"Valle de Campoo" José Espurz (colección privada)
El plan era ambicioso. Esta
temporada, además de ubicar mi quedada La Montañesa la víspera de la marcha La
Retrovisor, había añadido una ruta más al día siguiente, e incluso incorporado
algún otro complemento cultural relacionado con nuestra común afición por el
ciclismo clásico. Uno pasa el invierno con ganas de verano y de rutas ciclistas
agradables, se emociona y hace planes, y si se descuida, puede liarse la manta
a la cabeza y acabar programando un plan vacacional excesivo. Afortunadamente,
una vez transcurridas las fechas de las citas, puedo confirmar que los planes
se llevaron a cabo y que todo salió bastante bien. De entre lo previsto, tan
solo hubo una única actividad que no llegó a realizarse, una hipotética reunión
formal (asamblea o similar) entre un significativo número de miembros de la CV,
la cual, entre sus limitados rasgos característicos propios, tiene
precisamente, el de jamás reunir a un número significativo de cofrades. La
reunión no tuvo lugar, ni falta que hace, tampoco creo que hubiera servido para
nada, aunque en esta vida, hay infinidad de actos que aparentemente no tienen
utilidad alguna, pero nos aportan un aliño vital delicioso.
Prueba de las dificultades que
por lo general todos los adultos procedentes de diferentes rincones de la
geografía nacional tenemos para reunirnos, fue el hecho de que a lo largo de
los tres días vividos sobre nuestras bicicletas, ninguna de las jornadas
presentara la misma “nómina” de participantes, reduciéndose a cuatro las únicas
personas que realmente disfrutamos del fin de semana completo.
Todo empezó en tarde-noche del
viernes en mi casa, en la cual disfrutamos de una cena bastante sencilla, de
carácter regional, a base de Marmita (sin límite), vino y torrijas de postre.
El momento resultó muy agradable y ameno, como suelen serlo todos los
encuentros de este tipo, tras periodos en los que no nos vemos unos y otros.
Además, el hecho de estar en un hogar particular, sin dependencia de servicio,
espacio, cuentas u horarios, facilita mucho el conseguir una atmósfera
tranquila y más privada. No sé qué dirán al respecto los comensales, pero yo
estuve especialmente a gusto ejerciendo de anfitrión. Aunque algo falló
finalmente, pues a la mañana siguiente, al levantarme, me encontré una tardía
llamada perdida de Manu, realizada durante la noche pasada, que me hizo temer
que finalmente se habría decidido a venir a casa. Efectivamente, mientras
desayunábamos, alguien tímidamente golpeaba una ventana con sus nudillos: era
Manu, tras una noche de pernocta en su coche… nada es perfecto. El aviso no
llegó a tiempo por escasos cinco minutos, algo que lamenté enormemente.
Pero haciendo de tripas corazón
tocaba vivir la primera jornada y, al menos, pudo desayunar caliente y
acompañado. Así pues, Carlos (Salamanca), Manu y yo, colocamos nuestras
bicicletas (impecable Peugeot P10, flamante Zeus y deportiva Alan,
respectivamente) en el coche y partimos hacia Santillana del Mar, punto de
encuentro de La Montañesa 2015. El día amenazaba lluvia y ofrecía previsión de
agua, pero sin embargo, nos respetó completamente y se caracterizó por
mantenerse seco y con una temperatura de lo más agradable. Las únicas gotas que
llegaron a caer en algún leve instante fueron anecdóticas, casi imperceptibles
e incapaces de mojar la piel, la ropa, la bicicleta o la carretera. La
Montañesa, sin que ello sea su objetivo o intención, volvió a crecer una vez
más en número de ciclistas, de los seis del primer año y los siete del segundo,
pasamos en esta ocasión a ser doce: Carlos, Edu, Miguel y Rafa (de Asturias);
Javier; Manu y Carlos (de Salamanca); Carlos Cobo, Carlos Arozarena, Roberto,
Jesús y yo (como locales). Realizamos una ruta costera por un itinerario
típicamente turístico de Cantabria, aunque sin las habituales paradas para
visitar pueblos o villas (Santillana del Mar, Cóbreces, Comillas y San Vicente
de la Barquera). Para ello alternamos la carretera de la costa, con otra más
discreta, desconocida y cercana al mar, en el tramo que va desde la ría de la
Rabia hasta San Vicente, circulando junto a la playa de Oyambre y descendiendo
con preciosas vistas de la playa de S. Vicente. Finalizado el tramo costero,
viramos hacia el interior y circulamos regresando por carreteras secundarias de
interior, con constantes desniveles sucesivos en ascenso y descenso, sin rectas
y serpenteando entre el arbolado, las casas de piedra y los rincones
característicos de esta tierra. Por razones mecánicas, y otras de diferente
índole y difíciles de analizar (cuestión de dinámica de grupos), el caso es que
tuvimos varias paradas inesperadas y algunas esperas, y el retraso acumulado
nos hizo decidir saltarnos un rodeo, atajando por un tramo menos vistoso,
aunque breve, a la altura de Cabezón de la Sal. Al volver a sectores
secundarios, tomamos la bonita carretera que se encamina hacia Novales desde
Caranceja. Es muy agradable y variada, pero nos la encontramos cortada por
obras y aunque recorrimos un tramo sobre su firme de tierra, acabamos teniendo
que darnos la vuelta. La alternativa supuso un nuevo recorte al itinerario
inicialmente previsto, pero a cambio, nos regaló un intenso rompe-piernas con
varias rampas verdaderamente fuertes. Así pues, la etapa resultó de lo más
variada y vistosa, una buena muestra de nuestras carreteras, paisajes y
rincones de la zona costera occidental. Finalmente llegamos con tiempo
suficiente para comer, divididos en dos grupos, antes de ponernos en marcha
para la actividad de la tarde.
Dorsal de bicicleta de La 3ª Montañesa.
Carlos (Salamanca) a lomos de su magnífica Peugeot.
Carlos Cobo y Manu (maillot Puch) circulan por Oyambre.
Carlos (Gijón) son su Alan rodando por nuestro
intento sobre tierra. Todo fue estupendamente hasta
que un argayo impidiera continuar.
Se había planificado una sorpresa
y esta no fue otra que una visita privada al museo que Santiago Revuelta está
montando día a día, con el ciclismo de competición como eje. El lugar es
sencillamente alucinante, pues tiene unos “fondos” de descomunal cantidad,
altísima calidad y todo está presentado de forma muy ordenada, vistosa,
organizada e informada. Se disfruta además de gran espacio de exposición, por
el que uno se mueve sin agobios, disfrutando a placer de los incontables
detalles a la vista. Hay una enorme cantidad de bicicletas, reprografía,
carteles, bidones, maillots, cuadros, vehículos… de todo. Gran cantidad del
material es además el original utilizado por campeones ilustres. La mayor parte
del contenido se centra en las décadas de los años 60, 70, 80 y 90, aunque
también hay contenido previo, o incluso posterior. Cualquiera pudiera pensar a
priori que el museo pudiera sufrir cierto lógico desequilibrio hacia una
abrumadora presencia del Teka entre lo expuesto, pero no es así, pues el
esfuerzo de “alimentación” del mismo ha sido tal que, aunque evidentemente el
GD Teka tiene su espacio específico y muestra una presencia principal y
completa, no eclipsa (ni de lejos) la enorme cantidad de piezas que representan
al ciclismo de Cantabria, al nacional y al internacional. Pero aunque este museo
es desde luego, la mejor colección de temática ciclista que yo haya visitado
jamás, nuestra particular visita gozó de un intangible valor añadido que la
hizo aún más especial: la presencia de Santiago Revuelta como cicerone del
mismo y la agradable y relajada tertulia que tuvimos la suerte de mantener con
él. Santiago es una de esas personas que por méritos propios ha acabado
convertido en una enciclopedia viviente del ciclismo. No en una de esas
personas que ejercen de “banco de datos” (las cuales abundan y me acaban
resultando cansinas y aburridas), sino todo lo contrario, un auténtico “banco
de vivencias” experimentadas en primera persona. Lo que él cuenta no viene en
los libros, no está en la red y no apareció en los periódicos. Revuelta es un
testigo de muchos años de ciclismo internacional al más alto nivel. Y por si
todo ello fuera poco, resulta un testigo elocuente, con rica y ordenada
conversación y brillante competencia comunicativa. Personalmente soy afortunado
por poder pasar algunos ratos de charla con él muy de cuando en cuando. Y
gracias a estos días pude además compartirlo con mis amigos ciclistas clásicos.
Una de las "joyas de la corona": la bicicleta del "Tarangu"
del KAS.
Mis compañeros posan junto a Santiago Revuelta en su
magnífico museo.
La jornada acabó con una cena
grupal en una sidrería y una retirada nocturna responsable, ya que pese a lo
intenso de lo vivido hasta ese momento, para bastantes de nosotros, aún nos
quedaba mucho que atender a lo largo de las horas siguientes.
El domingo tocaba participar
oficialmente en La Retrovisor. Mi plan inicial de tándem con Myriam se vio
trastocado por una inoportuna molestia de espalda que la incordiaba
ligeramente. Así pues, preguntando Jacobo si él prefería tándem o bicicleta
individual, acabé montando la Peugeot PX11 de los ochenta. La Retrovisor,
básicamente, mantuvo el mismo exitoso formato que la edición anterior:
recorrido, servicios, actividades, horarios, etc. Como principales novedades
pueden resaltarse el que se doblara el
número de participantes y el que la organización se mostró eficazmente
previsora ante el riesgo de lluvia, pues trasladó la comida a un pabellón y desplazó
ligeramente el rincón del avituallamiento hacia una pista en la que hubo
dispuestas carpas impermeables. Afortunadamente, la lluvia nos respetó por lo
que el día resultó agradable, sin frío ni calor, con ratos de cielo cubierto y
momentos con claros y sol. A nivel organizativo, algunos allegados sabíamos que
para el evento suponía todo un reto mantener su existencia tras el reciente
cambio político experimentado en el ayuntamiento de Medio Cudeyo. Pero visto lo
visto, los cambios no han afectado a la supervivencia de la cita, por lo que
felicitamos a los nuevos administradores públicos y desde luego al organizador
Enrique Aja. No es bueno que tantas iniciativas culturales, deportivas,
sociales… de nuestro país anden dependiendo cada poco tiempo de los talantes,
sensibilidades, ideologías e incluso en ocasiones caprichos, de los sucesivos
dirigentes. En cuanto a la marcha en sí, quizás porque la bicicleta individual
exige bastante menos atención de conducción que el tándem, el caso es que el
paso por el parque de Cabárceno me resultó más enriquecedor en esta ocasión que
el año pasado y pude disfrutar algo más de la presencia de los animales. Junto
con Melchor tuve la suerte de vivir un momento mágico, cuando rezagados por
habernos quedando haciendo alguna foto, contemplamos una inusitada actividad de
una nutrida manada de gamos que, acompañada por un majestuoso ciervo macho,
escenificó una especie de estampida elíptica cruzando la cinta de asfalto en
dos ocasiones. Transeúntes y vehículos quedaron parados y pasmados ante el
maravilloso espectáculo de la fauna, y los escasos ciclistas que en ese momento
circulábamos por allí tuvimos que ralentizar precavidamente la marcha atentos a
las inesperadas evoluciones de tan salvaje y majestuosa masa crítica de cuadrúpedos
astados.
Ignoro la causa, pero mi
sensación es que en esta ocasión se rodó ligeramente más rápido que en la
edición anterior, demasiado incluso, en opinión de algunas personas que así me
lo han hecho saber, nada excesivo para la mayor parte de los participantes,
pero si quizás para algunos de los que necesitan o prefieren un ritmo de
pedaleo más pausado, recreativo o contemplativo, que debería de poder ser
compatible también con el ciclismo retro. El recorrido se hizo ameno y la
organización de cobertura de cruces, atención médica y demás, resultó de nuevo
impecable. El avituallamiento volvió a surtirse a base de productos
tradicionales de la región y fue un buen momento para emplearse más a fondo
(aún) en las relaciones sociales que esta marcha siempre estimula. Fui testigo
de un re-encuentro de dos compañeros de campamento de la “mili” (más de treinta
años después) y no dejé de saludar a gente aquí y allá. De hecho, tengo que
reconocer que a lo largo de este evento apenas presté atención a mis compañeros
de fatigas retro habituales, varios de ellos implicados en la jornada del día
anterior o del siguiente. Pero es que las circunstancias de la marcha de
Enrique son diferentes para mí, pues al pedalear “en casa”, me topo con tanta
gente conocida, pero a la que veo muy pocas veces, que me siento con la
responsabilidad emocional de atenderlos, hacerlos compañía y fomentar su
afición hacia esta actividad. Por no hablar de que aquí siempre logro que se
apunten personas de mi familia, con quienes, como es lógico, me agrada pasar el
día. Cuento con que mis amigos ciclistas no me lo tengan en cuenta y no se
hayan sentido abandonados, porque todos ellos tenían con quien sentirse
acompañados y porque además, tanto la víspera como el día siguiente, si así lo
desearon y pudieron, me tuvieron a ellos dedicado por las carreteras.
Jacobo en Cabárceno junto a un inquieto rinoceronte.
Jesús y Melchor, dos ex-reclutas convertidos en sanos
deportistas adultos mucho tiempo después.
La Retrovisor fue fiel a su breve
pero acertada tradición de rendir homenaje a algún valor oculto del ciclismo
histórico de Cantabria. El propio Cundo estaba allí presente para reforzar esta
estupenda idea. El homenajeado en esta ocasión era Doro, dinamizador perenne
del ciclismo del Asón. Desafortunadamente, un estado delicado de salud (que
esperamos sea temporal) nos privó de su
presencia en la ceremonia, pero confío poder tener la oportunidad de conocerlo
para quizá así, en este espacio, dedicarle un capítulo enterito en un futuro
cercano.
A lo largo de los prolegómenos de
la ruta, durante la misma, así como en todo el proceso posterior de comida y
entrega de premios, traté de observar a los participantes, sus máquinas, el
ambiente, etc. Me ha dado la impresión de ver a gente nueva de la región. Aunque
parece que a los cántabros les está costando un poco más de la cuenta el
desperezarse hacia esta novedosa faceta del ciclismo, intuyo que poco a poco lo
están haciendo, y conociendo nuestra tradición, estoy seguro que muchas joyas
andan por ahí olvidadas aún, en cuadras, trasteros o pajares, esperando
revivir. Pese a ello, la presencia del Teka, así como la de las bicicletas Alan
se hizo bastante patente dentro del pelotón. Por su parte, la gente de las
Encartaciones aportó una destacada presencia. Poco a poco, la cercanía
geográfica, y especialmente Tomás, se están encargando de que nos vayamos
conociendo cada vez un poquito más. Sus mujeres presentaron atuendos vistosos,
originales y elegantes, y en lo que a mí respecta hubo una Peugeot naranja con
frenos de tiro central que me encandiló (sin desmerecer otras bicis). Pero si me pongo a hablar de bicicletas, tengo que
hacer una mención especial a una fantástica y exclusiva Marotias encargada y
construida específicamente para el cicloturismo de alforjas. Su propietario, un
agradable maño de Huesca, me contó algunas anécdotas del proceso de fabricación
y acabado, además de mostrarme detalles de su admirable ejemplar, que se
conserva como si hubiera sido estrenado ese mismo día.
Formidable Marotias de cicloturismo.
La firma del artista grabada sobre el tubo horizontal.
Para algunos de nosotros la
jornada no finalizó con las despedidas de rigor, pues una vez “despachadas”,
nos vimos sumergidos dentro de un ajetreado proceso de organización logística
para el día siguiente: ir a dejar las bicicletas de esa mañana para
sustituirlas (en algunos casos) por las del día siguiente, desplazarnos a
Santander para dejarlas allí, acercarnos hasta Reinosa para aparcar algunos
coches y regresar a nuestras casas. Carlos (Salamanca) se vino conmigo pues
pasaba el fin de semana en casa, y cuando finalmente llegamos, tras una jornada
tan larga y movida, nos encontramos con que una de mis hijas había traído
invitados anglosajones a cenar, así que la velada se alargó un buen rato
disfrutando de una cena amena y de carácter internacional, y esta vez, sin
connotaciones ciclistas de por medio.
La tercera y última jornada nos
exigió madrugar. Carlos (Arozarena) nos recogió para acercarnos los tres a la
ciudad. Allí nos esperaba Javier con las bicicletas ya preparadas a la puerta
del garaje en una calle muy castiza de la capital, en las inmediaciones de
Puertochico. Siempre detallista, nuestro amigo ya nos había colocado los
dorsales específicos del “evento” para las bicicletas, que desde un tiempo a
esta parte, viene confeccionando con claras muestras de buen gusto en sus
diseños. A partir de este fin de semana, además, ya nos ha incluido hasta un
portadorsal de lo más práctico. Así pues, sin pérdida de tiempo, los cuatro
valientes y/o supervivientes del fin de semana empezamos a callejear hasta alcanzar
nivel del mar, para desde allí, iniciar nuestra quedada homenaje “Etapa Vuelta
– 2km vertical” (Santander – La Fuente del Chivo) de 0 a 1996 metros de altitud
en unos 110 km de recorrido. El callejeo por el centro de la ciudad se solventó
ágilmente y sin problemas a esas horas. A medio camino hacia Torrelavega
disfrutamos de unos tramos agradables sin apenas tráfico por un característico
recorrido rompepiernas, aunque sufrimos una parada por un pinchazo de Carlos
(Arozarena). Circunvalamos la capital del Besaya utilizando un carril-bici y
nos recreamos atravesando el casco antiguo de Cartes y de Las Caldas. Todo fue
bastante bien hasta Bárcena de Pié de Concha, el día había ido mejorando cada
vez más y el viento matinal amainando hasta desparecer. Constantemente
intercalábamos a conveniencia la utilización de la nacional con el trazado de
la “N” más antigua aún. Para entonces ya habíamos contactado telefónicamente
con Tomás que había decidido apuntarse a la aventura desde Fontibre. Pasado
Bárcena la marcha se ralentizó bastante y el grupo sufrió algunos cortes, así
como esperas parciales preventivas, hasta reencontrarnos todos en el centro de
Reinosa para un leve avituallamiento rápido. Nos volvimos a separar para
atender un asunto logístico (Javier y Carlos “Salamanca”), mientras los dos
restantes íbamos adelantándonos hasta Fontibre, donde yo me detuve para
localizar a Tomás, quién por teléfono acabó comentándome que ya llevaba bien
avanzado su ascenso. En definitiva, que todo el llaneo de aproximación por el
valle de Campoo, así como el ascenso del puerto, lo acometimos y completamos
prácticamente separados, a excepción de Javier y Carlos (Salamanca). Personalmente
pedaleé un rato en la llanura con Carlos (Arozarena), me crucé y charlé un
instante con Tomás, cuando éste ya descendía, y fui testigo de los sufridos
kilómetros finales de ascenso de Javier y el otro Carlos. A mí el puerto se me
hizo especialmente duro, he dejado casi completamente la bicicleta hace ya más
de un mes y ya se sabe que eso es algo que no perdona. Sabedor de mis
circunstancias, me concentré constantemente en eso del “empieza a ascender el
puerto como un viejo si quieres llegar arriba como un joven (y no al revés)” y
la cosa más o menos funcionó, porque recuerdo que donde peor lo pasé fue en la
parte central del mismo, mientras que la parte objetiva y claramente más dura
(los últimos kilómetros) la superé con mejores sensaciones. Aún así, cargando
con toda la aproximación desde el mar, llegué arriba bastante castigado. La
perspectiva me permitió poder contemplar a Javier y Carlos (Salamanca) en las
rampas más agresivas, al primero lo tengo tan visto sobre la bicicleta que
puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que le costó más sacrificio del
habitual coronar, mientras que Carlos experimentó las desagradables
consecuencias de disponer de un desarrollo mínimo demasiado clásico (42x21).
Aún así ambos pudieron con ello y enseguida se reunieron conmigo arriba. Aunque
sea algo que no tenga que aclarar entre mis habituales compañeros de ruta, si
deseo hacerlo ante posibles lectores con el “gen” competitivo demasiado
arraigado a flor de piel. El hecho de que yo ya estuviera arriba no responde a
un ascenso más veloz, sino a una simple cuestión de disposición casual del
orden de partida desde Reinosa. De hecho, habiendo comprobado el poderío de
pedalada de mis dos amigos en nuestro paso por las Hoces del Besaya, estoy
seguro que de haber iniciado el ascenso juntos, hubieran sido ellos quienes me
hubieran estado observando a mí desde la cima.
En la cumbre hacía viento, y un
frío que pelaba. Tras unas rápidas fotos, me despedí de mis dos compañeros y me
lancé a un rápido regreso, para llegar a tiempo a una reunión de trabajo con la
que no contaba días antes. Me crucé al otro Carlos cuando en su ascenso ya
había superado la rampa más violenta de todas (por lo que estoy convencido de
que coronó con éxito) y saludé a Tomás (sin detenerme) que esperaba al borde de
la carretera a pié de puerto (en un ambiente más cálido). Desde allí “CRI” (con
lo que me quedaba de piernas) hasta Reinosa, cambio de indumentaria, coche y
llegada “clavada” a la reunión. Por lo tanto, el programa retro cántabro acabó de
forma bastante brusca para mí, pero creo que los afectados por tan fugaces despedidas
se habrán hecho cargo de las circunstancias. Salvo en el caso de Tomás, a quién
no llegué a ver subiendo en ningún momento, tengo la impresión de que al resto
nos costó bastante sacrificio completar los “dos kilómetros verticales”, aunque
estoy también seguro de que todos acabamos de lo más contentos.
Placa-dorsal para la bicicleta en el ascenso al collado de la
Fuente del Chivo desde el mar.
Javier y los dos Carlos circulando por el centro de Cartes.
Tomás detiene su descenso para saludarme cuando nos cruzamos.
Javier cruzando "la meta" de la etapa de la Vuelta.
Javier y yo posando en la cumbre (bueno unos metros
un poco más arriba para "redondear").
Contar tanta actividad ciclista
vivida a lo largo de tres días, ha exigido ser parco en detalles y obviar
asuntos que quizás hubiera merecido la pena destacar. Personalmente acabé muy
satisfecho de todo, aunque notablemente fatigado, tanto desde un punto de vista
físico, como desde una perspectiva general. Todo el programa ha supuesto
convivir con mucha gente diferente, cambiar parcialmente de compañía cada día,
pedalear bastante por comarcas diversas, organizar la agenda y conciliarla con
la vida familiar. Aún así, en lo que a mí respecta ha merecido la pena y por
ello agradezco a todos mis amigos el haber hecho un esfuerzo por tomar parte en
lo que cada cual pudo de ello, espero que les compensara. He echado de menos a varias
personas, siempre es así, resulta inevitable en el mundo moderno en el que
vivimos y en las edades, de plenas responsabilidades, en las que todos estamos,
más o menos, situados. Entre las noticias que han surgido estos días, destaca
la puesta en marcha de un nuevo evento retro para marzo. Son varios los que se
están pergeñando actualmente de cara a la próxima temporada (Asturias, etc.),
pero éste me llama poderosamente la atención y me ilusiona porque surge, nada
más y nada menos que, en Murcia, claramente ubicado en el sur de España. Hasta
ahora el fenómeno se viene desarrollando casi exclusivamente en el norte, el
centro debuta próximamente con un par de citas localizadas en Madrid (con
permiso de Aranjuez), pero no encontrábamos nada más meridional, así que se
trata de una buena noticia. Marzo está lejos y Murcia también por lo que ignoro
si podré participar o no en la cita, aunque el asunto lo merece, pues si sus
organizadores han tenido el detalle de acercarse hasta Cantabria, habría que
devolverles la visita.
El fin de semana de ciclismo
retro en Cantabria llegó a su fin. Considero que fue bastante ambicioso, de
hecho no creo que vuelva a repetirse en formato de tres días. Me alegra mucho
haber podido cumplir con la agenda prevista y que nuestro siempre caprichoso
clima nos tuviera en cuenta una vez más, ahorrándonos chaparrones o estampas
excesivamente épicas pero incómodas.
José: Gracias por tu implicación y por habernos acogido. Con o sin el stress del lunes todo, todo, ha sido estupendo.
ResponderEliminarUn saludo
TCFCPP