viernes, 4 de julio de 2014

24. ANJOU VELO VINTAGE 2014 (Saumur)




Siempre digo que o a los franceses les gustan los atascos (“bouchons”), retenciones, colas de espera y demás formatos de pérdidas de tiempo colectivas, o es que se organizan muy mal cuando gestionan actividades de gran afluencia. Esto es algo que he aprendido por experiencia propia en innumerables ocasiones: visitas a lugares emblemáticos de París, múltiples viajes por las autopistas y carreteras del país vecino, jornadas de esquí, etc. Pero es que no soy el único que lo dice, los autores de las series de comic de Ásterix también lo reflejan irónicamente en algunas de las aventuras del indómito galo. En esta ocasión, lo malo no fue sufrir algún atasco de autopista, ya que contábamos con el permanente de la circunvalación de Burdeos a la ida (el cual es una patología crónica), que además esta vez resultó incluso más fluido que lo habitual; lo trágico fue que nuestra actividad ciclista clásica se caracterizara por sufrir varios embotellamientos y algunas colas de espera, a lo largo de la mayor parte de la mañana que duró nuestra actividad. Lo que está claro, o así me lo pareció por el estoicismo con el que los participantes aguantaban los parones y bloqueos, es que el francés de a pié, el galo de la calle, debe de estar tan acostumbrado a esta peculiaridad nacional habitual en la vida y organización públicas, que la sufre con naturalidad, y se siente por ella mucho menos afectado que yo, que siempre ando evitando quedar atrapado en este tipo de esperas. Sobre todo porque las considero momentos de malísima calidad de vida y pequeños desperdicios de esta única existencia mortal de la que gozamos.

Nuestro segundo viaje a la Anjou Velo Vintage, nos ha dejado un sabor de boca agridulce. Probablemente la experiencia del año anterior colocó el listón tan alto, que las expectativas construidas sobre tal recuerdo, han influido demasiado a la hora de disfrutar de una nueva edición en la que, sobre la marcha, fueron apareciendo una serie de pegas importantes que han deslucido bastante el acontecimiento. De hecho, en algunos momentos del fin de semana, se me llegó a pasar por la cabeza que no había merecido la pena tanto viaje y tanto esfuerzo organizativo por nuestra parte. Sin embargo, repasando bien los acontecimientos, habiendo descansado tras el regreso y recordando el fin de semana de cara a realizar la crónica del mismo, tengo que decir que no me arrepiento en absoluto de este viaje. Así que vayamos por partes y comience aquí el relato del mismo.

Saumur, que es la localidad donde se celebraba el evento (tal y como así fuera el año anterior), está objetivamente lejos, a más de 800 km de nuestra casa. Es pues un viaje largo y pesado, a base de autopistas y autovías durante casi el 85 % del mismo. La ida fue aburrida aunque sin complicaciones, exceptuando la mencionada retención habitual al paso por Burdeos. Como por la mañana tuve trabajo, salimos a la hora de comer y con avituallamiento de “campaña” en el coche. Llegamos anocheciendo, directos al hotel, para irnos a dormir. Como la reserva había sido muy tardía, fue imposible contratar algo en la ciudad, así que estábamos a 12 km, pero de fácil y rápido acceso. Eso no era un contratiempo, aunque si un síntoma más de que el evento, en unos cuantos aspectos, se encuentra claramente superado por las cantidades de participación.

El sábado no madrugamos. Desayunamos con tranquilidad y, vestidos con la normalidad del siglo XXI, nos acercamos a la ciudad y callejeamos hasta dar con “le Village”, centro neurálgico del evento. Lo primero fue recoger la documentación del registro. La consabida “musette”, con los números de la bicicleta, mapa, papelería y… nada más, menos que el año anterior en el que nos regalaron bidones de metal de estilo antiguo. Después recorrimos la parte principal de los puestos. El lugar era a la ribera del río Loira y a los pies del ayuntamiento, teatro y un edificio singular de aspecto palaciego. Francamente agradable y elegante, quizá más bonito incluso que la otra vez, aunque entonces ya estuviera más que bien. En esta ocasión la extensión era más reducida en el caso de los stands o carpas de entidades colaboradoras, así como en el de los bares o restaurantes de la feria (probablemente un guiño hacia las asociaciones de hostelería local). Hubo puestos interesantes, aunque algunos otros poco preparados y se echaron en falta muchos (cantidad y calidad) de los de la vez pasada. En cualquier caso, tuve suerte, porque encontré un sitio en el que adquirí un par de maillots de punto muy bonitos (uno de ellos lo andaba buscando), de mi talla, y a muy buen precio.

 Aspecto de la salida-llegada la mañana de la víspera

La mañana era gris y plomiza. En un momento dado paramos nuestra visita para acercarnos al espacio de prensa (muy equipado, se nota que esta organización se encarga de cuidar especialmente bien a los medios y a los patrocinadores), pues en el registro me habían pedido el favor de participar en una breve entrevista ante la cámara como representante español dentro de un grupo de participantes extranjeros. La entrevista fue fácil (en castellano) y no llevó mucho tiempo, por lo que reanudamos nuestra visita ya en el mercadillo ciclista. Aquello sí que me causo una impresión mejorada con respecto a los recuerdos anteriores: más oferta, mejores precios y una gran variedad de bicicletas a la venta. De hecho, así como en otros mercadillos proliferan las piezas o complementos, aquí abundaban las ofertas de bicis completas, baratas y de todo tipo. Había unidades muy antiguas o con bastante edad. Algunas impecables, la mayoría completamente originales aunque en un estado de envejecimiento que exigía trabajo de restauración. Personalmente creo que ese es el punto ideal para una buena compra: algo muy valioso en edad, esencia de componentes y diseño, y originalidad, pero en un estado que requiera trabajo, aunque sea a nivel amateur, pues esto es lo que permite que el precio resulte muy asequible. Muchas bicicletas francesas de carreras: principalmente Peugeot, seguidas de Motobecane, Gitane y después otras. Bastantes bicis francesas de cicloturismo pionero: manillar de carretera, doble plato, guardabarros metálicos y todo tipo de complementos para la autonomía (una de mis debilidades). Bicicletas bastante antiguas con desviador de platos vertical en el tubo y sistemas de cambio trasero ya olvidados. También, por supuesto complementos: Myriam se compró una capa impermeable y yo unas cintas de manillar antiguas y un portabidones que necesitaba para la Alan. Allí mismo nos encontramos con Javier e Isabel, así que no hizo falta llamarlos y ya quedamos para un rato después.


 Una buena opción para hijos o nietos.

 Una curiosidad con motor.

Una vez reunidos ya casi era la hora de comer (la hora francesa, muy avanzada) y lo hicimos en una terraza cubierta, justo cuando empezaba a llover. El menú “randoneur” resultó asequible y muy conveniente en cantidad, variedad y calidad, todo un acierto. La comida por supuesto fue muy amena, ya que los temas ni mucho menos se limitaron al ciclismo, sino a muchas cosas más, destacando las hilarantes anécdotas de Javier y hasta un paso de puntillas por la “inteligencia artificial”. Si llega a haber durado más la sobremesa, acabo hablando con Isabel sobre la aplicación de los “algoritmos genéticos” en el entrenamiento deportivo. Pero en ese momento ya llovía mucho y decidimos todos retirarnos a nuestros respectivos alojamientos para quedar más tarde, ya vestidos de fiesta de época, con la intención de disfrutar de los critériums programados. Por nuestra parte estábamos muy ilusionados con la “Soirée Vintage”. La organización había programado una sucesión de actuaciones musicales en directo (de diferentes estilos y épocas), por tres zonas del centro de la ciudad, de forma que la gente alternase periodos de baile y diversión con paradas para cenar o tomar algunas copas. Nosotros estábamos muy motivados con dicho programa, ya que al habernos decantado finalmente por participar en la excursión corta en plan “tweed run”, no teníamos que madrugar demasiado, ni mantenernos completamente descansados. Sin embargo todo el planteamiento se fue al traste por culpa de la lluvia, que arreció por la tarde y se mantuvo fuerte e insistente hasta la noche, impidiendo que la gente disfrutase de las calles y encharcando el pavimento. Al volver a la ciudad, ya cambiados y vestidos de época (Myriam estrenando un precioso vestido que habíamos comprado en Manchester), apenas pudimos pasear un poco antes de tener que refugiarnos, con los pies ya empapados, en una cafetería. La verdad es que la gente nos había hecho fotos, y el vestido estaba triunfando con rotundidad, como demostraban las constantes miradas de análisis de los (y sobre todo las) transeúntes. Allí nos reunimos con Isabel y Javier e hicimos tiempo y tertulia hasta la hora de cenar, esperando, aunque sin confianza, en que pudiera escampar el resto de la jornada. Por cierto que Javier me entregó mi adoquín procedente de Oudenaarde, el cual atesoro en casa y pienso decorar con la correspondiente inscripción alusiva a nuestra participación en el “Tour de Flandes Retro”.

 Deseosos de soirée.

 Refugiado en un bar (Foto: Myriam)

 Myriam estrenando.

Por cambiar de ambiente nos desplazamos a una de las calles animadas en busca de un sitio para cenar, y casi nos quedamos sin ello. La gente estaba toda refugiada en los locales, además, quedaba de nuevo demostrado que ante la incomodidad de utilizar las terrazas a causa del mal tiempo, aquellos no eran suficientes para absorber a toda la cantidad de gente, la cual superaba la capacidad de servicio del centro de la ciudad. Tras más de diez intentos frustrados encontramos mesa en un restaurante muy pequeño y cenamos a base de platos variados (Isabel y yo nos decantamos por los clásicos mejillones del Atlántico francés). Tras la cena nos despedimos y cada pareja se fue a su hotel. Que hiciera tan malo fue un golpe de mala suerte, no es nada achacable a nadie, son gajes del “oficio viajero” y es algo de lo que no puedo quejarme, ya que a lo largo de la temporada del 2013 tan sólo me afectó (parcialmente) en un evento, y en lo que llevo de calendario este año, se trataba de la primera vez que me ocurría. Da pena, eso sí, especialmente por lo compuestos que íbamos y por las expectativas de baile y diversión que habíamos depositado en esa tarde-noche. Pese a todo, hay que reconocer que el plan alternativo fue muy agradable y una oportunidad inmejorable para conocer más y mejor a nuestra pareja de amigos, a los que tan sólo vemos con ocasión de algunas de estas singulares citas. El tiempo pasado con ellos y pasearme con Myriam tan flamantemente vestida, fueron otros elementos añadidos para que el viaje mereciera la pena.

 Con Isable y Javier a la hora de cenar.

La buena noticia es que la mañana siguiente parecía despejada. Sin pérdida de tiempo, y hasta con prisas finales tuvimos que prepararnos para llegar a la salida. Javier había optado por la marcha de 150 km, la cual hubiera sido mi plan de no habernos fallado, por razones sobradamente justificadas, algunas personas que hubieran permitido que hiciéramos sendas pandillas, una para el “tweed run” y otra para la “La Retro” (la larga). No siendo así, mi compromiso con Myriam era el de acompañarla en el paseo de época. Para él íbamos vestidos finalmente y para él habíamos elegido nuestras dos bicicletas de “producto nacional” de los años 60: su BH Gacela de dama, con frenos de varillas y restaurada y puesta a punto; y mi Orbea de caballero, sin probar, sin poner a punto, sin restaurar y tan sólo con un par de cubiertas nuevas montadas deprisa y corriendo poco antes de iniciar el viaje. Confiaba en que la bicicleta aguantara los 33 km de recorrido lento. Una vez allí, ante el tumulto de gente presente (cientos de franceses se habían incorporado esa misma mañana a la fiesta) y el cierre de algunos accesos, fue imposible reunirnos con Isabel en el punto de cita establecido la víspera. Merodeé en ambas direcciones antes de la salida pero no di con ella. Entretanto la organización retrasó demasiado la salida y nos tuvo a todos allí parados media hora (error importante porque nos robaba tiempo de tranquilidad y parsimonia ociosa para completar el recorrido en un lapso temporal prudencial que te permitiera después poder viajar de regreso a un hogar lejano o extranjero, teniendo en cuenta que la ruta se llevaba a cabo un domingo). Aprovechamos la espera para hacer algunas fotos y admirar auténticas maravillas mecánicas y singulares atuendos. En ese sentido, el listón estaba muy alto y muy generalizado. ¡”Chapeau” por los franceses!

Momentos previos a la salida (Foto: Anjou Velo Vintage)

 Curiosidad coinicidiendo en la salida (foto Myriam)

 Preparado para el recorrido (Foto: Myriam)

Myriam con su BH

Tras la salida circulamos entre una densa masa de participantes, despacio, con cuidado, sin incidentes, pero con las habituales retenciones de los inicios, al paso por curvas angulosas o estrechamientos. Poco a poco fuimos avanzando, pero el fluido humano no parecía perder densidad, de forma que tras varios kilómetros se convirtió en un tapón auténtico al llegar al primer avituallamiento en un pueblo. La peor parte no la llevábamos nosotros sino aquellos incautos de los recorridos de 50 y sobre todo 80 km, que pudieran haberse quedado mezclados entre el eterno pelotón y que, al compartir ruta inicialmente, quedarían en él atrapados perdiendo un tiempo precioso para el resto del día. El avituallamiento era sencillo y poco imaginativo, zumos y un pudding dulce que se repetiría alguna vez más durante la jornada (otro detalle de pérdida de clase de esta última edición). Nosotros le aprovechamos para apartarnos y colocarnos para ver pasar a miles de personas en la búsqueda de la solitaria Isabel. La espera fue larga, interesante porque nos permitió ver una infinita sucesión de bicicletas y caracterizaciones diversas, pero acabó por aletargarnos debido a su excesiva duración. Finalmente nuestra amiga apareció y ya reunidos los tres, retomamos la marcha, siempre rodeados de gente, pero desde allí ya con una densidad llevadera. Tras algunos tramos verdes nos topamos con una zona de parada y visita a una bodega. Aquello resultó otro atasco monumental. Caminamos bicicleta en la mano, entre accesos exteriores y galerías excavadas, para volver a la luz sin haber podido disfrutar de nada. Después, en un jardín abarrotado, tuvimos que “pelearnos” codo con codo para poder acceder a unas copas de degustación de clarete, blanco o tinto, a elegir. Los caldos resultaron de calidad, pero la atmósfera no animaba a su deleite pausado y al disfrute. La marcha continúo con tranquilidad y tramos campestres más agradables, algunas subidas moderadas y pequeños descensos en los que mis frenos se anunciaban con auténticos bramidos trompeteros de fanfarrias más bien molestos. Poco a poco acabamos alcanzando el Château de Brézé, localización en la que en su día disfruté del almuerzo en la etapa de domingo de la edición anterior. El sitio es maravilloso, pues el palacio es precioso y hay una campa rodeada de grandes árboles en la que se puede comer a gusto. El problema fue que el retraso acumulado era tal, que no teníamos demasiado tiempo para tomárnoslo con la calma que el escenario merecía. Nueva cola (aunque ágil) para conseguir una comida tirando a escueta; y otra mucho menos ágil, de la que nos abstuvimos, para conseguir apenas unos culitos de vino (racañería evidente, todo hay que decirlo). Empezamos a comer sobre la hierba, utilizando los ponchos impermeables de mis acompañantes como aislantes, los cuales, hasta este ese momento apenas habían tenido que ser utilizados en un par de amagos de lluvia, afortunadamente no consolidados. Pero de repente nos vino una tromba de agua que nos hizo a todos correr a refugiarnos bajo los frondosos árboles, que se mostraron eficaces en la función protectora. Pasado el chaparrón, volvimos a la normalidad, acabamos de comer y regresamos a la ruta, sin la opción de ni un mísero café. Definitivamente las cosas habían cambiado mucho de un año para otro…

 Participantes al azar.

 Isabel y Myriam en el primer avituallamiento.

Parking del almuerzo.

Nos quedaba la mitad del recorrido por completar. Probablemente la parte más campestre, bonita y agradable, y desde luego la más despejada de personas, ya que la mañana, por fin, había ido estirando al inmenso colectivo. Aún así rodamos siempre entre ciclistas, lo cual nos permitió poder seguir comprobando (y disfrutando) el esmero con el que la mayoría de los participantes se había caracterizado. En ningún otro evento he visto nada igual: tanta clase, tanta imaginación, tanto cuidado, tanta elegancia y tanta diversidad acertada de indumentarias y bicicletas; y llevo ya muchos recorridos. Merece la pena verlo alguna vez en la vida. Sin prisa, pero sin pausa, pedaleando de forma constante, alcanzamos otro avituallamiento poco destacable junto a una iglesia en el que resultó de interés la coincidencia con un par de Velo-Solex de los años 70, cuyos conductores parecían recién salidos del álbum de un disco de música californiana de los años 70. ¡Ideales!. Mi bicicleta sonaba de diversas maneras, pero me transportaba sin problemas. Sin duda necesita una buena puesta a punto, pero creo que no habrá necesidad de abordar tareas de dificultad. Seguimos adelante con otro tramo de constancia entre ríos y circulando por una vía no asfaltada y un carril, para llegar a la última parada, ya conocida por nosotros del año anterior. Era una magnífica bodega urbana de enormes galerías levemente iluminadas, en las que pueden verse grandes cajas cargadas de botellas en reposo, así como barricas ordenadas, mientras se percibe ambientación musical. A su salida hay una buena degustación del espumoso, que resulta muy agradable y apetecible. Desde allí, hasta la llegada apenas unos minutos de pedaleo prácticamente urbano y de nuevo excesivamente tumultuoso en su final.

 Mi Orbea Esperando cerca de un viñedo

Una antigüedad de diseño muy bien conservada.

Nada más llegar nos despedimos de Isabel (lamentablemente demasiado deprisa, aunque conscientes de que nos volveremos a ver con más tiempo en Medina de Rioseco en julio) y le transmitimos nuestro saludo para Javier. Y con prisa y sin pérdida de tiempo, pedaleamos hasta nuestro parking a las afueras, para cambiarnos, colocar las bicis en el soporte del coche e iniciar un largo regreso a casa, que afortunadamente se nos hizo mucho más corto y llevadero que lo inicialmente esperado.

Desconozco cómo se desarrolló lo referente a los otros recorridos. Hablaré con Javier respecto al más largo, que al fin y al cabo es el que me interesa. Estudiado el mismo sobre el mapa, he comprobado que parece haber sido bastante coincidente con una integración de las dos etapas largas del año pasado, y puedo certificar que de ser esto cierto, resulta interesante, llevadero y muy bonito. En cualquier caso, teniendo en cuenta su hora de salida separada y que tratándose de la opción más dura, siempre cuenta con muchísima menos gente, supongo que todo les haya ido muy bien y la puedan haber disfrutado a un ritmo personal sin tumultos. En cuanto al balance o diagnóstico de esta, mi segunda participación en la Anjou Velo Vintage, tengo la impresión de que ha perdido dimensión y calidad o esmero organizativos, su presupuesto parece haber sido menor, o su afán de negocio mayor. La participación de entidades de colaboración se ha visto claramente reducida (puestos, stands, regalos, componentes de caravanas, figuras ciclistas de otras épocas, etc.). Los participantes hemos disfrutado de menos detalles, etc. Pero nada de ello es realmente importante. Aunque siempre se agradecen los “extras”, personalmente no me pongo en marcha por ellos, sino por la calidad de las vivencias y las experiencias. Y es precisamente en ello en lo que mi calificación del evento ha de ser severa: me ha dado la impresión de que la organización no ha estado a la altura de la participación. La cantidad de respuesta se les ha ido sensiblemente de las manos, especialmente en lo que respecta al discurrir del recorrido más popular (el más corto). Por su parte mi evaluación sobre los participantes, arroja un veredicto completamente diferente, pues considero que la gente tuvo un comportamiento ejemplar, manteniendo en todo momento un excelente humor, una cordialidad y modales impecables, y un civismo y paciencia imperturbables. Finalmente, en cuanto al nivel participativo de la gente, “matrícula de honor”: excelentes vestimentas, magníficos ejemplares de bicicletas y mucho estilo, clase y elegancia a lo largo de toda la ruta. No puedo asegurarlo, pero incluso puede que la participación femenina en la marcha corta, haya sido superior en número a la masculina. Aquello estaba plagado de mujeres: elegantes, bellas, interesantes, con personalidad, ancianas, jóvenes, maduras, de mediana edad, arregladas, inmutables, pedaleando sobre hierros sin perder la compostura, sin quejarse, sin lamentarse, sin rictus alguno de contrariedad, sobre sus afilados tacones, con o sin manchas de grasa o carreras sobre sus medias. En definitiva, mujeres de todo tipo impulsando su personalidad y su imagen, sobre su bicicleta antigua, con determinación y demostrando que dan igual 30 kilómetros que 50, cuando a una le proponen algo con sentido, con estética y con un mínimo de interés, que vaya más allá de un puro esfuerzo “testosterónico” más propio de “machos alfa del siglo XXI”.

 Myriam sumándose al triunfo femenino

Para finalizar, una reivindicación ante la organización. No sé si otros potenciales participantes opinarán como yo. Pero en mi caso, el programa ideal hubiera sido diferente, más al estilo del año anterior. Si alguien hace un esfuerzo por desplazarse hasta allí, y si la pretensión es, entre otras cosas, fomentar la ocupación hotelera para todo el fin de semana. Los participantes necesitamos mayor compensación de actividad. Si la prueba larga (“La Rétro”) se hubiera programado para el sábado, yo, y seguramente muchos más, hubiéramos tomado parte en la misma, y en cualquier otra de las del domingo. Con tal formato la conciliación familiar se vería favorecida, y esto podría sin duda, provocar que más unidades familiares se incorporaran al evento. Además, permitiría que la salida de las rutas dominicales pudiera organizarse en forma de horario escalonado (algo que se ha demostrado como necesario este año).Y además, la finalización de los actos (en domingo) resultaría incluso algo más temprana para todos. No sé si se me llegará a leer por parte de agentes organizadores, pero por si acaso, aún pecando de iluso, aquí dejo el recado.
 

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