Lo que tenía que llegar llegó.
Toda la temporada abanderando un lema tan elocuente como es el de “nómada”,
tenía que implicar algo más que un continuar yendo de aquí para allá con los
bártulos deportivos a cuestas. Y finalizando el verano, por fin, un plan
largamente madurando y demasiado tiempo reposando y esperando en las bodegas de
la motivación aplazada, se hizo realidad. A lo largo de seis duras y trabajosas
jornadas, tres amigos, recorrimos remando en kayak un importante tramo de la
Meseta Castellana. Comenzando la singladura en Olleros de Pisuerga, completamos
172 km a través de una etapa inicial de descenso de un tramo del río Pisuerga,
todo el Ramal Norte del Canal de Castilla y a continuación, sin interrupciones,
el Ramal de Campos. Navegación interior, al estilo iniciado por Macgregor o
Stevenson hace más de un siglo.
La idea de venía de lejos, de
mucho tiempo atrás. A finales de los 80 con mi primera piragua recién estrenada
y un par de amigos, descendimos como pudimos el mismo tramo del Pisuerga.
Aquello me enganchó y durante años fui guardando toda aquella información
relacionada con el tema que iba cayendo en mis manos. A ello se unió cierta
fascinación personal por el Canal de Castilla como infraestructura hidráulica,
valor patrimonial e interés histórico, así como una serie de inolvidables
experiencias en navegación fluvial en pirgua o a través de canales en Francia.
Cuando me quise dar cuenta, me había leído ya varios volúmenes con el Canal de
Castilla como protagonista de cuentos, informes técnicos antiguos, guías de
viajes, etc. Así que ya iba siendo hora de ponerse a ello. Y este verano
programé calendario y quedó establecida la fecha. Afortunadamente me salieron
dos acompañantes, dos buenos amigos que frecuentan algunas de mis andanzas, especialmente
cuando éstas son a pedales: Javier y Manu, conocidos personajes para mis
lectores más fieles. Mi intención era tan marcada que pretendía acometer el
viaje aún yendo sólo, pero a la vista de las peripecias y aventuras pasadas, y
la gran cantidad de dificultades de progreso superadas, he de admitir que no
creo que hubiera podido completarlo en solitario.
La idea inicial era un recorrido
aún más largo que el que finalmente cubrimos. Descender el Pisuerga entre
Olleros y Dueñas, cambiar allí al Canal, remontar parte de su Ramal Sur hasta
el Serrón, y ya desde allí recorrer todo el Ramal de Campos. Hubiera sido un
trayecto más largo, de más días y con un interesante recorrido fluvial por el
Pisuerga, sin embargo, desde un punto de vista temático, no podríamos afirmar,
tal como ahora podemos hacerlo, el haber completado un concepto prácticamente
pleno, como ha sido el recorrer al completo el Canal de Castilla en su versión
de Ramales Norte y de Campos. La decisión de cambio de planes, vino marcada por
el propio viaje, sus vicisitudes y en especial, un providencial encuentro al
final de la primera etapa.
Primera etapa: Olleros de Pisuerga – Alar del Rey (19,5 km). Río
Pisuerga.
La primera jornada empezó con
retraso. El embarque estaba previsto a media mañana, pero finalmente lo
realizamos después de comer. Cada uno nos acercamos a Olleros por nuestros
propios medios, y allí, junto al puente, hay un una buena zona para echar las
piraguas al río. Me sorprendió el elevado caudal del Pisuerga, y como
consecuencia de ello, la velocidad general de la corriente y la aparición de
algunos rápidos que no recordaba. Por todo ello, la primera etapa resultó la
más complicada de todas en lo que a la propia navegación se refiere, teniendo
que sortear algunos obstáculos, evitar rocas, trazar rumbo entre pequeñas
corrientes y mantener el equilibrio en los rápidos (sencillos) que se fueron
sucediendo. Las presas nos dieron algunos problemas. Especialmente la primera
de ellas que solucionamos con un pesado proteo exterior por una era. Las demás
las superamos por el propio río, desembarcando en su borde o en un lateral y
manejando las embarcaciones con cabos, arrastradas por la corriente o
semi-flotando entre rocas para hacer los porteos más llevaderos. El río estaba
muy bonito, pletórico de vegetación y enérgico en su discurrir. Con mucho agua.
Nos mojamos bastante y aquello distaba mucho del imaginario que la mayoría de
nosotros tiene sobre lo que es pleno agosto en Castilla. Con tanto obstáculo la
tarde se nos fue echando encima, pasamos la antigua fábrica de harinas de
Nogales de Pisuerga y pronto alcanzamos las dos presas de Alar. La segunda nos
dio mucho que pensar y al final la solucionamos con bastante ingenio, para
acabar disfrutando de un último tramo algo rapidillo, antes de detenernos cerca
del puente para acampar. La tarde pasó de fresca a heladora, algo increíble que
nos exigió ponernos camiseta térmica, forro y hasta cortavientos. Disfrutamos
de una copiosa cena campestre y nos pusimos a dormir al raso en un parque, mientras
nuestros kayaks quedaban candados a una valla junto al río, a unos 100 metros
de distancia. Fue nuestra jornada verdaderamente fluvial. Dura por la novedad y
por la variedad de los esfuerzos, pero de gran belleza y algunas fuertes
emociones (incluidos un par de vuelcos por parte de algún miembro de la
travesía).
Empieza el viaje: primera palada de Javier en el río (foto: Manu).
Maniobrando la canoa en la presa de Alar
(foto: Manu).
Cae la tarde en Alar del Rey (foto: Manu).
Segunda etapa: Alar del Rey – San Lorente de la Vega (29,5 km). CC
Ramal del Norte.
Madrugamos, recogimos y
empaquetamos rápidamente y bien organizados (la convivencia entre los tres fue
perfecta a lo largo de todo el viaje). Hasta nos dimos el lujo de tomarnos un
café extra en un bar junto al puente. La idea era regresar al río, pero
entonces un hombre se nos acercó y nos propuso que antes echáramos un vistazo a
la presa siguiente que estaba realmente próxima. Su paso tenía difícil
franqueo, aunque no imposible, sin embargo, la conversación con esta persona,
cambió el curso completo del viaje. Se trataba de José Luís Asenjo, piragüista
desde los dieciséis años, y aún ligeramente activo pese ha haberse jubilado ya
de su trabajo. Un hombre encantador y con evidente pasión por el piragüismo, y
como consecuencia de ello, habitual miembro del comité organizador del Descenso
del Pisuerga. El caso es que nuestro viaje le llamó la atención y nos advirtió
que seguir por el río sería realmente peligroso por el ocasional exceso de
caudal, combinado con la peculiaridad de encontrarse este sin “limpiar”, y por
lo tanto, plagado de trampas potenciales, árboles cruzados, etc. Fue él quien
nos recomendó encarecidamente que nos trasladásemos al Canal y utilizásemos esa
alternativa hasta el final en Medina de Rioseco. El viaje se acortaría en
kilometraje, pero posteriormente comprobaríamos que llevaría su tiempo, porque
los complicados porteos reducirían mucho la velocidad media de avance.
José Luís se tomó la molesta de
irse a cambiar de coche y portearnos, en dos viajes, barcos y equipaje. En la
maniobra olvidamos dos sacos estancos en su maletero. Ya en la dársena de Alar,
con un día espléndido, empezamos a palear con ganas y entusiasmo, como
considerando que ese día aún con el viaje empezado, comenzaba otro asunto
importante: completar la travesía del Canal de Castilla. El primer tramo del
Canal es bonito, alterna zonas despejadas con otras de mayor vegetación y tiene
mucho ambiente de ciclistas, paseantes y pescadores de cangrejos. Lo que ocurre
es que es la zona de mayor desnivel de la infraestructura, lo cual le obliga a
disponer de una gran sucesión de esclusas. Aquello supuso un constante
detenerse para portear, y los porteos fueron bastante duros y complicados
porque los embarques tienen maleza y, sobre todo, unos pasos muy empinados por
los que tener que ir descendiendo las embarcaciones con sumo cuidado y gran
esfuerzo. En cada esclusa nos deteníamos contrarrestando la corriente, me
bajaba para estudiar un desembarco fiable, el porteo y el nuevo embarque. Sólo
entonces procedíamos a la operación. Comimos algo en la zona de cruce del Canal
con el Piguerga, un ensanche muy agradable con arbolado e infraestructuras
arregladas y acondicionadas para un disfrute turístico, pero pocos metros
después, de regreso al Canal, tuvimos una esclusa en Herrera, bastante difícil
de superar. En ocasiones era por la vegetación, a veces por lo elevado del
talud, los riesgos de corriente, la pérdida y posterior recuperación de un remo…
el caso es que tras trece esclusas superadas, al cabo del día terminamos la
jornada con una paliza física, digna de un “agro-campeonato mundial de
cross-fit”. Tras dejar candadas las piraguas, caminamos hasta el pueblo (algo
separado del Canal) y quedamos con José Luís para que nos llevara las dos
bolsas olvidadas. Pese a la lata que le dimos, apareció con una sonrisa,
excelente humor y su entusiasta amigo Jesús acompañándole. Tomamos una cerveza,
charlamos sobre nuestro viaje, su afición al piragüismo y por supuesto… ¡el
Canal! Y su potencial aprovechamiento ocioso, turístico y deportivo, apenas
explotado. Se empeñaron en llevarnos a la esclusa a por nuestro equipaje
esencial para pasar la noche, y desde ese día, vía telefónica, velaron por
nuestras paladas, casi jornada a jornada, por si nos hiciera falta transporte,
auxilio, remos de repuesto o comida. Con gente así por el mundo, la vida es sin
duda mucho más humana y hermosa. No hicimos uso de tan desinteresado
ofrecimiento, pero los mantuvimos al corriente de nuestros progresos. Tras la
despedida, cenamos pasta y algunas cosas más y pasamos una noche confortable en
el pórtico de la iglesia, con un grifo cercano, temperatura cálida y una mosquitera
(en este caso prácticamente innecesaria) sobre nuestros rostros.
La jornada nos había dejado
noqueados muscularmente, fue una auténtica paliza y un “postgrado” en porteos.
Aprendimos mucho sobre el asunto, tanto que las sorpresas que nos esperaban en
días venideros las superamos con ingenio, eficacia y soluciones imaginativas.
Monumento al Descenso del Pisuerga en Alar del Rey.
Javier y Manu con nuestro benefactor: José Luís Asenjo.
Una de las múltiples esclusas de Ramal del Norte.
Las piraguas atracadas en el cruce Pisuerga -
Canal.
Tercera etapa: San Lorente de la Vega – Frómista (35 km). CC Ramal del
Norte.
El día comenzó con un buen
desayuno y la caminata de regreso hasta nuestras embarcaciones. Todo estaba en
regla y un embarcadero nos facilitó comenzar a navegar. Fue un día de largos
tramos de paleo, sin apenas obstáculos que salvar. Una jornada con vegetación
variada y bonita, con avistamiento de fauna y con buenos ejemplos de
construcción específica del Canal, pues atravesamos el espectacular acueducto
de Abánades, pasamos junto al centro turístico de Melgar de Fernamental
(incomprensiblemente cerrado, con barco y todo) y finalizamos en la cuádruple
esclusa de Frómista. Los últimos kilómetros forman parte del camino de Santiago
“oficial”, que utiliza el camino de sirga del Canal, y eso nos hizo coincidir
con peregrinos sorprendidos a nuestro paso por el espejo de agua. Fue un día de
mucho calor, en el que la dureza (una vez más), vino dada por haberse erigido
en la primera jornada en la que prácticamente todo el esfuerzo consistió en
pasar unas cuantas horas remando y remando, algo a lo que aún no estábamos del
todo acostumbrados. Nos premiamos con una pernocta en habitación propia de
albergue, un paseo por la hermosa e interesantísima localidad, unas cañas y una
cena deliciosa en un jardín francamente agradable.
En Frómista recibimos un
excelente trato, información y documentación, por parte de la oficina de
turismo del Canal. Además, el responsable de zona del Canal (CHD) y su esposa,
fueron muy amables y nos permitieron dejar nuestros barcos dentro de la
propiedad de su vivienda, junto a la esclusa, para evitar hurtos o malas ideas
de desconocidos.
Cuarta etapa: Frómista – Becerril de Campos (38 km). CC Ramales Norte y
de Campos.
La etapa comenzó con un desayuno
de bar, la recuperación de las piraguas y un largo pero sencillo porteo a un
lado de la esclusa cuádruple de Frómista en una mañana que empezaba, un día
más, soleada. Los primeros kilómetros de remada fueron deliciosos, pues el
Canal ofrece una vegetación diversa y colorida por aquella zona y un trazado
curvilíneo entretenido, sin las eternas rectas de otras partes que machacan
psicológicamente al palista. Quizá el ingeniero Lemaur andaba menos controlado
al construir este tramo, por acaso alguna ausencia del militar Antonio de
Ulloa, tan aficionado este último a las rectas infinitas. Pese a una esclusa
tempranera, no volvimos a encontrarnos más hasta alcanzar Calahorra de Rivas.
Aquello es un paraje fascinante, una pugna entre el salvajismo vegetal y los
vestigios de ingeniería hidráulica. Grandes edificios ruinosos y una enorme
esclusa triple (probablemente la más vertical de todas las superadas en nuestro
viaje), conviven con el arbolado, los zarzales, juncos y el irrefrenable
follaje asilvestrado. El resultado es un lugar sugerente y de lo más
interesante. Por si aquello fuera poco, pocos metros después de volver al agua
tras el correspondiente porteo, la superficie acuática se ensancha repentinamente
creando una especie de falsa laguna. El fenómeno se debe al cruce del Canal con
el río Carrión, mezclando ambos cursos sus apacibles aguas, rodeado todo el
lugar de denso arbolado. Al Canal se ha de regresar salvando una compuerta. Fue
uno de los porteos más difíciles de todo el recorrido, a causa de un agresivo
tramo de densa maleza para desembarcar y un muro excesivamente alto, y
semiderruido, para volver a embarcar.
La ruta continuó con largos y
duros tramos hasta el Serrón, paraje rico en arqueología industrial y en donde
el agua del Canal se desliza bajo una compuerta de estilo guillotina con pocos
centímetros de altura sobre la superficie. Aquí hizo falta trepar un murete
algo (demasiado) elevado y trabajar cabuyería para que los kayaks pasaran deslizándose
por el agua, mientras nosotros lo hacíamos, controlándolos, por tierra. Aquello
marcaba el final del Ramal del Norte (ya podíamos felicitarnos por haber
conseguido algo completo) y el inicio del de Campos. Al otro lado de aquella
compuerta los juncos estrechaban tanto el pasaje que apenas cabía una canoa
justa, y nuestras palas iban tocando las hojas de la vegetación a ambos lados.
Una sensación agradable que mentalmente nos trasladaba a escenarios imaginarios
mucho más salvajes que un canal artificial, eso sí, muy camuflado con el paso
de los siglos y ciertas épocas de abandono. La tarde fue avanzando y el calor
no parecía ceder, al contrario que nuestras fuerzas, que fueron viéndose
mermadas kilómetro tras kilómetro. Nos detuvimos en Villaumbrales, aprovechando
la sombra y el atraque del barco turístico del Museo del Canal, un hermoso
edificio rehabilitado. Nos remojamos en una fuente y visitamos el edificio, que
estaba abierto. Nos tomamos una cola fría mantuvimos una interesante charla con
sus dos empleados, personas amables y que daban claras muestras de amar al
Canal, de sentirlo y de desear para él lo mejor. El tramo final hasta Becerril
de Campos se hizo muy llevadero tras el descanso y con los ánimos elevados,
sabedores de que la llegada era inminente y asumible. El chasco vino por culpa
de la engañosa publicidad que un propietario de una casa rural de allí, hace
sobre su negocio, anunciando a bombo y platillo que se trata de un albergue,
cuando en realidad no lo es, y tan sólo la alquila completa. Hasta a los
informadores turísticos tiene engañados con ello. En definitiva, un mentiroso
al que la correspondiente autoridad de regulación turística debería dar un
toque de atención. En cualquier caso nosotros desembarcamos junto a un parque,
en un buen embarcadero y nos fuimos a refrescarnos con unas cervezas artesanas
de producción local, acompañados en esta ocasión por un entusiasta cuñado de
Javier con el que pasamos un rato de lo más agradable, y que acabó dándose un
paseo sobre el kayak individual. Hicimos cena campestre batallando contra los
mosquitos hasta que el ventarrón se los llevó (temporalmente) y nos acostamos
bajo las estrellas. El viento cesó después y las bandadas de ataque aéreo
regresaron, por lo que yo acabé montando una tienda para protegerme y lograr
dormir. Acerté, pues algo más tarde, el parque descubrió repentinamente más
armamento disuasorio: surtidores de riego automático…
Había resultado una etapa muy
interesante, caracterizada por la mayor longitud de remada de todo el viaje y
por varios encuentros con diferentes personas.
Detalle de una de las tres esclusas de Calahorra de Rivas.
Manu mirando hacia las esclusas de Calahorra de Rivas,
una vez finalizado el porteo.
Nuesttras embarcaciones nos esperan durante la visita al
museo de Villaumbrales.
Javier en Becerril de Campos (foto: Manu).
Quinta etapa: Becerril de Campos – Abarca de Campos (30 km). CC Ramal
de Campos.
Aquella mañana desmontamos el
campamento con eficiencia y volvimos desayunar de bar. La mañana transcurrió mientras
remábamos por áreas desprovistas de vegetación. Paisajes dorados o pardos, sin
apenas arbolado ni horizontes, hundidos en un canal que más bien parecía un río
cruzando el Serengueti o el escenario de una película de indios en Texas o
Nuevo México. Se sucedieron curvas y rectas, y al igual que en todas las
jornadas anteriores, numerosos paisanos concentrados, con sus palos y reteles,
afanándose en la pesca de cangrejos en ambas riberas. Algo más adelante nos
animó una excepcional superpoblación de aves, en la que muchos vencejos se
entrecruzaban volando, y al regresar el arbolado, pude ver varios ejemplares de
martín pescador con su vuelo rasante y veloz. Llegados al acueducto Arroyo
Mayor, dimos con otra compuerta de guillotina. La labor de franqueo la hicimos
en compañía de una pareja de la Guardia Civil que sintió curiosidad por nuestro
viaje y por nuestra ya dominada maniobra. La jornada fue cambiando y generando
un viento en contra que a cada momento soplaba con más fuerza. Por si aquello
fuera poco, también sufrimos algún tramo de corriente en contra provocada por
una presa-aliviadero de canales subsidiarios de riego. El progreso se hizo
pues, lento y muy costoso. Cada vez más. La corriente opuesta despareció tras
una compuerta y aprovechamos para reponer fuerzas, pero el viento no sólo no
cedió sino que fue haciéndose más fuerte por la tarde. El cielo se cubrió de
nubes grises, cada vez más oscuras y amenazadoras. Las fuerzas empezaban ya a
verse demasiado justas pese a las paradas de descanso, pues la superficie del
agua presentaba hasta pequeñas olas de viento. Tras un termo de 5,3 km contra
el viento, en una curva hacia la izquierda, de repente, nos topamos con un
paraje de lo más singular e inesperado. Una vieja fábrica primorosamente
rehabilitada, y reconvertida en restaurante y futuro hotel con spa, con su
embarcadero para botes de remo, su surtidor de agua decorativo y hasta una
especie de “agro-chill-out”. Desembarcamos Manu y yo, y sacamos la canoa del
agua. Esperamos a Javier que venía bastante retrasado y Manu se fue adentro
para intentar localizar algún alojamiento no demasiado alejado. Cuando esperaba
a Javier, subido a la presa de desagüe de la esclusa que allí había, el
ventarrón se transformó en “galerna cantábrica de meseta” y se desató una
tremenda tromba de agua con un arremolinamiento incontrolado del viento.
Temiendo por mi amigo, salí corriendo por el camino de sirga en su busca,
calándome hasta los huesos. Lo vi a lo lejos, pero me costó dar con él al
aproximarse a causa de la vegetación de la orilla. Lo seguí al trote mientras
lo veía sufrir contra el huracán momentáneo, pensando que lo iba a hace volcar
y concienciado para tirarme al Canal en caso necesario para salvar la
embarcación entre los dos. Afortunadamente no fue necesario, pues con gran
esfuerzo llegó “a puerto” y con Manu ya allí, sacamos el casco del agua y nos
refugiamos avergonzados de nuestra mojadura en la puerta de un local tan chic.
La verdad es que tanto el encargado como las camareras se mostraron absolutamente
solidarios y nos facilitaron toda la información necesaria sobre alojamientos y
taxis, y hasta nos dejaron un cuarto con ducha caliente para poder recuperarnos
y cambiarnos de ropa. Incluso nos proporcionaron un local en el que poder dejar
nuestras embarcaciones y equipajes durante la noche. Aquello sí que fue un
verdadero ejemplo de buenos samaritanos. Finalmente acabamos en Autillo de
Campos en casa de un matrimonio local al que pagamos generosamente por un
servicio completo de transporte de ida y vuelta, cena, cama y desayuno.
Desde el punto de vista del
paleo, cada jornada parecía estar caracterizándose por algún atributo
significativo y diferente a las demás, en este caso, no cabe duda, lo
destacable, por encima de cualquier otra cosa, fue la terrible tormenta
desatada.
Manu y Javier echando al agua una piragua. Comienza la
quinta etapa en Becerril.
Nuestros ángeles de la gurada en Abarca de Campos.
Sexta etapa: Abarca de Campos – Medina de Rioseco (29 km). CC Ramal de
Campos.
La última jornada la recibíamos
con los ánimos bastante elevados, sabedores de que, salvo esclusa u obstáculo
insuperable, el objetivo se vería finalmente cumplido. Quedaban seis esclusas,
pero todas ellas resultaron especialmente sencillas, porque el tramo final del
Canal está bastante bien cuidado, no sólo por la proliferación de carteles
informativos y decorativos, sino porque las riberas están mucho más libres de
maleza, las proximidades de las esclusas bastante limpias y muchas de ellas
disponen de embarcaderos de madera. Remamos con ganas y muy buen ritmo desde el
principio. Saludamos a varios pescadores de caña, que nos comentaron que “iban
a lucios”, y avanzamos muy rápidamente hasta que el viento, un día más, se
propuso echarnos un pulso. Al principio la cosa se puso simplemente en contra,
poco a poco fue arreciando hasta los niveles de la jornada anterior, pero a lo largo
de los últimos kilómetros Eolo parecía estar jugando con nosotros, de forma que
cuanto más nos acercábamos al destino final, con mayor fuerza e ímpetu soplaba,
como queriendo hacernos “nadar para morir en la orilla”. La dureza se veía
compensada por dos factores que nos ayudaron a conseguir finalmente el
objetivo. Por un lado la belleza que el Canal hace suya en este tramo final,
jalonado por esbeltos y poderosos árboles a ambos lados del curso de agua,
ofreciendo una idílica cobertura cenital a base de hojas entonces verdes pero
que te hacen imaginar un otoño de lo más bucólico. Por el otro, la certeza de
que aquello era la despedida, el final, el último esfuerzo necesario para
completar una gesta, que sin dificultades, lo sería menos. Y efectivamente,
reagrupándonos a la vista de Medina de Rioseco, remamos juntos surcando las
aguas de la Dársena, hasta alcanzar el muelle junto al actual centro de
interpretación del Canal en la localidad. Aquella ilusión que personalmente atesoraba,
la de repetir llegada sobre mi piragua, tras haber alcanzado varias veces este
singular destino con mis bicicletas clásicas, se hacía ahora realidad.
El resto fue todo grata
intendencia: abrazos, felicitaciones, fotos, recogida del material y una comida
merecida. Después el café, el encuentro con Myriam, el viaje en coche hasta
Olleros y la despedida definitiva. Pequeñeces, comparadas con los seis días de
intensa convivencia y cargados de aventuras. La peculiaridad destacable de la
jornada: el viento demoledor.
Autoretrato entre la vegetación.
Tierra de Campos fuera del Canal.
Mis compañeros en un descanso.
Javier navegando ya en la Dársena de Medina de Rioseco.
Descritas las etapas no quiero
cerrar el relato sin permitirme una reflexión personal sobre el Canal de
Castilla, en relación con este viaje y con sus posibilidades de disfrute
contemporáneo. El Canal, de por sí, y así, como está, sin más, es una verdadera
maravilla. Un patrimonio civil, natural, comunicador, acuático y hasta
artístico que nos ha quedado completo y funcional, y que por suerte sobrevive
al tiempo transcurrido y a, en ocasiones, el abandono sufrido. A la vista de
los edificios y sus restos, de las obras y equipamientos existentes, creo que hay
que reconocer que todo ello se debe a que, seguramente, en su día las cosas se
hicieron bastante bien, con inversión, excelentes técnicos y fe en el proyecto.
He leído bastante sobre el asunto, y me consta que ha sido sucesiva o
simultáneamente utilizado como vía de comunicación y transporte, fuente de
producción de energía, recurso hídrico para el regadío y destino de uso
turístico. Me parece bien y espero que a lo largo de los tiempos todo ello haya
sido, sea o pueda volver a ser compatible. Sin embargo, recordar el Canal,
volverme a proyectar mentalmente la “película” de este viaje, me produce un
hondo pesar, porque pese a todas las bondades señaladas, pienso sinceramente
que el estado de presencia y la utilización que de él se hace actualmente son,
a todas luces (y lo de las “Luces” va con doble sentido) insuficientes. El
patrimonio de edificios que acompañan al Canal es sencillamente fascinante y
(esto resulta importantísimo para la cohesión social, cultural y equitativa del
patrimonio y la acción social) muy distribuido. Deberían aprovecharse todos,
rehabilitarse y explotarse cultural, turística o socialmente, ya sea con
gestión pública directa o a través de concesiones. El Canal sería un excelente
destino turístico por sí mismo si se le hiciera un poco más atractivo, se le
promocionara dentro y fuera de nuestro país y se le enriqueciera con variadas
ofertas de actividades complementarias. Si además de ello, se le conectara
operativamente: con las localidades cercanas más atractivas, con los castillos,
las bodegas y conceptos turísticos ya consolidados como el Camino de Santiago o
la Semana Santa, zonas de interés natural, etc. El potencial sería tremendo.
Todo ello suena bien y resulta sorprendente como aquellas personas a las que
hemos ido conociendo, antes y durante este viaje, lo ven y lo sienten como
nosotros, pero lamentablemente parece que “por arriba” la visión no es
compartida. Quizá no se trate de un problema de personas con dotes, carisma y
visión de mando (políticos de calidad), y la pobre supervivencia de esta
envidiable infraestructura histórica se deba más al complejo entramado de la
administración pública, que en este caso se ve enredado por dos dimensiones
entrecruzadas: la de las diferentes competencias temáticas separadas y pocas
veces trabajando en equipo (Medio Ambiente, Deportes, Cultura, Turismo,
Servicios Sociales, Obras Públicas…); y la de los distintos ámbitos y
jerarquías de gobierno (Estado, Comunidad Autónoma, Diputaciones Provinciales y
Ayuntamientos), los cuales rara vez se ponen de acuerdo y dejan de lado sus
rencillas y “postureos” cromáticos para ponerse, de verdad, al servicio de los
ciudadanos, del territorio y del patrimonio común.
El “run-run” de ribera en muchas
ocasiones culpa a “La Confederación” como si esta fuera la vecina que habita en
el ático de lujo de una comunidad de vecinos. La Confederación no es una
persona, es una compleja entidad, y no está sola, ni tiene todas las
competencias ni llaves que abran o coordinen todos los engranajes
administrativos necesarios para uno o varios grandes proyectos integrales. Es
más, probablemente, entre sus funciones principales no estén ni la promoción
turística, deportiva o cultural, ni siquiera la de preservar el patrimonio
inmueble que ya no resulte necesario para el funcionamiento del canal desde un
punto de vista hidráulico, hídrico, fluvial o como se diga. Así que no se la
pueden echar todas las culpas, el liderazgo de algo de gran envergadura debería
surgir de instancias superiores y ¡sobre todo! de la interacción entre varias
entidades. En lo que a nuestro viaje se refiere, la Confederación Hidrológica
del Duero (CHD) se portó estupendamente, tramitó los permisos solicitados sin
pega alguna y cuando tuvo la ocasión (a nivel concreto y humano) nos echó una
mano. Muchísimas y sinceras gracias.
Quiero cerrar con un ejercicio de
aspiración quimérica menos ambiciosa y específicamente enmarcada dentro del
piragüismo, algunas ideas que se me han ocurrido a raíz de esta experiencia.
Incluyo en ellas previamente algunas reflexiones y pistas prácticas sobre el
viaje:
- El Pisuerga es una preciosidad desde dentro, si se cuidara y limpiara su cauce, creo que ofrecería una oportunidad maravillosa para poder ser disfrutado deportivamente por mucha gente.
- El viaje por el Canal es todo él una caso de piragüismo de Aguas Tranquilas. Sin embargo ello no debe engañar a los usuarios y hacerles pensar que no estamos ante un curso poco deportivo. Sus grandes distancias, la posibilidad de navegar tan rápido como el palista esté capacitado para hacerlo, la casi inexistencia de corriente a favor y la eventual presencia del viento, hacen de él un recorrido exigente desde el punto de vista del esfuerzo que cada cual quiera aplicar.
- El canal no me parece apto para cualquier tipo de usuario o embarcación. Lo es desde el punto de vista exclusivo de la navegación, pero si pretendemos incluir los porteos y el avance a través de las esclusas o compuertas, las dificultades y el esfuerzo se multiplican muchísimo. Hay maniobras de gran complejidad, pasos agresivos y situaciones en las que embarcar o desembarcar requieren de la utilización de cabos auxiliares y embarcaciones que además de ligeras, tengan suficiente estabilidad.
- Para un disfrute sencillo pero práctico y bastante asumible por parte de la mayoría de la gente, no haría falta demasiada inversión, bastaría con desbrozar breves senderos en cada porteo, señalizar donde desembarcar y embarcar y, en algunos casos, instalar un pequeño y modesto embarcadero flotante.
- Con lo anterior, el Canal quedaría dignamente apto para una utilización deportiva o de ocio activo más popular, y quizás hasta competitiva (nunca se sabe, y en esto animo a las federaciones de piragüismo a que se muestren mucho más imaginativas: ¿es que a nadie se le ha ocurrido organizar una gran prueba de K1 por etapas?).
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ResponderEliminarMariano Vicente16 de septiembre de 2015, 23:57
ResponderEliminarJosé le dejo un par de fotos de La Retrovisor 2015
José: Muchas gracias ya me las he descargado.