que la marca comercializa actualmente con
desarrollos “compact”, que es idéntica al modelo con el que corrieron Indurain y
muchos otros en épocas gloriosas: roja y cromada, con cableado exterior,
manetas de cambio en el tubo, etc. Cuando los fabricantes empiezan a levantar las
orejas es que no debemos ser tan pocos… Finalmente un apunte de localismo
ciclista histórico: en la peculiar pequeña colección de bicicletas que hay en
el MOSI destacan varias originales de Johny Berry (1908 – 1974). Este individuo
fue corredor ciclista, pero antes, durante y después de ello, a lo largo de
toda su vida, mecánico y constructor de bicicletas. Sus cuadros artesanos
alcanzaron gran fama y su tienda-taller en Manchester fue un referente de
prestigio para los amantes de la pista, la ruta o el turismo ciclista. Lamento
la calidad de las fotos, pero he preferido incrustar unas originales en vez de
otras extraídas de internet.
Y con
este relato da comienzo definitivamente la Challenge Retro 2013. Tras meses de
espera y excitación, el proyecto ha cobrado vida real sobre la carretera. La
próxima cita en tierras del Penedés en mayo (La Pedals de Clip).
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