La temporada pasada me dolió quedarme sin asistir a la
principal prueba de ciclismo “vintage” de las que tengo noticias que se
celebren en Bélgica (que yo sepa al menos hay otra más)[1].
Me apetecía un evento ciclista clásico en aquel país, ya que Bélgica, tal y
como pretendo reseñar hoy, es una de las cunas y referencias permanentes del
ciclismo de competición. Entonces la causa no fue otra que tener que elegir
ante la coincidencia de fechas entre la Retro Ronde belga y La Histórica
soriana. Un calendario cargado de eventos foráneos, la persuasión del
organizador local Alberto Faricle y el ánimo de querer apoyar con mi participación
a parte a los incipientes organizadores nacionales, me decantó entonces por
asistir al evento castellano, cosa de la que no me arrepiento en absoluto. Sin
embargo, un año más tarde, me encuentro ante la inminente posibilidad de tomar
parte en la cita flamenca y de esa forma dar cuenta aquí, en cierta medida, del
ciclismo deportivo belga.
Pero antes de nada empezaré por incluir algunas referencias
generales sobre aquel país, que en mi conciencia juvenil, constituía una pieza
clave de la alianza transnacional que algunos años antes se había denominado
BENELUX y que entre otras cosas, constituyó el origen administrativo de lo que
tiempo después fuera el Mercado Común Europeo y en la actualidad, la Unión
Europea, a la que ya sí pertenecemos desde la década de los ochenta. Tras
muchos años suspirando o incluso soñando con ello, en 1989 me embarqué en un
viaje cicloturista de libre configuración por el mencionado BENELUX. A lo largo
de un mes, tres amigos, recorrimos en bicicletas de carretera y con alforjas,
un itinerario circular de unos 2000 km con inicio y final en Bruselas,
pernoctando preferentemente en albergues juveniles y siguiendo (más o menos) el
sentido de las agujas del reloj. La propia Bruselas, Lovaina, Gante, Amberes y
Brujas fueron las etapas belgas previas al periplo holandés, seguido de otro
recorrido por las Ardenas con un eventual paso por Luxemburgo. Aquello fue una
experiencia fascinante. Por aquel entonces los españoles no viajábamos
demasiado al extranjero, y menos aún en plan cicloturista. Esas semanas
constituyeron una auténtica inmersión de experiencia viajera ciclista,
internacional y cultural, y tengo la suerte de conservar de la misma, un diario
escrito y una amplia colección de diapositivas (aún estábamos bastante lejos de
la era digital). Con el tiempo, regresé a Bruselas, Gante y Brujas.
Principalmente a la capital, con ocasión de unas breves vacaciones de Pascua,
aprovechando la circunstancia de que un cuñado residía allí por cuestiones
laborales. Si mi primera visita (la de la bici) tuvo una importante dedicación
cultural y turística, con mucho deambular por el centro urbano, parques de
referencia y pinacotecas; la segunda se caracterizó más por lo deportivo,
pudiendo practicar equitación y tenis aprovechando las aficiones de mi
anfitrión.
En Brujas en 1989.
Ambas experiencias datan ya de muchos años atrás, más de dos
décadas por lo menos. Por eso, si se me pide un ejercicio repentino de
evocación, un resumen improvisado de los posibles aspectos que más hayan calado
de la cultura belga sobre mi persona, aún a riesgo de equivocarme, traicionado
por la premura de la respuesta, me voy a decantar por tres: la cerveza, la
pintura y Hergé.
De la cerveza no tengo mucho que decir. Es una bebida que me
encanta y acostumbro a disfrutar. Bebo una diaria para cenar entre semana, me
abstengo de ella en fines de semana si es que me da por cenar con vino, y
ocasionalmente puedo regalarme algunas cañas en alguna situación especial, pero
lejos de lo que puedan empezar a sospechar ahora mismo algunos de los lectores,
cuando la disfruto, es de forma muy moderada, difícilmente pasaré de las dos o
tres jarras en alguna de esas contadas ocasiones especiales. Es más, me adhiero
al título de Delerme “El primer trago de cerveza y otros placeres de la vida”[2].
Ese es el mejor de todos con diferencia, especialmente si hace calor y uno
viene de hacer esfuerzo físico. Hablar de Bélgica y de la cerveza es algo que
no debe pasarse por alto. En su día, aquel país ostentaba el privilegio de ser
la nación con mayor número de marcas o tipos de cervezas diferentes. Se conoce
que la producción allí, tanto a gran escala como especialmente a nivel
minorista y artesano, es toda una seña de identidad. De hecho, en mis visitas
anteriores pude comprobar cómo, al menos por aquel entonces, la mayor parte de
los bares ofertaban una gran variedad de posibilidades, pero siempre
embotellada, no siendo fácil encontrar cañeros (esto es una excelente noticia
para muchos aficionados a la cerveza, aunque en mi caso soy mucho más devoto
del barril). Una de las escasas alegrías que, en este sentido, me está trayendo
la actual crisis económica, es que dentro de la proliferación de aventurados
intentos de emprendimiento local y artesano, la producción cervecera a pequeña
escala, está cuajando poco a poco en mi región, en la cual, a día de hoy, ya
podemos disfrutar de varias marcas locales, cada una de las cuales se atreve
con la elaboración de varios tipos diferentes. Es más cara, lo sé, pero como
muestra de apoyo, distingo y ayudo en mi
modesta medida: consumo una “lager” barata y de producción masiva para
mi ración cotidiana y adquiero lotes locales variados para ocasiones
especiales, o trato de pedirlas cuando me instalo en algún local a disfrutar de
un buen rato social y placentero.
El segundo gran aspecto de la cultura belga que me quedó
profundamente marcado desde mis pasadas visitas, fue de carácter artístico. Me
empapé con placer de la admiración de la pintura belga. En Bruselas disfrutamos
de la visita al Museo de Arte Antiguo, que presenta una amplia colección de
obras muy interesantes. Aunque he de confesar que Rubens no es santo de mi
devoción, si lo son las marinas rizadas o tempestuosas del Siglo XVII y las
variopintas escenas de la vida cotidiana, de interior y exterior, con las que
numerosos artistas ilustraron aquel periodo ubicándolas en los hogares, las
calles, los mercados, el campo y hasta los almacenes de los marchantes de arte.
La pintura costumbrista flamenca en general me encanta. También disfruto con
sus colecciones de retratos y con los colores y texturas de los lienzos de los
anteriores periodos renacentistas. Pero por encima de todo ello, lo que más me
aportó de la visita a aquel museo fue el conjunto de obras de Pieter Brueghel
(de los dos, el viejo y el joven). Sus paisajes llenos de gente, cada cual a lo
suyo, en movimiento, consiguen transmitirme vida y actividad pública, ubicada toda
ella en el calor del verano o los hielos y nieves del invierno… esos cuadros ya
me gustaban cuando de pequeño los ojeaba en los libros de arte de mis padres.
Disfrutar de ellos en la realidad, a tamaño natural y con la textura real de la
pintura, fue un auténtico regalo para mis ojos.
Brueghel
Brueghel
Pintura puede uno encontrar casi por todo el país. En Gante,
sin ir más lejos, se hace obligada una parada para cualquier aficionado. En su
Museo de Bellas Artes, podemos encontrar trabajos muy interesantes y valiosos,
sin darnos una gran paliza en la visita, ya que su tamaño lo recuerdo como
apropiado por lo nutrido, pero no desmesurado en cantidad de contenido. En este
caso la horquilla temporal es más amplia e integra arte antiguo y moderno.
Entre lo último uno tiene sus predilecciones, como una bendición de mesa
lúgubre a cargo de Léon Frederic, aunque hay unas cuantas más. Entre lo
primero, volvemos a encontrar pintura paisajista flamenca, costumbrismo y
afortunadamente: ¡más Brueghel!. Aunque en este caso, para mí, la palma se la
lleva uno de los cuadros de El Bosco allí presentes: “Cristo llevando la cruz”,
un auténtico adelanto para su época, verdadera pintura de retrato psicológico,
novela gráfica prematura, etc.
El Bosco
Gante no debe abandonarse sin pasear agradablemente por su
centro, su canal principal y sin disfrutar de sus elegantes fachadas
características, propias de lo que podríamos considerar como una especie de muestrario
de la arquitectura urbana antigua, consecuencia de las riquezas aportadas por
el comercio en los momentos en los que la humanidad abandonaba definitivamente
la Edad Media y se encaminaba progresivamente hacia otro tipo de concepciones
de ordenación social. Las calles centrales son preciosas, los edificios
elegantísimos y excelentemente conservados, y por lo general hay buen ambiente.
En Bruselas pude disfrutar mucho del bullicio de las calles, de la amplitud de
su centro urbano, de pasadizos, elegantes galerías cubiertas, la Grand Place,
las cervezas del Le Roy d’Espagne, un paseo en bicicleta hasta el Atomium, del cous-cous
y de muchas otras cosas. Brujas es muy recomendable por su belleza coqueta y
concentrada, así como por su ambiente turístico, universitario y juvenil. Pero
en cualquier caso, mis mejores recuerdos visuales de las ciudades belgas
corresponden a una fantástica luz de atardecer, dorando el casco antiguo de
Gante. La ciudad está vigilada por tres altas torres antiguas, a cual más
afilada. Dos de ellas se corresponden con sendos templos religiosos, mientras
que la tercera, el campanario, quizá la más notoria del trío, nació con la
función civil de centro de avisos, alertas y referencias temporales. Pero en lo
que se refiere a la pintura, la que debe guiar nuestros pasos es la de la
iglesia de San Bavón, pues en su interior podemos admirar, nada más y nada
menos que: “La Adoración del Cordero Místico”, un conjunto políptico compuesto
por doce tablas al oleo, que suele considerarse como una de las obras maestras
de referencia de la historia del arte universal. Fue pintada por los hermanos
Hubert y Jan van Eyck en 1432, y sea uno aficionado o no a los temas religiosos
y al arte antiguo (en este caso en plena transición entre el gótico y el
renacimiento), puedo asegurar que observándolo con calma, tranquilidad y
tiempo, la obra cautiva, entretiene e impresiona. Para más detalles, más que
una mera reproducción, merece la pena un acercamiento algo más profundo[3]
Obviando localidades, artistas, cultura, paisajes y demás.
Abordo la referencia-homenaje al tercer gran asunto de la cultura belga de los
que inicialmente presentaba. Quizá, no me da reparo admitirlo, el que más me
apasiona de los tres: Hergé versusTintín. De pequeño me encantaban los
“tebeos”, de jóven los “comics” y en plena madurez nada ha cambiado en este
aspecto, me siguen gustando mucho, aunque ahora lo denominen novela gráfica y
su producción se haya ido diversificando en múltiples tendencias diferentes,
algunas de las cuales (como el Manga u otras) me resultan bastante desconocidas
y tampoco especialmente atractivas de primera impresión. Si bien me crié con “Mortadelo
y Filemón”, la “Rué del Percebe” y tantos otros productos nacionales del género
cómico, al principio me cautivó más el de aventuras, con el “Capitán Trueno”
como referente principal, seguido del “Corsario de Hierro”, “Sheriff King”, “Hazañas
Bélicas” y “Héroes Marvel” en general. Incluso la mítica revista “Trinca”, con
“Manos Kelly” y otros diversos personajes. Pero todo eso desapareció con la
llegada de las dos potentes colecciones procedentes del otro lado de los
Pirineos: “Ásterix y Óbelix” desde Francia (sin olvidar al “Teniente Blueberry”),
y ¡sobre todo! “Las Aventuras de Tintín” desde Bruselas. Con el tiempo el apego
a sendas sagas no sólo a ha permanecido en mi mente, sino que incluso se ha
reforzado, más si cabe en el caso del reportero belga, del que además de
mantener su colección completa (a excepción de los dos rara avis que son su
primer y último (y póstumo) álbumes), atesoro un par de ensayos sobre su autor
y la propia obra completa. No sé si mis lectores llegan a ser conscientes de
que pese a no haberlo pretendido, incluso el contenido de todo este blog, así
como su planteamiento y dinámica, podrían ser considerados como marcados por
una forma “tintinesca” de plantearse las aventuras, los viajes y la vida.
Tintín y Hergé (ficción y realidad), tan entrelazados, tan interrelacionados y
tan inseparables, son en esencia personajes belgas en la generalidad de sus
vidas y originarios de Bruselas de manera convencida. Eso precisamente les ha
convertido en tan internacionales desde un punto de vista europeo. No sé
distinguir lo que más me gusta del conjunto de la obra de Hergé, si el dibujo
(la “línea clara”), los guiones, la personalidad de sus personajes, los
escenarios, la aventura, el ritmo, la documentación... no creo que sea fácil
proponer alguno de estos elementos por encima de los demás. A lo largo de los
episodios, todo va evolucionando en el autor y sus producciones, estas cambian
con el tiempo, van madurando y se adaptan a la propia historia y a un supuesto
avance en la edad de los potenciales lectores. El conjunto de las “Aventuras de
Tintín” se comprende mucho mejor con la lectura paralela de alguno de los
textos especializados que lo estudian. Por si algún devoto anda suelto por
aquí, me permito la osadía de recomendar un par de ellos: Castillo[4]
(ensayo de texto muy ameno y completo) y Farr[5]
(ensayo - “libro objeto”- lleno de ilustraciones a color).
Pero voy a dejarme ya de asuntos generales, pues aunque el
tema da para mucho, se supone que aquí se escribe de ciclismo, o de patinaje,
mientras que lo cultural, viajero, filosófico, etc. surge como temas accesorios
(quién lo diría ¿verdad?). Así pues trataré de abordar la difícil cuestión del
ciclismo belga. Y digo difícil por dos premisas que quiero anticipar. Primera,
el ciclismo belga es un fenómeno tan amplio, grandioso y extenso que cualquier
intento de explicación breve va a resultar raquítico, por lo que pido perdón de
antemano por el reduccionismo al que me voy a ver obligado a ceñirme. Segunda,
el ciclismo belga, como el inglés, como el español y tantos otros, es diferente
a los demás. No diferente en todo, pero si dotado de algunas peculiaridades de
cultura ciclista propia, y el problema, básicamente, es que para mí resulta
bastante más desconocido que otros. Por lo que vuelvo a pedir perdón por ello.
Para empezar, en aquel país hay que referirse a la pista, al
ciclocross y a los criteriums. La afición a la pista se justifica por su
tendencia a admirar la máxima expresión de la velocidad en bicicleta, combinada
aquella con la habilidad natural sobre la máquina y la sencillez minimalista
del artefacto que se reduce al empleo del manillar y los pedales. Ni cambio, ni
frenos, sólo piñón fijo, potencia, estrategia, equilibrio y zorrería. Eso es la
pista en cualquiera de sus múltiples variedades de modalidades y distancias. Un
auténtico espectáculo. Puedo dar fe de ello, porque hace ya más de 20 años
asistí una tarde completa a las “6 horas de Anoeta”, y me quedé alucinado del
espectáculo allí vivido. Algo casi completamente ajeno a nuestro ciclismo (con
la excepción de Palma y poco más). En EEUU, Inglaterra, Holanda, Japón... y por
supuesto Bélgica, la pista es parte fundamental de su ciclismo de competición,
ni mucho menos una hermana pequeña. Resulta curioso, como precisamente, en
pleno Siglo XXI, sean las bicicletas de pista, o sus adaptaciones urbanas (las
“fixies”) las que estén revitalizando la utilización ciudadana de la bicicleta,
a través de la génesis de una fuerte tendencia cultural, “indy” y estética.
Repasando mi biblioteca, buscando algo de información para ilustrar el texto de
hoy, me he topado con los dos únicos ejemplares que tengo de toda una colección
que Juan Carlos Pérez[6]
editó en Leganés, allá por el año 1983. Era una colección de libros de ciclismo
compuesta por 7 volúmenes, todos ellos contenedores de mucha y valiosa
información en forma de texto, gráficos y fotografías, a pesar de lo rústico de
su papel y de que a día de hoy hayan pasado a ser unas joyas casi incunables,
abandonando el rol de referencias técnicas actualizadas. Precisamente uno de
los que dispongo se titula “La velocidad”[7]
y en él, se hace referencia a un ciclista belga, llamado Patrik Sercu, a quien
definen como el ciclista de pista más grande de todos los tiempos, pese a que
su dedicación a tales disciplinas, se vio mermada por su decisión de ganarse la
vida con el profesionalismo de la carretera. Aún así, su récord de victorias en
pruebas de “6 días” es alucinante, siendo su legado olímpico y en los mundiales
de pista lo que realmente se vio afectado por el comentado paso a la carretera
(conviene recordar que por aquella época la participación en los Juegos estaba
estrictamente vetada a los deportistas declarados profesionales). Lo curioso es
que Sercu era amigo personal de Eddy Merckx, se habían iniciado juntos en el ciclismo
y habían compartido muchos años de actividad. De hecho, el “Canibal” fue uno de
sus habituales compañeros en las pruebas de los “6 días”. Hay que aclarar un
poquito qué es eso de los “6 días”. Son eventos en los que a lo largo de seis
jornadas celebradas en un mismo velódromo, un nutrido grupo de corredores
disputan un montón de pruebas diferentes, con las que van sumando puntos en un
cómputo general. Muchas de las carreras se disputan en colaboración con su
pareja, con quién además comparten la responsabilidad de mantenerse siempre en
pista (se alternan en dicho cometido), de forma que el “botín” final es
otorgado a ambos por igual.
Patrik Sercu
Relevo en pista entre Sercu y Merckx.
Después hablaremos de Merckx, pero ahora toca no dejarnos en
el tintero el ciclocross o los criteriums. Lo segundo se refiere al formato de
competición típico en las pruebas de un día o de categorías inferiores en los
Países Bajos y en Bélgica. Quizá para facilitar el seguimiento del público, el
control de la seguridad, el cierre de carreteras o la organización en general,
el caso es que por aquellos terruños es muy habitual que las carreras de ruta
se celebren en formato de circuito cerrado al que se dan algunas o muchas
vueltas, en función de la longitud de este (de hecho el mundial se suele
celebrar así). Lo habitual es que el circuito sea más bien corto y por ello se
le den muchas vueltas, aprovechando para hacer que bastantes de los pasos por
meta sean puntuables para según qué trofeos menores (metas volantes,
regularidad, etc.). En mi viaje de aquel entonces ya pude ver (por casualidad)
alguna de estas carreras en un pueblo holandés muy cercano a la frontera belga.
En ellas son imprescindibles la valentía, los codos, la velocidad y la
habilidad dentro del pelotón. Resulta sorprendente comprobar como en la
actualidad, tras más de cien años de historia ciclista en la que los criteriums
apenas han existido en nuestro país, comienzan a proliferar tímidamente pruebas
de este tipo, pero en régimen casi clandestino, urbano, nocturno, “fixie”... un
extraño movimiento ciclista marginal al margen de federaciones u otros
organismos más o menos estáticos.
Con el ciclocross más de lo mismo. Aunque esta modalidad sí
que tiene su seguimiento y actividad, especialmente en el norte de España, ni
mucho menos se acerca a los niveles de práctica de los países centroeuropeos,
donde la tradición es enorme. Puedo presumir de haber vivido en directo y de
forma presencial todo un Campeonato del Mundo de la especialidad. Aquel que se
celebró en Fadura (Getxo) en el año 1990. Fue una prueba bonita y espectacular,
en la que bastantes de nuestros ciclistas profesionales de la época, no pasaron
de quedar ubicados en mitad de la tabla de clasificación, mientras los grandes
especialistas mundiales se disputaban los puestos de cabeza. Recuerdo alucinar
con un ciclista belga que apenas se desmontaba de su bicicleta, y acometía la
mayor parte de los obstáculos sobre los pedales con una depurada técnica salto
en dos tiempos. Al final no ganó, pero su exhibición fue lo que perduró en mi
imaginario. También el ciclocross internacional vive momentos de renovación en
la actualidad. Además de los campeonatos de máximo renombre, la empresa Rapha
(caracterizada por toda una revolución de propuestas estéticas y ciclistas con
marcado carácter “vintage”), patrocina y dinamiza un circuito de pruebas de
ciclocross con sentido muy festivo abierto y dinámico, que vistas desde fueran,
hasta casi hacen que uno mismo se lo plantee alguna vez...
Pero destacando ante el resto de expresiones ciclistas
competitivas, si por algo es famoso el ciclismo belga, es por las clásicas. Por
grandes clásicas entendemos pruebas de ciclismo en ruta largas y muy
competidas, en lo que habitualmente se llama carrera en línea (sin circuito) y
consistente en una única etapa o carrera. Además, por cuestiones de prestigio,
hablamos de grandes cuando estamos ante citas con muchos años de antigüedad,
alta cantidad y calidad de participación profesional y puede que hasta algún elemento
característico que le dé singularidad a cada prueba, como por ejemplo los
tramos de pavés o algunos muros famosos. Grandes clásicas hay varias por
Europa, principalmente en Italia, Holanda, Francia y… por encima de cualquier
otro lugar: Bélgica. Dentro de las más grandes, están las denominadas
“monumentos” (unas pocas) y precisamente dos de ellas se disputan en territorio
belga. Ganar un “monumento” supone convertirse en un corredor de prestigio
internacional, y el palmarés de algunos campeones de las grandes vueltas por
etapas, si no incluyen grandes clásicas en él, se ve algo devaluado a los ojos
de los expertos y de la afición europea. Los ciclistas españoles no han sido
muy dados a disputar (y triunfar) en las clásicas a lo largo de la historia, algo
que recientemente ha empezado a cambiar gracias a los éxitos de Valverde,
Purito y algún otro. Para triunfar en este tipo de carreras hay que ser muy
polivalente (resistente, veloz, fuerte, potente, sufridor, estratega…) y además
estar muy en forma en el preciso momento de su celebración. Es el perfil de lo
que viene a denominarse como “clasicómano”. Las tres clásicas más prestigiosas
de Bélgica (todas ellas de las más reconocidas en el mundo) son: La Flecha
Valona, La Lieja-Bastogne-Lieja y el Tour de Flandes.
La primera y la segunda se enmarcan dentro de la denominada
temporada de las Ardenas. Se sitúan al sur del país, donde el terreno queda
configurado a base de constantes cambios orográficos en forma de cortas pero
sucesivas colinas. La Flecha Valona data de 1936, mientras que la
Lieja-Bastogne-Lieja es considerada como “la Decana” de todas las clásicas pues
nació en 1892. Esta última cubre unos 260 km aproximadamente, aunque como en
las otras, su recorrido puede presentar algunas ligeras variaciones de unos
años a otros. Al recordar aquel viaje de alforjas realizado hace ya 25 años,
sobre una bicicleta de hierro de corredor, consultando el diario, he podido rememorar
que precisamente al trasladarnos desde Lieja a Bastogne, optamos por una
carretera secundaria, estrecha y muy dura, que nos facilitó el hacernos una
idea clara de lo que suponía pedalear por las Ardenas del sur. En cualquier
caso, lo que endurece las clásicas, además de su trazado, es el característico
clima aún invernal del norte y sobre todo, el afán de notoriedad y victoria de
sus nutridos pelotones, plagados de ciclistas con ansia de protagonismo
eventual o definitivo, peleando “a fuego” desde la salida.
En cualquier caso, en un país tan dividido como Bélgica, en
el que la pugna separatista entre el norte y el sur, flamencos y valones,
resulta de lo más chocante con respecto a la vocación integradora,
internacional y europeísta de su capital; los singulares flamencos abanderan su
propia clásica como la referencia principal de este tipo de pruebas en el
continente. Y no les falta mucha razón ya que el “Tour de Flandes”, cuyo origen
se remonta a 1913, es además de la prueba más afamada de la “temporada de Flandes”,
una cita clave de la “temporada del pavés” y uno de los “monumentos” más
prestigiosos del calendario mundial. Su recorrido, también algo cambiante cada
año, transcurre cerca de Gante, supera ampliamente los 200 km (casi 280 km en
cierta ocasión) y es famoso por sus muros adoquinados de gran pendiente, que se
convierten en jueces implacables de cara al resultado de la carrera.
Una prueba más de la pasión belga por las carreras en línea
de un día aliñadas con la máxima competitividad de los participantes, es que
siempre se han tomado muy en serio el Campeonato del Mundo de Fondo Carretera.
Este evento anual, no goza del mismo reconocimiento en todos los países ni
entre todas las aficiones al ciclismo. Pero para los belgas, sí que es algo
importante, quizá por la similitud que tiene con sus pruebas más
representativas. Si tiramos de estadísticas, la evidencia es palpable, la belga
es la nacionalidad del mayor número de corredores que han conseguido ser
campeones del mundo de ruta en la categoría masculina profesional, 25. Por
detrás está Italia con 19 y después el resto de escasos países que pueden
presumir de haber conseguido algún campeonato, que ya están todos ellos con
menos de 10 títulos. Como nos pasa con la cerveza, aquí seguimos un poco a los
belgas, con retraso pero tratando de hacer las cosas bien: mientras que el torrelaveguense
Óscar Freire (clasicómano con más éxito en el “monumento” transalpino de la
Milán-San Remo que en sus estériles aventuras por el norte) consiguió la
espectacular hazaña de proclamarse Campeón del Mundo por tres veces (1999, 2001
y 2004), “La Cervezuca” se consolida como una excelente representación de la
producción cervecera artesanal, elaborada precisamente en la capital del
Besaya, ciudad con una marcada historia industrial en la que, casualidades de
la vida, la empresa química belga Solvay, ha tenido bastante protagonismo.
En cuanto a los ciclistas ¿qué podemos decir de este pequeño
país que hoy nos ocupa teniendo en cuenta que el mejor ciclista de todos los
tiempos nació en Brabante y se crió en Bruselas?. Por supuesto que nos estamos
refiriendo a Eddy Merckx, cuyo palmarés no sólo es brutal, sino que además
resulta completísimo y variado, ostentando récords de victorias en carreras de
todo tipo, grandes vueltas (5 Tours, 5 Giros y 1 Vuelta), clásicas en general y
“monumentos” en particular (19), campeonatos del mundo (3) y hasta récord de la
hora. El Caníbal fue un auténtico tornado de victorias, un espectáculo demoledor,
el ciclista de ciclistas. Tanto es así que muchos eluden hablar o escribir
sobre él, porque hacerlo supone ensombrecer cualquier otra historia, resultado
o gesta. Incluso hay quién trata de quitarle mérito o hacer de su desempeño
como corredor una efemérides aburrida (olvidan sin ir más lejos la guerra que
le dieron tanto Fuente como Ocaña, y seguramente algunos otros). Tampoco voy a
ser yo quien le dedique algunas líneas especiales, pero más por mi gran
desconocimiento de sus hazañas que por otra cosa. Eso sí, al repasar su
colección de victorias, me he quedado alucinado, y en mi opinión, ni siquiera
un hipotético Armstrong “limpio”, le llega a la suela de los zapatos. El Tour
no lo es todo, el conjunto de las grandes vueltas no lo son todo tampoco, el
Campeonato del Mundo no es complemento suficiente, etc. Eddy Merckx si que fue
“todo”.
Récord de la hora: 49,43 km
Tour de Francia, luchando contra Luís Ocaña.
Lo malo de su presencia es que ha resultado tan omnipotente
en el panorama internacional y en la historia del ciclismo, que ha eclipsado
casi completamente a una larguísima saga de ciclistas belgas de gran calidad y
excelente rendimiento. Van Impe (a pesar de las corrosivas críticas que sobre
él vierte Guimard en su autobiografía), Rik Van Looy (más de 400 victorias en
los años 50-60, 2 veces campeón del mundo, todos los “monumentos”, varios más
de una vez), Freddy Maertens (2 campeonatos del mundo, una Vuelta, champagne y
algún cigarrillo para animar los 70), Rik Van Steenbergen (muchos títulos en pista,
algunos monumentos y 3 campeonatos del mundo en los años 40 y 50), Criqueilion
(gran animador de los años 80, 1 campeonato del mundo, 2 monumentos y mucha batalla
en una Vuelta), Philippe Thys (3 Tours en los años 10-20), Sylvére Maes (2
Tours en años 30), Firmin Lambot (2 Tour en los años 20), Roger de Vlaeminck
(clasicómano de los 70 con 8 “monumentos” (todos), además de 4 París-Roubaix, 1
campeonato del mundo de ciclocross), Eddy Planckaert (otro animador de los 80
con victorias de etapas y un par de “monumentos”), Pollentier (1 Giro y muchas
participaciones en la Vuelta a caballo entre los 70 y 80) y un larguísimo
listado de espectaculares ciclistas de todas las épocas, que aún continúa
creciendo y creciendo (Johan Museeuw, Tom Boonen…). A muchos de ellos y a
tantos otros, de casi todas las épocas, les debemos bastante en el ciclismo
español, ya que entre otras cosas se caracterizaron por presentarse como animadores
de la Vuelta, a lo largo de toda la errática historia de esta carrera tan
nuestra, desde su primer año de celebración hasta la actualidad[8]
[9].
Así pues no me parece nada mal desplazarme hasta allí para devolverles la
visita. Lo hago con gusto. Porque finalmente Bélgica, sus organizadores, su
cultura ciclista y sus aficionados al pedaleo retro, me están esperando, muy
pronto nos encontraremos. Lo estoy deseando, he pasado demasiado tiempo mirando
casi exclusivamente hacia las tres Grandes Vueltas, pese a que en realidad, sobre
los pedales hay mucho más.
[1] Ride Retro Ardenes
[2] DELERME,
PH.: “El primer trago de cerveza y otros placeres de la vida”. Tusquets.
Barcelona, 1998.
[4] CASTILLO,
FERNANDO.: “Tintín-Hergé. Una vida del siglo XX”. Fórcola. Madrid, 2011.
[5] FARR,
MICHAEL.: “Tintín. El sueño y la realidad”. Zendrera Zariquey. Barcelona, 2002.
[6] PÉREZ, JC.:
“Nuevo ciclismo agonístico”. Augusto E. Pila Teleña. Madrid, 1981.
[7] PÉREZ, JC.:
“La velocidad”. Leganés, 1983.
[8] FALLON, L;
BELL, A.: “¡Viva la Vuelta! 1935-2012”. Cultura ciclista. Senan, 2013.
[9] SÁNCHEZ-SILVA,
JM.: “VII Vuelta Ciclista a España (1947)”, en “Obras Selectas”. Plenitud,
1959.
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