viernes, 16 de agosto de 2013

33. L’HISTORIQUE



“El récord de la hora constituye (o constituía) uno de los trofeos más bellos del ciclismo. De Oscar Egg hasta Eddy Merckx. Pasando por Coppi, Anquetil, Riviére, etc, cada corredor que ha mercado época se dedicó al récord de la hora. El esfuerzo a realizar es extraordinario. […]


Digamos, en primer lugar, que la demostración de Francesco Moser en Méjico, en su conjunto, su estudio, concepción, organización y realización, es todo un modelo en su género. Ha sido llevada magistralmente, enmarcándose en la evolución del deporte ciclista y que no puede dejar indiferente a todo aquél que esté interesado en el avance científico”.

Jean Wauthier (principal opositor a la homologación del récord de la hora de Moser).

Reconozco que a causa del parón veraniego, me ha dado pereza y me ha costado arrancar el viaje a esta nueva cita “ciclotemporal”. Pero menos mal que una vez más he superado mis perezas e indolencia y me he puesto en marcha, porque realmente ha vuelto a merecer la pena y la temporada ciclo-retro se sigue enriqueciendo. A Marmande, a L’Historique he ido sólo, y he recortado el fin de semana, que iba a ser de viernes a domingo, dejándolo en de sábado a domingo. Myriam anda sin vacaciones y algunos compromisos familiares se nos acumulaban, así que finalmente optó por no desplazarse. La verdad es que la he echado de menos, muchas cosas de las allí vividas, le hubieran hecho disfrutar muchísimo.


Marmande es una localidad francesa que está a caballo entre la dimensión de una ciudad muy pequeña o un pueblo grande. No es bonita ¡ni fea! Pero comparativamente, con respecto a la enorme cantidad de pueblos con verdadero encanto que conozco en Francia, este lugar, siendo tranquilo y agradable, no destaca por nada en especial. Sin embargo, está situado a orillas del Garona, tiene un casco antiguo semi-peatonal, o suficientemente estrecho y controlado como para hacerlo cómodo para los peatones, y una agradable alameda en la que se ubica su feria.

Geográficamente me es difícil de situar. Quiero decir que está emplazada entre las Landas (al nordeste de sus llanuras, extensos bosques de coníferas y típicas granjas y casas de adobe y madera), Burdeos (concretamente al este de tan entretenida, agradable y estilosa ciudad; no lejos de St. Emilion y la comarca vinícola que da fama a dicha capital sureña), ni de los valles del Dordogne y del Lot (en mi opinión dos de las áreas más encantadoras del entorno rural francés) y muy cerca de Las Bastidas (comarca de La Gascuña, origen familiar de d’Artagnan y plagada de pequeños pueblos con “bastidas”, características plazas, muchas de ellas cubiertas en las que se centraba y desarrollaba toda la actividad comercial, social, política y pública de cada pequeña zona territorial). Toda esta mezcolanza e integración geográfica me complicaba inicialmente definir hacia dónde viajaba realmente, especialmente teniendo en cuenta que a todos los territorios citados había viajado con anterioridad y en varias ocasiones, habiéndome generado cierta apreciación cultural, paisajística y cartográfica. Sin embargo, una vez allí, al poco de llegar, ya adquirí impresión suficiente como para poder permitirme el atrevimiento de definir la zona como la de “Las granjas del Garona”. El río aquí marca la importancia y el destino de las tierras que lo bordean, que no es otro que el de la agricultura y la producción vegetal o animal. Y como prueba de ello, la circunstancia de que L’Historique es un evento más, de los integrados dentro del programa de festejos de la Feria del tomate de Marmande.

Cuando a cualquier conocido le explico que he ido a un evento ciclista a la feria del tomate de un pueblo del sur de Francia, todo el mundo imagina que aquello ha sido una batalla campal a base de tomatazos (el poder de la televisión, sin duda alguna…). En realidad no tiene nada que ver. Allí se trata de unas fiestas populares veraniegas en las que la disculpa es la producción local de tomates, que se acompaña de otros muchos productos alimenticios naturales y tradicionales de la comarca, así como de todo un homenaje a los vehículos antiguos y a las tradiciones rurales. En realidad no parece muy famosa la feria en sí, había muy buen ambiente, pero nada de aglomeraciones o éxodos de tráfico rodado o masas ingentes de personas. Ha sido un evento manejable, cómodo y a la vez muy animado. De todas formas siento cierta debilidad por las fiestas populares en Francia, y empiezo a haber estado ya en unas cuantas. Suficientes como para haberme podido formar una opinión. Los vecinos las viven y participan de ellas independientemente de su edad. Desde abuelos hasta los más pequeños, pasando por adolescentes, niños, adultos, etc. Hay dos ingredientes importantes para que ello sea posible. Uno la sana costumbre de organizar un gran espacio (cubierto o al aire libre) con amplia disposición de largas mesas corridas, en las que la gente, las familias, los vecinos, los locales o los turistas, nos sentamos a comer y a cenar, ya sea comprando un surtido de comidas y bebidas de los puestos de gastronomía local, o bien participando del menú comunal que la correspondiente comisión de festejos (o como quiera que se llame allí) ha organizado. Estos ágapes le facilitan la socialización, tanto a los locales, que se reúnen en cuadrillas de amigos o en grandes familias, como a los foráneos que pronto nos sentimos arropados, curioseados e integrados. El otro ingrediente importante (y que lamentablemente estamos perdiendo en nuestro país) es una orquesta, banda o grupo, sin fama, pero con gran profesionalidad, que se dedica a animar el cotarro interpretando canciones y “pupurris” aptos para todas las edades, basándose alternativamente en canciones modernas conocidos por todos, algún hit reciente, canciones nacionales populares, música tradicional de feria y temas que la gran mayoría de edades puedan corear o bailar. Todo muy alejado de las sucesivas plagas musicales que han ido amenizando (y destruyendo) las verbenas de demasiados pueblos españoles: primero los ritmos caribeños que cual cangrejo americano arrasaron en las romerías de la cornisa cantábrica, y ahora la nefasta tendencia de los DJs que han convertido las verbenas en coto privado de caza exclusivo para adolescentes, haciendo huir de allí a niños, adultos, mayores, visitantes, etc.

Por supuesto visité la feria con calma, degusté y admiré los tomates (hablan de unas 200 variedades diferentes de formas, tamaños, texturas, colores y sabores), repasé los puestos, compré una estupenda bomba antigua de bicicleta, fotografié vehículos, me entretuve con la banda musical y me contagié del espíritu festivo familiar, local y rural de la gente.



En Marmande he notado además, tanto en la feria general como en el evento ciclista en sí mismo, una marcada afición y cultivo del patrimonio de antigüedades mecánicas. Al poco de llegar visité una vistosa exposición de motos y bicicletas antiguas con ejemplares muy interesantes. Por cierto había una nutrida representación de motos españolas de cross y trial (Bultaco y Ossa preferentemente).

 Un rincón completamente dedicado a bicicletas Bianchi

 Bicicleta de Eddy Merckx


Pero es que además, en la alameda, tomada agradablemente como recinto ferial, se exponían de forma abierta multitud de vehículos antiguos. Había coches y furgonetas que al día siguiente ejercerían de miembros de la caravana ciclista, verdaderas antiguallas motociclistas que también circularían mezcladas con nosotros cual enlaces de prensa, bicicletas muy antiguas y curiosas, vehículos o maquinaria agrícola y hasta una réplica de un aeroplano similar al de los hermanos Wright, construido a escala 1:1.



Peugeot del "director de carrera"

Centrándonos más en lo puramente ciclista. Viajar a Marmande ha supuesto viajar al pasado del ciclismo francés más genuino, aquel anterior al Tour de Francia. El de los velocípedos, antes de la irrupción masiva de las actuales bicicletas “de seguridad” que han ocupado la casi totalidad del siglo XX y parece que seguirán dominando el XXI. Era la época de Charles Terront y sus hazañas brutales sobre sus velocípedos. Aquí estaba todo un equipo de ciclistas sobre tales artefactos y a lo largo de la tarde del sábado nos deleitaron con algunas carreras urbanas alrededor de la alameda. Desafortunadamente se produjo una caída. Éstas son espectaculares, ya que a todos los ingredientes de cualquier caída ciclista actual hay que añadir el hecho de que el corredor se precipita desde unos dos metros de altura añadidos. El cacharrazo fue dramático, al sujeto no lo movían del suelo hasta la llegada de la ambulancia. Como soy todo menos morboso me retiré apenado de allí, pero al día siguiente los miembros del equipo participaron muy animados de las rutas por lo que deduzco que el incidente, pese a su espectacularidad, no debió tener consecuencias demasiado graves. Eso espero.

 El equipo

 El experto de los 80 km



El domingo eran las rutas. Había una opción corta de 40 km y otra más larga de 80. Me decanté por la segunda, que era la menos numerosa, formada por menos de 30 ciclistas, pero con gran despliegue de vehículos motorizados de época. Si bien el equipo de velocípedos casi al completo optó por la corta, uno de ellos tomó parte en la nuestra, dándonos (durante 80 km) una auténtica “master-class” de cómo se circula en un “bicho” de esos: subiendo, descendiendo, trazando, frenando, etc. todo un alarde de habilidad, equilibrio, técnica específica, forma física y casi temeridad. Soltaba las piernas de los pedales para descender más rápido y en algunas curvas se descabalgaba a medias sobre un estribo trasero y frenaba la rueda pequeñas trasera con el zapato mientas daba curvas… Por si fuera poco, el escueto pelotón estaba invadido de ciclistas italianos, había asistido toda una delegación de aquel país, de forma que casi se escuchaba más italiano que francés mientras rodábamos. No sé si será que andan ya calientes preparando L’Eroica. Entre ellos, destacando, muy celebrado y con constante referencia a su figura por parte de los organizadores, nada más y nada menos que Francesco Moser. Por cierto un tipo muy discreto, asequible y majo. En cada parada le agasajaban o distraían con fotos, entrevistas, regalos y homenajes, aunque él pedaleaba entre medio con cualquiera de nosotros y en muchas ocasiones intentaba pasar desapercibido como uno más.

  Moser (en primer término) relajado junto al canal.

Para mí ha sido un honor y una circunstancia muy emotiva pedalear con Moser e incluso brindar y tomarme un blanco con él. Moser ganó el Giro del 84 (justo el año que suele considerarse como límite de lo que es una bicicleta clásica); además quedó segundo en tres ocasiones y tercero en otras dos. Fue un ciclista “italiano” que se prodigó poco por el Tour, que ganó muchos campeonatos de Italia y uno del Mundo (año 1977; además de otro de persecución individual) y sendas “platas”. Pero por encima de todo, si por algo se le recuerda es por haber batido el récord de la hora por dos veces consecutivas en 1984, doce años después de la impresionante marca del belga Eddy Merckx (“el caníbal”). Personalmente el récord de la hora siempre me fascinó. Lo estudié mucho profesional y académicamente considerándolo como uno de los dos laboratorios-competitivos-de campo del rendimiento ciclista. El otro era la fascinante prueba olímpica de 100 km contrarreloj en ruta para equipos nacionales de cuatro, desafortunadamente erradicada por la UCI del programa de competición hace ya más de dos décadas. El principal responsable de la preparación del récord de la hora de Moser fue F. Conconi (también Dal Monte tuvo bastante que ver). Científico al que personalmente debo mucho (posteriores sospechas sobre dobaje a parte), no sólo por sus escritos y avances de investigación, que tanto me han servido para mi trabajo a lo largo de muchos años, sino porque un concienzudo estudio y propuestas de desarrollo de su afamado protocolo de test de rendimiento, me permitió conseguir un importante premio del COE, así pues siempre estaré agradecido a su trabajo. Casualmente, precisamente estas semanas veraniegas me encuentro siguiendo un curso a distancia de la Universidad de Melbourne, impartido por Mark Hargreaves, fisiólogo que entre otros se encarga de la preparación de Cadel Evans (ganador del Tour de 2011 y del Mundial 2009). Soy un estudioso incorregible. Así pues, en honor a Moser, a Conconi y al récord de la hora, me voy a permitir un apéndice técnico en forma de breve ponencia on-line.

 


Volviendo a mi participación en L’Historique, me veo en la obligación de referirme a los minutos previos. Tal y como tenía pensado llevé la Alan, la cual arrastraba un poro casi desde el regreso de Manchester allá por marzo. Cúal fue mi sorpresa al comprobar que la leve fuga que aguantaba bien un par de días de presión de inflado en el tubular trasero de la bici, amanecía completamente baja tras el hinchado nocturno de última hora. Total que después del madrugón, aún tuve que quitar el tubular, engomar el nuevo de repuesto y pegarlo a toda prisa esperando no llegar tarde a la tempranera salida. Si, lo confieso, acabé con las dos manos pringosas y así se mantuvieron durante casi toda la jornada ciclista. Eso sí, el tubular quedó perfecto tras la “pelea” y afortunadamente no pinché y terminé el recorrido completo sin incidentes.

La ruta resultó muy agradable. Un constante deambular por granjas y tierras de labor, alternado con la travesía de pequeñas localidades rurales de esta Francia tan agrícola. Algunos pueblos eran de aspecto moderno, otros más antiguos. Hubo varias paradas de descanso y refrigerio, tres de ellas tras las únicas breves pero acusadas ascensiones. La primera parada sirvió de desayuno y se celebró en una pequeña bastida con su plaza cubierta. La segunda (y más larga de todas) fue en un alto que coronaba un pueblo muy antiguo y cuidado. Allí disfrutamos de fiambres, pudding de carne, quesos, tinto cosechero… y una espectacular vista panorámica del Garona y sus alrededores desde lo alto del promontorio. Esta parada tuvo un componente institucional importante: se sucedieron discursos, fotografías y actos protocolarios. Desde un punto de vista exclusivamente ciclista un poco largo, pero teniendo en cuenta que este evento se celebra con el desinteresado y meritorio objetivo de ayudar a una causa que hace todo lo posible por minimizar los efectos de una grave enfermedad, bienvenidos sean los discursos y protocolos gracias a los cuales personas y entidades aportan diferentes apoyos al asunto. Otra parada fue en una bodega en la que pudimos degustar blanco, clarete y tinto. Me decanté por los dos primeros ya que del tercero me he traído una botella que formaba parte del regalo de inscripción. Me gustó especialmente el blanco, frío, muy afrutado y ligero. El trazado nos obsequió con carreteras secundarias, pedaleos junto al canal, cruce de esclusas y maravillosas rectas umbrías jalonadas por densas hileras de elevadísimos árboles perfectamente alineados (tales tramos me recordaban las carreteras del norte de España, las cuales, cuando yo era pequeño, estaban en gran medida bordeadas por árboles muy desarrollados, que daban sombra, protegían del viento y del sol y muchos de los cuales señalaban la ruta con la pintura blanca que cubría parte de sus troncos). La última parada se hizo junto al canal, que reposaba parsimoniosamente elevado sobre el jardín de un centro municipal. Allí tomamos una especie de “clarete de verano” y varios tipos de tomates, mientras esperábamos al grupo de la marcha corta, quienes aparecieron por una carreterilla estrecha junto al canal, por la otra orilla. Eran unos cuantos más que nosotros, incluían al equipo de velocípedos y sus propios vehículos antiguos de acompañamiento. Desde entonces, los últimos kilómetros finales los hicimos todos juntos, para acabar entrando a Marmande por su puente colgante. El formato de la marcha fue muy relajado, un coche realmente antiguo (un Peugeot Lion) abría la marcha y marcaba el ritmo con su petardeo, pendiente de que el grupo no se estirara demasiado, nadie se perdiera, el tráfico que viniera de frente se apartara y todos nos reagrupásemos en determinadas zonas o lugares. Esto significaba poder ir rápido en las subidas, tranquilos en el llano y tirando a lentos en las bajadas, aunque los 80 km fueron preferentemente llanos. Por detrás cerraban la comitiva el resto de coches y furgonetas antiguas, mientras que en medio circulaban arriba y abajo algunas motos de época. Además había bastantes motos modernas con pilotos ataviados con chalecos reflectantes que pasaban a menudo, pues se encargaban de blindarnos absolutamente todos los cruces de la ruta. Lo dicho: un rodar absolutamente despreocupado.




Merece la pena hacer un comentario breve sobre los vehículos de acompañamiento. Había coches realmente antiguos, que arrancaban con la clásica manivela, una réplica moderna de un Bugatti azul de competición, motos preciosas con unos acabados espectaculares y muy, muy antiguas funcionando perfectamente. Me impactaron especialmente los dos Peugeot Lion totalmente descapotados que marcaban nuestra ruta, una alargada moto con iluminación por carburo y hasta la lata de aceite de repuesto ubicada en su horquilla delantera, y otra mucho más ligera de propulsión motorizada asistida por pedaleo eventual. Pero, claro, con esto de los clásicos ocurre que cada cual tenemos nuestras debilidades, que muchas veces se ajustan a épocas o tendencias estilísticas concretas, y no es casualidad que, aún con un valor histórico menor, yo me quedara especialmente prendado de una Norton monocilíndrica de los años 50, pilotada por un hombre que portaba una mochila de lona deslavada, idéntica a la que recuerdo que llevaba mi padre a la montaña cuando yo era muy pequeño; así como de un precioso descapotable Triumph TR3, azul clarito e impecable. Mención especial merece también el tractor que sonaba como un barco de vapor del Mississippi y remolcaba una enorme plataforma de madera con unas cuantas pacas de paja que servían de acomodo a ciclistas, bicicletas y velocípedos que por diferentes causas tuvieron que hacer uso de este espectacular “coche-escoba”.

 Triumph TR3

"Coche (tractor) escoba"

Puestos a comentar los vehículos, me parece interesante señalar que en lo que respecta a las bicicletas se vieron dos tendencias preferentes claramente marcadas (tendencias que observé en el centenario del Tour en Anjou y que sospecho será especialmente evidente en L’Eroica). Una es la utilización de bicicletas de corredor al estilo de las que yo llevo y que casi podríamos fechar entre los años 30-40 hasta ahora (o 1984 tal y como, más o menos, marcan los reglamentos en estos eventos) sin que en las mismas se hayan producido cambios drásticos o muy llamativos. Las hay más o menos antiguas y con componentes más o menos desarrollados, mejor o peor cuidadas, tratadas o no y con geometrías ligeramente diferentes. Pero lejos de las miradas expertas, constituyen el tipo de bicicleta más mayoritario y conocido en lo que a las carreras se refiere. La otra tendencia es la de las bicicletas de carreras anteriores. Normalmente con manillares diferenciados, con aros o sin ellos, pero bajos. Cuadros robustos y alargados, ruedas notoriamente gruesas, componentes ostensiblemente rústicos y normalmente sin cambio de marchas. Estas bicis están muy de moda entre los ciclistas clásicos italianos, son atractivas y la participación con ellas en eventos de este tipo resulta especialmente meritoria. Me han gustado tanto, a lo largo de este año, que finalmente he decidido construirme una con calma, aprovechando un cuadro que tengo de una bici de carreras sin marca de los 70. Cada tendencia lleva aparejada su indumentaria: de corredor (con lana o sintético, pero maillot, culote y gorra ciclista o chichonera) o de pionero (maillot-jersey de lana, bolsillo frontal…, bombachos o culote primitivo, gorra de paseante y gafas de aviador).

El evento finalizó con una comida bajo las carpas del recinto ferial, todo él muy ambientado. Una bandeja con fiambres típicos y variadas porciones de ensaladas, platos de pasta, etc. De postre ¿cómo no? ¡quesos!. Una agradable y relajada forma de cerrar la visita. Tras un café para espabilarme, me despedí del organizador e inicié mi viaje de vuelta en coche, sin prisas. La temporada francesa de clásicas se ha consolidado para mí. Aún no sé si acudiré a las cercanías de París en septiembre, pero hasta ahora, la experiencia ha sido estupenda.


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