"BIG BANG BIG BOOM" por BLU (no abandono la pintura, pero puestos a escribir
sobre creatividad, me ha parecido interesante traer el enlace de un cuadro "vivo",
integrado en el paisaje real, etc.).
Personalmente considero la
creatividad como una cualidad humana fundamental. Admiro a las personas
creativas, así como algunas de sus producciones, tanto en el campo artístico,
como muy especialmente en el utilitario. Y cuando estética e ingenio funcional
se integran, entonces el producto conseguido me seduce especialmente. Algunas
de las embarcaciones “personales” y no motorizadas que ha ido creando el ser
humano a lo largo de su historia, son ejemplos de esto a lo que me refiero. En
especial, desde luego, la concepción de los kayak esquimales, que constituyen
un perfecto ejemplo de optimización práctica y bonita, ante un banco de
recursos de lo más parco. Un armazón de palitos y maderas arrastradas por la
marea, unos huesos, unas sogas procedentes de restos animales y unas pieles,
toman la forma de un sólido “esqueleto” y un impermeable casco de navegación
eficaz. Dejo una potencial profundización en el asunto para algún escrito
posterior. Ahora me vuelvo a la creatividad.
En el caso de los patines, me
parece que transformar algunos resbalones accidentales, en un gesto cíclico de
locomoción, supone todo un logro de creatividad motriz. Ignoro a qué gentes y
de qué época temporal o localización geográfica se lo debemos, pero desde
luego, hay que reconocerles un gran mérito de capacidad de adaptación al
entorno. Primero vino sobre el hielo, a través de diferentes tipos de cuchillas
o sucedáneos de las mismas. Lo de las ruedas acopladas al calzado fue un ensayo
relativamente reciente. He leído por ahí que el inventor “oficial” (aunque
algunos hablan de un desconocido alemán que diseñó algo tosco y poco eficaz
allá por el año 1700), fue un músico belga llamado Joseph Merlin, quién acopló
unas ruedas de metal a unas botas y los presentó en sociedad, patinando él
mismo, mientras tocaba el violín, hasta que acabó chocando con un valioso
espejo que dejó hecho trizas (la creatividad siempre fue cosa de audaces). Aquellos
hechos ocurrieron en 1760 aproximadamente. Lo que está claro es que el patinaje
sobre ruedas nace de la evocación humana por reproducir el deslizamiento sobre
hielo y poder trasladarlo a entornos no necesariamente gélidos, algo que llegó
con retraso, al menos tanto, como una mínima proliferación de pavimentos lisos
y duros sobre los que poder rodar. Colocar las ruedas a los pies no ha tenido
tantas variantes de concepto como nos pudiéramos imaginar. Dejando a un lado alternativas
alejadas del concepto de los patines, como son los monopatines, patinetes y
derivados, un vistazo rápido a la historia de los patines sugiere que, pese a
una enorme variedad de detalles y acabados, se han dado tres tendencias
diferenciadas en la concepción de los patines sobre ruedas.
Una minoritaria, que intentó
“abrazar” una o más ruedas de diámetro considerable, a las piernas del
“insensato”. Otra precursora, que supuso la “prehistoria” de los actuales
patines “en línea”. Y otra invasora, que a lo largo de mucho tiempo (al menos los
siglos XIX y XX), consiguió que la disposición de cuatro ruedas emparejadas
paralelamente en cada patín, tuvieran un efecto globalizador en todo el mundo
civilizado, hasta la resurrección del concepto “en línea”.
Versión de ruedas "abrazadas".
Precursores de los patines en línea.
Un primitivo modelo de "quads" convencionales.
En cualquier caso no pretendo
escribir un artículo de historia. Ni tampoco sobre kayaks o patines en esta
ocasión. Nada de eso, la cuestión tiene que ver con la creatividad, y más
concretamente con los frutos que dicha cualidad humana llega a producir en el
mundo de la bicicleta. El tema es un pozo sin fondo, tanto desde un punto de
vista histórico, con toda la evolución de la industria de las bicicletas y sus
complementos, como desde una perspectiva contemporánea, pues parecemos atender
a toda una resurrección de la industria ciclista, en la que el irrefrenable
interés actual por el diseño y los avances tecnológicos de última generación, aparentan
ir de la mano, para alimentar la nueva demanda de necesidades ciclistas que
crece progresivamente, a través de “commuters”, ciudadanos saludables,
deportistas, aventureros, viajeros, alternativas de movilidad, etc. Ante tan
ingente panorama de posibilidades, no pretendo establecer un ranking de
inventos ciclistas fundamentales para la humanidad, y menos aún “jibarizar” un
posible catálogo de productos creativos relacionados con la bicicleta. Tan sólo
me voy a limitar a exponer algunas pocas invenciones, con las que me he ido
topando recientemente, y que en mi fuero interno, han despertado suficiente
sensibilidad e interés como para merecerse el premio de tener un hueco en mi
parrafada. No entraré a valorar si son muestras buenas o malas, con futuro o
sin él, etc. Simplemente se trata de un puñado de ideas creativas, generadas,
¡sin duda!, por personas a quienes les apasiona la bicicleta.
El primer invento me lo encontré
en mi centro de trabajo. En el Instituto en el que doy clase habían convocado
un concurso de lutieres. Los chavales tenían que diseñar y construir algún
instrumento musical de creación propia e incluirlo en una exposición temporal
que se instaló en el vestíbulo del centro escolar. Allí había de todo, la mayoría
inspirado en instrumentos convencionales. Unos basados en la percusión, otros
de viento, de vibración de cuerdas, etc. Algunos sonaban bien y otros regular,
o incluso nada. Había concepciones prácticas y otras más artísticas, con
diferentes compromisos entre la eficacia de la función sonora o el interés por
el aspecto. Pero al final me topé con un ejemplar “científico”, simple pero
ingenioso, un artefacto basado en dos botellas de plástico, cargadas con aire,
inflado a través de sendas válvulas de cámara de bicicleta, cada una de ellas
con una presión muy distinta, de forma que cuando las golpeabas con una
baqueta, la percusión provocaba dos sonidos claramente diferenciados. Ahí queda
eso.
Tres detalles del ingenio estudiantil al servicio de la música.
Mi amigo Jesús, en una exposición
que visitó en su reciente estancia profesional por Oregón, me envió una foto de
otro invento ciclista muy peculiar: una bicicleta asistida por motor ¡de vapor!
Pero no estamos ante una propuesta antigua ni mucho menos, se trata de un
prototipo confeccionado en 1984. No es cuestión de que el lector se ponga ahora
a lanzar calificativos poco edificantes sobre el inventor de tan peregrina
sugerencia, porque sin duda se trata del fruto de la imaginación de un
romántico. Un apasionado por lo retro, por el ciclismo y por el vapor. Así pues
tiene todos mis respetos, independientemente de que todos tengamos claro que
las soluciones eléctricas parecen mucho más prácticas, viables y eficientes; y
algunos consideremos que en realidad no les hace falta motor alguno a las
bicicletas. Aquí de lo que se trata, probablemente, es de un ejercicio de
creatividad técnico-emocional, y por mi parte no tengo más que alabanzas.
Bicicleta de vapor
De hecho, puestos a diseñar una
motorización eficaz y compatible con una amplia generalidad de las bicicletas
actuales, pocas propuestas he localizado tan sugerentes como la rueda
motorizada de Pedestrian, la cual puede instalarse casi sobre cualquier tipo de
bicicleta convencional. Su diseño es fascinante, su compatibilidad
enriquecedora y su integración radical, pues se maneja con una aplicación de
teléfono “inteligente”, que puede posarse sobre el manillar. Anteriormente ya
me había topado con motores diseñados para ser acoplados en bicicletas
convencionales, incluso con ruedas independientes motorizadas (sobre todo
delanteras y con limitadas posibilidades de dosificación), pero en esta ocasión
la estética, las variantes de funcionamiento y la posibilidad de montarla
fácilmente en tu propia bicicleta me parecen de lo más afinado. No hay que
preocuparse, porque no tengo ninguna intención de sucumbir a sus encantos, sin
embargo, reconozco que no le haría ascos a la oportunidad de tomar prestada una
de estas ruedas, montarla sobre una de mis bicicletas de carretera y comprobar,
durante una temporada suficientemente larga, si me cambia la vida el disponer
de una bicicleta ligera y eficaz dotada de una motorización asistida de mínima
expresión.
Detalles de la rueda Superpedestrian.
Y ahora un detalle modesto pero
práctico. Los Reyes Magos me dejaron las pasadas Navidades una misteriosa
cajita posada entre algunos otros presentes. En su interior venía una lámpara
de LED para bicicleta. Bonita, pequeña y con forma de linterna de tubo
convencional. Traía su correspondiente soporte-anclaje para manillar, lo
suficientemente bien pensado, como para que el soporte se quede en la bici y la
linterna te la puedas llevar en el bolsillo cuando aparcas la bicicleta, para
evitar hurtos. Hasta ahí todo normal, moderno y “de diseño”, pero normal.
Incluso la potente capacidad lumínica, en versión de “corta” o “larga”, también
podemos ya considerarla normal gracias a la tecnología LED, que nos ha cambiado
la vida en este aspecto desde hace poco tiempo. Lo que ya no es tan habitual,
aunque afortunadamente también empieza a
normalizarse, es que en vez de pilas, el utensilio funcione con baterías
recargables a través de un puerto USB con el ordenador. Ello tiene múltiples
ventajas y un inconveniente. Las primeras son obvias (reducción de coste,
inmediatez a la hora de renovar los depósitos de energía, comodidad, etc.). El
inconveniente aparecerá casi exclusivamente en el caso de abordar un largo
viaje en el que el entorno no propicie opciones en las que insertar la clavija
en cuestión. Poco problema, teniendo en cuenta que cuando uno se mete en rutas
naturales, no suele pedalear de noche, y en cualquier caso siempre podemos
funcionar a base de frontal con reserva de pilas suficiente. Así pues, la
novedad que hace que me haya animado a otorgarle una modesta mención a mi
linterna es que, además de la luz, dispone de la posibilidad de conectar, de
modo permanente, opcional o intermitente,
un laser verde y llamativo que proyecta sobre la calzada una imagen de
una bicicleta, unos metros por delante de la misma, de manera que pueda ser
bien visible de forma anticipada y cubriendo algunos posibles ángulos muertos
para los conductores. Mis felicitaciones, por si fuera poco, el laser inhibe
completamente su funcionamiento cuando no está fijado al soporte de sujeción de
la bici, para evitar que algún cretino utilice el rayo contra otras personas.
Y de lo sencillo volamos hacia lo
complicado y nos adentramos en los terrenos de la ciencia-ficción. ¿He escrito
volamos? Pues he hecho bien, porque de eso se trata, de la primera bicicleta
voladora que he visto funcionar. Saber he sabido de otras, de las cuales tengo
fotografías, referencias, documentación, estudios y hasta planos, pero nunca
las había visto en funcionamiento. Sin embargo, en cierta ocasión, ya no
recuerdo a través de quién o cómo, di con un video en el que un ciclista
accionaba durante unos segundos un desmesurado artefacto volador con aspecto de
DRON gigante. La cuestión está aún muy lejos de hacerse posibilidad viable.
Supongo que no llegarán a ver mis ojos, y menos aún a sentir mis piernas, el
que los ciclistas seamos capaces de poder volar a pedales, de forma autónoma,
segura y disfrutando, pero si algo voy aprendiendo a medida que voy cumpliendo
años, es que muchos avances que poco tiempo antes parecían osadías o sueños
imposibles, pueden llegar a convertirse en detalles de absoluta cotidianeidad
sin que casi nos demos cuenta de ello, así que ya veremos. En cualquier caso me
atraen más las propuestas de los “frikis” del grupo HPF (Human Powered Flight)
de la RAeS (Royal Aeronautical Society), porque van consiguiendo vuelos en
línea, con trayecto…
Bicicletas voladoras o aeroplanos a pedales (en términos técnicos:
vehículos voladores de propulsión humana).
Y para acabar algo mucho más
terrenal, práctico y primario. Una cuestión de ingenio creativo, adaptación a
los nuevos tiempos y utilización de las nuevas tendencias de relaciones humanas
a través del concepto de redes sociales, al servicio de los verdaderos nómadas
de la bicicleta. Lo de primario lo digo porque no busca otra cosa que facilitar
a los viajeros la satisfacción de necesidades tan básicas como el descanso, un
techo o una higiene reparadora. No estamos ante un ejercicio de diseño estético
o de ingenio tecnológico, sino ante una propuesta lógica en beneficio de
ciclistas de carácter cooperativo y vocación social. Se trata de un “sitio web”
que bajo la evocadora denominación de “warmshowers” (duchas calientes; https://es.warmshowers.org/), sirve de
soporte colaborativo para que, anfitriones y viajeros, vayan creando una red de
contacto a través de la cual, los ciclistas nómadas, puedan localizar
potenciales anfitriones que, a lo largo de su ruta, les ofrezcan una ducha, una
cama, un sofá, un cobertizo, o simplemente un trozo de terreno en donde poder plantar
una tienda para pasar la noche. Sin duda una idea interesante, no exenta de
peros, dudas, aprensiones, etc. pero algo digno de dar a conocer, encomiable como iniciativa, y que ya veremos
si, poco a poco, va cuajando por nuestro territorio.
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