viernes, 7 de agosto de 2015

32. EL PASO DE LA VACA PASIEGA II (2015)



"Paisaje Montañés" Agustín Riancho (Fundación Banco de
Santander).

La segunda edición de esta quedada se ha caracterizado, en cuanto a la exigencia del trazado, por un ligero cambio de planteamiento de las dificultades. Si el año anterior la dureza estuvo marcada por la inclusión de dos puertos de esfuerzo muy “violento” (longitud mediana pero con inclusión de rampas brutales), seguidos de un final plagado de “puertucos”; en la segunda edición se planteó un auténtico perfil “serrucho” que acumulaba cuatro puertos de gran entidad, totalmente seguidos, sin enlaces llanos entre ellos. Tres de los puertos de longitud y porcentajes intermedios (entre los 12 y los 7 km, y porcentajes medios del 7-8%, aproximadamente), y otro más, de los que podemos calificar como largos, con sus 14 km de ascensión.

La cita fue repentina, pues la fecha no estaba clara ni decidida en mi agenda personal. Por error, unas semanas antes, durante dos días, permaneció filtrada la información de “mis propuestas”, y rápidamente ya hubo muchos candidatos que la pescaron al vuelo, pero en ella, lo que faltaban eran las fechas. La decisión concreta tuvo lugar a lo largo de la misma semana de la reunión, al dar vueltas a un calendario veraniego bastante ocupado con vacaciones y reuniones familiares, además de otros planes. Así que, aun a riesgo de quedarme sólo, avisé a mi amigo Jesús (con el que este año aún no había coincidido en ningún plan), y con su visto bueno, traspasé el anuncio a algunos allegados por correo electrónico y a mis amigos de la Cofradía Velocípeda por el foro de la misma. Las primeras respuestas positivas no se hicieron esperar, mientras que las últimas fueron recibidas de víspera. Como es lógico, perdimos potenciales efectivos por la premura de la convocatoria, pero viendo el perfil y teniendo en cuenta que se proponía en pleno periodo de vacaciones veraniegas, la mayoría de las veces ya comprometidas, tal pérdida es natural y comprensible. Pese a todo, sorprendentemente, nos juntamos unos cuantos, desde luego más de lo que inicialmente podría haber imaginado. Ni más ni menos que seis, que comparándolo con el mano a mano del año anterior, suponía un cambio importante.

Para mí, la quedada comenzó realmente la tarde-noche anterior, cuando Javier y Manu se presentaron en casa para velar sus “armas” del día siguiente. Los instalé y preparamos una cena que, por culpa de la lluvia, no pudo disfrutarse en el jardín sino en el salón de casa. Myriam nos acompañó en la misma y pudimos hablar de varias cosas, aunque lógicamente lo relacionado con la bicicleta cobró especial protagonismo. En cualquier caso, repasamos con criterio, sabiduría basada en la propia experiencia y el sentido común que a veces otorga la madurez, la evolución de los fenómenos “retro” y “de época” (tweed-rides); y precisamente Myriam tuvo mucho que decir al respecto. La velada me pareció agradable, y disfruté mucho de la compañía de dos “cofrades” a los que tengo en gran estima.

Las perspectivas climáticas no eran nefastas, pero no demasiado halagüeñas. Si había suerte libraríamos de la lluvia hasta media mañana, nos mojaríamos durante un par de puertos hasta la hora de comer y el sol estaría garantizado a partir de las dos. Mi preocupación añadida era que tanta nube nos privara de la contemplación del panorama paisajístico, una de las bondades del trazado que, personal y especialmente, me apetecía que los invitados foráneos se llevaran “registrados” por sus retinas para casa.

Y hubo suerte ¡y mucha! Pues por la mañana Galizano estaba seco, nublado pero seco. Desayunamos, nos organizamos y montamos en las bicicletas para acercarnos al lugar de la cita: el parque de la iglesia del pueblo. Allí estaban ya, con puntualidad germánica, tanto Roberto como Carlos, y mientras nos saludábamos y hacíamos las primeras fotografías, apareció Jesús, que venía desde su casa (a 5km) en bicicleta y al límite del toque de campana.

El recorrido inicial fue ligero y tranquilo, huyendo desde muy pronto de las vías más habituales, para seguir carreteras de segundo o tercer orden, estrechas, variadas, rurales y sobre todo, con casi total ausencia de tráfico. De esas que permiten al grupo poder ir charlando de forma despreocupada. El trayecto en parte coincidía con el de la edición del año anterior. Castanedo, Pontones, Villaverde de Pontones, Orejo y Solares hasta La Cavada. Desde allí, traspasado el arco de Carlos III, el breve y agradable tramo junto al río Miera hasta Liérganes y desde aquel hermoso pueblo, los sucesivos toboganes que remontan el río, hasta hacernos atravesar Mirones y alcanzar un puente que cruza el Miera y marca el claro inicio del primer gran ascenso. Todo ese tramo de “aproximación” lo realizamos sin paradas, con esa típica conversación cambiante de puesta al día en la que la carretera y una especie de relevos no ordenados, siempre acaban provocando el establecimiento de emparejamientos azarosos entre todos los miembros del grupo. Pasado el puente, comenzamos las subidas con las pendientes rampas de “Linto”, que se van sucediendo de forma escalonada, superan en tramos el 10% y dibujan sinuosas curvas sobre un entorno muy frondoso de cobertura vegetal. Esta parte se divide en dos tramos, el de antes y el de después del modesto grupo de casas que es Linto. Tras el segundo vienen algunos toboganes en forma de curvas, con imponentes flancos de roca caliza al lado izquierdo de la carretera y vistas a un hermoso valle a la derecha. Roberto siempre recuerda Suiza cuando pasamos por aquí. Un corto descenso nos facilitó un fugaz paso por Las Vegas (si, tal cual…) y en seguida acometimos las dos fuertes paellas de subida previas a San Roque de Ríomiera, en donde nos detuvimos muy brevemente para rellenar agua de la fuente en nuestras poncheras. Oficialmente el puerto del Caracol (o el Campillo), en su versión oeste, comienza apenas un kilómetro más arriba de San Roque, pese a que desde el anteriormente mencionado puente, la mayor parte del trayecto ha sido de ascensión nada despreciable. La carretera es ancha y está en buen estado, la pendiente es evidente, y aunque no resulta excepcionalmente fuerte, te anima a elegir un desarrollo fácil y tomártelo con prudente calma. Las nubes de la mañana eran lo suficientemente altas como para dejar a la vista el paisaje, y así poder disfrutar de los tonos verdes de las laderas, cumbres y valles. El puerto es ameno, con curvas de diferente radio y orientación, de forma que las perspectivas cambian mucho hasta que se afronta un largo final diferente, que dirige a quien lo asciende, hacia las imponentes estribaciones del Castro Valnera (el pico más elevado de esta parte oriental de la Cordillera Cantábrica). Evidentemente todos los puertos los ascendimos a ritmos personales, creo que nunca en el mismo orden, con algún que otro emparejamiento casual en alguno de los ascensos y sin demoras excesivas entre los integrantes del grupo. La gente venía preparada, portando bicicletas adecuadas para el exigente recorrido y con suficiente preparación y entereza psicológica como para superarlo sin fisuras. Hay que destacar que Javier, a lo largo de toda la jornada, demostró lo que todos los demás ya sabíamos de sobra, que esta temporada está fortísimo y es capaz de poder superar cualquier reto personal que se proponga, por largo y duro que resulte. Pero por lo demás, todos respondimos bien y el nivel resultó bastante compacto para una sucesión tan exigente de puertos de montaña de entidad. Así que, enseguida, reunidos en el alto del Caracol, nos abrigamos lo suficiente e iniciamos el largo y agradable descenso hacia la Selaya. Es una bajada muy variada, con bastante cambio de orientación que aporta diferentes puntos de vista del valle del Pisueña. El estado del pavimento es muy bueno, así que invita a dejarse llevar y trazar las curvas con cierto entusiasmo que no conlleva riesgos. Algunos kilómetros antes del final, hay una repentina subida “rompe-piernas”, pero pronto queda un buen rato de regalo descendente hasta alcanzar la población y hacer un “stop” obligado, para poder tomar la carretera siguiente e iniciar, prácticamente de inmediato, el puerto de la Braguía (vertiente oeste) en dirección a la Vega de Pas. La Braguía son unos 7 kilómetros, a un constante ¿7%? (no lo sé seguro, pero no le andará muy lejos). El estado del pavimento es igualmente bueno, y también ofrece variedad de orientación y algunas curvas bonitas que dan entretenimiento al trazado, aunque todas ellas dibujadas con estilo de compás generoso en sus radios e impecable en su trazado (sin cierres repentinos o líneas angulosas). Tiene un poco de bosque, aunque del tipo de repoblación de crecimiento rápido, y un par de miradores a lo largo de la ascensión, en los que no nos detuvimos. La previsión meteorológica indicaba lluvia para esta parte del recorrido en los entornos de Selaya y la Vega de Pas, pero la jornada nos siguió respetando, aunque aquí una casi imperceptible atmósfera de humedad pulverizada nos refrescó aún más que durante el resto de la mañana. De hecho, en el alto no hubo reagrupamiento, tan sólo un fugaz “pié a tierra” para vestirse el cortavientos y un entretenido descenso lleno de curvas divertidas con constantes vistas al valle del Pas.

 Jesús coronando el Caracol.

Ya en el pueblo la sensación de neblina húmeda desapareció. Nos reagrupamos y aprovechamos para renovar el agua en la fuente de la plaza. Castigamos a Roberto sin posibilidad de entretenerse degustando (o acabando con las existencias) de los afamados productos reposteros locales (quesadas y sobaos principalmente) y continuamos la marcha en pos del principal coloso del día: Estacas de Trueba, 14 km de ascensión. De nuevo sin apenas calentamiento previo, pues el ascenso comienza muy poco después de abandonar la Vega de Pas. Ahora nuestra dirección era hacía el Sur. Hasta el momento habíamos estado saltando de valle a valle viajando hacia el este, pero ascender “Estacas” es ya atravesar la Cordillera Cantábrica de verdad, de norte a sur, es pues, como la mayoría de los puertos que lo hacen en Cantabria, superar un coloso. El puerto es “largo pero duro”, no tiene rampas excesivamente pendientes, pero tampoco ofrece descansos, empiezas a subir y no dejas de hacerlo hasta que acabas, con un trazado que parece realizado como ejercicio de evaluación de una academia de topografía de las de antes, calculando el paso de curvas de nivel con un patrón de ascensión casi fijo. La luz se fue poco a poco transformando lumen a lumen, abriendo el “obturador natural” del filtro de nubes poquito a poco, iluminando el espectacular panorama. El inicio lo amenizó otear el trazado abandonado de la vía de ferrocarril del Santander-Mediterráneo, la cual nunca acabó de inaugurarse, seguramente, como la historia de nuestra región tantas y tantas veces ha mostrado, por las causas ajenas habituales… Se intuye con claridad el trazado del lecho de la vía y una de las estaciones. Pero pronto todo el interés civil se olvida ante el panorama natural que se abre poco a poco al frente y hacia la derecha: la estrecha y solitaria carretera asciende incansablemente por las abruptas laderas herbosas (aquí siempre verdes) y desafía unas cumbres y riscos que parecen amenazarte como exclamando: “pero dónde te crees que vas, ¿es que acaso ves algún resquicio de cordillera por el que piensas que podrás pasar en bicicleta?”. La calzada responde al cabo del tiempo con un cambio de ladera, varios largos y una pronunciada curva. Estés donde estés, hay momentos en los que todos podemos divisarnos unos a otros, aún estando separados por varios hectómetros de distancia. En un momento dado pedaleamos bajo una cascada escalonada, antes de trabajar un largo que da acceso a una curva cerradísima que hace las veces de espectacular mirador hacia el valle. La vista desde allí es impresionante. A mí siempre me lo ha parecido, pero para evitar sospechas por amor “regionalista”, puedo asegurar que el panorama jamás ha dejado mudo a ningún visitante forastero al que haya traído conmigo aquí. El rincón es tan aéreo que uno ya piensa que está a punto de acabar. Error, aún queda un buen largo de ladera, girar (ahora por encima de la cascada) y afrontar una nueva “zeta”, antes del último y algo más sinuoso largo. Arriba llegaron palabras, exclamaciones, alegrías y expresiones de toda índole… todas ellas positivas.

Jesús y yo, con nuestras bicicletas gemelas en mitad del ascenso
a Estacas de Trueba (foto: Javier).
 
 Javier re-coronando Estacas de Trueba.

 Carlos también venciendo Estacas de Trueba.

 El grupo completo (a excepción del fotógrafo) junto al cartel
indicador.

El “resol” se convirtió en sol directo, y el descenso suave, y de unos nueve kilómetros, por la provincia de Burgos, sugería un cambio de paisaje, somero, pero perceptible: pradería ligeramente más parduzca, orografía menos agresiva, arbolado más esparcido, etc. Ni mejor ni peor, enriquecedoramente diferente, al menos un cambio identificable para los ojos autóctonos. Ese tramo de bajada parecía regalar cierta sensación vacacional, sabíamos que tras haber “salvado” secos la mañana, el sol ya no nos abandonaría en todo el día, el paisaje era encantador, habíamos dado cuenta de las mayores dificultades del recorrido y además estábamos a punto de disfrutar de una merecida comida. Paramos en Las Machorras y comimos en la terraza del ese bar-restaurante austero y generoso que nunca nos falla, del que Jesús podría contar tantas y tantas batallas de salvación personal pajarera a base de coca-colas o huevos fritos con chorizo. Nos lo tomamos con calma e hicimos bromas, tertulia, chistes, visitas a la televisión interior para ver la marcha de la anteúltima etapa del Tour, fotografías humorísticas de temática ciclo-vintage, etc. Pero es que además comimos bien y nos despachamos casi dos botellas de vino que a alguno le costaron que la siguiente ascensión le supusieran unos 15 kilómetros en vez de los 9 reglamentarios. Justo al ponernos en marcha, mi sabia Dawes, a la chita callando, se hizo la mártir y me mostró su rueda delantera pinchada. Mientras cambiaba de cámara me confesó al oído que se había dejado hacer para que mis colegas pudieran disfrutar del último minuto de ascensión al Alpe d’Huez, en la que Nairo “rozó el poste” y cerca estuvo de haber escrito algo grande, algo que tanto nos viene haciendo falta en el ciclismo contemporáneo.

La ascensión a Lunada desde el sur se anuncia moderada si cualquiera la compara con la vertiente norte. Aún así no deja de ser un puerto normal de casi 9 km de ascensión. Nos la tomamos con calma para no perjudicar nuestras digestiones respectivas, unas con mayor necesidad de fermentación, otras más gaseadas y alguna con superior índice glucémico. Una vez arriba, aviso para navegantes: “por favor, disfrutad del espectáculo de Lunada (el Portillo de Lunada es el nombre del puerto), pero no os ensimisméis tanto que os podéis ir al vacío”. Quizás alguno se pensaba que con el espectáculo de Estacas de Trueba ya lo había visto todo… no fue necesario preguntar porque a los pocos metros de iniciar el descenso y durante los 15 largos kilómetros del mismo, no paré de escuchar exclamaciones de gozo intentando poner palabras a lo que la naturaleza regala allí y casi nadie es capaz de replicar con arte descriptivo alguno. Primero unos largos aéreos para ofrecer la perspectiva global. Por cierto que en una curva ciega casi me como un grupo de yeguas que me exigieron hasta el tributo de un pequeño derrape de rueda trasera para cederles el paso. Después la famosa curva del mirador, las laderas altas, las medias, las bajas, la aproximación al río, las cabañas de tejados de losas… todo de un tirón hasta reagruparnos en San Roque de Ríomiera para recopilar piropos geográficos y continuar descendiendo, dando cumplida cuenta de algunos esporádicos repechos de regreso. Se daba aquí un breve (unos 15 o 20 kilómetros) tramo coincidente con la venida. Concretamente hasta La Cavada, donde nos decantamos por un regreso diferente, ascendiendo un repecho en dirección a Navajeda. A eso siguió Hoznayo y el deleite romántico, frondoso y casi en penumbra de la carretera no motorizada que va desde la Fuente del Francés hasta Villaverde de Pontones. Allí se nos despidió Jesús, para tirar directo hacia su casa. Era bien avanzada la tarde, llevábamos todo el día en bicicleta y con su extra matinal ya cubría la distancia exigida para completar las 100 millas de rigor. Nosotros continuamos por Pontones y Omoño, despachando un corto y duro tramo de despedida, antes de alcanzar Güemes y, en placentera bajada hacia al Mar, finalizar en Galizano.

 Manu coronando Lunada.

Roberto en Lunada.

Una de las vistas del Portillo de Lunada.

 Durante el descenso, Javier (de rojo) y Manu
(de blanco) disfrutando del panorama y el trazado.

La ruta prescindió conscientemente del regreso inicialmente planificado con media ascensión a Fuente las Varas, pero dicha decisión vino marcada por la coherencia, pues al llegar a Liérganes tras descender de Lunada, comprobamos que mis cálculos estaban errados y nos hubiéramos pasado (y bastante) del kilometraje total. De hecho, tal y como la realizamos, cumplimos las 100 millas con holgura (166 km exactamente). A Roberto se le hacía tarde y se nos despidió de forma natural: satisfecho, contento, amigable, indeciso y estresado a la vez. Pronto lo volveremos a ver, algunos antes y otros más tarde, pero todos antes del otoño. Los cuatro restantes, Javier, Carlos, Manu y yo, nos sentamos en una terraza del pueblo, para disfrutar del momento, con la tarea cumplida y una preciosa tarde sol y ambiente rural festivo. Unas jarras de cerveza y hasta otra. Manu y Javier se asearon en casa, se despidieron de mi familia y partieron en coche para sus respectivos destinos. Les agradezco su compañía, esfuerzo y determinación por haber acudido a la llamada, sus kilómetros de conducción antes y después de la paliza ciclista, y su pedaleo sin fisuras durante todo el recorrido, es una gratitud que hago extensiva a todos los demás, pero mayor aún para quienes acudieron desde más lejos, porque conozco el esfuerzo que el desplazamiento supone en tiempo, coste y fatiga. Al menos, confío en que no yo, sino el recorrido y la “tierruca”, hayan sido capaces de recompensar tanta entrega.

La segunda edición del “Paso de la Vaca Pasiega” se ha celebrado con éxito, y ya tengo casi completamente definido el itinerario para la siguiente, que aún será “El Paso de la Vaca Pasiega III” con un durísimo y bastante desconocido puerto en ascenso. No se hable más del asunto hasta llegado el momento. Por ahora, la temporada va finalizando, mi personal “Triple Corona” también ha sido completada con éxito (Salamanca-Madrid, 225km; Eroica Hispania, 196 km; El Paso de la Vaca, 166 km). Ahora queda descansar, esperando que vayan llegado los últimos planes de la misma, entre los cuales, se barrunta un otoño retro de lo más entretenido.

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