"The old way of living". Joe Talirunili (1975)
Etnografía. Según el diccionario
de la Real Academia de la Lengua Española: “Estudio descriptivo de las
costumbres y tradiciones de los pueblos”. Lo que me pasa es que personalmente
(será culpa de la tradición documental televisiva) a mí siempre me evoca a
dicho estudio, pero de pueblos primitivos, anclados en tradiciones ancestrales
y en cierta medida aislados con respecto al avance del desarrollo
(especialmente occidental) y la globalización. La Wikipedia nos aclara y matiza
la cuestión de forma bastante sencilla: “[…]
es el estudio sistemático de personas y culturas. La etnografía es un método de investigación que consiste en observar
las prácticas culturales de los grupos sociales y poder participar en ellos
para así poder contrastar lo que la gente dice y lo que hace. Es una de las
herramientas investigativas y algunos autores la consideran incluso como una
rama de la antropología social o cultural, en un principio este método se
utilizó para analizar a las comunidades aborígenes, actualmente se aplica también
al estudio de cualquier grupo que se pretenda conocer mucho mejor”. Vayamos
poco a poco con tanta información:
- Estudio de las personas y culturas. Ancestrales o actuales.
- Método de estudio “participante”, esto es, en el que quién estudia a un grupo social, convive con él para conocerlo de primera mano.
- Una rama de la antropología social o cultural. La perspectiva social es clave en el asunto.
- Tradicionalmente se utilizó para estudiar comunidades aborígenes. De ahí viene esa idea preconcebida que a algunos nos viene a la mente.
- Pero es aplicable a grupos contemporáneos.
Pues sí, y de hecho es una rama
de estudio que me apasiona, cuando por ejemplo, la aplicamos al estudio de
sistemas o subculturas deportivas concretas. Tal y como Sands[1],
explica y describe en su obra científica. Así que lo confieso, lo sabía, sabía
que la etnografía podía aplicarse a grupos sociales actuales, en diferentes
formatos de configuración como comunidad, e incluso ¡deportivos!. Así pues,
probablemente podríamos llegar a definir comunidades deportivas determinadas
como objetos de estudio etnográfico; patinadores de larga distancia,
cicloturistas, ciclistas “retro”, etc. Pero en el fondo, no me acabo de
convencer de ello. Tales objetivos se me antojan más apropiados para abordajes
sociológicos diversos, pero no para “auténtica” etnografía.
En realidad, si a nuestra afición
etnográfica (nada serio ni científico desde luego), le queremos dar cierto
toque de antigüedad o incluso de primitivismo. Ni el patinaje ni la bicicleta
parecen las modalidades más idóneas. El primero sería más apropiado sustituirlo
por su pariente el esquí (especialmente en su versión nórdica), mientras que el
segundo quizá por el repaso de las culturas corredoras mesoamericanas,
africanas, etc. Algo que recientemente han abordado algunos autores forofos del
correr largas distancias: McDougall[2],
Finn[3]
y otros. Pero ni una ni otra modalidad, son ejes fundamentales de la temática
de este blog (por lo menos esta temporada). No conozco mucho de la historia del
patinaje, y aunque no dudo que pueda tener contenidos de gran interés, la de la
bicicleta me atrae mucho más, la conozco mejor, y no deja de sorprenderme más y
más cuanto más me informo sobre ella. Sin embargo, puestos a satisfacer algún
arrebato etnográfico eventual, me parece que el piragüismo les da mil vueltas a
las otras dos disciplinas. Tanto las canoas, como los kayaks, han sido
elementos fundamentales para la supervivencia de numerosas tribus, comunidades
y civilizaciones a lo largo de toda la historia de la humanidad en todos los
continentes. Si la cuestión la ampliamos a las embarcaciones de remos en
general, podríamos afirmar que donde haya habido agua, y seres humanos, allí se
han utilizado embarcaciones a remo. Si nos ceñimos un poco más al concepto de
canoas o kayaks, la cuestión se reduce algo, aunque sigue siendo extendida. Así
pues me voy a permitir la licencia de reducir más todavía el campo de visión,
para centrarme en embarcaciones de tipo ligero, para uso individual o de
pareja. Y en dicho caso, sin quitar méritos a otros pueblos o comunidades de
diferentes puntos del planeta, el imaginario nos traslada casi
inconscientemente a la parte norte del continente americano. Cosa de “indios” y
“esquimales”.
Seguro que si le pregunto a
Eduardo L. un conocido de siempre, con el que me cruzo cada vez que voy a
correr por los acantilados de Langre, me diría que él ha visto embarcaciones que
cumplen los requisitos enunciados, en unos cuantos rincones del globo, pues su
afianzada afición fotográfico-etnográfica le ha llevado a visitar las tribus
más desconocidas por los confines de África, Asia, América y Oceanía. Pero no
estoy nada familiarizado con dichas culturas y menos aún con sus posibles
embarcaciones, a excepción de las canoas amazónicas de la selva peruana, en las
que tuve ocasión de embarcarme un par de veces cerca de Iquitos. Mi afición al
piragüismo surge a través de la utilización del material deportivo moderno que
hereda su forma y especificaciones de dos focos etnográficos de origen: las ya
advertidas culturas de las tribus indias norteamericanas (de territorio
estadounidense y canadiense), para el caso de las canoas abiertas; y por
supuesto, todo el universo esquimal, o mejor dicho Innuit, con sus siempre
atractivos kayaks. Ambas fueron, a la postre, las que se llevaron el gato al
agua (nunca mejor dicho) en cuestión de exportación global de su diseño
primigenio, pues en ambos casos, dicho diseño, con mayor o menor avance
tecnológico, es el que ha prevalecido conceptualmente hasta nuestros días.
Emerald Lake (Yono National Park, BC, Canadá).
Con mis hijos Cristina y Jacobo en una canoa de aluminio,
hace ya bastantes años. (Foto: Myriam).
Así pues, empezaré por las
canoas, las cuales, antes de convertirse en útil vehículo de transporte, para
tramperos y hombres blancos, cuando cerraban su temporada de verano y debían
regresar a la civilización, cargados de pieles y demás enseres de valor, anticipándose
a la llegada de las grandes nieves, aprovechando las corrientes de largos y
agrestes ríos; fueron un elemento fundamental para el desarrollo de la vida
original de muchas de las tribus indígenas en cuyo hábitat disfrutaban de ríos,
lagos e incluso costa marítima. Algunas de ellas, especialmente en la costa,
utilizaron cascos grandes y tallados en enormes troncos de árboles. Pero
prefiero obviarlas y comentar concretamente las canoas más ligeras, las cuales
permitían combinar largos, y muchas veces incómodos, porteos, para salvar
rápidos excesivamente peligrosos o cascadas. Aún así, su diseño facilitaba
ligereza, gran capacidad de carga, excelente navegación en aguas bastante
bravas y buen compromiso de flexibilidad y resistencia. Todo ello con
posibilidad de uso familiar, en parejas o incluso individual. Se trataba de
embarcaciones lentas, para un mundo sin prisas, pero enormemente versátiles,
ideales para las aguas tranquilas de los lagos y para los grandes trayectos de
varios días con la corriente a favor o sin ella.
Canoa de corteza de abedul (Foto Penobscot Marine Museum)
Canoa de caza (Foto: Canadian Museum of Histori)
La palabra canoa procede de
“kenu” que es como algunos indígenas caribeños denominaban a sus grandes
embarcaciones marítimas hechas de madera tallada. Sin embargo el nombre está,
desde hace muchos años, completamente asociado a las típicas utilizadas por los
indios del continente norteamericano, construidas por un armazón de maderas
ligeras que, a modo de costillar, configuraban la forma de un casco abierto,
que se forraba con corteza de abedul, o en ocasiones de olmo o cedro. Esa corteza
además de ligera, duradera y muy fácilmente moldeable, añade la característica
de ser resistente e impermeable al agua. Y el abedul, por su parte, una especie
arbórea de lo más común en Canadá. Las juntas
de todas piezas que constituían el armazón de las canoas
se mantenían unidas por sogas o
láminas de raíz del pino blanco, y después, al casco se le hacía más resistente
al agua y a la intemperie mediante la aplicación de
resina de abeto o de pino, caliente. Su
utilización comercial fue tan importante en el nacimiento del desarrollo
“occidental” norteamericano, que alrededor de 1750, los franceses fundaron en Trois-Rivieres
(Quebec), la primera fábrica de canoas de la que se tiene
noticia. Los indios construían modelos y tamaños muy diferentes en función de
su futura utilización, siendo las más ligeras y manejables las de caza (aptas
para uso individual), seguidas por las de pesca, transporte y llegando hasta
las de viaje, alguna con capacidad para hasta 50 personas. Reconozco que a mí,
desde pequeño, entre series de televisión sobre tramperos (Daniel Boone y
otros), cine “western” y muchos juguetes como el fuerte “Comanchi”, la vocación
y la querencia hacia este tipo de embarcaciones, me caló hondo. Y ahí sigue
aún, instalada en mi ADN emocional y siempre lista para dar rienda suelta al
deseo de aventura y viaje fluvial.
Familia Ojibwe en canoa (Foto: ojibwe.org)
Daniel Boone
Años 60 en Comillas: mi hermano en una canoa hinchable,
parece que estoy revisando la popa (Foto: José Luis Gutiérrez).
A continuación
incrusto aquí un documental que muestra paso a paso la construcción de una
canoa india por el método tradicional. Advierto que el video dura casi una
hora, por lo que solamente se lo recomiendo a las personas muy interesadas en
el asunto, tanto desde el punto de vista etnográfico, como especialmente desde
la perspectiva de la construcción náutica.
Al referirnos a
las tribus indias norteamericanas, todos tendemos a simplificar demasiado el
asunto por culpa de las películas de cine del “oeste”. Recuerdo que cuando era
pequeño, me gustaba tanto jugar a “indios y vaqueros” que llegué a iniciarme un
poco en el conocimiento de sus diferentes culturas y, junto a mi hermano mayor,
me consideraba capacitado como para distinguir con claridad entre sioux,
cheyenes, apaches, navajos, pies negros, arapahoes, cherokees, comanches y
algunos otros más. Era necesario, tanto para jugar con figuras de juguete, como
para hacerlo dramatizando nosotros mismos los guiones, eso sí, pertrechados con
nuestro cuchillo de monte y un arco y flechas de avellano elaborados por
nosotros mismos. Con tanta afición, cómo no me van a “tirar” tanto las canoas
al convertirme en un adulto activo. En cualquier caso, si alguien desea
abandonar el nivel lúdico básico y adentrarse en la etnografía de las
mencionadas tribus, le resultará imprescindible desembarcar en la obra de
Edward S. Curtis: “El indio norteamericano”, la cual consta de 20 títulos
publicados en castellano y otros cuatro suplementos gráficos. Haber hay mucho
más, pero yo tengo tres de los volúmenes de Curtis, y la verdad es que son
contundentes y documentados. No en vano el autor estudió a los indios, fascinado
por su cultura, durante treinta años, conviviendo con ellos y dejando un
fantástico acopio de fotografías, pues era esta especialidad artística su
principal pasión. La verdad es que tribus indias había a cientos, sus
clasificaciones constan de algunos grupos troncales e infinidad de
ramificaciones, clasificables por lengua común, territorio por el que se
desplazaban o algún otro factor. Pero a la hora de dar un mayor protagonismo a
las tribus que más se caracterizaban por hacer de las canoas de corteza un
elemento vital y casi cotidiano para su supervivencia, surgen nombres como los Salish,
Dogrib, Slave, Ojibwa, Algonquin, Attikamet, Malecite, Abnaki y Chippewa,
con los cuales no estamos tan familiarizados. Muchos de ellos oriundos de
territorio canadiense, tanto del este como del oeste.
Y pasamos al
kayak. Con respecto a las tribus o categorías de indígenas de las regiones más
septentrionales del planeta, mis conocimientos infantiles eran infinitamente
más parcos. Prácticamente se reducían al burdo icono de los esquimales que
todos teníamos de alguna forma instalado en nuestro imaginario. Poco a poco,
leyendo alguna novela, disfrutando de algún que otro documental, uno se va
formando una idea algo más clara y fundamentada de esas gentes, menos dadas a
convivir en grupo y más a mantener cierta autonomía familiar, quizá por la
amplitud de los espacios disponibles para tan escasa densidad de población, en
regiones tan frías e inhóspitas. Pese a no formar parte del contenido de los
juegos de mi niñez, los inuit y sus costumbres me fueron encandilando poco a
poco, pero progresivamente, hasta hoy. La casi permanente convivencia con el
hielo y la nieve, sus iglús, su ritmo de vida nómada, los perros y los trineos,
esos ropajes tan elaborados y protectores… y por supuesto ¡los kayaks! que se
me antojaban como la quintaesencia de cualquier embarcación a remo, por su
maniobrabilidad, ligereza, dotes de navegación, estilizada figura y un sin fin
de atributos ponderables. Cuando me inicié en el piragüismo lúdico (no
competitivo), siendo un adulto aún joven, en seguida me percaté de que para mis
necesidades y lugar de residencia, la embarcación ideal no era otra que un
kayak de mar, que no es otra cosa que la versión moderna de los barcos individuales
cerrados de los inuit. Al igual que sucediera con los indios de las praderas,
bosques y montañas más sureños, sus “parientes” del norte se agrupaban en
numerosas tribus de origen: aleutianos, tinglit, alutiiq, yup’ik, dena’ina,
etc. Su espacio de vida era enorme, pues alcanzaba desde el estrecho de Bering
hasta Groenlandia (toda ella incluida), ocupando, casi siempre de forma aislada
y muy autónoma, cualquier parte del descomunal territorio que dicho sector constituye
por debajo del Polo Norte. En función de su procedencia, cada grupo fue
caracterizando su propia variante de kayak (también utilizaban embarcaciones
abiertas mucho más grandes, especialmente para la pesca de ballenas u otros
menesteres, pero eso no entra dentro de mi foco de atención de hoy). Si bien el
concepto estructural era muy similar, los acabados variaban mucho en cuanto a
forma, eslora, manga, decoración, volumen de la embarcación, etc. De tal manera
que los expertos pueden distinguir perfectamente entre los kayaks elaborados en
diferentes regiones de Groenlandia, islas Aleutianas, Bahía de Hudson, etc. De
todas formas, el concepto era el mismo para todos, porque partía de idéntica
precariedad de medios de elaboración: un entramado de maderas finas,
procedentes (a falta de arbolado) de los restos aportados por las mareas,
ingeniosa y laboriosamente moldeados al vapor del aliento humano y la tensión
de diferentes utensilios; un sistema de ensamblaje y fijación mediante cuerdas
de origen animal; y una cobertura impermeable y tensa a costa de pieles de
mamíferos anfibios (focas y otras especies). El proceso era sin duda laborioso,
pero como resultado aportaba un vehículo imprescindible para la caza, pesca,
viaje, traslado y hasta placer, una herramienta insustituible para la
supervivencia.
Serie de fotos de modelos de kayak construidos actualmente al estilo tradicional
(Todas las fotrogradías proceden de:
http://www.traditionalkayaks.com/bibliographyandresources/KayakData.html)
Modelo del Este de Groenlandia
Entramado del modelo superior.
Modelo del Norte de Alaska.
Modelo del Norte de Baffin.
Modelo Nuvimak.
Entramado interior de una Okvik (muy artísticas).
Un modelo Polar.
El modelo superior visto por dentro.
Un modelo unaglit (algunos utilizaban remo de pala única).
La habilidad de
aquellas gentes no se quedaba exclusivamente limitada a la construcción de sus
“barcos”. También calaba en su manejo, ya fuera para pescar o para cazar. Su pericia
quedó patente con el desarrollo de técnicas motrices tan sofisticadas y
atrevidas como el esquimotaje (ser capaz de recuperar la posición del kayak tras
un vuelco, sin tener que abandonar la embarcación). Quienes navegaban en tan
esbeltos y ligeros cascos requerían buenas dotes de orientación, pero eso es
algo que no debería sorprendernos, pues ya hace varias décadas Ashley Montagu
(en “El sentido del tacto”) ponía el ejemplo de esta cultura como muestra de
una excepcional capacidad de estructuración espacial, abstracción
tridimensional e inteligencia mecánica. Algo que achacaba a dos hechos propios
de su vida infantil: el permanecer los primeros meses de su vida en contacto
cutáneo directo con la espalda de su madre, a través de un traje mochila
especialmente diseñado para compartir el calor de ambos seres; y, por la misma
causa, el haberse desarrollado con una visión del espacio circundante desde la
verticalidad y altura de los adultos, y no desde la horizontalidad de la cuna.
Indios Noatak sobre sus kayaks (Foto: ES Curtis).
"Cazando-pescando" desde un kayak (Foto: ES Curtis).
Por mi parte no
tengo más que admiración con respecto a muchas de las sabidurías y competencias
vitales de la cultura de los inuit. Hace ya casi 14 años me propuse indagar un
poco sobre la construcción artesanal de sus kayaks, y descubrí una ingente
cantidad de información, así como muchas referencias de personas que se dedican
actualmente a ello, con unos resultados preciosos y funcionales. La labor debe
llevar bastante tiempo de entrenamiento y aprendizaje, pero creo que merecerá
la pena. Además, el coste en materiales parece ser muy escaso. Tan sólo será
cuestión de paciencia, cierta habilidad, información, tiempo, espacio y mucho
cariño. No me he puesto a ello aún, pero ahí queda la idea, aguardando a una
merecida jubilación, por la que aún no tengo prisa, pero que tarde o temprano
acabará llegando. Una de las ventajas de poder ser capaz de hacerse uno su
propio kayak (más que retro será ancestral) es que puede inspirarse en un
aleutiano o uno de la Bahía de Baffin y nadie podrá venirle a poner pegas
porque sus “componentes” no sean los originales, ni tendrá que sufrir las
fiebres y las tendencias del mercado (siempre especulativo) de las antigüedades
“de marca”.
Por si alguno
decide animarse a esto de la etnografía del kayak, imprescindible visitar el
canal de documentales inuit de la National Film Board:
[1] SANDS, RR: “Sport Ethnography”.
Human Kinetics. Champaign, 2002.
[2] MCDOUGALL,
Ch: “Nacidos para correr. La historia de una tribu oculta, un grupo de
superatletas y la mayor carrera de la historia”. Debate. Barcelona, 2011.
[3] FINN, A:
“Correr con los keniatas”. Una búsqueda épica y personal para descubrir los
extraordinarios secretos de los mejores corredores del mundo”. BSA. Barcelona,
2013.