Esto va de peregrinaje.
Preferentemente en el sentido viajero del término. Viajero, nómada o
itinerante. Ya se irá viendo a medida que el texto, al igual que cualquier
peregrino, vaya avanzando paso a paso, frase a frase. Pero antes, una breve
introducción sobre la cuestión jubilar. En la fe católica, la iglesia establece
varios lugares en los que una peregrinación (acompañada de una serie de
requisitos añadidos y realizada siempre dentro de unos periodos temporales
establecidos de forma bastante precisa) permite al peregrino ganarse el
jubileo: indulgencia plenaria concedida por el Papa. Es lo que se denomina
jubileo “in perpetuum”, lo cual difiere de otras opciones jubilares no
asociadas al concepto de peregrinación. La Santa Sede tiene reconocidos siete destinos
como lugares en los que cada cierto tiempo (estamos hablando de unos pocos años
entre una ocasión y la siguiente) el beneficio del jubileo está activo en
ellos. Resulta cuando menos curioso que de los siete, cinco se encuentren en
España. Algo habrán tenido que ver los Reyes “Católicos”, el habernos sido
considerados (o autoconsiderados, según las épocas) “reserva espiritual de
occidente” [por cierto que tenemos cierta tendencia reciente a eso de erigirnos
en reserva europea de muchas cosas como el turismo, la naturaleza, el alcohol
barato, el fútbol… no sé si esto es bueno, malo o simplemente idiosincrásico],
todos esos siglos de poderío de la “santa” Inquisición, la Reconquista, el
Rosario de la Aurora o tantas y tantas cuestiones que, miremos por donde
miremos, encontramos adheridas y disueltas en nuestra historia, lenguaje,
cultura, costumbres, etc. El caso es que en el “resto del mundo” el peregrinaje
jubilar oficial puede encaminarse hacia Roma o Jerusalén (ambos de forma
perpetua), mientras que dentro del territorio nacional uno puede elegir entre:
Santiago de Compostela, Caravaca de la Cruz, Valencia, Urda y Santo Toribio de
Liébana. En esta cuestión me llama mucho la atención que en los casos de
Caravaca, Urda y Valencia, la concesión de tan destacado privilegio haya sido
francamente reciente (desde 1981, 1994 y 2014, respectivamente). Algo muy
alejado de los casos de Santiago (desde 1126) y Santo Toribio (1512).
Diferencia que, se me antoja, confiere a estos dos últimos, un poso como si
dijéramos mucho más histórico y en cierta medida medieval, o cuando menos, en
el caso de Liébana, renacentista.
Lo de las peregrinaciones
motivadas por asuntos religiosos es algo, le pese a quien le pese,
característico del ser humano y que prácticamente ha existido, en unos momentos
u otros, en todos los continentes del mundo. Son de sobra conocidos en el
Cristianismo, Budismo, Islam, Hinduismo, etc. ha habido múltiples muestras de
ello en diferentes lugares, justificadas bajo muy diversos tipos de culto: el
camino de Shikoku japonés, numerosas manifestaciones de las civilizaciones
americanas precolombinas, etc. Pero fuera de lo religioso, el nomadismo
intencionado de las gentes, siempre ha estado presente como parte del catálogo
de comportamientos humanos. Ya sea como modelo de vida y supervivencia:
evidente en la prehistoria y aún vigente en el caso de algunas poblaciones como
parte de los habitantes de Mongolia, o incluso naciones “itinerantes” como los
Saami (el Pueblo Lapón), los Tuareg…; o como hábito temporal (trashumancia,
éxodos vacacionales, etc.) de antes o de ahora. El caso es que una evidente
vocación o tendencia viajera hay que reconocerle a una parte significativa de
la especie humana. Tal es así que en la actualidad la movilidad se ha
convertido en un fenómeno de interés prioritario. Tanto la cotidiana,
relacionada con los desplazamientos que las personas realizamos para posibilitar
nuestro modo de vida habitual (trabajo, estudios, etc.), como la esporádica y,
en algunos casos, de mucha mayor distancia: viajes de trabajo específicos,
turismo, visitas a familiares alejados, etc. Dentro de esta dinámica el turismo
es un fenómeno que ha ido creciendo de modo espectacular en las últimas
décadas, y una de las modalidades en que dicho incremento se ha visto
igualmente reflejado es la de los peregrinajes.
Cuando miramos de cerca el peregrinaje como opción de viaje turística nos encontramos con que éste no necesariamente integra el sentido religioso (puede que sí o puede que no, pero eso es ya meramente una cuestión personal del peregrino), sino que obedece a una motivación de ocio con mayor o menor proporción de otros ingredientes culturales, deportivos, de moda, etc. El efecto llamada que en apenas tres décadas ha generado el Camino de Santiago es un caso verdaderamente paradigmático. En registros formales del Camino en el año 1970 se contabilizaron 68 peregrinos (451 en 1971 al ser año Santo). Las cifras se mantuvieron similares hasta que en la década de los 80 aumentaron sensiblemente, alcanzando (o casi) los dos millares en año normal a partir de 1986 y los 5760 en el año Santo de 1989. Aquí quiero resaltar que considero a José Luís Algarra como un verdadero “apóstol” independiente de la promoción del Camino como destino idílico de viaje en bicicleta. Su acción en seminarios no lectivos para alumnado del INEF de Madrid, sus artículos en revistas del ramo ciclista y alguna que otra publicación en formato libro fue proactiva y se centró precisamente en los años inmediatamente anteriores y posteriores a 1986, luego es de suponer que algo tendría él que ver con aquel repunte inicial. Desde el 87 al 92 el crecimiento se mantuvo anualmente aunque de forma moderada, y de repente, en 1993, (Año Santo) se pasó de 9764 a 99436, algo únicamente explicable si tenemos en cuenta las potentes campañas promocionales que se diseñaron entonces. Hasta ese momento el Camino había apenas pasado de algo meramente anecdótico (un vestigio del pasado) a un plan viajero apetecible para iniciados que buscaban un itinerario temático que integrase componentes de aventura, actividad física y connotaciones histórico-culturales (o, claro está, religiosas). Antes de aquel boom los servicios ¡y negocios! de atención al peregrino eran poquita cosa, la mayor parte de las veces incluso una adaptación eventual (para la ocasión) de lo que hubiera en cada lugar. Después… llego la comercialización, la masificación total, la actividad económica asociada, etc. El aumento de “demanda” no se detuvo, de forma que desde 2010 la cifra anual se mantiene siempre cercana (por encima por debajo) a los 200.000 peregrinos (controlados) acercándose ya a los 300.000. Este fenómeno ha traído consigo sobredimensionamientos varios: materiales, sociales, económicos, ambientales, etc. La diversidad de caracteres, planteamientos, tipologías y comportamientos de los peregrinos actuales es casi infinita. Hay de todo. Son muchos los que quieren “poner un camino de Santiago” en su vida, “muesca hecha, ‘selfie’ y a otra cosa mariposa”, o los que se han “especializado en el Camino” y lo hacen prácticamente todos los años, complementándolo con nuevas y diferentes variantes. Y entre ambas posibilidades, todo un espectro inagotable de actitudes y planteamientos.
Un
sugerente destino dentro de la multitud de objetivos de peregrinación que
presenta nuestro planeta es el conjunto de iglesias rupestres excavadas en roca
basáltica roja de Lalibela (Etiopía). Se trata de una ciudad monástica. En los
mismos días que escribo esto, se inaugura una de las 100 exposiciones con las que
PHoto España celebra su vigésimo aniversario y muestra el proyecto “Lalibela,
cerca del cielo”, de la prestigiosa fotógrafa Cristina García Rodero. (Imagen: Cristina
García Rodeo en cultura.elpais.com).
Cuando miramos de cerca el peregrinaje como opción de viaje turística nos encontramos con que éste no necesariamente integra el sentido religioso (puede que sí o puede que no, pero eso es ya meramente una cuestión personal del peregrino), sino que obedece a una motivación de ocio con mayor o menor proporción de otros ingredientes culturales, deportivos, de moda, etc. El efecto llamada que en apenas tres décadas ha generado el Camino de Santiago es un caso verdaderamente paradigmático. En registros formales del Camino en el año 1970 se contabilizaron 68 peregrinos (451 en 1971 al ser año Santo). Las cifras se mantuvieron similares hasta que en la década de los 80 aumentaron sensiblemente, alcanzando (o casi) los dos millares en año normal a partir de 1986 y los 5760 en el año Santo de 1989. Aquí quiero resaltar que considero a José Luís Algarra como un verdadero “apóstol” independiente de la promoción del Camino como destino idílico de viaje en bicicleta. Su acción en seminarios no lectivos para alumnado del INEF de Madrid, sus artículos en revistas del ramo ciclista y alguna que otra publicación en formato libro fue proactiva y se centró precisamente en los años inmediatamente anteriores y posteriores a 1986, luego es de suponer que algo tendría él que ver con aquel repunte inicial. Desde el 87 al 92 el crecimiento se mantuvo anualmente aunque de forma moderada, y de repente, en 1993, (Año Santo) se pasó de 9764 a 99436, algo únicamente explicable si tenemos en cuenta las potentes campañas promocionales que se diseñaron entonces. Hasta ese momento el Camino había apenas pasado de algo meramente anecdótico (un vestigio del pasado) a un plan viajero apetecible para iniciados que buscaban un itinerario temático que integrase componentes de aventura, actividad física y connotaciones histórico-culturales (o, claro está, religiosas). Antes de aquel boom los servicios ¡y negocios! de atención al peregrino eran poquita cosa, la mayor parte de las veces incluso una adaptación eventual (para la ocasión) de lo que hubiera en cada lugar. Después… llego la comercialización, la masificación total, la actividad económica asociada, etc. El aumento de “demanda” no se detuvo, de forma que desde 2010 la cifra anual se mantiene siempre cercana (por encima por debajo) a los 200.000 peregrinos (controlados) acercándose ya a los 300.000. Este fenómeno ha traído consigo sobredimensionamientos varios: materiales, sociales, económicos, ambientales, etc. La diversidad de caracteres, planteamientos, tipologías y comportamientos de los peregrinos actuales es casi infinita. Hay de todo. Son muchos los que quieren “poner un camino de Santiago” en su vida, “muesca hecha, ‘selfie’ y a otra cosa mariposa”, o los que se han “especializado en el Camino” y lo hacen prácticamente todos los años, complementándolo con nuevas y diferentes variantes. Y entre ambas posibilidades, todo un espectro inagotable de actitudes y planteamientos.
Confieso no haberlo realizado
nunca y me temo que ya no lo haré jamás. Lo que he podido ver en la actualidad
no me atrae, más bien lo contrario. Huyo de las masificaciones y esta me lo
parece de todas todas. En aquellos “virginales” años ochenta disfruté de
algunas etapas ciclistas con Algarra y en numerosas ocasiones, por motivos
ajenos al propio Camino, he recorrido múltiples tramos del mismo caminando,
pedaleando, de forma motorizada, e incluso remando en piragua. Y lo que he
visto no me va demasiado. Especialmente unos andenes asfálticos espantosos en
las inmediaciones de Ponferrada. En los ochenta fue un plan que estuve a punto
de acometer en bicicleta, pero que lamentablemente dejé pasar. Y ahora me temo
que la evolución de la demanda no va a cambiar.
Como no quiero que se me
malinterprete debo añadir una reflexión que me parece importante. El camino de
Santiago, durante varios siglos, se pareció mucho más a lo que es en la
actualidad (me refiero a connotaciones sociológicas, económicas, globalizadoras
y de infraestructuras), que a los “románticos” años en los que era casi completamente
ignorado. Esto es algo más que palpable haciendo recuento de la enorme cantidad
de infraestructuras antiguas que aún quedan en pié en la actualidad, las
innumerables referencias históricas, etc. Hasta las “guías para peregrinos” que
hace ya varios siglos llegaron a escribirse.
“El libro V del Códice Calixtino es una guía para el viajero medieval
con la primera intención, […], de divulgar el Camino de Santiago. Pese a estar
redactado en el siglo XII, no ha perdido actualidad, por su realismo. El peregrino
actual podrá seguir casi punto por punto las etapas de viaje que se proponen en
esta guía. Aparte de esta utilidad práctica, nuestro lector disfrutará
conociendo a un tiempo paisajes, gentes, leyendas y arte del Camino de
Santiago”.[1]
“El Códice Calixtino –sería más exacto llamarlo Códice Compostelano-
está considerado como el libro por excelencia de la peregrinación a Santiago.
Escrito en el siglo de oro de las peregrinaciones jacobeas, tiene un objetivo
muy claro: extender por Europa la devoción al Apóstol y popularizar el camino
que lleva a su tumba. Todo él es un canto al Camino de Santiago”.
Facsímil del
códice Calixtino. (Imagen: navarra.es).
Y puestos en contexto, el Camino
debió de ser durante mucho tiempo una de las principales vías de movimiento de
gentes de Europa, plagada de fervorosos cristianos, avispados oportunistas, indeseables
maleantes, admirables estudiosos, competentes profesionales, amorosos artesanos,
etc. Por él circularon miles de personas en ambos sentidos. Tanto por su
itinerario principal como por sus múltiples variantes, conexiones y
alternativas. En determinadas épocas fue un importante asunto de gobierno, y
desde luego, una arteria principal de comunicación de información, influencia y
conexión cultural. Sobre el Camino de Santiago se habrán escrito cientos o
miles de libros. Y algunos de ellos seguramente ahondarán en ese componente
“paralelo” de las gentes que en él se vieron involucradas, sin que su conexión
tuviera nada (o poco) que ver con la devoción religiosa. De entre los que han
tratado esta cuestión en forma de novela he leído al menos dos. Uno dirigido a
un público juvenil, plagado de aventuras y cierto corte fantástico, y otro
encaminado a entretener al público adulto. En este segundo, Jesús Torbado nos
cuenta peripecias de muy diversa índole, en un libro que, al menos hace unas
pocas décadas, me resultó entretenido. Advierto de antemano que contiene varias
“escenas” subidas de tono en cuestión de erotismo.[2]
Evoluciones aparte, el caso es
que sus datos y sus significados se erigen en el ejemplo más notorio de eso que
he adelantado del peregrinaje como planteamiento viajero actual. De hecho,
gracias a su tirón, han empezado a proliferar por muchos territorios diversas propuestas,
más o menos elaboradas, de viajes en formato de peregrinaje. Un valor común que
le encuentro a tales propuestas es que tratan de esforzarse (poco o mucho) en
asociar algún elemento temático a la ruta, para que la misma adquiera, al menos
conceptualmente, cierto sentido de peregrinaje (religioso o laico). Una especie
de vínculo que aglutine y dé sentido a toda la ruta propuesta. No en todos los
casos consiguen que el nexo tenga además mucha antigüedad, y mucho menos un
reconocimiento religioso digamos “avalado por la autoridad (espiritual)
competente”. Pero eso es lo de menos, un río con personalidad geográfica me
parece una excelente excusa, la emulación de grandes traslados estacionales de ganado,
el tributo a algunas rutas de movimientos demográficos del pasado, etc. pueden
ser otros ejemplos de verdadero interés.
Siempre me he declarado auténtico
forofo de los viajes itinerantes temáticos. He hecho bastantes en mi vida,
aunque rara vez los llamo peregrinajes. No es que no los considere como tal,
sino simplemente que muchos de ellos no me “suenan” de esa manera. Me meto más
en el papel de peregrino cuando el trayecto tiene un significado de camino
hacia un destino bien concreto antes de que yo se lo ponga, y cuando además
evoca o reproduce un peregrinaje con algunos siglos de historia. Tales
atributos hacen que la mayoría de los que se me ocurren como para que,
personalmente, los denomine peregrinajes, posean cierto componente de fé o
espiritualidad. No por mi parte, sino por la de quién en su época la generó. Por
cierto que en algunos casos, ese sentido aludido entraba dentro de la categoría
de la herejía, pero eso, precisamente, no es algo que me incomode en absoluto.
De hecho, entre mis potenciales peregrinajes, tengo especial ilusión por
embarcarme en uno (de compleja logística), que evoca la huída de un corpúsculo
religioso cuya vida acabó en tragedia y con olor a chamusquina. Hasta hora se
me ha resistido, pero espero poder realizarlo algún día… este no creo que
llegue nunca a hacerse tan multitudinario.
También el modo de avance genera
en mí cierto sentimiento de adecuación o no al concepto de peregrinaje. Lo que
voy a explicar es algo a todas luces irracional y absurdo, y responde únicamente
a la evolución histórica y emocional de mi persona. Si viajo a motor no me
siento peregrino. Puedo disfrutar tanto o más que de otros modos, pero no asumo
ese “rol”. Tampoco si viajo en bicicleta con asistencia, en patines o de
algunas otras maneras. Me puedo sentir peregrino en bicicleta con alforjas si
el trayecto me ofrece una fuerte connotación respecto a todo lo que he ido
explicando hasta ahora. Me sentiría plenamente peregrino viajando a lomos de un
caballo o sentado en un carro de tiro animal, pero ambas son oportunidades que
no he podido disfrutar (aunque no las hubiera hecho ascos, especialmente a la
primera). Y como pueden ustedes imaginar, caminando me identifico plenamente
con esa condición de viajero en peregrinación. Aunque eso sí, evitando todo lo
posible las vías pavimentadas. Me resulta imposible hacer un ejercicio de
empatía con todos los andarines de larga distancia sobre asfalto. Los respeto,
pero no los entiendo, y me llama poderosamente la atención el hecho de cada vez
haya más.
Quizás esta descripción pueda
ayudar a construir un poquito la imagen que se genera en mi mente cuanto
imagino a un peregrino:
“La larga túnica bien ceñida a la cintura, en los hombros la capa que
se llama peregrina y que por la noche hace las veces de manta, un sombrero de
ala ancha en la cabeza que impide que la lluvia moje el cuello y da sombra a la
cara cuando hace sol, en las alforjas pan y tocino, un salvoconducto, el
dinero, piedras de pedernal por si había que encender fuego, vino en la bota de
calabaza, cuero o cerámica, y en la mano el bordón, para apoyarse en las
subidas, sondear los vados, saltar los riachuelos, ahuyentar a los perros
abandonados o incluso defenderse si era necesario. […] La premisa indispensable
para pasar buena una buena noche era la de llegar, antes del atardecer, a un
centro habitado donde encontrar una buena posada. Como ya se sabe, se viajaba a
poca velocidad y las etapas no podían ser muy largas…”[3].
Aunque de la capa me he pasado al
Gore-tex, el sombrero o la gorra se me hacen imprescindibles, así como la
mochila que sustituye a la alforja y un bidón a la calabaza. Pero la esencia y
la filosofía, el vadear y el pernoctar itinerante, en el fondo siguen vigentes.
Presentado todo este asunto de
los viajes contemporáneos de peregrinación, me sitúo en mi contexto cercano
actual. Hace algunas semanas que se acaba de dar comienzo oficialmente a un Año
Santo en el Monasterio de Santo Toribio de Liébana (Cantabria). Ha sido en
abril, ya que tan específicas cuestiones se rigen por los tiempos y calendarios
eclesiásticos. Se abrió la denominada Puerta del Perdón, y con ella el periodo
jubilar correspondiente. Tarde y mal, nuestro gobierno autonómico ha querido
sacar provecho económico, promocional y turístico del asunto, intentando coger
rueda (en términos ciclistas) u ola (ahora piragüísticos) del ya explicado
fenómeno Jacobeo. Tarde porque entremedias del boom del Camino, y el presente
Año Jubilar Lebaniego, ya ha habido, al menos que yo recuerde, otros dos Años
Santos aquí, a los que se dedicaron bastante menos atención. Y mal porque al
igual que ocurriera las otras veces, nuestros gobernantes se empeñan en
invertir todo o casi todo el dinero en publicidad e intentos de “llamada”, para
acabar hacinando a los turistas en comarcas relativamente pequeñas, o en todo
caso plantear rutas de viaje pedestre que se empeñan por transitar demasiado
cerca de las carreteras. ¡Como si Cantabria no tuviera posibilidades de
senderismo de largo recorrido por entornos naturales silvestres, siendo precisamente
eso una de nuestras señas de identidad y atributo reconocido por todos los
viajeros externos!. Sin duda una situación chocante. Máxime cuando gobiernos de
diferentes pigmentaciones corporativas han bautizado promocionalmente a nuestra
comunidad autónoma como “Gran Reserva” o “Infinita”. Ahí lo dejo.
Liébana es un paraíso terrenal.
Tal afirmación no es un capricho mío, es algo que conviene reconocer. De hecho,
siendo yo cántabro de origen y residencia, no es una comarca que visite
demasiado, desde luego muchísimo menos que otras a las que dedico verdadera
cantidad de tiempo. Pero un notable y culto turismo, así como la opinión de un
amplio número de expertos en materia de geografía, naturaleza, patrimonio,
biodiversidad, fauna, botánica, antropología, etc. confirman tan atrevida
afirmación. La comarca consiste en un valle central de baja altura (200m
aproximadamente), que se alinea en dirección norte-sur. En él confluyen
numerosos pequeños valles tanto por el este como por el oeste. Tales valles descienden
de forma abrupta desde las montañas. Por el norte, Liébana se encuentra casi
completamente aislada de la comarca costera por la barrera montañosa del borde
oriental de los Picos de Europa. El río Deva, y a su lado una estrecha y
revirada carretera, son los únicos trazados de paso que los colosos montañosos
permiten. Todo ello hace que, en plena Cornisa Cantábrica, la comarca configure
un espacio geográfico de baja altitud, completamente rodeado y protegido por
montañas de gran altura (rondando, por encima y por debajo, los 2000m). Una de
las consecuencias de ello es que allí reina un “microclima” claramente
diferente del habitual en el resto de la Cordillera Cantábrica. En Liébana
llueve muy poco, mientras que en sus laderas elevadas puede nevar mucho. El
regalo combinado de sol y agua en cantidad, favorece la vida forestal, el
bienestar de las viñas y algunas especies frutales, y el desarrollo de un
hábitat rico en fauna autóctona (con el oso y el urogallo incluidos). Ríos de
montaña, bosques caducifolios, montañas y más montañas, el Parque Nacional de
los Picos de Europa… son complementados por vertiginosos desfiladeros,
laberintos cársticos subterráneos (en algunas de cuyas bocas se curan famosos y
potentes quesos) y algunos más sorprendentes atractivos.
Toda esa configuración geográfica
ha tenido mucho que ver con parte de la historia de la comarca, y por
consiguiente, con algunos hechos que provocaron que Santo Toribio acabase convertido
en destino de Jubileo.
“La Historia,
en efecto, ha marcado a Liébana en algunas grandes ocasiones, de las que
podemos destacar tres de rango universal, nada menos, aunque resulte asombroso:
la de la resistencia a la ocupación romana, la del inicio de la Reconquista
contra los árabes y, en fin, la de su trascendencia religiosa, marcada por la
figura de Beato de Liébana en el siglo VIII, que influye de forma decisiva en
los primeros siglos de esa Reconquista”[4].
En cuanto a lo primero, la
montaña de Peña Sagra se erige como legendario escenario de relatos (reales o
no) sobre la última resistencia de los cántabros ante las invasiones romanas.
En las elevadas brañas que rodean a la emblemática cumbre, se dice que se
hicieron fuertes los últimos combatientes autóctonos, quienes antes de dejarse
hacer prisioneros (y esclavos) del imperio, se especula con que se envenenaron
con la ayuda de los tejos. Son muchas las connotaciones sagradas que se le
asignan a esta bella montaña. Su silueta es visible desde muchos puntos de los
alrededores, ya que los 2048m de su cumbre (“Cornón de Peña Sagra”) dominan una
crestería que se mantiene bastante separada de los cordales o macizos más
cercanos. La Peña bien merece una visita. Por sus connotaciones históricas, su
paisaje, su entorno y el efecto de frontera geográfica que, de modo evidente,
ejerce en el paso del valle comúnmente húmedo y nublado de Polaciones, al
alegre y luminoso vergel lebaniego. Y por esta montaña difícilmente se puede
deambular a motor. No hay asfalto y sí restricciones normativas. Es pues un
territorio idóneo (aunque duro) para la bicicleta de montaña, e ideal para el
caminante.
Macizo de Peña Sagra nevado, visto
desde las montañas de Campoo.
En lo que atañe a la cuestión
árabe histórica, su invasión peninsular se vio frenada en el norte, gracias al
fundamental papel desempeñado por la orografía (y quizás el clima). La
cordillera dificultó el avance de sus tropas y permitió guarecerse a gran parte
de la población peninsular. A la autóctona, y a toda la inmigración que fue
llegando del sur huyendo del avance musulmán. Cuentan los historiadores que aquella
fue una época de gran población (¿incluso superpoblación?) al norte de las
montañas. De hecho, en la cercana Asturías se localizó la supervivencia del
reino cristiano. Sobre la resistencia a la ocupación musulmana se ha escrito
mucho, con relatos de muy diverso grado de rigor, estilo y veracidad. Batallas
épicas y personajes de epopeya narrativa como Don Pelayo en Covadonga,
retiradas musulmanas por causas naturales o dificultades prácticas, etc. El
caso es que como ejemplo de prueba del éxodo hispano hacia el norte, destaca el
hecho de que desde aquellas épocas, los territorios cantábricos disfrutaran de
una notoria cantidad de reliquias. Y precisamente entre ellas, destaca el
“Lignum Crucis” (“La Vera Cruz”), del que se asegura ser el pedazo más grande
conservado de la cruz en la que fue sacrificado Jesús. La reliquia que motiva
el privilegio Jubilar de Liébana.
El monasterio que la custodia fue
uno de los múltiples asentamientos monacales que entre los siglos VIII y IX
surgieron en la comarca. Inicialmente era denominado San Martín de Turieno,
para posteriormente tornar al actual Santo Toribio de Liébana. Los orígenes del
asentamiento religioso son oscuros y complicados pues se explican a través de
varias teorías diferentes entre las que destacan la del afincamiento allí de
Toribio de Palencia (evangelizador de Liébana y Valderredible, siglo VI). Por
otro lado se cree que en el siglo VIII fueron trasladados allí los restos de
Toribio de Astorga, con algunas de las reliquias que éste trajo consigo de
Tierra Santa. Lo que está claro es que fue en este monasterio donde residió el
monje Beato, un auténtico erudito consagrado a la escritura y a la publicación
de códices. Entre las características destacadas del lugar estaba el disfrutar
de una excelente biblioteca, que serviría de gran a poyo a las labores de
Beato, y, como parece también lógico, un taller de edición.
Y esto nos lleva al tercer asunto
de los destacados por la anterior cita de García de Enterría, el cual no queda
más remedio que ser abordado a través de su principal protagonista: el aludido
Beato.
Beato de Liébana, monje y teólogo español de gran
erudición y sólida formación, que habitó en estos lugares a mediados del siglo
VIII, destacó por acometer determinadas acciones de enorme impacto mundial para
la época. Este personaje jugó un papel clave dentro de la evolución del
cristianismo peninsular, enfrentándose al Obispo de Toledo, quién proponía una
profunda adaptación de la fe cristina (adopcionismo) para hacerla compatible
con el Islam (la religión del entonces poder reinante en la Península). Tan
tensa y pertinaz fue la lucha ideológica entre ambos que debió resolverse a
nivel europeo, exigiendo tanto la intervención del Papa y del Emperador
Carlomagno, como la de los líderes cristianos de los principales países
europeos.
“La fama de
Beato de Liébana, este singular personaje y escritor del siglo VIII está por
encima de cualquier consideración de tipo partidista o de exaltación de los
propios valores regionales. Fue una figura intelectual de primer orden en la
Europa de Carlomagno, y como tal era tenido, tanto en la corte del monarca
franco, como en la de los poderosos emires de Córdoba; y, evidentemente, en la
de los reyes de Asturias”. [5]
Entre
los personajes europeos más prestigiosos de la época se encontraba Alcuino de
York, que además de teólogo y poeta, era matemático y astrónomo. Alcuino apoyó
a Beato de Liébana en la comentada disputa, y a él dirigió una memorable carta,
de la que destacamos la siguiente cita, verdaderamente apropiada para alguien
que, como nosotros, emprende un peregrinaje a lo largo del peculiar itinerario
que hemos elegido:
“Que esta
carta recorra las colinas y altas montañas, para llevar a (ti), padre, desde
tan lejos, mis palabras de saludo”.
Pero Beato es aún más conocido por ser el autor de
varios libros, entre los que destaca especialmente el llamado “Comentarios al
Apocalipsis de San Juan”. Se trata de un códice, una obra teológica cuyas
ilustraciones influirian decisivamente en toda Europa en la implantación del
estilo pictórico románico.
“El
comentario beatiano fue muy estimado en el Medievo, y copias del mismo eran
habituales en las bibliotecas de monasterios y catedrales de Francia, Italia y,
sobre todo España. Para él llegó a crearse el modelo característico de códice,
llamado “Beato”: se trata de libros de gran tamaño y singular lujo con
espléndidas miniaturas a todo color, que siguen unas pautas muy definidas tanto
en el contenido como en la forma”.[6]
Detalle de miniatura policromada del Beato de
Liébana. (Imagen: turismodecantabria.com).
El “scriptorium” era un apartado de las bibliotecas
monacales, dispuesto para el trabajo amanuense de los monjes especializados en
la elaboración de códices y pergaminos. Allí se colocaban escritorios y
atriles. Para la elaboración de un gran códice con miniaturas policromadas era
necesaria la implicación de varios oficios. El pergaminero creaba el soporte
(“las páginas”) del libro a partir de piel de cordero. Con una relación de un
ejemplar por hoja, hay que calcular unos doscientos corderos para confeccionar
un códice del tipo del de Comentarios al Apocalipsis. El proceso era laborioso,
constando de macerado, tensado, raspado y pulido con piedra pómez. Después
recortar los pergaminos en rectángulos que se plegaban como doble folio para la
posterior encuadernación.
El copista empezaba por “maquetar” cada página con
líneas maestras para prever la distribución de sus contenidos de texto e
imágenes. Después venía la laboriosa y paciente tarea de copiar con habilidad y
seguridad, siempre dependiendo de los materiales disponibles y, desde luego, de
la luz. Leyendo con un poco de detalle todo el procedimiento[7],
me he sonreído al recordar los delicados esmeros a los que nos vimos sometidos
quienes, muchos siglos después, aunque a la vista actual parezcan igualmente
tiempos históricos, tuvimos que dar cuentas de láminas y láminas de dibujo
técnico, a base de tiralíneas, plumillas de escritura y raspadores de errores.
El de iluminador era otro trabajo que convenía
tener cubierto. Con instrumentos similares a los del copista, complementados
con pinceles, compás, enmarcamientos, etc. era el encargado de dar color y
decorar las ilustraciones, por lo que debía dominar el conocimiento de las
tintas y de los dorados, de las fuentes de obtención de pigmentos y colores y
de las recetas para aglutinar cada color. Toda una maestría de alquimia.
Finalmente el encuadernador revisaba la copia y la
comparaba con el original, además de marcar las páginas en el orden correcto.
Solo entonces se sucedían el cosido de los cuadernos y la colocación de las
tapas de madera, bandas de piel en el lomo, etc.
Ya que en párrafos anteriores me tomé la libertad
de recomendar alguna obra de entretenimiento por si alguno se anima a compaginar
la marcha con la lectura. Vaya aquí el recuerdo de otra novela que bien pudiera
ambientarnos en contextos cercanos al que estoy describiendo. Se trata del que
fue un auténtico best-seller hace ya bastante tiempo, pero no por ello ha
dejado de perder interés, calidad e intriga: “El nombre de la Rosa”[8].
Y no me resisto a dejar caer un detallito que viene
al pelo para el asunto de las peregrinaciones. Ya que dentro del legado de
Beato, quedó, nada más y nada menos, que una intensa y pormenorizada defensa de
la tesis de Santiago Apóstol como evangelizador de la Cornisa Cantábrica y de
Compostela como lugar de descanso de sus restos. Al final, el “Gran Camino”
quizá deba una parte importante de su existencia y desarrollo (religioso y
laico posterior) al “pequeño”.
“La figura de
Beato adquiere además una dimensión especialmente relevante en relación al
origen de las peregrinaciones a la tumba del Apóstol.
Defensor
incansable de la entonces discutida idea de que Santiago predicó en España,
Beato de Liébana es autor de un himno litúrgico mozárabe en su honor (el O Dei
Verbum) en el que se cantan alabanzas al Santo, invocándolo ya como Patrón de
España, además de ubicarlo gráficamente en la Península en una ilustración del
“Libro Segundo”, en la que se describe la distribución de los Apóstoles por el
mundo en su labor evangelizadora.
Cuando el rey
astur Alfonso II (que mantenía una estrecha relación con la monarquía
carolingia) peregrina al Campus Stelae para dar carta de autenticidad al
descubrimiento, las tesis de Beato se muestran decisivas a la hora de confirmar
la veracidad del milagroso hallazgo, que daría origen posteriormente a la
tradición jacobea del peregrinaje”.[9]
Planteado el asunto de las peregrinaciones contemporáneas
y del interés cultural e histórico del acontecimiento lebaniego que actualmente
se celebra. Paso a plantear en voz alta mis propuestas personales al respecto.
Es decir, un par de viajes, peregrinaciones, que me gustaría realizar este
verano y que, si me da tiempo, espero poder llevar a cabo, pese a que el
calendario de viajes se me presenta francamente cargado y complejo. Por lo
tanto no prometo nada, quede todo en un propósito potencial.
La primera, cómo no, una peregrinación a pié. La
ligera ampliación de una ruta que ya he completado, en dos Años Jubilares
anteriores y que considero un itinerario ideal para el senderismo de montaña,
tanto por sus aspectos paisajísticos y naturales, como por cuestiones
geográficas, culturales, y en mi caso particular, emocionales. Anteriormente
siempre la hice en cuatro jornadas. La primera ocasión con un variopinto grupo
de amigos y familiares, formado por seis personas, todos adultos. La siguiente,
guiando a un grupo de alumnos de 1º y 2º de la ESO, en lo que para muchos de
ellos fue su primera experiencia nómada. En ambas ocasiones la ruta partió de
Santiurde de Reinosa, pueblo del que desciende toda mi rama familiar paterna (incluido
mi abuelo… ¡Toribio!) y con el cual mantenemos habitual relación y casa
abierta. Aunque Santiurde fue el lugar de partida en las ocasiones anteriores,
mi propósito para este año parte de Bárcena de Pié de Concha, añadiendo una
etapa más, que fundamentalmente incorpore el paso por la calzada romana de
Somaconcha y como complemento cultural, una reflexión visual del asunto de los
“accesos de la Meseta”, todo un clásico de la pugna entre el relieve terrestre
y el progreso de los medios de transporte.
Representación esquemática de un tramo clave del
río Besaya. En el coinciden el río, la Calzada Romana, el antiguo Camino Real,
varias pistas forestales, la vía del tren y la carretera. Ahora hay que añadir
la autovía. Múltiples intentos acometidos a lo largo de la historia para dar
solución a un problema de comunicación complicado.
Desde Santiurde (o quizá Pesquera, donde tengo previsto que pasemos la primera noche) se
alcanza el cordal que divide las cuencas de los ríos Besaya y Saja, para luego
descender al valle de Campoo, en uno de cuyos pueblos se prevé pasar la segunda
noche. El tramo campurriano permite ver el pantano del Ebro y Reinosa desde una
posición elevada, visitar el castillo de Argüeso y recorrer un buen tramo de un
viaje de ficción escrito por uno de los más ilustres novelistas de la región:
José Mª de Pereda (1833-1906). Fue un escritor de novela costumbrista que se
ocupó tanto de los ambientes portuarios (por ejemplo en “Sotileza”), como de
los de montaña. Y nuestro itinerario supone un acercamiento al escenario real de su novela “Peñas Arriba”. Como a
continuación veremos, nuestra ruta coincide parcialmente (casi en la mitad de
su recorrido), con muchos de los territorios descritos en esa novela. Para conocer
estos escenarios, realizaré ahora una breve descripción de aquellos lugares por
los que transcurre nuestro camino y su evidente relación con algunas de las
situaciones recreadas en dicha obra. Para ello, nos basamos en un trabajo de
José María de Cossío[10].
Llegados a
las cercanías de Reinosa, nuestro recorrido de la segunda jornada, ya desde muy
pronto, es paralelo, aunque a mayor altura, al que el protagonista de la novela
realiza cuando, procedente de Madrid en tren, se encamina al pueblo de sus
ancestros a través de las montañas. Cuando este personaje principal de la obra
llega a ver el nacimiento del Ebro en Fontibre, sus pensamientos le sugieren
algunos comentarios sobre el recorrido y desembocadura del río, a los cuales
contesta su acompañante y guía local Chisco con diferentes argumentaciones.
Nosotros no pasamos exactamente por el lugar turístico considerado como
nacimiento del Ebro, pero sí muy cerca, y llegamos a divisarlo desde mayor
altura. Además, nuestra pernocta en Soto coincide, con toda probabilidad, con
la zona en la que los personajes cambian de dirección para atravesar el valle
del Saja por su “cabeza”, en las inmediaciones del puerto de Palombera. Cerca
de allí, se encuentra Proaño, cuya:
“[…] torre y casa adyacente fueron morada de
una de las figuras más singulares, atractivas y valiosas que ha producido esta
Montaña: Don Ángel de los Ríos y Ríos. Llamábanle todos el Sordo de Proaño,
porque lo era, y en sus últimos tiempos en grado sumo […]. Pereda retrató de
modo indeleble la mansión y el carácter solariego de Proaño, y la descripción
que hace de la torre es válida y es exacta […] muchos más detalles pone Pereda
en boca del Señor de Provendaño (Proaño), y sin duda son informes verbales de
don Ángel, pues no era Pereda hombre dado a disquisiciones históricas…”.
Tengo aquí que intercalar un inciso, pues resulta que conozco bien la torre y el conjunto de casonas que conforman su espacio cerrado, ya que uno de los más directos familiares que provienen de la estirpe del “Sordo” (que por cierto no tuvo descendencia), actual propietario de la casa principal, fue un gran amigo de mi padre, razón por la cual, siendo aún chaval, disfruté de aquel sugerente patrimonio con algunos de sus numerosos hijos.
Montañas y
praderías atravesadas por pistas forestales vistas desde el collado de
Pagüenzo, paso natural entre los valles del Besaya y el Saja.
La tercera etapa de esta propuesta es, sin duda, la más larga. Se dirige hacia el oeste por la ruta más lógica, ascendiendo por bosques y praderías para superar el collado de Rumaceo, que bien sirve de despedida visual del valle de Campoo y del alejado gran valle del Ebro, a la vez que nos descubre la hermosa panorámica de las praderías de montaña de Sejos, cabecera del valle de Palombera.
“Por este collado ascendió el protagonista de Peñas Arriba, guiado por el espolique Chisco, y desde él señaló a su acompañante ‘con cierta solemnidad que entonaba muy bien con lo señalado’ el camino que tenían que seguir con esta sola palabra: “El Puertu”. Describe Pereda esta ruta, y es de los capítulos más populares y conocidos de su novela de las cumbres. Pero es lo cierto que jamás la recorrió y que las referencias topográficas están cambiadas, a veces disparatadamente, sin que un solo pico de los que nombra esté en su lugar. Pero era tal la intuición del novelista que con estos elementos trastocados, con estos datos confusos llega a dar con lo esencial del paisaje veracísimamente, y que las impresiones que recibe su personaje novelesco son las mismas que las experimentadas por cuantos le hemos cruzado y le llevaremos siempre impreso en el recuerdo con todos sus accidentes”.
Nuestra ruta continúa al sur de
varias altas cumbres que como el Ligüardi, Iján, Cornón, etc. quedan cerca,
pues el camino discurre por un lecho herboso que está situado al pié de sus
faldas directas hacia las cumbres. A alguna de ellas
“…Pereda
hace ascender al urbano protagonista de Peñas Arriba, en compañía del párroco
de Tablanca, don Sabas, experto caminante de aquellas alturas. La niebla baja
de los valles cubría el paisaje, y sobre ella surgían los picos más elevados”:
“Poco a poco fueron las nieblas
encrespándose y difundiéndose, y con ello alterándose y modificándose los
contornos de los islotes, muchos de los cuales llegaron a desaparecer bajo la
ficticia inundación. Después, para que la ilusión fuera más completa, vi las
negras manchas de sus moles sumergidas, transparentadas en el fondo hasta que,
enrarecida más y más la niebla, fue desgarrándose y elevándose en retazos que,
después de mecerse indecisos en el aire, iban acumulándose en las faldas de los
más altos montes de la cordillera.”[11]
Unos chavales descienden al collado de Sejos tras visitar los menhires.
Al fondo las cumbres de Campoo, y a la derecha toca descender hacia Polaciones.
Las correrías y aventuras montaraces que se
suceden en la novela, ocurren tiempo después (narrativamente hablando) del
mencionado viaje de aproximación inicial desde Reinosa. Todo el tramo paralelo
a la cordillera concluye remontando el collado de Sejos, hermosísimo paraje en
el que podemos encontrar unos menhires ubicados ligeramente al norte del paso.
Si la tarde es generosa de luz, a nadie sorprende que el lugar fuera escogido
para menesteres relacionados con lo espiritual, ya que la belleza desprendida
por el paraje realmente toca las fibras sensibles de quienes allí puedan estar
disfrutándolo. Desde allí, una larguísima bajada (demasiado en mi opinión,
porque utiliza mucho recorrido para ir descendiendo con poca pendiente) nos
permite llegar al valle de Polaciones. Aquel es el necesario lugar de pernocta,
en la cuenca
alta del Nansa. Allí, como escribe Cossío,
“…todos
estos recuerdos ceden ante el de la novela perediana, y quienes visitan este
valle quieren saber dónde estaban la cocinota, y la solana, y la alacena de la
plata, e identifican las callejas, y el pedregal por el que subiera el viático,
y el camino por donde llegó desde Reinosa el protagonista, y el monte en que
tuviera lugar la tremebunda aventura cinegética contra el oso. [...] No importa
que las cosas no estén en el lugar en que Pereda las sitúa. Trastocadas
componen una realidad que se transparenta en lo imaginado por el novelista, y
yo mismo, al releer el libro, dudo ya de quién es la razón y dónde está la
realidad, pues la creada por Pereda consagra la que me ciñe y rodea; o es acaso
que la auténtica sirvió de cimiento a la fantasía del novelista, y la verdad,
la seguridad y la autenticidad está siempre en los cimientos”.
La situación exacta de la aldea está
perfectamente determinada y su nombre ha variado poco, de Tudanca en la
realidad, al ficticio Tablanca en la novela.
Sin embargo, en nuestra ruta no pasamos por dicha aldea, sino algo más elevados
y más al sur. Otros nombres imaginarios con los que juega la novela son el del
valle de Promisiones (por Polaciones) y Caórnica (por Cabuérniga). En Tudanca
es visitable La Casona, ahora convertida en museo. Fue propiedad de José María
de Cossío, quién la donó al gobierno regional. En la Casona pasaron largas
temporadas importantes autores, aprovechando para escribir allí algunas de sus
obras. Algunos ejemplos fueron Concepción Arenal, Giner de los Ríos, Miguel de
Unamuno, Gerardo Diego, Miguel Hernández, etc. El inmueble contiene “una
importante biblioteca, con algunas obras manuscritas y más de 25.000 volúmenes,
archivo histórico familiar e importantes obras artísticas”.
El valle de Polaciones lo forma el río Nansa,
y es un valle estrecho, empinado en su curso y en sus flancos y, por lo general
bastante húmedo y nublado. No disfruta en su cabecera (por donde lo
atravesamos) de mucha oferta hostelera, pero se convierte en punto clave de
pernocta para esta propuesta.
Al día siguiente hay que ascender bastante.
Debemos superar la barrera montañosa que separa el valle del Nansa de la parte
alta del Deva, es decir, la comarca de Líébana, y para ello afrontar las
laderas de las estribaciones sureste de Peña Sagra. En la novela también se
menciona parte de nuestro recorrido. Arribamos a Liébana por el collado de las
Inverniellas, lugar donde las praderías alcanzan los peñascos más abruptos de
la sierra.
“…cuando al
anunciarse un recio temporal cuentan aquellos aldeanos como síntoma ‘el rebombe del pazón de Peña Sagra’, y,
añade, ‘un lago o pozo muy grande, que
se da por existente, aunque no sé de nadie que le haya visto, en las entrañas
de aquel coloso de la cordillera’. El pozo existe y yo he estado a su
orilla…”.
Esquema gráfico que describe Peña Sagra y el itinerario de acceso hacia
Liébana desde Pejanda (Olaciones, valle del Nansa).
Al parecer, y con esto concluimos nuestro
sencillo acercamiento a Pereda, la primera noticia que se tiene de su novela
“Peñas Arriba” es del 18 de noviembre de 1892, cuando Pereda comunica a un amigo
el proyecto que acaricia:
«Yo
ando algunos días hace metido con pocos alientos y de mala manera, en el empeño
de una novela, no ya montañesa, sino montaraz, de entre lo más enriscado de la
cordillera Cantábrica; pero el poco conocimiento que tengo de aquellas regiones
y la consiguiente dificultad de circunstanciar sus cosas, unido a las
contrariedades mecánicas que este taller me ocasiona a cada instante, son
trabas que no me dejan andar al paso que yo acostumbro, ni contra la seguridad
que se necesita cuando se va derechamente a alguna parte».
Retrato del escritor José Mª de Pereda. (Imagen: cervantesvirtual.com).
A nosotros nos queda descender parcialmente
las laderas de la “sacra” montaña en dirección a Liébana, lo que habitualmente
supone un perceptible cambio de temperatura y de paisaje. Unas pistas sencillas
nos hacen dar suaves vueltas hasta alcanzar alguna de sus hermosas aldeas
buscando techo y refrigerio para finalizar la jornada.
Dos panorámicas artísticas que unidas muestran y explican el panorama
apreciable desde la ermita de San Miguel en Santo Toribio. Corresponden a la
mitad norte y sur (respectivamente) del Macizo Oriental de los Picos de Europa.
(Imagen: Juan M. Higuera[12].
Amigo personal de mi padre y del propietario de la antigua casa del “Sordo” en
Proaño).
Para la última etapa queda una excursión
matinal que, por medio de una pista forestal en descenso, atravesando bosques
de especies autóctonas y otros de repoblación, nos permite alcanzar el núcleo
urbano de Ojedo, que no se interrumpe con el de Potes, capital de la comarca
lebaniega. Desde allí, parece ser que se ha habilitado un paseo peatonal que,
afortunadamente, permite desde este año a los peregrinos, avanzar separados de
la carretera, en su tramo final de ascenso hasta Santo Toribio de Liébana,
destino en el que pretendo (al igual que en las ocasiones anteriores) finalizar
la experiencia.
La verdad es que tengo muchas ganas de
repetir la ruta. Hacerlo con un nuevo grupo de amigos. Pocos, para agilizar el
asunto y facilitar la logística, y allegados y de confianza, para disfrutar más
de la actividad. Aunque no tengo fecha prevista, pretendo que sea este verano y
lo que sí que he seleccionado ya, es la lectura con la que voy a cargar: una
novela basada en la figura de Beato[13]. Cómo
no la he leído aún, no me atrevo a recomendarla, aunque puedo decir que su
formato es muy atractivo, con encuadernación en tapa dura, decoración de
inspiración medieval e ilustraciones interiores extraídas de diferentes
“beatos” originales. Como defecto, uno evidente: se trata de un ejemplar
bastante pesado a la hora de cargar con él en la mochila, así que me servirá
también de penitencia.
Mi propuesta no pretende erigirse en “el
camino”, ni muchísimo menos. Se trata de una más de las múltiples posibilidades
que la comarca de Liébana y sus aproximaciones ofrecen. Alguien con apetencias
más montañeras podría plantear un trayecto que atravesara casi completamente
los Picos de Europa de oeste a este. También escarpado y espectacular resulta
acercarse a Potes pasando por San Esteban de Cuñaba y Tresviso. Posibilidades
hay a montones, lo único que recomiendo es huir de propuestas vinculadas a las
carreteras.
La otra aventura relacionada con el Año
Jubilar, la tengo en segundo plano. Es decir, que se trata de una segunda
opción, primera a descartar en el hipotético caso de que no tenga la
posibilidad de realizar las dos. Se trata de un viaje en bicicleta en la
modalidad de carretera, autónomo y con alforjas. La idea es salir y regresar
con la bicicleta desde y a mi casa en la costa cantábrica. El recorrido no
pretende coleccionar puertos de montaña. Más bien eludirlos, aunque
necesariamente algunos ha de haber para no sacrificar un bello itinerario.
La idea es atravesar las cuencas del Miera y
del Pas por sus tramos bajos, utilizando carreteras de poco tráfico y algún
carril-bici, y así evitar numerosos puertos que lo endurezcan innecesariamente
y reduzcan la posibilidad de avanzar bastante kilometraje diario sin renunciar
a paradas de disfrute turístico. Además, prácticamente todos ellos serían
puertos que de los que ya he disfrutado (y sufrido) mucho. También las cuencas
del Besaya y del Saja las solventaremos en sus cursos bajos, o medios, aunque
la segunda nos va a exigir un pequeño esfuerzo para superar una “collada” que
nos permitirá alcanzar el Nansa. Finalmente, para atravesar el último cordal
previo al Deva, he seleccionado un puerto de media montaña que no conozco y que,
me consta, presenta un bello paisaje y un bonito puñado de aldeas muy poco
visitadas. Si todo sale según lo previsto, habremos sido capaces de enlazar una
visita a los tres únicos templos de estilo mozárabe en la región: San Román de
Moroso y Santa Leocadia, en el valle del Besaya; y Santa María de Lebeña en
Liébana.
“Pero
las tres huellas mozárabes de Cantabria (Santa María de Lebeña, Santa Leocadia
y San Román de Moroso) están ubicadas en zonas montañosas de las comarcas de
las “Asturias”, donde nunca llegaron a dominar los musulmanes. A pesar de todo,
podemos intuir las razones por las que se construyeron estos templos con una
clara influencia de la arquitectura islámica a pesar de ser un territorio de
muy escasa dominación árabe. Los tres templos de estilo mozárabe datan del
siglo X, época en la que la reconquista iba avanzando creándose nuevos reinos
cristianos al tiempo que en la zona musulmana la vida era cada vez más difícil
para la población cristiana. Esta situación da como resultado un flujo
migratorio de mozárabes (cristianos que vivían en territorio musulmán) hacia
los nuevos reinos cristianos del norte. Estos nuevos pobladores construyeron
templos y edificios utilizando las técnicas arquitectónicas que habían
aprendido en territorio musulmán, como el arco de herradura, el alfiz, o la
sillería a soga y tizón”.[14]
La ruta solo transitará por la mitad del
desfiladero de la Hermida en dirección sur hasta alcanzar Potes y Santo
Toribio, pero ese no será su final ¡ni mucho menos! La idea es regresar, y
hacerlo dando un significativo rodeo con idea viajar por la parte norte de la
Meseta, hasta otro interesante lugar cargado de connotaciones medievales,
monacales y de códices: San Millán de la Cogolla. El recorrido no lo tengo del
todo decidido aún, aunque si en su mayor parte. Accederíamos a la Meseta
sufriendo el largo ascenso del puerto de San Glorio, para descender suavemente
por la provincia de León y enlazar con un fantástico tramo de pantanos en plena
Montaña Palentina. Más adelante cruzaríamos una curiosa comarca sembrada de
pequeñas iglesias románicas y rupestres, hasta conectar con el curso del río
Ebro y seguirlo a ratos, combinándolo con el valle de Valdivielso y otros
atractivos tramos de interior, en dirección del monasterio Riojano. Una vez
llegados allí, habrá que cruzar los peculiares territorios de las Merindades o
de las Encartaciones, hasta decidir porque gran puerto descender a la costa
para llegar a casa. Afortunadamente el final supondrá muchísimo más desnivel de
bajada que de subida. En un planteamiento más o menos perfilado que tengo en
mente, me salen siete etapas de unos 100 km. Son muchos días, así que no sé si
finalmente tendré que prescindir de la esquina riojana, pero en cualquier caso,
de ningún modo quiero aumentar las distancias diarias porque mi idea es
conciliar el pedaleo con las paradas de interés, el disfrute turístico, y que
la ruta no se convierta en una paliza en la que el ciclismo apenas deje lugar a
lo demás. Pretendo que la bicicleta sea el medio de transporte, pero sin
protagonizar el proceso en exclusiva, ya que entonces este viaje no se
ajustaría al planteamiento conceptual que he tratado de exponer a lo largo de
este capítulo.
¿Momento, compañía…? ¿quién sabe? Aún es
pronto para anticiparlo, de hecho ni yo mismo tengo la certeza de que llegue a
tener la posibilidad de emprenderlo. Pero de ilusión también se vive. La
cuestión es que tengo muchas ganas de sumergirme en alguna experiencia de
peregrinaje. De avance lento por territorios poco poblados. Con un delicado
equilibrio entre lo natural, lo rural y lo histórico. Lejos del mundo urbano,
de los dispositivos y de los humos. Dispuesto a encontrarme con gentes llanas y
degustar manjares de siempre. Siento sincio de ritmo de vida medieval:
avanzando jornada a jornada, legua tras legua. Con mis piernas. Caminando o
pedaleando. Con mi equipaje. Reducido pero suficiente. Leyendo el territorio,
su pasado, su presente y algún texto de acompañamiento. Y sin prisas, tratando
de disfrutar, al menos por un puñado de días, de un planteamiento de vida muy
diferente al actual. Y jubileos aparte, se me antoja que Beato es una buena
inspiración.
[1] J.
AMIGUEL MARTÍNEZ: “Ruta del viajero medieval. Códice Calixtino”. Sildavia.
Santiago de Compostela, 1989. Citas extraídas de la introducción a la
traducción del mencionado libro V.
[2] JESÚS
TORBADO: “El peregrino”. Planeta. Barcelona, 1993.
[3] CAMUSO,
L.: “Guía de viaje a la Europa de 1492. 10 itinerarios por el mundo”. Anaya.
Madrid, 1990.
[4] GARCÍA
DE ENTERRIA, E.: “Liébana. Corazón de nuestra historia”. En Revista GEO, nº
especial 1/2006. GyJ. Madrid, 2006.
[5] JOAQUÍN
GONZÁLEZ ECHEGARAY: “La Liébana de Beato”. La Revista de Cantabria nº 92.
Julio-Septiembre 1998.
[6] GONZÁLEZ
ECHEGARAY, J.: “El monje valiente”. En Revista GEO, nº especial 1/2006. GyJ.
Madrid, 2006.
[7] ENRIQUE
CAMPUZANO: “Beato de Liébana en la memoria”. La Revista de Cantabria nº 125.
Octubre-diciembre 2006.
[8] UMBERTO
ECO: “El nombre de la rosa”. Lumen. Barcelona, 1983.
[9] VARIOS:
“Liébana. Tierra de júbilo. Gobierno de Cantabria.
[10] COSSÍO
DE, J.Mª.: “Rutas literarias de la Montaña”. Estvdio. Santander, 1989.
[11] PEREDA,
J.Mª.: “Peñas Arriba”. 10ª edición. Espasa – Calpe. Madrid, 1984.
[12] JUAN M.
HIGUERA ARCE: “Panorámicas de los Picos de Europa I”. 2000.
[13]
BALTASAR MAGRO: “Beato el lebaniego”. Alianza. Madrid, 2012.
[14] “Baúl
del arte: http://baulitoadelrte.blogspot.com.es/2016/11/las-iglesias-mozarabes-de-cantabria.html
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