viernes, 18 de julio de 2014

26. FINLINE 2014

Vestmanviiki by Niekku on Grooveshark



Repetir cualquier intento de patrón previo para intentar contar o explicar lo que ha sido nuestra participación en el Finline resultaría imposible, ya que no estamos ante un evento puntual, ni ante un viaje fugaz de pocos días. Narrar toda la experiencia allí vivida implicaría tener que escribir páginas y más páginas, y pese a ello, no ser capaz de conseguir expresar la fuerza, la elocuencia y la intensidad que los días allí vividos merecen. Así pues improvisaré, me saltaré datos y me dejaré llevar por un orden más emocional que cronológico, y ya veremos finalmente lo que sale del teclado.

Para empezar conviene aclarar que no estamos ante una carrera, concentración de patines o ruta estandarizada y masificada a la que uno acude sin más requisito previo que el de apuntarse a ello. Cuando alguien decide inscribirse en esta aventura, comienza a formar parte de un grupo que se lanza a vivir una experiencia intensa, deportiva, social, afectiva y viajera. Decir que Jesús y yo nos hemos ido a Finlandia a emprender un viaje patinando, tampoco sería acertado. Más bien hemos estado viajando por una parte concreta de Finlandia, sobre patines e integrados dentro de un grupo de miembros de un club local. De hecho en el momento en que se es admitido como participante de la actividad, se entra a formar parte formal (uno alcanza la categoría de socio) del club Katukiitäjät, con sede en Helsinki, y como tal recibe, entre otras cosas, una camiseta técnica de patinaje, con el color amarillo y los anagramas oficiales del club, la cual se acabará convirtiendo en una prenda cargada de valor sentimental y hacia la que, tras unos 400 km de patinaje y seis días de relaciones personales intensas, se siente un apego muy especial, un verdadero sentimiento de pertenencia y adhesión hacia “los colores del club”. Por todo ello, por razones organizativas y logísticas, así como por el espíritu y carácter que impregnan toda la actividad, cada Finline está abierto a un número limitado de personas. En la última edición, la cifra se elevó peligrosamente hasta los casi 40 patinadores, lo cual ha supuesto un hito en la historia de la propuesta, y por lo tanto un verdadero reto para sus laboriosos organizadores con Bosse a la cabeza. En cualquier caso, una vez finalizado el proceso completo, habiendo participado del mismo y habiendo escuchado el balance final de sus principales protagonistas, podemos asegurar que el reto de haber abordado una edición con un mayor número de participantes, ha resultado un éxito completo.

 "Katukiitäját Bus"

 Con Jesús, en Tampere, instantes antes de emprender la ruta sobre patines.



Jesús y yo viajamos allí mediante una ordenada, aunque fatigante, sucesión de medios de transporte (coche, autobús, metro, aviones y taxi compartido), que empezó un día a las 12 de la noche y acabó al día siguiente a la 1,30 de la mañana. Algo similar para la vuelta, aunque en este caso, el cansancio acumulado nos ayudó a dormir mucho más en los tramos largos, terminando con una sensación de viaje mucho menos pesada. El grupo de patinadores estaba compuesto por 39 a los que hay que añadir a nuestro “ángel de la guarda” Ari, chófer del autobús, con aspecto de “ángel del infierno”, adicto a los deportes del motor, las motocicletas “custom”, el karaoke y el mantenerse al servicio de todos los patinadores de los sucesivos Finlines anuales. Toda una personalidad, un hombre fantástico y divertido, que demostró una gran empatía hacia todos, una perfecta capacidad de organización, gran paciencia y un impecable manejo del inglés. Los patinadores propiamente dichos éramos personas de mediana edad, o incluso tirando a avanzada (la mayoría en la cuarentena y cincuentena). Con una representación de sexos bastante equilibrada (45% de mujeres) y una relación de finlandeses / extranjeros de 19/20 (50%). Las nacionalidades exteriores quedaban repartidas de la siguiente manera: Francia 7, Rusia 4, Gran Bretaña 2, España 2, Alemania 1, India 1, Estonia 1, Bélgica 1 y Singapur 1. Dos de las personas de fuera, en realidad viven actualmente en Finlandia y bastantes participantes extranjeros acudían a la cita por segunda o incluso tercera vez. Otra característica destacable del grupo es que casi todos los miembros del mismo hablaban bastante inglés, a excepción de muy pocas personas, las cuales pudieron apoyarse en compatriotas para poder recibir y comprender los mensajes más importantes. Y ya que estamos con las cuestiones del idioma, destacar que durante toda nuestra estancia en aquel país, hemos podido comprobar como todo el mundo tiene un dominio más que suficiente (incluso muy bueno) del inglés, lo cual facilita enormemente las cosas a la hora de viajar por allí.

 Ari, nuestro chófer, en su típico puesto de asistencia.



Nada más despertarnos de la breve primera noche, nos encontramos a algunos participantes que se alojaban en el mismo albergue que nosotros, y con ellos tomamos un tranvía para acercarnos al punto de cita junto a la estatua de Paavo Nurmi (no lejos de la de Lasse Viren), junto al estadio olímpico de la capital. El viaje empezaba sin demasiados prolegómenos; información, se había enviado más que suficiente a través de la Red. Nuestro autobús, ese espacio móvil que nos acompañaría durante toda la semana y con el cual acabaríamos tan familiarizados, se llenó de equipajes y personas y partió hacia el norte hasta llegar al centro de Tampere. A lo largo de esos más de 160 km de viaje y de una parada para comer algo, Jesús y yo tratábamos (con dificultad) de ponernos en situación, intentando adivinar qué nos depararía el destino, cuál sería el nivel físico y técnico de nuestros compañeros y si podríamos salir airosos de la semana sobre ruedas. Como siempre, algunos materiales específicos asustaban un poco, con sus ruedas de gran diámetro y los botines perfilados, aunque experiencias previas ya nos habían enseñado que la apariencia material no quiere decir mucho a la hora de rodar. El caso es que aquella soleada mañana, premonitoria de lo que sería una semana completa de sol y de calor, nos vimos en la calle de Tampere, con los patines puestos, vestidos de amarillo y rodeados de un enjambre de patinadores de lo más diverso. La primera jornada sirvió para muchas cosas, para avanzar por el país devorando kilómetros, para irnos conociendo todos, para integrarnos en sendos grupos de avance lento que nos permitieran adaptarnos al estilo de patinaje local sin sobresaltos, para acostumbrarnos al modo de circular por los cascos urbanos, por los anchos carriles bici y por las carreteras. ¿Carreteras? Sí, carreteras. En este viaje la mayor parte del recorrido se realizaba por carreteras abiertas al tráfico. En ocasiones estrechas comarcales muy poco transitadas, otras veces calzadas más anchas y en algunos casos vías rápidas bastante frecuentadas por coches y camiones circulando a gran velocidad. ¿Una locura? Eso nos pareció los dos primeros días, pero a la vista del resultado, una vez adaptados al sistema y tras la observación de la respetuosa y responsable forma de conducir de los habitantes del país nórdico, podemos asegurar que acabamos viviendo aquello como lo más normal del mundo. En cualquier caso el grupo también pone mucho de su parte, ya que, salvo los metros iniciales en el centro de Tampere o los kilómetros finales del viaje llegando a Turkku, en los que patinamos todos juntos, nuestro sistema de circulación se basaba en una espaciada sucesión de unos 5 o 6 grupos formados por entre 5 y 8 componentes cada uno, los cuales rodaban en fila india y de forma compacta liderados por algún responsable del “staff” técnico del club.

 Estatua del mítico atleta Paavo Nurmi en Helsinki.

 Grupos rodando por la carretera.



Como comentaba, la primera etapa fue una buena toma de contacto para casi todo. Nosotros seguíamos instrucciones y tratábamos de observar el comportamiento de los demás, adaptándonos al grupo y al entorno. Aprendimos a obviar cualquier tipo de obstáculo al patinaje: gravilla acumulada, grietas o firmes abrasivos repentinos, bordillos, baches, etc. comprobamos kilómetro a kilómetro como con decisión, atención y el aviso pertinente del grupo, todo resultaba superable. También nos percatamos de que los conductores locales cedían el paso al ver a un grupo cruzar, girar o maniobrar. Fuimos asimilando los tipos de avisos. Verbales o mímicos, en finés o en inglés: “track behind, auto, leutat, reutat…” como quiera que se escriban… Comprobamos nuestra eficacia frenando en algunas de las pendientes bajadas existentes, mientras observamos, sin participar, la constitución de “trenes” grupales para aprovechar la inercia en los descensos. De igual forma fuimos asimilando los protocolos de las paradas: las breves para reponer agua y picar plátanos o pepinillos; las de opción a baño en los lagos o refresco (o helado) comprado; y la parada principal para comer (siempre temprano para nosotros) esos suculentos “buffets” con café y bebida incluidos a 10 € (euro arriba, euro abajo). En la primera jornada Jesús se agobió por tanta novedad y “despreocupación” rodante, así como por la velocidad con la que su freno iba desapareciendo. Afortunadamente la pachorra de carácter, atenciones y vigilancia eficaz de su guía Ilpo le ayudaron a seguir adelante con decisión y superar ese escollo, del que no volvería a acordarse el resto del viaje. Por mi parte colaboré con mi grupo empujando a personas rezagadas en los ascensos, mientras disfrutaba de paisajes y detalles del trayecto. La ciudad de Sastamala nos dio la bienvenida con su lago y su campanario, y enseguida nos instalamos en el hotel.

El club organizador demuestra mucho saber hacer. No sorprende si tenemos en cuenta que esta era la vigesimocuarta edición del evento. Para empezar nos habían dado unas pegatinas sobre las que escribir nuestro nombre para pegarlo en el caso, de forma que desde el comienzo todos fuéramos pudiendo ir aprendiéndonos de forma fácil y rápida el de los demás. Otro segundo detalle organizativo importante (y muy acertado) es que cada noche la organización tenía preparada una distribución de habitaciones diferente, de forma que te iba tocando rotar con nuevos compañeros y nunca (salvo la noche de despedida) con tus amistades de origen. La primera pernocta nos enseñó cómo sería la dinámica de los pagos de alojamiento y manutención (excelentes precios y buena calidad), así como el protocolo a seguir en la sauna cotidiana. Las había mixtas o separadas por sexos, con fuente de energía moderna o de leña, y algunas de ellas con posibilidad inmediata de baño en un lago o en el mar. Aprendimos dónde y cuándo desnudarnos y  descalzarnos, dejar la toalla, etc. Así como a ser precavidos para, llegado el momento, poder disfrutar de bebidas refrescantes. La sauna, relaja, limpia el organismo de toxinas, ofrece una amplia variedad de sensaciones corporales, supone una especie de “cámara de descompresión” de la trabajosa jornada y, sobre todo, fomenta la tertulia grupal, ya sea esta colectiva o separada por sexos.

 Ilpo.

 Tumbas bajo la iglesia de Sastamala.



El segundo día transcurrió con diversos ajustes y reajustes de grupo. Me metí en el que lideraba Tapsa y fuimos ganando algo más de velocidad. Fue una jornada en la que la dureza no estuvo marcada por la duración (unos 68 km) o por los desniveles, sino porque durante mucho tiempo sufrimos firmes tan abrasivos que producían constantes vibraciones que nos machacaban los pies. Nos acostumbramos a rodar por una carretera de bastante tráfico y velocidad. Siempre en el sentido contrario a los coches, cual peatones. Tapsa es un buen ejemplo de eficacia y control de la seguridad de un grupo, pues marca bien el ritmo, avisa con claridad (gestual y vocal) maniobras y riesgos, gestiona muy bien el ritmo del grupo y controla perfectamente a éste en relación con el tráfico, gracias a su constante atención frontal y posterior, a través de su retrovisor de casco. Por su parte, Sirrka, una de las que formaban parte del grupo, enseguida se mostró atenta, adelantándose a interpretar las potenciales necesidades de los demás. Este día pasó factura a los pies de algunos participantes y ya surgieron los primeros usos parciales del autobús como “coche-escoba”. Todo un lujo a nuestra disposición. Pernoctamos en Säkylä, en una especie de camping de bosque a orillas de un lago. Se nos asignaron unas preciosas cabañas nuevas y disfrutamos de un baño muy agradable y de una fantástica sauna de leña. Como siempre, la cena reparadora y contundente, con bebida “homemade” dulzona, conversaciones diversas aquí y allá y unos compañeros poco a poco más familiares.

 Adiós a mi grupo inicial.

 Nuestras cabañas en Säkylä.



La tercera etapa fue la más larga de todo el viaje, 75 km hasta Uusikaupunki y llegada al borde del mar Báltico y el archipiélago. La mañana fue deliciosa, con un patinaje alegre, con buen ritmo, mejor asfalto y ausencia de tráfico. Mis tan temidos mosquitos, apenas hicieron acto de presencia alguna tarde esporádica y así siguió el resto del viaje. Una suerte, pues es algo que allí va en oleadas temporales difíciles de explicar y predecir. Para entonces mi grupo se mantenía bastante estable con Sirrka y Bosse detrás (por utilizar bastones de fondo), Vidhuran y yo (y en ocasiones Alexandra), y Tapsa guiando. Desde ese día contaríamos también con la presencia de Harry, que tras sucesivos reajustes había quedado libre de encargarse de grupo alguno. Así pues, con cuatro oriundos de seis o siete miembros, llegó el momento de integrarme en los “trenes” de descenso y sentir la velocidad y el dejarse llevar colectivo sin remedio. La verdad es que al principio da bastante reparo, pero poco a poco uno se va acostumbrando a ello y va ganando confianza. Aquel día hubo varias ocasiones de práctica y alcanzamos velocidades punta de alrededor de los 45 km/h (nada que ver con los míticos registros que algunos históricos miembros como Panu, lucían en sus camisetas: 73 o 75 km/h). Creo que precisamente es en los trenes cuando se podrían echar de menos unas ruedas de diámetro de 100 o 110 mm, desde luego, en el resto de situaciones sigo feliz con mis 90. La comida de ese día (como unas cuantas más) se hizo en un área de servicio de carretera. Esto en principio podría parecer que rompía el encanto del entorno natural finlandés en el que deambulábamos, por una constante sucesión de bosques, casas de madera, lagos y prados plagados de fresas silvestres. Pero no era así, por el contrario, nos permitió poder disfrutar de unas comidas excelentes, con gran comodidad y precios muy bajos; poder elegir si quitarte los patines o no para comer y comprar; y tener una agradable sensación de estar, esporádicamente, disfrutando de una especie de “road movie” en patines, en las que estos establecimientos, el autobús, asomarse un poco a la civilización artificial y volver a reencontrarnos con la imagen “harley-davisoniana” de Ari, formaban parte del decorado. Si a todo ello añadimos que circulábamos la mayor parte del tiempo por carreteras abiertas al tráfico, sin propulsión a motor y con el aspecto futurista dado por cascos, gafas y patines, casi casi podría parecer que estábamos representando alguna añadida versión de “Mad Max”. Los carriles bici son anchos y generosos y su asfalto resulta bastante mejor al no haber sido castigado todo el invierno por las ruedas de clavos de los coches. Pero su presencia se limita a los kilómetros previos y posteriores a los pasos por poblaciones grandes o medianamente importantes. Cuando aparecían, los tomábamos. La longitud de la ruta iba pasando factura: algunas caídas y aparición de fatiga entre varios de los participantes, compensados gracias al autobús o a cambios hacia grupos más lentos. La jornada finalizó en una especie de apartotel, cenando al aire libre, riéndonos en la sobremesa y con un posterior paseo en la búsqueda de un “geo-catch”, una cerveza en la veraniega marina de la ciudad y un regreso entre edificios antiguos de madera y molinos de viento de diversos tipos.

 Parada matinal en la tercera etapa: Tapsa, Harry,
Nadia, Gael, Adam y ¿Valentin?

 Rodando seguido por Sirrka y Harry.

 "Mad Max n".

Biblioteca de  Uusikaupunki


El paso del ecuador de nuestro viaje supuso el abandono del “continente” y la irrupción en el archipiélago. El primer día tomamos tres ferries (o en su caso transbordadores). Jesús cada día asumía un papel más activo y colaborador en su grupo. Había ido ganando confianza y dominio. Este “máster” de patinaje en carretera, esta inmersión sobre ruedas iba dando sus frutos e Ilpo le iba encomendando cada vez más labores dentro del paquete: encabezarlo, empujar rezagados, etc. Dicho grupo estaba formando además por Alexey, Nina, Sui Chin y ocasionalmente otros componentes que se adherían a él cuando les llegaban horas bajas. Y por supuesto por Kaisa, quien con su vestido rojo permanecía siempre atenta a cualquier avatar que pudiera sucederle a los demás, como si el resto fueran sus retoños y tuviera que estar pendiente de ellos. La primera etapa de archipiélago fue uno de los mejores días de patinaje de todo el viaje. Hubo que madrugar muchísimo porque un ferry tenía un horario de paso bastante comprometido. La jornada supuso una sucesión de tramos cortos entre pasos de isla a isla. El asfalto era bueno, los trazados muy entretenidos y el paisaje sugerente. Además, las carreteras estaban prácticamente desiertas y los pocos coches que había se iban nada más llegar en el transbordador y nos dejaban con todo el asfalto para nosotros. Eso nos permitía mayor libertad. Cada nueva isla comenzaba con una repentina subida inicial y finalizaba con la consiguiente bajada hacia el siguiente punto de embarque. Los últimos descensos eran libres y personalmente los empleaba en “esquiarlos” a base de virajes tipo “vedel” arrancando aquí y allá algún que otro pequeño derrape controlado. A estas alturas de la temporada mis ruedas “nuevas” ya no lo eran tanto (ni mucho menos), así que no me importaba su desgaste. Ese día comimos en una especie de casa tradicional. Otro estupendo menú que incluía varios tipos de pescado macerado y un salmón exquisito. Estuve un tramo en el grupo de Petri, con Celine, Triin y otros patinadores y fuimos alternado estupendos baños (ya de mar) cuando las oportunidades lo permitían. El último paso en ferry se convirtió en una pequeño crucero panorámico de una hora, pues el barco atravesaba un espectacular laberinto de islas e islotes. El mar estaba muy apacible y cada emergencia de tierra se veía completamente tapizada de bosque. Disfruté de todo ello desde uno de los puntos más elevados de la embarcación y no dejé de hacer fotos y de disfrutar. La jornada finalizó atracando en Houtskär, en otro camping con cabañas más antiguas pero casi más atractivas que las precedentes. Compartí habitación, y gran parte de la velada, con Tapsa, hablando largo y tendido. Además tuvimos una sobremesa de cena con una buena tertulia, un paseo hasta una torre de observación en la que pudimos maravillarnos de una vista de 360º del archipiélago, todo él bañado por la luz dorada del atardecer, y una puesta de sol mágica en la orilla, a unos breves pasos de la cabaña. Por si la sensación de paraíso no hubiera sido más que suficiente, la sauna de aquella tarde transcurrió en una cabaña es-profeso para ello, por supuesto de leña y con constantes alternancias de chapuzones en el mar. Harry me puso los dientes largos al contarme que hacía años hizo un viaje de varios días en kayak por estas mismas islas. El lugar se presta a ello, allí no hay mareas, las aguas son casi siempre muy tranquilas y la variedad de rutas y rincones es casi infinita.

 Kaisa picando fresas silvestres.

 Esperando un transbordador.

 El archipiélago.

 Nuestra cabaña en Houtskär.

 Puesta del sol al pié de la cabaña.



Continuamos un día más con otra estupenda jornada de archipiélago: cuatro ferries y varias islas. El destino era Nagu. Tanta alternancia hizo que la etapa fuera especialmente llevadera. Además, la temperatura parecía haberse suavizado un poco. De este día destaco la tercera isla, que con sus granjas y pequeños agrupamientos de casas me resultó especialmente bonita y atractiva. La comida fue en un restaurante de aspecto muy cuidado y elegante, con una buena variedad de platos que degustar. En él había colgada una foto de ciclistas finlandeses pioneros, posando en un campo de la isla. No estaba fechada pero por la vestimenta deportiva y las bicicletas presentes debía de ser de los años 20, 30 o 40; no tuve tiempo para preguntar, aunque sí para recorrer un mercadillo en el que un artesano mostraba unos cestos de diseño moderno, pero elaborados con la misma técnica que se hacían los “garrotes” en Santiurde de Reinosa. De eso estuve hablando un buen rato con el amable artesano. Jesús y yo tan sólo nos veíamos a ratos, pues además de dormir separados y patinar en grupos diferentes, procurábamos sentarnos a la mesa en los huecos disponibles y con gente diferente cada vez. Eso nos ayudó a integrarnos cada día más y a mostrarnos más accesibles a los demás. Tan sólo en ocasiones y encuentros puntuales, intercambiábamos impresiones y volvíamos a nuestro idioma. El alojamiento de Nagu era una casa convertida en hotelito con encanto. Me tocó compartir habitación con Harry. Disfrutamos de una sauna antiquísima, con aspecto de pajar medieval cuya visita merecía la pena. Si bien los compartimentos estaban separados por género, la tertulia entre calores y duchas se hizo conjunta en el jardín y de nuevo resultó muy agradable y social. Un paseo por la marina me permitió disfrutar de la vista de barcos y casas de veraneo elegantes y estilosas. Había un kayak artesano de madera a la venta, era precioso, seguramente poco práctico, pero una auténtica exquisitez. Según después me comentó Harry, un conocido suyo da cursillos de construcción artesana allí, de los cuales sales con tu propio kayak hecho por ti mismo. La cena fue de capricho, y finalizó con una deliciosa tarta de frutas elaborada en el propio establecimiento. Cómo era víspera de final de viaje, celebramos la consabida partida de Mölkky (por lo visto eso hacen cada año en Finline), un juego tradicional que combina algunos aspectos de los bolos con otros de la petanca. Jugamos todos formando equipos (yo iba con Tapsa, Kati y Karine). Muchos de los finlandeses se lo tomaban realmente en serio y la verdad es que la partida resultó muy interesante porque el juego está bien pensado para que entretenga, dé oportunidades a todos e incluya ciertos componentes tácticos. Como la primera partida resultó excepcionalmente corta, se jugaron dos. Finalizadas ambas, la velada acabó con una reunión bebiendo algo en una terraza de la marina, con muchas risas y conversación que se alargó a causa del buen ambiente reinante.

 Otro transbordador más (Panu en primer plano).

Patinando hacia el Ferry.

 Granja típica.

 "Garrotes" artesanos, me hacen recordar el pueblo de mi padre.

 Partida de Molkky: Ulla lanza, el resto nos mantenemos espectantes.



La última etapa del viaje nos llevó a Turku. Un único transbordo, dentro de la denominada ruta de los siete puentes. Como despedida pedí permiso para irme a un grupo más rápido y Tapsa me sugirió el de Panu. Con su autorización previa me integré en él. Se trataba del único conjunto formado exclusivamente por finlandeses, algo que enseguida se hizo notar en las instrucciones y comentarios internos. Me lo tomé como un auténtico privilegio, a saber: viajando por Finlandia, sobre patines, formando parte de un grupo de finlandeses… no hace falta dar más explicaciones, eso es todo menos “turismo enlatado”. Rodamos rápido y creo que me acoplé al ritmo sin problemas. El recorrido inicialmente fue muy agradable y entretenido, y me permitió disfrutar del nuevo paso, bastante más vivo. Después del único transbordo vinieron unos preocupantes kilómetros de carretera con mala visibilidad y exceso de tráfico, en la que constantemente había que ir cambiando de mano, deteniéndose, etc. Hicimos varios trenes en descenso. A destacar que en uno alcanzamos los 53,7 km/h (Panu lleva los datos muy controlados), en otro me corrigieron la técnica de agarre y otro más lo perdí por no enterarme a tiempo del aviso en finlandés. El grupo, como ya he comentado, lo lideraba Panu y estaba compuesto por Ulla, Merja y una pareja más (me acuerdo perfectamente de todos ellos, gente encantadora, pero sus nombres me bailan en la memoria y no soy capaz de asignarlos correctamente). Ese día, tras la comida, se nos unieron unos patinadores de Turku, amigos de Kati y de Sami, los cuales nos harían de guía a la hora de entrar en Turku. Tras otro tramo en nuestros grupos respectivos (Jesús también había dado ese día el salto a uno más veloz). Nos concentramos todos juntos para formar un único pelotón que llegaría al destino utilizando para ello la magnífica y extensa red de carriles bici. Había atmósfera de deber cumplido, de final de algo importante y aproveché el relajo general para jugar con los patines, para realizar virajes, disfrutar de los giros, de los descensos y de formar parte de una masa crítica sobre ruedas. La llegada a la ciudad fue fascinante, tras un giro complicado con pavés cruzado en medio, aparecimos en la ribera del río que divide el centro de Turku en dos. Había buen ambiente callejero y muchos barcos antiguos atracados en ambas márgenes. Un mini transbordador para peatones y ciclistas nos permitió el paso al otro lado y, con los patines, accedimos al lujoso hotel que sería escenario de nuestra última noche de viaje oficial. Para tal ocasión los organizadores habían previsto que compartiéramos habitación con nuestros compañeros de origen (en una especie de progresivo regreso a la realidad) y que celebrásemos una cena conjunta en un elegante salón privado. Pero antes de ello nos trasladaron a la última sauna, en un campo de golf junto a un lago a las afueras. Las dos tertulias de la misma se establecieron en sendos porches sobre mesas de madera y hasta algunos jugamos un partido de volley-ball. La cena fue alegre y festiva aunque con momentos emotivos y melancólicos ante la inminente separación. De hecho, Claudia ya se había marchado anticipadamente el día anterior. Hubo discursos, intervenciones de varios miembros en representación del club y de las diferentes nacionalidades allí representadas, y entrega de algunos presentes. La noche se cerró con diferentes entretenimientos nocturnos. Turku presentaba mucha vida, algunos de sus barcos funcionaban como bares o discotecas nocturnos.


Mi nuevo grupo.

 Jesús finalizando el viaje.


 Todos reunidos camino de Turku.


 Vista de Turku.



El recorrido oficial había terminado, sin embargo, a la mañana siguiente Kati y un patinador de su club, nos llevaron de visita guiada en patines por la ciudad. Estábamos en la que fuera la capital histórica del país y, a pesar que sufrió un histórico incendio que la calcinó casi completamente, aún conserva algunos edificios antiguos y un importante castillo, los cuales contrastan con la modernidad de otras construcciones, el ambiente portuario y la atractiva vida urbana veraniega. Me gustó mucho Turku, y se echó de menos una jornada libre allí, con tiempo para visitarla con calma y sin patines. Más tarde el autobús nos devolvió a Helsinki. Fieles a su espíritu detallista y considerado al máximo, hizo varias paradas: dejó a gente en el aeropuerto, a otros por el camino, a muchos en el punto de partida y a nosotros en el albergue. Así finalizaba todo, una experiencia indescriptible y que sospecho llenará un hueco importante en mis memorias. Uno de esos apartados que nunca se olvidan y quedan grabados en las “estanterías emocionales” más especiales. Las despedidas no me gustan, quizá porque siempre tengo la esperanza de volver a tener la ocasión de ver a la gente a la que tengo afecto. Aún así, para nuestra sorpresa, a Jesús y a mí aún nos quedarían dos despedidas más, privadas: una pequeña barbacoa de bosque y una salida nocturna al ambiente de la capital.

 Castillo de Turku.

 Satisfechos y felices tras nuestro viaje.

Cualquier lector habitual del blog se habrá dado cuenta que el Finline no es un evento del estilo de cualquiera de los demás. En realidad fue un viaje, una ruta nómada sobre patines, por lugares nuevos para mí y, salvo mi amigo Jesús, con gente completamente desconocida hasta ese momento. Las citas deportivas habituales, sean estas de uno o dos días, son otra cosa, te llenan y emocionan de forma más explosiva en el momento, pero su calado afectivo y de experiencia es mucho menor. El viaje es exploración, convivencia, adaptación, experiencia a través de diferentes estados de ánimo… es mucho más. Es un proceso, en contra de los eventos deportivos que corren el riesgo de quedarse exclusivamente en resultado (aunque ese no es el caso de los que frecuento). Ya hace tiempo que vengo reflexionando (aunque no escribiendo) sobre ello. Los dos últimos años me he dedicado plenamente a la participación en eventos deportivos puntuales, dejando a un lado mis habituales experiencias viajeras nómadas. Y de repente, allí en Finlandia, me he topado de bruces con mi tendencia natural, con el viaje itinerante que se apoya en algún medio de transporte caracterizado por la aventura y la libertad de movimiento. Quizá vaya siendo hora de volver al origen, de ir dejando un poco de lado tanta cita organizada y volver a la esencia de las alforjas. En el archipiélago coincidimos en ferries y pernoctas con un grupo de cicloturistas, y se notó enseguida que ambos nos generamos sana envidia, admiración y reconocimiento mutuos. Me sabe mal tener que haber hecho un resumen tan breve, desordenado, rápido y pobre, tan por debajo de lo que se debería corresponder con la experiencia Finline 2014. Esta crónica se hubiera merecido muchísimo más. En todo caso aquí quedan unas pinceladas de lo que fue, una vivencia muy especial. Ha resultado imposible citar a todo el mundo. A la entusiasta Nadia, al emocionado Frank, al bromista Steve, al agradable Adam… y a tantos otros, espero que si por alguna remota casualidad estas letras llegan a sus retinas, se sientan todos ellos incluidos en mi memoria y en el mencionado “proceso”, pues cada cual, a su modo, puso una parte imprescindible de su ser en el mismo.

 

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