jueves, 15 de enero de 2015

3. CERVEZA Y CICLISMO (RETRO)

"McSorley's Bar". John Frech Sloan, Detroit Institute of Arts

Beber cerveza es un placer. Pero en mi caso, no haciéndolo a lo bruto y sin mesura, sino más bien con moderación y en momentos o situaciones que invitan especialmente a ello. No bebo cerveza por beber, lo mismo que no monto en bici simplemente por montar. Sin sensaciones especiales, sin la atmósfera adecuada y sin una apetencia justificada, creo que ambas cosas me aburrirían, la cerveza a partir de la tercera caña y la bicicleta al cabo de varios días. Pero no ocurre así y eso es porque procuro que ambas actividades respeten una especie de liturgia que, sin ser rígida, ha de integrar algunos ingredientes que conviertan ambos actos en algo especial.

Creo que Philippe Delerm podría entender perfectamente de qué estoy hablando:
"¡En cambio, el primer trago! ¿Trago? Empieza mucho antes de la garganta. En los labios aflora ya ese oro burbujeante, frescor amplificado por la espuma, y lentamente en el paladar un placer tamizado de amargor. ¡Qué largo parece el primer trago! Se bebe de un tirón, con avidez falsamente instintiva. En realidad todo está escrito: la cantidad, ese ni poco ni mucho que constituye el único ideal; el bienestar inmediato rematado por un suspiro, un chasquido de la lengua, o, tan importante como éstos, un silencio […]"[1]

Podría evocar la finalización de un hermoso, y a ser posible exigente, recorrido ciclista, como ejemplo de uno de esos momentos memorables en los que una buena cerveza apetece mucho. Especialmente si aquel se hubiera desarrollado en compañía y con clima seco. Si al finalizar la etapa, se dan las condiciones apropiadas: ausencia de prisas estresantes; una buena terraza, bar o mesa en la que sentarse a comentar la ruta; y una cerveza de calidad suficiente, servida en recipiente adecuado; la experiencia y el momento se transforman en algo muy especial durante los cuales un sentimiento de bienestar, satisfacción y camaradería nos invade y se siembran anclajes emocionales suficientes como para que sigamos buscando la reproducción de situaciones similares durante el resto de nuestra vida.

Personalmente soy más de cañero que de botellín, aunque ambas procedencias me sirven. Con los vasos soy más exigente, odio los vasos de tubo o esos anchos y muy bajitos que ponen en algunos lugares en plan de “zuritos”. Tampoco me gusta beber directamente del botellín, aunque lo llevo bastante mejor que el hacerlo de la lata, que en el caso de la cerveza me fastidia. Por el contrario adoro las jarras (enormes, grandes, medianas o pequeñas), tanto las de cristal como las opacas de cerámica. Disfruto al beber en muy diferentes tipos de copas, anchas o estrechas de gran fondo, en los vasos de tipo “pinta” o en los pequeños vasos sencillos estandarizados de las cervecerías madrileñas de toda la vida, aquellas de barra de mármol blanco o chapa de acero inoxidable.

Pero mi idea para hoy no es recrearme en todo este tipo de detalles de degustación sino dar cuenta de la estupenda relación que aparentan mantener, en algunos casos, el ciclismo y el disfrute de la cerveza. No me voy a referir al ciclo-cross, en el cual parece estar de moda una especie de simbiosis casi religiosa entre ambas pasiones. Y no lo hago porque aún no he tenido el gusto de disfrutar de dicha modalidad (todo se andará, nunca se sabe…). Lo que me gustaría es repasar algunos binomios de ‘eventos retro – cervezas’ que he podido conocer a lo largo de mi deambular por las diferentes citas del calendario. Sin embargo, antes de dar cuenta de ese muestrario, es menester dedicar unas palabras previas a una gran clásica del calendario ciclista internacional. Me refiero ¿cómo no? A la Amstel Gold Race[2], afamada prueba ciclista clásica y profesional que desde su nacimiento (en 1966) hasta la actualidad, incluye el nombre de una cerveza en su propia denominación. La AGR es la única Gran Clásica internacional que transcurre por tierras holandesas. Su centro de operaciones normalmente se ubica en Maastricht, ciudad universitaria localizada al sur del país y lindando con las Ardenas belgas. El recorrido varía de unos años a otros, el último constaba de 251 km y 33 altos que permitieron acumular un desnivel de 4000 m. Es de suponer que ante la ausencia de verdaderos puertos de montaña, el trazado tiene que conformarse como un auténtico “rompepiernas” en continua sucesión de muros, giros y trampas de toda índole. Y todo ello en abril (aguas mil), en la Europa del Norte. Por Maastricht tuve el gusto de pasar pedaleando hace ya casi 30 años, incluso recuerdo haber pernoctado allí, pero esta carrera no la he visto en vivo jamás, aunque sí algunas escenas de la misma en video o en retransmisión televisiva. Quizás el segmento más famoso de la prueba sea el paso por el muro del Cauberg. Haber hay algunos más, bien conocidos por las aficiones de allí, pero es que aquel se suele ascender por última vez pocos metros antes de la llegada a meta. La prueba se ha convertido en una de las grandes clásicas más famosas y prestigiosas del calendario internacional, aunque no entra en la categoría sagrada de los cinco “monumentos”, lo cual es lógico si nos paramos a pensar que se trata de una cita “reciente” ya que se celebra “tan solo” desde 1966. En su palmarés hay una total ausencia de victorias españolas. Está dominado por belgas y holandeses, y cargado de nombres ilustres con Eddy Merckx o Bernard Hinault incluidos, aunque quien destaca especialmente es el holandés Jan Raas con sus incontestables cinco victorias. Entre los españoles únicamente Alejandro Valverde “rozó el poste” (como viene siendo habitual en él) con un cuarto puesto en 2014, un tercero en 2008 y, especialmente, su segundo puesto en 2013. En pugna directa Purito Rodríguez también consiguió una meritoria segunda posición en 2011.

El origen de la prueba estuvo ligado a la existencia del equipo ciclista amateur Amstel Bier allá por los años 60, fundado por Herman Krott y cuna de grandes ciclistas famosos holandeses entre los que podemos destacar a Joop Zoetemelk o Gert-Jan Theunisse. Pero Krott abrigaba otro gran sueño secreto y no paró hasta hacerlo realidad: la creación de una gran clásica que con el tiempo llegara a rivalizar con las más míticas de la vecina Bélgica. El patrocinador principal de la prueba es la cerveza Amstel, quien lo ha sido desde su origen hasta la actualidad, por lo que carrera y cerveza parecen ser solo una. Como viene siendo ya habitual en otros grandes eventos famosos, la AGR también ofrece su versión para aficionados a la bicicleta, los cuales podemos disfrutar de seis opciones de recorrido que van desde los 65 hasta los 250 km. El evento se celebra el sábado, víspera de la carrera profesional del domingo. No es un evento retro, de acudir allí, habría que circular con nuestro “hierro” rodeado de “galácticos” con sus “carbonatadas”. Con respecto a la cerveza ¿qué os puedo decir? Probarla resulta bien fácil, teniendo en cuenta que es una marca de gran producción, con factorías incluso en nuestro país. Se trata de una cerveza originaria de Amsterdam, 100% malta, con receta procedente de 1870 y que se ha convertido en la sexta más vendida del mundo. No soy habitual consumidor de la misma, pero prometo comprame alguna para recordar sus atributos.

Entrando en el universo retro, vamos a permanecer en el ámbito de las grandes clásicas. Cuando disfruté de mi participación en el Tour de Flandes Retro (Retro Ronde) además de pasármelo fenomenal en el evento, visitar a pedales algunos de los muros más legendarios, conocer el Museo del Tour de Flandes y catar un amplio surtido de cervezas belgas, que me resulta imposible recordar ahora, dió la casualidad que me traje un posavasos de una marca de cerveza de peculiar connotación ciclista. La cerveza en cuestión no recuerdo haberla probado (tampoco estoy muy seguro), pero su nombre lo dice todo: Kwaremont. Es la denominación de un famoso muro de pavés de las Ardenas, no demasiado pendiente aunque sí largo y que en nuestra participación nos tocó rodarlo en bajada. Se trata de una cerveza rubia de malta, de las calificadas como de producción independiente (pequeña producción) y de estilo belga 100% malta. Su web es sencilla en contenido pero con hermosas fotos de ciclismo retro[3].
Mi posavasos de Kwaremont

El Oude Kwaremont (foto: Martín)

Maridaje cerveza-ciclismo retro; Javier y Martín en Oudenaarde.

Pero si alguna vez me he topado con una cerveza eminentemente ciclista y retro a la vez, por encima de cualquier otra hay que reseñar la Malteni[4]. El nombre lo dice todo, estamos ante una cerveza artesana y de malta que rememora al mítico equipo ciclista en el que militara durante tantos años Eddy Merckx: el Molteni. El juego de palabras resulta acertado para una cerveza orgánica que nace también en Bélgica, en 2010, promovida por auténticos forofos del ciclismo. Personalmente la conocí, y caté con generosidad, en las cercanías de París, pues fue patrocinador de La Patrimoine. Los colores corporativos de la marca son el naranja y un azul muy oscuro, y casi todos los detalles de imagen replican las formas y aspecto del equipo Molteni. Nos presenta tres acabados francamente diferentes. Una cerveza “blanca”, que no probé porque no me agradan las de ese tipo, pero que acertadamente “viste” una vitola con el maillot arco iris de campeón del mundo sobre fondo blanco. Otra rubia (blonde), que está francamente buena, con el cuerpo esperado de una cerveza artesana, y está decorada con el maillot amarillo. Y finalmente una ambar (tostada), que evidentemente porta la etiqueta con el maillot del “Malteni” y se caracteriza por ser bastante delicada en comparación con tantas otras cervezas tostadas artesanas del mercado actual. Todo un acierto de imagen y de calidad de producción cervecera que aplaudo nuevamente al recordalo.
 Mi posavasos Malteni.

Una Malteni Blonde en su espacio natural durante La Patrimoine.

Y ya que andamos por el norte, vamos a dar un salto sobre el Canal de la Mancha para poner nuestros neumáticos en suelo británico y hacer referencia a otros dos emparejamientos ciclistas y cerveceros. En la Pendle Witches Velo Vintage la cerveza se respira con intensidad. No en vano el cuartel general de salida y llegada es un pub de carretera, el Craven Heifer. Como el clima, en la época en la que la ruta se lleva a cabo, no invita precisamente a refrescarse el gaznate a primera hora de la mañana, la mayoría dejamos las pintas para el regreso. La barra del bar dispone de diversos cañeros con propuestas de varios colores ambarinos que van desde el clásico lager (rubio no demasiado pálido), hasta el negro completo, pasando por varias gamas tostadas progresivamente bronceadas. Durante y tras la comida caliente que allí nos sirvieron, al menos probé un par de ellas con agrado. Es normal que los lugareños se decanten por “brebajes” con bastante cuerpo y tirando a oscuros, pues el clima es frío o fresco la mayor parte del año, por eso, la cerveza, aún siendo prácticamente siempre de barril y servida a través de cañero, se entrega a una temperatura notablemente mayor que a la que estamos acostumbrados por aquí. Pero en tales condiciones y ante esos tipos de “birras”, es algo que se agradece, no perturba el gusto y uno fácilmente olvida, al deleitarse con las sorprendentemente cremosas espumas con las que los británicos consiguen dotar a sus cervezas. La Moorehouse’s Brewery (desde 1865)[5] es uno de los patrocinadores de esta cita del norte de Inglaterra. Se trata de una empresa cervecera ubicada en Lacanshire, en concreto en Rawtenstall, localidad donde se inicia y finaliza la ruta retro. Su andarura comenzó como una fábrica de bebidas de mínima graduación, bajo una dirección familiar que iba sobreviviendo al paso de las generaciones. Finalmente, en pleno siglo XX la empresa fue vendida a otros propietarios, pero la sospechada relación de la entidad con las legendarias brujas de la comerca debía de ser intensa porque en el transcurso de pocos años, aquella cambió de manos en numerosas ocasiones, hasta que a finales de siglo llegó (casi por casualidad) a manos de un hombre de negocios de Manchester (aunque oriundo de la comarca) que le ha dado verdadera vida, especializándola en la elaboración de una actractiva oferta de cervezas digamos... potentes. La empresa es además propietaria de seis pubs rurales a los que sirve (el Craven Heifer es uno de ellos), ha conseguido un impresionante listado de galardones por sus productos y exporta parte de su producción (400 barriles semanales) al continente americano. La casa ofrece cinco cervezas estandar: Black Cat (casi negra, suave y algo dulce), Premier Bitter (ambar suave algo amarga), Pride of Pendle (dorada y malteada), Blond Witch (rubia ligera) y Pendle Witches Brew (ligeramente tostada, dulce, afrutada y la de mayor carga alcohólica de la gama). Todas ellas con nombres muy cercanos a la brujería femenina, como no podría ser de otra manera por aquella zona. Pero es que además la cervecera produce doce tipos estacionales al año, uno por mes, así que los parroquianos de la comarca no creo que se aburran, a poco interés que muestran por la cata. Y por si todo ello fuera poco, también comercializan lo que llaman “blended ales” (cervezas tipo ale procedentes de mezcla). Para tratar de aclarar un poco tanto barullo, y aún si ser un experto, sino un simple consumidor, conviene explicar lo que se entiende por ale. Se trata de cervezas de fermentación alta (el proceso se produce fudamentalmente en la superficie), que suelen caracterizarse por resultar más complejas de sabor, más amargas y de mayor graduación alcohólica. La recomendación es que no se sirvan tan frías como las actualmente más habituales: las lager. Las ales son anteriores en la historia, su producción era habitual en toda Europa antes de que llegara la moda de las lager, las cuales parecen más apetecibles en nuestros climas mediterráneos. En lo que a mi respecta, me pierdo con todos los tipos y subtipos de cervezas existentes. Tampoco es algo que me preocupe, por lo general me gustan la mayoría y lo que procuro es disfrutarlas. Entender, entiendo infinitamente más de whisky, aunque evidentemente lo bebo infinitamente menos.
El Craven Heifer Pub.

 Las 12 cervezas estacionales de Moorhouse's.

"Las Brujas de Pendle"

Entretanto l’Eroica Brittania también gozó de la colaboración de otra compañía cervecera, y si bien en los memorables tragos que nos regalamos en los diferentes pubs de Bakewell durante nuestra estancia allí, no estuvimos pendientes ser fieles a dicha marca, las grandes carpas que hacían las funciones de pubs de campaña en la pradera en la que el evento se ubicaba, si que servían pintas del correspondiente fabricante: Thornbridge[6]. Tanto para comer el día de la víspera de la gran cabalgada de 100 millas, como para recuperar fuerzas al regreso de la misma, pudimos delitarnos con una cerveza de color dorado que no podríamos llegar a calificar como tostado, aunque sí algo más intenso que el de nuestras rubias más ambarinas. Y lo mismo podríamos indicar respecto a su cuerpo y gusto, ligeramente más fuerte de lo que acostumbramos por aquí, pero sin entrar en las “profundidades” de tantas otras cervezas británicas. En este caso se trata de una empresa de reciente creación (2010) que ha apostado directamente por la elaboración de cervezas “de autor”, singulares, selectas y de distribución no demasiado extendida. Su sede está ubicada en la propia Bakewell, así pues estamos ante una producción local, que trata de esmerarse en el resultado. Pese a su juventud, el currículum de premios conseguidos resulta abrumador, y el abanico de variedades ofertadas no le va a la zaga, con nada más y nada menos que 21 tipos diferentes catalogados en la modalidad de embotelladas, de los cuales 14 están disponibles actualmente (cuando estoy escribiendo este texto). Entre ellas una denominada “L’Eroica Britannia”, elaborada al estilo Pale Ale, de la cual fuimos obsequiados con una botella de medio litro, que nos bebimos Myriam y yo, haciendo pic-nic en Chatswords House, tras una encantadora excursión a pié. Y podemos dar fé de que una de las ventajas de este tipo de cervezas es que aún portándola sin nevera, sin haberla enfriado antes, y en una jornada bastante calurosa, la bebida nos pareció estupenda y agradable de tomar, algo que hubiera sido difícil de sentir en el caso de cualquier lager en similares condiciones. Pero además, en Thornbridge ofertan también cerveza en barriletes (15 tipos de las anteriores) o de gran barril (18 tipos). Promocionan también lo que denominan “sus pubs”, once para ser exactos, todos ellos con un aspecto de lo más sugerente, unos de atmósfera campestre y otros de centro urbano, situados Sheffield o sus alrededores. No aclaran si son propiedad de la empresa o sencillamente fieles expededores de sus cervezas. En cualquier caso estamos ante otro interesante proyecto que haría las delicias de los grandes aficionados al rubio elemento.
Thornbridge "Eroica".

En lo que respecta a la península hay una cita ciclista retro que también ha contado con una empresa elaboradora de cerveza entre sus colaboradores. De la mano de la Pedals de Clip pudimos saborear y disfrutar de Segarreta[7], una cerveza artesanal de malta de fermentación alta, que nos pareció deliciosa. Surgió de una comarca catalana (Santa Coloma – Baixa Segarra) en la que se da el cereal y no las viñas. Su propuesta procede tanto de la fermentación de trigo como de la de cebada, en una proporción de 40/60 respectivamente. El resultado es una cerveza rubia de consumo fácil y apetecible, servida preferentemente fresca. El lúpulo utilizado nace silvestre por la zona. La producción se materializa en dos tipos, la tradicional (que es la que nostros degustamos entonces) y la Apol-lo, que pretende un estilo “Irish Red” aromático. La Segarreta nos parece un buen ejemplo de un fenómeno que afortunadamente se está produciendo en la práctica totalidad del territorio español a lo largo de los últimos años: la proliferación de numerosas propuestas artesanas, entusiastas y vocacionales en la elaboración de cervezas “de autor”, gracias a la cual disfrutamos de excelentes ejemplares casi por dondequiera que vayamos. Aunque personalmente no hago un consumo cotidiano de este tipo de cervezas (me limito a una cerveza (lager) diaria de 33 cc para cenar, para lo que escojo la propuesta más barata de una gran superficie, y reconozco que me encanta como acompañamiento ligero al finalizar la jornada), las pocas veces que salimos por ahí, de tarde o noche, en plan de “tomar algo”, si que procuro pedirme alguna cerveza artesanal local, buscando más empaque en los tragos, menos ritmo en su trasiego y más complejidad de sabores y aromas. En mi casa de montaña tampoco suelen faltar algunas existencias, la mayoría de producción también local (ya dedicaré otra entrada al caso de Cantabria). Y respecto a la Segarreta, pues aunque ellos lo ignoren, les he hecho gran publicidad indirecta vistiendo la gorra que nos regalaron hace un par de años en la Pedal, la cual, ya sea sobre el tándem o sobre varias de mis bicicletas retro individuales, he paseado por numerosos eventos europeos y nacionales.
Segarreta (foto: Pedals de Clip).

Luciendo "patrocinador", en este caso en Francia.

La cerveza es una de las bebidas alcohólicas más antiguas de la civilización. Y desde luego la primera en ser elaborada de forma medianamente organizada, y vinculada a la vida cotidiana de algunos grupos humanos. Los expertos sitúan su descubrimiento unos 10.000 años AC. Los orígenes de la bicicleta son difusos y dependen de la interpretación de cada historiador, pero si nos referimos más bien al ciclismo (concepto un poco más concreto), este no alcanza (aunque ya va camino de ello) los dos siglos de historia, a partir de la invención de la Draisiana o velocípedo en 1817. Ambos bienes de consumo causaron furor en las diferentes sociedades en las que se desarrollaron, y a día de hoy, su encanto experimenta una nueva revolución que se manifiesta en un enésimo crecimiento de producción y consumo, y en una diversificada proliferación de especialización, innovación, interés por el detalle y hasta resurgimiento de la artesanía de calidad en ambos ámbitos.

“Aunque ni la cerveza mesopotámica ni la egipcia contenían lúpulo, que solo se convirtió en un ingrediente común en la época medieval, tanto la bebida como algunas de las costumbres relacionadas con ella todavía resultarían reconocibles para los bebedores de cerveza de hoy, miles de años después. Si bien ya no se utiliza como forma de pago y la gente ya no se saluda con la expresión ‘pan y cerveza’, en gran parte del mundo todavía se la considera la bebida básica del hombre trabajador. Brindar a la salud de alguien antes de tomar cerveza es un vestigio de la antigua creencia en sus propiedades mágicas. Y la relación de la cerveza con la interacción social amistosa y sin pretensiones permanece inalterada: es una bebida pensada para ser compartida. Ya sea en aldeas de la Edad de Piedra, salones de banquetes mesopotámicos, o pubs y bares modernos, la cerveza ha acercado a la gente desde los albores de la civilización”. [8]




[1] Philippe Delerm: “El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida”. Tusquets. Barcelona, 1998.
[8] Tom Standage: “La historia del mundo en seis tragos. De la cerveza de los faraones a la Coca-Cola”. Debate. Barcelna, 2006. [Excelente y ameno ensayo histórico sobre el origen y el papel social desempeñado por la cerveza, el vino, los licores coloniales, el café, el té y la coca-cola].

1 comentario:

  1. Jose, muy interesante esta entrada. Al hilo de lo que comentas sobre las cervezas locales, aunque ya sé no es el objeto de esta entrada, me he acordado de una cerveza artesana que no sé si conocerás. La hacen y venden exclusivamente en el bar La Tasca, de Santoña. Es tostada, muy oscura, tipo Abadía y a mí particularmente me encanta. Te enlazo dos fotos, de la etiqueta y del botellín, muy chulo, por cierto:
    http://subefotos.com/ver/?aa10f58b2da85f73bf7b7037b8e46e34o.jpg
    http://subefotos.com/ver/?dc2edf84bc87fa2dcad26957ffa64f7do.jpg

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