“La silla en que cabalga el caballero significa seguridad de
corazón y carga de caballería, pues así como la silla está seguro el caballero
sobre su caballo, así la seguridad de corazón hace estar de frente al caballero
en la batalla, por cuya seguridad la ventura se hace amiga de la caballería. Y
por seguridad son despreciadas muchas cobardes jactancias y muchas vanas
apariencias, y son frenados muchos hombres que no se atreven a pasar adelante
en el lugar en que un corazón noble hace que esté seguro el cuerpo del
caballero; y es tan grande la carga de caballería que por cosas ligeras no se
deben mover los caballeros”.
Ramón Llull (“Libro de
la Orden de Caballería”; 1275)
Cuenta la leyenda que en tiempos medievales, la población
de Montblanc y sus alrededores sufría la compañía de un feroz e insaciable
dragón, que tras haber liquidado gran parte de la ganadería comarcal, era apaciguado
con la entrega diaria de algún vecino elegido al azar. En determinado momento
le tocó en suerte a la hija del rey, pero tal y como acostumbra a pasar en los
cuentos tradicionales, ésta se libró gracias a la llegada de un caballero, quien
armado con una larga lanza, se enfrentó valerosamente al dragón y acabó con su
vida. Cuentan igualmente que de la sangre salpicada del dragón, de cada gota
derramada sobre la tierra, surgió un rosal rojo. La cuestión es que el
Monasterio de Poblet, hoy en día lo encontramos por aquellos andurriales, todo
él rodeado de hermosas y “bien peinadas” viñas, y proliferan los rosales en muchas
de las cabeceras de sus filas. Viñas nosotros no tenemos (aún) pero rosas sí,
desde siempre disfrutamos de un rosal en nuestra casita (casi cabaña) de la
montaña, y desde hace poquito de otro en el jardín de “casa”, y cada día me
gustan más y me hacen más compañía uno y otro. El tal caballero no era otro que
Sant Jordi (Jorge, Gorka…), patrón de Cataluña, tradicionalmente celebrado con
el regalo de un libro y una rosa. De rosas acabo de escribir, de libros no hace
falta porque cada entrada la comienzo con una cita literaria, pero de San Jorge
puedo añadir que, precisamente el pueblo donde nació mi padre, en el que pasé
varios veranos completos durante mi niñez y al que acudimos para algunas
reuniones familiares en la casa que allí conservamos, no es otro que Santiurde
de Reinosa (San Jorge).
(Grabación "de campo" de baja calidad, pero completamente real")
He empezando hablando de leyendas, caballeros y monasterios,
porque nuestro viaje al Penedés para participar en la Pedals de Clip, dedicó el
sábado a recorrer (en coche y con calma) la Ruta del Cister. La decisión fue
acertada porque tras un invierno cargado de nieve y una primavera tan lluviosa,
el campo catalán está en estos momentos convertido en un vergel, con una
exuberante explosión de hojas, hierbas y floresta. Las viñas están repletas de
hojas de parra, todo luce de un verdor que nos recuerda nuestra propia tierra
junto al mar Cantábrico. Las amapolas contrastan con sus pinceladas rojas impresionistas
por aquí y por allá.
La ruta del Cister integra, en su versión básica tres
monasterios que merece la pena visitar. Nosotros empezamos por el Real
Monasterio de Santa María de Poblet, el más extenso y afamado, catalogado como
Patrimonio de la Humanidad. Se trata de un conjunto con espacios civiles o
militares de defensa, y religiosos. Pese a que continúa siendo lugar de
residencia de los monjes, es visitable en una gran parte de su extensión.
Consta de varios edificios grandes, que incluyen los antiguos dormitorios en
forma de un amplísimo salón diáfano, el sobrio pero elegante refectorio, la
antigua cocina, salas de despacho y un precioso claustro gótico bastante
elaborado en su construcción. La iglesia es enorme y posee un espectacular
retablo esculpido con detalle en alabastro blanco, y justo enfrente del mismo,
a lo lejos, sobre las puertas de entrada, un órgano recién adquirido que parece
ser el más grande de Europa, encargado a una firma suiza especializada en este
tipo de instrumentos musicales (suerte que aún quedan por el mundo personas o
empresas de vocación artesana). Por cierto que tuvimos la suerte de poder
escucharlo durante nuestra visita.
Nuestra segunda parada fue más modesta y coqueta. Una
entretenida sucesión de curvas nos introdujo de lleno en campos más ondulados y
asilvestrados de Tarragona. Una zona preciosa que alguno aprovechaba para
recorrer peregrinando sobre sus botas o a lomos de un caballo o bicicleta. El
coche giraba en recovecos que nos descubrían una nueva vista parcial tan o más
bonita que la anterior. Las cepas aparecían en terrenos recortados en parcelas
irregulares e insospechadas localizaciones. Finalmente los olivos parecieron
hacerse cargo de la ocupación del terreno y eso significó la llegada a Vallbona
de les Monges. Allí, incrustado en el centro de un pueblo se encuentra el Real
Monasterio de Santa María de Vallbona. En este caso habitado por monjas, a las
que tuvimos la fortuna de poder escuchar rezar en cánticos, acompañadas por
otro órgano, nada más llegar a “sexta”. La visita fue entretenida, y nos mostró
un conjunto de mucha menor dimensión, bastante más sobrio en sus detalles de
construcción y con un claustro irregular en el que cada uno de sus cuatro
laterales fue construido en un siglo diferente. Todo ello a caballo entre el
románico y el gótico. Muy recomendable.
La última visita, fue en realidad la que más nos gustó.
No es que las anteriores no hubieran estado a la altura, cada una de ellas por
si sola hubiera merecido la pena. Lo que ocurre es que el conjunto del Real
Monasterior de Santes Creus, nos impactó aún más de lo que lo habían hecho los
dos anteriores. La zona sigue estando en el corazón de unos campos irregulares
y de gran belleza, surcados justo allí por el tajo de un lecho de arroyo. Al
monasterio se accede a través de una amplia plaza toda ella cerrada por casas
antiguas y con portón de entrada. Posee dos claustros: uno muy elaborado y
elegante, de un gótico fino y estilizado, y otro exterior, más sobrio pero
maravillosamente complementado por un jardín fresco y con elevados ejemplares
de cipreses. Al igual que en los casos anteriores, cada cual en acorde
proporción a su dimensión general, este monasterio también mostraba sus
dormitorios, cocina, refectorio, iglesia, etc. y hasta una residencia
palaciega. En definitiva, un hermoso viaje en el tiempo que supo trasladarnos a
épocas de monjes cistercienses, grandes órdenes, caballeros, gestas y un ritmo
de vida contemplativo, o al menos infinitamente más calmado y sencillo.
Ritmo del que pronto salimos cuando aprovechamos las Fires
de Maig de Vilafranca, para “marcarnos” unos tramos de slot. Efectivamente,
entre todo el tumulto de gente visitando el pabellón del motor, tuvimos la
oportunidad de poder disfrutar de cuatro largos tramos de los que tenían
preparados para un Rallye Open Interclubes. Fue algo interesante poder probar
la sensación de recorrer tramos tan largos y variados, sin posibilidad previa
de memorizarlos y diseñados para trazarlos completamente por el interior de las
curvas. Algo diferente a mi práctica habitual de rallyslot y que no hubiera
estado mal haber podido prolongar un poco más de tiempo, de haberlo encontrado
en un ambiente menos ferial. En cualquier caso, una experiencia estupenda y por
sorpresa, nada planificada, así pues, bienvenida.
Pese a lo que este relato pueda haber sugerido hasta el
momento, no perdimos el norte durante el fin de semana con respecto al objetivo
principal del mismo: la participación en la Pedals de Clip. En esta ocasión me
acompañó Myriam, por lo que lo hicimos en nuestro veterano tándem Dawes, que se
portó de maravilla. Durante el tiempo previo a la salida, tras los preparativos
del equipo, pudimos disfrutar del saludable ambiente, empezamos a admirar
bicicletas y a ser igualmente ponderados por nuestra flamante máquina.
Entablamos conversación con algunos participantes y observamos con deleite las
motocicletas de época que nos servirían de apoyo en cruces y recorrido. El día
era ventoso y fresco. La lluvia llegó a amenazar en algún momento, pero nunca
apareció, aún así, rodamos en manga larga. Al principio pedaleamos en un grupo
bastante nutrido. Éramos 150 participantes, más las motos y algunos ciclistas
de apoyo de la organización, lógicamente el paquete se estiraba, pero no lo
suficiente como para que no estuviéramos acompañados todo el tiempo. Esto
permitía la charla, la camaradería, las bromas y la observación, y casi estudio,
de las diferentes monturas a las que adelantábamos o por las que éramos
superados. Encontramos ciclistas muy avanzados en edad (hasta 85 años y en
plena forma), gente joven fascinada por este viaje en el tiempo, algunas
mujeres, y pese a la mayoría catalana, algunas procedencias de una variada
parte de la geografía española. Cuando vas en tándem, siempre llamas la
atención, es algo inevitable. Y si lo haces en un evento, como fue el caso, en
el que el único tándem es el tuyo, entonces tienes garantizados los saludos,
ánimos, comentarios y conversaciones durante todo el trayecto. Es pues un buen
recurso socializador. El trayecto nos llevó por carreterillas muy estrechas,
tranquilas y agradables entre los viñedos. Pese a lo llano del perfil, un
constante atravesar de arroyos y lechos de agua, provocaba repentinos y cortos (pero
abruptos) descensos y sus correspondientes ascensos, que te exigían estar muy
atento y previsor con el cambio, además de ejercer de efecto rompepiernas y
endurecedor. La gente debía haber apurado mucho en cubiertas, porque nos
sorprendió la gran cantidad de pinchazos que encontramos en las cunetas. Por
cierto que esta parte incluía un tramo de unos pocos kilómetros no asfaltados,
pero con un firme agradable y de buena ciclabilidad.
(Origen foto: La Pedals de Clip 2013)
Un poco más allá de mitad del recorrido tuvimos una
deliciosa parada de avituallamiento en Bodegas Torres. El queso, el pan-tomaca,
el picoteo y especialmente los estupendos vinos, nos ayudaron a reponer el
ánimo (más que las fuerzas, aún poco gastadas). Tanto, que el regreso a los
pedales resultó aún más animado. Esa parada sirvió además para poder disfrutar
más todavía de la observación detallada de las bicicletas, así como para
entablar conversación más serena con diferentes participantes. Todo ello en un
ambiente de cercanía, alegría y ganas de pasarlo bien. Nosotros en esta ocasión
optamos por un tinto ligero delicioso, del cava artesano ya habíamos disfrutado
con holgura la noche del viernes en casa de Montse (siempre tan atenta,
generosa y detallista).
La segunda parte resultó más exigente. Se pedaleaba más
aislado, ya que algunos optaron por un recorrido más corto, y así el grupo se
vio algo reducido. Además no hubo ningún reagrupamiento y los ciclistas nos fuimos
dispersando poco a poco. Los cruces más delicados estaban “protegidos” por la
organización, y el recorrido perfectamente señalizado. El trayecto se
desarrollaba por zonas campestres de orografía cambiante, con sucesiones de
breves ascensos y descensos, en un constante ondular del territorio, que poco a
poco iba endureciendo la etapa. A ratos llegábamos a rodar solos, aunque casi
siempre tenías a alguien a la vista por delante o por detrás. Incluso llegamos
a rodar entre bosque, antes de alcanzar una cuenca que girando poco a poco nos
acercó hasta San Martí Sarroca para acometer el ascenso final a su conjunto
histórico, formado por una preciosa iglesia románica y un castillo medieval
anexo. La subida la tomamos con ganas e ímpetu, y la ascendimos con soltura,
agradeciendo sobremanera los generosos ánimos del público y de nuestros amigos,
apostados en algunas de las horquillas. En la meseta medieval del castillo y la
iglesia estaba el arco de llegada, el avituallamiento final y un gran gentío formado por los ciclistas clásicos,
organizadores, familiares y amigos. Un excelente ambiente de satisfacción y
alegría. Se sucedían las fotos, el picoteo, los comentarios sobre las anécdotas
y los tragos de la riquísima cerveza artesana con la que la organización nos
obsequió. La jornada incluyó un homenaje al recientemente fallecido ciclista
Miguel Poblet y a su inseparable escudero Vicenç Iturat (allí presente), para
lo cual asistieron un buen puñado de exciclistas profesionales catalanes,
algunos de los cuales habían completado la ruta con nosotros.
(Origen fotos: La Pedals de Clip 2013)
El viaje
resultó un acierto completo y un enriquecimiento cultural y humano más. En
cuanto a la ruta vintage, una experiencia deportiva muy recomendable por lo
bonito del recorrido, la excelente organización y la fantástica compañía: 150
auténticos ciclistas retro, todos ellos con ganas de pasárselo bien, sin afanes
competitivos, orgullosos y a su vez admiradores de las bicicletas allí
concentradas. La Pedals de Clip dio sin duda muestras evidentes de que esto de
las rutas en bicicleta clásica es una tendencia en auge, que va alcanzando
popularidad e interés, recuperando a ciclistas que lo fueron y sorprendiendo a
aquellos jóvenes atraídos por las nostalgias escuchadas o leídas sobre tiempos
pasados. Pero no se trata sólo de ciclismo, se trata de espíritu deportivo
(aquel sobre el que he escrito en ocasiones anteriores), de disfrutar de los
productos naturales tradicionales (olvidando la obsesión por las sales
minerales y aminoácidos de cadena ramificada), y de aprovechar los viajes para sumergirse
en el patrimonio natural y cultural de las comarcas visitadas (y no viajando en
plan relámpago para limitarse a vivir exclusivamente la prueba deportiva, como
si de un deportista profesional con un calendario abarrotado se tratase). Ya
pasé por aquello hace años, y puestos a elegir, me quedo con esta nueva versión
de la asistencia a eventos deportivos. Sin ir más lejos, entre las cosas que
nos hemos traído del Penedés destacan: una preciosa gorra clásica de ciclismo
(en vez de la consabida “finisher T shirt”), una garrafa de aceite de la
cooperativa de Vallbona, y unas botellas de cava artesano sin marca (en vez de
puestos, tiempos o detalles de tecnología deportiva).
Fantástica narración !!
ResponderEliminarSaludos.