domingo, 31 de julio de 2022

I VUELTA A CANTABRIA EN VESPA (2ª "Vespada")

Ya conté una vez (“Motos y cine II”) que, en Santander, en los años ochenta, se celebraban las “Vespadas”. Una cada verano. Las organizaba el pub “La Bisagra”. Un garito situado al fondo de un callejón en el corazón de la calle Río de la Pila. En aquel entonces, aquello era un hervidero de juventud por las noches. Toda la calle inundada de gente bebiendo al raso y relacionándose. En un punto, la calle, que es cuesta arriba, algunos metros antes de que esta se empine mucho más, se ve atravesada por otra que, enfrente, tiene continuación en forma de callejón peatonal. Allí se concentraban algunos de los bares y pubs de más éxito de la época. Al del fondo, “La Bisagra”, se accedía subiendo por unas estrechas escaleras. Su fachada e interior tenían un aspecto casi ibicenco por estar encalados en un blanco nada habitual en el norte. Daba lo mismo porque era algo difícil de apreciar al estar todo ello oculto por la ingente cantidad de cuerpos allí hacinados, tratando de charlar en pugna con la música o las demás conversaciones. Mientras unos intentaban pedir unas copas, la mayoría permanecíamos de fiesta, lo que, en aquella época y generación significaba, al menos en mi entorno, andar sacando adelante algún que otro ligue potencial o, algo bien diferente, pergeñar inminentes planes de aventuras o entretenimientos novedosos.

La “Vespada” era uno de los dos planes estrella que “La Bisagra” planteaba cada verano. El otro era una especie de travesía marítima en artefactos de fortuna diseñados para albergar tripulaciones disfrazadas. Entonces éramos mucho menos “europeos” que ahora. Lo digo en el sentido “normativo” de la expresión, todo era más fácil de organizar y encontraba muchos menos impedimentos burocráticos o administrativos. De hecho, con el tiempo, ambas actividades dejaron de celebrarse, supongo que por inadecuadas, inconvenientes, irregulares, poco civilizadas, etc. En la actualidad proliferan los clubes y asociaciones que aglutinan a aficionados de las Vespas, Lambrettas o scooters en general. Algunos de ellos organizan rutas, concentraciones u otro tipo de eventos. Nada que me atraiga especialmente porque soy poco dado a los encuentros masivos. En el pueblo donde vivo también hay nostálgicos de las Vespas, precisamente un grupo formado por gente de mi generación. Hace años que organizan su propia excursión de un día, celebrando una comida en mitad del recorrido. Normalmente a base cocido y segundo plato en un restaurante rural. La única vez que estuve a punto de acudir a la cita, se me cruzaron las fechas de un viaje en kayak, y me abstuve.

En realidad, a mí me suelen apetecer más los planes de menos cantidad de gente y, a ser posible, mayor kilometraje y días de viaje. Un grupo menos disperso y una ruta más ambiciosa. Por eso, el año pasado, por probar, organicé aquella excursión de dos días que emprendimos con la disculpa de celebrar el 75 aniversario del nacimiento de la Vespa. Fue un plan para dos parejas que supuso nuestra primera “Vespada”. Con el tiempo, espero que acabemos encontrándole otro nombre al “evento”, aunque por ahora nos vale el de “Vespada”, como homenaje a aquella de los ochenta que tanto juego dio.

Para la segunda edición se me ocurrió darle más sustancia al asunto, alargando la duración de la excursión e intentando aumentar el tamaño del grupo. Pretendía que fuera de cuatro días, aunque finalmente lo tuvimos que dejar en tres. En cualquier caso, un significativo aumento. También quise ampliar ligeramente el grupo de participantes, aunque lo conseguí solo mínimamente por dos motivos. A aquellos a quienes invité que tenían Vespa no les cuadraban las fechas. Y a otros que les apetecía, no disponen de Vespa o scooter actualmente. Seguiremos intentándolo, quien sabe, quizás algunos acaben agenciándose una. Espero que esta iniciativa haya venido para quedarse.

Como soy propenso a aburrirme de algunos planes cuando estos se muestran muy repetitivos, para nuestra 2ª Vespada, además de proponer un recorrido diferente, se me ocurrió añadir un aliciente “conceptual” que tomara la forma de la I Vuelta a Cantabria en Vespa (VCV). En cuanto los lectores se fijen en el recorrido propuesto, se darán cuenta de que parte de él se sale del territorio de la Comunidad Autónoma. Ello está justificado por dos motivos. El primero es que para visitar muchos de los parajes de montaña de nuestra región (y no tener que desandar el camino de ida) es especialmente interesante plantear algunos tramos de enlace “exteriores”. El segundo es histórico. En 1925 se celebró la I Vuelta Ciclista a Cantabria, un evento bastante tempranero a nivel nacional. Su recorrido era muy similar (en cuanto a puntos de paso) al que hemos diseñado para esta primera VCV. Entonces fueron 489 km en dos etapas separadas por una jornada de descanso en Reinosa. La primera etapa fue Santander – Potes – Reinosa. La segunda Reinosa – Espinosa de los Monteros – Laredo – Santander. La inclusión de Espinosa de los Monteros, creo que se debió a ciertos motivos de reivindicación política. No es nuestro caso, pero si el hecho de ser poco o nada respetuosos con asuntos de fronteras.

A nuestra 2ª Vespada y a nuestra I VCV, les he puesto número porque tengo la intención e ilusión de que tengan continuidad en el futuro. No es descabellado pues cuando asumo la organización de algunas actividades que me motivan especialmente, tengo cierta tendencia (y puede que habilidad) para conseguir convertirlas en tradiciones duraderas. Ya veremos. En este sentido, ya he tomado alguna decisión inmediata. El evento, el plan, es el mismo: la Vespada y la VCV, pero he optado por numerarlo de forma diferenciada porque confío en que la primera sea lo que se celebre cada verano, mientras que la segunda (VCV) sea el formato en que, algunas veces, aunque no siempre, la Vespada tome cuerpo. Por ejemplo, ya la 1ª Vespada correspondió al 75 aniversario de la Vespa; la 2ª será la I VCV; la 3ª (confiemos en ello) tendrá otra motivación que ya tengo pensada pero prefiero reservarme; etc. Cada vez que vuelva a coincidir con futuras propuestas de VCV, se irá acumulando su particular numeración y, desde luego, planteará recorridos diferentes. Con el tiempo veremos lo que dan de sí todas estas intenciones.

1ª Etapa: Galizano – Piñeres.

Siguiendo el horario previsto, el pequeño grupo se concentró en Galizano un día a media mañana. FC ejerciendo de “escudero” en una BMW, circuló la práctica totalidad del viaje cerrando nuestro pelotón. Que más que pelotón configuraba una fila con diferentes grados de separación, en función de las características de cada tramo. Vespas eran cuatro, una más que el año anterior. Todas 125 cm3. Dos contemporáneas (con freno de disco, motor de cuatro tiempos y automáticas), y dos veteranas (con escasos frenos de tambor, dos tiempos y cambio de marchas manual). P y M, las féminas, conducían las modernas. FG una Primavera de los ochenta, y yo nuestra Cosa un poco posterior.

Las Vespas implicadas.
 

El día estaba cambiante. Caluroso, pero con ratos nublados que ocultaban el sol directo, aunque eso fue cambiando hacia cielo despejado y progresivo calor. Hicimos bastantes kilómetros de carreteras con algo de circulación, infinitos cruces y paisaje de extrarradio. “La costa interior”: muy poblada, pero sin atractivo paisajístico. Era el modo de viajar hacia el oeste, pero evitando vías rápidas u autopista. Pedreña, Pontejos, Astillero, Guarnizo y Renedo, fueron algunos de los núcleos urbanos que atravesamos antes de empezar a bordear Torrelavega, algo que hicimos, por casualidad, mediante una cinta de asfalto que da servicio a los prados que rodean Tanos. Desde allí a Cartes y ya, por fin, en Riocorvo, tomamos el primer tramo de auténtica carretera rural despejada y, digamos, “natural”. Ascendimos y descendimos el modesto alto de San Cipriano, que es entretenido y agradable. Alcanzamos Ibio y tomamos la antigua nacional costera (dirección Oviedo) a la altura de Virgen de la Peña. Enseguida Cabezón de la Sal, donde hicimos nuestra primera parada de descanso, cafés o refrescos. Esa primera reunión, en este tipo de actividades, es siempre similar en cuanto a la temática: qué tal va la gente, primeras anécdotas, mi moto hace tal o cual cosa, y ahora a dónde vamos, os fijasteis en aquello, etc. Pasamos un buen rato sentados en una terraza a la sombra, compartiendo todas aquellas impresiones y algunas más. Después, de nuevo a la carretera hasta Treceño, donde abandonamos la antigua nacional para internarnos por la agradable, serpenteante y frondosa secundaria que, paralela, pero más interiormente, nos llevó hasta Labarces.

Sonrientes conductoras en Cabezón de la Sal

En la bolera de la entrada del pueblo nos sentamos a comer nuestros bocadillos. Rondaba por allí un juvenil grupo de Boy Souts. Volvimos a las motos para disfrutar de muchos virajes por una carretera ideal para este tipo de monturas, porque es forzosamente lenta y obliga a cualquier vehículo motorizado a rodar a unas velocidades similares a las que pueda alcanzar las Vespas más viejas. Pasado el desvío de Bielva (sí, el pueblo del Zurdo de tan alabada puntería bolística), alcanzamos el Nansa y nos sentamos a tomar un café y nos postres en el jardín de una casona hostelera en su ribera. Se estaba bien y no había prisa tras haber dado cuenta del kilometraje principal y menos interesante de la ruta.

Las maquinas aparcadas en Labarces

 

Parada de café (¡y postres!).


De nuevo en marcha, inmediatamente cruzamos el río hacia el oeste, y empezamos a remontar su curso hasta abandonarlo para seguir el de su afluente Lamasón (o Tanea). También este lo acabamos abandonando, pasando de rumbo sur a oeste, para iniciar el ascenso del Collado de Hoz. Aquello es un paraje muy agradable, con aldeas poco transformadas, de viviendas concentradas, y prados verdes rodeando cada núcleo urbano. Por encima de las laderas, las elevaciones se empinan y están coronadas por peñas calcáreas grises. El paso del valle del Nansa al del Deva, a través de esta ruta, ofrece una especie de altiplano ondulado poco habitual en la orografía cántabra. Además, queda tan a desmano, o resulta tan poco práctica como ruta de comunicación, que se mantiene muy tranquila y poco visitada, lo cual genera algunas ventajas que no es necesario explicar en pleno siglo XXI, en un país tan turístico como el nuestro.

Panorámica entre del paso del valle del Nansa al del Deva.

Ascendiendo desde el Nansa.

FC contemplando "su" destino.

En cuestión de minutos, ya estábamos aparcando en Cicera, paseando por el precioso pueblo, situándonos geográficamente y reservando mesa para cenar en el bar. Antes de instalarnos en nuestro destino de pernocta (Piñeres), ascendimos con las motos hasta el mirador de Santa Catalina. La vista desde allí es espectacular. En plena subida, al salir de una curva y enfilar una cuesta completamente ensombrecida por la cubierta vegetal de un bosque, tuve un encuentro peculiar: me crucé con otra Vespa Cosa del mismo color. Su “piloto” dio muestras de sincero entusiasmo. El modelo no es muy abundante, sus usuarios somos “sufridores nostálgicos” y el punto de encuentro… era casi inverosímil. Llegados a la cima, empezaba a nublarse, por lo que el horizonte de la Montaña Palentina no se distinguía, pero las peñas más cercanas sí. En cualquier caso, lo importante allí es mirar hacia abajo y contemplar, extasiados, el trazado del desfiladero de La Hermida. El del río Deva, y el de la sinuosa carretera que lo subraya. Son casi mil metros de desnivel vertical. Tal es así que, por una vez, buitres y alimoches son vistos desde arriba en vez de desde abajo.

El desfiladero de La Hermida

El grupo posando ante una "espontánea" en el Mirador de Santa Catalina.
 

Fue allí donde nos percatamos de que, tan contentos e inocentes, algunos íbamos ya muy justos de gasolina… ¡y de frenos! Así que descendimos “reteniendo” de motor y sin apenas girar el puño para alcanzar Piñeres. Allí nos acomodamos en la casa que el padre de FC tiene restaurada. Toda de piedra por fuera y completamente modernizada por dentro. Poderosas arañas velan allí porque no haya moscas. Algo muy de agradecer. La casa tiene un viejo balcón de madera con buena anchura y una orientación ideal para disfrutar del paisaje. Fue en él donde instalamos nuestra tertulia hasta la hora de la cena.

El balcón Lebaniego de Piñeres

 

Bajamos a Cicera caminando cuando la pomada empezaba a instalarse. En el argot local, eso quiere decir que una nube de densa y húmeda niebla desciende desde las cumbres para instalarse en los pueblos y empaparlo todo. El bar de Cicera estaba ambientado a base de peregrinos, veraneantes, vecinos y perros descarados circulando bajo las mesas y asomados a las ventanas mirando hacia afuera. Se ve que el ejemplo de Otto ha debido de haber cundido. Otto parece ser el dueño moral del local. Se le reconoce enseguida por el retrato mural que preside el local. Antes de cenar, tomamos unos blancos muy ricos. Después llegaron las sorpresas, algunas de ellas enlatadas. Pero no en plan de “gato por liebre” sino ostensible y orgullosamente enlatadas. En cualquier caso, cenamos bien y suficiente, algo que no siempre es posible cuando uno anda perdido viajando “fuera de los circuitos” habituales. Lo mejor, y es lógico en aquella comarca, los quesos.

Tardamos menos en regresar y eso que era cuesta arriba. Un teléfono móvil hizo las veces de la linterna de petaca que todos nosotros usábamos en nuestros paseos nocturnos rurales medio siglo antes. Lo que allí no ha cambiado son el absoluto silencio nocturno y el goce de caminar ocupando toda la calzada con total libertad y garantías de seguridad.

2ª Etapa: Piñeres – Pesquera.

Despertares, duchas y preparativos se sucedieron de modo improvisado, pero bien coordinado. La niebla empapaba, así que nos enfundamos ropas de agua. Fuimos descendiendo con mucha cautela hasta el desfiladero. Precaución causada por varios motivos: escasez de combustible (FG dio cuenta de varios tramos “a vela”; su afición de navegante siempre está ahí); combinación de desnivel, pendiente y curvas muy cerradas; pavimento parcialmente mojado; y en mi caso, peculiar funcionamiento del sistema de frenado. Pero con buen oficio y cabeza, dimos cuenta de aquellos cientos de metros de descenso “vertical” y paramos a desayunar en “donde Marisa”, en la sugerente terraza “de cuneta” en el centro del pueblo de La Hermida.

Antes de arrancar hacia Potes, FG repartió sus dos litros de reserva externa de gasolina entre su Vespa y la mía para garantizar que pudiéramos llegar a la gasolinera de Ojedo. El tramo de conducción por el desfiladero fue muy agradable porque también esa carretera se presta a las “prestaciones” (redundancia que no he querido evitar) de las Vespas y porque, cosa rara, no tenía apenas tráfico aquella mañana.

FG, M y J en La Hermida (Imagen: P).

Repostaje de fortuna (Imagen: M).
 

En Potes hacía como siempre… calor y ausencia de lluvia. Paramos allí después del repostaje. Callejeamos, visitamos la estatua ecuestre del médico rural y entramos a ver una doble exposición de pintura y cartografía antigua. FG y yo sucumbimos al gasto y adquirimos algunos ejemplares de textos históricos. Potes estaba muy animado, ejerciendo, como siempre lo hace, de atractor turístico. Así pues, no nos costó mucho abandonarlo, salvo el moderado engorro de su circulación interior, y desandamos hasta Ojedo para iniciar el ascenso del puerto de Piedras Luengas. Ya lo hicimos sin ropa de agua, y creo que todos disfrutamos muchísimo de la conducción. El puerto es muy largo y tortuoso, pero no demasiado pendiente. Parte importante de su trazado está tapizado de bosque, mientras que a ratos se abre mostrando diferentes ángulos del paisaje lebaniego. Únicamente puedo dar cuenta de la conducción de FG y mía, que fue agrupada y francamente divertida. Una especie de viaje al pasado. Al de las pruebas de motos de dos tiempos y modesta cilindrada en carreteras convencionales. Siendo cuesta arriba, y con motores poco potentes y con mínimo par, no queda más remedio que llevarlos a altas revoluciones, lo cual hace que la velocidad se regule con el acelerador, buscando la inercia de la moto, e intentando evitar tocar el freno. Además, en caso de reducir de marcha antes de entrar en algunas curvas especialmente cerradas (de 2ª), se hace necesario empezar a acelerar a mitad de curva para, una vez recta la moto, subir de vueltas cuanto antes, apurar revoluciones y cambiar a 3ª muy deprisa para que el motor no se venga abajo. Nada arriesgado, con muchísima diversión a cambio.

M encantada a su paso por Potes

 
FG coronando Piedrasluengas.

P también en Piedrasluengas

Puerto de Piedrasluengas, listos para pasar a Castilla y León.

En el alto nos reunimos ante el mirador de los Picos que, aquella mañana, no mostraba su habitual panorámica. A cambio, quedaba claro que nuestro recorrido por el norte de Palencia estaría soleado. Así que iniciamos el breve descenso hacia el sur, circulando por el angosto paso que dos imponentes peñas permiten, como pareciendo simbolizar una puerta de entrada a Castilla. Rumbo sur pudimos dejar a las Vespas desahogarse en 4ª con algunas rectas y ligera pendiente de bajada. El paisaje por allí, aunque también montañoso, es completamente diferente. Más abierto, más dorado… distinto. Cruzamos el embalse de Requejada y alcanzamos Cervera de Pisuerga, donde nos instalamos a comer en la terraza de un restaurante de su alargada plaza de soportales castellanos.

Desde Cervera, cruzado el Pisuerga, rodamos en dirección al este. Primero por una carretera recta y rápida con tráfico moderado. Después, a partir de Rueda de Pisuerga, desvío y rumbo nordeste por una de esas carreteras perdidas estrechas que tanto nos gustan y tan desiertas se mantienen. En Parapertú visitamos la cumbre horadada que contempla la vaguada y la carretera. Después vino un buen rato de conducción por parajes habitualmente recorridos por algunos de nosotros: Barruelo de Santullán, Brañosera y el ascenso del Collado de Somahoz. Fue precisamente por allí por donde nos encontramos con un ventoso frente de nubarrones cantábricos enganchado en las cumbres del Valdecebollas y del cordal meridional de Campoo. La temperatura bajó completamente y el viento se hizo notar sobre las motocicletas, pero no nos dejamos impresionar, superamos un puerto más y descendimos hasta Espinilla. Allí aprovechamos para despedirnos de FG, que daba por finalizada su participación por este año. Espero que se lo haya pasado lo suficientemente bien como para repetir y, puestos a ello, mantener esa entrañable Vespa en funcionamiento. También procedimos a ponernos ropa de agua ante la certeza de que, rebasada Reinosa o Cañeda, nos íbamos a mojar. Y así fue, en cuanto tomamos la cabeza de la cuenca del Besaya la nube empapaba considerablemente. Menos mal que era un tramo corto y enseguida alcanzamos destino.

FG en la Primavera. Piloto y montura con mucho kilometraje a cuestas a lo largo de sus vidas

Ante la mojadura parcial y el frescor reinante, hasta tuvimos que encender la chimenea (cualquiera que lea esto en España este verano…). Cambiados, secos y acomodados recibimos la visita de una pareja de “observadores” (sin Vespa o similar) que se nos unieron para la velada y el recorrido de la última etapa. Cenamos fuera de casa. Muy bien y barato. Con los alicientes añadidos de encontramos con unos familiares a quienes nos gusta ver, y de asistir a una escena social de la España profunda de siempre. Nada despectivo, una insuperable aleación de autenticidad, surrealismo, diversidad y carácter relacional.

Un momento de descanso (Imagen: P)

 

Pesquera por la mañana (Imagen: A).

3ª Etapa: Pesquera – Galizano.

El meteorológicamente prometido día de sol hizo su aparición desde primera hora. Soleado pero fresco, ideal para viajar en moto. Esta vez los desayunos los disfrutamos en nuestra casita. Los whiskys de malta de la velada anterior dieron paso al zumo, las tazas y el bizcocho. Cuando estuvimos todos preparados, salimos dirección sur por la antigua nacional de las Hoces del Besaya. Quedaban tres Vespas y las “escuderas” habían aumentado a dos. Seguíamos siendo mayoría. A la altura de Reinosa tomamos rumbo este por la carretera que bordea la orilla norte del embalse del Ebro. Tramo de cierta velocidad por sus rectas y el radio amplio y generoso de sus escasas curvas. La superficie del agua estaba intensamente iluminada, saturando un azul atractivo. A pesar del sol, viajábamos abrigados porque no hacía calor. Tras alcanzar Corconte, tomamos la “carretera de Burgos” y, casi de inmediato, el desvío hacia Soncillo. Los moteros se fueron a repostar a otro pueblo, pero habíamos quedado con ellos a la entrada de la localidad. Allí volvimos a desviarnos para seguir ruta por la carretera secundaria que convive, de oeste a este, con el trazado del Ferrocarril de la Robla, con el que nos cruzamos en algunos puntos.

Reunidos en Soncillo

Durante toda esta jornada compartimos calzada con muchos ciclistas (y, parece que, por fin, cada vez de manera más significativa, bastantes de ellas mujeres) y con incontables motociclistas. Era sábado y se notaba que mucha gente se había programado anticipadamente para rodar. Afortunadamente, nuestro diseño de itinerario, evito excesos de tráfico.

Tomamos un breve desvío de ida y vuelta para que algunos conocieran el paraje de Ojoguareña, donde sí que había bastante gente visitándolo. Poco tiempo después, cruzamos Espinosa de los Monteros para que las Vespas pudieran repostar. Dentro había un llamativo jolgorio coloreado con camisetas y banderas del Athletic de Bilbao. Pese a la cotidianeidad del hecho (la presencia de emblemas vascos en la villa), no deja de parecerme cierta osadía (y falta de coherencia) el que los propietarios vascos de “segunda vivienda” se empeñen en trasladar y exhibir su simbología cuando disfrutan de territorios que no se corresponden a tal iconografía, mostrándose ellos, como lo hacen, tan celosos con su territorio y acervo cultural “en casa”. Un claro ejemplo de ese “nacionalismo imperialista” que tanto abunda en algunas zonas de la Península. Por lo visto, era una celebración de la Peña futbolística que el Athletic tiene en Espinosa. Por otro lado, aunque llevo muchos años pasando eventualmente por la localidad, ha sido desde esta última década cuando he empezado a sentir la presencia de un más que claro sentimiento reivindicativo de identidad pasiega. Quizás tanto alarde vasco haya catalizado esta reacción. A través de cartelería, publicaciones, comercios, celebraciones, etc. Cada vez va quedando más patente que una parte importante de la población de Espinosa de los Monteros (burgalesa) considera a la localidad como una Villa Pasiega más. Miran emocionalmente hacia los puertos (La Sía, Lunada y Estacas de Trueba) y se sienten histórica y culturalmente hermanados con las villas de la otra vertiente (Soba, Arredondo, San Roque de Río Miera, la Vega de Pas, etc.). La arquitectura rural lo demuestra a las claras nada más salir de la villa en dirección norte. Las fachadas de las casas (muchas de ellas recientemente restauradas) y sus tejados de lajas de piedra lo dejan claro. Es el momento de recordar por qué aquella I Vuelta Ciclista a Cantabria de 1925 ya se empeñó en pasar por Espinosa de los Monteros. También por qué la Peña Amaya, mítico bastión defensivo cántabro, no está localizada en su actual territorio sino en el norte de Castilla y León. Los juegos de la historia sometida a los deslindes y las normativas administrativas.

Recorrido de la I Vuelta Ciclista a Cantabria (1925). Nuestro recorrido no ha pretendido replicar el de entonces, pero ha tenido mucho kilometraje compartido.

 
1925, pelotón de la I Vuelta Ciclista a Cantabria pedaleando hacia Espinosa de los Monteros. (Imagen: "Cantabria ciclista. 100 años de gloria". Armando González Ruiz).

Al salir de Espinosa iniciábamos la que probablemente resultó ser la parte más espectacular de nuestro viaje. Primero un entretenido ascenso al puerto de la Sía, con varias curvas muy cerradas en la umbría del bosque, superado el cual, las pindias praderías de montaña brillaban al sol con un verde muy vistoso. Muchas motos también circulando por allí, buscando paisajes espectaculares y aéreos. Nos reagrupamos en el alto y comenzamos el descenso hacia territorio de Soba. Las vistas eran impresionantes. Montañas tapizadas de verde, salpicadas de roca gris en algunos puntos. Panorámicas desde las alturas. El mar al fondo, los valles naciendo de forma algo laberíntica. Motor reteniendo la inercia en las rectas (el momento adecuado para contemplar), alternado con el trazado fino y atento de las curvas.

Descendiendo La Sía.

Eludiendo entrar en Soba, viramos hacia la izquierda para ascender, muy brevemente, a los Collados del Asón y detenernos en su mirador. Nuevo valle, nuevo paisaje y la visión de una carretera que dibuja lazos perfectos por debajo, alguno de los cuales está soportado por un voladizo de hormigón, cual de si moderna terraza de diseño se tratara. Momento de disfrute, contemplación y saludos con desconocidos, como una pareja de veteranas y aguerridas ciclistas que acababan de coronar el puerto.

Cabezera del valle del Asón desde los Collados

Parte del grupo en los Collados del Asón
 

Su descenso es cómodo y fácil. La carretera es ancha, bien pavimentada, sin excesiva pendiente y con muy pocas curvas cerradas. En poco tiempo alcanzamos Arredondo (“la capital del mundo”), donde nos sentamos en una terraza para dar cuante de una comida a base de raciones. Estando allí sufrimos y disfrutamos de sendos encuentros no programados. Por un lado, una especie de drama “familiar-canino” con resultado nefasto. Nada hicimos al respecto porque nada podíamos hacer. Además, muy al estilo del paisanaje español, sobraban “espontáneos” tratando de prestar ayuda, aunque no hubo manera de evitar el final de un perro. De talante bien distinto, fue el encuentro de FC y P con un familiar suyo local. Aprovechando la parada y nuestro café, se fueron a conocer su señorial morada, toda una joya arquitectónica histórica.

Iglesia de Arredondo ¡Capital del Mundo! (Imagen: A).

Con sitio en terraza para comer

De nuevo en marcha, siguiendo el Asón (aguas abajo y aguas a Riva), nos detuvimos muy brevemente en esta última localidad para echar un vistazo al parque móvil estacionado de una concentración de Vespas y Lambrettas que allí había convocada. No teníamos conocimiento previo del evento por lo que la sorpresa resultó simpática e inesperada. Serían algo más de medio centenar de motos. Antiguas, modernas, restauradas, decoradas, abigarradas, etc. Se conoce que todos lo veranos una pareja de madrileños oriundos de Ruesga organiza esta concentración que denominan “Ves Pa Riva”.

Precioso ejemplar "farobasso" en la concentración.

Algunos otros bonitos modelos.

"Dios las cría y ellas se juntan"... Lambrettas.

Tras echar un vistazo rápido a las motos allí exhibidas, nosotros seguimos a lo nuestro. Inmediato desvío hacia la izquierda, cruce y despedida del Asón, y sucesivos ascensos y descensos de los puertos de Cruz Usaño y Fuente las Varas. El segundo lo bajamos hacia Solórzano para acabar conectando con la antigua carretera Santander-Bilbao. Todo muy tranquilo y despejado. Lo mismo que el paso por Hoz de Anero y el resto de pueblos hasta finalizar la ruta con éxito en Galizano. Misión cumplida, edición completada y satisfacción general. Ya van dos. La cosa promete, la intención es darle continuidad. Muchos son los tipos de motociclismos posibles. Incluso los tipos de viajes moteros.

 

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