Córcega es una isla fascinante.
Situada en pleno mar Mediterráneo, ofrece un compendio de virtudes geográficas
y paisajísticas envidiable. Aunque para el gran público quizás lo más icónico
de la isla sean sus playas y sus atractivas ensenadas, bañadas por unas aguas
azul turquesa, la cadena de altas montañas que recorre el territorio de norte a
sur es otra permanente fuente de sorpresas agradables e inesperadas. Así pues,
en Córcega se puede encontrar casi de todo: playas paradisíacas, arrecifes de
vértigo, bahías, cabos, bosques, cañones, montañas escarpadas, lagos de alta
montaña, valles escondidos, ciudadelas, pueblecitos de montaña, puertos
mediterráneos con historia, decenas de torres de vigilancia costera… ¡y una
interminable retahíla de atractivos más!. Se de lo que hablo, porque sin
considerarme un experto especializado en este destino, ya lo he visitado en
tres ocasiones por motivos bien diferentes. Dar detalles de la segunda de mis
visitas no viene al caso aquí y ahora. Lo contrario que sobre la primera y la
tercera.
Vaya por delante que la relación
de Córcega con la historia del ciclismo es pobre. Aunque hay algunos
practicantes (como en todas partes actualmente) no es este un deporte muy arraigado
en la isla. En la cual tampoco encontramos referencias de grandes pruebas
clásicas de ciclismo de carretera. Es más, aunque el Tour de Francia ha llegado
a incluir el paso del pelotón por las carreteras corsas, no se animó a ello
hasta la edición de 2013, coincidiendo con el centenario de la carrera (la cual
sufrió algunos parones con motivo de las guerras mundiales). En aquella ocasión
se escojió la isla como punto de partida de la gran ronda, compensando su
empecinada ausencia con la inclusión de tres etapas consecutivas en aquella
singular edición. La primera de ellas (primera de las de Córcega, e igualmente
del Tour completo) tuvo su salida en Porto-Vecchio (al sur de la isla) y su llegada
en Bastia. La segunda etapa discurrió entre Bastia y Ajaccio, mientras que la
tercera entre Ajaccio y Calvi.
Porto-Vecchio, en cierto modo,
puede ser considerada como la capital del ciclismo corso. Básicamente porque es
allí donde se estuvo celebrando, desde 2010 hasta su desaparición definitiva en
2016 (ambos años incluidos), el Criterium Internacional, organizado por la ASO
(Amaury Sport Organisation, propietaria del Tour de Francia, París-Roubaix,
París-Niza, así como importantes eventos de otras modalidades deportivas). El
Criterium Internacional, nació como “Nacional” en 1932 y así se mantuvo hasta
1978. Se “transformó” en Internacional en 1979 y tuvo años en los que llegó a
cobrar gran importancia, como referencia preliminar de lo que podría llegar a
ser el rendimiento de los corredores en la temporada de las grandes vueltas por
etapas. El formato más habitual, que se mantuvo hasta sus últimos tiempos, era
el de una acumulación de dos etapas en línea (una de ellas de montaña) y una
contrarreloj individual. Todo ello en el transcurso de dos días. Todos los
grandes corredores franceses llegaron a participar y ganar este evento, el
cual, desde su “internacionalización”, presenció la victoria de corredores tan
ilustres como Zoetemelk, Hinault, Fignon, Kelly, Roche, Breukink, Indurain,
Boardman, etc. Durante su más reciente fase corsa, destacó la victoria de Chris
Froome, acompañado en el podio por Richie Port y Tejay Van Garderen,
precisamente en 2013, sugiriendo que su participación bien pudo ser una buena
escusa para reconocer el terreno.
Como indiqué anteriormente, mi
primera visita a Córcega tuvo una ligera conexión ciclista. Aunque en realidad
estuve allí de vacaciones familiares largas, conociendo la isla todo lo
posible, aproveché para acudir a un cumpleaños muy especial al que habíamos
sido invitados. Lo celebraba un hombre que ha conseguido levantar un gran
negocio que, aunque con el tiempo se ha ido diversificando en su desarrollo, se
inició en el ramo de la alimentación. El protagonista de tan destacada historia
de éxito empresarial cumplía entonces noventa años, y se mantiene tan en forma
que, seguramente, en breve va a tener que organizar otra gran fiesta para su
centenario. Las causas de su irreprochable salud y fortaleza natural podrían
buscarse en diversas circunstancias, pero a buen seguro que una (válida tanto
como cimiento de su fortaleza personal, como de la de su negocio) radica en que,
durante sus juveniles comienzos empresariales, se dedicó a pedalear a través de
toda la montañosa isla, comerciando con comestibles que llegaban a puerto en
Bastia, y él distribuía a puntos mal comunicados del resto de la isla. Y empezó
a hacerlo sobre una bicicleta, cargada con todo aquello con lo que podía
acarrear en ella. Y conociendo el perfil de las carreteras interiores de esta
maravillosa isla, no me cabe la menor duda de que este hombre debió de ser todo
un portento físico.
La tercera ocasión en la que he
tenido el privilegio de visitar este destino tan recomendable, ha sido ya,
definitivamente, con un objetivo genuinamente ciclista. Se trataba de tomar
parte en un denominado Tour de Corse (para machotes). Lo explico: mi cuñado y
amigo Bernardo decidió organizar una ruta de ciclismo de carretera de tres
etapas por la mayor parte de la costa de la isla, evitando el eje costero
oriental, que es el único que no resulta recomendable para ser acometido en
bicicleta, por su habitual exceso de tráfico, tipo de carretera, etc. Se
trataba de un evento privado e itinerante que contaría con la asistencia de dos
vehículos de apoyo: uno para transportar las bicicletas en algunos enlaces de
final de etapa, y otro para hacer lo mismo con los ciclistas. En ningún caso
podría ser considerada la experiencia ni como una actividad competitiva, ni
tampoco de ciclismo clásico o retro. Al contrario, toda ella se completó con
bicicletas actuales, algunas de ellas de especificaciones tecnológicas
rabiosamente modernas. Sin embargo, por razones que no vienen al caso, recibí
una invitación para tomar parte en este Tour, y tuve la fortuna de poder
aprovecharla. Así pues, me encontré en Córcega, practicando un ciclismo de
máxima calidad, en el seno de un selecto grupo de “Ironmen” veteranos. Cuatro
concretamente: Bernardo (español afincado en Francia), Vianney (francés), Bill
(británico) y Koos (holandés).
Antes de empezar a contar algunos
detalles de tan fantástico Tour, conviene dejar algunas cosas claras. Si bien
he adelantado que Córcega no se ha posicionado hasta ahora como un escenario
ciclista, ocurre todo lo contrario en el caso del motor, entendido este tanto
en el ámbito deportivo como viajero. Transitar por las carreteras corsas en
motocicleta se ha ido convirtiendo, paulatinamente, en todo un clásico para los
moteros europeos. ¿La razón? Una inigualable combinación de paisajes,
gastronomía, playas, etc. Con una red de carreteras francamente divertidas y
plagadas de curvas. Las mismas que se utilizan para el Rally de Córcega, quizás
la prueba más importante del calendario del Campeonato Mundial de Rally, al
menos de entre las que se disputan íntegramente sobre asfalto. Por eso, además de
encontrar cientos de motocicletas circulando por la isla, también es frecuente
coincidir con reuniones temáticas de aficionados a los coches deportivos.
Prueba de ello es que nosotros compartimos tramos con una nutrida presencia de “Porsches”
(probablemente más de cien), así como con otra mucho más modesta (en cantidad)
de deportivos clásicos. La explicación de todo esto radica no únicamente en el
clima y los encantos generales que se le atribuyen a la isla, sino, sobre todo,
en que las carreteras sobre las que se desarrolló nuestro Tour están
consideradas como de las más bellas del mundo. Algo que, una vez recorridas en
bicicleta, no osaré discutir.
Pese a que en esta ocasión me
involucraba en un plan ciclista contemporáneo y a que, tal y como he dejado caer
anteriormente, Córcega no parece gozar de un pasado ciclista relevante, la
víspera de nuestro Tour pude disfrutar de sendas visitas a dos lugares en los
que pude encontrar pequeños tesoros de ciclismo retro. Primero fuimos a una
gran tienda de bicicletas de Bastia para recoger la furgoneta que nos iban a
prestar para que nos sirviera de vehículo de asistencia. De paso, aprovechamos
para conocer la magnífica y amplia tienda, y para que me presentaran a su
dinámico y simpático dueño. Entablada la conversación, acabó enseñándome una
bicicleta que perteneció a Luison Bobet. Toda una joya del pasado, equipada con
lo que en aquel momento era de lo mejor en cada caso: bujes Campagnolo,
desviador helicoidal Simplex, frenos Mafac, etc. Aunque la tenía sin tubulares,
estaba en perfectas condiciones y bien custodiada por una serie de maillots
(más o menos históricos) enmarcados. Entre ellos, uno de campeón del mundo,
firmado por Abraham Olano.
Completados algunos recados de
última hora, disponíamos del resto de la tarde libre, y a buen seguro que
supimos aprovecharlo. Habíamos recibido el soplo de que un vecino de mi
anfitrión tenía una corta pero interesante colección de bicicletas antiguas,
así que probamos suerte llamando a su puerta. Era un hombre mayor que nos
recibió con pinta de “andar por casa”. Se llama Antoine Raffaëlli, y es todo un
mito de la historia del automovilismo deportivo. Por un lado, está considerado
como quizás el mayor experto en la búsqueda, localización y recuperación de
Bugattis, especialmente de los míticos modelos de competición de los años 20 y
30, los “Type” 35 y 37. Aquellos que fueron responsables de la utilización de
la expresión “buga” para referirse a un “cochazo deportivo”. Por su calidad de
experto, nuestro “vecino” fue contactado por el coleccionista Fritz Schlumpf,
para emplearlo como “cazador” de Bugattis, aunque más adelante también acabara
siendo todo un “conseguidor” de Matras de competición (de Fórmula 1 y de las 24
Horas de Le Mans), que se incorporaron a otras colecciones. Una parte
importante del patrimonio en vehículos que reposaban en la colección particular
Schlumpf de Mulhouse (ahora, tras un polémico contencioso empresarial, Museo
Nacional del Automóvil de Mulhouse, Ciudad del Automóvil) fueron rastreados por
Raffäelli.
Pero nuestra conversación con
Antoine giró en torno a otros asuntos muy diferentes. Primero al de sus
bicicletas, a las que luego me referiré, y después al de su vida profesional
pasada, que resultó ser de lo más sorprendente. Este entrañable y veterano
caballero fue corredor de coches en circuito, tanto en modalidades de
monoplazas, como de coches de resistencia. Colega de decenas de pilotos de
fórmula uno del pasado, acabó, al retirarse, como instructor de competición en
el circuito Paul Ricard, convirtiéndose en el mentor técnico de pilotos como
Alain Prost, René Arnoux, Patrick Tambay… y hasta Michèle Mouton (famosa piloto
de Rally cuya primera participación en una prueba del mundial se produjo,
curiosamente, en el Rally de Córcega de 1973).
Una de las fotos de Monsieur Raffaëlli en la corchera de su despacho. Se le ve bastante más joven, explicando en la pizarra las trazadas a su alumnado: Prost y compañía.
Como no podía ser de otro modo,
Antoine conserva un minimalista, pero valiosísimo, remanente de vehículos
antiguos. Nos habló de un espectacular Rolls-Royce de morro extralargo que nos
mostró en fotografías. Nos enseñó un valioso coche familiar de principios de
siglo que conserva íntegramente original, y ¡la joya de la corona! Un Bugatti
35 despiezado, que ha ido montando y desmontando en numerosas ocasiones, y con
el que ha circulado, a modo de exhibición, por varios de los circuitos más
famosos de Europa. Y en ocasiones, a unas velocidades de vértigo.
Las bicicletas las tenía en el
jardín. Dentro de un cenador acristalado encarado hacia el Mediterráneo. Un
sitio original, agradable y pleno de luz para poder fijarse en los detalles.
Allí había siete bicicletas y dos Velosolex. Como curiosidad, una bicicleta
montada con tubos de bambú, en lo que fue un intento por conseguir aligerar
peso, que acabó desechándose porque lo ganado con la madera se perdía con la
fortaleza necesaria a nivel de herrajes. Además, había dos bicicletas de
carretera, ambas interesantes. Una, pintada con los colores del equipo nacional
francés, es una de las que fueron empleadas durante el Tour de Francia de 1967.
En este caso, se trata de la que utilizó uno de los gregarios del vencedor, Roger
Pingeon. Sin duda perteneció a un co-equipier muy menudo, a juzgar por la talla
del cuadro. La otra era una de las primeras bicicletas que se montó con un cuadro
Vitus de tubos de aluminio pegados. Toda una referencia histórica. Las otras
cuatro eran todas ilustres máquinas de velocidad en pista. Una cuyo fabricante
no conseguí descifrar, con movimiento central BSA y cadena de paso
sensiblemente más grande, con un plato descomunal y una horquilla muy vertical,
diseñada para perseguir récords tras moto. Aquel ejemplar resultó muy laureado
bajo el impulso de las piernas de L. Chaillot. Dicho corredor tubo un palmarés
amateur bastante interesante: medalla de oro en tándem, y de plata en velocidad,
en los JJOO de 1932 en Los Ángeles; de bronce en velocidad en los de Berlín de 1936;
de bronce en el Campeonato del Mundo (profesional) de 1946; además de bastantes
campeonatos de Francia. Su nombre figura pintado sobre el tubo horizontal de
esta bicicleta.
Bicicleta con nueve "tubos" de bambú.
En primer plano bicicleta del equipo francés del Tour de 1967, detrás, una Payan con tubería Vitus de aluminio.Quizas en alguna entrada futura encuentre el momento oportuno para ahondar un poquito en algunas curiosidades relacionadas con la historia de la tienda-taller Payan de Marsella.
Mítica bicicleta de Challot delante de una For Ever.
Junto a la anterior, reposaba una
preciosa la For Ever color Burdeos y con llantas de madera, de fecha muy
temprana. En frente había una magnífica Peugeot negra de pista en perfecto estado,
a juzgar por su emblema frontal, dataría de 1905 aproximadamente. A su lado,
una Rene Vietto de pista magnífica, con excelentes acabados y potencia y tija
regulables. Vietto está considerado como uno de los mejores escaladores de
hasta antes de la II Guerra Mundial. Entre otras cosas se hizo famoso durante
el Tour de Francia de 1934, a causa de que, en una etapa en la que iba
escapado, fue avisado de que Antonin Magne, líder de su equipo y aspirante a la
victoria del Tour (que de hecho logró), había estropeado su bicicleta tras una
caída. Cuentan que René Vietto volvió sobre sus pasos hasta encontrarse con
Magne para prestarle su propia bicicleta, mientras él esperaba que le trajeran
otra. Sobre aquel momento he leído varias versiones con diferentes matices. Unas
vistiéndolo como un heroico gesto de solidaridad (con pedaleo hacia atrás
incluido), otras señalando el manifiesto enfado de un díscolo subalterno (con
simple parada y espera a su líder), etc. Lo que, desde luego, ha de quedar
claro, es que aquel año Vietto estaba que se salía, algo que reconoció
repetidamente Vicente Trueba, con quien se disputó de tú a tú el Premio de la
Montaña, finalmente cayendo de lado del francés. Trueba y Vietto fueron rivales
habituales en numerosas ocasiones, y sus pugnas alpinas y pirenaicas seguramente
fueron de lo más épico que se ha debido de ver en la historia del ciclismo. Por
otro lado, con los años, tanta cercanía fue también forjando cierto grado de
amistad. Lo de Vietto de 1934 no fue flor de un día, en 1939 acabó segundo en
Tour. En su palmarés figuran varias victorias de etapa en el Tour y la Vuelta.
Y si no hubiera sido por la disciplina de equipo, hubiera ganado el Tour del
34, pero de eso sabe mucho la historia de esa carrera. Aquella no sería la
primera vez que un fortísimo gregario debía dejar pasar a su líder, ¡y ni mucho
menos sería la última!. Mucho más tarde, en 1947, René Vietto se vistió de
amarillo en la segunda etapa del Tour, conservando la prenda durante ¡quince
días!. Desafortunadamente para él, aquel año se había programado una etapa
contrarreloj de… ¡139 km! En la que perdió el maillot, y todas las opciones de
ganar la carrera.
Magnífica bicicleta Vietto de pista.
Imagen de Vietto y Trueba disputando el Tour de 1934. (Imagen: Libro de Ángel Neila)
Imagen de Vietto y Trueba disputando el Tour de 1934. (Imagen: Libro de Ángel Neila)
Tras la entrañable visita a
Monsieur Raffaëlli, llegó el momento de reunirnos con parte del resto del
grupo, Bill y Koos, preparar todo para el día siguiente, cenar y descansar.
Nuestro plan de ruta consistía en completar un Tour de Córcega que, partiendo
de Bastia, recorriera todo el cabo norte, para después bordear toda la costa
oeste de la isla hasta el sur. En algunos tramos incluiría algunas incursiones
hacia el interior, buscando las condiciones de carretera idóneas para nuestros
intereses (fundamentalmente evitar mucho tráfico rodado demasiado rápido). La
coletilla “para machotes”, fue cosa de Bernardo (organizador del Tour), en
quien siempre aflora su origen cántabro y un perenne sentido del humor.
Primera etapa: San Martino di Lota - Novella (135 km).
La previsión meteorológica para
los tres días que duraría nuestro tour era bastante mala, especialmente para la
primera jornada. ¡Ya es mala suerte que inviten a un cántabro a una isla
mediterránea para practicar ciclismo y pase eso! Sin embargo, la verdad es que
no se cumplieron del todo y disfrutamos de un tiempo muy llevadero durante toda
la experiencia. Salimos vestidos de corto en piernas y brazos, y así nos
mantuvimos a lo largo de casi todo el primer día. Tomamos dirección norte por
la carretera costera que se va alejando de Bastia. Al principio tuvimos que
convivir con algo de tráfico rodado, pero a los pocos kilómetros, cuando la
densidad de poblaciones se redujo drásticamente, la ruta quedó de lo más
tranquila. Para mí fue un alivio, porque recordaba haber rodado por allí, hacía
varios años, a lomos de una clásica Carrera de los años noventa prestada,
viendo pasar a algunos cafres al volante. En esta ocasión no hubo
inconscientes, ni allí, ni durante el resto del viaje. La carretera es
hermosísima, consiste en una interminable sucesión de curvas variadas que rotulan
la forma de la costa, discurriendo pegada al mar. En ocasiones se eleva un
poco, y en otras desciende hasta la altura de la misma orilla. Aquel día éramos
cuatro ciclistas. Faltaba Vianney, que, como había disputado un triatlón de
media distancia el día anterior, había volado más tarde. Así pues, el atajaría
por la base del cabo y nos encontraríamos casi al final de la etapa. Nosotros
disfrutábamos de un pedaleo suelto, admirando panoramas y variando de forma
improvisada nuestros emparejamientos para ir cambiando impresiones. Durante
aquellos primeros kilómetros, uno se iba dando verdadera cuenta de dónde se
encontraba… ¡fantástico!.
Alcanzamos la parte norte del
cabo, y ello supuso encontrarnos con el primer gran ascenso de la jornada, una
especie de puerto costero que evita que la carretera tenga que aproximarse
hasta el límite de la costa. La ascensión se hizo bastante llevadera, nos hizo
virar hacia el oeste y nos permitió asomarnos hacia la perspectiva de un
saliente de tierra cada vez más puntiagudo, en el que alguna aldea reposaba a
inferiores alturas. Superado el “puerto”, vino un descenso moderado y
divertido, y una sucesión espectacular de vistas de ensenadas de aguas color
turquesa. Durante toda la larga parte central de la etapa se sucedería dicha
tónica: constantes ascensos y descensos moderados, tras los cuales, arriba,
culminaban en alguna curva a la izquierda tras la que se abría una increíble
panorámica marítima de postal. Por otro lado, abajo, la curva era habitualmente
a la derecha, al nivel del mar y pegada a alguna cala playera. La sucesión
paisajística parecía no tener fin y se nos acababan las expresiones con las que
alabar tan bello recorrido. Por el camino hicimos una parada para tomar un
café, tiempo antes de alcanzar Saint Florent. Allí nos encontramos con Vianney,
que formaría ya parte del grupo durante todo el resto del viaje. También allí
una fina lluvia hizo acto de presencia y nos acompañó parte del recorrido,
aunque era llevadera, no enfriaba y por no empapar, ni siquiera era capaz de
mojar el asfalto. Además, la precipitación cedió enseguida, más o menos cuando
iniciábamos la ascensión al último puerto de la etapa. Otro tramo de carretera
interior, separado del mar. La subida permitía mover ágilmente las piernas y
nos llevaba por un tramo completamente solitario. Una vez coronada la cota,
otro divertido descenso nos permitió alcanzar el punto donde esperaba nuestra
furgoneta de traslado.
Posado inicial: Bernardo, Koos, José y Bill.
Pasamos la noche en Calvi, en un
elegantísimo alojamiento con vistas a la ciudadela. Duchas reparadoras,
magnífica cena y parking compartido con una colección de bólidos de alta gama.
El balance de mi experiencia con bicicleta actual fue excelente. La máquina
estaba a punto, funcionando todo correctamente. La talla me quedaba
perfectamente, dándome una posición cómoda y nada agresiva. El abanico de
desarrollos permitidos por el grupo “Compac” de que disponía cubría cualquier
necesidad y, del asunto de la ligereza… ¡qué decir! acostumbrado como estoy a
rodar siempre sobre clásicas. Por afición, fidelidad retro, para compensar y
para divertirme, elegí para la ocasión una serie de maillots especial. Todos sintéticos,
pero con decoraciones singulares. Aquella etapa la completé con una réplica del
Molteni de Eddy Merckx, con el detalle del arco iris de campeón del mundo en
las mangas.
Segunda etapa: Calvi – Villanova (148 km).
Y con otro homenaje de campeón del
mundo aparecí a desayunar al día siguiente: el maillot blanco y arco iris que
la marcha cicloturista Peña Cabarga diseñó hace algunos años en honor a Óscar
Freire. Incluye un logotipo con el monumento al indiano (pirulí característico
de la cima) y la firma del tricampeón del mundo, simpático ciclista con el que
he tenido la suerte de compartir mesa y conversación en varias ocasiones.
Aunque todo hay que decirlo, durante la segunda etapa el día fue algo más frío
y en algún momento más lluvioso, así que, a ratos, me ponía manga larga. En tal
caso, con una réplica de la Vie Claire.
Pedaleamos un poco para salir de
Calvi y enseguida acometimos el primer puerto de la jornada. No era largo, pero
claramente más empinado que los del día anterior. En el paso superior la niebla
era densa y prometía un descenso incierto y húmedo. Sin embargo, el cambio de
vertiente nos regaló lo contrario: luz, mayor temperatura y ambiente seco.
Primer rápido descenso del día y nueva incursión en la geografía interior y
montaraz de la isla. Paisajes de montaña tapizados de verde y con abundancia de
masa forestal rica en diversidad. Poco a poco, nos vimos remontando altura por
medio de una larguísima ascensión muy llevadera por su ligerísima pendiente. La
carretera era muy entretenida, toda ella llena de curvas que se iban adaptando
a la orografía de un valle alargado que, casi en todo momento, nos mostraba el
collado de paso a lo lejos. La orientación general del avance era hacia el sur.
Y en cuanto alcanzamos la cota ¡premio! Una irrepetible panorámica de otra
ensenada con detalles de colinas y bosques.
Mapa y perfil de la segunda etapa.
Desde allí retomamos una
constante ruta de costa, aunque en este caso sin apenas descender de cota, sino
más bien trazando curvas entre los profundos acantilados que, mediante
entrantes y salientes de tierra y mar, caracterizan a la mayor parte de la
costa oeste de Córcega. Aquello era una preciosidad, pero aun lo fue mucho más
cuando la ruta se internó en la Reserva Natural de Scandola. Se trata de un
espacio combinado de mar y tierra, refugio de múltiples especies de peces y
aves, que disfrutan de un mar hiper-protegido y una costa muy escarpada. La
carretera que la recorre es espectacular. Muy aérea y llena de pasos estrechos,
curvas de trazado abalconado, etc. Desde allí descendimos hacia el golfo de
Porto y posteriormente fuimos dando cuenta de una nueva ascensión que
culminamos tomando café en una apropiada terraza con vistas a los acantilados.
El resto de la etapa tuvo bastantes kilómetros seguidos al nivel del mar, con
paso por algunas poblaciones y playas, algún momento de lluvia fina e intentos
de tiempo soleado. Viramos un rato hacia el interior, donde despachamos otro
puerto que nos permitió asomarnos de nuevo hacia una costa que no se dejaba
ver, pero se intuía. El final fue un descenso largo y muy tendido en el que, en
determinado momento, debimos optar por un desvío, tomando una cinta muy
estrecha de buen asfalto. Aquellos últimos kilómetros me parecieron
especialmente divertidos. Era una sucesión de curvas cerradas, toboganes y
cambios de rasante, todo ello tendiendo hacia abajo, en clara aproximación
hacia un mar camuflado entre la vegetación y las colinas. Al final aparecieron
nuestros vehículos y sus responsables: Enriette, Myriam y Marc, quienes, amable
y empáticamente, nos esperaban con frías cervezas y algunos caprichos para
picar.
A punto de parar para el café.
Tramo rápido. "La Vie Claire" seguido por Bernardo y Vianney.
Encantado, ya en el hotel, finalizada la segunda etapa.
Nuevo traslado a motor hasta
Ajaccio, concretamente a un precioso hotel levantado sobre un saliente de roca
hacia el mar. La verdad es que la elección de pernoctas y cenas estaba
resultando digna de una guía experta en restauración.
Tercera etapa: Pietrosella - Bonifacio (95 km).
Llegó la tercera y última etapa
de nuestro Tour de Córcega. Ligeramente más corta, por eso de que una vez
acabada debía incluir un largo traslado en coches desde el sur hasta Bastia. Al
poco de empezar tomamos una carretera en bastante mal estado (la única de todo
el viaje), que a los pocos kilómetros se convertía en puerto de montaña hacia
territorio algo interior. Afortunadamente, los baches y socavones
desaparecieron enseguida, y únicamente tuvimos que concentrarnos en ascender
costosamente, en lo que fue un cóctel de esfuerzo, calentamiento y despertar
ciclista. El día era plomizo. Brumoso. Y la carretera presentaba bastante
vegetación en sus costados. Una vez en lo alto, empezó a llover. La carretera
trazaba toboganes sin decidirse a descender. En ese tipo de terreno nos cayó un
buen chaparrón. Realmente el único de todo el viaje que fuera merecedor de tal
calificación. Por suerte no duró demasiado, y cuando llegó el descenso de
verdad, ya había remitido. ¡Menos mal! Pues la bajada era algo delicada: una
carretera estrecha, llena de horquillas, con pavimento antiguo y paso por
algunas aldeas. Nos lo tomamos con calma y delicadeza, y llegamos a un valle
plano sin contratiempos.
Mapa y perfil de la tercera etapa.
Allí el tiempo se había calmado,
ofreciendo un habiente seco. Lo aprovechamos para rodar fuerte en hileras.
Durante un puñado de kilómetros nos fuimos acercando de nuevo al mar, hasta
tomar una carretera costera trazada a su nivel. En ocasiones se elevaba un
poco, pero no gran cosa, así que rodamos muy de seguido por allí, hasta que, en
una gran rotonda, una señal de tráfico nos detuvo al indicarnos que nuestra
ruta, a partir de allí, estaba prohibida para bicicletas. Bernardo y Koos
hicieron las consultas tecnológicas pertinentes y encontraron una alternativa. Un
muro corto y duro, consiguiente descenso posterior semi-urbano y de vuelta a
los toboganes y llanos, otra vez separados del mar.
Así, hasta que llegamos al pie de
un nuevo puerto, dibujado sobre un terreno bastante frondoso y con el destino,
un pueblo de aspecto antiguo y de cierta importancia histórica, asomándose a
mirarnos desde la altura de media montaña. El punto de reagrupamiento lo
pusimos en el centro de la localidad, en un elevado puente que hacía de balcón
sobre el valle y sobre lo ascendido.
Detalle desde el coche: Koos de rojo y yo de negro.
El grupo casi al completo.
Koos = potencia de pedaleo.
Bill en pleno esfuerzo.
Vianney sonriente.
Bernardo, excelente organizador.
Maillot de whisky y cara de saber que pronto vendría el brindis.
El grupo casi al completo.
Koos = potencia de pedaleo.
Bill en pleno esfuerzo.
Vianney sonriente.
Bernardo, excelente organizador.
Maillot de whisky y cara de saber que pronto vendría el brindis.
En realidad, desde la segunda
etapa (incluida) nuestro deambular había tomado ese carácter: agrupamientos de
dos o tres en los llanos, descensos y terrenos variados; y ritmo individual en
las ascensiones. Pero eso sí, deteniéndonos para reagruparnos cada cierto
tiempo. Tras el descanso tuvimos que afrontar otro muro corto, urbano y muy
pendiente. Una vez superado, un rápido descenso de lo más agradable, para coger
carrerilla y poder lanzarnos a devorar bastantes kilómetros de perfil más bien
favorable, a pesar de un ligero viento en contra. Por allí fue por donde me
picó una abeja en un brazo. Sin consecuencias, ni paré. La posterior hinchazón
me pilló ya de regreso en casa. El día fue mejorando y los últimos kilómetros
del viaje se presentaron con largas rectas ondulantes en dirección al sur y al
mar. Allí disfruté de unos kilómetros de pedaleo veloz relevándome, mano a mano,
con Koos, sin duda el ciclista más fuerte de todo el grupo. Fue un final
divertido y estimulante. Tras un cambio de rasante, antes de un cruce,
encontramos nuestros vehículos y a nuestros seguidores. La recogida fue ágil y,
aunque era algo tarde, nos fuimos a comer a un fascinante restaurante costero,
de diseño de última generación, en el que la comida nos sació, nos sorprendió y
nos gustó muchísimo.
Posando tras finalizar el Tour de Corse: Vianney, Bill, Koos, Bernardo y la oveja negra (el resto, los de rojo, todos Ironmen).
Tras el largo traslado de regreso
por medio de la carretera principal de la isla, la que va de sur a norte por
toda la costa oriental, llegamos a nuestro destino. Tiempo justo para
cambiarnos, ducharnos y dejar todos los equipajes preparados para el regreso a
nuestros hogares, todos ellos en lugares bastante dispares. El viaje lo
cerramos con una última cena hogareña. En la última etapa había vestido un
maillot negro estampado con referencias a un whisky de una isla escocesa,
pensando en tomarme uno tras la cena, para celebrar el éxito del Tour de Corse.
Así lo hicimos, con un buen malta cuyos efluvios, quizás, fueron los causantes
de que en la tertulia quedara apalabrado un nuevo encuentro ciclista ¿o
triatleta? A no demasiado tardar.
Historia ciclista aparte, Córcega
en un magnífico lugar. Para pedalear o para recorrerlo por algunos otros medios
que permitan disfrutarlo por tierra o mar. Incluso cuenta con un exigente
trazado de montaña (un GR) que hace las delicias de todo buen aficionado al
senderismo. Nuestra experiencia en esta especie de Tour de Corse resultó
fenomenal. Algo muy recomendable, aunque no siempre fácil de organizar. El
“viaje” al presente, a las bicicletas actuales, con compañeros centrados en un
deporte tan contemporáneo como el triatlón y por un destino poco vinculado con
el ciclismo legendario, fue un acierto total. Y más, si cabe, cuando al
hacerlo, pude toparme con aquellas bicicletas e historias de vida antiguas,
escondidas entre los muros de algunos habitantes locales.
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