“Me considero anfitrión del mundo. Aquí se alojan viajeros
no sólo de toda Europa, sino también de ultramar y de oriente. Nadie les
pregunta sus creencias con tal de que respeten las de los demás. No necesitan
exhibir salvoconductos, les basta el certificado innato de su humanidad. Se les
recibe cordialmente y nadie apresura su marcha: no quiero parecerme a los reyes
que conocemos ni tampoco a la propia vida, que suele ser inhóspita”.
Fernando Savater (“El jardín
de las dudas” [palabras que el autor pone en boca de Voltaire])
La Challenge Retro 2013 va llegando a su fin. Esta semana me
encamino a participar en la anteúltima prueba de las seleccionadas, y que me
han llevado por diferentes comarcas españolas y a varios países europeos. Hace ya
varias semanas que me refería al
comienzo de lo que entonces denominé “temporada francesa”, y este inminente
evento, dará fin a dicha temporada, anunciando el cercano final de toda la
Challenge.
El escenario lo merece: viajo a París. La cita es en una población situada a unos 40 km de la “ciudad de la luz”, al este o sureste de la misma. Allí pedalearé, pero la estancia y la visita en general la voy a vivir en París, y como siempre (en esto soy muy afortunado) viviendo la ciudad desde su centro. París me apasiona, es (a excepción de Madrid, donde viví como estudiante durante cinco años) la capital de país que mejor conozco y más haya visitado. La causa principal no es otra que una significativa vinculación familiar con unos pocos residentes, la cual aprovecho, sin hacer ascos, con frecuencia. Todo lo contrario, con gran placer. Así que ya he perdido la cuenta de las ocasiones en las que he estado allí. Y todas ellas me han aportado vivencias interesantes, y me han proporcionado emociones y sensaciones agradables, así como numerosos momentos de felicidad. Resumiendo, que me gusta mucho París y que me alegra poder disfrutar del privilegio de poder viajar allí en cualquier momento.
La segunda vez que visité París (la primera fue demasiado
fugaz, aunque entrañable) llegamos allí en moto, cargados con maletas
laterales, baúl y bolsa de depósito. Veníamos desde La Rochelle y Biarritz, y
era el comienzo de un largo periplo que nos haría recorrer gran parte de Europa
durante aproximadamente un mes. La estancia allí fue de lo más agradable y
relajada, y dio mucho de sí. Nos alojamos entonces en un típico piso parisino
en el Boulevard Malesherves, bastante céntrico, al norte, aunque siempre dentro
del Peripherique. [Apéndice I: resulta que el tal Malesherbes fue un censor
gubernamental. Pero de esos que nos hubieran venido bien a todos en cualquier
caso histórico en el que la humanidad haya tenido que sufrir a un censor. Lo
digo porque él fue pieza clave en conseguir que la Enciclopedia impulsada por
Diderot, d´Alembert y compañía no fuese censurada, clausurada o abortada. O al
menos eso parecía opinar Voltaire. La Enciclopedia fue una iniciativa del
conocimiento humano sin paragón, una auténtica revolución en lo que a la
divulgación cultural, científica, artesanal, profesional, tecnológica, etc. se
refiere. Algo casi comparable en su día a lo que la irrupción de internet ha
supuesto para nosotros en la actualidad. Todo ello además en un momento de
efervescencia del pensamiento, la filosofía y la revolución ideológica en
Occidente. Y todo ello con un estilo, elegancia, calidad y rigor impresionantes
para la época. Lo puedo afirmar porque atesoro un facsímil de láminas del Tomo
VII, de un tema que me gusta mucho, correspondientes a la edición de 1769].
[Apéndice II: precisamente esta misma calle es donde Coco Chanel (nacida en
Saumur, ciudad que la homenajea cada año en la Velo Vintage), se instaló al
llegar a París, en unpequeño apartamente en el que también ubicaría su primera
tienda se sombreros]. A parte de recorrer y disfrutar sin prisas muchos de los
barrios y lugares más conocidos de la ciudad (que siendo una actividad
aparentemente simple, en París se convierte en una experiencia maravillosa en
la puede el paseante pasar de los barrios más bohemios a la majestuosidad de
los edificios y enormes espacios clásicos, a los detalles del canal, etc.), las
circunstancias nos llevaron a pasar una jornada en el complejo de negocios de
La Defense, tomado aquellos días por una especie de feria del deporte que había
instalado todo tipo de equipamientos deportivos entre los imponentes edificios
que homenajeaban (estaba de moda entonces) el desarrollo, el progreso, los
grandes negocios y la modernidad arquitectónica. La paradoja se encontraba allí
de forma fugaz: el citius, altius, fortius del deporte ante la misma tripleta
filosófica de la arquitectura iconográfica del final de siglo XX europeo.
Recuerdo todo aquello, porque visitando una especie de palacio de exposiciones,
vimos en directo, en una pantalla gigante el final de la etapa del Tour de
1991, en la que Miguel Indurain se enfundó el maillot amarillo, creo que por
primera vez, en lo que constituiría, a la postre, el comienzo de su
incontestable reinado en el Tour de Francia.
En París uno puede disfrutar de muchos placeres y
escenarios culturales e históricos. Precisamente la música no parece ser de lo
más destacado por el resto del mundo. Salvando a los clásicos, los intérpretes
y compositores franceses son por lo general unos grandes desconocidos para el público
español. También para mí, aunque algunos músicos galos me gustan y procuro
escuchar lo que allí valoran y escuchan algunos sectores de la población,
cuando tengo la oportunidad de hacerlo. Pero vamos, que no es música
precisamente lo que más trato de buscar cuando visito el país vecino. Sin
embargo, de nuevo las circunstancias han hecho, que en dos de las ocasiones en
que he visitado París, haya podido asistir a sendos conciertos de música
moderna. El primero completamente “indy”, de Mister Crock (el grupo en el que
mi sobrino Marc ejerce de baterista). Fue en un local retirado y de lo más
discreto y “underground”, aunque su música, bastante ecléctica, no lo sea en
absoluto. Lo pasamos bien, sobre todo por la compañía, el ambiente juvenil y
alternativo, y el apego emocional al músico de la familia.
El otro concierto ya fueron
palabras mayores. Nada más y nada menos que Patricia Kaas, en La Villete, ante
miles de espectadores en un conciertazo importante. Y además fuimos en moto,
nos cruzamos media ciudad en sendas motos grandes, cada pareja en una para
asistir a un concierto nocturno repleto de fans. La cantante apenas es conocida
en nuestro país. Sin embargo un ídolo para miles de seguidores que la veneran
en Francia desde hace ya décadas. A mí me encanta, especialmente cuando canta
el repertorio de toda su época inicial, que resulta más bien cabaretero. Aquí
enlazo un par de videos de dos de sus canciones más famosas, para que los
lectores puedan juzgar por sí mismos. Imagínense a esta mujer, cuando aún no
había cumplido los 20 años, seduciendo a grupos de rudos mineros de provincias
en locales pequeños en los que lo buscado era la evasión del duro trabajo y la
bebida. Con su voz poderosa y rasposa cuando se hace necesario, y su sentido
musical los encandilaba a todos. Por lo visto así es como empezó.
Y otro...
De mi experiencia personal previa en París podría estar
escribiendo párrafos y más párrafos, y lograría, sin lugar a dudas, aburrir a
todo el mundo. Sobre su historia, su importancia clave en la historia europea y
mundial, más, pero estaría perdiendo el tiempo, pues millones de personas
habrán escrito más y mejor al respecto. Sin embargo algo me apetece contar, y
para no perderme he decidido comentar levemente algunos asuntos relativos a la
ciudad, que sin ser los más típicos, tópicos, importantes o destacables
formalmente, personalmente me llamaron la atención en su día o aún me hacen
recordarlos. Empezaré por los parques. París tiene varios parques. Uno de ellos
es enorme: el Bois de Boulogne, al que se accede relativamente fácilmente desde
el centro oeste de la ciudad (también me alojé de gorrón en un excelente piso
justo enfrente de la embajada rusa, limitando prácticamente con el parque al
que hago referencia ahora). El Bois de Boulogne se llena de ciclistas los
domingos, por supuesto de esos que pedalean despacio o de familias en bicicletas, pero también de
auténticos pelotones nutridos, que generan ataques, escapadas, sprints, etc.
Por allí he paseado una vez en barca de remos, hemos cenado en plan “chic” en
una ocasión, en un antiguo chalet (ahora restaurante), al que se accede también
en bote; he jugado al tenis en un típico club al estilo antiguo y he asistido casi
accidentalmente a un fiestón de coches clásicos que la firma Louis Vuitton
acostumbra a celebrar cada año y en el que actores y gente de la farándula
parisina entregan premios a los propietarios de los bólido mejor conservados o
restaurados. Pero por encima de todo, lo que más he hecho en este extenso
parque es correr, trotar sesiones largas de entrenamiento de resistencia con mi
cuñado y anfitrión. Trotar por el bosque, junto al Sena, por caminos, alrededor
de estanques, cerca del hipódromo… Aquello es el gran pulmón de esparcimiento
de los parisinos durante los fines de semana. Por la noche mejor no acercarse…
todas las grandes ciudades tienen su lado oscuro.
Sin embargo, aún siendo mucho más modesto y pequeño, a mí
casi me gusta más el conjunto de los Jardines de Luxemburgo, situado cerca del Boulevard
Saint Germain. El barrio en sí es muy bonito, mucho menos turístico que otros
lugares del centro de la ciudad y lleno de vida urbana local y de sabor. Y el
parque responde a su vecindario. Tiene una zona de estilo palaciega, con filas
de pasillos y espacios de diseño geométrico y delimitación botánica, y un
amplio estanque circular donde una ocurrente idea artesanal entretiene a los
niños (y da de comer a alguna persona). Se trata del alquiler de veleros de
madera que navegan al viento y son corregidos de rumbo y puestos en marcha de
nuevo por sus “patrones” con la ayuda de un bastón y desde el borde. Bonito,
barato, sostenible, original y muchas cosas más. Los barcos navegan escorados
con elegancia aprovechando eficazmente la leve brisa, mientras los chiquillos
corren alrededor del estanque ejercitando sus músculos y educando sus
habilidades perceptivas. En los jardines hay canchas de tenis, petanca, etc.
Mesas para jugar al ajedrez protegidas del sol y o de la lluvia por
marquesinas, e incluso los domingos, hay clases de “Jeu de Paume” (modalidad
histórica precursora del actual tenis) que tratan de recuperar el origen de la
modalidad. También hay una zona frondosa con arbolado de gran porte, mucho
seto, bancos tranquilos, estatuas clásicas y zonas verdes donde poder ponerse a
leer, estudiar, comer, sestear, etc. con calma y paz. Se ve gente que sale de
trabajar con su fiambrera y se va allí a comer, lectores de aire libre y todo
tipo de vecinos que huyen por unos minutos de las calles. Pero todo ello con
atmósfera de disfrute público y ciudadano de un parque que es de todos y que
sirve a todos. Sin renunciar a su estilo, su belleza, su historia… y sin nuevos
derroches ni desembolsos de las arcas públicas.
Permítanseme un par de
apuntes artísticos. ¿Sólo dos? ¿En París? Sí, solamente dos. Ni Louvre, ni
nuevas galerías, ni nada. Tampoco grandes exposiciones antológicas como la que
visité de Toulouse-Lautrec (que más tarde complementé gratamente, muchos años
después, en el museo que el pintor y cartelista tiene específicamente dedicado
en Albi). No, mis dos preferencias son el museo d’Orsay, el cual me resulta
sencillamente fascinante en contenido y continente, y nunca me aburro de volver
a visitar en dosis moderadas. No sólo su tan reconocida colección de
impresionistas, que es fantástica. Es que tiene mucho más que ver y con lo que
disfrutar: obras de épocas y estilos de pintura muy diferentes, algunas
esculturas, además de otros contenidos más singulares, como por ejemplo los
espacios dedicados a los muebles de estilo “art nouveau” (modernismo). También
el inmueble, la elegante estación construida para la Exposición Universal del
1900, reacondicionada, pero conservando sus relojes, su marquesina de vidrio y
metal, el diáfano espacio de los andenes y plataformas, el salón de baile del
antiguo hotel, etc. me parece fascinante de por sí. Merece la pena emplear
tiempo (y ocasiones) en la visita de este museo. No empacharse, disfrutarlo en
dosis. Y como detalle, el enorme cuadro mural de Sorolla, del carro de bueyes
sacando un bote del mar: qué luz, qué dimensiones, qué detalles… ¡qué
maravilla!. Y allí me alojo en las últimas ocasiones, no en el museo, por
supuesto, pero sí, literalmente a unos 15 metros de distancia de una de sus
fachadas. [Aprovecho para otro apunte que me seduce: recordar lo que la
exposición universal de 1900 supuso para París, para Europa y para el Mundo. De
su ejecución proviene la citada estación, y por supuesto la Torre Eiffel, el
Petit y el Gran Palais y el puente Alejandro tercero. Arquitectura modernista,
arquitectura de vidrio y metal, desafío estructural y tecnológico. Aquello
debió ser todo un apogeo de vanguardias artísticas y culturales, coincidiendo
también con las décadas postreras del impresionismo pictórico. Aquel escenario
dinámico haya sido quizá una de las épocas más bonitas de haberse podido vivir.
Por si fuera poco, dentro de su programa de actividades se incluyeron los
segundos Juegos Olímpicos de la Era Moderna.
Cuadro de Sorolla en el museod'Orsay (foto Internet)
La otra “píldora cultural” es pequeña y llevadera. Un
palacete ajardinado y céntrico (el antiguo Hotel Biron), no alejado de la
ribera sur del Sena, aloja un museo dedicado en exclusiva al escultor Rodin (y lógicamente
también en parte a su atormentada y sufrida compañera temporal Camille
Claudel). Las obras son espectaculares y llenas de fuerza. Y es agradable,
diferente y recomendable disfrutar de un museo mucho menos concurrido, de un
tamaño más que asequible y dedicado prácticamente en exclusiva a la escultura,
a las tres dimensiones, a una mirada atenta y diferente del arte, al que casi
siempre acudimos predispuestos a observar en 2D, como quizá de forma demasiado
abusiva nos han acostumbrado a hacer los colegios y universidades, durante
siglos, con sus pizarras antes y sus pantallas ahora; la televisión, el cine y
tantos otros dispositivos actualmente.
Sigo con mis vivencias urbanas. En verano puedes cruzarte
gran parte de la ciudad patinando. Sí, yo lo he hecho, de forma legal y sin
grandes dificultades, pese a no ser un experto. Muchas de las carreteras y
túneles de la orilla norte del río están cerradas al tráfico durante el verano,
y se preservan para el uso de bicicletas paseantes y patinadores. Todo ello
conecta con la playa artificial y lúdica que se monta en la orilla y que se
llena de gente con ganas de disfrutar de ambiente playero y veraniego en la
capital francesa. Desde un poco más al este de Notre Dame, hasta más allá del
Trocadero (yo me alojaba entonces en un clásico y envidiable piso en la plaza
de Víctor Hugo; un barrio señorial y de “categoría”, bastante tranquilo, del
pude disfrutar, una vez más por causas ajenas a mi convencional nivel de vida),
puedes patinar utilizando esas carreteras clausuradas, el borde asfaltado del
río y carriles-bici dispuestos por algunas calles. Cruzar sobre tus pequeñas y
rápidas ruedas esta enorme y elegante ciudad da una enorme sensación de
libertad y alegría. Recorrer, por ejemplo los Campos Eliseos, patinando sin
riesgos, a tu aire, como si París fuera por unos momentos tu ciudad y te
tomases toda la confianza del mundo para deambular por ella como un ciudadano
fijo más. Muy recomendable. Con el paso de los años, desde hace relativamente
poco tiempo, la ciudad ha ido experimentando una importante transformación en
los hábitos de movilidad urbana. Tras valientes acciones institucionales se ha
logrado algo que parecía impensable para esta capital: la implantación
extensiva de una utilización cotidiana de la bicicleta que abarque a todo tipo
de edades y condiciones sociales. A ello contribuyó la fuerte apuesta por un
servicio municipal de bicicletas (casualmente el mismo que tiempo después se implantó
Santander), el fomento de su uso a través de diferentes campañas municipales,
la creación de una red muy extensa de carriles-bici y, recientemente, la
calificación de muchas calles y barrios como de utilización ciclista (lo cual
implica una serie de medidas variadas y sorprendentes que no vamos a tratar
aquí para no abusar). En cualquier caso, nada parece imposible después de ver
lo que está pasando en París al respecto. Todo ello coincidiendo ahora además,
con una ola de proliferación de subculturas y tendencias urbanas que incluyen a
la bicicleta (en sus diferentes estilos) como uno de sus iconos
representativos.
En uno de "mis" barrios.
Patinando junto al Sena.
Al comentar anteriormente mi estancia en las inmediaciones
de la Bois de Boulogne, he recordado que una de nuestras estancias allí
coincidió con la celebración de la XII Degustación de Whisky de Malta del Clan
Pagüenzo, organización que tengo el gusto y orgullo de presidir desde su
fundación hace ya diecinueve años. El Clan es una institución no registrada. Clandestina
podríamos decir, aunque no sería exacto definirla así ya que no se dedica a nada
ilegal, ni se esconde. Lo que pasa es que es voluntariamente ajena a todo tipo
de regulación pública, pues considera que ninguno de los modelos previstos por
la legislación española (nada imaginativa en lo relativo al asociacionismo y
cargada de prejuicios característicos en las democracias infantiles o
adolescentes como la nuestra) permiten ubicar a nuestro Clan en ellos, sin
perder parte importante de su esencia. Nuestro Clan no tiene estatutos, pero si
reglas y tradiciones no escritas pero compartidas por todos sus miembros.
Tampoco hay junta directiva, y menos aún procesos electorales o asambleas.
Alguien lo fundó y cuando haga falta dejará el legado de su responsabilidad a
quién crea mejor indicado para su preservación. Sin embargo el Clan crece y no
ha fallado en la organización de su prácticamente único evento anual en ninguna
ocasión. En el total de nuestras
sucesivas fiestas de degustación, se han disfrutado ya más de 80 whiskys
diferentes, la mayoría de ellos de malta (de vez en cuando admitimos algún
ejemplar de otro tipo por cuestiones temáticas, comparativas, monográficas, o
de otra índole). Pero no me ocupo más del tema, tan sólo quería destacar que
precisamente fue París, el lugar que acogió una de nuestras reuniones. Una bien
recordada por cierto, en la que disfrutamos de la compañía de una nutrida
delegación de invitados locales que por una vez tuvieron la oportunidad de
conocer nuestro Clan desde dentro.
Tartán exclusivo del Clan Pagüenzo.
No estoy contando todas mis andanzas por París. Son
bastantes, y algunas de ellas poco tienen de especiales o merecedoras de ser
rememoradas aquí. Prácticamente todos buenos recuerdos, pero claro tan sólo
interesantes para mí o mis allegados. Como señalé al principio, hoy es un breve
ejercicio de flashes de la memoria, fogonazos que recuerdo con intensidad y que
de una u otro manera me pueden parecer singulares. En este sentido, los
alrededores de París también me han deparado alguna que otra vivencia
interesante. Versalles lo conocí en una de mis primeras estancias.
Probablemente esté considerada como una de las visitas de periferia más
destacadas, sin embargo a mí no me llenó especialmente. La verdad es que hacía
un calor tremendo, y resultó ser algo demasiado previsible, demasiado parecido
a lo que tantas veces había visto en las películas o documentales, y sin ningún
componente “mágico” o especial que le diera un valor añadido a mi paseo. No sé
si estoy siendo capaz de explicarme… ¿bonito? Si mucho, pero se trató de una
visita turística sin más. Algo muy diferente a lo experimentado en la zona de
Maissons-Laffitte por ejemplo. Se trata de una zona ubicada al oeste de la
capital (en el bosque de Saint Germain), sembrada de extensos bosques y plagada
de picaderos, e instalaciones para el entrenamiento y la competición de
caballos en diversas modalidades ecuestres. Los caballos me gustan, y allí,
aunque brevemente, tuve la ocasión de disfrutar de una sesión de enseñanza
técnica, en una época en la que practicaba, digamos que regularmente, ese deporte.
Otra zona interesante de las inmediaciones de la gran ciudad es Fontainebleau. Está
bastante más alejada, a unos 50 km del centro de la ciudad. Se trata de un
lugar cuidado, frondoso, que alterna casas esparcidas, un núcleo urbano pequeño,
algún canal y mucho espacio verde. Un lugar muy tranquilo, apetecible y
agradable. Allí llegamos a visitar, guiados por un reciente ex alumno, la sede
del afamado INSEAD, instituto en el que se imparte uno de los máster MBA más
prestigiosos de Europa además de pionero. Las instalaciones son modernas, lo
mejor es su equilibrada comunión con el entorno rural y campestre en el que se
localizan. Pero evidentemente, lo más atractivo resultaba imaginarse allí
participando de tanta producción e intercambio de conocimiento. Mucha envidia
(sana por supuesto). Con ocasión de la Patrimonie me toca pedalear por otra
zona de extrarradio parisino, veremos a ver lo que me depara la cita.
Y eso es todo por hoy, parte de “mí” París. Cada cual tendrá
el suyo, y los parisinos no digamos. A mí “el mío” me llena mucho cuando puedo
disfrutarlo o cuando lo recuerdo, premeditada o espontáneamente. Un puzle de
sabores, sensaciones, emociones e infinidad de recuerdos, preferentemente
visuales. En unos días vuelvo allí, lo estoy deseando, y en este caso con la
bici a cuestas. Ya os contaré.
Hello José,
ResponderEliminarhere are some pictures and video from the Patrimoine 2013 :
http://www.youtube.com/watch?v=a73f7kWTwzI
http://www.flickr.com/photos/vcsenlis/sets/72157635541367091/
Have fun at L'Eroica next month!
David
vcsenlis.com
Merci David...
ResponderEliminarI've seen your nice video, the pictures and your club blog. I really enjoyed a lot in La Patrimoine,nice atmosphere. I didn't feel alone at any time. Next friday My report will be published here in the blog.
Best regards José.
een your nice video, the pictures and your club blog. I really enjoyed a lot in La Patrimoine,nice atmosphere. I didn't feel alone at any time. Next friday My report will be published here in the blog.
ResponderEliminarBest regards José. https://la-voz.net/cesar-vallejo/