viernes, 11 de octubre de 2013

41. l'EROICA


“La bicicleta inscribe en ti cosas desconcertantes. Tu sillín tiene una memoria que no debería ser comparada con la memoria ordinaria. El cuerpo retiene recuerdos de episodios de esfuerzo. A veces los episodios más difíciles o los recuerdos más arduos se pierden. Lo que queda son recuerdos inesperados de momentos insospechados que cuando se produjeron no fueron percibidos como excepcionales, pero a los cuales los músculos, por sus propias razones, han elegido para ser recordados”.
Paul Fournel (“Besoin de velo”)
“A pesar del chaparrón, las perdidas por la autopista, el sandwich entre camiones en la pseudo-autovía de Florencia, las señales indicadoras desaparecidas, un GPS en huelga, todo eso quedó reducido a nada y sustituido por la camaradería, el buen humor, las ganas de pasarlo bien, una Torrot voladora que arrancaba las pegatinas a sus rivales a la mínima que apareciese un descenso, vinitos a gogó, abuelas locas en los avituallamientos, pan con vino, pan con Nocilla, pan con mermelada, pan con aceite, pan con pan, uvas, morcón y embutidos, y hasta un cocido montañés. Paisajes inolvidables, preciosos, y todo compartido con la mejor compañía”.
Roberto Follia (Comentario privado)
Tras años de anhelos por participar, mi sueño se hizo realidad y finalmente tomé parte en esta prueba que ya ha adquirido el estatus de mítica por múltiples razones, y que ha acabado convirtiéndose en uno de los referentes mundiales en lo que a eventos ciclistas participativos (“cicloturistas” y demás) se refiere, y en la Meca del ciclismo retro sin lugar a dudas. Como dirían algunos teóricos de las metodologías de investigación en las ciencias sociales, por mi parte he de sentenciar finalmente, que el proceso ha superado al producto. Ya lo venía adelantando hace tiempo: todo lo que me ha aportado esta especie de montaje de casi un año de duración, que ha tomado el formato y denominación de “Challenge Retro 2013”, se ha convertido en una de las mejores cosas que me hayan pasado en la vida a nivel de ocio y diversión. Así pues, finalizarla en l’Eroica no ha sido más que una guinda en el pastel. Un detalle atractivo y llamativo, desde luego, pero un detalle al fin y al cabo.
Mi participación en l’Eroica ha sido una verdadera odisea, en el auténtico sentido de la palabra, una especie de largo viaje, plagado de aventuras, algunas “heroicidades”, personajes memorables, mitología (ciclista) y demás ingredientes que lo convertirán en leyenda para nietos y descendientes. Sobre ello, sobre todo el proceso de la Challenge, escribiré la semana que viene a modo de cierre de la temporada. En esta ocasión me centraré en el viaje estricto a esta última prueba, que en sí mismo tampoco tuvo desperdicio.
El traslado, combinación de avión y coche de alquiler, ya tuvo algún contratiempo. Fundamentalmente al darme cuenta en la oficina de los coches de que mi carnet de conducir (la patente que dicen ellos) estaba caducado. La suerte de ir acompañado por Myriam, me salvó de ese primer escollo, aún a costa de que ella fuera quién se diera la paliza al volante todo el fin de semana. A la Toscana llegamos ya de noche, lo cual dificultó un poco y retrasó bastante nuestra llegada a una apartada y enorme villa que nos serviría de alojamiento esos días. Poco vimos de ella (las villas toscanas muestran una iluminación exterior muy tenue y nada agresiva, que garantizan discreción, no contaminan lumínicamente y resultan muy agradables y nada ostentosas), aunque la enorme terraza rústica cubierta que comunicaba con nuestra habitación prometía excelentes paisajes. Esa noche nos acercamos con el coche a cenar a una trattoria muy agradable y solitaria, en la que nos atendieron de maravilla, comimos fenomenal, a buen precio (esto ha sido una constante durante toda nuestra estancia por la comarca) y degustamos nuestro primer Chianti Clássico (rico y potente tinto elaborado según la tradición local a base de tres variedades de uvas: Sangiovese, Canaiolo y Colorino). No había prisa, disfrutamos de la velada y nos acostamos esperando el emocionante día siguiente.
Posando en la terraza de la villa la víspera de la ruta.

El plan de viaje permitía, a priori, disfrutar de una pausada estancia en Gaiole in Chianti para empaparnos del ambiente y atmósfera del evento, de los detalles de su organización y del encuentro con otros aficionados de todo el mundo (miles). Y lo que nos deparó el día, por encima de todo, fue verdaderamente empaparnos, pero sobre todo de agua, porque no paró de llover torrencialmente durante toda la jornada. Antes habíamos disfrutado del desayuno, había montado la bici en la terraza mirador antes aludida, pero cuyo panorama multidireccional quedaba bastante frustrado por el agua y por las nubes aferradas a las colinas frondosas del paisaje. El trayecto desde la villa hasta Gaiole era muy bonito, en una sucesión de carreteras estrechas y reviradas, subiendo y bajando, atravesando viñedos, bosques y olivares y pasando por algunos pueblos pequeños y muchas villas hermosas y solariegas. Pero llevaba demasiado tiempo, entre 45 minutos y una hora de trayecto. Algo que iba a dificultar mi logística y sería definitivo para que todo transcurriera de la forma en que lo hizo. Mientras nos acercábamos no paraba de llover y aquello empezó a preocuparme de verdad y en cierto modo a entristecerme. No a deprimirme de forma integral, pero si a lamentar que toda la Challenge fuera a tener un final tan oscuro. Una cosa tenía clara, con ese tiempo, no pensaba estar demasiado tiempo sobre la bicicleta, eso no va conmigo. Una cosa es que te tragues una chupa porque tienes que regresar en una salida (por larga que sea) y otra bien distinta salir premeditadamente a una larga ruta lloviendo a mares. Pero aún con esperanzas, aparcamos donde pudimos (misión algo complicada esos días por allí, en una localidad que no está preparada para absorber la ingente afluencia que tiene en esas fechas) y caminamos hacia el centro del pueblo, donde estaba toda la marabunta de gente. Con nuestros paraguas en las manos nos cruzamos con ciclistas clásicos por todas partes y con sus acompañantes. Llegamos a un edificio al que entramos con dificultad y donde una densa cola permitía el lento acceso para la recogida de los dorsales. Todo en regla: dorsal personal, dorsal para la bici, “pasaporte” de ruta, hoja de ruta y… muy poca generosidad en los detalles comparándolo con muchos otros eventos por los que he pasado este año. A partir de ahí nuestra mañana consistió en caminar por el gran mercadillo de piezas, bicicletas, ropa, detalles, etc. Que hay montado todo el fin de semana por el pueblo. Puedes encontrar casi de todo, y te puedes dejar la cuenta corriente temblando si no andas con cuidado, pero reconozcámoslo, no por los precios, que la mayoría de los casos me parecieron razonables, sino por la cantidad de cosas que te entran ganas de comprarte. Por cierto, muchas y variadas ofertas de bicicletas clásicas completas. Personalmente aproveché para adquirir algo de ropa ciclista de tipo aún más antiguo de lo que he vestido a lo largo de la Challenge. Más o menos encontré lo que buscaba, y algo más. En ese deambular nos encontramos varias veces con Tomás, nuestro viejo amigo de rodadas en varias ocasiones (GPCC del año anterior, Pedals de Clip, La Histórica y La Montañesa). Iba acompañado de Santiesteban y ya se había apañado unas llantas preciosas y todo lo necesario para montarlas en algún bonito proyecto que seguro tiene en mente. Finalizando ya la mañana y nuestro paseo, con los pies completamente calados, algo de frío pese a la ropa y el impermeable, buscando dónde meternos para huir de la lluvia (tarea muy complicada porque se trata de un pueblo pequeño y acostumbrado a que gran parte de la gente que lo visita disfrute de la hostelería en terrazas al aire libre), nos encontramos con Roberto, que estaba acompañado por un par de parejas, con quienes estuvimos hablando bastante rato. Su intención era tomar parte en la de 135 km, la mía en la de 205 km. Sin embargo allí mismo les explique mi postura: si aquello seguía igual, yo me daba un paseo en la de 35 km y punto. Quizás me levantase a las 5 de la mañana para mirar si había cambio y entonces tomar la decisión. Parecieron estar de acuerdo, aunque no quedamos en firme  y todos nos lamentábamos de la mala suerte tenida y del bajón o desilusión con los que nos habíamos topado. Finalmente salimos del pueblo y regresamos en el coche hacia nuestra villa, con intención de comer por el camino.
Y lo hicimos, vaya si lo hicimos. A medio camino aproximadamente, rodeado de viñas y en un alto somero, dimos con el bonito pueblo de Villa a Sesta. Un apretado conjunto de casas de piedra delimitado por campos de vides y decorado con motivos vinícolas en sus callejuelas. Y buscando por allí encontramos una agradable vinoteca en la que volvimos a comer estupendamente a base de pasta de la casa y donde cayó nuestro segundo Chianti Classico del viaje. Llover seguía lloviendo, pero la resignación ya asumida, el vino, la comida, el café, los encuentros transcurridos y el estar de vacaciones en un sitio tan agradable, fueron levantando mi ánimo y me ayudaron a ver todo el año en perspectiva y decidir que tras lo vivido, era mejor disfrutar del momento que tirarse de los pelos por cuestiones que no dependen de uno mismo. La tarde fue tranquila y apacible en la villa, con placeres vacacionales variados, que incluyeron la lectura y una siesta preventiva de cara al posible madrugón del día siguiente. De todas formas cenábamos a las 8,30. En Italia, tal como ocurre con Francia y con Europa en general, los horarios de comidas se adelantan considerablemente respecto a los que estamos acostumbrados en España. Por otro lado, en la villa, la propuesta era de cena colectiva con el resto de inquilinos, como si de una gran familia se tratase, alrededor de una gran mesa en la que cada cual tenía su sitio asignado. Me gustó la idea y todos parecían tenerlo claro, pues debe ser una costumbre bastante habitual por allí. Está bien porque entablas conversación y te genera aún más atmósfera de villa familiar que de hotel impersonal. Menú local, más Chianti Classico y chapurreo en italiano.

Detalles vinícular en el Chianti

Tras nuestra visita gastronómica a una vionteca.

La cena duró bastante, tanto que de allí salimos para irnos a dormir. Mi bolsa estaba preparada, la ropa también y la bicicleta metida ya en el coche. Sin embargo mi decisión seguía en el aire. La noche continuaba lluviosa y con tormentas alrededor. Si me decidía a intentar cualquiera de las largas (135 o 205 km) tenía que salir de allí a las 5, y sería Myriam quien tendría que conducir y regresar a dormir de nuevo, todo ello con la certeza de que si seguía el tiempo igual no saldría hasta el segundo turno, a las nueve, para las de (75 o 35 km). En ese segundo caso el madrugón no tendría nada que ver y al menos algo pedalearía. Todo ello sin tener en cuenta en qué estado estaría el firme de la aproximada mitad de kilometraje sin asfaltar de cada recorrido. ¡A las 10,30 me decidí! No merecía la pena demorarlo más, asumía lo que había y al día siguiente me presentaría para la salida de las cortas, a las 8,30 de la mañana. Pese a lo duro del asunto, la verdad es que dormí relativamente bien, y al despertar me encontré con que no sólo no llovía sino que además parecía que podría hacer hasta bueno. El leve cabreo por no haber madrugado para las salidas largas se disipó muy pronto, al comprobar que definitivamente iba a poder disfrutar de l’Eroica, aunque más corta, con sol y tiempo seco. Después de lo del día anterior hubiéramos firmado todos. Desayuno y en marcha, el ya conocido recorrido en coche, circulando entre lomas y colinas, había cambiado radicalmente: la cálida y dorada luz matinal bañaba todo el panorama de un aura dorada que impregnaba todo, tanto desde una perspectiva de paisajes abiertos con aspecto de postales, como en cada detalle de unas parras, unos racimos, un muro de ladrillo rojo, unas frascas apiladas… del verde húmedo y los grises del día anterior pasábamos a los amarillos, ocres, rojizos, pardos suaves y verdes secos de un domingo esperanzador. Llegando a Gaiole nos vimos detenidos por la cantidad de vehículos en aproximación. A unos 2 km del pueblo hicimos lo que la mayoría… me bajé del coche, cogí las cosas, me despedí y pedalee hacia el pueblo.
La salida estaba preparada y me introduje por riguroso turno de llegada en el embudo de ciclistas que colapsábamos la calle principal y que se iba rellenando por detrás minuto a minuto. Mucha gente, muchas bicis, todo tipo de maillots, era el día, el sitio, el lugar y el evento que todo el año todos habíamos esperado. Soy de los que se lamentan poco y se adaptan al escenario del momento con flexibilidad, pasé el control y allí mismo me cambiaron el “pasaporte” de largo recorrido por el de corto; al hacerlo comprobé por los montones que pude ver, que debimos de ser cientos (sino algunos miles) quienes habíamos tomado esa misma decisión el día anterior. Metros más adelante seguíamos parados, esperando la salida masiva que nos correspondiese, cada cuarto de hora. Me dio por pensar qué habrían hecho mis conocidos, que quizás en ese momento llevaran ya pedaleando varias horas en alguno de los recorridos más largos. Pero de repente, al girar la cabeza hacia un lado, me topé con la inconfundible figura de un personaje feliz, muy alto y enfundado en un maillot del Kas. ¡Roberto! Grité, y abriéndome paso como pude situé mi Razesa junto a su bonita Zeus (solo le falta cambiar esa horquilla y dotarla de unos tubulares sin colorines). Me dijo que Lucas venía en seguida, y al juntarnos los tres, confesamos que todos lo hubiéramos llevado mucho peor si alguno se hubiera ido a algún otro de los recorridos. Por tanto así, reunidos desde la salida, emprendimos nuestros 75 km de ruta juntos, sin prisa y con una idea fija en la cabeza: pasárnoslo estupendamente, disfrutar del recorrido, de “l’Eroica experience” y de la compañía.


Preparado en la "partenza" (Foto: Roberto)

¡Y a fe que lo conseguimos! El itinerario es francamente bonito. Apenas hay tramos rectos, tampoco demasiados llanos, ni casi puertos. Así que todo es una sucesión de trazado “a mano alzada”, que no permite un momento de monotonía. Muchos kilómetros son sin paisaje abierto, encubiertos dentro de frondosos bosques o jalonados por olivares algo más abiertos. En otros momentos la vista se abre repentinamente y te regala unos tramos de “rincones toscanos con encanto”, con sus viñedos ordenaditos y amoldados al terreno caprichoso, con sus villas serenas, rurales, llenas de humanidad y señorío, sus siempre presentes cipreses o con algún pueblo concentrado en el que destaca alguna torre antigua o edificio singular. Se alternan constantes repechos en ascensión con descensos empinados. Y a medida que los kilómetros van pasando ya casi ni te fijas en si ruedas sobre asfalto o sobre “strada bianca”. En lo que respecta a éstas hay que indicar varias cosas:
  • No se encharcan, no sé de qué tierra están hechas, pero el caso es que habían filtrado todo el agua del día anterior.
  • Son muy ciclables, se rueda bien por ellas, tienen pocos baches y poca tendencia a provocar pinchazos.
  • Son muy bonitas y te permiten circular por la verdadera Toscana interior rural, alejado del tráfico. Y cuando éste hace presencia, su velocidad de paso es infinitamente menor que por una carretera convencional.
  • Destrozan cualquier media que te puedas figurar, ya que las empinadas bajadas con algo de grijillo, barro fino o tierra, te obligan a descender mucho más despacio (aunque siempre hay gente local con espíritu combativo a quienes ves pasar como si trazaran por el mejor asfalto posible). De hecho en algún descenso especialmente empinado parte del control de velocidad lo tuve que hacer con derrapes de la rueda trasera.
  • En los ascensos siempre hubo tracción. Mucha más de lo que el aspecto del firme podría sugerir.
  • Me han encantado estos tramos. Una vez más reivindican el ciclismo “gravel” (no asfaltado) como una parte importante del ciclismo de carretera. Un aspecto al que no estoy dispuesto a renunciar, que me gusta cada día más y que inclina definitivamente la balanza hacia el tipo de bicicletas de carretera que me gustan.
Disfrutando de las "stradas biancas". (Foto: Roberto)

Roberto rematando un duro repecho

Lucas (en el medio) desenvolviándose con destreza entre otros miembros del pelotón

La ruta estaba perfectamente señalizada y con mucha discreción, sin marcas superfluas y con carteles corporativos propios. En los pueblecitos, los vecinos animaban asomados. Y yo, seguía con mis compañeros. De vez en cuando alguno nos adelantábamos para tomar fotos o nos retrasábamos por algún trasteo con el material o la indumentaria, pero como muy pocas veces este año, estaba rodando en pandilla. L’Eroica es un evento de bicis de carreras, y preferentemente de la época dorada del ciclismo. No se veían casi bicicletas de “pioneros” y mucho menos aún bicis “ciudadanas” o “de servicio” ni atuendos de “época” no deportivos. Aquí las máquinas son las típicas de carretera que casi no variaron entre las décadas de los años 30-40 hasta la de los 80. Y todos con “coulotte” y maillot. Una sorpresa que me he llevado es que, pese a que hay muchísimas marcas de bicicletas italianas, algunas de ellas especialmente prestigiosas a lo largo y ancho del mundo (Colnago, Pinarello…), allí, la bicicleta italiana por excelencia, así como la equipación, eran Bianchi. Decenas y decenas de grupos e individuos con Bianchi: una presencia abrumadora. Todo esto que cuento, lo del tipo de bicicletas y ciclistas allí presentes tienen mucho que ver con que se trate de un evento de ciclismo clásico de “carreras”, repleto de aficionados a las carreras ciclistas de “toda la vida”. Y explica que constantemente, al ir acompañado por dos ciclistas “de Kas”, recibiéramos apoyos y vítores de ánimo con referencias a Perurena, Galdós… y por encima de todo: José Manuel Fuente; algo impensable a día de hoy en España, donde casi ni se vive el ciclismo de hoy, sino el de mañana. Algo que percibo entre los aficionados, tanto a nivel de material, como de resultados. A veces parece que sólo preocupa el cambio constante y no interesa disfrutar de las experiencias vividas.

Entre los "ilustres" italianos veteranos allí presentes estaban entre otros Guerini y Contini. Pero destacando una presencia muy especial, la de Felice Gimondi, custodiado por uno de los múltiples enjambres de Bianchi. Gimondi fue uno de esos míticos ciclistas de los que empecé a escuchar hablar cuando era muy pequeño y me empecé a interesar por el ciclismo de carretera. En seguida todo fue Merckx y Ocaña, y poco después aquel espectacular KAS al completo. Pero antes, justo mezclado entre los primeros recuerdos borrosos, suena Gimondi en mi cabeza. No es para menos, estuvo en activo entre 1965 y 1978, ganando, entre otras cosas: un Campeonato del Mundo, un Tour, tres Giros y una Vuelta. Todo ello con el Caníbal por ahí dando la lata. Mucho mérito sin duda.

Felice Gimondi escoltado por los Bianchi y por su hija (foto: Lucas)
A medida que íbamos haciendo kilómetros nos fuimos relajando más y más, y empezamos a bromear mucho entre nosotros, a charlar sin parar y a vivir plenamente el recorrido. Nuestro primer avituallamiento fue en el pueblo de Radda, localidad encaramada en un alto y con gran ambiente de público. Precisamente al llegar allí nos cruzamos de pasada con Tomás que abandonaba ya la localidad (se ve que madrugó para salir de los primeros de los segundos recorridos). Sellado de pasaporte, vino de Chianti, rebanadas de pan untadas con todo tipo de mermeladas y nutella (yo me fui a las de tinto con azúcar y a las de aceite; definitivamente tanto el tinto, como el aceite virgen toscanos me entusiasman y me parecen de altísima calidad); e incluso unos racimos de pequeñas uvas dulces casi negras. Allí el tumulto de ciclistas era importante, costaba atravesar la plaza para regresar a la ruta. Poco después hubo un descenso tremendamente pendiente en el que adelantamos a alguno cuyas zapatas iban dando una auténtica serenata de aullidos, y a otros quizá excesivamente precavidos. Seguimos rodando bajo el sol y con calorcito agradable hasta que poco tiempo después, en otro pueblo, doblando una esquina nos topamos con inesperado tenderete de degustación de vinos de locales. Otros tragos para amenizar y a los pedales de nuevo. Aquello estaba siendo un festín de entretenimiento, pedaleo y amistad, ya que nosotros cada vez nos íbamos conociendo mejor, a costa de la tertulia que llevábamos a cuestas. Me resulta difícil evocar el recorrido en orden y por partes, tengo recuerdos nítidos, visiones de escenas, de tramos, de curvas concretas, etc. Y me recreo en ello porque disfruté muchísimo, pero no puedo ubicarlo bien, porque dado que iba sin presión ni prisa alguna, al cuaderno de ruta no le hice ni caso.



En un momento dado, rodando por una “strada bianca”, acometimos una dura subida, que cada vez que parecía que iba a finalizar se empinaba más y continuaba ascendiendo. En ese momento rodaba junto a Roberto y ambos íbamos adelantando a muchos ciclistas que prácticamente todos caminaban con su bicicleta de la mano. En una especie de llano casi al final nos encontramos con viejos conocidos españoles de otros eventos de este año, así que paramos a saludar. Había un simpático paisano de Santander (siento no recordar el nombre ahora mismo, aunque si la cara porque tenemos una foto juntos), un catalán con una Alan muy similar a la que he cabalgado de otras ocasiones, y otros amigos suyos. Tras los comentarios de rigor, retomamos el pedaleo, que en pocos minutos superó la ascensión y nos dejó en una campa en la que nos esperaba otro suculento avituallamiento con embutidos, queso, dulces, más vino local y un contundente plato de alubias que bien podría haber pasado por nuestro cántabro cocido montañés. Allí nos encontramos a Pedro, un simpático valenciano-soriano con especial apego a La Histórica, uniforme del Reynolds y una Razesa posterior a la mía en excelente estado.

En ese punto tuvimos un nuevo control de sellado y seguimos alternando pistas y asfalto. En un descenso algo largo acabé reuniéndome con Pedro, entablamos conversación y ya no nos separaríamos ascendiendo y descendiendo hasta el final. Poco antes del destino nos reagrupamos los cuatro (Roberto, Lucas, Pedro y yo) y entramos a Gaiole juntos para hacer cola (otra vez) en la llegada, donde nos sellaban la cartulina por última vez. Allí estaban nuestras respectivas parejas, con sus cámaras de fotos y sus sonrisas agradables. Allí dimos por concluida la etapa, pero casi por recién estrenada esa amistad ciclista que te brinda la carretera y que sabe esperar de evento en evento, aunque el tiempo los separe. Decidimos ignorar la comida de los organizadores, para poder sentarnos todos juntos con nuestras sufridas acompañantes. Pese a que habíamos comido más que bien, despachamos unas apetitosas pizzas y unas cervezas, haciendo recuento de anécdotas y poniéndonos al día unos y otras. Fue un final agradable y cargado de camaradería. En mi balance personal una de las cosas más valiosas que me ha aportado esta cita ciclista no ha sido algo intrínseco a ella misma, sino la oportunidad de haber conocido mejor y haber sintonizado tan bien con mis compañeros de ruta. Eso, en mi opinión vale más que el propio renombre del evento, o que haber acumulado más o menos kilómetros durante el mismo. Y además es algo que no esperaba. Finalizamos con un café en otro local y allí nos despedimos hasta futuras ocasiones, que seguro que las habrá. Por nuestra parte volvimos al coche, recogimos todo, me cambié y viajamos hacia Roma a través de un melancólico atardecer en la Toscana y otro torrencial viaje de autopista cruzando Umbría y llegando a Roma.


No sé qué hubiera pasado de no haber hecho tan mal tiempo el día anterior, salvo que seguro que Myriam hubiera tenido que haber sufrido una madrugada de suplicio. Pese a mis temores previos, puedo decir que las descansadas últimas semanas, lo que me dejaron fue muy fresco. Lo sé porque me conozco, y ese domingo mi cuerpo respondía a la perfección y sin la más mínima queja ni postural, ni coordinativa, ni de fuerza muscular. Puedo asegurar que los 135 km los hubiera liquidado sin ningún tipo de problemas, y me atrevo a pensar que habiendo salido pronto, hubiera podido también con el reto de los 205 km, eso sí, seguro que con bastante sufrimiento a lo largo de las últimas horas de la jornada. La principal dificultad que le veo a este evento, no es el kilometraje en sí, ni el perfil, sino el tiempo sobre la bicicleta, que te dé tiempo a hacerlo. La cuestión es que las bajadas no asfaltadas no se aprovechan para subir un poco la lenta media, y que la luz en Italia en esa época aparece antes, pero desaparece relativamente pronto por la tarde.

L’Eroica merece la pena, sean cuales sean tus pretensiones, tu estado de forma o tus posibilidades. Todos los recorridos son atractivos y cualquiera de ellos te aporta una visión suficiente de lo que es rodar por aquellos paisajes, carreteras y pueblos. El ambiente es multitudinario (para mí demasiado), aunque luego en la ruta se hace perfectamente llevadero y por el pueblo ofrece una atmósfera de ciclismo antiguo ilusionante. La organización normal, pero en mi opinión algo pobre con respecto a la fama de la que la cita disfruta. Muy buena en el trazado, pero se queda corta en aspectos informativos y en su publicación de Internet. Rácana en los servicios y regalos que ofrece a los participantes (sobre todo comparándola con eventos mucho más modestos). El pueblo está saturado y los aspectos logísticos son complicados y dificultan mucho poder acometer las salidas tempranas con unas garantías mínimas. Para alguien que tenga que viajar en avión (como es mi caso), todo se complica mucho: lo mejor y más barato sería acampar allí, pero viajar con bicicleta y equipo de acampada en avión no es sencillo; conseguir alojamiento cercano requiere una anticipación que el sistema de sorteo no te permite, o un desembolso económico exagerado; lo mejor, sin duda, quienes más envidia me dieron fueron los de las autocaravanas, aunque como solución no me sirve, ya que requiere tener una al alcance y disponer de más días libres en esas fechas. Total, que poder ir se puede, pero ciertas limitaciones o dificultades hay. Para empezar, lo del sorteo me parece un sinsentido, especialmente porque todos conocemos gente que se ha quedado sin ir y gente que obteniendo plaza no ha acudido. Como acabo de asegurar, pese a todo, l’Eroica merece la pena, y mucho, lo que quiero decir es que no hay que obsesionarse con ella, reúne muchas cualidades, pero en mi opinión personal otros eventos la superan en diferentes aspectos, y en el balance general, en algunos de los realizados a lo largo de la “Challenge” he disfrutado más. Quiero decir que todo el mundo tiene derecho a sentirse un auténtico ciclista retro, asistiendo a algunas otras citas, sin necesidad de complicarse la vida tanto como requiere hacerlo aquí. Sobre esto seguiré hablando la semana que viene, en el cierre de la temporada.

Ahora me despido de mis amigos, de esos que me hicieron disfrutar tanto de una jornada ciclista irrepetible, apasionante, entretenida, divertida y enriquecedora. A ellos les agradezco desde aquí la compañía, la generosidad y el afecto mostrados. Y les emplazo para que se acerquen a mi tierra, para dejarse agasajar como merecen y para hacerles descubrir desde el manillar, rutas, carreteras y rincones que ni se imaginan. ¡Prometido!.

Por lo demás y pese a las leves críticas: viva Italia, viva la Toscana, viva el Chianti, viva l’Eroica y viva el ciclismo retro, que en su versión italiana muestra una estética y sabor especialmente deportivos.

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