martes, 30 de julio de 2019

PUY DE DÔME


El Puy de Dome representa una ventana de tiempo en la historia del ciclismo deportivo. Su presencia en el Tour de Francia duró 36 años. Su ascensión se programó por primera vez en 1952, y por última en 1988. La montaña estuvo presente en la carrera en trece ocasiones, todas ellas dentro de ese lapso temporal. Antes nada. Después nada. Y parece que en ambos casos: pasado anterior y presente-futuro posterior, la cosa no tiene arreglo posible. En el periodo anterior porque, que sepamos, aun no podemos viajar en el tiempo para cambiar la historia, mientras que en el futuro, lo que ocurre es que la montaña está declarada como sitio de especial interés natural y, consecuentemente, protegido del paso de vehículos motorizados, bicicletas y muchedumbres. Lo último que quieren ver las autoridades competentes por allí es una orgía mediática de vehículos, gente incontrolada y basura, acompañando a un pelotón de ciclistas.

El nombre de la montaña tiene un poderoso efecto evocador en la mente de los aficionados al ciclismo más maduros. Suena a encarnizadas batallas, a héroes del pedaleo, a alardes enérgicos espectaculares. En ocasiones demostrativos del poder del ciclista que acabaría ganando la ronda, pero otras veces como protesta protagonizada por quien la pudo ganar pero no lo acabó logrando. Para los aficionados de mi generación (nacidos en la década de los sesenta) y de las anteriores, el Puy de Dome representa un mito. Un escenario que suena alejado y misterioso, donde siempre sucedían grandes gestas durante la gran carrera francesa, y que no resultaba tan fácil de ubicar geográficamente en el mapa hexagonal. No exagero si considero que probablemente eran, esta montaña, junto con el Tourmalet, los puertos ciclistas del Tour con más renombre durante el tiempo en que el “Puy” existió como tal. Y es que dicho periodo coincide con una época gloriosa y muy completa del ciclismo, la comprendida entre la última victoria de Coppi en la carrera, y la de Pedro Delgado. Entre medias Bobet, Walkowiak, Nencini, Anquetil, Gaul, Gimondi, Aimar, Pingeon, Jansen, Merckx, Thévenet, Van Impe, Hinault, Zoetemelk, Hinault, Fignon, Lemond y Roche. Además de los españoles Bahamontes y Ocaña. Todos ellos acompañados de sus enemigos más encarnizados: Géminiani, Poulidor, Pérez Francés, Julio Jiménez, Fuente, Agostinho, Fabio Parra y un largo rosario de excelentes corredores. Auténtica historia del ciclismo que integra varias generaciones de corredores de excepcional nombre e importancia. Lo que ocurre es que con el paso del tiempo, con la progresiva vejez de los aficionados que siguieron y seguimos el ciclismo durante aquellos años, todo ese “archivo” de memoria nostálgica va pasando de moda y se va almacenando en contenedores más profundos. Los datos y los recuerdos de las gestas deportivas van siendo desplazados de la “memoria RAM colectiva” (la de uso inmediato y rápido) al “disco duro de la sociedad”, ese lugar al que únicamente acuden los nostálgicos, o aquellos que lo necesitan para buscar datos fiables cuando pretenden reconstruir parte de la historia. Por eso es tan fácil ahora salir a pedalear enfundado en un maillot del Molteni sin que la mayoría de los ciclistas que te encuentres por el camino sepan lo que eso significa, o ni siquiera conozcan la figura de Eddy Merckx. Y al Puy de Dome, que quieren que les diga, pues hace ya tiempo que le pasa lo mismo.

Repasando las trece ocasiones en las que el Tour visitó este volcán encontramos personajes muy importantes. Allí hubo una victoria suiza, una danesa, una belga y otra francesa, dos holandesas e italianas, y… ¡cinco españolas! Así que sí, efectivamente, tal y como afirma mi amigo Javier, podemos asegurar que el Puy de Dome es, en el ámbito del Tour de Francia, la “montaña de los españoles”.

Pero empecemos el repaso por los extranjeros que triunfaron allí. Y hagámoslo por orden cronológico. En su estreno, en 1952, venció Fausto Coppi. Lo hizo en duelo personal contra Jan Nolten, dejando nada menos que a Bartali en tercera posición. Coppi acabó ganando aquel Tour en el que Bernardo Ruiz finalizó tercero. Pese a que Nolten no se consagró como ciclista famoso, aquel año debía de andar algo fino pues había ganado ya una etapa algunos días antes. El segundo triunfo italiano en el volcán llegó en 1967 de la mano de Felice Gimondi. Para ello empleó más de siete horas de etapa y gano con solvencia, metiendo 4’ 50” a Rabaute y 4’ 52” a un Julio Jiménez que, a su vez, hizo hueco con respecto al resto de corredores. De hecho, fue él quien desató las hostilidades, consciente de que aquel sería uno de sus últimos cartuchos para intentar arrebatar el liderato de la prueba a Pingeon. Al empezar la etapa el francés le aventajaba en dos minutos y tres segundos, y tras la etapa, la diferencia se recortó hasta el minuto treinta y nueve. Jiménez acabó segundo la ronda y alzándose con el gran premio de la montaña. Dos años más tarde (1969) la victoria fue para el único francés en la historia en conseguirlo: Pierre Matignon. El asunto tuvo guasa y pasó a la historia porque Matignon, cuando logró la victoria de la etapa, era el farolillo rojo de la carrera (al final de la misma acabó anteúltimo). Su victoria en el Puy de Dome se fraguó en una escapada temprana, en la que acabó quedándose solo y sosteniendo un ritmo suficiente como para que el Caníbal, que llegó segundo, habiendo dejado detrás al resto, no fuera capaz de cazarlo. ¡Chapeau Pierre!.

En 1975 ganó Van Impe, seguido de un Thévenet en estado de gracia que acabó ganando aquel Tour. Merckx era el líder de la carrera y en aquella subida sufría para mantener una distancia razonable con el francés. A pocos kilómetros de la cima, un cretino que se había colocado al lado derecho de la carretera le clavó el puño en el costado, impactando en su hígado. Merckx llegó arriba con 34 segundos de retraso sobre Thévenet, agotado, cabreado y muy dolorido. Desde entonces, se especula con la posibilidad de que aquel incidente fuera la causa de la derrota de Merckx en lo que hubiera sido su sexta victoria en un Tour. La verdad es que para aquellas fechas su domino ya no era el mismo. En cualquier caso, al día siguiente sufrió una significativa pájara en Pra Loup. Allí perdió el liderato y la carrera. Aunque acabó segundo en París, quizás el Puy de Dome pueda ser considerado como el hito de su declive. Hasta cierto punto eso es algo que tiene alguna “lógica supersticiosa”, si tenemos en cuenta que el Puy de Dome podría considerarse como la montaña “maldita” del belga, uno de los pocos escenarios en los que jamás venció, y en los que varios ciclistas lograron “darle caña” de modo manifiesto.

He pedaleado a rueda de Zoetemelk. De verdad, lo prometo. Lo hice en un recorrido de la Anjou Vélo Vintage hace algunos años. Aunque siempre hay forofos que se empeñan en calificarlo como “chupa ruedas”, cuanto más me informo sobre su palmarés, menos dudas tengo sobre su calidad como corredor, y más en la época en la que le tocó competir, plagada de estrellas incuestionables y de locos por los ataques en las montañas. En sus ¡17 temporadas como profesional! le tocó combatir como mucha gente. Gente de prestigio. Y aun así ganó un Tour, una Vuelta, un Mundial y alcanzó ¡seis segundas posiciones en la Grand Boucle!. “Casi nada”. Aquel día en Anjou vestía su maillot amarillo de ganador del Tour, lo mismo que Thévenet. Ambos estaban siendo homenajeados por la organización, aunque con el segundo no me topé “en carrera”. Pero con el holandés sí, coincidí con él en un grupo y rodé tras él algunos kilómetros, por cierto, bastante rápido. La cuña viene a cuento porque Joop Zoetemelk es uno de los dos únicos ciclistas de la historia que se ha coronado vencedor, por dos veces, en la cumbre del Puy de Dome. Y en ninguna de las dos ocasiones coincidiendo con su victoria final en la general de la carrera. La primera vez, en 1976, lanzó un ataque a 250 metros de la cumbre cuando rodaba en cabeza con Van Impe. A Galdós lo habían descolgado otros 250 metros antes, y a Poulidor otros 300 metros más abajo. Sobre la línea de meta, Van Impe, ganador de aquel Tour, cedió doce segundos. Poulidor acabó tercero en París, justo detrás de Zoetemelk. Dos años más tarde, el Puy de Dome regresaba componiendo la parte final de una contrarreloj de 52,5 km. El holandés se mostró intratable, adjudicándose la crono con 46 segundos de ventaja sobre Pollentier, 55 sobre Bruyere y 1’ 40” sobre Hinault. Dos días más tarde se hizo con el maillot amarillo en una etapa con final en Alpe d’Huez. Lamentablemente para él, a tres días del final, Hinault se lo arrebató en una CRI de 72 km, cuando únicamente quedaban dos etapas para dar fin a la carrera. Una vez más, Zoetemelk se veía relegado al segundo cajón del podio, en aquella ocasión, asistiendo al nacimiento de un nuevo “monstruo” del ciclismo.

 
Zoetemelk haciéndoselas pasar canutas a Van Impe en el Puy de Dome. (Imagen: Zoetemelk-Flickr / Scanseb)

En 1986 la etapa del Puy de Dome la ganó el suizo Erich Maechler. ¿Quién? Un suizo sin gran palmarés, salvo aquella otra victoria en la Milán-San Remo (un Monumento) de 1987. Lo logró como fruto de los restos de una escapada grupal que había nacido a muchos kilómetros de meta y que, a lo largo de la jornada, fue viendo mermar el número de efectivos hasta dejarlo en seis, los cuales, durante el ascenso, fueron perdiendo comba, uno a uno, hasta que el suizo se quedó solo, sacando algo más de medio minuto al siguiente. El Tour lo ganó Lemond, seguido de Hinault. ¡Saltaban chispas en el seno de la Vie Claire!. Por último, 1988 vio el triunfo del danés Johnny Weltz. También aquella victoria fue resultado de una escapada iniciada lejos del final de la etapa. Fue cosa de dos hasta que, a 78 km de meta, el danés se quedó en solitario, con suficientes fuerzas y ventaja como para hacerse con el triunfo en la cumbre. Por detrás, entre los hombres fuertes de la carrera, Perico Delgado demostró su superioridad, acrecentando algo más su ventaja en la general sobre sus perseguidores. No sin susto posterior, pues aquel mismo día saltó la noticia de que Perico había dado positivo en el control antidopaje al que, siete días antes, había sido sometido tras ganar una contrarreloj. Se trataba de una sustancia prohibida por el COI, aunque no por la UCI. El asunto se mantuvo muy tenso durante largas horas, y como siempre ocurre en casos así, no todo el mundo acabó satisfecho con su resolución. Finalmente, Delgado logró su trono en París. “Periquismo” en estado puro, como apuntaría Marcos Pereda.

Y ya que estamos con españoles, toca el turno de repasar sus victorias en tan célebre cumbre. En 1959 se estrenó Bahamontes, venciendo en una cronoescalada de 12,5 km. Aun así no se puso líder, aunque se colocó a cuatro segundos del maillot amarillo. La preciada prenda se la adjudicó dos días después. En la crono alcanzó una media de 20,689 km/h, sacando casi minuto y medio al segundo, nada menos que Charly Gaul. El Águila de Toledo ganó aquel Tour, y su gran premio de la montaña. En España se desató la locura. Y el enjuto y tostado héroe aún hoy continúa presumiendo de aquello. Todo un carácter don Federico. Ángel Giner narra de forma amena aquellas victorias, la de la etapa y la de la gran vuelta, en “El Tour de Bahamontes”.

 
Bahamontes adelantando a Rivière en la cronoescalada (Imagen: Miroir des Sports).

El siguiente rey de la cima de Auvernia fue otro español, el gran Julio Jiménez. Aunque aquel no fue su mejor Tour en cuanto a resultado final, lo dio a conocer como gran ciclista, pues debutaba en la carrera y logró dos triunfos de etapa, ambos en territorio de montaña. En el Puy de Dome superó a toda un pléyade de estrellas del pedal. Él y Bahamontes impusieron un ritmo de ascensión que únicamente pudieron seguir los más fuertes de carrera. Realmente muy pocos, y entre ellos Poulidor y Anquetil. Ambos poniendo en escena lo que acabó convertido en un duelo que pasó a la historia del ciclismo, todo él retratado en múltiples fotografías. Una batalla que eclipsó la victoria de Jiménez, quien, a cuatro kilómetros de meta, lanzó un ataque definitivo al que únicamente pudo responder Bahamontes, aunque no con la suficiente energía como para evitar que de Ávila superase, en 11 segundos, al de Toledo. A Federico le quedó el consuelo de ser tercero en parís y llevarse el GP de la montaña, además de dos etapas de puertos. Don Julio, “el relojero de Ávila”, que también anda todavía por ahí, es de otro talante. Lo pueden comprobar ustedes en una de las entregas televisivas de “Conexión Vintage”. Yo lo conocí en la primera edición de la marcha cicloturista retro Otero, y me pareció un hombre encantador. Al contrario de algunas conflictivas estrellas del ciclismo, Jiménez iba haciendo amigos, los tenía por todas partes. Poco tiempo antes del fallecimiento de Anquetil, estando éste ya enfermo, lo paseó por Santander, con ocasión de la Vuelta a Cantabria. A ambos les gustaba disfrutar de los placeres de la vida, así que no faltó el marisco, el vino y, seguramente, las anchoas. Al nordeste de Italia, en un pequeño taller de bicicletas ubicado allí donde la planicie transalpina limita con las primeras y repentinas estribaciones de todo el macrosistema montañoso, hay fotografías y recuerdos del “Relojero” adornando las paredes. Los descendientes de Zanin, el anónimo mecánico del Molteni de Merckx y del Bianchi de Gimondi, respetan los objetos que rememoran la amistad que ambos cosecharon. Gran Julio. Grande en todo.

 
Julio Jiménez, ya en solitario, muy cerca de la cumbre. (Imagen: en Pedro Delgado/origen ¿?)

Luís Ocaña firmó doblete. En 1971 y 1973. El primer año bien pudo haber supuesto su primera victoria en un Tour de Francia, de no haber sido por el terrible accidente que sufrió en la etapa decimocuarta, cuando lideraba la carrera. Entonces vestía el maillot amarillo con más de siete minutos de ventaja sobre Merckx. La mala suerte se cebó en él, primero al sufrir una caída cuando descendía detrás del belga, y después al ser embestido por Zoetemelk, que bajaba algo más atrás, cuando Ocaña intentaba ponerse en marcha de nuevo. El resultado fue concluyente: el maillot amarillo se vio obligado a abandonar la carrera allí mismo. Antes de aquello, con el Caníbal liderando la prueba, el Molteni se esforzó por contener la carrera durante la etapa que finalizaba en nuestro pico protagonista. Lo logró con gran esfuerzo hasta que, en la ascensión definitiva, se desataron las hostilidades por todas partes, con sucesivos ataques a los que Merckx intentó responder personalmente, hasta que el de Ocaña resultó lo suficientemente contundente como para facilitarle el premio de la etapa. Don Luís vestía el maillot del Bic. Dos años más tarde, con el maillot amarillo, volvía a triunfar en la cumbre sobre Clermont-Ferrand. Lo hacía en dura pugna con Thévenet, Van Impe y Fuente, sacando un margen estrechísimo (4 segundos) al belga, y no mucho más  a los otros dos. Aquel año Ocaña alcanzó su ansiado triunfo en París. Fue un excelente ciclista de vida poco afortunada. Un polivalente que brillaba igualmente en las contrarreloj, que acertó a poner en jaque a Merckx, y que junto con el Tarangu, protagonizó momentos de leyenda durante sus años de esplendor. Leer a Carlos Arribas me ha ayudado, de mayor, a componerme una imagen más realista y completa de quien fuera, junto al Tarangu, uno de los ídolos de mi niñez.

 
Hay muchas fotos de Ocaña, aunque algunas suelen resultar difíciles de ubicar temporal y espacialmente. Sin estar seguro de ello, sospecho que esta fue tomada en el ascenso al Puy de Dome de 1971.  (Imagen: en peloton / Horton Collection)

Una década más tarde (1983) hubo doblete hispano en el Puy de Dome. Volvió a ser en formato de cronoescalada, en aquel caso de 15,6 km. El resultado estuvo bastante apretado, con los cuatro primeros clasificados en un margen de medio minuto. Ganó Ángel Arroyo con un desarrollo de 41x22, seguido de Pedro Delgado a 13 segundos, y algo más separado, el colombiano Patrocinio Jiménez, que superó a Van Impe por un segundo. El belga acabó el Tour con el maillot de puntos rojos, mientras que Arroyo finalizó segundo en la general por detrás de Fignon. Aquel fue el debut de un equipo colombiano en la Grand Boucle, todo un  hallazgo que marcaría el inicio de una época. También fue el estreno del Reynolds en la gran carrera francesa, un verdadero éxito e, igualmente, el comienzo de otra era del ciclismo internacional. Tanto fue aquello, que, en lo que a España se refiere, podríamos marcar aquel Tour como el momento histórico a partir del cual la TVE volvió a retransmitir la carrera en directo. El “apagón” provenía desde 1975 y su fin se produjo a mitad del Tour de 1983, ante la espectacular actuación que estaba llevando a cabo el Reynolds, y el efecto que aquello estaba teniendo entre la hinchada española.

 
Ángel Arroyo en la crono. Gran victoria española en el Tour. (Imagen: en Pedro Delgado / origen ¿?)

Repasada la historia ciclista de esta montaña, llega el momento de centrarnos un poco en ella misma. Se trata de un cono cuya cúspide está algo truncada. Dicha irregularidad en la coronación se corresponde con los restos de lo que hace miles de años fue el cráter de un volcán. Porque sí, efectivamente, tal y como ha he dejado caer algunas líneas antes, el Puy de Dome es un volcán, por mucho que ya esté extinguido o apagado. De hecho, es la cumbre volcánica más elevada de una larga hilera de cráteres (Chaine des Puys) que se alinean de norte a sur, paralelos a la falla de Limaña. Todo el conjunto de los volcanes de Auvernia está integrado dentro del denominado Macizo Central francés. Dicho macizo es un conjunto de serranías (en realidad mucho más modestas de elevación que los Alpes o los Pirineos) salpicadas entre mesetas. La cadena volcánica presenta muchas cumbres de poca altura, caracterizadas por sus cimas en forma de cráteres más o menos evidentes. Algunos son tan perfectos y geométricos que parecen haber sido creados para poder ilustrar manuales de geología. El espacio está considerado como un parque natural de nivel equivalente o similar a lo que en España sería un Parque Nacional. En concreto, el Puy de Dome, que ejerce de centro atractor principal e icono destacado del parque. Es uno de los Grands Sites de Francia. Desde su cumbre (por llamarla de alguna manera, pues consiste en una especie de meseta amplia) se tienen excelentes vistas de una parte importante del corazón de Francia y de la cadena de volcanes. Lo recomendable es darse una vuelta por todo el reborde de la montaña para llevarse una visión panorámica de 360º. En tal caso, si atendemos a los paneles descriptivos que por allí hay instalados, encontramos muchas referencias interesantes. Por ejemplo, que en uno de los promontorios más altos de la cumbre estuvo levantando un templo romano dedicado a Mercurio. De él quedan algunas piedras y cimientos, sobre los que se está construyendo una recreación actual. Según aseguran quienes han estudiado las ruinas, hubo una época en la que, en la base del volcán, se instaló una población de cierto empaque, que incluía servicios relacionados tanto con las visitas de la gente al templo, como con el constante flujo de viajeros, pues aquello era un punto de paso de la vía de Agripa. Otro aspecto histórico de interés tiene que ver con la memoria de la Guerra de las Galias. Auvernia fue un territorio de mucha actividad durante la conquista romana. No lejos de allí están situados algunos lugares clave relacionados con el legendario Vercingétorix. Especialmente el que recuerda su victoria en Gergovia (aunque finalmente fuera derrotado en Alesia). En resumen, que, si el visitante a los Puys y a Auvernia es aficionado a la lectura de los comics de Astérix, al contemplar todo aquello se va a encontrar como en casa (especialmente releyendo el episodio número once: “El escudo arverno”). No exagero nada, nuestra visita coincidió con el solsticio de verano, fecha de significativa importancia para algunos amantes de los asuntos mágicos, “esotéricos”, etc. Quizás por ello, cuando descendíamos el monte por un sendero boscoso, nos cruzamos con un nutrido grupo de druidas. ¡En serio! Eran varios, hombres y mujeres, de diferentes edades y ataviados con hábitos, túnicas o capas blancas, y portando algunos elementos de aspecto medieval, además de, algunos, coronas de entramados vegetales tocando sus cabezas. No, ninguno de ellos me pareció la reencarnación de Panoramix. Por lo visto, los druidas, cómo fenómeno humano, como colectivo, han conseguido pervivir hasta nuestra era, pero no parece haber pruebas fehacientes de haber sido capaces de desarrollar poción mágica alguna que les haya permitido vivir eternamente o viajar en el tiempo personalmente.

 
Vistas hacia la cadena de volcanes, aquí se aprecian claramente varios cráteres.

 
Lo mismo en dirección opuesta. Las masas boscosas tapizan gran parte del territorio.

La comarca es verde, muy verde. Lo es porque todo el terreno está primorosamente tapizado de vegetación, ya sea en forma de pastos bien nutridos o, sobre todo, de frondosos y extensos bosques de especies arbóreas variadas. Paisaje campestre que promete ofrendas que luego es fácil encontrar en forma de sabrosos quesos, ricas cervezas artesanas y muchos otros productos de la tierra.

A pesar de tan bucólica localización, o quizás a causa de ello, el Puy de Dome se ha convertido en un puerto casi inexpugnable desde el punto de vista ciclista. Y no lo es por su dureza, que sin duda la tiene, sino por causas bien diferentes. Al haberse convertido en un espacio singular reconocido, el pico tiene algunas restricciones de acceso. Concretamente todas las relacionadas con la utilización de la carretera que asciende a la cima. Está prohibido circular por ella, tanto vehículos a motor, como bicicletas e incluso peatones. La carretera está para dar servicio a los escasos vehículos oficiales que por allí tengan que transitar y para atender a eventuales demandas de mantenimiento del tren de cremallera cuyo trazado comparte. La visita al volcán está abierta a los visitantes, pero su acceso únicamente está autorizado de dos maneras: caminando por senderos balizados, o tomando el tren cremallera. Para la versión pedestre, lo más habitual es tomar el “Chemin de les muletiers”, trazado que parte del Col de Ceyssat y que, tras catorce virajes y unos 45 minutos de ascensión, permite alcanzar la parte superior de la montaña. Otra opción, para quien disfrute del senderismo y disponga de tiempo extra, es disfrutar de un recorrido de varias jornadas, transitando por el GR 441 (112 km), que dibuja un apetecible trazado a lo largo de toda la cadena de volcanes.

El otro medio de acceso, el ferrocarril, resulta mucho más rápido y cómodo, aunque para mi menos atractivo. La historia de este tren es aquí importante, ya que fue por él por lo que existió una carretera. El primer ferrocarril entró en funcionamiento en 1907, y estuvo muy activo hasta 1925, que fue cuando los primeros coches empezaron a encaramarse en la cima. Al año siguiente, lo hacía el primer autobús, y a partir de ahí… ya se sabe, más y más tráfico motorizado. Aquello forzó a que se desmantelara la vía, y su lecho se transformara en la única carretera de acceso que hay. Sin embargo, como medida de protección del paraje, expuesto a cifras de visitantes cada vez mayores, se acabó optando por regresar a la fórmula ferroviaria, aunque ahora propulsada por motorización eléctrica. Por ello, desde 2010, se cerró el paso a los vehículos particulares y se puso en marcha el tren actual. Toda esta historia mantiene cierto paralelismo con la evolución histórica de la relación entre las bicicletas, el ferrocarril y los coches. El historiador “industrial” Carlton Reid explica muy bien cómo la construcción de carreteras y vehículos a motor, nació a partir de la evolución de la industria, servicio e innovación del ciclismo utilitario. El tren se había adelantado como medio de comunicación de masas, y la bicicleta recogió el testigo de los medios particulares de movilidad por propulsión animal. El título de su trabajo no ofrece lugar a dudas: “Las carreteras no fueron construidas para los coches. Cómo los ciclistas fueron los primeros en promover buenas carreteras, y se erigieron en los pioneros de la motorización”. Durante la mayor parte del siglo XX el automóvil ejerció de amo y señor de las carreteras y ciudades, hasta que, recientemente, su masiva presencia ha derivado en múltiples problemas de sostenibilidad de diversa índole. Esto ha provocado que, cada vez en más ciudades y espacios de especial interés medioambiental, el ferrocarril esté recuperando protagonismo (metro, cercanías, trazados turísticos, alta velocidad, etc.) y la bicicleta gane batallas de prioridad y accesibilidad en los centros de muchas ciudades. En el Puy de Dome ha ocurrido lo mismo con el ferrocarril y los automóviles: el tren fue el origen y ahora es el final, mientras que en medio, el automóvil fue el rey. ¿Y qué ha pasado con la bicicleta? Pues que en realidad nunca estuvo del todo presente, salvo con la anecdótica visita del Tour durante aquella ventana temporal a la que antes hice referencia. En el pasado poca gente estaba dispuesta y preparada para visitar el volcán en bici, y en el presente está prohibido por motivos de seguridad. Sin embargo ¡existe una posibilidad! Una al año. Actualmente, el Comité Régional Auvergne Rhóne-Alpes, el Département Puy-de-Dome y la Federación Francesa de Cicloturismo, organizan una marcha ciclista que se inicia con el ascenso al volcán, para después continuar con su descenso neutralizado y un surtido posterior de bucles opcionales de diferente longitud por la comarca. El evento requiere inscripción anticipada y está limitado a 300 participantes, la mayoría de ellos ciclistas de edad avanzada, de aquellos que realmente saben lo que representa esta ascensión para la historia del Tour de Francia.

 
El actual ferrocarril de cremallera. Aquí descendiendo.

Gracias al soplo de mí amigo Javier, que siempre anda husmeando por todas partes en busca de curiosidades ciclistas que llevar a la práctica, me enteré de la posibilidad, y me apunté a la marcha. Así que acabé viajando hasta allí con un doble objetivo: visitar la zona volcánica de la región de Auvernia, y ascender el Puy de Dome con bicicleta e indumentaria retro. Del primer interés di cuenta de víspera y en pareja. El segundó lo acometí con Javier a la mañana siguiente. El Puy de Dome es un puerto ciclista francamente singular, diferente a todos los demás. Las primeras estribaciones son anecdóticas, muy asequibles y comparables a las de cualquier otro puerto. A medida que te vas acercando al cono, lo vas viendo plantado ahí, delante de ti, con una forma volumétrica sospechosamente fiel a la figura geométrica con la que se le compara. Todo es normal hasta que llegas a la zona donde está localizada la estación de partida del tren cremallera. Por allí surge una barrera (para nosotros levantada), y la cinta de asfalto que va permanentemente pegada a la vía se empina de repente. En mojón de tren lo anuncia claramente: los próximos cuatro kilómetros son al 12% de pendiente constante. Media también ¡claro!, pero lo inaudito es que durante cuatro kilómetros no hay cambios de porcentaje, el recorrido ha sido trazado con obsesión y rigor ingenieriles, pensando en la solvencia que pudiera dar, a principios del siglo XX, un ferrocarril cremallera de vapor, con caldera alimentada por el abundante carbón averno. Otra peculiaridad, no menos sorprendente, es que el trayecto no tiente curvas… ¡ni rectas!, todo él es una única curva permanente que se enrosca sobre sí misma, dibujando una espiral (a vista de pájaro) que se va elevando a lo largo de la ladera circular del cono. Todo ello virando, muy progresivamente, hacia la derecha. Así pues, en todo momento el ciclista tiene a su derecha la vía del tren y a su izquierda una permanente panorámica de más de 360 grados de amplitud (porque llega a solaparse consigo misma). Durante gran parte del recorrido el arbolado tapa las vistas pero, a partir de determinada altitud, el paisaje se convierte en un premio para el esfuerzo de haber llegado hasta allí. La foresta se agradece por dos motivos: uno, porque ofrece sombra en los días de mucho calor; y dos, porque con lo despacio que el ciclista circula por los últimos metros de la ascensión, le da tiempo de sobra para recrearse contemplando las vistas. Únicamente al llegar a la “meseta” superior surge un rampa muy corta pero más dura, que es la que separa las llegadas de la vía y la carretera. Allí es donde la organización del evento sitúa la cumbre ciclista, aunque da libertad para que quien así lo deseé (por ejemplo nosotros), siga pedaleando algunos centenares de metros más, completando la espiral hasta la cúspide del antiguo cráter, donde está situada una gran estación de telecomunicaciones, con un “pirulí” visible desde muchos kilómetros a la redonda.

 
El cono se va imponiendo a medida que te acercas a él. Se puede apreciar parte de la carretera en espiral.

 
Autorretrato poco antes de acometer los cuatro kilómetros finales.

A nosotros nos hizo un día magnífico, soleado y brillante, pero nada caluroso ¡ideal!. Ambos llevamos bicicletas retro “preventivas”. Pesadas, pero con triple plato y coronas traseras bien grandes. Ascendimos a ritmo individual, algo separados y con margen de esfuerzo y desarrollo como para disfrutar de la experiencia al completo, del paisaje y de la interacción con la gente (controladores de a pié y ciclistas a los que adelantamos o nos superaron). Como la salida es libre, en un margen horario amplio (desde las 7,30 a las 9,30 de la mañana), no hay aglomeraciones, y la mayor parte del tiempo puedes subir en solitario o encontrándote con muy pocos ciclistas. Más tarde, arriba, llega la confraternización, la charla, los saludos, etc. Allí hay un avituallamiento cómodo, en una cabaña dispuesta para ello, con mesas y bancos dentro y fuera del inmueble. Además, queda tiempo para tomar fotos y recorrer el paraje. De tal forma que no nos resultó nada aburrido esperar hasta las 10,30 que es cuando todo el pelotón desciende en una bajada tranquila, neutralizada por un vehículo que abre camino.

 
En la cima (foto: Javier)

 
Javier contento por coronar.

Como he dicho, el pelotón lo formaban, mayoritariamente, ciclistas de edad avanzada y con demostrado conocimiento de la historia ciclista del Tour. Gente de diversa procedencia internacional, aunque, lógicamente, de mayoría francesa. También había gente más joven, así como un significativo grupo de personas con bicicletas eléctricas. De forma totalmente involuntaria, Javier y yo nos vimos un poco convertidos en foco de atención de muchos otros ciclistas. Nos felicitaban por el ascenso al ver nuestras bicicletas y admiraban nuestros atuendos, interesándose por nuestra procedencia y el significado histórico de los mismos. Sin molestia alguna, porque no llegó a convertirse en un exceso cargante, la verdad es que nos vimos posando para muchas cámaras de fotos. En ocasiones nosotros dos, y otras veces flanqueando a algún ciclista, mujer u hombre, que quería llevarse nuestro recuerdo en imagen personal. Fue un rato bonito y divertido. Javier había acudido disfrazado de Bahamontes con una indumentaria como la que el toledano llevaba cuando ganó allí. No con una réplica exacta de su bicicleta, pero si con una reproducción bastante fiel de su vestimenta, dorsal trasero incluido. Por mi parte opté por homenajear a Ocaña. Tampoco pretendí hacerlo a través de la bicicleta utilizada (aunque sí que era retro), sino mediante el maillot y la gorra. Para ello había dos opciones (a causa de sus dos victorias allí), maillot amarillo o Bic. Dentro de lo que tenía disponible, en sintético pudiera haberme decantado por cualquiera de las dos, pero, cuando voy “retro” del todo, prefiero las prendas de punto, las cuales, me gusta vincular a mis bicicletas clásicas. Así pues, me puse un maillot con los colores del Bic (aunque con otro texto, mucho más personal, bordado) y la gorra de aquel laureado equipo francés. Y de esa guisa, ambos nos divertimos mucho con el juego. Mereció la pena.

 
Homenaje a Ocaña (foto: Javier)

 
Javier en la cima real.

 
Juntos en el "pirulí" del Puy de Dome.

Tras el descenso nos despedimos y separamos. Javier se fue a completar un bucle y yo regresé al hotel para ducharme y acometer, con tiempo, un viaje de regreso que se planteaba francamente largo. El Puy de Dome entró, de esta forma, en mi personal colección de puertos ascendidos. Más aún, formando parte del selecto conjunto de ascensos más legendarios, más vinculados a la historia del ciclismo internacional. Creo que todo este asunto me ha ayudado a asimilar con bastante precisión la edad que tengo. Al explicar a mis conocidos la experiencia, he comprobado el claro efecto que el hacerlo producía en su semblante: expresión de extrañeza o desconocimiento en aquellos más jóvenes que yo (aunque apenas lo fueran un poco), y de admiración y reconocimiento en los de mi edad o más mayores. Se ve que soy una persona madura, que no anda demasiado lejos de aproximarse a la vejez. Por otro lado, la buena noticia es que disfruté mucho del ascenso y no me supuso un esfuerzo excesivo. Lo interpreto como síntoma de salud y vitalidad para mi edad, y con ambas, no me importa ir cumpliendo años. En cuanto al Puy de Dome, geológicamente le pueden quedar miles de años por delante. Como ecosistema biológico quizás también, si los seres humanos somos capaces de mantener, medianamente saneados, la comarca y el planeta. Ahora bien, desde la perspectiva del ciclismo deportivo, o de la cultura ciclista, tengo la impresión de que esta ascensión he empezado a convertirse en un fósil.

En la parte final de la ascensión. (Imagen: gentileza del comité organizador).

1 comentario:

  1. Bonita experiencia. Recomiendo a quien pueda acercarse a Clermont que aproveche la oportunidad que nos brinda la organizacion en el mes de junio

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