"El coloquio sentimental" Salvador Dalí
(Salvador Dalí Museum Florida)
Me gustan los trenes. Los utilizo
poco porque lamentablemente vivo en un país que lleva décadas dándolos la
espalda. Especialmente en determinadas zonas geográficas como la mía, en la que
las dos únicas tipologías de líneas que parecen ser útiles actualmente: una
buena red de “cercanías” o la “alta velocidad”, están vetadas y se nos castiga
sin ellas. Pero no pasa nada, sabemos sobrevivir con su ausencia, aunque
también con nuestros impuestos se construya lo de los demás. Pero puestos a
hablar del ferrocarril, lo que más me duele es que cada día se le ignore y
ningunee más. Los usuarios porque prefieren sus coches, esos objetos que para
tantos consumidores dan sentido a sus vidas; y los responsable de la gestión
del tren, porque en algunos casos, cada día ponen más dificultades e
impedimentos a los usuarios que pretenden hacer uso de él. Un ejemplo de ello
es el odio visceral que la RENFE y bastantes de sus empleados parecen tener
hacia las bicicletas, obsesionándose en poner constantes pegas para una utilización
racional que permita a la gente combinar las ventajas de ambos medios de
transporte, una solución que se ha demostrado tremendamente eficaz, práctica y
habitual en la mayoría de los países civilizados, que para casi todo,
utilizamos como referencia o espejo en el que mirarnos.
Pero no es mi intención ponerme
reivindicativo. No, lo que quiero es hablar de trenes aptos para el disfrute y
el placer, que haberlos los hay. Algunos que invitan a ser utilizados mediante
planes ciclistas y otros recomendables por sí mismos. Y puestos a hacer memoria
rápida, mencionaré algunos trenes que me impactaron (para bien) a lo largo de
mi vida.
Gales es uno de los “países” que
conforman el Reino Unido. Su historia tiene los tintes negros del hollín del
carbón y de las escorias de la minería, industria que tubo épocas de gran
apogeo por aquellos territorios. El contraste con su verde paisaje y con el
azul de su mar, hace que sea un estupendo destino en el que disfrutar de algún
viaje pausado y sin plazos. Hace décadas yo me animé a ello y pedaleé por sus
costas y por su campo interior, descubriendo parajes, gentes y pueblos
encantadores, generosos y abiertos. En Gales no podemos decir que haya puertos
de montaña, pero el terreno es “arrugado”, con constantes colinas o altos que
ascender y descender, caracterizados, muchos de ellos, por presentar duros
porcentajes de pendiente. Estos sí, de verdad, “cortos pero duros”. Durante mi
viaje en bicicleta, algunos días de descanso y visita local, me permití
montarme (sin la bicicleta) en algunos de los múltiples trenes turísticos
antiguos, los cuales proliferan por gran parte del Reino unido, pues muchas
antiguas líneas, han sido traspasadas ventajosamente a diferentes asociaciones
culturales aficionadas al ferrocarril, las cuales las mantienen, cuidan y
explotan turísticamente. Así se evita que se pierda el patrimonio, se
incrementan los recursos turísticos y de paso, se puede dar trabajo a alguien.
Un ejemplo de ello es el “Vail of Rheidol Railway” que partiendo desde Aberystwyth,
ofrece un delicioso recorrido campestre hasta Devil’s Bridge. Traccionado por
alguna de sus locomotoras de vapor recorre un precioso valle, permitiendo a los
turistas disfrutar del paisaje y las infraestructuras históricas de la línea.
Más espectacular aún resulta el “Snowdon Mountain Railway” cuya “forzuda”
máquina (también de vapor) remonta el pico Snodown desde su base en Llanberis hasta
la cumbre, remontando 960 metros de desnivel, en 7,5 km, gracias a un tremendo
esfuerzo y una vía con sistema de cremallera.
La locomotora del "Vail of Rheindol Railway" tiene que
detenerse a repostar agua a medio camino.
Estación de Devil's Bridge.
Locomotora del "Snowdon Mountain Railway" en la cumbre.
Puede apreciarse la cremallera entre ambos raíles.
Maquinista del "Snowdon..."
Panorámica desde la cumbre de Snowdon Mountain, con el
tren en primer término y lagos, colinas y el mar al fondo.
detenerse a repostar agua a medio camino.
Estación de Devil's Bridge.
Locomotora del "Snowdon Mountain Railway" en la cumbre.
Puede apreciarse la cremallera entre ambos raíles.
Maquinista del "Snowdon..."
Panorámica desde la cumbre de Snowdon Mountain, con el
tren en primer término y lagos, colinas y el mar al fondo.
Hablando de cremalleras y de
ascensiones nada habituales en tren, es famosa la red de cercanías de conecta
múltiples pequeños pueblos (o barrios) de las laderas de los Alpes suizos.
Vayas desde Lauterbrunnen o desde Grindelwald, por ambos itinerarios puedes
llegar en tren a la estación de Keline Scheidegg, de donde parte una
espectacular excursión ferroviaria por fuera y dentro del Eiger, hasta alcanzar
la parte alta del glaciar del Jungfraujoch. El viaje tiene tres paradas: la
salida al aire libre; una intermedia dentro de la montaña (Eigerwand, en la
cara norte del Eiger), en la que los pasajeros pueden asomarse hacia el
exterior por un túnel escavado en la roca (allí se rodó la película “The Eiger
Sanction”, 1975, protagonizada por Clint Eastwood); y la estación de destino
cuyos corredores están excavados en hielo y permiten acceder a un exterior
alpino de espectacular belleza.
Un tren de cremallera de aproximación asciende por las
laderassuizas.
Uno de los tresnes que sube al glaciar.
Al fondo los "cuatromiles".
Panorámica de los colosos desde el tren. Por la esquina inferior
izquierda se intuye la vía del tren. La primera "pared" negra de
la izquierda es la siniestra cara norte del Eiger.
Una vez arriba las vistas resultan extraordinarias. Aquí el
glaciar Jungfraujoch.
laderassuizas.
Uno de los tresnes que sube al glaciar.
Al fondo los "cuatromiles".
Panorámica de los colosos desde el tren. Por la esquina inferior
izquierda se intuye la vía del tren. La primera "pared" negra de
la izquierda es la siniestra cara norte del Eiger.
Una vez arriba las vistas resultan extraordinarias. Aquí el
glaciar Jungfraujoch.
Clint Eastwood en un fotograma de la películka.
Sin ser de cremallera, pero si estar
circulando entre elevadas cordilleras, tenemos el ferrocarril que va desde
Cuzco hasta Aguas Calientes. Se trata de un tren que se suele utilizar para
regresar del trekking del Camino Inca, cuando recorres durante varias jornadas
aquel fascinante recorrido senderista para llegar a Machu Pichu. El viaje caminando
es de lo más afamado, pero lo que suele obviarse es el espectáculo sociológico
que supone el regreso en tren, un convoy que aparece en un lugar en el que
hasta pocos minutos antes había un concurrido mercado que apenas dejaba
imaginar que aquello pudiera ser una estación con vías. Un tren en el que no se
cabe, y en el que el revisor se asoma al techo exterior para intentar
desalojarlo de pasajeros tardíos o polizones. Un conjunto de vagones (coches en
términos ferroviarios) en el que muchas personas viajan colgados de las barras,
manillas o balaustres exteriores, y en el que dentro, la masa permanece en
contacto permanente, apoyados unos contra otros, sentados, de pié, o acodados.
Los fatigados portadores quechuas se duermen de pié tras varias jornadas de
duro trabajo, las señoras que venden mate, se cuelgan de las puertas de
entrada, con sus hijos dormidos en el capazo de tela de su espalda y comercian
con clientes a varios metros de distancia, mientras las infusiones y los dineros
pasan de mano en mano hasta llegar a sus recíprocos destinos. Lo juro, una
experiencia indescriptible.
El mercado de Aguas Calientes va perdiendo animación a
medida que se acerca la hora de salida del tren.
Una de las vendedoras ambulantes con sus bártulos.
El tren se acerca. Turistas y locales se preparan para
intentar hacerse con un sitio.
medida que se acerca la hora de salida del tren.
Una de las vendedoras ambulantes con sus bártulos.
El tren se acerca. Turistas y locales se preparan para
intentar hacerse con un sitio.
Todo lo contrario, completamente
civilizado, es el trayecto que se propone en Las Landas francesas, para visitar
el “Écomusée de Marquèze”, al cual exclusivamente se puede acceder viajando
durante unos diez minutos en un encantador tren antiguo. La visita, recorrido
incluido, merece la pena, pues se trata de una exposición etnográfica de gran
interés que se disfruta recorriendo unas amplias instalaciones al aire libre
(un auténtico poblado) en la que la presencia de los animales de granja es
nutrida. Un plan muy recomendable para hacer con niños.
Parte de la familia posa ante la máquina del ferrocarril en las
Landas.
Disfrutando de un viajecito en familia.
Landas.
Disfrutando de un viajecito en familia.
De todas formas, para no aburrir
con más ejemplos, e ir centrando un poco el tema, no quiero dejar de mencionar
algunos casos en los que el ferrocarril y la bicicleta hacen buena combinación.
Por ejemplo al norte de Manchester, en una población-dormitorio de su
extrarradio (Bury) a la que se puede llegar pedaleando desde el centro de la
ciudad mediante un difuso carril-bici pintado en la carretera. Allí, se
mantiene una línea (“East Lancashire Railway”) que utiliza locomotoras antiguas
de vapor y conserva varias estaciones tradicionales. El servicio se supone que
es turístico, pero el caso es que ofrece varios viajes de ida y vuelta diarios
hacia Rawtenstall, por lo que también podemos considerarlo como opción de
transporte romántica. Entre sus clásicos “coches” hay un vagón de carga en el
que se pueden alojar las bicicletas. Ya expliqué todo esto con un poco más de
detalle hace dos años con ocasión de mi asistencia a la Pendle Vintage Velo.
Locomotora de la lína "East Lancanshire Railway",
Cantabria tiene un modesto
servicio ferroviario, sin alta velocidad y con una red de cercanías que, aunque
no cubre determinadas áreas de expansión de la población, podría ofertar mucha
mayor frecuencia y franja horaria en algunas de las que cubre pero olvida. Sin
embargo, su red resulta bastante interesante desde la óptica del potencial uso
combinado del tren y la bicicleta. FEVE tiene una línea costera que recorre la
práctica totalidad de la cornisa cantábrica y permite el transporte de las
bicicletas en sus convoyes, esto facilita acceder con bicicleta de carretera a
infinidad de puntos de partida rurales desde los que iniciar, o en los que dar
término, a excelentes excursiones o itinerarios. El ejemplo más claro puede ser
quizá el poder acercarse en tren, con una bicicleta de montaña, a estaciones
francamente próximas al paraíso natural de la Reserva del Saja, que es una
extensa área privilegiada para la práctica de BTT. Por su parte RENFE, aún con
algunas restricciones, también permite transportar las bicicletas en sus
unidades de cercanías, y su línea regional resulta muy interesante por ello,
pues discurre por el eje central de la región, ascendiendo toda la cuenca del
río Besaya. Esto supone poder ganar altura en el trayecto, ya que esta línea es
uno de los singulares ejemplos nacionales en los que los ferrocarriles han de
superar más de mil metros de altitud para poder dirigirse hacia el centro de la
península. Los trazados sobre raíles en permanente ascenso son difíciles de
construir y diseñar, pues a las dificultades orográficas hay que añadir el
hecho de que los trenes tienen una muy reducida capacidad escaladora. Los casos
nacionales (Granada, Asturias-León…) son ejemplos bastante extremos de esta
circunstancia, y así sucede aquí con el tren que recorre las Hoces del Besaya y
nos puede transportar (a nosotros y a nuestras bicicletas) a diferentes puntos
de interés, para diseñar multitud de recorridos. Tanto las líneas costeras de
vía estrecha, como las anchas de dirección norte-sur son recursos que a lo
largo de toda mi vida he utilizado mucho en combinación con mis bicicletas.
Cada vez menos, cuando mis intenciones son individuales, porque mi autonomía de
kilometraje ciclista es mayor. Pero en numerosas ocasiones he organizado
excursiones o pequeños viajes, con alumnado o con grupos de amigos de carácter
menos deportivo, en los que el recurso del tren ha resultado imprescindible
para facilitar la logística. La opción además enriquece mucho tales actividades
porque ofrece un buen rato de tertulia relajada y, al menos las líneas a las
que me refiero, muestran un paisaje francamente atractivo en todos los casos.
Otra línea de la que se me habrá
visto ofrecer referencias en alguna ocasión anterior es la del “Tren Hullero”,
“Transcantábrico” o “Ferrocarril de la Robla”. Se trata de un trayecto de vía
estrecha que comunica Valmaseda (Vizcaya) con La Robla (León), transitando por
la falda sur de la Cordillera Cantábrica. Todo ese territorio constituye un
área de muy poca población, inmediata cercanía a las montañas y un clima
radicalmente fiel a las estaciones, con muchas posibilidades de nieve en
invierno y buen tiempo en verano. El trayecto es ideal para realizarlo en un
sentido en bicicleta (mejor en varios días y con equipaje para poder disfrutar
de todo con calma) y en tren en media jornada en el de regreso. Algunos
escritores han plasmado sus propias vivencias sobre el trayecto en tren, así
que podemos considerarlo como una propuesta de viaje temático, que yo nunca me
cansaré de recomendar. Por si todo ello fuera poco atractivo (sin mencionar
gastronomía, paisanaje, historia…), el ciclista más deportivo tiene la
posibilidad de realizar el viaje en etapas linealmente más reducidas, pero que
a cambio incluyan escapadas perpendiculares o bucles, internándose en la
cordillera en cada uno de ellos, en la búsqueda de infinidad de grandes puertos
de montaña.
Detalle de "arqueología ferroviara" en el entorno del
"Tren Hullero".
La estación de "La Robla" en León.
Más de uno se preguntará a cuento
de qué tanto escribir sobre trenes. La razón proviene de mi última escapada
ciclista formal, el evento madrileño de La Chichonera, el cual tuvo como
principal protagonista al Tren de la Fresa. El asunto me obligaba a regresar a
la capital el fin de semana siguiente de mi última estancia allí, y de nuevo,
para una permanencia fugaz. Aún así, la invitación era atractiva y,
efectivamente, mereció la pena. Convocaban Ana y Daniel (de Bicicletas Clásicas
Leo) y la principal singularidad de su evento es que incluye sendos trayectos
de ida y de vuelta en el “Tren de la Fresa”, el cual circula entre la antigua
Estación de las Delicias en Madrid y Aranjuez. Un ferrocarril de época para un
evento ciclista de época. Me parece una combinación encantadora, por lo que no
debe de extrañar que, una vez ajustados los asuntos familiares y laborales,
finalmente el jueves, me decidiera a participar, aún a costa de tener viajar en
coche los dos días seguidos del fin de semana.
La estación madrileña conserva
sus encantos exteriores e interiores, más o menos está como fue, pues de hecho
tan sólo mantiene activa la línea histórica y no comparte servicio con ningún
otro medio de transporte actual. Probablemente por ello la hayan escogido como
sede para un museo del ferrocarril. Por la mañana, pude disfrutar de la
admiración de varios trenes reales de diferentes épocas que permanecen
estacionados en los andenes como contenidos del museo. Me hizo ilusión
contemplar un estilizado Talgo de primera generación como aquel que cubría la
línea Madrid-Santander en el que alguna vez tuve la fortuna de viajar. Su
“cola” panorámica muestra un diseño elegante al más puro estilo norteamericano
de los años 50. También me llamó poderosamente la atención un coche muy
interesante construido en madera y equipado en un estándar del máximo lujo. El
conjunto muestra un exclusivo comedor, compartimentos dormitorio, lavabo y
cocina de carbón. Una delicia digna de evocar las épocas en las que algunos
ferrocarriles de fama mundial (como el “Orient Express”), constituían en no va
más del lujo turístico de las clases más adineradas.
Fachada de la estación de las Delicias por la mañana.
Ambiente retro en el andén, cargando las bicicletas en el furgón.
La "popa" de un Talgo.
Nuestro tren nos estaba esperando
en su andén. Disponía de un vagón de carga en el que cuidadosamente fuimos
colocando todas las bicicletas. ¡Cuánto echo de menos que los trenes ahora no
incluyan un espacio así! o al menos un compartimento en el que poder
colocarlas, tal y como ocurría con los “chispas” de cercanías que utilizaba de
niño y adolescente en el pueblo, en el que mi bicicleta viajaba junto a las
sacas de correos. A medida que fuimos llegando a la estación nos fuimos saludando unos y otros.
Saludando y contemplando, porque el nivel de vestimenta alcanzado por esta cita
ha sido espectacular, tan sólo parejo con el de las bellísimas máquinas
reunidas. Sentados en nuestro coche, entretenidos con nuestras conversaciones,
no había la máquina echado a andar aún, cuando ya dábamos cuenta de las fresas
repartidas por las azafatas ataviadas para la ocasión. La verdad es que por
poder, bien hubiéramos podido haber añadido a las fresas un café, un refresco,
un helado y hasta algún pincho, porque si no nos damos cuenta ni salimos de la
estación. Al parecer un problema de colocación y maniobra del conjunto de
coches hizo que, tras un evidente retraso inicial, aún nos sugiriesen desalojar
el tren y mantenernos a la espera otros tres cuartos de hora, antes de poder
iniciar el viaje. La verdad es que, todo hay que decirlo, como ejemplo de
recreación de lo que ha sido y aún es la historia de los ferrocarriles en
España, la situación resultó de lo más fidedigna. Para mi aquello no supuso
pega alguna porque aproveché para visitar un par de salas con contenidos de mi
interés y porque me reuní con numerosos amigos con los que solamente lo hago en
ocasiones tan especiales. Lo que hubiera llevado mal hubiera sido haberme
perdido el trayecto en tren. Lo de la bicicleta me resultaba secundario después
de una temporada más de viajes por todas partes.
Con Juanpe en el "balconcillo" posterior durante el viaje.
Vista interior del "coche nº 1".
Entre los conocidos habituales
estaban Manu y Nuria a bordo de un tándem Talbot de los años 50. Ana y Dani (por
supuesto), Roberto, Tomás, Toni, Carlos y Luisa, Juanpe y un largo etcétera al
que más tarde se añadirían todos aquellos que se unieron al grupo en Aranjuez.
Como esto nunca es un inventario de personas, que nadie se sienta despreciado
si no lo nombro. El grupo aunaba dos tipologías: la que viene denominándose
habitualmente como de época (gente ataviada con ropa antigua de calle o
excursión y con bicicletas no deportivas), y los de la marcha retro (bicicletas
y ropa clásica pero “de carreras”). El plan oficial era que los primeros
realizaran un suave paseo por el entorno clásico de Aranjuez y alguna visita
museística. Entretanto, los otros cubriríamos una ruta de carretera de unos 60
kilómetros. Con buen criterio, llegados a Aranjuez, Daniel suspendió la marcha
por falta de tiempo (había una hora concreta para el tren de regreso) y fusionó
a ambos grupos para el paseo pero sin museos. El mal fue menor y nos ofreció
una ventaja, la de constituir un único, nutrido, variopinto y atractivo conjunto,
en el que poder compartir jornada con más gente, así como poder disfrutar de
bicicletas y estampas ajenas a nuestro grupo previsto. Tengo que decir que tuve
el placer de encontrar buenas compañías y entablar algunas charlas
interesantes. Ilustré sobre la merca Vipch al interesado portador de una
Raleigh de paseo, saludé a un ciclista con el que este año había coincidido ya
tanto en la Otero como en la Eroica Hispania, etc. Además, por supuesto, me
reuní con Alejandro o con Martín, buenos amigos a los que veo mucho menos de lo
que me gustaría y que acudieron acompañados por sus respectivas familias.
Linda pareja: estilosa ella y deportivo él.
Dos hermanas Peugeot de los 80, hermanan
fácilmente a dos encantadores ciclistas, y lo
que es más difícl a dos escuadras francesas
enemigas.
Charlando amigablemente con Tomás (Foto: Martín).
El paseo tuvo pedaleos
tranquilos, fotos y vistas agradables, y pronto acabó para permitirnos tomar un
aperitivo de lo más social y después disfrutar de una agradable comida en El
Rana Verde, restaurante histórico de la localidad. Mi mesa estuvo entretenida y
disfruté en ella de muy buena compañía. Al acabar la comida, tras la habitual
entrega de premios y sorteo, un amenazador viento arremolinado nos echó de allí
a todo correr, con amenaza inminente de lluvia y con peligrosa precipitación
real de ramas de considerable tamaño. El resto es fácil de imaginar, un poco
más de tren, fugaz despedida y conducción hasta el norte.
Aunque pueda parecer que el
componente ciclista tenga poco que resaltar en esta ocasión, nada más lejos de
la realidad, por eso he preferido dejarlo para el final, pues más que contar
con pelos y señales un evento en el que lo que primó por encima de todo fue la
relación social y el fluir de la conversación por todas partes, quiero resaltar
algunas otras cosas no menos interesantes. De las conversaciones salieron
planes, ideas, citas, datos, contactos, teorías y amistades algo más
afianzadas. Todo ello tiene mucho valor para quienes allí estuvimos, pero poco
sitio en una crónica de este estilo. Pero esos otros aspectos a los que si me
quiero referir, creo que pueden ayudar a comprender el porqué de la importancia
de la reunión.
En el evento había bastante gente
a la que yo no conocía de nada. Creo que la mayoría de ellos formando parte del
grupo de “época”. Por su elegante aspecto y lo cuidado de sus bicicletas,
sospecho que provenían del círculo de influencia de Dani (o de bicicletas
clásicas Leo). En cuanto a los “ciclistas”, casi todos eran conocidos míos,
pero en cualquier caso, su atuendo y conjunto material era apropiado y cuidado,
buscando más la ambientación que el rendimiento o la eficacia. La cuestión es
que integrando a unos y otros, el colectivo dio muestras de una elegancia irreprochable.
He estado pensando bastante sobre ello y me atrevo a sentenciar que con toda
probabilidad, en cuanto a ropa y bicicletas, esta cita haya resultado la de
mayor nivel estético de todas aquellas a las que he asistido esta temporada.
Había bicicletas preciosas y variadas, vestimentas perfectas y Aranjuez, la
estación de las Delicias, El Rana Verde y el propio Tren de la Fresa cumplieron
a las mil maravillas sus funciones de escenario. Disfruté del ejercicio
estético completo, de hecho, aunque me sentía satisfecho de mi conjunto
“deportivo”, eché de menos alguna de mis bicicletas “ciudadanas vintage” y
vestimenta acorde con ella. Mi plan original había sido haber acudido allí
acompañado por Myriam, ambos listos para la concentración en vez de para la
marcha, pero su trabajo lo impidió esta vez. Me gustó formar parte de este
ejercicio estilístico tan logrado, que quizás en algunas otras ocasiones queda
mermado en intensidad por cierta tendencia que algunos ciclistas “deportivos”
muestran en aferrarse a los límites superiores de fechas de fabricación
señaladas para las bicicletas, sobrepasarlos impunemente en el caso de algunos
accesorios, o restar importancia a la apariencia retro. Sobre este asunto
volveré la semana que viene, en un capítulo en el que he decidido que voy a
filosofar un poco. Antes quiero destacar que es posible, de todas-todas,
combinar la exigencia de esfuerzos deportivos ciclistas ambiciosos (o durísimos)
con máquinas, equipamiento, avituallamiento y vestimenta antiguo. Nuestra
actividad lo viene demostrando desde hace tres años (Larrau, Tourmalet, Fuente
del Chivo, Salamanca-Madrid, Eroica Hispania “larga”, etc. son pruebas de
ello). Por lo que la dureza no es disculpa para saltarse a la torera la esencia
de lo que puso en marcha todo este asunto: el culto a las bicicletas clásicas.
Ana y Daniel irradian buen gusto.
Lo transmiten con sus ideas, la concepción de su “neg-ocio” (Leo), sus
bicicletas, sus amistades y su evento. El resultado quedó demostrado en La
Chichonera, y a mí me gustó reencontrarme con un “chute” de ciclismo vintage
estético intachable. No todo vale, o no todo debería valer. En Italia este
campo de afición lleva ya muchos años de adelanto, y algo habrá pasado cuando,
de un tiempo a esta parte, ya aparecen eventos en los que las restricciones
aumentan y algunos se diseñan en exclusiva para bicicletas aún más antiguas
(pioneras) y con “reglamentos” de actuación ciclista radicalmente obsoletos
(como si Henri Desgrange hubiera levantado la cabeza). Y me estoy refiriendo a
pruebas “deportivas” de bastante dureza y amplio kilometraje.
Estilo
Clase (Foto: Carlos A).
¡Feliz cumpleaños!
El ferrocarril nos brindó esta
vez un hermosísimo viaje al pasado. La lana, el algodón, el lino, el tweed, la
franela o el loden, contrastaron con el raso, las puntillas, los tacones o las
medias de seda. Todo ello con banda sonora de risas, chirridos metálicos,
bocanadas de vapores, traqueteo, brisa y demás. Los tejidos, cuya confección a
gran escala fuera el motor de arranque de la Revolución Industrial en Gran
Bretaña, maridó excepcionalmente con las tuberías de acero Vitus, Reynolds,
Columbus y demás. El juego funcionó. Mi enhorabuena a organizadores y
participantes.
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