"Cuando pedaleaba, a veces tenía la sensación de que el paisaje me portaba, me encuadraba, me empujaba con una benevolencia infinita, una sensación extraña de formar cuerpo con la tierra, el mar, los acantilados a lo largo de la costa Cantábrica, las gaviotas que juegan con la brisa, la espuma del mar... Llegó un momento en que ya no daba a los pedales, en realidad, bailaba..."
Marie-Christine Bricard ("Pedaleando el Camino)
Tengo que afirmar con rotundidad, que a lo largo de todo el verano, mi práctica ciclista en Cantabria (o en La Montaña – je, je, je), me está haciendo olvidar otros destinos y no echar de menos posibles escapadas a territorios foráneos de fama reconocida por sus paisajes, puertos o montañas. Habiendo propuesto tantas citas, quedadas y planes; con todo tipo de bicicletas y compañía (de carretera, clásicas, de montaña, cicloturismo…); tanto por apetencia propia, como para tener buenas disculpas u ocasiones para seguir entrenando, el caso es que semana tras semana he vuelto a disfrutar de carreteras y recorridos de montaña, de pistas, de elevados puertos y de acumulaciones de desniveles. Los paisajes se han sucedido con variedad de perspectivas y panorámicas, demostrándome una vez más, lo que ya conozco de sobra y siempre aseguro (no sé si quizá con demasiada pasión): que este territorio es una mina de recursos y posibilidades para la práctica de un ciclismo deportivo, exigente, turístico, natural y maravilloso. Una breve estancia por Campoo, una ruta por la Coridllera, etc. me han ofrecido recientemente la posibilidad de volver a recorrer carreteras que hacía tiempo que no transitaba a pedales. Y la conclusión no ha sido otra que placer, enmarcado dentro del esfuerzo y el sacrificio físico, pero placer al fin y al cabo.
Disfrutando de las vistas en un punto intermedio del descenso de
Estacas de Trueba, hace tres días ¿20 años después?
Y La
Montañesa ha sido más de lo mismo. Nuestra quedada se realizó. Fue muy
minoritaria pero se hizo. La verdad es que en esta ocasión no hice esfuerzos de
difusión, para evitar asumir responsabilidades como organizador, así que no fue
más que una verdadera cita de amigos o conocidos. Y además, el hecho de hacerla
en mitad de agosto provocó que unos cuantos fieles que hubieran asistido con
sus bicicletas clásicas, no hayan podido hacerlo por tener compromisos
familiares o estar de viaje vacacional fuera de la provincia. El caso es que
había que ponerse en marcha y eso si lo conseguimos. Finalmente nos juntamos
seis: tres de mi círculo habitual y otros tres procedentes del entorno retro.
Como éramos pocos puedo enumerarlos:
- Jesús, amigo del que ya he hablado en otras ocasiones, que se apunta a casi todos mis planes, al menos a los que puede y que me acompañó al Tour de Trois en Basilea (con su Zeleris, a la que tanto cariño tiene tras haberse encargado de su puesta a punto).
- Guti (mi hermano), compañero de mil planes deportivos, persona de confianza con la que contar para colaborar con la buena marcha de las actividades, y al que el trabajo no siempre le permite unirse a más propuestas de esta índole (con una Alan muy similar a la mía).
- Roberto, forofo retro de Laredo, enciclopedia rodante y aficionado de gran altura (lo digo en doble sentido), por lo que siempre anda con dificultades para encontrar cuadros de su talla (aquí vino con su Rossini, aunque ahora anda ultimando una Zeus).
- Tomás, veterano del ciclismo, con gran palmarés de todo tipo de eventos y viajes, vecino de Vizcaya o de Lunada (depende del momento) y con una preciosa e inmaculada bicicleta del Kas de la época de Pesarrodona, Galdós, Perurena, Fuente, etc. Tomás es un almacén de anécdotas ciclistas, un agradable compañero de ruta.
- Carlos, triatleta y colega profesional, contactado a través del blog y que se estrenaba en esto de las rutas clásicas. Vino con su Torrot, de cuando era bastante más joven, así que le quedaba algo pequeña, pero ahí estuvo dándolo todo e integrándose estupendamente en el grupo.
- El firmante del blog (yo mismo), con la Alan de tantas otras ocasiones.
El grupo en Galizano, antes de la salida (Foto: Roberto Folía).
El día fue espléndido, soleado y caluroso, pero sin exceso.
La gente fue puntual y tras algunas fotos iniciales, salimos de la plaza de
Galizano sobre las 10. Todo el camino fuimos tranquilos, esperándonos unos a
otros, cambiando los emparejamientos para charlar (por los codos) y con
reagrupamientos al finalizar el ascenso de los puertos. Tras un tramo inicial
de carretera rápida fuimos enlazando pasajes muy secundarios en los que no
encontrábamos coches y pudimos hacernos los dueños de toda la calzada.
Transitamos por pueblos diminutos y disfrutamos de un tramo precioso, lleno de
vegetación, junto al río, por la Fuente del Francés. Pasamos por Hoznayo y
algunos kilómetros de curvas, pueblos, fuentes y cambios de perfil, hasta
encarar el ascenso de Fuente las Varas. Es un puerto de media montaña, que
asciende hasta los cuatrocientos y pico metros, sin grandes desniveles durante
un ascensión de 5 o 6 kilómetros. En el reagrupamiento del alto nos encontramos
a un trío de veteranos “modernos” y nos intercambiamos tomas de fotografías.
Curiosearon mucho nuestras bicicletas y uno de ellos, creo que salió convencido
de poner su reliquia “de cuando corría” a punto para volver a circular con ella
eventualmente.
El descenso hacia San Martín de Aras fue una delicia con su
fenomenal surtido de horquillas, eses, ciegas, rápidas, curvas que se cierran,
etc. Excelente asfalto y sin tráfico. El valle nos fue reagrupando en su
tranquilidad y nos aportó descanso mientras nos íbamos aproximando al segundo
puerto del día. Tras un desvío hacia la derecha (hacia el este), empezaron las
duras rampas de un ascenso que está dividido en dos partes, separadas por una
breve bajada. La primera parte es la peor, y se hizo notar sobre nuestras
piernas, especialmente por culpa de los desarrollos retro. En la “semi-cumbre”
nos reagrupamos y tras la bajada iniciamos la segunda parte, mucho más frondosa
y agradable (y un poquito menos pendiente) hacia La Bien Aparecida. Rodaba yo
adelantado con Carlos cuando una gran cantidad de buitres sobrevolando la zona
nos llamó la atención. Y allí, en mitad de una curva, varios enormes ejemplares
se congregaban en mitad de la calzada, devorando un tejón muerto (probablemente
atropellado). Bajamos de la bici y me acerqué poco a poco haciendo fotos
(lástima de teleobjetivo, es lo que tienen las compactas, que pesan y ocupan
poco, lo que es bueno para llevarlas en bici, pero malo para hacer buenas fotos
a cierta distancia). A medida que daba más pasos, los buitres iban arrancando
un último trozo y emprendiendo el vuelo. Al pasar por allí, Carlos retiró los
restos por seguridad vial y continuamos el ascenso sin prisa. La ruta corona
otro puerto medio y desciende un rato hasta el santuario, un tramo corto con
excelentes vistas a los valles y la cordillera. Ese era el único punto del
trayecto con cierto nivel de tráfico o gente, incluyendo algunos autobuses.
Repostamos agua, tomamos un refrigerio y nos despedimos de Carlos que salió por
delante porque llevaba prisa para asistir a un acontecimiento familiar.
Cornonando Fuente Las Varas.
El Grupo en Fuente las Varas (Foto: Roberto Folía).
Santuario de la Bien Aparecida.
El resto iniciamos lo que quedaba de descenso y enseguida
pedaleamos por la ribera oeste del Asón, con bonitas vistas del curso del río,
las primeras marismas de su desembocadura y las señoriales villas de la margen
opuesta (Limpias, Liendo…). El Asón es un río salmonero. En él se celebra un
afamado descenso en piragua, que sin alcanzar la fama del Sella, aporta interés
y bellas imágenes como los pasos de presas. Poco a poco nos íbamos acercando a
la costa. Tras un par de cruces atravesamos parte de las Marismas de Santoña,
circulando por la carretera de constantes puentes que te permite rodar con agua
a ambos lados de la misma. Estas marismas son una reserva ornitológica de gran
valor, y existen en ellas varios puntos acondicionados para la observación de
aves acuáticas. Otro desvío y otra carretera para nosotros sólos. Poco a poco
la ruta iba llegando a su final. Se sucedieron algunos pueblos bonitos de casas
de piedra y entorno verde y rural, todo ello por tramos secundarios y sin
tráfico, lo cual tiene su mérito en pleno fin de semana de agosto y con día
soleado. Pedalada a pedalada, con una única subida leve y bonitas, entretenidas
y sombreadas carreteras sin tránsito, alcanzamos Meruelo y Güemes. Allí nos
detuvimos a comer, en un bar tranquilo, en el porche, a la sombra. La mesa
estuvo muy animada, con proliferación de anécdotas. Tanto es así que estuvimos
mucho tiempo allí, sin prisa por volver al sillín. La casualidad quiso que el
camarero se interesara por nuestras monturas. Resultó ser todo un experto
coleccionista con una casa llena de bicicletas antiguas y un montón de motos
que él mismo restaura. Ahondando en el tema nos topamos con que Roberto lo
conocía de haberle comprado unas piezas para una Lambretta hace tiempo. Así
pues, a pesar de ser pocos, la Montañesa nos sirvió para ir haciendo apostolado
del ciclismo retro por nuestra región.
Desde allí hasta Galizano tan sólo quedaban 5 km, con una
subida inicial que casi hizo chirriar nuestras articulaciones por culpa de los
estómagos llenos y en plena digestión, pero el resto era en descenso hacia el
mar, hacia el pueblo y hacia el final de la etapa. Allí decidimos tomarnos un
café y alargar esa tertulia que había empezado a las 10 de la mañana y aún
seguía viva por la tarde. Un cocinero salió a tirar basura y también anduvo
curioseando nuestras bicicletas. Poco después apareció por allí, ya cambiado de
ropa, a lomos de una Peugeot fixie y con ganas de entablar conversación. Resultó
ser otro doble “restaurador” (de restaurante y de bicicletas), que ahora mismo
anda enfrascado en otra Alan. Estuvimos mucho tiempo hablando con él y hasta le
dejamos la dirección del blog. ¿Quién sabe? Quizás algún día se una a nosotros
en la carretera.
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