Finalizada la temporada pasada,
tras un largo verano generoso en actividades y con ganas de re-equilibrar mi
balanza deportiva habitual, reduciendo algo el desempeño ciclista para
repartirlo entre las otras modalidades que practico, decidí acometer el nuevo
año otorgando un especial protagonismo al piragüismo. Tenía ganas de participar
en alguna competición (por pura curiosidad) e incluso conocer, y si fuera
posible aprender, una técnica decente de remada. Para ello contacté con un par
de viejos conocidos que me abrieron las puertas del Club Cantabria Multisport.
Se trata de una asociación modesta, algo desheredada del apoyo institucional,
muy familiar y sencilla. Su estructura proviene de la fusión de dos entidades:
el Cantabria Multisport, que 20 años antes fundara Fermín Rodríguez para dar
cuerpo a su actividad cuadriatleta y a aquella aventura en Ibiza, de la que ya
di cuenta en algún pasado capítulo; y el club de piragüismo en el que
desempeñaba su labor de promoción la familia Calderón. Ahora el club mantiene
las dos líneas, la multideportiva de forma mucho más individualista, sin demasiado
contacto social entre sus deportistas, y la piragüista en un ambiente amigable
con un nutrido grupo de niños y adultos, amplio calendario de competiciones y
estabilidad en los entrenamientos semanales durante todo el año. A esta segunda
“sección” es a la que me uní en noviembre, una vez tramitada mi licencia
federativa.
Aunque llevo casi tres décadas
remando en kayaks, jamás lo había hecho en actividad competitiva y tampoco
supervisado por experto técnico alguno. Así pues, mi dominio entraba dentro de
la técnica turística y exploradora, con embarcaciones de mucha estabilidad y un
gesto tranquilo, de palada muy amplia, sin apenas trabajo de rotación de tronco
y mucha utilización de paladas circulares para compensar la ausencia de timón y
por la necesidad de esquivar obstáculos. Nada que ver con cómo se rema en
competición de aguas tranquilas. Por tanto, la nueva temporada me deparó una
inmersión radical en un mundo casi completamente nuevo para mí, francamente
difícil, en ocasiones descorazonador y en el que me vi obligado a romper muchos
de mis esquemas motrices previos. De alguna manera quiero relatar tal
experiencia, aunque de forma resumida, y para ello utilizaré un par de
capítulos planteados desde dos perspectivas diferentes. La primera, esta, a
través de un repaso de los diferentes tipos de kayaks que he llegado a utilizar
a lo largo de lo que llevo de temporada. La segunda, en otra ocasión,
recopilando todas las regatas en las que he tomado parte. Así pues, vamos allá
con el asunto de los barcos.
Struer es un nombre propio que
todo practicante de piragüismo conoce. En realidad se trata de un fabricante,
lo que pasa es que su modelo de iniciación competitiva tuvo tanto éxito hace
décadas, y fue tan copiado por el resto de productores, que el modelo superó al
creador, y la práctica totalidad de la comunidad del piragüismo llama “Struer”
a un tipo concreto de embarcación, sea de la marca que sea. Se trata de un
kayak con las especificaciones de longitud de los K1 de competición, es decir
5,20 m de eslora. Por lo general va provista de timón trasero oscilante. Lo que
la hace tan popular es que es más ancha que las de competición y su casco es
muy plano, gracias a lo cual ofrece mucha estabilidad. Hago aquí un paréntesis
necesario: la sensación de estabilidad brilla por su ausencia para el novato,
pero en poco tiempo la gente se hace con su manejo y, al cabo de pocas
sesiones, hasta puede gobernarla con seguridad en corrientes, algo de oleaje,
etc. Es pues un barco de iniciación, no de iniciación turística, sino
competitiva. Ambos son dos mundos completamente diferenciados y el
comportamiento de los barcos así lo demuestran. Esto es algo que debería
quedarle claro al lector a partir de aquí, ya que en este capítulo, cuando me
refiera a barcos estables, no lo serán tanto, ni mucho menos, para el
piragüista ocasional o recreativo, mientras que si me refiero a embarcaciones
algo inestables, tal calificación le parecerá una broma al deportista
especializado y con años de experiencia competitiva. Ahí me quedo, en la mitad,
supongo que sin posibilidad de contentar a nadie.
Mi primera piragua propia, hace
casi 30 años, fue precisamente una “Struer” que aún conservo pero que no
utilizo desde hace décadas. Al poco de adquirirla me di cuenta del error: no
era lo que buscaba. Pretendía un kayak que me sirviera casi para cualquier
condición de mar, segura, con capacidad de carga, insumergible gracias a sus
compartimentos estancos, etc. Y aquel era un modelo demasiado inestable para un
novato en la bahía, sin complementos para dar servicio de carga o turismo, etc.
Tras algunos vuelcos eventuales, llegué a hacerme a su utilización, incluso a
aventurarme cada vez más, pero siempre consciente de que aquello no era lo
pretendido, y al cabo de unos años, me compré un estupendo kayak de mar, con el
que estoy encantado. Sin timón, muy estable, muy equipado y… que navega
prácticamente igual de rápido que la “Struer”. De todas formas la Struer
cumplió con su función de “escuela” y años después he vuelto a utilizarla
cuando tenía invitados para dar algún paseo en kayak.
Mi “Struer”,
comprada nueva hace 29 años. Fabricada por Iberia en Zaragoza. Si le
aplicásemos la “normativa” ciclista, sería un kayak “retro”.
Vista
frontal de la Struer. En la bañera (que es ancha) se aprecia como hay varios
centímetros de manga extra hacia el exterior, y cómo la cubierta posterior incluso
amplía la manga un poco. No vemos el casco, pero es muy plano.
El caso es que ya en pleno
invierno, mi primer día de entrenamiento con mi nuevo club, se desarrolló a
bordo de una Struer. Al principio noté extrañeza y ese característico tembleque
que la piragua sufre infringido por los nervios, la aprensión o el temor de
quien la maneja. Pero al cabo de los minutos la inseguridad se evadió, los
recuerdos afloraron y el paseo ¡nocturno! por la ría, se convirtió en una
experiencia de lo más agradable. Mi paso por la Struer ha sido francamente
breve esta temporada, ya que no volví a utilizarla para entrenar y tan sólo me embarqué
en ella en una regata en la que el resto de embarcaciones aptas para mí a
aquellas alturas del año, estaban ocupadas por otros.
A bordo de
la “Struer” del club en una de las regatas invernales de la Liga regional.
Embalse del río Nansa cerca de Puentenansa. (Imagen: fotoyos.blogspot).
Como mi “entrenador” me vio con
soltura suficiente, las siguientes sesiones las realicé a bordo de un modelo
llamado Wild River. Se trata de una “Struer” modificada, de forma que su manga
se ve reducida a lo largo de todo el sector que ocupa la bañera. Es como si
desde un poco antes de que empiece la bañera, hasta un poco más atrás de su
final, las líneas laterales del casco fueran rectas, en vez de dibujar el arco
correspondiente. El resultado es un barco de similares características, con un
poco menos de margen de estabilidad, a cambio de algo más de velocidad al tener
que “arrastrar” menos volumen de casco. Aunque las primeras sensaciones fueron
de renovado nerviosismo e inseguridad, no tardé en adaptarme a un barco que
acabó convertido en mi herramienta más habitual de trabajo a lo largo de todo
el invierno. Con él he entrenado en los días más fríos, he competido en la
mayoría de mis primeras regatas y en él he llegado a sentirme más que seguro.
Puedo navegar con olas evidentes y fuerte viento sin problemas, pero a cambio,
con una gama de velocidad bastante lenta.
Sobre la
“Wild River” en Unquera. (Imagen: fotoyos.blogspot.com)
Los siguientes pasos dados en mi
progresión hacia barcos más rápidos o competitivos, fueron sobre lo que se
denominan Surf-ski, que son kayaks diseñados para regatas en mar abierto. Por
lo general son barcos bastante más largos que los K1 (5,50 m aproximadamente) y
con timón de orza, de esos que aparecen bajo el caso, casi medio metro por
delante de la popa. Son además barcos diseñados para que no se hundan en caso
de vuelco porque están total o parcialmente cerrados.
El primero que utilicé fue un
modelo Denia de Polledo. En este caso tiene bañera, pero sendas cámaras
estancas desde delante de los pies y desde detrás del asiento. Las primeras
sensaciones es de encontrarte en un bote que no hace más que inclinarse de un lado
a otro, anunciándote vuelco tras vuelco, aunque las amenazas no acaben de
consumarse. Lleva pues bastante tiempo coger un nivel de confianza suficiente
como para empezar a remar con él mínimamente, ocupado por tratar de mantener el
equilibrio a costa de moverte lo mínimo (gran error, lo sé). Un par de
entrenamientos continuos de larga duración me ayudaron a progresar con el
barco, aunque un día me gané un vuelco por prematuro exceso de confianza. Es un
barco que he utilizado demasiado poco como para acostumbrarme a él, creo que se
presta a jugar con sus inclinaciones (“moverlo”) al palear, y a ratos he
conseguido que navegue con cierta velocidad, pero eso no era lo habitual. Y
tampoco ha dado tiempo a más, porque enseguida me pasaron a otro escalón ligeramente
más avanzado. Mide 5,50 m de eslora por 45 cm de manga, dispone de un timón de
tipo orza muy eficaz y preciso, accionado por varilla y su asiento no está mal
y envuelve bastante porque termina en dos picos laterales.
Surf-Ski Denia
Sprinter de Polledo según imagen del catálogo. La nuestra es prácticamente
igual (salvo pequeños detalles de acabado) y del mismo color. (Imagen:
parientepolledo.com).
El Cantábrico de Polledo es un
modelo de especificaciones más cercanas a lo que es un verdadero Surf-Ski. Mayor
longitud (6,15 m, para una manga de 42 cm) y mismo sistema de timón de orza,
pero éste ya accionado a través de pedales. La bañera es abierta, porque todo
el casco está completamente cerrado, de forma que el barco flota siempre. El
agua que entra en la bañera desagua por el fondo de la misma, a través de un
pequeño orificio que, cubierto por un capuchón, aprovecha el efecto venturi
generado bajo el casco, para desaguar. Si te paras, el nivel de agua de la
bañera sube poco a poco, mojándote el trasero y los pies; y al navegar, el agua
se va vaciando, tanto más velozmente cuanto más rápido se desplace el barco.
Con este barco volqué varias veces al principio: al embarcar y al desembarcar.
Sin embargo, fui capaz de llevarlo durante un par de ocasiones de más de una
hora de remo continuo. Nunca logré tener con él buenas sensaciones de manejo, y
menos aún de remada intensa, hasta que casi tres meses después de haber dejado
de utilizarlo regresé a él y, tras unos minutos de tembleque e inseguridad, lo
fui encontrando rápido, cómodo, eficaz y agradable de postura. Se ve que pese a
creer firmemente lo contrario, en el fondo, sí que estaba asimilando algo de aprendizaje.
Disfruta de un magnifico timón, preciso y con altísima capacidad de giro. Me
alegro, porque este barco me ha acabado agradando tanto, que ahora es uno de
mis favoritos, y me gustaría ser capaz de poder competir en él con garantías en
cuadriatlón y en alguna regata de surf-ski. Pero antes tengo que resolver un
problema, aún no domino el subirme a él desde el agua. Lo consigo, pero en el
momento de sentarme o meter los pies en la bañera, vuelco. En cualquier caso,
dentro de la vertiente Surf-Ski (regatas de mar o cuadriatlones) el Cantábrico
es mi escalón actual de progreso.
Dentro del apartado de los
Surf-Ski, he dejado para el final un barco bastante modesto por el que no he
pasado durante mi aprendizaje pero al que he recurrido recientemente para
competir, por su estabilidad. Se trata de un modelo de Surf-Ski fabricado por
Román, hace 20 años (el primero que hizo y probablemente el pionero en lo que a
fabricación nacional se refiere) como encargo por parte de Fermín, cuando éste
decidió iniciarse en el mundo del Cuadriatlón. Fue el que utilizó en Ibiza, así
como en sus posteriores temporadas de tan atractiva modalidad de multideporte.
El diseño está basado en los modelos de competición de Salvamento Deportivo
franceses que se empezaban a construir en las Landas, a su vez inspirados en
los barcos australianos de la época. Y de ahí proviene que su medida de eslora
sea 5,50 m, el límite reglamentario para dicha modalidad. Es blanco, está lleno
de adhesivos de dorsales y patrocinadores acumulados a lo largo de los años, y
presenta muchos parches debidos a sucesivos arreglos de golpes. Es un barco muy
estable y con enorme margen, pero se le nota que “arrastra” mucho agua y
resulta lento, aunque a cambio me deja emplearme a fondo en la técnica y fuerza
aplicadas. El timón es de orza y pedales, pero menos preciso y menos eficaz que
los otros de mar que he probado. En cualquier caso, me ofrece sobradas
garantías para cualquier condición, por lo que me lo he llevado a mi primer
cuadriatlón y espero apuntarme con él a debutar en alguna regata de las Series
Cantábricas de mar. Su proa está levantada y tiene ese característico diseño
“pico-pato” pensado para dividir las aguas del oleaje. Es bastante ancho de
manga y con el casco muy plano. Como la mayoría de los Surf-Ski es
completamente cerrado, con la bañera “excavada” sobre la cubierta de forma que
en realidad te acomodas “fuera” del barco.
Vista del
tercio de proa del Surf-Ski. Coloquialmente “pico-pato”.
Vista
inferior de la proa. La idea es que en el caso de surfear una ola, o bien
encarar de frente alguna de gran tamaño, las aguas se desvíen lateralmente
evitando que la embarcación se clave.
Atracando
con el Surf-Ski de Fermín (otro kayak “clásico” además de pionero en nuestro
país) al acabar el segmento de piragüismo de un cuadriatlón en el embalse de
Aguilar de Campoo. (Foto: Myriam).
Una de las ventajas más
gratificantes del haberme integrado en la disciplina de un club de piragüismo
es la oportunidad de poder entrenar, e incluso competir, en embarcaciones
biplaza (K2). Además, el estreno fue muy tempranero ya que en una de mis
primeras sesiones de entrenamiento me propusieron remar con Aura en un antiguo
K2 durante un remo continuo matinal y con bajamar en la ría de Solía. La experiencia
me gustó mucho, y tiempo después he tenido la oportunidad de repetir con otra
compañía. El barco es un modelo de los que utilizaban los que disputaban en
serio el Descenso Internacional del Sella en la década de los años sesenta. Es
decir, un barco de competición antiguo (aunque ya de fibra de vidrio) que ahora
mismo ya podemos considerar como una buena piragua de iniciación, debido a la
gran evolución que han ido experimentando las embarcaciones desde entonces
hasta ahora. Está viejo y bastante parcheado y reforzado, pero funciona
perfectamente. Se trata de un bote muy pesado, algo que se sufre especialmente
a la hora de portearlo. A cambio, es muy estable y ofrece un amplísimo margen
de error. Con Aura me tocó remar atrás, mientras que con mi compañero habitual
Pedro, soy yo quién va delante mercando el ritmo de palada y manejando el
timón. En tal disposición hemos entrenado y participado en alguna regata. El
gobierno me costó mucho al principio ya que dispone de un timón de cola que
junto con el diseño del bote, que enseguida explicaré, hace que el barco
reaccione siempre con muchísimo retraso a las órdenes. Hasta que le fui
cogiendo el punto, especialmente navegando despacio, en ocasiones íbamos
zigzagueando a babor y estribor, tratando de corregir un rumbo cuya sincronía
no acababa de comprender. Además del retraso en las reacciones, la inercia de
cada rumbo, resultaba especialmente difícil de modificar. Pero a todo se hace
uno y poco a poco, día a día, la cuestión del rumbo fue mejorando mucho. El
barco tiene un claro diseño de quebranto, esto es, que hunde más sus zonas de
proa y popa, que la parte central del casco. Si a eso añadimos que dispone de
sendas verdaderas quillas bien marcadas delante y detrás, mientras mantiene muy
plana el resto de la obra viva, ya podemos entender porqué es tan estable, y
porque se muestra tan reacio a cambiar de rumbo. Otra pega que le he notado es
que cuando hay algas en el agua, muestra tal tendencia a que se queden
enganchadas en su proa, que casi parece cuestión “fitomagnetismo” o brujería.
Pero en el lado opuesto de la balanza encontramos que el barco es tremendamente
agradecido porque me permite navegar con notable oleaje, rápidos, etc. y no
romper la coordinación entre la tripulación, pues no son necesarios apoyos
repentinos o compensaciones que rompan el ciclo de palada. En algunas olas
hemos llegado a hundir mucho la proa, comprobando que el bote ni se inmutaba.
En
Colindres, con Pedro, en el veterano K2. (Imagen: Rosa).
Pero el asunto “K2” aún me ha
reservado nuevas sorpresas. Las circunstancias de agrupamientos de cara a una
regata concreta propiciaron que me viera compartiendo un Trovikayak con el
mismísimo Keko Calderón (5º en los JJOO de Altanta). Sobre la indescriptible
experiencia ya daré cuenta en alguna futura ocasión en la que resuma las
vivencias deportivas del piragüismo competitivo de la temporada, pero aquí
puedo adelantar que, evidentemente, si pude llegar a navegar en ese barco, fue
porque él estaba a bordo, afanándose en evitar que volcáramos por mi culpa. Se
trata de un kayak muy ligero, estrecho, con sección de casco de “K”
(competición) y perfil con ligera forma de arrufo (curva “aplatanada” con los
extremos más elevados que el centro del bote). A causa de ello, resulta rápido
e inestable. De hecho, en el club hay otro, y he podido comprobar cómo algunas
tripulaciones bastante más expertas que yo
tienen problemas para controlarlo, aunque quienes ya lo logran, cuando reman
con intensidad, ofrecen un espectáculo de lo más atractivo, por la velocidad
que la piragua alcanza. Tiene timón de cola. De mi experiencia personal no
puedo explicar casi nada, porque metido en la vorágine de la populosa regata y
la novedad, apenas me enteré de nada. Al parecer Trovik tiene una gran pericia
a la hora de replicar diseños de barcos novedosos a medida que éstos van
apareciendo y demostrando eficacia en la alta competición internacional. Así
pues, muchos de sus modelos se basan en las tendencias del ARD.
Keko a proa
y yo a popa, en el Trovik, en la salida de una regata en el Pisuerga. (Imagen.
Rosa).
Continuando con los K2. En el
momento de escribir estas líneas, mi compañero Pedro y yo nos encontramos,
eventualmente, aprendiendo a dominar un barco bastante más competitivo que aquel
antiguo anteriormente mencionado. Tiene alerones tras la bañera de popa, tipo
“americano”. La cubierta es de fibra de vidrio pintada en amarillo y el casco
de carbono. Tiene sección redonda de “K”, por lo que no para de moverse a los
lados. Al principio me generó una sensación de inestabilidad total. Me parecía
que no íbamos a durar encima más de un puñado de minutos. Pero poco a poco
conseguimos cierta tranquilidad y fuimos remando mucho, hasta completar toda la
sesión de entrenamiento, y tengo que decir que, a ratos, incluso bien. Pero aún
nos encontramos en una fase en la que Pedro tiene que recurrir a bastantes
apoyos cuando la cosa se pone fea. Va bien cuando acompasamos pesos durante las
paladas, y todo hay que decirlo, da gusto, porque el barco se muestra mucho más
rápido que el kayak pesado. Durante el, hasta ahora, único entrenamiento
realizado sobre este bote, del desagrado y frustración inicial, conseguimos
pasar al contento, e incluso más tarde a la velocidad. Es afilado y con esos
característicos alerones picudos y evidentes en la segunda bañera, los cuales
añaden algo de margen de seguridad cuando oscilamos lateralmente. Su timón resulta
inmediato, aunque con un radio de giro muy amplio en ciaboga. Sumerge la proa casi
con cualquier mínima ola que se nos presente, pero es algo que, por fortuna, ya
ha dejado de impresionarme.
Entretanto, como el club está
lleno de barcos, la asistencia a los entrenamientos nunca es idéntica, y el
verano ha calentado el agua y el ambiente, hay días en que probamos variadas
configuraciones de tripulaciones y nos arriesgamos a remar en embarcaciones que
se sitúan al límite de nuestra competencia. Es el caso de otro K2 Román tipo
“Americano” de keblar, diseñado para palistas ligeros. Fue Aura quien me
propuso subirnos a él, y gracias a ella tardamos bastante rato en volcar,
aunque al final… lo conseguimos. El barco se mueve mucho. De hecho, se ha de
mover para avanzar bien, el problema reside en mi incapacidad para percibir el
momento y el lado hacia el que corresponde cada inclinación, y mis
compensaciones de cadera no se acoplan a las de mi tripulante (en este barco
voy detrás). Aún así fue un intento algo prometedor y creo que la cuestión de
los “americanos” se ha convertido en mi escalón de trabajo actual en lo que al
K2 se refiere.
El K2 “Americano”
blanco para ligeros reposa en la nave.
Volviendo a las piraguas
individuales (a las K1), en mi estado de evolución actual, me encuentro en lo
que a nivel de nuestro club denominamos “intermedias”. Tal nombre proviene del
que las asigna el propio fabricante: Polledo. No soy capaz de señalar con precisión
de qué modelos se tratan, pero en líneas generales puedo describir que son
sendos kayaks de longitudes estándar de K1, con el perfil transversal del casco
ya bastante redondeado y de manga estrecha. Por lo visto, un acercamiento
bastante evidente a lo que sería un K1 de competición, aunque algo más
asequible para el control del equilibrio. De hecho, su fabricante las
recomienda para palistas veteranos (expertos pero mayores). Mi problema
principal es que únicamente atesoro el segundo de esos dos atributos: la edad,
pero de experto nada. Tenemos dos, ambas de color blanco, y en una de ellas el
intercambio del asiento nos permite establecer un escalón más de progresión
hacia su dominio. Las dos tienen timón de cola.
La primera (la que únicamente
tiene una posibilidad de asiento) modelo “Intermedio”, se mantiene aparentemente
quieta hasta que te mueves tu y… ¡zas! Al agua patos. La he utilizado varios
días en los que la superficie del agua estaba como un espejo. Con resultados
dispares. El primer día no me fue mal, pues tras la zambullida inicial, con más
cuidado, estuve mucho tiempo remando (más de una hora), con apenas sendos
vuelcos al subir y bajar la ría, en un mismo tramo en el que había una ligera
dificultad. Entonces no me atreví a impulsar mucho o a rotar mi tronco al dar
las paladas, pero noté como corta el agua de maravilla y que desliza mucho. Por
cuestiones de calendario de eventos, no había vuelto a probarla hasta hace
poco. En la segunda ocasión me di unos diez “baños” con ella. Me sirvió para
perfeccionar mi técnica de achique y embarque, y para familiarizarme con sus
límites. Aunque no lo parezca, remé mucho mejor, porque apliqué los gestos
técnicos y conseguí que el barco avanzara más y mejor. Pero evidentemente, ante
tan numerosos desequilibrios, se hace imprescindible invertir mucho más tiempo
de práctica. Tal afirmación quedó demostrada al siguiente entrenamiento.
Durante el mismo alterné largos periodos de paleo cómodo y tranquilo, con
rachas de absurdos vuelcos sucesivos. Creo que el estado psicológico
instantáneo realmente tiene mucho que ver con la eficacia del gobierno del
barco. Considero que, junto con la siguiente, es el escalón de progreso en el
que debo centrarme actualmente.
La segunda (“Intermedio New”) es
algo más ligera y estrecha y me ofrece, en principio, similares sensaciones: estable
de partida parado, y dejándome remar hasta que una oscilación excesiva me origina
un vaivén de lado a lado y caigo. Me pasó dos veces en muy poco tiempo el día
que la probé. Luego me enteré de que lo había hecho con un asiento no original,
más elevado, y por tanto bastante más inestable. No el que suelen colocar como
paso intermedio de aprendizaje. Según Keko, esta intermedia podría ser
ligeramente más inestable que la otra (aunque en realidad son similares), pero
con su asiento original ocurre un poco lo contrario. Mi segundo intento con
ella fue bastante prometedor y me pareció claramente más estable que la otra. Tengo
que probarla mucho más. En estos momentos se me plantean varios frentes en mi
avance de dominio técnico. Hasta ahora competía siempre con barcos más
estables, que ya controlo sobradamente, lo hacía así para asegurar las pruebas.
Pero entreno con barcos que suponen una zona límite de dominio para mí. Actualmente
son: el K2 amarillo antes nombrado en la modalidad doble, la Cantábrico como
barco de mar o cuadriatlón y cualquiera de las dos intermedias dentro del
“programa” de progresión en K1. Lo malo es que no práctico tantos días como
abundancia de barcos tengo disponibles. Pero no tengo prisa.
Esta es la
Intermedia (¿”New”?) de Polledo, la más ligera de las dos que tiene el club.
Aquí está con su asiento bajo, lo cual la hace más estable que con los asientos
elevados.
En esta
perspectiva tomada desde popa se aprecia mejor la estrechez de su manga, menor
en casco que en bañera.
Esto del piragüismo es un proceso
peculiar. Tu progresión técnica y competitiva va muy ligada al tipo de barco
que vas siendo capaz de dominar. En esto difiere mucho de otro tipo de
modalidades. Por ejemplo el ciclismo, donde, en cuanto aprendes a montar en
bicicleta, casi puedes conducir cualquier modelo de bicicleta de tu talla (con
excepción de las de piñón fijo o algún otro artefacto muy particular).
Cualquier ciclista popular, aún siendo inexperto, puede adquirir una de las
mejores o más caras bicicletas del mercado y utilizarla para sus
participaciones. Con los kayaks no ocurre igual. Avanzar en competitividad de
barco a emplear, supone un proceso de aprendizaje bastante largo. Para algunos
de bastantes años. En mi club, cada cual se mueve en una horquilla de niveles
bastante definidos. Y tu competitividad finalmente depende de tu competencia
técnica, de tu condición física y de la velocidad característica del barco que
seas capaz de llevar en cada circunstancia de competición (gradación de viento,
oleaje, corriente, etc.). Otro asunto interesante es que desde que accedes a
poder mantenerte remando en un barco, hasta que eres capaz de poder ejecutar
sobre él la técnica adecuada y la impulsión (potencia aplicada), pasa,
necesariamente, bastante tiempo de práctica. Eso explica porqué, por ejemplo en
mi caso, soy capaz de rendir más con barcos ligeramente más lentos (pero más
estables) que con aquellos otros en los que ya estoy trabajando pero aún no
tengo “dominados”. Todo esto es un asunto que está muy vinculado con el
concepto de deportista “popular” en el mundo del piragüismo de competición, asunto
cuyo tratamiento dejo aplazado para algún futuro capítulo. Y como si la cuestión
de los barcos no fuera ya de por sí suficientemente complicada, además está el
asunto de las palas hidrodinámicas. Las hay de tracción, de ataque, etc. y
dentro de ello una gran diversidad de diseños. Y aunque pudiera parecer poco
importante o, al menos, ajeno a la capacidad de dominio de las embarcaciones,
pues resulta que para el aprendiz no lo es. Recientemente, entrenando con una
de las piraguas que ya hace tiempo que no me da ningún tipo de problemas de
estabilidad, probé dos tipos de palas diferentes a la que utilizo siempre. La
primera era más corta, me ofrecía mayor eficacia propulsiva, pero menos
posibilidad inmediata de hacer un apoyo más amplio o alejado en caso de
necesidad. Nada grave, pero que seguramente me hubiera originado algún vuelco
en algún kayak más avanzado. Después pasé a una de ataque y el cambio de
sensaciones fue radical. La pala era escupida por el agua con un chocante pero
evidente sonido. Al poco de introducirla por delante, era expulsada a medio
camino hacia atrás. Ella sola me aceleraba la frecuencia de palada y eliminaba
cualquier sensación de apoyo. Cuando torsionaba bien el cuerpo, adelantando el
hombre del ataque al máximo, el avance del barco era evidente, pero ante
cualquier error o desequilibrio, la sensación de precariedad se hacía
manifiesta. Creo que con esta pala hubiera sido impensable (por ahora) haber
intentado remar en las piraguas con las que ahora mismo me estoy fogueando.
Todo un mundo esto del piragüismo de competición.
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