"El atorrante". Adolfo Guiard.
Llueve. Llueve pero no empapa. El
maillot de lana de manga corta resulta agradable. Hace calor, calor templado.
El agua, la humedad mejor dicho, parece secarse nada más entrar en contacto con
las hebras del tejido o con la propia piel. Es que es verano. Y esto no es
verdadera lluvia. Es sirimiri. O calabobos. Un agradable regalo de agua
pulverizada que llena toda la atmósfera y reverdece de repente un paisaje
norteño que, recién iniciado el verano, ya parecía agostado este año.
Pedaleamos en tándem retro. La máquina no salía a la carretera desde
septiembre. Así que, una cita cercana e informal, en una mañana de domingo, al
encuentro de amigos entrañables, nos ha parecido una disculpa ideal para salir
a dar una vuelta. Literal, una vuelta a un circuito rural que no alcanza los 20
km. Es Vizcaya, Gatika más concretamente. Podría ser cualquier punto de la
costa asturiana porque el cóctel de sensaciones nos está “prestando” mucho.
Pero es Vizcaya. Podría ser también Cantabria porque hace dos días he visto un “corto”
(un documental) ciclista en secreto, que me ha dado tal sensación de paz,
parsimonia y frescor, que este momento se le asemeja un poco. Pero insisto… es
Vizcaya. Y lo es porque han sido Tomás y sus amigos de Enkarterri quienes nos
han avisado. Nos hemos juntado una corta “troupe” de aficionados al ciclismo
antiguo, para reunirnos con cualquier disculpa, y de paso, colaborar en dar
color a una etapa de la Vuelta a Vizcaya de juveniles. Chavales espigados y finos,
enfundados en licras vistosas y cabalgando tecnología de carbono. Es ambiente
de carreras en el pueblo. La caravana ciclista va cargada de coches de equipo.
La vemos salir y la vemos sobrepasarnos cada vez que nos detenemos a un lado
con cortesía deportiva para dejarnos doblar, ajenos al alienante ritmo
presente, en nuestro paseo pretérito. Está Roberto, está Javier, y Carlos, y
varios agradables compañeros de esta tierra verde. Visitamos el castillo de
Butrón. Nosotros sí, los corredores no. Pobrecitos. Tienen que labrarse una
gloria que solamente acariciarán algunos, pero para eso están aquí. Para eso
han entrenado. Para eso derrochan watios y pulsaciones. Nosotros economizamos
ambos, lo que derrochamos son emociones. Lo nuestro no es un evento. Tampoco
una quedada deportiva, un reto o una excursión. Es una reunión de amigos, las
bicicletas asisten y ruedan algo, pero poco. A cambio hablamos mucho, nos
reencontramos y despachamos una tortilla y unas cañas antes de despedirnos. La
Península atraviesa (dicen) una nueva ola de calor. Nosotros estamos a gusto,
en ocasiones la lluvia en verano nos fastidia, pero esta atmósfera húmeda de
hoy ha sido un verdadero regalo.
"XXI. BIZKAIKO ITZULIA JUNIOR".
Con mYriam y con nuestro tandem Dawes, posando ante el
castillo de Butrón.
Carlos y Tomás en plena tertulia matinal.
El comienzo de mis vacaciones de
verano lo marca el final de un curso especializado que dirijo cada año para la
Universidad en una de sus sedes estivales. Ya está terminado. Pero en cierta
medida ha sido como un aperitivo conceptual, porque el ciclismo ha estado
presente en él. No lo ha ocupado por completo, pero si ha constituido parte del
mismo. Dori Ruano me ha contado muchas cosas mientras la trasladaba a la sede y
mientras cenábamos un poco. Además, su ponencia fue acertada, desmitificadora y
sensata. ¡Cuánto triunfo llegó a acumular esta mujer! Algún día tendré que
escribir sobre ello. Pero no ahora, porque nuestras conversaciones han
transcurrido sin asuntos concretos preconcebidos. Entre el alumnado había dos
jóvenes ciclistas. Creo que ambos han sufrido una picadura de ciclismo retro,
de la que quizás ya no lleguen a curarse. Uno me ha enseñado fotos de la
herencia de su tío: una preciosa Zeus de los años setenta. Pero también estaba
un viejo amigo, quizá la persona que más carreras ciclistas haya organizado en
nuestro país. Eso es difícil de calcular pero es que él ha puesto en marcha cientos
de ellas durante décadas. Por no hablar de que se ha pasado la vida metido
hasta dentro en el mundo del ciclismo. Ahora escribe un libro, espero poder
tener el gusto de leerlo pronto. Me dice que una vez jubilado, ha decidido
dedicarse al “ciclismo de salón” (tertulias, charlas, escritos, divulgación,
etc.), y en especial al del pasado. No nos vamos a perder la pista, tendremos
mucho de qué hablar, le he dicho que hay mucha gente mayor en el ciclismo que
ha de dejarnos su legado de recuerdos antes de que estos se pierdan con la
marcha de aquellos. Enrique Aja también ha pasado por el curso. Participando en
una mesa redonda. Sociología del deporte popular de resistencia. Ha estado
acertado, reflexivo, locuaz y hasta cómicamente ocurrente. Lo hemos pasado muy
bien todos con él, y creo que él con nosotros. Me dice que su hija se está
animando, así que pronto veremos la antigua Marotias de su padre (el de
Enrique), circulando en algún evento: la bicicleta pasará así de la primera a
la tercera generación ¿puede ser algo más bonito?.
Al parecer, la Marotías de la familia Aja, ya debe de estar a punto.
El fenómeno avanza. Poco a poco
pero con paso firme. La defensa más manida por parte de los organizadores de
L’Eroica Hispania en los canales habituales de las redes sociales, tras las
críticas vertidas por algunos participantes, es que era la primera vez que se
organizaba (eso es cierto), pero que gracias a su evento el ciclismo retro
había llegado por fin a España. Nada más lejos de la realidad, aquí hay varios
meritorios organizadores que llevan batiéndose el cobre por la causa con
algunos años de antelación. Por favor, no usurpemos méritos a quienes se los
han ganado a pulso. Y como digo, el asunto “progresa adecuadamente”. Esta
primavera Otero (apellido ilustre del ciclismo español) anunciaba su cita para
septiembre, así pues Madrid se estrenará en esto. Hace apenas un par de semanas
eran Carlos, Edu y compañía quienes pregonaban desde Gijón que para la
temporada 2016, podremos contar con su cita “La Clasicona”. Y me consta que habrá
más novedades, aunque no se me permite anticiparlas. Así pues, el mapa de citas
se va haciendo más denso poquito a poco, y yo me alegro enormemente por ello. Recientemente
he tenido una visita veraniega a la que he recibido invitándola a comer en el
jardín. La comida ha sido lo de menos, comparado con el reposado rato de
tertulia mano a mano. Hemos charlado mucho sobre el reciente pasado, el agitado
presente y el incierto futuro del ciclismo retro en España. No todo es
inocencia ni progresión sin tropiezos. El proceso es cambiante y las
interpretaciones de este tipo de ciclismo empiezan a diversificarse. Nos
gustaría ver más sinergias, algunas ideas que le den el valor añadido que se
merece y que diferencien un poco más este fenómeno de lo ya instaurado para la
oferta de “cicloturismos deportivos convencionales”. El tiempo lo dirá, aunque
creo (cada vez estoy más convencido de ello) que nosotros seguiremos
practicando progresivamente más un ciclismo retro autónomo e independiente de
la oferta comercial, aunque también podamos continuar disfrutándola.
En verano leo mucho, creo que más
que a lo largo del resto del año, aunque siempre leo bastante. Pero libros, no
consumo revistas, y menos aún de ciclismo. Lo hice hace muchos años, en el boom
de los ochenta, pero acabé aburrido, porque a medida que pasaba el tiempo las
revistas se fueron transformando más y más en catálogos publicitarios de
material. En escaparate de pago para las marcas. La cosa sigue igual o peor.
Cada vez que llega a mis manos una revista del ramo, la echo un vistazo y
compruebo que casi toda ella es publicidad o artículos y anuncios sobre nuevos
objetos de consumo ciclista. Tal fenómeno no sólo se da en las revistas de
carretera o BTT sino que ha acabado contagiando a alguna de ciclismo ciudadano
que se las daba de independiente y alternativa. Por otro lado han ido surgiendo
otras que, buscando una estética “hipster” alternativa, proponen maquetaciones
muy cuidadas, otro papel, otros contenidos y una imagen claramente diferenciada.
Tampoco me llegan, porque en mi particular opinión, abusan de un estilo
fotográfico que en algunas ocasiones es muy artístico, pero en demasiadas
resulta desenfocado, técnicamente errado o simplemente, poco vistoso. Hay ya
varias de ellas en el mercado, en su defensa he de decir que aportan más
interés de contenido para leer, aunque la verdad es que no las sigo y no puedo
por tanto valorarlo. Como protesta contra el abuso mercantil y propagandístico
de las revistas habituales, voy a insertar aquí una cuña publicitaria sobre un
accesorio ciclista, a modo de competencia. Se trata de un objeto de defensa
personal que en su día se diseñó para proteger a los ciclistas de los
salteadores de caminos y que quizás en la actualidad cobre nuevo sentido para
la autoprotección o el contraataque ante el tráfico motorizado agresivo. Ignoro
si puede ser adquirido por Internet o no, porque se trata de un producto de
diseño muy retro: unas pistolas pequeñas y ligeras pensadas para ser portadas
por el velocipedista sin que ello le suponga una penalidad por el peso.
Personalmente no tengo interés por ellas, mi conciencia humanista me impide su
uso, y mi capacidad para generar los watios requeridos para una acelerada y
eficaz huida de la ley, hace tiempo que despareció de mis piernas.
Pistolas para ciclistas (en la parte superior se puede apreciar
parte de una mosca común, es una buena referencia para
hacerse una idea del tamaño). Pertenecen a la colección de
armas del Museo de Goya de Castres.
El fenómeno “randoneur” parece
contagioso, no lo digo porque sea consciente de que poco a poco haya ido
liando, persuadiendo o “convirtiendo” a amigos, conocidos o lectores anónimos
de las bondades del ciclismo vintage, sino porque en pocos días algunos colegas
más cercanos se han decidido a surcar las aguas a paladas. Javier se ha
comprado un estupendo, económico, práctico y versátil kayak. Ya lo ha estrenado
en La Concha, escenario de la más importante regata de traineras del mundo, y
algunos planes compartidos empezamos a barruntar entre los dos ¡bienvenido!.
Por otro lado, mi primera piragua, una “struer” con timón, que ahora estaba
aburrida en el jardín, ha viajado hasta Ciudad Rodrigo para dar servicio a mi
amigo Manu. Pese a que su pasión, su dieta, el gas que respira y la vida que
protagoniza son absolutamente ciclismo, “velocipedia”, cultura ciclista, o como
queramos denominarlo, algo en su interior ha provocado un estímulo que le ha
movido a decidirse a incluir unos paseos fluviales en piragua en su vida
cotidiana. No respondo de las consecuencias, no me hago responsable, si alguno
se inspira en mis actividades o relatos, allá él, es su decisión, o la de sus
neuronas espejo. Que se atenga a las consecuencias… yo llevo mucho tiempo
ateniéndome con gusto a ellas. Entretanto, un viejo me amigo me ha pedido
consejo para la compra de unos nuevos patines y una vez gestionada, me ha dicho
que le avise cuando vuelva a embarcarme en alguna otra participación de larga
distancia sobre ruedas pequeñas.
Pero desde luego, en cuanto a lo
de disfrutar del medio acuático, mejor kayak que “pedalinas” playeras. Las piraguas,
al igual que las bicicletas, diga lo que diga el título de algún brillante
texto dramático, no son exclusivamente para el verano, mientras que las “pedalinas”
sí. Son lentas, pesadas, veraniegas y bulliciosas. Al menos las que parecen dar
tontas vueltas en algunas de nuestras playas. Nada que ver con una “bicicleta
náutica”: todo un ejercicio de ingeniería ciclista y naval, al servicio de un
sueño o un capricho propulsivo. No sé si debería dar más pistas sobre ello. Ahora
que Manu se acaba de decidir por retomar la piragua, voy yo, perverso y
maquiavélico, y le enseño un artefacto que parece un auténtico velo-móvil
acuático. Pero por qué no, si en su día me atreví a mostrar bicicletas
voladoras, el “Waterbug” ha de tener aquí su sitio. Pese a que en lo que a mí
respecta, para viajar por el agua, mi preferencia indiscutible seguirá siendo
el kayak.
Imágenes del folleto publicitario del Waterbug.
Imagen de uno de los modelos fuera del agua.
Hace calor. Bastante. Tanto, que
no nos apetecía ir a la playa durante las horas centrales del día y lo hemos
dejado para la tarde. Algunos en el norte somos así. A las siete y media de la
tarde hemos montado en las bicicletas. Ambas con manillar de “carreras”. Una
BTT reciclada en bici de viaje y “para todo”, y una de las muchas retro que se
amontonan en el garaje de casa. Hemos decidido acercarnos a una de nuestras
playas favoritas, una que teníamos abandonada desde hace bastante tiempo. Se
llama Los Tranquilos, eso lo dice casi todo. Es una pequeña cala orientada a
poniente, con vistas a Santander y a la Isla de Santa Marina. El baño ha sido delicioso.
Hemos hablado y también he estado leyendo un rato hasta que hemos decidido
regresar pedaleando a casa. Me encanta salir de la playa tarde, entre las nueve
y las diez, casi ya anocheciendo. Es una de las muchas bondades que tiene el
comienzo del verano, que los días son muy largos. Por otro lado, la variedad me
emociona, pasar en cuestión de horas, del agua pulverizada sobre mi piel, al
dorado efecto cromático de un irreprochable sol de atardecer
Playa de Los Tranquilos.
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