"Los embajadores" Hans Holbein el joven
(National Gallery, Londres).
Mi padre era partidario de una
formación integral de las personas. Entendiendo por ello una educación bastante
completa, con ingredientes tecnológicos, técnicos, lingüísticos, artísticos,
físicos y humanísticos, hasta conformar una buena base de partida, sobre la que
más adelante poder cimentar una intensa preparación profesional. Incluso,
dentro del periodo universitario, abogaba por dotar a los estudiantes de una
visión amplia del conocimiento especializado, que no cerrara vías que a lo
largo de la vida profesional pudieran necesitar ser abiertas. Él ironizaba con
ello, y me comentaba que en algún punto intermedio se encontraba la virtud. ¿En
algún punto de medio entre qué?. Y entonces venía su sentencia: “el extremo de
la generalización del conocimiento viene representado por aquellos que no saben
nada sobre todo tipo de asuntos”. Aquí es donde yo me permito incluir algunos
ejemplos: políticos atrevidos que aseguran tener razón al legislar cómo tenemos
que vivir todos los demás en cualquier aspecto de la vida; algunos jueces que
se permiten la osadía de juzgar cuestiones de bastante calado profesional, sin
tener el mínimo conocimiento técnico, científico o específico de ello; o periodistas
que pretenden ilustrarnos a todos y crear opinión pública sobre cualquier tema
que les caiga entre manos. Todos ellos ejemplos de profesiones en las que la
tendencia a creerse siempre con la razón está presente en una proporción
notablemente elevada entre sus practicantes. Pero mi padre continuaba con su
declaración. Faltaba la segunda parte: “pero casi peor es el super-especialista,
aquel que cada vez sabe más sobre menos cosas, y que si no tiene cuidado, puede
acabar sabiéndolo todo sobre nada”.
Repasando mi trayectoria vital,
tanto la laboral como la ociosa, he de decir que me gusta profundizar en los contenidos,
pero que no puedo vivir ceñido a pocos temas. Necesito variedad, abanico de
alternativas y campos de acción, tanto en lo relativo al conocimiento
profesional, como a las aficiones. El asunto profesional no viene a cuento
aquí, pero respecto a mis aficiones, a través de mis escritos queda claro que
tanto en lo cultural como en lo deportivo, estas son bastante diversas y
simultanean especialidades diferentes. No pretendo convencer a nadie de que
este sea el camino correcto. En realidad no hay itinerario acertado. Si uno
pretende alcanzar las máximas cotas de rendimiento deportivo deberá,
necesariamente, especializarse al máximo. Pero si lo que se busca es la salud,
la forma física integral o la diversión, es casi seguro que cierto grado de
variedad resulte imprescindible.
En el mundo laboral, el presente
está resultando de lo más incierto. Por un lado la oferta de empleo existente
se apoya en gran medida en la necesidad de cubrir puestos muy especializados.
Por otro lado, la duración de dichas necesidades es cada vez más efímera y el
perfil especializado cambia constantemente. Dice un reciente estudio norteamericano
de previsión educativa que más del cincuenta por ciento del alumnado que
actualmente inicia sus estudios en primaria en aquel país, desempeñará en el
futuro trabajos que aún no existen como tales. Todo ello parece sugerir que
hacen falta personas que sean capaces de especializarse en cosas muy diferentes
en muy poco tiempo. Algo francamente difícil de conseguir y que en muchos casos
puede acabar produciendo expertos temporales en minucias vitales. Reflexiones
de este tipo son las que sugiere Richard Sennett, uno de mis pensadores contemporáneos
favoritos. Sennett es un defensor del amor al trabajo manual especializado (y de cierta amplitud) de los artesanos; y un
activo crítico de la evolución que está experimentando la fuerza laboral desde
hace décadas. Siendo un experto, un sabio con merecido reconocimiento
internacional, el mismo es un buen ejemplo de amplitud de miras, de
conocimiento extenso: largo (profundo) y ancho (amplio) a la vez. El cuadro
renacentista que encabeza este capítulo es una clara muestra de ello. En su
libro “Juntos.
Rituales, placeres y política de cooperación”, utiliza dicha obra
(el lienzo) para ilustrar los cambios experimentados por la humanidad durante
el Renacimiento. Esa “utilización” se convierte, desde mi punto de vista, en
una fascinante explicación artístico-cultural-sociológica de una obra pictórica
que de otra forma, para mí, casi hubiera pasado desapercibida. La lectura de
Sennett no me la hubiese pasado de largo, porque ya me conquistó como fan desde
mi encuentro con “El artesano”, pero gracias a él “descubrí” mi admiración por
el cuadro de Holben.
El Renacimiento fue una época
histórica de grandísimo interés, una transición humana que, entre otras cosas,
sirvió para dar cerrojazo a la Edad Media y espolear muchos avances científicos
y culturales. La producción artística durante este periodo pareció dispararse y
nos dejó un espectacular legado en cualquier tipo de disciplina. Confieso que no
es precisamente el arte renacentista, el
que más inclinación personal me estimula, pero como en el de cualquier otra
época, hay muestras del mismo que me apasionan. Ya que esta temporada ilustro
los escritos con encabezamientos pictóricos, me voy a permitir el lujo de
exponer algunos detalles al respecto de esta particular época histórica. Una de
las innovaciones más señaladas que surgió durante el Renacimiento en la pintura
fue la utilización de la perspectiva, con ella las obras ganaron profundidad,
realismo y empezaron a abandonar parte del “infantilismo” previo.
Innovadora perspectiva en "Lamentación sobre Cristo muerto"
de Andrea Mantegna
Casi paralelamente al nacimiento
de la imprenta, el concepto de la difusión cultural a través de las copias se
fue estableciendo y generalizado para los grabados. La profesión de creador de
grabados se desarrolló y aportó un gran número de artistas de impresionante
valía, como fue el caso del alemán Durero. Tanto trabajando sobre madera, como
posteriormente sobre planchas de metal, aquello, lo de la producción de arte,
cultura y conocimiento copiable y multiplicable, supuso un cambio radical para
la humanidad, un cambio que en la actualidad, estamos aún asimilando en su
versión “2.0”, tan sólo porque ha pasado de afectar a unos pocos ámbitos, a
casi todos los demás.
"Liebre joven" una espectacular muestra en acuarela de
Durero como pintor.
"San Antonio" grabado de Durero.
"La Melancolía" otro conocido grabado de Durero.
Una de las aplicaciones en las
que el grabado mostró más utilidad fue en la divulgación cartográfica. Se
empezaron a dibujar mapas y planos. De territorios, de ciudades… del Mundo.
Juan de la Cosa, Santoñés (por lo tanto vecino cercano, en diferido), dibujó la
primera carta de navegación mundial conservada, que incluía al continente
americano. Sin duda consecuencia de su presencia en numerosas exploraciones
pioneras de descubrimiento, incluyendo los dos primeros viajes de Colón y una
expedición de Alonso de Ojeda. La escuela mallorquina de cartógrafos, alcanzó
una fama y prestigio extraordinarios durante la baja Edad Media, anticipándose
a lo que pronto llegaría. Sus portulanos contenían buenas dosis de componente
artístico, combinado con el conocimiento incipiente del asunto y los datos
aportados por los cada vez más aventurados viajeros. Aquella escuela estaba
especializada en la descripción cartográfica del entorno Mediterráneo y
posteriormente fue perdiendo fuelle cuando las miras de los estados y reinos se
trasladaron hacia las Américas. A ello hay que añadir el efecto de las
persecuciones religiosas hacia algunos de sus más destacados expertos, pero su
actividad sobrevivió algunos siglos más y su influencia sobre otros referentes
de la cartografía europea fue incuestionable[1].
Por su parte el flamenco Mercatone (Gerhard Kramer) sentó importantes cimientos
para la cartografía, con su elaborada propuesta de proyección de la superficie
esférica de la Tierra sobre un imaginario cilindro del que se podrían extraer
planos rectangulares. Su obra fue promovida por Carlos I y Felipe II, siendo
entonces Flandes parte del Imperio Español. Y así podríamos continuar con muchos
más ejemplos de avances personales u organizados en lo que respecta a la
elaboración de mapas, planos y cartas. Por otro lado, como las ciudades se
fueron erigiendo en centros de desarrollo humano, económico, social, cultural,
de poder, etc. acabaron generando una geografía más localista que nacional.
Ello es patente al comprobar actualmente la cantidad de planos de ciudades
renacentistas que han sobrevivido hasta nuestros días. Todo ello sin evitar que
se abordase la creación de los primeros atlas mundiales. Si el GPS o Google Earth
nos parecen actualmente un adelanto cercano a la ciencia-ficción, no debería
costarnos imaginar lo que debió suponer para aquella época tanta revolución
cartográfica. Y ligado a todo ello, los viajes, los grandes viajes, los
descubrimientos intercontinentales, las rutas comerciales, etc. fueran quizá la
génesis de cierta vocación humana a desplazarse a lo largo y ancho de todo el
planeta, algo que también actualmente se ha convertido en rasgo común del
comportamiento humano.
El emncionado mapa del mundo de Juan de la Cosa.
En aquella brillante época
histórica, surgieron muchos genios, algunos de ellos precisamente
caracterizados por una sorprendente polivalencia o pluridisciplinariedad.
Personas capaces de mostrar genialidad, o al menos destacada competencia, en
varios campos artísticos, científicos, culturales o productivos diferentes, a
la vez. No tengo el suficiente conocimiento en la materia como para afirmar que
dicha amplitud de capacidades fuera un rasgo generalizable a la población de la
época, aunque durante mi periodo escolar me comentaron que así fue, al menos
entre las clases urbanas más avanzadas. El caso es que si algo me atrajo
especialmente del renacimiento fueron tres características que quiero resaltar:
- La comentada superación del estancamiento cultural medieval.
- La defensa, respeto o consideración de que la polivalencia humana es una posibilidad viable que no tiene porqué implicar merma cualitativa.
- La recuperación de un bagaje de conocimiento y pensamiento antiguo (el clásico) que aún tenía mucho que ofrecer y que ser aprovechado.
Como ejemplo de amplitud de
desempeños, Leonardo da Vinci puede valer como caso elocuente. Su obra y su
excelencia son mundialmente conocidas. Por eso quiero destacar de la misma un
par de detalles discretos, pero de lo más significativos para los asuntos que
me suelo traer entre manos en este espacio narrativo. Entre su extensa obra
gráfica de grabados[3], dibujos y
croquis, encontramos toda una anatomía avanzadísima para la época, en la que
los dibujos de los paquetes musculares, no tienen mucho que envidiar de los que
nos ofrecía el Kapandji a algunos estudiantes en el Siglo XX (hablo de aspecto
anatómico visual).
Apuntes anatómicos de Leonardo da Vinci.
El otro es una premonitoria
colección de diseños de cadenas de transmisión, que en opinión de varios
expertos historiadores del ciclismo, representan ser el germen del actual
sistema de transformación del trabajo muscular humano en propulsión ciclista.
Casi medio milenio de adelanto. En cuanto al diseño de la hipotética primera
bicicleta, atribuido a Leonardo por la aparición de un simplón y esquemático
garabato en uno de sus códices más famosos, ya se ha descartado como autoría
del genial florentino y se sugiere que puede proceder más bien de cierto “vandalismo”
cómico de algún jovencito mucho más reciente.
Bocetos de cadenas de transmisión por
Leonardo.
En cuanto a lo de recuperar
valores, oficios, conocimientos… clásicos; si trasladamos dicha actitud
ideológica, a la que actualmente planteamos algunos aficionados de lo retro en
el mundo ciclista, podemos fantasear con la idea de estar viviendo una especie
de renacimiento del pedal que no sólo abarca la restauración y utilización lúdica
de bicicletas “clásicas”, sino que además se manifiesta a través de cierto desarrollo
o crecimiento de lo que algunos denominan "cultura ciclista". La
multiplicación de libros editados sobre el tema (novelas, recuperaciones
históricas y ensayos incluidos), la aparición de micro-editoriales
especializadas, cafés o “rincones-culturales ciclistas”, convocatorias y/o revitalización
de eventos, festivales, salones, etc. Todo son muestras de un aparente renacer
de la bicicleta en el entorno urbano y social. Prueba objetiva de ello es que
tras haber pasado una “Etapa Media”, durante la cual desaparecieron casi todas
las tiendas pequeñas especializadas exclusivamente en bicicletas, anuladas por
el tirón de las grandes superficies comerciales, las tiendas (¡y talleres!) de
barrio o centro urbano, surgen ahora como hongos y van reapareciendo por todas
las ciudades, basando su negocio, no ya sólo en la venta indiscriminada, sino
también en el mantenimiento, la reparación, la transformación o la
restauración. De igual modo resurgen los desaparecidos artesanos, no los mismos
en persona, sino nuevas generaciones que se enamoran de oficios desaparecidos y
hacen de ellos su pasión: vuelve a haber constructores manuales de cuadros a
medida, pintores, trabajadores del cuero. Y entre ellos toda una cohorte de
diseñadores de perfil tecnológico o bien artístico, que cada año, cada mes,
cada feria del sector, lo intentan con nuevas, originales, prácticas o
renovadoras propuestas para la bicicleta o su parafernalia auxiliar. Lo mejor
es que ello va de la mano de una reconquista del espacio urbano. Aunque las
ciudades en las que la bicicleta muestra una presencia evidente y cotidiana aún
son las menos, éstas son percibidas por la sociedad como ejemplos de vanguardia
cívica y urbanística. La cantidad (y variedad de edad) de usuarios habituales
de bicicletas en una ciudad, se ha convertido en un indicador de calidad de
vida, y este proceso parece ser que no tiene marcha atrás, a pesar de una aún
mayoría de ciudadanos reticentes al paulatino abandono del coche. La irrupción
de las bicicletas eléctricas está favoreciendo el cambio, porque se ha
convertido en una excelente oportunidad de ventas para muchos fabricantes,
interesados en que la bicicleta esté de moda. Las tiendas que no apuestan por
el modelo “taller” incorporado, en muchos casos optan por concepciones estilo
“boutique” ciclista. En definitiva, muchos síntomas de que algo está
ocurriendo.
Mi experiencia personal me lo
sigue sugiriendo. Tras haber proyectado el documental “Retrovisión” por varias
localidades, hecho que jamás hubiera sospechado que llegara a ocurrir, está
semana he tenido la oportunidad de hacerlo en Madrid. Ha sido en el centro, en
un local de moda que, con estética y fundamentación conceptual ciclista, ofrece
una amalgama de servicios urbanos que integran la hostelería, la dinamización
social, la promoción de la bicicleta y la cultura. El lugar me resultó tan
agradable, tan interesante, tan animado… y me ofreció tan amable acogida, que
no puedo menos que decir su nombre y recomendar su visita: "La Bicicleta
Café y Workplace", en pleno animado centro de Madrid, en la Plaza de San
Ildefonso, muy cerca de Callao. Allí se programan muchas actividades
relacionadas con este fenómeno al que he llamado "Cultura Ciclista".
En un acto promovido por la editorial La Biciteca y arropado por el destacado
local, en esta ocasión nos reunimos Alejandro, Iñaki y yo, para dar contenido a
una encantadora velada en la que primero se presentaron sus dos magníficos
libros y después se proyectó el documental. Había gente, poquita, pero variada,
y la mayoría completamente nueva para mí. A donde quiero ir a parar es a que
este entretenido deambular, con una película casera debajo del brazo, hubiera
sido impensable en cualquier otra época de mi vida. Hasta yo estoy disfrutando
de algunos efectos de este… ¿renacimiento?
La Bicicleta Café (foto: Mahoumadrid)
Ignoro si cuando se consolide del
todo la presencia de la bicicleta en nuestros núcleos urbanos, la implantación
seguirá avanzando hacia el mundo rural y la comunicación interurbana. Eso sería
lo ideal, también ha empezado a ocurrir en otros países, aunque me temo que
aquí resultará mucho más difícil o improbable, pues harían falta varios cambios
de actitud: por parte del lobby de la automoción (fabricantes, conductores,
administraciones de tráfico, políticos…), de las empresas ferroviarias, e
incluso de una ciudadanía que, en nuestro país, aún se empeña en dar la espalda
al mundo rural y prefiere desenvolverse en el extrarradio del extrarradio del
extrarradio... de una gran ciudad, en vez de entre los prados, montañas o
bosques, que pueden ofrecer innumerables pequeñas localidades, cuya vida y masa
crítica social convendría recuperar.
Nada de lo aquí expresado puede
ser aplicado al ámbito de los patines en línea. Se trata de un “mundo”
infinitamente más pequeño, que jamás ha tenido desarrollo alguno como medio de
transporte. Presenta además muchas barreras de cara a su potencial utilización
como costumbre cotidiana: barreras prácticas de indumentaria, de dominio
técnico y de infraestructuras. Tampoco sueño con una revolución del patinaje
(en tal caso sería revolución y no renacimiento, pero eso es ya otra
“historia”), pero confieso que siento envidia y admiración por el desarrollo
que esta modalidad deportiva ha alcanzado en Francia, con una espectacular
oferta de “randonnées” no competitivas de larga distancia por toda su geografía,
una amplísima red de carriles utilizables para viajar sobre ruedas y bastantes
paseos urbanos (periódicos) sobre patines en grandes ciudades como París u
otras.
En cuanto a las piraguas, tampoco
le veo posibilidad alguna como medio de movilidad ciudadana. Y en lo que
respecta a su transformación o crecimiento como medio deportivo de viaje o
entrenamiento a través de los desplazamientos más o menos largos, es una
práctica de lo más minoritaria. En mi opinión la gente no sabe lo que se
pierde, y no es consciente de ello, porque aunque parezca mentira pensarlo en
verano, de vacaciones y con la playa como referencia, en realidad, por lo
general, en nuestro país, a nivel urbano, vivimos “de espaldas al mar” o al
“espejo de agua” (río, lago, etc.). Los espacios acuáticos cercanos a las
poblaciones los hemos utilizado como fuente de recursos, como destino séptico,
etc. siempre pensando en su inagotable capacidad para cubrir nuestras
necesidades y absorber nuestra inmundicia. Pero verdaderamente, como espacio de
ocio activo y disfrute personal, salvo el masivo modelo playero, siempre ha
sido cosa de minorías. En este sentido el surf sí que está experimentando una
verdadera efervescencia, aunque creo que acabará moderándose, tal como en su
día ocurriera con el windsurf pasados los 80. El kayak de mar ha mostrado un
notable ascenso en usuarios, casi todos ellos ajenos al mundo competitivo.
Siempre en localidades costeras desde luego, pero todo ello dentro de tasas de
participación minúsculas, alimentadas a base de usuarios bastante autónomos, de
mediana edad y cierta actitud aventurera. A inmensa distancia de poder
considerarse como un fenómeno social. Entre tanto, los descensos turísticos de
los ríos asturianos se han convertido en un atractivo turístico más, pero que
no pasa de asimilarse, por parte de los usuarios, como una actividad singular
para hacer una vez ocasionalmente. La cuestión es que, o mucho me equivoco, o
nunca verán mis ojos un crecimiento destacado de la práctica popular del
piragüismo, pero es algo que no sólo no me preocupa demasiado, sino que más
bien me tranquiliza sentir.
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