jueves, 31 de octubre de 2019

SÁBADO DE RÉCORD


12 de octubre de 2019

Me gusta el deporte. Eso es algo más que evidente si cualquiera echa un vistazo a este espacio de divulgación. Pero me gusta infinitamente más practicarlo que consumirlo como espectador. De hecho, veo poco deporte en la televisión, muy poco en presencia directa y prácticamente nada por Internet. Insisto, lo que me gusta es practicarlo. Pese a ello, aquel sábado, me di un atracón de deporte por televisión. No estaba programado, vivía yo muy tranquilo un fin de semana de mucha lectura, algunas relaciones sociales y hasta un poco de obligación jardinera. Pero aquella mañana, bastante pronto, mi hijo, que es atleta, me informó de que alguien había conseguido bajar de las dos horas en un maratón. ¡En ese momento se desencadenó todo!.

Aquel sábado fue cosa de dos hombres. Uno alto y otro bajo. Uno blanco y otro negro. Uno europeo y otro africano, ambos con facilidades para cruzar fronteras y encontrar residencia y bienvenida en cualquier país occidental. Otro palpable atributo que ambos tienen en común es su extrema delgadez. Ambos están flacos, muy flacos, aunque no creo que pasen hambre. Y ambos fueron protagonistas aquel mismo día, por lograr, cada uno la suya, sendas hazañas en el panorama deportivo global actual.

Maratón, la barrera de las 2h.

La ciudad elegida para el singular evento fue Viena. Una capital de evidente importancia en la historia mundial, europea y occidental, cuna y escenario de varias revoluciones científicas, artísticas y del pensamiento, muy especialmente a lo largo de los dos últimos siglos anteriores. Ya en otoño Viena se mostraba fresca de temperatura, ideal para abordar un esfuerzo de resistencia de larga duración. Para hacerlo se diseñó un recorrido por el Prater y sus inmediaciones, un circuito mayormente paralelo al Danubio. La ciudad, más bien su ciudadanía, se mostró bastante volcada con el acto, asumiendo un nítido presentimiento de que una inusual hazaña deportiva estaba a punto de consumarse.

Todo el asunto estuvo planteado con un montaje espectacular, con gran despliegue tecnológico e imagen elocuente y explícita de estrategia de equipo. Un planteamiento casi más antropológico que tradicionalmente deportivo. No se trataba de un asunto, reto o problema particular o individual. No era él, éramos todos. La humanidad al completo, aliada y hermanada contra la física. Contra las leyes del espacio (42 km) y el tiempo (2 horas). La cobertura tecnológica integraba sistemas de control temporal permanente, una cohorte de modernas bicicletas con pantallas desmesuradas alojadas en sus manillares, manejadas por hombres (de negro) con aspecto híbrido de científicos de nueva generación practicantes de deporte. Y había más, un conjunto de haces de láser marcando el cambio, indicando permanentemente el ritmo al que debían correr los atletas, moviéndose a la velocidad calculada. El trazado estaba perfectamente diseñado, dibujado con suaves curvas y balizado con sendas líneas de color vistoso, por entre las cuales debían transitar, en todo momento, los corredores. Y es que nuestro atleta no lo hizo solo. Para que la tarea llegara a buen término hacía falta compañía, eso que en atletismo denominan liebres. Y como el ritmo necesario era imposible (casi para cualquier ser humano a excepción del elegido para intentarlo) se programaron relevos delicadamente estudiados, y se seleccionó a un cuerpo de élite de relevistas. Unas tropas especiales. Uniformadas, y corriendo en formación para arropar al líder, al guerrero, al representante de los seres humanos.

 
El grupo de "liebres" rodeando a Kipchoge corre al ritmo marcado por la referencia láser. (Imagen: AP para lanacion.com).

 
El grupo humano de corredores al completo. (Imagen: EFE para eldiariovasco).

Aquello estuvo muy por encima de las homologaciones federativas, qué vulgaridad, aquello era un serio intento por poner el pie en una nueva era. Y se consiguió, entre todos, los científicos del deporte, las “liebres”, los espectadores presenciales, los que lo seguimos a través de las pantallas desde lejos. Ya han surgido voces críticas con la hazaña. Personas y entidades que lanzan diversos tipos de críticas. Unos hablan de zapatillas especiales… después de décadas de permanente evolución tecnológica en el calzado deportivo, que sí “air”, que si geles, sistemas anti-torsión, diferentes grados de rigidez o elasticidad de las suelas, ahora resulta que hay que ponerse digno ante estas. Otros se ponen puristas, que si no es una prueba oficial con el reglamento de la federación internacional de atletismo, una federación que hizo suyo el mitológico e indeterminado pie de Heracles, así como una distancia maratoniana de origen más que incierto, y que desde su incorporación a los Juegos Olímpicos modernos, cambió varias veces de longitud y quedó finalmente prefijada por mera casualidad.

“En estos primeros Juegos Olímpicos (1896), el gran héroe fue el ganador de la prueba de maratón, un vendedor de agua griego llamado Spiridon Louis, que fue seleccionado casi por obligación por un oficial del ejército griego. Antes de la salida permaneció dos días en oración y ayuno. Al final de la carrera entró en solitario por la meta para delirio de sus compatriotas, salvando así el honor helénico, dado que fue el único triunfo griego en una prueba de atletismo en estos juegos.

La longitud moderna de 42.195 metros data de los Juegos Olímpicos de Londres de 1908 y la reina estableció, sin quererlo, esta distancia como la distancia oficial de la carrera de resistencia por antonomasia. Esta distancia es la que separa la ciudad inglesa de Windsor del estadio White City, en Londres. Los dos mil ciento noventa y cinco metros fueron añadidos al inicio, para que la salida fuese frente al balcón real del Palacio de Windsor. La distancia quedó establecida definitivamente como única oficial en el congreso de la IAAF celebrado en Ginebra en 1921, antes de los Juegos Olímpicos de París de 1924”. (Wikipedia).

Seguramente sean varias cuestiones las que provocan algunos escozores, pero eso es por sacar las cosas de contexto. Nadie ha dicho que todo esto fuera “atletismo normativo”, tampoco el origen del atletismo actual, el que caracterizó a la cultura de la Grecia clásica lo era a los ojos de las normativas actuales. Esto es otra cosa, un reto humano en formato atlético. Y es que el atletismo en general no es propiedad de ninguna entidad, como tampoco lo es el fútbol ni ninguna otra expresión deportiva humana. Todas ellas son patrimonio de los seres humanos y cada cual, cuando quiera, puede practicarlas como desee. Lo demás, las clasificaciones, los títulos, los palmareses, etc. Son otra cosa: burocracia, poder, normativa, intereses, propagandas patrias, etc. Muchas cosas, pero, de todas formas, algo parcial, una mera parte del atletismo global o absoluto.

Dejando a un lado el encorsetamiento de la oficialidad, lo bonito fue ver a aquel hombre correr. Ligero y veloz. Infatigable, rítmico como un reloj de cuarzo, y acompañado, en una escenificación que convirtió aquello en un logro de todos. ¡Mis felicitaciones al director de escena!. Efecto emocional conseguido. Lo bello fue observar a sus compañeros eventuales de carrera: su empeño, su concentración, su solidaridad… la sincera felicidad que se desprendía de todos ellos al final, los abrazos, la camaradería, la ausencia total de competitividad mutua. Impresionante, difícil de ver en estos tiempos. No olvidemos que muchos de ellos son sus mayores rivales en las pistas y los campeonatos.

Montajes publicitarios aparte, fue un acto deportivo muy especial, difícil de ver y de catalogar. Un singular ejemplo de cómo se pueden concebir otras formas de expresión del rendimiento deportivo, saliéndose de los márgenes de las grandes autoridades mundiales en la materia (COI, Federaciones Internacionales, etc.). Muchos pensadores consideran la época actual como un posible momento de cambio de era en la humanidad, conducido, fundamentalmente, por la tecnología digital, aunque complementado con algunos otros cambios radicales en el pensamiento y en la forma de vivir y relacionarse. En los formatos y la naturaleza del deporte también se vienen produciendo constantes cambios, pero, en el fondo, son menores. Aparentemente llamativos o vistosos, pero modestos en esencia. Pero esto no, esto fue diferente, alguien se lo sacó de la chistera y consiguió poner a todo el mundo en pie y dando palmas. Logró audiencia real, y más aún: emociones nuevas. Dejó mucho que analizar y reflexionar al respecto.

Algo parecido a lo que ocurrió en 1984 cuando Francesco Moser, rompió la mítica barrera de los 50 kilómetros del récord de la hora en ciclismo. También entonces mucha tecnología, mediática puesta en escena y altas dosis de controversia.

 
Francesco Moser batiendo el récord de la hora con sus famosas ruedas lenticulares. (Imagen: de freemaniaco.blogspot).

Ya está hecho, y ahora qué… volver, por el momento, a los formatos habituales de competición, y esperar a que el logro acabe llegando y hasta normalizándose. Y creo que no tardará en producirse. El “elegido”, el “designado” para representarnos a todos en este reto, Eliud Kipchoge, parece capacitado para ello. Ya estuvo cerca cuando consiguió el actual récord del mundo oficial de la especialidad. Lo hizo en el Maratón de Berlín de 2018, dejándolo en 2h 01’ 39”, muy cerquita. Algunos le llaman el filósofo, por su forma de hablar y las reflexiones que deja. Nacido en Kapsisiywa, distrito de Nandi, bastante cerca de Eldoret, pertenece a ese flujo, aparentemente inagotable, de corredores keniatas que desde hace tiempo dominan la escena del fondo mundial. No lejos de allí se ubica Iten, otro foco de generación de fondistas sobre el que escribió Adharanand Finn en su libro “Correr con los keniatas”. Lo que Finn cuenta en su texto, captado a través de su experiencia personal allí y de su olfato reportero, es congruente con lo que se desprende de las declaraciones públicas de Kipchoge. El corredor cree en la carrera como medio de búsqueda de la paz y el entendimiento. Como vía de comunicación y, en el caso de muchos compatriotas suyos, como modo de buscarse una vida mejor, cuando uno no tiene nada más que su cuerpo para hacerlo. Hay queda eso… saludos amigos occidentales.

 
Kipchoge cruzando la línea de llegada con el crónometro detrás, y su mujer corriendo para fundirse en un abrazo. (Imagen: AFP).

Al día siguiente, una mujer, también keniata, batió el récord del mundo (esta vez de forma homologada) de maratón femenino. Fue Brigid Kosgei y lo hizo en Chicago. Ponía fin a un récord que tenía 16 años de antigüedad. Pero para entonces ya era domingo, y aquí me estoy centrando en el sábado.

Ironman de Hawai 2019

Lo que hace cuatro décadas comenzó como una apuesta entre amigos, ahora mismo es uno de los eventos deportivos más prestigiosos del mundo. Un evento que se ha convertido en destino de peregrinaje vital para miles de personas de distintas nacionalidades, edades y poder adquisitivo. Un santo grial al que todos ellos sueñan con llegar, pero para la mayoría de los cuales va a resultar imposible. Un Camino de peregrinaje exigente a más no poder: en horas de entrenamiento, en gastos de material de última generación (los adictos a este deporte no le hacen ascos a los avances tecnológicos) y en sucesivos intentos de cualificación. Pero aún así, el Camino tiene cada vez más adeptos, porque para todos ellos, alcancen el destino final o no, el Camino, el proceso en sí mismo, ya les llena, ya les vale, ya les mantiene vivos.

No exagero, para muchos triatletas populares el Ironman se ha convertido en una especie de religión, de Fe del siglo XXI, y para otros, una forma de vida. Incluso a sabiendas de que, probablemente, jamás puedan participar en el de Kona (su Meca, su Plaza del Obradoiro, su Jerusalén), lo viven con fervor desde sus “parroquias” más cercanas o algunas “catedrales” asequibles.

 
Recuerdos legendarios del Ironman. Scott y Allen pugnando por la victoria en 1989. Al final Allen venció por escasos 58 segundos. (Imagen: triatlonweb.es).

El mismo día de la hazaña del maratón se disputó el Ironman de Kona. Nunca lo había seguido por televisión, pero, por pura casualidad, me topé con la posibilidad de hacerlo a 50m de casa. Para mi amigo Dudu, desde que lo conozco, hace ya muchos años, el triatlón es una constante esencial en su vida. El triatlón en general y este Ironman en particular. Y por eso mismo, como cualquier creyente celebra fechas y fiestas señaladas por su credo, Dudu rinde a culto a la prueba de Kona. Yendo allí en las contadas ocasiones en que ha podido hacerlo, u organizando una fiesta en casa para seguirlo en compañía. La cuestión es que me invitó a que me pasara por su hogar aquella tarde o noche, avisándome de que se reuniría allí con algunos amigos para ver la prueba. Habría comida y retransmisión completa en directo. Aquello sería una especie de Ironman Party, y aunque en principio no tenía planeado acudir, al atardecer, lo recordé, y acabé pasándome por allí.

Llamé al timbre y cuando Eduardo me abrió la puerta vestido con una camiseta oficial de Ironman, enseguida me percaté de que aquello iba en serio. En el salón había una pantalla enorme mostrando la retransmisión oficial de la prueba en directo. Muy cerca, una gran pancarta, traída expresamente desde Kona, pretendía reforzar el ambiente. Algunos invitados manejaban sus tablets, navegando entre las páginas de seguimiento en directo de tiempos y dorsales, y entre los mentideros más populares de los “influencers” especializados en triatlón. Allí me encontré con dos viejos conocidos, Fernando C (que fue muchos años miembros del equipo nacional español) y Fernando R (triatleta practicante y entrenador). Entretanto, algunas de sus parejas, por su cuenta… en la cocina, en pleno siglo XXI. Pero ¡que no se equivoque nadie! No relegadas allí, sino más bien fugadas, huidas por voluntad propia, tratando de escapar del integrismo deportivo (y en este caso espectador) de sus compañeros. Y en parte las comprendo, recordemos que por delante se presentaban más de ocho horas ininterrumpidas de competición.

 
Fernando C en acción hace algunos años. (Imagen: saiz en shutterstock).


Muchos años antes, auténtico pionero del triatlón en España, Eduardo compitiendo sobre una Vitus. (Inágen: Bicisport, 1990).

Para mí aquello hubiera resultado imposible, pero reconozco que la doble cobertura, la oficial y la permanente consulta ejercida por aquellos amigos, quienes puntualmente nos daban cuenta de noticias, detalles, datos y comentarios a los demás, aderezaba de tal modo la reunión que logró entretenerme, interesarme y, sobre todo, divertirme. Primero, cuando los deportistas en cabeza hacía poco que habían dado cuenta del segmento de natación, porque sus quinielas personales se cumplían o se mantenían vivas. Es más, aún estaban algo abiertas y, en algún que otro caso, un poco cambiantes.  Más tarde, cuando el desarrollo del segmento ciclista ya parecía bastante claro y ya no tenía demasiado mérito seguir haciendo quinielas, llegaron los cotilleos. Se conocían la vida y milagros de todos los personajes en escena. Y me lo fueron contando a medida que salían a la palestra. Bastante pronto la sospechosa retirada de Patrick Lange, que algunos parecen relacionar con asuntos algo escabrosos. Después, ante la evidente amenaza temporal de Alister Brownlee, a quien unánimemente reconocían su irreprochable aptitud, surgía la duda de su potencial éxito o fracaso. Resultado directamente dependiente de su carácter, que siempre apuesta por el todo o nada, por el disputar “a fuego” y sin reservas, hasta que el cuerpo aguante. Y aquel sábado no aguantó.

Más peculiar me resultó el caso de Lionel Sanders. Mis compañeros de “grada” me lo pintaron como una especie de exdrogadicto vehemente que, en determinado momento de su vida, decidió cambiar el consumo de estupefacientes por la adherencia, y quién sabe si posterior dependencia, al entrenamiento. Decían de él que era candidato firme al triunfo, y que contaba con una fuerza de voluntad a prueba de bombas. En los últimos tiempos se había hecho muy popular mostrando sus hábitos de entrenamiento “indoor”, encerrado en una especie de zulo, entrenando horas y horas sobre una cinta de correr y un rodillo ciclista. Como si se tratase de un monje asceta y enclaustrado del siglo XXI. El carisma, ingrediente fundamental para que cualquier tipo de religión cuaje, al parecer no le falta, ni el suyo propio ni el que viene de serie con el triatlón en sí mismo. Así que, según parece, le han salido muchos fieles imitadores. Sin embargo, ignoro si para bien o para mal, aquel sábado mágico tampoco fue su día. El frikismo contagioso de Lionel Sanders debió perder algunos correligionarios.

Como he señalado, mis amigos se sabían todos los nombres de los principales protagonistas, sus historias, así como todos los detalles que giran alrededor del evento, de ese y de muchas otras competiciones que tiene por debajo en cuanto a nivel de reconocimiento mediático. En aquella sala de estar fui testigo de cómo se reproducía un modelo tertuliano comparable al del fútbol. Aquello me hizo ver lo lejos que estoy del universo actual de los aficionados que siguen el deporte como espectadores. También me hizo comprender cómo es posible que un afamado jugador de fútbol esté intentando hacer de su vida cotidiana, incluyendo la de su familia, una especie de serial televisivo, un reality-show propio, un “selfie vital animado”.

Pese al entretenimiento allí vivido (por lo deportivo, por lo relacional y por lo sociológico de la experiencia), cuando llegó el momento de ver poner los platos sobre la mesa para la cena, decidí despedirme. Pese a la insistente y sincera invitación, preferí desconectar durante algún tiempo. Me fui a casa, saqué a los perros de paseo y cené en familia. Daba la causalidad de que mi pariente y amigo Bernardo, cenaba con nosotros, así que, ya de sobremesa nocturna, le propuse ir a tomar algo a un lugar que le sorprendería. Únicamente tenía que fiarse de mí. Como me conoce de sobra aceptó sin remilgos, y a los pocos minutos estábamos ambos llamando al timbre de la “Ironman party” de nuevo. Él enseguida se percató de qué iba el asunto. Los demás de inmediato le integraron en el ambiente, le reconocieron como suyo, como “triatleta”, y consiguieron que empezara a disfrutar de todo aquello desde el primer instante.

En el momento de la segunda incursión en el “templo” local, los hombres de cabeza ya estaban disputando el segmento de carrera a pie. Y a las primeras mujeres las vimos en plena transición. Lucy Charles-Barclay dominaba la competición, tras haberse mostrado superior durante todo el segmento ciclista. Por detrás, a bastante distancia, la seguía la alemana Anne Haug.

El maratón lo vivimos mientras dábamos cuenta de helados y postres variados. Jan Frodeno, un largo y delgado alemán que ya había logrado vencer en un par de ocasiones anteriores en Kona (2015 y 2016), dominaba con rotundidad el evento. Y se le veía lo suficientemente suelto corriendo como para esperar de él una nueva victoria. Quién fue campeón olímpico en Pekín en 2008 parecía claramente encaminado a conseguir su triplete en Hawái. En cuanto a las chicas, personalmente me daba la impresión que Charles-Barclay corría algo más trabada, quizás acusando un portentoso rendimiento ciclista logrado (en parte, y siempre desde mi particular punto de vista) a costa de cierto abuso de desarrollo, tal y como parecía dejar ver su frecuencia de pedaleo. Su perseguidora Haug, sin embargo, parecía francamente ágil y ligera.

Pero no nos quedamos a verlo. Era ya tarde y al día siguiente, Bernardo y yo, pretendíamos madrugar. En mi caso para practicar algo de deporte yo mismo, cosa que finalmente no llegué a hacer por mal tiempo. Nuestros amigos insistieron, pero nos despedimos agradecidos. Bernardo me confesó que se lo había pasado en grande. Yo tengo que reconocerlo igualmente: me lo pasé francamente bien. Sin embargo, el mérito de ello no lo tuvieron quienes disputaban el Ironman al otro lado del plantea, sino aquellos con los que compartí la velada.

A la mañana siguiente, dadas las circunstancias, consulté el resultado final de la prueba en la Red. Anne Haug acabó superando a Lucy Charles-Barclay, confirmando algo que en su día hasta llegué a investigar científicamente: que el peso del parcial del segmento de la carrera resulta definitivo para el resultado final de un triatlón de distancia Ironman.

 
Anne Haug en acción sobre la bicicleta (Imagen: slowtwitch.com).

Y en lo que respecta a los hombres, Frodeno confirmó lo esperado y venció con rotundidad. El poderío del ganador no tuvo amenaza. Y aquel sábado de octubre sí, también él, batió el récord de la prueba con un tiempo de 7 horas, 51 minutos y 13 segundos. Excelente logro sin duda, aunque con guarismos incompatibles con la iconografía de las barreras psico o sociológicas. Demasiadas cifras, casi aleatorias, como para representar una barrera tan nítida y sugerente como las dos horas redondas del maratón. Aquello ya había ocurrido el año anterior, cuando Patrick Lange consiguió romper (holgadamente) el muro de las ocho horas.

  
 Frodeno acomplado sobre su máquina. (Imagen: James Mitchell, en triating.com).


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