Que en el ciclismo de competición
las ascensiones se convierten en el terreno clave para marcar diferencias entre
los corredores resulta obvio. Lo aprende cualquier espectador en cuanto se
asoma por primera vez al seguimiento de cualquier carrera por etapas, y lo
deduce cualquier usuario, en cuando monta en bicicleta por su cuenta. Pero hay
otro elemento fundamental que resulta imprescindible para comprender la esencia
de la mayoría de las competiciones ciclistas: el aire. El aire es una mezcla
gaseosa que está presente en la atmósfera. Como gas, su comportamiento físico
es el de un fluido. En lo que aquí nos atañe, ese fluido presenta cierta
resistencia a que cualquier cuerpo sólido penetre a través de él, lo atraviese.
Dicha resistencia depende de la forma del cuerpo, de su superficie frontal, de
la densidad que tenga el aire allí y en ese momento y ¡y esto resulta clave! de
la velocidad a la que el cuerpo pretenda atravesar el aire. Y claro, el
competidor ciclista pretende hacerlo a la mayor velocidad posible, por lo que,
cuanto más elevada es esta, más potencia de pedaleo va a tener que imprimir. O
sea, mayor esfuerzo físico y, por consiguiente, mayor acumulación de fatiga.
Pero hay una forma de evitar lo
anterior o, la menos, de paliarlo mucho. Y no es otra que “protegerse del aire”
agazapado detrás de otro o, mejor aún, de todo un grupo de ciclistas. Lo que
popularmente decimos “ir a rueda”. En realidad, no se trata de no entrar en
contacto con el aire, sino de aprovechar la “estela” producida en el fluido por
los de delante. De forma que el ciclista de detrás disfrute del beneficioso
efecto teórico que supondría “formar parte” de un objeto mayor, en el que otro
u otros ejercen de porción frontal.
Por eso los ciclistas van a rueda.
Por eso existe el pelotón, que a veces se estira, en ocasiones se compacta o
incluso dibuja una ondulante hilera en forma de “serpiente multicolor”. Por eso
también hay abanicos cuando el viento sopla lateramente. Tan importante es todo
esto que durante las competiciones hay acuerdos y jerarquías que se manifiestan
en forma de relevos o sacrificios, también discusiones entre escapados,
manifiestos y esporádicos comportamientos estratégicos de dejadez, etc. Dentro
de toda esa lógica interna del ciclismo aparecen los equipos. Son grupos de
corredores que, supuestamente, comparten intereses comunes y responden
colectivamente a ciertas directrices tácticas. Y todo esto desparece, y hace
cambiar completamente el resultado de la competición, cuando los ciclistas
disputan alguna prueba en formato de contrarreloj individual (CRI). Es allí
cuando el deportista se enfrenta, él solito, contra el aire, y “se entera” de
lo que ello implica.
Las CRI dan también espectáculo.
Mucho, aunque diferente. Tienen detractores y fans, e independientemente de
unos y otros, forman parte consolidada de lo que es una gran vuelta. Algo que
no siempre ocurre con otra modalidad competitiva que, por decirlo de alguna
manera, se encuentra a caballo entre la CRI y una etapa en línea: la contrarreloj
por equipos. Aquí es el equipo quien se enfrenta al aire. Para hacerlo bien,
para sacar el mejor rendimiento posible, el equipo debe utilizar adecuadamente
sus recursos. Básicamente, debe organizarse para ejecutar una sucesión de
relevos lo más eficaz posible, tratando de mantener la mayor velocidad grupal para
la que estén capacitados. Pero, sin perder efectivos (algunos sí, en función
del reglamento concreto de cada CRE). En definitiva, se convierte en una
expresión de rendimiento ciclista colectivo muy interesante y que algunos
grupos bordan, mientras que otros lo ejecutan de mala manera.
Entre los que lo hacen mal se
encuentra la gran mayoría de ciclistas populares. Muchos por desconocimiento
técnico-táctico y otros por “psicología testosterónica”. Aunque no creo que
existan datos estadísticos que permitan demostrar mi anterior afirmación, mi
experiencia me dicta que, cada vez que un grupo de ciclistas populares (no
profesionales o amateurs competitivos “de verdad”) se reúne y pedalea con la
intención de buscar un rendimiento colectivo conjunto, casi siempre pasa lo
mismo: que alguien se pone a tirar en cabeza y no se quita de delante hasta que
su ritmo baja ostensiblemente, o hasta que otro decide rodar más rápido para
adelantarle. Tal modo de proceder es justo el opuesto al debido. Para empezar,
el periodo de tiempo en el que un ciclista debería estar delante debe ser breve
si se pretende que el grupo ruede rápido y durante bastante tiempo. La posición
de cabeza en el grupo debe ir variando cada pocos segundos, de modo que los
ciclistas (a ser posible todos los del grupo), cuando pasen por ella, no tengan
que mantener esfuerzos de tipo anaeróbico láctico. Teniendo en cuenta esto, el
grupo debería mantener una permanente circulación entre sus miembros. Cada poco
tiempo, el de cabeza debería hacerse a un lado, dejándose caer por un lateral
de la fila, y empezar a pedalear ajustando el momento adecuado para
incorporarse al final de dicha hilera, sin tener que hacer ninguna aceleración
extra, ni perder distancia de la última rueda. Todo lo más fluido posible. Pero
como digo, cuando uno se encuentra compañeros de carretera improvisados,
casuales o que, aunque sean conocidos, no han recibido un poco de formación
técnica al respecto, la mayoría tienden a hacer lo contrario. Primero,
permanecer mucho tiempo delante, como si en ello les fuera la vida, en una
especie de alarde “testosterónico” de “macho alfa”. La consecuencia de ello es
que cuando alguno de los demás miembros del grupo considera que también él
“anda” mucho, es fuerte y tiene ganas de demostrarlo, aprieta el pedaleo para
superar (peleando contra la resistencia del aire) al que va en cabeza, para
ponerse delante, y así sucesivamente. Del método correcto surge una velocidad
de grupo bastante constante y más elevada, porque los miembros están sujetos a
menos fatigas causadas por improductivos cambios de ritmo. Del incorrecto (el
popular, el habitual) se deriva un grupo que experimenta constantes acelerones
seguidos de progresivas caídas de la velocidad, además de mayor fatiga.
A la hora de la verdad, de la
realidad, en la competición ciclista de alto rendimiento ha habido equipos muy
competentes en la modalidad de CRE. En la década de los años setenta, el equipo
profesional Ti-Raleigh se acuñó una merecida fama de equipo especialista en
este tipo de pruebas. Lo que empezó como un equipo británico (quizás un intento
pionero de lograr crear una escuadra anglosajona capaz de integrarse en el
pelotón internacional de la élite ciclista, entonces básicamente europea; algo
que realmente no se llegó a conseguir hasta la relativamente reciente irrupción
del Sky), pronto se vio metamorfoseado en una escuadra holandesa. Es más, dicho
equipo fue el origen del posterior Panasonic. Sea como fuere, el caso es que el
Ti-Raleigh se convirtió en el mito de la especialidad CRE. ¿Cómo? Pues
alcanzando la victoria en nueve etapas tipo CRE en sus ocho participaciones el
Tour de Francia. Lo dicho: una auténtica máquina humana de rodar rápido
pedaleando. Una de ellas, en el Tour de 1978, nada más y nada menos que de 153
km de longitud. Pero ojo, que en 1976 ya habían ganado una de 4 km. Vamos que
lo mismo les daba corto que largo, en equipo eran imbatibles. De todas las CRE
que disputaron en el Tour durante su existencia (11) solo dejaron de ganar en
2.
El mítico Ti-Raleigh en acción (Imagen: oli-roadworks.blogspot)
Su sucesor natural llegó en los
años noventa en forma de colectivo amarillo (o rosa). El Grupo Deportivo ONCE
venció en 21 pruebas CRE. Sus claves fueron contar con un buen y compensado
equipo, mucha organización técnica y táctica, tecnología innovadora y… Manolo
Sainz. A su director deportivo le costó mucho acceder al cerrado mundo de los máximos responsables de escuadras ciclistas, hasta aquel momento siempre coto privado de exciclistas
profesionales que veían con recelo la irrupción de cualquier estudioso en su
gremio. Sainz era licenciado por el INEF de Madrid, y eso pronto empezó a
notarse. Tanto en su equipo, como incluso en el panorama ciclista profesional
internacional. La CRE era una de sus pasiones. Las estudiaba y las trabajaba,
de hecho, era un contenido importante de entrenamiento en las famosas
concentraciones que en aquella gloriosa época solía organizar. Su trabajo se
centraba tanto en la preparación “humana” del funcionamiento del grupo
(relevos, cadencias, etc.), como en la permanente búsqueda e innovación para
conseguir y aplicar los mayores avances tecnológicos del momento.
El GD ONCE dejó muchas imágenes como esta para el recuerdo (Imagen: ABC).
Pero la CRE también ha dejado
huella en los Campeonatos del Mundo de Ciclismo. Entre 1962 y 1994 estuvo
incluida en el programa de pruebas. Lo hacía bajo un formato muy concreto,
exigente y, en mi opinión, espectacular: 100 km contra el crono por equipos de
cuatro ciclistas. Especialización máxima. Teniendo en cuenta todo el palmarés
de esas tres largas décadas, hay dos equipos nacionales que destacan sobre el
resto, dos escuadras que parece se tomaban especialmente en serio aquella
prueba, en la que lograron bastante éxito: Italia y la Unión Soviética. Los
italianos consiguiendo 14 medallas, 7 ellas de oro, logrando sus mayores éxitos
al principio y al final de tan dilatado periodo. Por su parte, los soviéticos
lograron otras 14 medallas, aunque en su caso con un par de oros menos. Aunque
el perfil habitual de los corredores que formaban parte de los diferentes
equipos era amateur, a cambio, la especialización era máxima, pues dicha
condición (no profesional) permitía que pudieran dedicarse más plenamente a
preparar, durante la temporada, una prueba de estas características. El
resultado fue poder admirar “maquinas” humanas grupales muy eficientes en su
cometido: azules, rojas, naranjas…
El equipo italiano en el Campeonato del Mundo de 1987 (Imagen: Werner Moller, en http://ciclismopassion.com).
Tras el Mundial de 1994 la prueba
despareció del programa sin ser sustituida por ninguna otra hasta que, desde
2012, el Campeonato del Mundo de ciclismo ha incorporado de nuevo la modalidad
CRE, ahora en formato de equipos de seis ciclistas (profesionales) que disputan
recorridos que suelen oscilar entre los 40 y 60 km. Desde entonces no parece
haber un equipo especialmente dominante. Aunque el BMC siempre se ha mostrado
competente (ha ganado en dos ocasiones el oro, obteniendo medalla en seis),
avalando algunos buenos resultados obtenidos en el Tour de Francia, el Omega
Pharma, más tarde Quick Step, lo ha igualado en cantidad de medallas, pero
superándolo en número de victorias: cuatro.
Poderío del Omega Pharma-Quick Step (Imagen: www.cyclingweekly.com)
Dentro del panorama olímpico, la
CRE, en idéntico formato de cuatro corredores colaborando para recorrer 100 km
a la mayor velocidad posible, formó parte del programa de los JJOO durante el
mismo periodo aproximado que existió en los mundiales de ciclismo. En concreto,
desde 1960 a 1992. Con la diferencia de que la frecuencia de los mundiales es
anual, mientras que la de los Juegos cuatrienal. Al estar considerada, en
aquella época, la competición olímpica como un ámbito únicamente reservado para
el deporte amateur (nominativamente), muchos de los integrantes de los equipos
que acudían a mundiales y JJOO se repetían. Pero, el espaciamiento de los
Juegos afecta más a las rachas o coincidencias generacionales, por lo que los
resultados de los equipos nacionales estuvieron más repartidos. Italia
consiguió el oro en 1960 y 1984, además de un par de platas y un bronce.
Holanda logró una buena racha en tres Juegos seguidos 64-68-72, con dos oros y
un bronce respectivamente, pero no volvió a aparecer en el podio. Polonia y
Alemania resultaron buenos y frecuentes candidatos, y recogieron también algunos
frutos. Pero quizás lo más destacable fuera el dominio establecido por el
potente equipo “rojo” de la URSS, que encadenó tres oros seguidos en los años
72-76-80, racha interrumpida, ya para siempre, en Los Ángeles 84, donde no
participaron a causa de su boicot político.
Excepcional foto documental, una de las docenas de ocasiones en las que el equipo de la URSS (¡juvenil!) preparaba las CRE. Está publicada por Nikolai que es uno de los protagonistas (ciclistas) de la imagen (Imagen: https://nikolai.com.au)
Puestos a rebuscar en la historia
del ciclismo, si hay algún equipo que merece ser recordado, yo escojo el de los
hermanos Petersson, también conocidos como los Faglum Brothers. Este cuarteto
de hermanos (Gösta, Sture, Tomas y Erik) constituyó el equipo nacional sueco de
CRE durante unos cuantos años, y lo hizo demostrando una superioridad
incuestionable. Ganaron el Campeonato del Mundo durante tres años seguidos
(67-68-69), además de dos medallas olímpicas en la misma especialidad: una de bronce
en 1964 y otra de plata en 1968. ¡Impresionante!. De entre ellos, el más
destacado ciclista fue Gösta, que tardíamente (a los 30 años), pasó al
profesionalismo junto con sus hermanos. Era el año 1970. Aquella temporada hizo
quinto en el Giro y tercero en el Tour, detrás de un intratable Merckx y un
competente Joop Zoetemelk. Aquello no fue una casualidad, pues al año
siguiente, aprovechando las luchas intestinas entre Felice Gimondi y Gianni
Motta (sin que ello suponga restar merito alguno a su capacidad) se hizo con el
Giro. Un Giro aquel en el abundaron tanto las estrellas individuales, las
gestas y los erráticos rendimientos de muchos corredores importantes, que acabó
ofreciendo un palmarés de lo más singular. El segundo en la general fue Herman
Van Springel, todo un “clasicómano” que ya ha aparecido anteriormente en este
espacio. La clasificación por puntos ofreció todo un cuadro de honor con Marino
Basso en primer lugar, seguido por Patrick Sercu (“El Rey de la pista”) y
Felice Gimondi. Y aunque por equipos ganó un Molteni sin Merckx, el Kas estuvo
combatiendo cuanto pudo, ganando tres etapas a título individual, y encaramando
al Tarangu como Rey de la Montaña. Vamos, que al sueco no se lo regalaron, ni
mucho menos. Lo de los hermanos Petersson parece una historia de película. De
esas que ofrecen posibilidades para ser adornadas con mucha carga emotiva. Sin
entrar en ese tipo de conjeturas, lo que si parece plausible es que un más que
probable entendimiento fraterno en aquel equipo, bien pudo aportar cierto plus
de camaradería, coordinación, compenetración casi instantánea, etc. Cualidades,
todas ellas, que parecen adecuadas para mejorar el rendimiento en pruebas del
tipo CRE.
Los cuatro Faglum brothers posando sonrientes con sus chándal de la época, sus gorras y sus clásicas bicicletas (Imagen: wikipedia).
Gosta Petersson triunfafor del Giro (Imagen: capovelo.com)
La razón de que esté dedicando
este capítulo a esta disciplina es porque en una ocasión relativamente reciente
viví la experiencia de participar en un evento de ese tipo. Fue en la Klasika
Marino Lejarreta. Se
trata de un evento “cicloturista” que se completa en formato de CRE. Parece que
empezó como una reunión deportiva para excorredores profesionales que, ante el
éxito de público y seguimiento, acabó abriéndose a otros aficionados al
ciclismo de carretera. Cuando nosotros participamos, en 2018, aquella era su
cuarta edición. La “carrera” presenta un recorrido de casi 32 km, que incluye
un pequeño puerto a mitad de camino. El evento está cuidadosamente organizado.
Tomar parte en él es una auténtica gozada, y permite experimentar unas
vivencias ciclistas tan únicas, que difícilmente podrían ser encontradas en
casi ninguna otra parte.
Villafranca de Ordizia está
volcada en el ambiente y ejerce de localidad de salida y llegada. Todo está estupendamente
organizado allí. Destaca un gran “set” de animación por el que pasan todos los
equipos en un constante acto de presentación, durante el cual son fotografiados
y se les hacen algunas preguntas. El control horario es escrupuloso y el
protocolo de competición, con la “cámara de espera” incluida, resulta de lo más
profesional. El plantel de equipos es excepcional, sobre todo desde una
perspectiva de la mitomanía y la leyenda ciclista, pues son muchos los equipos
plagados de corredores que fueron profesionales del máximo nivel. Para ellos es
una fiesta activa y se nota que se lo pasan tan bien o mejor que el resto de
participantes anónimos. El recorrido, en formato de bucle por carreteras en muy
buen estado, está perfectamente protegido de posibles incidencias de tráfico. A
cada equipo se le asigna una moto de la organización que va “limpiando” la
ruta, a una distancia suficiente como para que sirva de guía y mantenga una
“cápsula” de seguridad, pero no aporte ventaja aerodinámica. Además, por detrás,
cada equipo puede contar un vehículo autorizado propio que ejerza de coche de
equipo, con su propio “director deportivo”. Todo ello muy bonito, muy real y
muy ilusionante. Los equipos están compuestos por cinco miembros, y además de
lo comentado de los corredores famosos, por allí pueden verse equipos muy bien
uniformados con colecciones de bicicletas ultra-modernas de muy alto
rendimiento y con mucha tecnología aplicada.
Nuestro coche de equipo.
Equipo al completo: Ángel (Director Deportivo), Javier, Carlos, José, Alejandro y Luís Alfonso, entrevistados en el acto de presentación (Imagen: Iñaki Lopetegui).
Equipo al completo: Ángel (Director Deportivo), Javier, Carlos, José, Alejandro y Luís Alfonso, entrevistados en el acto de presentación (Imagen: Iñaki Lopetegui).
Hasta ahí todo normal. Bueno, de
normal nada porque ya digo que se trata de un evento único o casi. Lo que pasa
es que nuestra participación aderezó la situación con un poco de aire retro, y
en eso hemos sido realmente pioneros, al convertirnos en el primer equipo de la
historia de la Klasika en participar con bicicletas e indumentaria vintage.
Cuando hablo de nosotros, en plural, me refiero a un equipo que bajo el
apelativo de “Cofradía Velocipédica”, formamos Javier (verdadero ideólogo y
promotor de la idea), Alejandro, Carlos Cobo, Luís Alfonso y un servidor. Todos
nosotros aficionados al ciclismo antiguo, y participantes habituales,
esporádicos o pasados en diferentes eventos de ciclismo retro, nacional o
extranjero. Nuestra preparación previa para la ocasión fue absolutamente
inexistente, lo único que hicimos de antemano fue apuntarnos, quedar allí y
decidir el maillot que llevaríamos, que finalmente fue uno de punto que
teníamos todos y que había sido confeccionado para la “Carrera de Estafetas
Valladolid-Madrid” (III Rememorativa de la Cofradía Velocipédica).
Personalmente viajé de víspera (bastante
tarde) con Carlos Cobo, y cenamos y pernoctamos en un alojamiento rural situado
a pocos kilómetros de nuestro punto de encuentro. A la mañana siguiente, tras
los consabidos saludos, abrazos y demás, preparamos las bicicletas y los
atuendos, dejamos nuestros enseres más básicos en el “coche de equipo” (un Ford
de Javier, totalmente decorado para la ocasión) y… nos pusimos el chubasquero.
¡Sí, lamentablemente llovía! Y a ratos mucho. Javier había liado a un amigo
para ejercer de ilusionado director deportivo. Ángel asumió el papel, y según
confesaría al finalizar el evento, se lo pasó en grande. En el coche lo
acompañaban Isabel y Marta, excelentes animadoras. Faltaba bastante tiempo para
la hora de nuestra salida pero nos fuimos, pedaleando, hasta el centro del
sarao. Yendo fue cuando nos cayó el que afortunadamente sería único chaparrón
del día que nos pilló en bicicleta. Deambulamos por allí viviendo el magnífico
ambiente, contándonos novedades, enterándonos de todo, etc. Y, sobre todo,
atendiendo a la gran cantidad de aficionados que venían a saludarnos, con
sincera admiración, a causa de nuestro aspecto. Hay que reconocer que nos
sentimos muy apoyados y reconocidos. Seguramente porque, al ser los únicos,
llamábamos la atención de un público que, además, se notaba que entendía de
ciclismo. Del de ahora y del de siempre. Anduvimos protegiéndonos de la lluvia
y del frío, según en qué momentos. Luego acudimos a la tarima y después nos
colocamos en la “cámara de llamada”, que era un pasillo vallado por detrás del
arco de salida. La megafonía explicaba todo, daba detalles y se recreaba. El
público llenaba los alrededores y animaba mucho. Y allí nosotros todo dignos,
estéticamente compuestos, pero sin calentar y sin haber acordado plan técnico
alguno.
La "Cofradía Velocipédica" a punto de tomar la salida (Imagen: Iñaki Lopetegui)
Total, que nuestro desempeño fue
el mismo que se podría esperar de un grupo de globeros ejecutando, con pasión
pero sin conocimiento, una CRE. Como no llovía pudimos lucir los maillots, y
salimos a tope con algunos tirando por delante de manera sostenida y sin
relevos. De hecho, era tal la velocidad, y tan urbano el primer tramo, que
resultaba difícil mantener la fila sin cortes. Entre otras cosas porque el trazado de rotondas y esquinas urbanas resultaba delicado al estar el asfalto mojado. Solo al cabo de algunos pocos
kilómetros, ya en carretera, logramos ejecutar algo que se podía parecer un
poco a una dinámica de relevos, aunque eso sí, casi siempre por el método de
“aquí estoy yo ahora”, en vez del de “ahora pasa tú, que a mi me da la risa”
(si alguien no entiende a qué me refiero que relea los primeros párrafos de
esta entrega). En cualquier caso, aquello estaba resultando muy divertido y
emocionante. Y a ratos lográbamos mantener velocidades bastante altas,
especialmente para nuestra edad y para la de nuestras bicicletas. Así fue hasta
que viramos hacia la derecha y afrontamos la ascensión al puerto, a partir de ese
momento el grupo se desintegró, acogiéndose a la conocida estrategia deportiva
de “sálvese quien pueda”, es decir, que cada cual subiera a su ritmo. Aquello
supuso que todos ascendiéramos bastante separados entre nosotros, aunque
recuerdo haber coincidido a ratos algo con Carlos Cobo. Personalmente disfruté
bastante de la escalada, me pareció llevadera, y con el aspecto que llevábamos
provocamos importantes y emotivas aclamaciones del público que se encontraba
diseminado en aquel tramo. Nos decían aquello de “vosotros sí que tenéis
mérito”, “esto es ciclismo de verdad” o cosas parecidas.
Luis Alfonso en plena ascensión sobre su Peugeot (Imagen: Iñaki Lopetegui).
José y Carlos con sus Alan y Peugeot respectivamente (Imagen: Iñaki Lopetegui).
Javier sobre una Marotías (Imagen: Iñaki Lopetegui).
Alejandro y su pesada bicicleta japonesa (Imagen: Iñaki Lopetegui).
José y Carlos con sus Alan y Peugeot respectivamente (Imagen: Iñaki Lopetegui).
Javier sobre una Marotías (Imagen: Iñaki Lopetegui).
Alejandro y su pesada bicicleta japonesa (Imagen: Iñaki Lopetegui).
Alcanzada la cota superior, tocó
esperar descendiendo muy despacio para que todo el grupo se reuniera de nuevo.
Lo conseguimos justo cuando acababa la bajada, y, a partir de entonces,
volvimos a agruparnos, sin tampoco demasiado orden, para dar cuenta de los
últimos kilómetros, los cuales, por cierto, supieron a gloria. Aunque nuestro
objetivo no tenía nada que ver con rendimiento alguno (por razones obvias), hay
que señalar que lo peor de todo fue comprobar que desperdiciamos muchísimo
tiempo en el descenso.
La llegada era un callejeo
vallado algo sinuoso con multitud de público a ambos lados del trazado. Y al
final, otro arco en plena meta. Lo que vino después no debió de estar muy lejos
de lo que les pasa a los equipos de verdad: mucha gente quería que posáramos
para ellos en formación. Nuestro atuendo estaba triunfando. Hasta en un momento
dado, una chica nos pidió permiso para que la fotografiasen con nosotros, y
cual fue nuestra sorpresa al comprobar que al acompañante al que entregó su
cámara y “ordenó” hacer la foto, era el mismísimo Joseba Beloki ¡el mundo al
revés!. Antes de adecentarnos un poco estuvimos disfrutando de las llegadas de
los equipos en los que más famosos había enrolados, los cuales, habían sido
programados para que fueran llegando al final. Vi a varios exciclistas
cántabros conocidos a los que más tarde saludé. Por supuesto muchísimos vascos
de todas las épocas. E incluso los míticos Pavel Tonkov y Raimund Dietzen
estaban alineados en sendos equipos.
[...] y ya puestos, aprovechamos también nosotros y nos hicimos una foto con Beloki.
Raimund Dietzen recién llegado a meta.
Abraham Olano homenajeado.
Raimund Dietzen recién llegado a meta.
Abraham Olano homenajeado.
El evento culminó con una masiva comida organizada en un frontón cubierto. Pese a ser cientos de comensales, fuimos tratados como suele ser norma en el País Vasco: comimos mucho y de excelente calidad, y, todo hay que decirlo, con vajilla y cubertería “de verdad”, además de regar el menú con sidra y buenos vinos. ¡Muchísimas gracias!.
El balance de la experiencia tiene,
necesariamente, dos lecturas o niveles de valoración. Por un lado, uno más privado,
nuestro, que se corresponde con lo que la experiencia y nuestro modo de vivirla
supuso para el grupo de amigos. El veredicto fue unánime: estupendo, nos lo
pasamos genial haciendo lo que, en el fondo, más nos gusta: jugar a ser
ciclistas, solo que, en vez de con chapas o figuritas flacas en bicicleta,
montados sobre las nuestras y rodeados de la flor y nata, los verdaderos
protagonistas de ese ciclismo que tanto nos hizo vibrar en el pasado a través
de la televisión. Desde otro punto de vista, más “público”, y por lo tanto más
racional y pretendidamente objetivo, mi opinión con respecto al evento, su
organización, su diseño, su carga emotiva, su atractivo, sus servicios, la
presencia de público que ofrece, la seguridad, etc. no tengo dudas en cómo
calificarlo: ¡perfecto! No solo no le falta de nada, sino que además, todo lo
que ofrece y propone, lo lleva a cabo de modo eficaz y agradable. ¡Mi más
sincera enhorabuena! Ánimo y a seguir así.
Algunas referencias relacionadas:
https://www.podiumcafe.com/2016/4/29/11539394/heroes-of-the-giro-g-sta-petersson
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