"McSorley's Bar". John Frech Sloan, Detroit Institute of Arts
Beber cerveza es un placer. Pero
en mi caso, no haciéndolo a lo bruto y sin mesura, sino más bien con moderación
y en momentos o situaciones que invitan especialmente a ello. No bebo cerveza
por beber, lo mismo que no monto en bici simplemente por montar. Sin
sensaciones especiales, sin la atmósfera adecuada y sin una apetencia
justificada, creo que ambas cosas me aburrirían, la cerveza a partir de la tercera
caña y la bicicleta al cabo de varios días. Pero no ocurre así y eso es porque
procuro que ambas actividades respeten una especie de liturgia que, sin ser rígida,
ha de integrar algunos ingredientes que conviertan ambos actos en algo
especial.
Creo que Philippe Delerm podría
entender perfectamente de qué estoy hablando:
"¡En cambio, el primer trago! ¿Trago? Empieza mucho antes de la
garganta. En los labios aflora ya ese oro burbujeante, frescor amplificado por
la espuma, y lentamente en el paladar un placer tamizado de amargor. ¡Qué largo
parece el primer trago! Se bebe de un tirón, con avidez falsamente instintiva.
En realidad todo está escrito: la cantidad, ese ni poco ni mucho que constituye
el único ideal; el bienestar inmediato rematado por un suspiro, un chasquido de
la lengua, o, tan importante como éstos, un silencio […]"[1]
Podría evocar la finalización de
un hermoso, y a ser posible exigente, recorrido ciclista, como ejemplo de uno
de esos momentos memorables en los que una buena cerveza apetece mucho. Especialmente
si aquel se hubiera desarrollado en compañía y con clima seco. Si al finalizar
la etapa, se dan las condiciones apropiadas: ausencia de prisas estresantes;
una buena terraza, bar o mesa en la que sentarse a comentar la ruta; y una
cerveza de calidad suficiente, servida en recipiente adecuado; la experiencia y
el momento se transforman en algo muy especial durante los cuales un
sentimiento de bienestar, satisfacción y camaradería nos invade y se siembran
anclajes emocionales suficientes como para que sigamos buscando la reproducción
de situaciones similares durante el resto de nuestra vida.
Personalmente soy más de cañero
que de botellín, aunque ambas procedencias me sirven. Con los vasos soy más
exigente, odio los vasos de tubo o esos anchos y muy bajitos que ponen en
algunos lugares en plan de “zuritos”. Tampoco me gusta beber directamente del
botellín, aunque lo llevo bastante mejor que el hacerlo de la lata, que en el
caso de la cerveza me fastidia. Por el contrario adoro las jarras (enormes,
grandes, medianas o pequeñas), tanto las de cristal como las opacas de
cerámica. Disfruto al beber en muy diferentes tipos de copas, anchas o
estrechas de gran fondo, en los vasos de tipo “pinta” o en los pequeños vasos
sencillos estandarizados de las cervecerías madrileñas de toda la vida, aquellas
de barra de mármol blanco o chapa de acero inoxidable.
Pero mi idea para hoy no es
recrearme en todo este tipo de detalles de degustación sino dar cuenta de la
estupenda relación que aparentan mantener, en algunos casos, el ciclismo y el
disfrute de la cerveza. No me voy a referir al ciclo-cross, en el cual parece
estar de moda una especie de simbiosis casi religiosa entre ambas pasiones. Y
no lo hago porque aún no he tenido el gusto de disfrutar de dicha modalidad
(todo se andará, nunca se sabe…). Lo que me gustaría es repasar algunos
binomios de ‘eventos retro – cervezas’ que he podido conocer a lo largo de mi
deambular por las diferentes citas del calendario. Sin embargo, antes de dar
cuenta de ese muestrario, es menester dedicar unas palabras previas a una gran
clásica del calendario ciclista internacional. Me refiero ¿cómo no? A la Amstel
Gold Race[2],
afamada prueba ciclista clásica y profesional que desde su nacimiento (en 1966)
hasta la actualidad, incluye el nombre de una cerveza en su propia
denominación. La AGR es la única Gran Clásica internacional que transcurre por
tierras holandesas. Su centro de operaciones normalmente se ubica en
Maastricht, ciudad universitaria localizada al sur del país y lindando con las
Ardenas belgas. El recorrido varía de unos años a otros, el último constaba de
251 km y 33 altos que permitieron acumular un desnivel de 4000 m. Es de suponer
que ante la ausencia de verdaderos puertos de montaña, el trazado tiene que
conformarse como un auténtico “rompepiernas” en continua sucesión de muros,
giros y trampas de toda índole. Y todo ello en abril (aguas mil), en la Europa
del Norte. Por Maastricht tuve el gusto de pasar pedaleando hace ya casi 30
años, incluso recuerdo haber pernoctado allí, pero esta carrera no la he visto
en vivo jamás, aunque sí algunas escenas de la misma en video o en
retransmisión televisiva. Quizás el segmento más famoso de la prueba sea el
paso por el muro del Cauberg. Haber hay algunos más, bien conocidos por las
aficiones de allí, pero es que aquel se suele ascender por última vez pocos
metros antes de la llegada a meta. La prueba se ha convertido en una de las
grandes clásicas más famosas y prestigiosas del calendario internacional,
aunque no entra en la categoría sagrada de los cinco “monumentos”, lo cual es
lógico si nos paramos a pensar que se trata de una cita “reciente” ya que se
celebra “tan solo” desde 1966. En su palmarés hay una total ausencia de
victorias españolas. Está dominado por belgas y holandeses, y cargado de
nombres ilustres con Eddy Merckx o Bernard Hinault incluidos, aunque quien
destaca especialmente es el holandés Jan Raas con sus incontestables cinco
victorias. Entre los españoles únicamente Alejandro Valverde “rozó el poste”
(como viene siendo habitual en él) con un cuarto puesto en 2014, un tercero en
2008 y, especialmente, su segundo puesto en 2013. En pugna directa Purito
Rodríguez también consiguió una meritoria segunda posición en 2011.
El origen de la prueba estuvo
ligado a la existencia del equipo ciclista amateur Amstel Bier allá por los
años 60, fundado por Herman Krott y cuna de grandes ciclistas famosos
holandeses entre los que podemos destacar a Joop Zoetemelk o Gert-Jan Theunisse. Pero Krott abrigaba otro gran sueño secreto y no paró
hasta hacerlo realidad: la creación de una gran clásica que con el tiempo
llegara a rivalizar con las más míticas de la vecina Bélgica. El patrocinador
principal de la prueba es la cerveza Amstel, quien lo ha sido desde su origen
hasta la actualidad, por lo que carrera y cerveza parecen ser solo una. Como
viene siendo ya habitual en otros grandes eventos famosos, la AGR también
ofrece su versión para aficionados a la bicicleta, los cuales podemos disfrutar
de seis opciones de recorrido que van desde los 65 hasta los 250 km. El evento
se celebra el sábado, víspera de la carrera profesional del domingo. No es un
evento retro, de acudir allí, habría que circular con nuestro “hierro” rodeado
de “galácticos” con sus “carbonatadas”. Con respecto a la cerveza ¿qué os puedo
decir? Probarla resulta bien fácil, teniendo en cuenta que es una marca de gran
producción, con factorías incluso en nuestro país. Se trata de una cerveza originaria
de Amsterdam, 100% malta, con receta procedente de 1870 y que se ha convertido
en la sexta más vendida del mundo. No soy habitual consumidor de la misma, pero
prometo comprame alguna para recordar sus atributos.
Entrando en el
universo retro, vamos a permanecer en el ámbito de las grandes clásicas. Cuando
disfruté de mi participación en el Tour de Flandes Retro (Retro Ronde) además
de pasármelo fenomenal en el evento, visitar a pedales algunos de los muros más
legendarios, conocer el Museo del Tour de Flandes y catar un amplio surtido de
cervezas belgas, que me resulta imposible recordar ahora, dió la casualidad que
me traje un posavasos de una marca de cerveza de peculiar connotación ciclista.
La cerveza en cuestión no recuerdo haberla probado (tampoco estoy muy seguro),
pero su nombre lo dice todo: Kwaremont. Es la denominación de un famoso muro de
pavés de las Ardenas, no demasiado pendiente aunque sí largo y que en nuestra
participación nos tocó rodarlo en bajada. Se trata de una cerveza rubia de
malta, de las calificadas como de producción independiente (pequeña producción)
y de estilo belga 100% malta. Su web es sencilla en contenido pero con hermosas
fotos de ciclismo retro[3].
Mi posavasos de Kwaremont
El Oude Kwaremont (foto: Martín)
Maridaje cerveza-ciclismo retro; Javier y Martín en Oudenaarde.
Pero si alguna
vez me he topado con una cerveza eminentemente ciclista y retro a la vez, por
encima de cualquier otra hay que reseñar la Malteni[4]. El
nombre lo dice todo, estamos ante una cerveza artesana y de malta que rememora
al mítico equipo ciclista en el que militara durante tantos años Eddy Merckx:
el Molteni. El juego de palabras resulta acertado para una cerveza orgánica que
nace también en Bélgica, en 2010, promovida por auténticos forofos del
ciclismo. Personalmente la conocí, y caté con generosidad, en las cercanías de
París, pues fue patrocinador de La Patrimoine. Los colores corporativos de la
marca son el naranja y un azul muy oscuro, y casi todos los detalles de imagen
replican las formas y aspecto del equipo Molteni. Nos presenta tres acabados
francamente diferentes. Una cerveza “blanca”, que no probé porque no me agradan
las de ese tipo, pero que acertadamente “viste” una vitola con el maillot arco
iris de campeón del mundo sobre fondo blanco. Otra rubia (blonde), que está
francamente buena, con el cuerpo esperado de una cerveza artesana, y está
decorada con el maillot amarillo. Y finalmente una ambar (tostada), que
evidentemente porta la etiqueta con el maillot del “Malteni” y se caracteriza
por ser bastante delicada en comparación con tantas otras cervezas tostadas
artesanas del mercado actual. Todo un acierto de imagen y de calidad de
producción cervecera que aplaudo nuevamente al recordalo.
Mi posavasos Malteni.
Una Malteni Blonde en su espacio natural durante La Patrimoine.
Y ya que andamos
por el norte, vamos a dar un salto sobre el Canal de la Mancha para poner
nuestros neumáticos en suelo británico y hacer referencia a otros dos
emparejamientos ciclistas y cerveceros. En la Pendle Witches Velo Vintage la
cerveza se respira con intensidad. No en vano el cuartel general de salida y
llegada es un pub de carretera, el Craven Heifer. Como el clima, en la época en
la que la ruta se lleva a cabo, no invita precisamente a refrescarse el gaznate
a primera hora de la mañana, la mayoría dejamos las pintas para el regreso. La
barra del bar dispone de diversos cañeros con propuestas de varios colores
ambarinos que van desde el clásico lager (rubio no demasiado pálido), hasta el
negro completo, pasando por varias gamas tostadas progresivamente bronceadas. Durante
y tras la comida caliente que allí nos sirvieron, al menos probé un par de
ellas con agrado. Es normal que los lugareños se decanten por “brebajes” con
bastante cuerpo y tirando a oscuros, pues el clima es frío o fresco la mayor
parte del año, por eso, la cerveza, aún siendo prácticamente siempre de barril
y servida a través de cañero, se entrega a una temperatura notablemente mayor
que a la que estamos acostumbrados por aquí. Pero en tales condiciones y ante
esos tipos de “birras”, es algo que se agradece, no perturba el gusto y uno fácilmente
olvida, al deleitarse con las sorprendentemente cremosas espumas con las que
los británicos consiguen dotar a sus cervezas. La Moorehouse’s Brewery (desde
1865)[5] es
uno de los patrocinadores de esta cita del norte de Inglaterra. Se trata de una
empresa cervecera ubicada en Lacanshire, en concreto en Rawtenstall, localidad
donde se inicia y finaliza la ruta retro. Su andarura comenzó como una fábrica
de bebidas de mínima graduación, bajo una dirección familiar que iba
sobreviviendo al paso de las generaciones. Finalmente, en pleno siglo XX la
empresa fue vendida a otros propietarios, pero la sospechada relación de la entidad
con las legendarias brujas de la comerca debía de ser intensa porque en el
transcurso de pocos años, aquella cambió de manos en numerosas ocasiones, hasta
que a finales de siglo llegó (casi por casualidad) a manos de un hombre de
negocios de Manchester (aunque oriundo de la comarca) que le ha dado verdadera
vida, especializándola en la elaboración de una actractiva oferta de cervezas
digamos... potentes. La empresa es además propietaria de seis pubs rurales a
los que sirve (el Craven Heifer es uno de ellos), ha conseguido un
impresionante listado de galardones por sus productos y exporta parte de su
producción (400 barriles semanales) al continente americano. La casa ofrece
cinco cervezas estandar: Black Cat (casi negra, suave y algo dulce), Premier
Bitter (ambar suave algo amarga), Pride of Pendle (dorada y malteada), Blond
Witch (rubia ligera) y Pendle Witches Brew (ligeramente tostada, dulce,
afrutada y la de mayor carga alcohólica de la gama). Todas ellas con nombres
muy cercanos a la brujería femenina, como no podría ser de otra manera por
aquella zona. Pero es que además la cervecera produce doce tipos estacionales
al año, uno por mes, así que los parroquianos de la comarca no creo que se
aburran, a poco interés que muestran por la cata. Y por si todo ello fuera
poco, también comercializan lo que llaman “blended ales” (cervezas tipo ale
procedentes de mezcla). Para tratar de aclarar un poco tanto barullo, y aún si
ser un experto, sino un simple consumidor, conviene explicar lo que se entiende
por ale. Se trata de cervezas de fermentación alta (el proceso se produce
fudamentalmente en la superficie), que suelen caracterizarse por resultar más
complejas de sabor, más amargas y de mayor graduación alcohólica. La
recomendación es que no se sirvan tan frías como las actualmente más habituales:
las lager. Las ales son anteriores en la historia, su producción era habitual en
toda Europa antes de que llegara la moda de las lager, las cuales parecen más
apetecibles en nuestros climas mediterráneos. En lo que a mi respecta, me
pierdo con todos los tipos y subtipos de cervezas existentes. Tampoco es algo
que me preocupe, por lo general me gustan la mayoría y lo que procuro es
disfrutarlas. Entender, entiendo infinitamente más de whisky, aunque
evidentemente lo bebo infinitamente menos.
El Craven Heifer Pub.
Las 12 cervezas estacionales de Moorhouse's.
"Las Brujas de Pendle"
Entretanto
l’Eroica Brittania también gozó de la colaboración de otra compañía cervecera,
y si bien en los memorables tragos que nos regalamos en los diferentes pubs de
Bakewell durante nuestra estancia allí, no estuvimos pendientes ser fieles a
dicha marca, las grandes carpas que hacían las funciones de pubs de campaña en la
pradera en la que el evento se ubicaba, si que servían pintas del
correspondiente fabricante: Thornbridge[6].
Tanto para comer el día de la víspera de la gran cabalgada de 100 millas, como
para recuperar fuerzas al regreso de la misma, pudimos delitarnos con una
cerveza de color dorado que no podríamos llegar a calificar como tostado,
aunque sí algo más intenso que el de nuestras rubias más ambarinas. Y lo mismo
podríamos indicar respecto a su cuerpo y gusto, ligeramente más fuerte de lo
que acostumbramos por aquí, pero sin entrar en las “profundidades” de tantas
otras cervezas británicas. En este caso se trata de una empresa de reciente
creación (2010) que ha apostado directamente por la elaboración de cervezas “de
autor”, singulares, selectas y de distribución no demasiado extendida. Su sede
está ubicada en la propia Bakewell, así pues estamos ante una producción local,
que trata de esmerarse en el resultado. Pese a su juventud, el currículum de
premios conseguidos resulta abrumador, y el abanico de variedades ofertadas no
le va a la zaga, con nada más y nada menos que 21 tipos diferentes catalogados
en la modalidad de embotelladas, de los cuales 14 están disponibles actualmente
(cuando estoy escribiendo este texto). Entre ellas una denominada “L’Eroica Britannia”,
elaborada al estilo Pale Ale, de la cual fuimos obsequiados con una botella de
medio litro, que nos bebimos Myriam y yo, haciendo pic-nic en Chatswords House,
tras una encantadora excursión a pié. Y podemos dar fé de que una de las
ventajas de este tipo de cervezas es que aún portándola sin nevera, sin haberla
enfriado antes, y en una jornada bastante calurosa, la bebida nos pareció
estupenda y agradable de tomar, algo que hubiera sido difícil de sentir en el
caso de cualquier lager en similares condiciones. Pero además, en Thornbridge
ofertan también cerveza en barriletes (15 tipos de las anteriores) o de gran
barril (18 tipos). Promocionan también lo que denominan “sus pubs”, once para
ser exactos, todos ellos con un aspecto de lo más sugerente, unos de atmósfera
campestre y otros de centro urbano, situados Sheffield o sus alrededores. No
aclaran si son propiedad de la empresa o sencillamente fieles expededores de
sus cervezas. En cualquier caso estamos ante otro interesante proyecto que
haría las delicias de los grandes aficionados al rubio elemento.
Thornbridge "Eroica".
En lo que
respecta a la península hay una cita ciclista retro que también ha contado con
una empresa elaboradora de cerveza entre sus colaboradores. De la mano de la
Pedals de Clip pudimos saborear y disfrutar de Segarreta[7], una
cerveza artesanal de malta de fermentación alta, que nos pareció deliciosa.
Surgió de una comarca catalana (Santa Coloma – Baixa Segarra) en la que se da
el cereal y no las viñas. Su propuesta procede tanto de la fermentación de
trigo como de la de cebada, en una proporción de 40/60 respectivamente. El
resultado es una cerveza rubia de consumo fácil y apetecible, servida
preferentemente fresca. El lúpulo utilizado nace silvestre por la zona. La
producción se materializa en dos tipos, la tradicional (que es la que nostros degustamos
entonces) y la Apol-lo, que pretende un estilo “Irish Red” aromático. La Segarreta
nos parece un buen ejemplo de un fenómeno que afortunadamente se está
produciendo en la práctica totalidad del territorio español a lo largo de los
últimos años: la proliferación de numerosas propuestas artesanas, entusiastas y
vocacionales en la elaboración de cervezas “de autor”, gracias a la cual
disfrutamos de excelentes ejemplares casi por dondequiera que vayamos. Aunque
personalmente no hago un consumo cotidiano de este tipo de cervezas (me limito
a una cerveza (lager) diaria de 33 cc para cenar, para lo que escojo la
propuesta más barata de una gran superficie, y reconozco que me encanta como
acompañamiento ligero al finalizar la jornada), las pocas veces que salimos por
ahí, de tarde o noche, en plan de “tomar algo”, si que procuro pedirme alguna
cerveza artesanal local, buscando más empaque en los tragos, menos ritmo en su
trasiego y más complejidad de sabores y aromas. En mi casa de montaña tampoco
suelen faltar algunas existencias, la mayoría de producción también local (ya
dedicaré otra entrada al caso de Cantabria). Y respecto a la Segarreta, pues
aunque ellos lo ignoren, les he hecho gran publicidad indirecta vistiendo la
gorra que nos regalaron hace un par de años en la Pedal, la cual, ya sea sobre
el tándem o sobre varias de mis bicicletas retro individuales, he paseado por
numerosos eventos europeos y nacionales.
Segarreta (foto: Pedals de Clip).
Luciendo "patrocinador", en este caso en Francia.
La cerveza es una de las bebidas
alcohólicas más antiguas de la civilización. Y desde luego la primera en ser
elaborada de forma medianamente organizada, y vinculada a la vida cotidiana de
algunos grupos humanos. Los expertos sitúan su descubrimiento unos 10.000 años
AC. Los orígenes de la bicicleta son difusos y dependen de la interpretación de
cada historiador, pero si nos referimos más bien al ciclismo (concepto un poco
más concreto), este no alcanza (aunque ya va camino de ello) los dos siglos de
historia, a partir de la invención de la Draisiana o velocípedo en 1817. Ambos
bienes de consumo causaron furor en las diferentes sociedades en las que se
desarrollaron, y a día de hoy, su encanto experimenta una nueva revolución que
se manifiesta en un enésimo crecimiento de producción y consumo, y en una diversificada
proliferación de especialización, innovación, interés por el detalle y hasta
resurgimiento de la artesanía de calidad en ambos ámbitos.
“Aunque
ni la cerveza mesopotámica ni la egipcia contenían lúpulo, que solo se
convirtió en un ingrediente común en la época medieval, tanto la bebida como
algunas de las costumbres relacionadas con ella todavía resultarían
reconocibles para los bebedores de cerveza de hoy, miles de años después. Si
bien ya no se utiliza como forma de pago y la gente ya no se saluda con la
expresión ‘pan y cerveza’, en gran parte del mundo todavía se la considera la
bebida básica del hombre trabajador. Brindar a la salud de alguien antes de
tomar cerveza es un vestigio de la antigua creencia en sus propiedades mágicas.
Y la relación de la cerveza con la interacción social amistosa y sin
pretensiones permanece inalterada: es una bebida pensada para ser compartida.
Ya sea en aldeas de la Edad de Piedra, salones de banquetes mesopotámicos, o
pubs y bares modernos, la cerveza ha acercado a la gente desde los albores de
la civilización”. [8]
[1] Philippe
Delerm: “El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida”.
Tusquets. Barcelona, 1998.
[8] Tom
Standage: “La historia del mundo en seis tragos. De la cerveza de los faraones
a la Coca-Cola”. Debate. Barcelna, 2006. [Excelente y ameno ensayo histórico
sobre el origen y el papel social desempeñado por la cerveza, el vino, los
licores coloniales, el café, el té y la coca-cola].
Jose, muy interesante esta entrada. Al hilo de lo que comentas sobre las cervezas locales, aunque ya sé no es el objeto de esta entrada, me he acordado de una cerveza artesana que no sé si conocerás. La hacen y venden exclusivamente en el bar La Tasca, de Santoña. Es tostada, muy oscura, tipo Abadía y a mí particularmente me encanta. Te enlazo dos fotos, de la etiqueta y del botellín, muy chulo, por cierto:
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