viernes, 18 de octubre de 2013

42. BALANCE



“Todos los aficionados al deporte velocípedo conocen ese sentimiento de vivo amor propio que te aguijonea justo cuando, atenazado por una completa lasitud, te sientes incapaz de avanzar, mientras que al de al lado aún parecen quedarle fuerzas para seguir adelante. Entonces, se niega uno a admitir la fatiga y sigues, esperando a que sea tu compañero de carretera el que hable primero”.

Édouard de Perrodil (“¡Bici! ¡Toro!”, 1893)

Llegó la hora de hacer balance, de concluir lo que la “Challenge Retro 2013” ha supuesto. Hacerlo al detalle no tiene sentido, ya que el conjunto de textos escritos hasta ahora ha ido resumiendo la experiencia y ofreciendo cierta luz sobre que lo que la misma ha supuesto para mí. Y aún así se queda corto. Por lo tanto, hay que resumir, sintetizar, casi “telegrafiar”. Para ello abordaré la conclusión desde dos puntos de vista casi antagónicos, aunque complementarios: un “subtotal” cuantitativo y una fugaz mirada cualitativa (subjetiva) de reojo.

Vamos allá con los datos objetivos. No he cuantificado mi kilometraje total en bicicleta, ni falta que me hace a estas alturas de la vida. Paso de cuenta kilómetros, de pulsómetro, de GPS y demás sofisticados aparatos. Aunque disponga de ellos, me conozco y basta. Prefiero sentirme liberado de su presión y además… ¿no era esto una experiencia retro? Pues ni artilugios de control tecnológico, ni barritas energéticas, ni bebidas “inteligentes”. Así ha sido. Insisto no hay datos de los kilómetros de entrenamiento, ocio o “servicio” (movilidad personal sostenible). Supongo que entre 4000 y 7000 km. De lo que si tengo cifras es del kilometraje total acumulado en los eventos: 993 km de ciclismo clásico formal. De los cuales no me ha sobrado ninguno, me han faltado 130 muy concretos y hubiera añadido gustoso unos 250 más que ha resultado imposible incluir. Pese a todo, bonita cifra redondeada: 1000 km de ciclismo deportivo antiguo.

Para ello he tenido que recorrer (estas son cifras aproximadas calculadas con herramientas tecnológicas mediante equivalencias a kilometraje teórico de coche): 14820 km en avión (algunos pocos en tren y muy poquitos en bicicleta) y 4140 en automóvil. Cantidades que suponen haber viajado mucho, lo cual lejos de haber supuesto un placer, se ha convertido en un componente de esfuerzo y sacrificio apreciable, para conseguir experiencias que han merecido la pena, desde luego, pero en mi opinión, estos desplazamientos quizás hayan resultado lo más duro de la experiencia completa.

En total he pedaleado “oficialmente” como ciclista “vintage”, por 8 países diferentes. Por algunos bastante, mientras que por otros muy poco. Se trata de España (en tres eventos), Francia (en otros tres eventos y parte de otro más), Gran Bretaña, Suiza, Austria e Italia (un evento cada una), Alemania y la República Checa (parte de un evento cada una). Así pues podemos hablar de una representación más que nutrida del ciclismo europeo. Si bien en el caso de la perspectiva histórica o clásica del mismo, he echado mucho de menos la inclusión de algún evento belga (que lo hay), y desde luego holandés (que no he encontrado).

Para completar la temporada he utilizado 3 bicicletas diferentes, de las que ya he hablado suficientemente en otras ocasiones: una Razesa restaurada del año 1984, una Alan Superecord original del año 1979 y un Tandem Dawes de 1991. Además he sido responsable de la restauración de otras dos bicicletas que bajo el manejo de otros participantes, tomaron parte en alguno de los eventos incluidos esta temporada: una Special de los años 70 (sin datar con exactitud) y una Super Cil del año 1968 (casi con total seguridad).


Dorsales de bicicleta y uno de maillot.


Dicho todo esto paso a expresar de forma breve aquellos aspectos menos tangibles a los que me he referido antes, al hablar de “mirada cualitativa”. He finalizado la temporada con un sano y rotundo sentimiento de orgullo. De haber completado un proyecto original, laborioso, con empaque, no exento de dificultades y para el que ha hecho falta tesón (desde varios y diferentes puntos de vista), voluntad, tenacidad, capacidad de organización, imaginación y empeño. Pero más que orgullo, mucho más, siento felicidad. Mucha al finalizar, pero mucha más ha sido la que ha estado presente durante casi la completa totalidad de la experiencia. Antes, en su creación, diseño y ansiosa espera; durante, a lo largo del denso calendario; y ahora, gozando de una visión retrospectiva de todo ello. Parte de esta sensación de felicidad y plenitud experimentada, estoy convencido de que proviene de haber acertado al convertir todo el plan en una especie de proyecto vital. Con ello quiero decir que se ha tratado de un enfoque en el que la actividad deportiva, el enriquecimiento cultural, las relaciones sociales añadidas, la necesidad de entrenar para ello, la integración de la afición por restaurar y reparar las bicicletas, las lecturas y tantas y tantas cosas; se han integrado generando un ritmo de vida que añadido al laboral y al familiar, han ocupado casi completamente mi mente y mi cuerpo durante meses, obligándome a estar activo, abierto de mente y sano. En definitiva, me han llenado de lo que antes señalaba: plenitud. Si la experiencia se hubiera limitado a asistir a los eventos sin más, no me habría reportado tanto, y quién sabe si la hubiese completado. En este sentido el blog ha supuesto un revulsivo y una guía eficaz para llevarme por la temporada, además de un entretenimiento enriquecedor y una constante fuente de búsqueda, reflexión y hasta ejercicio de cierta pulsión creativa. Por no hablar de la compañía que me ha reportado el saber que bastantes lectores (algunos de ellos muy fieles) conocidos y anónimos habéis estado ahí. Muchas gracias a todos.

Me niego a cuantificar los nuevos amigos encontrados. Han sido varios, los cuales me han dejado recuerdos seguramente imborrables pese a que a muchos de ellos probablemente no los vuelva a ver. Mientras que de otros estoy seguro de que disfrutaré de su compañía a no mucho tardar. Los paisajes han sido bastante variados,  la mayoría de gran belleza y de “singularidad” propia, y con el valor añadido de haberlos podido disfrutar desde la bicicleta, con ese ritmo y perspectiva que solo nuestra querida máquina sabe proporcionarnos. Diez han sido el total de eventos en los que he participado, lo cual, dadas las características de esta “especialidad” y su reciente irrupción en el desarrollista y tecnológico mundo del deporte moderno, se me antoja que supone ser casi una maestría (Master lo llaman ahora) en esto del ciclismo “vintage”, pues a excepción de la proliferación italiana, he podido vivir de primera mano, casi todo lo celebrado este año en Europa. Ello ha ampliado sobremanera mi “cultura ciclista”, la histórica, a través de los propios eventos y sus participantes, las lecturas añadidas y las búsquedas en la web; y la actual, con la visita de exposiciones o salones coincidentes y la vivencia del ciclismo urbano o turístico por gran parte del territorio visitado. Finalmente he tenido la oportunidad de retomar una importante afición juvenil. Me refiero a esa cultura viajera que te proporciona el visitar territorios ajenos o desconocidos, en soledad o con escasa compañía, con vocación de observador interesado, de relator independiente y de viajero con fines y objetivos que van más allá de un ocio desapasionado y consumista. Me resulta difícil de expresarlo y no quiero dar la impresión de creerme diferente o superior a los demás en este aspecto. Pero me he sentido muy distinto a mí mismo en otros viajes vacacionales. En esta ocasión viajaba para cumplir una tarea concreta, que en la mayoría de las ocasiones requería formar parte de una actividad local y con el firme propósito de aprovechar mis estancias para enriquecer el relato de todo ello. Seguro que no me he explicado bien. Es lo mismo, “cosas mías”.

A lo largo de todo este “proyecto vital” sólo he encontrado dos pegas dignas de mención. Una de carácter cívico y otra más personal y emocional. La primera ha sido la confirmación de lo desagradable y deshumanizado que me resulta todo el proceso de viajar en avión. En ello incluyo especialmente todos los requisitos de embarque y el trato que recibimos durante los mismos. Los vuelos por lo general no han sido largos y eso ha hecho más llevadero el incómodo y excesivamente ajustado espacio que asignan muchas compañías aéreas por cada pasajero, así como el constante trajín de carritos, promociones de ventas y sorteos a lo largo de todo el viaje por parte de muchas tripulaciones. Afortunadamente la lectura o el sueño me han permitido siempre evadirme de todos esos inconvenientes y de algunos pasajeros (pocos aunque parecen irse multiplicando poco a poco) de comportamiento algo vulgar y escandaloso. Pero lo peor, con diferencia, son los embarques. Sean cómo sean las conexiones con los aeropuertos (metro, tren, autobús, coche de alquiler…) siempre me ha tocado cargar bastante con la bolsa de la bicicleta, pese a que dichos accesos no son siempre baratos. Una vez allí, todo está siempre montado para que hagamos sucesivas colas para diversos menesteres que no forman parte de nuestro trabajo, sino del de los que allí se supone que tienen que dar servicio. Colas para facturar, colas para colocar la bicicleta en una cinta especial, colas para el control de seguridad y colas para embarcar en el avión. Y por supuesto, en la mayoría de las ocasiones, esperando de pié. Da la impresión de que algo sacan de hacerle las cosas incómodas a la gente, y parece que moleste que podemos descansar cómodamente. Aunque la mayoría de las personas que atienden allí al público son amables, de vez en cuando aparecen algunas que te meten prisa, se explican mal o escudriñan a ver si son capaces de provocarte dificultades con el equipaje, el billete, un centímetro extra de equipaje de mano, etc. Me choca que decenas de compañías aéreas no sean capaces de estandarizar sus medidas de equipaje de mano, pero exijan a millones de personas que estandaricemos nuestros procedimientos y comportamientos como viajeros. Lo que peor llevo son las largas esperas de pié, las filas y que te metan prisa de repente para algunas cosas, mientras que ellos no se la dan para que puedas empezar a facturar o a embarcar con cierta antelación. Pero hay otra cosa más que como ciudadano me llama poderosamente la atención: ¿por qué tanto estúpido control de seguridad en los aeropuertos españoles si el mayor atentado de nuestra historia lo sufrimos en ferrocarriles? Parece ser que o bien no tenemos nada que decir en lo que a acuerdos internacionales se refiere, o bien la aviación civil se sigue dando aires de superioridad con respecto al resto de los medios de transporte.

Demasiado texto para algo que carece de importancia y sentido dentro de mi temporada ciclista, lo siento. La otra sombra que ha velado (mínimamente) el conjunto de la temporada es que he sentido que algunas personas me han fallado. No en el sentido de faltar a mi amistad, confianza, respeto, o cualquier otra cualidad en ellos siempre encontrada (todos tenemos compromisos, obligaciones y circunstancias vitales que nos dificultan ciertos placeres o entretenimientos); sino simplemente que creo que debieran haber estado en algunos eventos. Más por la idoneidad de los mismos a su forma de ser y de disfrutar, que por hacerme compañía, que realmente no la he necesitado. Quiero decir que me hubiera gustado haber visto a algunos amigos y familiares, a los que sé que les hubiera encantado especialmente toda esta historia, disfrutar con la participación en un puñado (aún pequeño) de eventos. En fin, que pregunten a quienes si vinieron en alguna ocasión, a ver si mereció la pena. Y que tomen nota para próximos proyectos. Cuánto hubiera dado por pedalear en las condiciones en las que lo he hecho aquí con F, B, M, T, P y alguno más.



Recientemente he estado leyendo un libro en el que un gran especialista alemán de arte moderno recreaba en forma de ensayo irónico, mes a mes, la vida de muchos artistas, pensadores, científicos, políticos, etc. de las esferas alemana, austriaca y parisina (preferentemente), a lo largo de los doce meses del año 1913. Se trataba de un libro aniversario de hace 100 años. Me llamó la atención por la coincidencia con que la propia “Cahallenge” hubiera nacido también con intención de aniversario, inicialmente de mis 50 años, pero después incorporando además algún que otro centenario como el del Tour de Francia por ejemplo. Pues gracias a ese libro he descubierto a un artista que mi falta de cultura, o una educación académica muy dirigida para algunos temas, mantenía en el anonimato. Se trata de Marcel Duchamp, quien por aquel entonces daba un giro radical a su prometedora carrera como pintor y creaba el quizás primer “ready-made” de la historia del arte, colocando una rueda de bicicleta, sujetada mediante una horquilla, a un taburete. Marcel fue artista, ajedrecista y un ser de lo más peculiar, que si a los 26 años de edad, ya había sorprendido a los círculos artísticos con sus pinturas cubistas “en movimiento” y fue capaz de revolucionar las propuestas con su “rueda”, no debería extrañarnos que fuera una de las influencias primigenias del arte pop. No es que yo sea un devoto precisamente de este último tipo de arte, pero la innovación, cuando de verdad lo es, hay que reconocerla… una época mentalmente convulsa debieron haber sido aquellos inicios del siglo XX. El caso es que el Tour de Francia (la más grande carrera ciclista de todos los tiempos) y la polémica rueda de Duchamps vinieron al mundo el mismo año.


"La partida de ajedrez" (estilo fauvista) que le dió gran presitigio inicial
"Retrato de  jugadores de ajedrez" (cubista)
"Desnudo bajando una escalera" (influenciado por la fotrogafía estroboscópica)

"Rueda de bicicleta sobre un taburete"


Pero volvamos a mi balance. Para finalizarlo voy a responder a tres preguntas recurrentes que son las que en las últimas semanas más me han hecho las personas que de algún modo u otro seguían más de cerca mis andanzas.

Primera pregunta: ¿de todos los eventos en los que has participado, cuál es el mejor? Como puede fácilmente imaginarse no hay respuesta cerrada posible, ya que no hay ninguno mejor que los demás en todos los aspectos que pudiéramos considerar, aunque sí que puedo mencionar atributos destacables de unos u otros.

Pese a lo que todos pudiéramos pensar a priori, el evento de mayor dimensión, montaje de organización, actividades complementarias, asistencia de participantes y vistosidad general (también el que mayor esmero en la caracterización demuestran los participantes) no es l’Eroica, sino la Anjou Velo Vintage, que en mi opinión se erigen en el evento de mayor envergadura, combinando además con acierto las perspectivas deportiva y cívica del ciclismo antiguo. No quiere ello decir que sea la más recomendable, pero lo es, y mucho para quien desee sumergirse en este mundo de un golpe, en un plan muy festivo y en una comarca muy vistosa. Pero eso sí, llevándose a su grupo de amistades consigo, ya que de otra forma, la cita, por multitudinaria, resulta muy impersonal si acudes sólo.
Por el contrario, si lo que se anda buscando es algo recogido, en donde en poco tiempo puedas conocer a casi todos los participantes y entablar fácil relación con los demás, en un ambiente de camaradería y colaboración, en ese caso La Histórica y La Patrimoine se andan muy a la par y ambas resultan cercanas y entrañables. Esto puede que no sea de gran importancia para muchas personas, pero para mí, las convierte en citas especialmente gratificantes.

La Pedals de Clip tiene una organización impecable, tal y como ocurre con l’Historique de Marmande. La primera con bastante más afluencia, mientras que la segunda se hace coincidir con una feria rural atractiva. Por otro lado la Pendle Witches (bien organizada) y el Tour de Trois (genuino espíritu “indy”) representan el extremo menos retro de toda la temporada, de hecho ambas admiten bicicletas contemporáneas (aunque la mayoría de la gente hace caso omiso de tal posibilidad). Pese a que pueda parecer que no ofrecen gran cosa desde el punto de vista de la especificidad que buscamos (citas retro), se ubican en dos destinos francamente interesantes que en ambos casos enriquecen muchísimo el viaje.

La Montañesa ni cuenta. Mi quedada salió bien, pero fue simbólica en cuanto a participación. Pese a ello, quizás acabe generando tendencia, ya que se barrunta por ahí que tenemos que hacer más quedadas sostenibles entre los que nos vamos conociendo, sin que ello suponga meterse en un gran lío organizativo para el animado convocante. En cuanto a l’Eroica, ya lo comenté recientemente, se trata del mito. Es una excelente cita. Aunque no es la mejor en nada (el trayecto de 205 km puede que sea el más interesante quizá), está entre las mejores en bastantes cosas. En cualquier caso, su mayor valor reside en haber sido la pionera, en su espectacular crecimiento y en el que hoy en día la gente responde exageradamente al efecto “yo estuve allí”, por el que todos deseamos formar parte de una experiencia masiva única, en el escenario de referencia, en el momento álgido. No la quiero quitar mérito ni mucho menos. Volveré si puedo. Pero no quiero permitir que ensombrezca con su merecida fama, la excelencia de otras reuniones.

Y precisamente hablando de excelencia, la cita que quizá más me haya llenado este año, por todo lo allí vivido, el viaje, los traslados, la acogida, la organización, la generosidad organizativa, el recorrido, su dureza y variedad, y el tamaño en cuanto a participación… ha sido la In Velo Veritas, de cuyos recuerdos, afortunadamente no consigo desprenderme. Lo tiene todo excepto el impacto de las multitudes. Y por si fuera poco, para los más “machacas” sus recorridos, además de mudarse completamente de zona para la próxima edición (siempre cerca de Viena), se alargan bastante en cada tamaño, y para el más largo anuncian ¡nada más y nada menos que 240 km!

Segunda pregunta: ¿Estás saturado de bici? Pues llegué a pensarlo hace poco, las dos semanas previas al viaje a la Toscana. Pero tal y como reflexioné por aquel entonces, lo que me tenía un poco saturado no era la bicicleta, sino la obligación de entrenar para mantenerme y el tener que hacerlo por recorridos habituales. Saturado nada de nada. Me noto con ganas de hacer muchos recorridos que me apetecen, con sus puertos o sus paisajes, sólo que son recorridos algo alejados de casa, por los que hace mucho que no voy, o completamente nuevos. También me apetece reunirme con otros aficionados con los que he coincidido para pedalear juntos con cualquier disculpa a lomos de nuestros “hierros”. Tengo ganas de bici, muchas aún. No me he quemado en absoluto, de hecho va a ser muy difícil seleccionar a qué eventos poder ir el año próximo, ya que la “Challenge Retro”, como tal, no se va a repetir.

Tercera pregunta: ¿Y el año que viene qué? Pues como acabo de mencionar, no voy a repetir la “Challenge Retro”. Al menos no con el formato pasado, tanto viaje y todo ciclismo. Ni mucho menos voy a renegar del ciclismo “vintage”, porque he descubierto que es la modalidad pública (asistencia a eventos organizados) que más me gusta (dejo las alforjas, la BTT y la carretera para el disfrute privado). Lo que pasa es que por un lado limitaré bastante las marchas a las que asista (y la cercanía, facilidad y disponibilidad tendrá mucho que ver en la selección), intentaré acudir a un par de ellas que me quedaron pendientes por coincidencias, y en alguna que otra puede que cambie el rol “deportista” por el de “ciclista civil”, si ello viene acompañado de un plan de disfrute familiar o colectivo. En cualquier caso tengo una idea bastante germinada respecto a mis planes, así que es muy probable que el blog, y de alguna forma el concepto “Challenge” sigan vivos. Pero aún me parece muy prematuro desvelarlo. Quien pueda estar interesado deberá estar atento, tal y como dejaré advertido la semana próxima.
 


 

viernes, 11 de octubre de 2013

41. l'EROICA


“La bicicleta inscribe en ti cosas desconcertantes. Tu sillín tiene una memoria que no debería ser comparada con la memoria ordinaria. El cuerpo retiene recuerdos de episodios de esfuerzo. A veces los episodios más difíciles o los recuerdos más arduos se pierden. Lo que queda son recuerdos inesperados de momentos insospechados que cuando se produjeron no fueron percibidos como excepcionales, pero a los cuales los músculos, por sus propias razones, han elegido para ser recordados”.
Paul Fournel (“Besoin de velo”)
“A pesar del chaparrón, las perdidas por la autopista, el sandwich entre camiones en la pseudo-autovía de Florencia, las señales indicadoras desaparecidas, un GPS en huelga, todo eso quedó reducido a nada y sustituido por la camaradería, el buen humor, las ganas de pasarlo bien, una Torrot voladora que arrancaba las pegatinas a sus rivales a la mínima que apareciese un descenso, vinitos a gogó, abuelas locas en los avituallamientos, pan con vino, pan con Nocilla, pan con mermelada, pan con aceite, pan con pan, uvas, morcón y embutidos, y hasta un cocido montañés. Paisajes inolvidables, preciosos, y todo compartido con la mejor compañía”.
Roberto Follia (Comentario privado)
Tras años de anhelos por participar, mi sueño se hizo realidad y finalmente tomé parte en esta prueba que ya ha adquirido el estatus de mítica por múltiples razones, y que ha acabado convirtiéndose en uno de los referentes mundiales en lo que a eventos ciclistas participativos (“cicloturistas” y demás) se refiere, y en la Meca del ciclismo retro sin lugar a dudas. Como dirían algunos teóricos de las metodologías de investigación en las ciencias sociales, por mi parte he de sentenciar finalmente, que el proceso ha superado al producto. Ya lo venía adelantando hace tiempo: todo lo que me ha aportado esta especie de montaje de casi un año de duración, que ha tomado el formato y denominación de “Challenge Retro 2013”, se ha convertido en una de las mejores cosas que me hayan pasado en la vida a nivel de ocio y diversión. Así pues, finalizarla en l’Eroica no ha sido más que una guinda en el pastel. Un detalle atractivo y llamativo, desde luego, pero un detalle al fin y al cabo.
Mi participación en l’Eroica ha sido una verdadera odisea, en el auténtico sentido de la palabra, una especie de largo viaje, plagado de aventuras, algunas “heroicidades”, personajes memorables, mitología (ciclista) y demás ingredientes que lo convertirán en leyenda para nietos y descendientes. Sobre ello, sobre todo el proceso de la Challenge, escribiré la semana que viene a modo de cierre de la temporada. En esta ocasión me centraré en el viaje estricto a esta última prueba, que en sí mismo tampoco tuvo desperdicio.
El traslado, combinación de avión y coche de alquiler, ya tuvo algún contratiempo. Fundamentalmente al darme cuenta en la oficina de los coches de que mi carnet de conducir (la patente que dicen ellos) estaba caducado. La suerte de ir acompañado por Myriam, me salvó de ese primer escollo, aún a costa de que ella fuera quién se diera la paliza al volante todo el fin de semana. A la Toscana llegamos ya de noche, lo cual dificultó un poco y retrasó bastante nuestra llegada a una apartada y enorme villa que nos serviría de alojamiento esos días. Poco vimos de ella (las villas toscanas muestran una iluminación exterior muy tenue y nada agresiva, que garantizan discreción, no contaminan lumínicamente y resultan muy agradables y nada ostentosas), aunque la enorme terraza rústica cubierta que comunicaba con nuestra habitación prometía excelentes paisajes. Esa noche nos acercamos con el coche a cenar a una trattoria muy agradable y solitaria, en la que nos atendieron de maravilla, comimos fenomenal, a buen precio (esto ha sido una constante durante toda nuestra estancia por la comarca) y degustamos nuestro primer Chianti Clássico (rico y potente tinto elaborado según la tradición local a base de tres variedades de uvas: Sangiovese, Canaiolo y Colorino). No había prisa, disfrutamos de la velada y nos acostamos esperando el emocionante día siguiente.
Posando en la terraza de la villa la víspera de la ruta.

El plan de viaje permitía, a priori, disfrutar de una pausada estancia en Gaiole in Chianti para empaparnos del ambiente y atmósfera del evento, de los detalles de su organización y del encuentro con otros aficionados de todo el mundo (miles). Y lo que nos deparó el día, por encima de todo, fue verdaderamente empaparnos, pero sobre todo de agua, porque no paró de llover torrencialmente durante toda la jornada. Antes habíamos disfrutado del desayuno, había montado la bici en la terraza mirador antes aludida, pero cuyo panorama multidireccional quedaba bastante frustrado por el agua y por las nubes aferradas a las colinas frondosas del paisaje. El trayecto desde la villa hasta Gaiole era muy bonito, en una sucesión de carreteras estrechas y reviradas, subiendo y bajando, atravesando viñedos, bosques y olivares y pasando por algunos pueblos pequeños y muchas villas hermosas y solariegas. Pero llevaba demasiado tiempo, entre 45 minutos y una hora de trayecto. Algo que iba a dificultar mi logística y sería definitivo para que todo transcurriera de la forma en que lo hizo. Mientras nos acercábamos no paraba de llover y aquello empezó a preocuparme de verdad y en cierto modo a entristecerme. No a deprimirme de forma integral, pero si a lamentar que toda la Challenge fuera a tener un final tan oscuro. Una cosa tenía clara, con ese tiempo, no pensaba estar demasiado tiempo sobre la bicicleta, eso no va conmigo. Una cosa es que te tragues una chupa porque tienes que regresar en una salida (por larga que sea) y otra bien distinta salir premeditadamente a una larga ruta lloviendo a mares. Pero aún con esperanzas, aparcamos donde pudimos (misión algo complicada esos días por allí, en una localidad que no está preparada para absorber la ingente afluencia que tiene en esas fechas) y caminamos hacia el centro del pueblo, donde estaba toda la marabunta de gente. Con nuestros paraguas en las manos nos cruzamos con ciclistas clásicos por todas partes y con sus acompañantes. Llegamos a un edificio al que entramos con dificultad y donde una densa cola permitía el lento acceso para la recogida de los dorsales. Todo en regla: dorsal personal, dorsal para la bici, “pasaporte” de ruta, hoja de ruta y… muy poca generosidad en los detalles comparándolo con muchos otros eventos por los que he pasado este año. A partir de ahí nuestra mañana consistió en caminar por el gran mercadillo de piezas, bicicletas, ropa, detalles, etc. Que hay montado todo el fin de semana por el pueblo. Puedes encontrar casi de todo, y te puedes dejar la cuenta corriente temblando si no andas con cuidado, pero reconozcámoslo, no por los precios, que la mayoría de los casos me parecieron razonables, sino por la cantidad de cosas que te entran ganas de comprarte. Por cierto, muchas y variadas ofertas de bicicletas clásicas completas. Personalmente aproveché para adquirir algo de ropa ciclista de tipo aún más antiguo de lo que he vestido a lo largo de la Challenge. Más o menos encontré lo que buscaba, y algo más. En ese deambular nos encontramos varias veces con Tomás, nuestro viejo amigo de rodadas en varias ocasiones (GPCC del año anterior, Pedals de Clip, La Histórica y La Montañesa). Iba acompañado de Santiesteban y ya se había apañado unas llantas preciosas y todo lo necesario para montarlas en algún bonito proyecto que seguro tiene en mente. Finalizando ya la mañana y nuestro paseo, con los pies completamente calados, algo de frío pese a la ropa y el impermeable, buscando dónde meternos para huir de la lluvia (tarea muy complicada porque se trata de un pueblo pequeño y acostumbrado a que gran parte de la gente que lo visita disfrute de la hostelería en terrazas al aire libre), nos encontramos con Roberto, que estaba acompañado por un par de parejas, con quienes estuvimos hablando bastante rato. Su intención era tomar parte en la de 135 km, la mía en la de 205 km. Sin embargo allí mismo les explique mi postura: si aquello seguía igual, yo me daba un paseo en la de 35 km y punto. Quizás me levantase a las 5 de la mañana para mirar si había cambio y entonces tomar la decisión. Parecieron estar de acuerdo, aunque no quedamos en firme  y todos nos lamentábamos de la mala suerte tenida y del bajón o desilusión con los que nos habíamos topado. Finalmente salimos del pueblo y regresamos en el coche hacia nuestra villa, con intención de comer por el camino.
Y lo hicimos, vaya si lo hicimos. A medio camino aproximadamente, rodeado de viñas y en un alto somero, dimos con el bonito pueblo de Villa a Sesta. Un apretado conjunto de casas de piedra delimitado por campos de vides y decorado con motivos vinícolas en sus callejuelas. Y buscando por allí encontramos una agradable vinoteca en la que volvimos a comer estupendamente a base de pasta de la casa y donde cayó nuestro segundo Chianti Classico del viaje. Llover seguía lloviendo, pero la resignación ya asumida, el vino, la comida, el café, los encuentros transcurridos y el estar de vacaciones en un sitio tan agradable, fueron levantando mi ánimo y me ayudaron a ver todo el año en perspectiva y decidir que tras lo vivido, era mejor disfrutar del momento que tirarse de los pelos por cuestiones que no dependen de uno mismo. La tarde fue tranquila y apacible en la villa, con placeres vacacionales variados, que incluyeron la lectura y una siesta preventiva de cara al posible madrugón del día siguiente. De todas formas cenábamos a las 8,30. En Italia, tal como ocurre con Francia y con Europa en general, los horarios de comidas se adelantan considerablemente respecto a los que estamos acostumbrados en España. Por otro lado, en la villa, la propuesta era de cena colectiva con el resto de inquilinos, como si de una gran familia se tratase, alrededor de una gran mesa en la que cada cual tenía su sitio asignado. Me gustó la idea y todos parecían tenerlo claro, pues debe ser una costumbre bastante habitual por allí. Está bien porque entablas conversación y te genera aún más atmósfera de villa familiar que de hotel impersonal. Menú local, más Chianti Classico y chapurreo en italiano.

Detalles vinícular en el Chianti

Tras nuestra visita gastronómica a una vionteca.

La cena duró bastante, tanto que de allí salimos para irnos a dormir. Mi bolsa estaba preparada, la ropa también y la bicicleta metida ya en el coche. Sin embargo mi decisión seguía en el aire. La noche continuaba lluviosa y con tormentas alrededor. Si me decidía a intentar cualquiera de las largas (135 o 205 km) tenía que salir de allí a las 5, y sería Myriam quien tendría que conducir y regresar a dormir de nuevo, todo ello con la certeza de que si seguía el tiempo igual no saldría hasta el segundo turno, a las nueve, para las de (75 o 35 km). En ese segundo caso el madrugón no tendría nada que ver y al menos algo pedalearía. Todo ello sin tener en cuenta en qué estado estaría el firme de la aproximada mitad de kilometraje sin asfaltar de cada recorrido. ¡A las 10,30 me decidí! No merecía la pena demorarlo más, asumía lo que había y al día siguiente me presentaría para la salida de las cortas, a las 8,30 de la mañana. Pese a lo duro del asunto, la verdad es que dormí relativamente bien, y al despertar me encontré con que no sólo no llovía sino que además parecía que podría hacer hasta bueno. El leve cabreo por no haber madrugado para las salidas largas se disipó muy pronto, al comprobar que definitivamente iba a poder disfrutar de l’Eroica, aunque más corta, con sol y tiempo seco. Después de lo del día anterior hubiéramos firmado todos. Desayuno y en marcha, el ya conocido recorrido en coche, circulando entre lomas y colinas, había cambiado radicalmente: la cálida y dorada luz matinal bañaba todo el panorama de un aura dorada que impregnaba todo, tanto desde una perspectiva de paisajes abiertos con aspecto de postales, como en cada detalle de unas parras, unos racimos, un muro de ladrillo rojo, unas frascas apiladas… del verde húmedo y los grises del día anterior pasábamos a los amarillos, ocres, rojizos, pardos suaves y verdes secos de un domingo esperanzador. Llegando a Gaiole nos vimos detenidos por la cantidad de vehículos en aproximación. A unos 2 km del pueblo hicimos lo que la mayoría… me bajé del coche, cogí las cosas, me despedí y pedalee hacia el pueblo.
La salida estaba preparada y me introduje por riguroso turno de llegada en el embudo de ciclistas que colapsábamos la calle principal y que se iba rellenando por detrás minuto a minuto. Mucha gente, muchas bicis, todo tipo de maillots, era el día, el sitio, el lugar y el evento que todo el año todos habíamos esperado. Soy de los que se lamentan poco y se adaptan al escenario del momento con flexibilidad, pasé el control y allí mismo me cambiaron el “pasaporte” de largo recorrido por el de corto; al hacerlo comprobé por los montones que pude ver, que debimos de ser cientos (sino algunos miles) quienes habíamos tomado esa misma decisión el día anterior. Metros más adelante seguíamos parados, esperando la salida masiva que nos correspondiese, cada cuarto de hora. Me dio por pensar qué habrían hecho mis conocidos, que quizás en ese momento llevaran ya pedaleando varias horas en alguno de los recorridos más largos. Pero de repente, al girar la cabeza hacia un lado, me topé con la inconfundible figura de un personaje feliz, muy alto y enfundado en un maillot del Kas. ¡Roberto! Grité, y abriéndome paso como pude situé mi Razesa junto a su bonita Zeus (solo le falta cambiar esa horquilla y dotarla de unos tubulares sin colorines). Me dijo que Lucas venía en seguida, y al juntarnos los tres, confesamos que todos lo hubiéramos llevado mucho peor si alguno se hubiera ido a algún otro de los recorridos. Por tanto así, reunidos desde la salida, emprendimos nuestros 75 km de ruta juntos, sin prisa y con una idea fija en la cabeza: pasárnoslo estupendamente, disfrutar del recorrido, de “l’Eroica experience” y de la compañía.


Preparado en la "partenza" (Foto: Roberto)

¡Y a fe que lo conseguimos! El itinerario es francamente bonito. Apenas hay tramos rectos, tampoco demasiados llanos, ni casi puertos. Así que todo es una sucesión de trazado “a mano alzada”, que no permite un momento de monotonía. Muchos kilómetros son sin paisaje abierto, encubiertos dentro de frondosos bosques o jalonados por olivares algo más abiertos. En otros momentos la vista se abre repentinamente y te regala unos tramos de “rincones toscanos con encanto”, con sus viñedos ordenaditos y amoldados al terreno caprichoso, con sus villas serenas, rurales, llenas de humanidad y señorío, sus siempre presentes cipreses o con algún pueblo concentrado en el que destaca alguna torre antigua o edificio singular. Se alternan constantes repechos en ascensión con descensos empinados. Y a medida que los kilómetros van pasando ya casi ni te fijas en si ruedas sobre asfalto o sobre “strada bianca”. En lo que respecta a éstas hay que indicar varias cosas:
  • No se encharcan, no sé de qué tierra están hechas, pero el caso es que habían filtrado todo el agua del día anterior.
  • Son muy ciclables, se rueda bien por ellas, tienen pocos baches y poca tendencia a provocar pinchazos.
  • Son muy bonitas y te permiten circular por la verdadera Toscana interior rural, alejado del tráfico. Y cuando éste hace presencia, su velocidad de paso es infinitamente menor que por una carretera convencional.
  • Destrozan cualquier media que te puedas figurar, ya que las empinadas bajadas con algo de grijillo, barro fino o tierra, te obligan a descender mucho más despacio (aunque siempre hay gente local con espíritu combativo a quienes ves pasar como si trazaran por el mejor asfalto posible). De hecho en algún descenso especialmente empinado parte del control de velocidad lo tuve que hacer con derrapes de la rueda trasera.
  • En los ascensos siempre hubo tracción. Mucha más de lo que el aspecto del firme podría sugerir.
  • Me han encantado estos tramos. Una vez más reivindican el ciclismo “gravel” (no asfaltado) como una parte importante del ciclismo de carretera. Un aspecto al que no estoy dispuesto a renunciar, que me gusta cada día más y que inclina definitivamente la balanza hacia el tipo de bicicletas de carretera que me gustan.
Disfrutando de las "stradas biancas". (Foto: Roberto)

Roberto rematando un duro repecho

Lucas (en el medio) desenvolviándose con destreza entre otros miembros del pelotón

La ruta estaba perfectamente señalizada y con mucha discreción, sin marcas superfluas y con carteles corporativos propios. En los pueblecitos, los vecinos animaban asomados. Y yo, seguía con mis compañeros. De vez en cuando alguno nos adelantábamos para tomar fotos o nos retrasábamos por algún trasteo con el material o la indumentaria, pero como muy pocas veces este año, estaba rodando en pandilla. L’Eroica es un evento de bicis de carreras, y preferentemente de la época dorada del ciclismo. No se veían casi bicicletas de “pioneros” y mucho menos aún bicis “ciudadanas” o “de servicio” ni atuendos de “época” no deportivos. Aquí las máquinas son las típicas de carretera que casi no variaron entre las décadas de los años 30-40 hasta la de los 80. Y todos con “coulotte” y maillot. Una sorpresa que me he llevado es que, pese a que hay muchísimas marcas de bicicletas italianas, algunas de ellas especialmente prestigiosas a lo largo y ancho del mundo (Colnago, Pinarello…), allí, la bicicleta italiana por excelencia, así como la equipación, eran Bianchi. Decenas y decenas de grupos e individuos con Bianchi: una presencia abrumadora. Todo esto que cuento, lo del tipo de bicicletas y ciclistas allí presentes tienen mucho que ver con que se trate de un evento de ciclismo clásico de “carreras”, repleto de aficionados a las carreras ciclistas de “toda la vida”. Y explica que constantemente, al ir acompañado por dos ciclistas “de Kas”, recibiéramos apoyos y vítores de ánimo con referencias a Perurena, Galdós… y por encima de todo: José Manuel Fuente; algo impensable a día de hoy en España, donde casi ni se vive el ciclismo de hoy, sino el de mañana. Algo que percibo entre los aficionados, tanto a nivel de material, como de resultados. A veces parece que sólo preocupa el cambio constante y no interesa disfrutar de las experiencias vividas.

Entre los "ilustres" italianos veteranos allí presentes estaban entre otros Guerini y Contini. Pero destacando una presencia muy especial, la de Felice Gimondi, custodiado por uno de los múltiples enjambres de Bianchi. Gimondi fue uno de esos míticos ciclistas de los que empecé a escuchar hablar cuando era muy pequeño y me empecé a interesar por el ciclismo de carretera. En seguida todo fue Merckx y Ocaña, y poco después aquel espectacular KAS al completo. Pero antes, justo mezclado entre los primeros recuerdos borrosos, suena Gimondi en mi cabeza. No es para menos, estuvo en activo entre 1965 y 1978, ganando, entre otras cosas: un Campeonato del Mundo, un Tour, tres Giros y una Vuelta. Todo ello con el Caníbal por ahí dando la lata. Mucho mérito sin duda.

Felice Gimondi escoltado por los Bianchi y por su hija (foto: Lucas)
A medida que íbamos haciendo kilómetros nos fuimos relajando más y más, y empezamos a bromear mucho entre nosotros, a charlar sin parar y a vivir plenamente el recorrido. Nuestro primer avituallamiento fue en el pueblo de Radda, localidad encaramada en un alto y con gran ambiente de público. Precisamente al llegar allí nos cruzamos de pasada con Tomás que abandonaba ya la localidad (se ve que madrugó para salir de los primeros de los segundos recorridos). Sellado de pasaporte, vino de Chianti, rebanadas de pan untadas con todo tipo de mermeladas y nutella (yo me fui a las de tinto con azúcar y a las de aceite; definitivamente tanto el tinto, como el aceite virgen toscanos me entusiasman y me parecen de altísima calidad); e incluso unos racimos de pequeñas uvas dulces casi negras. Allí el tumulto de ciclistas era importante, costaba atravesar la plaza para regresar a la ruta. Poco después hubo un descenso tremendamente pendiente en el que adelantamos a alguno cuyas zapatas iban dando una auténtica serenata de aullidos, y a otros quizá excesivamente precavidos. Seguimos rodando bajo el sol y con calorcito agradable hasta que poco tiempo después, en otro pueblo, doblando una esquina nos topamos con inesperado tenderete de degustación de vinos de locales. Otros tragos para amenizar y a los pedales de nuevo. Aquello estaba siendo un festín de entretenimiento, pedaleo y amistad, ya que nosotros cada vez nos íbamos conociendo mejor, a costa de la tertulia que llevábamos a cuestas. Me resulta difícil evocar el recorrido en orden y por partes, tengo recuerdos nítidos, visiones de escenas, de tramos, de curvas concretas, etc. Y me recreo en ello porque disfruté muchísimo, pero no puedo ubicarlo bien, porque dado que iba sin presión ni prisa alguna, al cuaderno de ruta no le hice ni caso.



En un momento dado, rodando por una “strada bianca”, acometimos una dura subida, que cada vez que parecía que iba a finalizar se empinaba más y continuaba ascendiendo. En ese momento rodaba junto a Roberto y ambos íbamos adelantando a muchos ciclistas que prácticamente todos caminaban con su bicicleta de la mano. En una especie de llano casi al final nos encontramos con viejos conocidos españoles de otros eventos de este año, así que paramos a saludar. Había un simpático paisano de Santander (siento no recordar el nombre ahora mismo, aunque si la cara porque tenemos una foto juntos), un catalán con una Alan muy similar a la que he cabalgado de otras ocasiones, y otros amigos suyos. Tras los comentarios de rigor, retomamos el pedaleo, que en pocos minutos superó la ascensión y nos dejó en una campa en la que nos esperaba otro suculento avituallamiento con embutidos, queso, dulces, más vino local y un contundente plato de alubias que bien podría haber pasado por nuestro cántabro cocido montañés. Allí nos encontramos a Pedro, un simpático valenciano-soriano con especial apego a La Histórica, uniforme del Reynolds y una Razesa posterior a la mía en excelente estado.

En ese punto tuvimos un nuevo control de sellado y seguimos alternando pistas y asfalto. En un descenso algo largo acabé reuniéndome con Pedro, entablamos conversación y ya no nos separaríamos ascendiendo y descendiendo hasta el final. Poco antes del destino nos reagrupamos los cuatro (Roberto, Lucas, Pedro y yo) y entramos a Gaiole juntos para hacer cola (otra vez) en la llegada, donde nos sellaban la cartulina por última vez. Allí estaban nuestras respectivas parejas, con sus cámaras de fotos y sus sonrisas agradables. Allí dimos por concluida la etapa, pero casi por recién estrenada esa amistad ciclista que te brinda la carretera y que sabe esperar de evento en evento, aunque el tiempo los separe. Decidimos ignorar la comida de los organizadores, para poder sentarnos todos juntos con nuestras sufridas acompañantes. Pese a que habíamos comido más que bien, despachamos unas apetitosas pizzas y unas cervezas, haciendo recuento de anécdotas y poniéndonos al día unos y otras. Fue un final agradable y cargado de camaradería. En mi balance personal una de las cosas más valiosas que me ha aportado esta cita ciclista no ha sido algo intrínseco a ella misma, sino la oportunidad de haber conocido mejor y haber sintonizado tan bien con mis compañeros de ruta. Eso, en mi opinión vale más que el propio renombre del evento, o que haber acumulado más o menos kilómetros durante el mismo. Y además es algo que no esperaba. Finalizamos con un café en otro local y allí nos despedimos hasta futuras ocasiones, que seguro que las habrá. Por nuestra parte volvimos al coche, recogimos todo, me cambié y viajamos hacia Roma a través de un melancólico atardecer en la Toscana y otro torrencial viaje de autopista cruzando Umbría y llegando a Roma.


No sé qué hubiera pasado de no haber hecho tan mal tiempo el día anterior, salvo que seguro que Myriam hubiera tenido que haber sufrido una madrugada de suplicio. Pese a mis temores previos, puedo decir que las descansadas últimas semanas, lo que me dejaron fue muy fresco. Lo sé porque me conozco, y ese domingo mi cuerpo respondía a la perfección y sin la más mínima queja ni postural, ni coordinativa, ni de fuerza muscular. Puedo asegurar que los 135 km los hubiera liquidado sin ningún tipo de problemas, y me atrevo a pensar que habiendo salido pronto, hubiera podido también con el reto de los 205 km, eso sí, seguro que con bastante sufrimiento a lo largo de las últimas horas de la jornada. La principal dificultad que le veo a este evento, no es el kilometraje en sí, ni el perfil, sino el tiempo sobre la bicicleta, que te dé tiempo a hacerlo. La cuestión es que las bajadas no asfaltadas no se aprovechan para subir un poco la lenta media, y que la luz en Italia en esa época aparece antes, pero desaparece relativamente pronto por la tarde.

L’Eroica merece la pena, sean cuales sean tus pretensiones, tu estado de forma o tus posibilidades. Todos los recorridos son atractivos y cualquiera de ellos te aporta una visión suficiente de lo que es rodar por aquellos paisajes, carreteras y pueblos. El ambiente es multitudinario (para mí demasiado), aunque luego en la ruta se hace perfectamente llevadero y por el pueblo ofrece una atmósfera de ciclismo antiguo ilusionante. La organización normal, pero en mi opinión algo pobre con respecto a la fama de la que la cita disfruta. Muy buena en el trazado, pero se queda corta en aspectos informativos y en su publicación de Internet. Rácana en los servicios y regalos que ofrece a los participantes (sobre todo comparándola con eventos mucho más modestos). El pueblo está saturado y los aspectos logísticos son complicados y dificultan mucho poder acometer las salidas tempranas con unas garantías mínimas. Para alguien que tenga que viajar en avión (como es mi caso), todo se complica mucho: lo mejor y más barato sería acampar allí, pero viajar con bicicleta y equipo de acampada en avión no es sencillo; conseguir alojamiento cercano requiere una anticipación que el sistema de sorteo no te permite, o un desembolso económico exagerado; lo mejor, sin duda, quienes más envidia me dieron fueron los de las autocaravanas, aunque como solución no me sirve, ya que requiere tener una al alcance y disponer de más días libres en esas fechas. Total, que poder ir se puede, pero ciertas limitaciones o dificultades hay. Para empezar, lo del sorteo me parece un sinsentido, especialmente porque todos conocemos gente que se ha quedado sin ir y gente que obteniendo plaza no ha acudido. Como acabo de asegurar, pese a todo, l’Eroica merece la pena, y mucho, lo que quiero decir es que no hay que obsesionarse con ella, reúne muchas cualidades, pero en mi opinión personal otros eventos la superan en diferentes aspectos, y en el balance general, en algunos de los realizados a lo largo de la “Challenge” he disfrutado más. Quiero decir que todo el mundo tiene derecho a sentirse un auténtico ciclista retro, asistiendo a algunas otras citas, sin necesidad de complicarse la vida tanto como requiere hacerlo aquí. Sobre esto seguiré hablando la semana que viene, en el cierre de la temporada.

Ahora me despido de mis amigos, de esos que me hicieron disfrutar tanto de una jornada ciclista irrepetible, apasionante, entretenida, divertida y enriquecedora. A ellos les agradezco desde aquí la compañía, la generosidad y el afecto mostrados. Y les emplazo para que se acerquen a mi tierra, para dejarse agasajar como merecen y para hacerles descubrir desde el manillar, rutas, carreteras y rincones que ni se imaginan. ¡Prometido!.

Por lo demás y pese a las leves críticas: viva Italia, viva la Toscana, viva el Chianti, viva l’Eroica y viva el ciclismo retro, que en su versión italiana muestra una estética y sabor especialmente deportivos.