jueves, 15 de julio de 2021

LUTOS

Hasta que empezó la pandemia, el entrenamiento semanal del equipo de hockey sobre patines del que formo parte se había convertido en una de esas citas ineludibles que, además de divertirme y permitirme desconectar totalmente de cualquier preocupación, garantizaba una sesión de trabajo físico bastante extenuante. Después, todo se detuvo durante el confinamiento y en la temporada siguiente, aunque regresamos con ganas y todo empezó bien, hubo que suspenderla por el cierre de las instalaciones cubiertas. En fin, que llevamos, prácticamente, dos temporadas en blanco. Y lo echo de menos.

En las fases previas al coronavirus, nuestro entrenador era Lolo. Lo llevaba bien, nos entendía bastante desde el punto de vista humano y era perfectamente consciente que somos unos paquetes, y de que cualquier pretensión de enseñanza táctica, a estas alturas de nuestras vidas deportivas, es una quimera. Así que nos animaba el entrenamiento con ejercicios técnicos dinámicos, unos modestos movimientos tácticos y nos organizaba la pachanga final. Además, bromeaba con nosotros, nos contaba historias del hockey y templaba cada vez que alguna disputa o conato de violencia física o verbal surgía a causa de los lances del juego. Lolo nos comprendía. Con él viajamos a algunos torneos de veteranos a Asturias y Galicia. En realidad, nuestro equipo era la menor de sus responsabilidades dentro de su puesto de coordinador de la sección de hockey patines de la RS de Tenis de la Magdalena. Éramos pues una anécdota en sus quehaceres. Al fin y al cabo, un grupo de amigos de una edad muy cercana a la suya.

Pero llegó un momento en que se vio forzado a dejar de entrenarnos por culpa de una enfermedad maliciosa que le anduvo persiguiendo y acosando con insistencia. El mal venía y se iba, huyendo de sucesivos tratamientos, por lo que Lolo tenía momentos mejores, incluso muy esperanzadores, y otros peores. La cuestión es que, primero por culpa de la enfermedad y después por la pandemia, el caso es que dejamos de vernos, aunque una vez me llamó para darme las gracias por haberle incluido en la dedicatoria de mi libro Homo Skater.

Tiempo después, concretamente en mayo de 2021, un compañero de entrenamientos me avisó de que Lolo estaba sufriendo una nueva embestida de su enfermedad. Habían pensado en ir a verle, invitarle a comer y culminar la reunión con un partido amistoso contra el equipo de veteranos del Centro Asturiano de Oviedo. Me apunté sin dudarlo. Para mí el partido era lo de menos. Esta vez lo importante era poder verlo a él, porque, quién podría saberlo, quizá fuera nuestra despedida.

Viajamos repartidos en varios coches, hablando mucho porque hacía tiempo que no nos reuníamos. Llegados a Oviedo, recogimos a Lolo en su casa. Se había arreglado para la ocasión y se alegró mucho de vernos. Nos fue saludando a todos, uno por uno, con sinceras palabras y cariñosos abrazos. Se le veía contento de vernos y del plan. Así que, sin demora, nos fuimos a comer al impresionante edificio que el Centro Asturiano posee dominando sus instalaciones deportivas, cuidadas y ordenadas sobre las verdes laderas de algunas de las elevaciones que rodean Oviedo. Los jugadores veteranos del Centro se nos unieron en la comida, compusimos tres grandes mesas y lo pasamos muy bien en la comida y la sobremesa, durante la cual entregamos algunos regalos a los contrincantes y, por supuesto, a Lolo. Al ir avanzando la tarde, nuestro amigo fue dando muestras de fatiga, molestias y, finalmente, incluso dolor. Llegó el momento de que alguien lo llevara a casa y nos despedimos de él con evidentes, aunque mudos, malos presagios.

Después vino el partido, en el cual sufrimos una escandalosa goleada que teníamos prevista. Ellos son mucho mejores y, por lo que nos contaron, no habían parado de entrenar, salvo durante el confinamiento. Nosotros andamos muy lejos de su nivel y, para colmo, llevábamos dos temporadas sin rascar bola y casi un año sin ponernos los patines. Pero disfrutamos y lo pasamos bien.

Los dos equipos, posando con el homenajeado en la fachada del Centro Asturiano.

Lolo recibiendo una camiseta de regalo de nuestros contrincantes.

 
A punto de empezar el partido.

Fotos 3= fachada sin marcarilla, equipo con mascarilla y Lolo camiseta.

Tres semanas después nos llegó la noticia. Lolo falleció el 4 de junio. Por lo visto, muy poco después de nuestro regreso tuvo que ser ingresado y, a partir de entonces, el desenlace su fue precipitando. Fuimos afortunados de poder despedirnos de él con algo de calidad vital y humana y, sinceramente, viéndolo disfrutar de aquello. Aquella visita deportiva se convirtió en nuestro homenaje.

Manuel José Fernández López, Lolo Fernández en el mundo del hockey sobre patines y, sencillamente Lolo en el hockey asturiano, tuvo una larga trayectoria como jugador y entrenador de ese deporte. Fue un buen portero. Se formó el CP Santo Domingo El Chico de Oviedo, en el que conquistó dos Campeonatos de España, para más tarde llegar a jugar en División de Honor (actual OK Liga). Posteriormente, también jugó en el Flix (Tarragona, allí donde el Ebro dibuja una hermosa hoz, excavando un profundo cañón, cubierto de vegetación en su umbrío lecho) y en el CP Tenerife.

Lolo es el primer portero a la izquierda. Aquí eon el CP Oviedo, muy jovencito. (Imagen: fpasturias.es).
 

Más adelante, como entrenador, se inició en las categorías inferiores del Colegio Santo Domingo. Posteriormente paso por varios clubes como el Oviedo Roller, el Cibeles o el Esfer, antes de dirigir al CP Mieres en 1ª División Nacional. Entre sus logros allí, estuvo el de conseguir mantener la categoría, nada desdeñable ante el poderío catalán (y gallego) en este deporte. Antes de llegar a Santander, ejerció como técnico en el Hostelcur Gijón femenino, el Biarrtiz Olympique francés y el Asturhockey de Grado (en Primera División). Así pues, toda su vida dedicada a este deporte. Un claro ejemplo de la pujanza y pasión que por el mismo se dan en Asturias. Desde aquí mi modesto homenaje.

Aunque no me considero un auténtico fan, pues tiendo a desmitificar mucho las hazañas deportivas y, desde luego, no las hago extensivas al resto de cualidades humanas de quienes las logran, reconozco que siento especial predilección por la trayectoria deportiva de Mathieu van der Poel. Ya he escrito algo sobre él en este espacio, pero, desde entonces, el chaval sigue sin defraudarme, continúa ofreciéndonos espectáculo ciclista y algo más… Lo último, puramente deportivo, fue el salvaje demarraje sostenido (no como los de otros que amagan unas decenas de metros y se paran) cuesta arriba, alcanzando velocidades de escándalo ante porcentajes de en torno al 9%, con el que ganó (y apabulló) en la victoria de la 2ª etapa del Tour de Francia 2021. Se lo dedicó a su abuelo, Raymond Poulidor, fallecido en noviembre de 2019. Poulidor participó en 14 ediciones del Tour, finalizando la carrera en 12 de ellas. Cosechó tres segundos puestos en la general y cinco terceros, además de siete triunfos de etapa. Sin embargo, Pou Pou se hizo famoso como el “eterno segundo” por su peculiar palmarés, eclipsado por coincidir con dos astros sucesivos como fueron Jacques Anquetil y Eddy Merckx. De hecho, aquel abuelo jamás llegó a vestirse de amarillo. Así que su nieto arrancó con ese poderío inigualable que atesora, dejando a todos sentados, para ganar la etapa y, de paso, vestirse de amarillo, con la idea de resarcir a su estimado abuelo. Fantástico homenaje postrero.

En cuanto al “algo más” que he dejado caer antes, fue otro homenaje previo que casi me conmovió más. El día de la primera etapa, estaba viendo la retransmisión televisiva con una de mis hijas, cuando un maillot dentro del pelotón me llamó la atención. Morado (o fucsia) con las mangas amarillas. No lo dudé y le dije a mi hija – hay un equipo que ha fusilado el diseño de un maillot clásico, el del Mercier -. Al cabo del rato nos dimos cuenta de que era, precisamente, el equipo entero de van der Poel y añadí - ¡qué gesto! Me encanta que recuperen a los clásicos, era una réplica del que llevó su abuelo muchos años -. Después nos llegaron las explicaciones de los comentaristas, aclarando que todo el equipo se había vestido así para la primera etapa como homenaje a Poulidor. Me pareció una idea genial, y un bello juego de refresco y reivindicación de un ciclismo clásico que tanta eficacia ha tenido a la hora de cimentar un deporte que es como es porque se ha ido construyendo sobre cimientos de tradición, épica, historia y, sobre todo, pasión espectadora, transmitida de abuelos a padres e hijos (mujeres y hombres).

La idea, más allá de una chorradita ingeniosa e improvisada, después lo comprobé, fue algo madurado con tiempo, cuidado, bien atendido y esmerado. Como muestra, este video del chaval.

 

A Pou Pou se le quiso mucho en Francia, mucho más que a Anquetil, pese a las cinco victorias en el Tour de este otro. La gente se identificaba más con Poulidor. Le percibían como más asequible, sacrificado, trabajador, franco y próximo. Amaban al deportista y a la persona que imaginaban detrás. En la vida, muy diferente a la de Anquetil, le fue bien. Ganó dinero, lo supo administrar y llegó a rebasar los ochenta años. Lo de Anquetil fue un novelón rocambolesco y mucho más breve. Con Poulidor coincidí en mi primera participación en la Anjou Velo Vintage en 2013. Andaba por allí saludando a diestro y siniestro, afable y cercano, y nos dio la salida formal con un banderazo desde el asiento de atrás de un coche antiguo sin capota. En otro momento, por la tarde, firmaba libros en un stand de la feria. Con su pelo canoso y su corpachón, tenía pinta de ser un buen tipo. Vaya también desde aquí nuestro homenaje.

Poulidor abrazando orgulloso a su nieto. (Imagen: getty-images para eursport.es).

Montaje publicado por Van der Poel en su facebook. A la izquierda el nieto imitando la pose y la vestimenta del abuelo (a la derecha).

Poulidor (Mercier) disputando una gran vuelta al lado de Merckx. (Imagen: colección "Poulidor" de Adrián en pinterest).

El 13 de junio falleció un buen amigo mío. No era uno de esos de trato frecuente, ocio compartido ni vida social coincidente. La nuestra era otro tipo de amistad. De esas de largo plazo, perennes. Amigos de esos que están siempre ahí, con los que hablas o quedas muy de vez en cuando, pero a los que les consultas cosas cuando te hace falta y que, conscientes ambas partes de un vínculo acuñado durante varias décadas, siempre responden, y cada reencuentro se convierte en un momento placentero. Por eso, me ha dolido especialmente su muerte, que, lamentablemente, estaba médicamente anunciada. No con exactitud cronológica, pero casi. Sabíamos que su enfermedad era peligrosa, rápida y letal. Y así ha sido el proceso. No voy a dar su nombre, ni apenas datos identificativos, porque él no hubiera querido. Se ha marchado muy discretamente, fiel a su comportamiento profesional en vida. Un desempeño que, puedo asegurarlo, ha sido merecedor de importantes homenajes, pero que no le van a ser dados porque quienes le conocíamos bien, sabíamos que no le gustaban, que no los quería, y menos aún tras su marcha.

Su dedicación profesional fue la de un servidor público en el ámbito del deporte. Lo de servidor público es como se denomina en algunos países de la esfera anglosajona a lo que aquí llamamos funcionarios. En su caso es perfectamente aplicable, ya que todo su empeño estaba centrado en que lo público, realmente, trabajase para dar servicio a la población. Por eso nunca cruzó la línea roja de la política, siempre se mantuvo en el lado técnico. En las épocas en las que tuvo la suerte de trabajar bajo direcciones políticas más abiertas de mente, más proclives a escuchar a los que saben y verdaderamente centradas en el bien común (lo que únicamente pasa algunas veces), aprovechó la oportunidad y dejó un reconocible legado de proyectos ejecutados que, décadas después, han seguido dando servicio de ocio, salud y cultura a cientos de usuarios. No solo habitantes de su ámbito de gestión, sino de muchas otras procedencias. En su comunidad autónoma, fue el primero en idear y trabajar hasta la consumación de un centro municipal que integrara lo cultural con lo deportivo, e incluyera la primera piscina cubierta climatizada de la región en tiempos modernos (desde el nacimiento de nuestra Constitución vigente). También él, visionario, tuvo “todo que ver” con la creación de un tempranero carril-bici circular de varios kilómetros que fue, es y seguirá siendo, punto de referencia permanente de uso y disfrute para todo tipo de personas procedentes de toda la región. Un buen ejemplo de cómo el trabajo de un municipio relativamente modesto aporta un recurso abierto, gratuito y exitoso para toda una comunidad autónoma. Y se diseñó tan bien, que en la época en la que fue inaugurado, a finales del siglo pasado, ya presentaba una doble superficie bicolor para distribuir de forma ordenada a corredores o paseantes por un lado, y ciclistas o patinadores por el otro, reduciendo mucho la conflictividad potencial de este tipo de vías. Actuaciones protagonizó muchas más, pero aquellas dos resultaron provocadoramente innovadoras por los momentos en los que se ejecutaron.

Mi amigo era saludablemente corporativo para con sus colegas de profesión. Y digo saludable porque él confiaba plenamente en la profesionalidad de las personas. Ante cualquier necesidad, siempre optaba por que se contactara con profesionales de lo que hubiera que resolver. Nada de apaños e intrusismos. Por eso, su actitud gremial era muy constructiva, porque daba cabida a profesionales de distintas disciplinas, respetando y dando valor a todas ellas. Los de la suya, al menos los de mi generación, siempre le estaremos agradecidos porque, en la época en que yo finalizaba mis estudios (él lo había hecho algunos años antes), de modo totalmente altruista y desinteresado, procuraba informarse de quiénes titulaban cada año, los localizaba y los ponía en contacto con todas aquellas ofertas laborales de las que él tenía noticia, que siempre eran muchas. Generaba oportunidades laborales, las buscaba, las descubría y las transmitía. ¡Una persona! Más eficaz que algunas agencias de desarrollo, de empleo o sindicatos. Y nunca pidió nada a cambio, ni hacía ver que nadie le debiera favor alguno.

Como yo mismo, y tantos otros colegas profesionales, mi amigo fue un multideportista. Aunque en su caso con una dinámica de práctica muy diferente a la mía. Yo alterno muchas modalidades, pero me mantengo practicando casi todas ellas. Él no, él se metía a fondo en cada una de ellas en diferentes épocas de su vida, abandonando las demás. Le gustaba centrarse en algo y exprimirse con ello. De joven fue jugador de balonmano. Ya licenciado, practico piragüismo y algo de remo, más tarde ciclismo de carretera y posteriormente padel. Los últimos años, disfrutaba y se defendía estupendamente en los campos de golf, en los que debería haber seguido haciendo hoyos unas cuantas décadas más.

Le hecho mucho de menos. No de forma cotidiana, pero sí como recuerdo de fondo, como pena que aparece y me entristece repentinamente de vez en cuando. Por eso necesito escribir sobre él. Para desahogarme y para soltar lastre expresando sentimientos. Por culpa de la pandemia, desde que tuve noticias de su enfermedad, no pude volverle a ver. Primero por el confinamiento y después por el miedo a contagiarle. Afortunadamente, hablamos mucho por teléfono, no todas las semanas, pero sí con cierta frecuencia, aunque siempre menos de lo que me hubiera gustado. Impresionaba la naturalidad y entereza con la que me hablaba de su proceso, de sus vaivenes y, las últimas veces, de la realidad que le esperaba. Con el tiempo, a medida que se iba acercando el desenlace, un tema recurrente se iba imponiendo a todos los demás: sus hijas. Lo orgulloso que se sentía de ellas, de sus atenciones, su compañía, su madurez y del rumbo vital al que habían acabado llegando tras los diferentes titubeos propios de la juventud. En este sentido, tengo que decir que le alegraron los últimos días de su vida.

Con el paso del tiempo, espero poder recordarle de dos modos diferentes. Por un lado, con un sincero agradecimiento por lo mucho que me ayudó cuando iniciaba mi vida profesional (varias veces). Por otro, más visual, con su buen humor, su expresividad y su dinamismo independiente de motorista urbano. De aquí para allá, en una Bultaco Metralla que me han dicho que tuvo de joven y, tiempo después, con aquella Vespa impoluta que tan buen servicio le daba y tanto le hacía disfrutar. ¡Hasta siempre!.

 

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