Tengo que confesar que los días previos a partir hacia
Marmande me entró cierta pereza ante el viaje. No sólo por el desplazamiento,
sino un poco por todo, pues pensaba que en cierto modo iba a vivir una
experiencia tan similar a la del año anterior, que quizás podría llegar a
aburrirme o a sentirme algo decepcionado, al comprobar que algunas cosas que
entonces me hicieron disfrutar mucho, pudieran perder “punch” al dejar de ser
novedad. Al menos tenía el aliciente de ir acompañado por Myriam y de que allí
nos encontraríamos con Javier, que ha cogido tanta carrerilla el hombre, que a
este paso voy a tenerle que pasar el hipotético e imaginario cetro de príncipe
de las participaciones en marchas ciclistas retro. Además, aunque más tarde no
se consumasen, estaban en el aire las posibles asistencias de un par de
habituales más. En cualquier caso, como digo, me encontraba desmotivado para el
viaje y para el fin de semana en sí, y por si fuera poco, las previsiones de
tiempo no eran muy halagüeñas. Tampoco ayudaba el que me diera por pensar que
de qué narices iba yo a escribir en el blog si ya había escrito una crónica al
respecto el año anterior y la experiencia de esta temporada no mostraba visos
de que fuera a ser realmente diferente. Sin embargo, finalizado el fin de
semana, aquí estoy dispuesto a escribir y más que contento de haber pasado un
estupendo fin de semana “retro”, corto pero completamente entretenido.
Marmande está más lejos de lo que parece, y en esta ocasión
además, no encontré alojamiento en la localidad y tuve que irme a unos 32 km al
oeste. Aquello supuso, básicamente, dos inconvenientes claros: que el domingo
tuvimos que madrugar una hora más y que el viaje de ida se hizo mucho más largo
en tiempo. De hecho, fue un trayecto que se nos hizo muy pesado y aburrido
hasta poco antes de encontrar (que no fue nada fácil) nuestro hotel. El
alojamiento estaba situado en las ruinas del Chateau de Semmens, muy cerca de
St Brice, en pleno corazón de una de las áreas viticultoras más importantes de
Francia y del mundo entero. La comarca pertenece al territorio de denominación
de origen del vino de Burdeos. Se trata de una zona denominada “L’entre deux
mers vinicle” que linda al norte con Saint Emilion. Dentro de ella encontramos
9 denominaciones locales diferentes, de las cuales dos (Loupiac
Sainte-Croix-du-Mont y Cadillac / Côtes de Bordeaux) las atravesamos circulando
por encantadoras carreteras a primeras horas de la tarde, alucinando con el
contraste que las infinitas lomas suaves, tapizadas del intenso verde de las
viñas y rebosantes de hojas, pintaban contra un horizonte de cielo oscuro y
plomizo, pleno de nubarrones. El estrecho asfalto serpenteaba con suavidad
entre recodos y dejaba perspectivas de lo más variado y encantador. Las
parcelas presentaban perímetros caprichosos, pero con las cepas perfectamente
alineadas. Tras horas de pesado viaje anodino en coche, el final fue un regalo
para la vista y las emociones. Así llegamos a Sauveterre de- Guyenne, un pueblo
que se rodea cada vez que se pasa por él y que invita a hacer una parada para
recorrer caminando su amurallado conjunto de edificios. Sin embargo no lo
hicimos porque el programa de actividad de la escapada resultó estar
suficientemente completo. El alojamiento estaba escondido en algún punto de
otra denominación (Haut-Banauge). De hecho nos costó bastante encontrarlo. Tan
sólo estuvimos el tiempo necesario para tomar la habitación y descargar el
equipaje, pues enseguida pusimos rumbo hacia Marmande, atravesando entonces dos
denominaciones locales más (Saint Macaire y Entre-deux-Mers (general)).
Conviene recordar que L’Historique no es la actividad
principal (ni mucho menos) de los acontecimientos de ese fin de semana en
Marmande. Es tan sólo una propuesta más dentro de las fiestas locales, las
cuales giran sobre todo, en torno al homenaje al tomate. El completísimo y atractivo
museo de motos y bicicletas, no llegamos a visitarlo en esta ocasión, porque no
nos dio tiempo, pero aprovecho para recordar que no está nada mal (lo recuerdo bien
del año anterior), pues tiene mucho que ver, en muy buen estado y con ejemplares
de lo más interesante. Lo primero fue recoger los dorsales y saldar nuestra
deuda económica con el organizador. Recibimos una botella de tinto de regalo cada
uno (qué mejor presente teniendo en cuenta las características del entorno
cercano) que aún no hemos probado, pero seguro que la disfrutaremos, tal y como
hicimos con las recibidas en Abejar. Personalmente me parece todo un detalle
que celebro meses después, cuando en algún momento de relajo personal y
familiar, brindamos con el caldo y recordamos el evento que originó la
procedencia de la o las botellas. Inmediatamente después recorrimos el mercado
de la feria, degustamos algunos productos agrícolas de la comarca, entablamos
conversación con una representante de una sociedad sin ánimo de lucro, que se
dedica al descubrimiento, preservación y fomento del cultivo de cientos de
especies diferentes de tomates, y acabamos comprando una espectacular selección
de tomates diferentes en varios puestos. Esta semana iremos dando cuenta de
todos ellos, acompañándolos con otros vinos, mientras el Chateau Pierron Fleur
d’Albert (Buzet) reposa y se recupera del viaje en coche. Concretamente, además
de unas berenjenas, adquirimos cuatro variedades diferentes de tomates: unos
rojos enormes muy anchos que no recuerdo su nombre; otros también bastante
grandes, habituales en la zona y que se denominan “coeur de boeuf”; una
variedad de “cerises”, que son una especie de “cherrys” de formas y colores
diferentes que están exquisitos; y finalmente unos “Kumato” (verdinegros) que
astutamente producen allí, tras haber conseguido importar semillas originales
desde Almería.
Del mercado de productos pasamos al de bicicletas. Había
bastante oferta de bicis muy antiguas y poco de modelos de carreras. En general
muchos ejemplares con importantes necesidades de restauración en el caso de
ponerse a ello, aunque con precios de partida (negociables) que no eran
descabellados. En cuanto a piezas, pocos puestos pero bastante nutridos de
material. De todas formas el ir cargado con las compras hortícolas previas y el
no querer gastar demasiado hicieron que no me animase a comprar nada. En aquel
momento preferimos regresar al coche a dejar nuestro recién adquirido
cargamento y disfrutar de la feria sin más, además de intentar localizar a
Javier. Enseguida nos reunimos y a lo largo del resto del fin semana
disfrutaríamos de unas cuantas actividades juntos. Sin embargo, esta vez no
pretendo ir contando la estancia paso por paso, sino más bien aclarar qué hubo
de diferente para mí en esta segunda edición, que evitó que mis aprensiones
iniciales acertaran en la previsión de que la participación resultara
repetitiva.
Para empezar cumplí con un deseo que había quedado marcado
en mi memoria desde el año anterior: plantarnos en una de las largas y
múltiples mesas dispuestas para cenar al aire libre, tal y como tiene costumbre
de hacer allí el paisanaje con ocasión de las fiestas locales. La vez anterior
me di cuenta tarde de la “jugada” y además viajaba sólo. Pero este año se lo
propuse a mi compañía y aprovechamos que la veraniega noche invitaba a ello. De
un puesto trajimos patatas fritas y una parrillada de verduras locales a la
plancha. De otro lugar unas ensaladas frías y unas cervezas para empezar a
picar. De segundo elegimos entre un medallón de “foi” con unas lonchas de jamón
de pato y un plato de barbacoa de salchichas y cordero. Todo ello regado con un
tinto local, de nivel de “crianza” español, que resultó adecuado y del que
dimos completa cuenta. Para el postre traicionamos a los puestos locales y nos
despachamos un helado de “marca registrada”, comprado en un supermercado. Entre
tanto, otros comensales, familias, grupos de amigos, etc. nos rodeaban, cada
uno a lo suyo, y un concierto de un joven grupo de fusión con matices de jazz,
amenizaba el ambiente sin dañar nuestra fluida conversación. Marmande en sus fiestas es ideal para cenar
en ese plan, la atmósfera invita a ello, y lo imaginado y anhelado desde doce
meses antes, quedaba ratificado tras la puesta en práctica real.
El segundo cambio importante de mi segunda participación en
L’Historique tuvo que ver con el recorrido en bicicleta. A estas alturas de la
temporada, ya he dejado de sentir ese apetito voraz de pensar que cuanto más
largo mejor. En esta ocasión viajaba con Myriam y ambos habíamos decidido hacer
la ruta corta (40 km frente a 80 km), pero no con bicicletas ni indumentaria
tipo “tweed run” sino como ciclistas de carretera retro, es decir con bicis de
corredor, maillots, zapatillas, gorra y culote. Como el circuito largo ya lo
disfruté un año antes, pasé a atender al menor, y para mi grata sorpresa, se
resolvió con calma pero con agilidad y sin paradas superfluas, y lo que fue
mejor todavía, su trazado me pareció acertadísimo por su belleza y, sobre todo,
por su ambientación campestre y la casi total ausencia de vías de circulación
motorizada normal. Cruzamos campos de labor, pasamos por mansiones antiguas,
recorrimos granjas de “siempre”,etc. Todo ello, casi constantemente, circulando
por vías perdidas y estrechas. Atravesamos el Garona mediante un elegante y veterano
puente y posteriormente disfrutamos de varios kilómetros maravillosos de canal,
pedaleando junto a las “penichettes” y los botes de banco móvil, utilizando las
vías “de sirga” asfaltadas, acogidos por la densa sombra de los árboles que lo
jalonan. Como suelen hacer allí, tras un segundo avituallamiento junto al
canal, nos reunimos con el otro grupo para completar el recorrido entrando
todos mezclados en Marmande. Pese a su menor longitud, confieso que me gustó
más este recorrido que el otro, y que se me hizo más ameno.
Recorrido campestre.
Trayecto junto al canal.
Esperando al grupo de la larga.
Otro par de novedades de las que pude disfrutar en esta
edición, se produjeron a lo largo de la marcha. La primera tiene que ver con la
habitual presencia de Francesco Moser, quien por cierto este año ya rodaba
sobre una verdadera bicicleta retro (una Gitane). Si bien el año anterior pude
saludarle y hasta brindar con él durante una degustación en una bodega, en esta
ocasión, pese a rodar en recorridos diferentes, pude hacerme algunas fotos con
él para el recuerdo y para cobrarme un pequeño trofeo de fetichismo (no soy
apenas dado a ello pero…). La segunda se refiere al vehículo del “director de
carrera”. Aún sonrío al recordar el infatigable Peugeot Lion desde el que
Patrick Joret (nuestro entrañable organizador) controlaba la marcha en el 2013.
Pero lo de este año fue una auténtica sorpresa, pues a los del recorrido corto
nos guiaban desde un singular artefacto de vete tú a saber cuándo, que
podríamos definir como “moto-avión”. Salvo la ausencia de hélice y alas de
biplano, el resto de la máquina era un fuselaje biplaza, al más puro estilo del
Barón Rojo (en este caso gris), traccionado y dirigido por sendas ruedas
completamente carenadas dentro del cuerpo de la nave y con un evidente tren de
aterrizaje constituido por sendos ruedines laterales, que se recogían hacia
arriba una vez el vehículo encontraba su equilibrio de marcha. Seguir a ese
atrevido y poco habitual medio de locomoción, suponía, en sí mismo, un
verdadero entretenimiento. Hacerlo además en bicicleta clásica, con excelente
compañía y por un recorrido tan idílico, un auténtico placer.
Con Franchesco Moser.
El curioso artefacto del "director de carrera"
L’Historique de Marmande es cosa de pocos. Por no tener no
tiene ni página web de referencia. Afortunadamente, en mi navegación
electrónica del año anterior di con una pista y una copia de su información, y
desde entonces ya estoy en su base de datos y me escriben para avisarme de las
sucesivas nuevas ediciones (gracias Patrick). Nuestro pelotón de la corta estaba
formado por unos 35 ciclistas y una vez visto el de la larga, calculo que sería
de una cifra similar. No sólo no hace falta más gente, sino que con tales
cantidades, además de rodar tranquilo y sin tensiones, si lo deseas, puedes
permitirte el lujo de entablar conversación con todos los participantes. Esto
hace que el evento, tal y como ocurre con La Histórica española, el GPCC Retro
y algunas otras más, resulte verdaderamente familiar y añada un plus de
“humanidad” y valor personal a la experiencia, que difícilmente se da en las
convocatorias cuyas masivas afluencias superan el millar.
Precisamente gracias a ello charlamos con mucha gente. Nos
enteramos que el “equipo” de “forzados” de los velocípedos, en realidad son
checos y no sólo acuden a eventos sino que también son fabricantes de sus
propias y elegantes monturas. Javier además entabló contacto con una pareja que
había ya localizado en Anjou, circulando entonces en bicicletas “single speed”
y en que en esta ocasión rodaban en un tándem. Si tal y como al finalizar nos
aseguraron, ahora están leyendo este blog, aprovecho la ocasión para
saludarlos. Pero el hallazgo más notorio probablemente haya sido el de Emile,
simpático y entusiasta bloguero del ciclismo deportivo retro, experto
enciclopédico y mecánico, coleccionista de bicicletas y fascinantes maillots y
suponemos que brillante ciclista maduro, a juzgar por el aspecto de sus piernas
y lo “fino” de su talle. También desde aquí saludamos a Emile a quien pronto
esperamos encontrar en las carreteras de La Retrovisor, además de algunas otras
cerca de su tierra en la falda de los Pirineos.
Emile (de rojo) y Javier (con musette) charlan pedaleando detrás de
una moto con sidecar.
¡Que nadie se equivoque! Una cosa es que la participación
sea reducida y cercana y otra muy distinta que no estemos ante un evento retro
de nivel. Lo digo porque los que allí se encuentran, casi todos saben bien a lo
que van y la colección de bicicletas reunidas resulta sencillamente
espectacular. Voy entendiendo lo suficiente del tema como para asegurar que el
nivel era muy alto. Había excelentes bicicletas que en su día fueron de alta
gama de marcas históricamente prestigiosas. Muchas bicicletas en un estado
impecable y otras muy respetuosas con su vida pasada y el origen de su
despiece. Podría hablar de unas cuantas que me llamaron la atención, pero no
quiero resultar pesado con ello. Afortunadamente la “delegación española”
estuvo a la altura. Como el cien por cien del recorrido estaba asfaltado, llevé
mi Alan Superrecord de tubulares, la cual nunca falla en distinción y
reconocimiento ajeno (de hecho tuve que responder a unos cuantos curiosos sobre
el tema). Por su parte Myriam estaba a la altura de cualquiera, teniendo en
cuenta que su poco común Super Cil de corredor, conserva todos sus componentes
originales (incluida la pintura, el fileteado y las pegatinas), a excepción del
sillín, cinta de manillar y las cubiertas. Una cosa es lo poco que la gente
sepa de esa marca de bicicletas (en especial fuera de nuestras fronteras) y
otra muy diferente lo que tal bicicleta representa en la historia española del
sector ciclista. En ocasiones, incluyendo a los aficionados al ciclismo retro,
la grandilocuencia de las gestas deportivas y la herencia mediática del pasado,
nublan nuestra visión y amenazan con dejar en el olvido auténticas joyas del
pasado ciclista. Y precisamente por ello quiero hacer especial mención de la
bicicleta con la que nos sorprendió Javier, una Super Condor que me tiene
enamorado.
Bicicletas muy interesantes y cuidadas. En primer plano una Rochet
Special fascinante y llena de detalles de calidad.
No me resulta nada fácil hallar información sobre dicha
bicicleta. Como Super Condor no he encontrado nada, por lo que deduzco que dicha
denominación debe de corresponder al modelo. Como Condor he encontrado
referencia de dos fabricantes: uno suizo muy raro del que sólo he dado con
bicicletas de uso cotidiano, y otro británico que ha resultado ser uno de los
fabricantes de cuadros de acero más prestigiosos del Reino Unido allá por los
años 60-70. La marca como tal sigue existiendo, pero sin la relevancia de
entonces, pues antaño estaba ligada a expertos artesanos en la construcción de
cuadros, cuyos apellidos formaban parte del propio prestigio de marca. No tuve
el tiempo necesario para tomar fotografías de detalle de la bicicleta, pero eso
es algo que no me preocupa porque a Javier lo seguiré viendo bastante a menudo.
El modelo plantea algunas dudas sobre su vocación original. La clave está en si
el triple plato con el que actualmente está equipado ya estaba montado desde el
principio o no. Javier tiene sus dudas. Si no lo estaba, apuesto a que estamos
ante una bicicleta de “carreras” británica, de alta gama en los 60-70; algo
hacia lo que su propietario va dirigiendo los pasos en su progresiva puesta a
punto y decoración. Si los tres platos eran el equipamiento original, entonces
nos encontramos ante una bicicleta de cicloturismo (del de verdad) de allá por
los años 70. En aquellas fechas apenas Gran Bretaña y Francia osaron empezar a construir
y comercializar tal tipo de bicicletas, las cuales, como muchos ya sabréis, son
mis favoritas. Pensadas para auténticos “randoneurs”. Javier ha hecho una recuperación
muy lograda de la bicicleta. Conserva su pintura y pegatinas originales, está
limpia y funcionando y tiene componentes muy interesantes como los frenos
Malfac y otras cosas. Él, fiel a su vocación mitómana de las carreras, está
apostando por darle cierto aire “racing”, me inclino más (aunque me duela) a
pensar que lleva razón. En el supuesto contrario, la bicicleta necesitaría unos
guardabarros metálicos, un soporte delantero para una bolsa de viaje de lona, y
algún otro detalle más.
Myriam conjuntada rodando sobre la Super Cil.
La Historique finalizó con la habitual comida de feria. La
organización reparte bandejas con un menú completo y cada cual se busca sitio
en las mesas corridas, reuniéndose con sus amigos o mezclándose con el público
general que es numeroso. Las bebidas van aparte. Comimos bien, mantuvimos
activa nuestra constante conversación y nos reímos con los descontrolados
cánticos con los que cada año se arranca un nutrido sector de franceses,
dirigidos por tres personajes bien caracterizados. La jornada resultó muy
agradable, divertida y completa. Las lluvias no hicieron acto de presencia. Al
contrario, más bien pasamos calor. El rítmico sonido de pistones del increíble
tractor Lanz que nos hizo de coche escoba, aún parecía estar metido en nuestro
cuerpo horas después. Así pues mi visita a Marmande no fue nada repetitivo, al
contrario, fue una visita diferente a un lugar ya conocido, en la que encontré
lo que buscaba en diversión, ocio y relaciones. Y hablando de buscar y
encontrar… lo de los mercadillos de bicicletas es todo un mundo incontrolado.
Los precios muestran una variabilidad desmesurada de cita a cita, de puesto a
puesto y de día a día. Buscaba un conjunto de potencia y manillar para una
futura restauración. El sábado encontré una opción adecuada, pero no llevaba
dinero y el precio me hizo dudar. Al día siguiente compré el mismo casi a la
mitad. Lo que no me llevé fue un bonito de maillot de punto, de una marca que
me interesa, pero que me pareció excesivamente caro. Me ha servido para
comprobar que haberlos los hay, pero creo que no es bueno perder la cabeza en
este tipo de compras, sobre todo si tenemos en cuenta que por el hecho de
mantener esta afición, quizá la tenemos un poco perdida ya.
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