domingo, 30 de junio de 2019

CRE (LA KLASIKA)


Que en el ciclismo de competición las ascensiones se convierten en el terreno clave para marcar diferencias entre los corredores resulta obvio. Lo aprende cualquier espectador en cuanto se asoma por primera vez al seguimiento de cualquier carrera por etapas, y lo deduce cualquier usuario, en cuando monta en bicicleta por su cuenta. Pero hay otro elemento fundamental que resulta imprescindible para comprender la esencia de la mayoría de las competiciones ciclistas: el aire. El aire es una mezcla gaseosa que está presente en la atmósfera. Como gas, su comportamiento físico es el de un fluido. En lo que aquí nos atañe, ese fluido presenta cierta resistencia a que cualquier cuerpo sólido penetre a través de él, lo atraviese. Dicha resistencia depende de la forma del cuerpo, de su superficie frontal, de la densidad que tenga el aire allí y en ese momento y ¡y esto resulta clave! de la velocidad a la que el cuerpo pretenda atravesar el aire. Y claro, el competidor ciclista pretende hacerlo a la mayor velocidad posible, por lo que, cuanto más elevada es esta, más potencia de pedaleo va a tener que imprimir. O sea, mayor esfuerzo físico y, por consiguiente, mayor acumulación de fatiga.

Pero hay una forma de evitar lo anterior o, la menos, de paliarlo mucho. Y no es otra que “protegerse del aire” agazapado detrás de otro o, mejor aún, de todo un grupo de ciclistas. Lo que popularmente decimos “ir a rueda”. En realidad, no se trata de no entrar en contacto con el aire, sino de aprovechar la “estela” producida en el fluido por los de delante. De forma que el ciclista de detrás disfrute del beneficioso efecto teórico que supondría “formar parte” de un objeto mayor, en el que otro u otros ejercen de porción frontal.

Por eso los ciclistas van a rueda. Por eso existe el pelotón, que a veces se estira, en ocasiones se compacta o incluso dibuja una ondulante hilera en forma de “serpiente multicolor”. Por eso también hay abanicos cuando el viento sopla lateramente. Tan importante es todo esto que durante las competiciones hay acuerdos y jerarquías que se manifiestan en forma de relevos o sacrificios, también discusiones entre escapados, manifiestos y esporádicos comportamientos estratégicos de dejadez, etc. Dentro de toda esa lógica interna del ciclismo aparecen los equipos. Son grupos de corredores que, supuestamente, comparten intereses comunes y responden colectivamente a ciertas directrices tácticas. Y todo esto desparece, y hace cambiar completamente el resultado de la competición, cuando los ciclistas disputan alguna prueba en formato de contrarreloj individual (CRI). Es allí cuando el deportista se enfrenta, él solito, contra el aire, y “se entera” de lo que ello implica.

Las CRI dan también espectáculo. Mucho, aunque diferente. Tienen detractores y fans, e independientemente de unos y otros, forman parte consolidada de lo que es una gran vuelta. Algo que no siempre ocurre con otra modalidad competitiva que, por decirlo de alguna manera, se encuentra a caballo entre la CRI y una etapa en línea: la contrarreloj por equipos. Aquí es el equipo quien se enfrenta al aire. Para hacerlo bien, para sacar el mejor rendimiento posible, el equipo debe utilizar adecuadamente sus recursos. Básicamente, debe organizarse para ejecutar una sucesión de relevos lo más eficaz posible, tratando de mantener la mayor velocidad grupal para la que estén capacitados. Pero, sin perder efectivos (algunos sí, en función del reglamento concreto de cada CRE). En definitiva, se convierte en una expresión de rendimiento ciclista colectivo muy interesante y que algunos grupos bordan, mientras que otros lo ejecutan de mala manera.

Entre los que lo hacen mal se encuentra la gran mayoría de ciclistas populares. Muchos por desconocimiento técnico-táctico y otros por “psicología testosterónica”. Aunque no creo que existan datos estadísticos que permitan demostrar mi anterior afirmación, mi experiencia me dicta que, cada vez que un grupo de ciclistas populares (no profesionales o amateurs competitivos “de verdad”) se reúne y pedalea con la intención de buscar un rendimiento colectivo conjunto, casi siempre pasa lo mismo: que alguien se pone a tirar en cabeza y no se quita de delante hasta que su ritmo baja ostensiblemente, o hasta que otro decide rodar más rápido para adelantarle. Tal modo de proceder es justo el opuesto al debido. Para empezar, el periodo de tiempo en el que un ciclista debería estar delante debe ser breve si se pretende que el grupo ruede rápido y durante bastante tiempo. La posición de cabeza en el grupo debe ir variando cada pocos segundos, de modo que los ciclistas (a ser posible todos los del grupo), cuando pasen por ella, no tengan que mantener esfuerzos de tipo anaeróbico láctico. Teniendo en cuenta esto, el grupo debería mantener una permanente circulación entre sus miembros. Cada poco tiempo, el de cabeza debería hacerse a un lado, dejándose caer por un lateral de la fila, y empezar a pedalear ajustando el momento adecuado para incorporarse al final de dicha hilera, sin tener que hacer ninguna aceleración extra, ni perder distancia de la última rueda. Todo lo más fluido posible. Pero como digo, cuando uno se encuentra compañeros de carretera improvisados, casuales o que, aunque sean conocidos, no han recibido un poco de formación técnica al respecto, la mayoría tienden a hacer lo contrario. Primero, permanecer mucho tiempo delante, como si en ello les fuera la vida, en una especie de alarde “testosterónico” de “macho alfa”. La consecuencia de ello es que cuando alguno de los demás miembros del grupo considera que también él “anda” mucho, es fuerte y tiene ganas de demostrarlo, aprieta el pedaleo para superar (peleando contra la resistencia del aire) al que va en cabeza, para ponerse delante, y así sucesivamente. Del método correcto surge una velocidad de grupo bastante constante y más elevada, porque los miembros están sujetos a menos fatigas causadas por improductivos cambios de ritmo. Del incorrecto (el popular, el habitual) se deriva un grupo que experimenta constantes acelerones seguidos de progresivas caídas de la velocidad, además de mayor fatiga.

A la hora de la verdad, de la realidad, en la competición ciclista de alto rendimiento ha habido equipos muy competentes en la modalidad de CRE. En la década de los años setenta, el equipo profesional Ti-Raleigh se acuñó una merecida fama de equipo especialista en este tipo de pruebas. Lo que empezó como un equipo británico (quizás un intento pionero de lograr crear una escuadra anglosajona capaz de integrarse en el pelotón internacional de la élite ciclista, entonces básicamente europea; algo que realmente no se llegó a conseguir hasta la relativamente reciente irrupción del Sky), pronto se vio metamorfoseado en una escuadra holandesa. Es más, dicho equipo fue el origen del posterior Panasonic. Sea como fuere, el caso es que el Ti-Raleigh se convirtió en el mito de la especialidad CRE. ¿Cómo? Pues alcanzando la victoria en nueve etapas tipo CRE en sus ocho participaciones el Tour de Francia. Lo dicho: una auténtica máquina humana de rodar rápido pedaleando. Una de ellas, en el Tour de 1978, nada más y nada menos que de 153 km de longitud. Pero ojo, que en 1976 ya habían ganado una de 4 km. Vamos que lo mismo les daba corto que largo, en equipo eran imbatibles. De todas las CRE que disputaron en el Tour durante su existencia (11) solo dejaron de ganar en 2.

 
El mítico Ti-Raleigh en acción (Imagen: oli-roadworks.blogspot)

Su sucesor natural llegó en los años noventa en forma de colectivo amarillo (o rosa). El Grupo Deportivo ONCE venció en 21 pruebas CRE. Sus claves fueron contar con un buen y compensado equipo, mucha organización técnica y táctica, tecnología innovadora y… Manolo Sainz. A su director deportivo le costó mucho acceder al cerrado mundo de los máximos responsables de escuadras ciclistas, hasta aquel momento siempre coto privado de exciclistas profesionales que veían con recelo la irrupción de cualquier estudioso en su gremio. Sainz era licenciado por el INEF de Madrid, y eso pronto empezó a notarse. Tanto en su equipo, como incluso en el panorama ciclista profesional internacional. La CRE era una de sus pasiones. Las estudiaba y las trabajaba, de hecho, era un contenido importante de entrenamiento en las famosas concentraciones que en aquella gloriosa época solía organizar. Su trabajo se centraba tanto en la preparación “humana” del funcionamiento del grupo (relevos, cadencias, etc.), como en la permanente búsqueda e innovación para conseguir y aplicar los mayores avances tecnológicos del momento.

 
El GD ONCE dejó muchas imágenes como esta para el recuerdo (Imagen: ABC).

Pero la CRE también ha dejado huella en los Campeonatos del Mundo de Ciclismo. Entre 1962 y 1994 estuvo incluida en el programa de pruebas. Lo hacía bajo un formato muy concreto, exigente y, en mi opinión, espectacular: 100 km contra el crono por equipos de cuatro ciclistas. Especialización máxima. Teniendo en cuenta todo el palmarés de esas tres largas décadas, hay dos equipos nacionales que destacan sobre el resto, dos escuadras que parece se tomaban especialmente en serio aquella prueba, en la que lograron bastante éxito: Italia y la Unión Soviética. Los italianos consiguiendo 14 medallas, 7 ellas de oro, logrando sus mayores éxitos al principio y al final de tan dilatado periodo. Por su parte, los soviéticos lograron otras 14 medallas, aunque en su caso con un par de oros menos. Aunque el perfil habitual de los corredores que formaban parte de los diferentes equipos era amateur, a cambio, la especialización era máxima, pues dicha condición (no profesional) permitía que pudieran dedicarse más plenamente a preparar, durante la temporada, una prueba de estas características. El resultado fue poder admirar “maquinas” humanas grupales muy eficientes en su cometido: azules, rojas, naranjas…

 
El equipo italiano en el Campeonato del Mundo de 1987 (Imagen: Werner Moller, en http://ciclismopassion.com).

Tras el Mundial de 1994 la prueba despareció del programa sin ser sustituida por ninguna otra hasta que, desde 2012, el Campeonato del Mundo de ciclismo ha incorporado de nuevo la modalidad CRE, ahora en formato de equipos de seis ciclistas (profesionales) que disputan recorridos que suelen oscilar entre los 40 y 60 km. Desde entonces no parece haber un equipo especialmente dominante. Aunque el BMC siempre se ha mostrado competente (ha ganado en dos ocasiones el oro, obteniendo medalla en seis), avalando algunos buenos resultados obtenidos en el Tour de Francia, el Omega Pharma, más tarde Quick Step, lo ha igualado en cantidad de medallas, pero superándolo en número de victorias: cuatro.

 
Poderío del Omega Pharma-Quick Step (Imagen: www.cyclingweekly.com)

Dentro del panorama olímpico, la CRE, en idéntico formato de cuatro corredores colaborando para recorrer 100 km a la mayor velocidad posible, formó parte del programa de los JJOO durante el mismo periodo aproximado que existió en los mundiales de ciclismo. En concreto, desde 1960 a 1992. Con la diferencia de que la frecuencia de los mundiales es anual, mientras que la de los Juegos cuatrienal. Al estar considerada, en aquella época, la competición olímpica como un ámbito únicamente reservado para el deporte amateur (nominativamente), muchos de los integrantes de los equipos que acudían a mundiales y JJOO se repetían. Pero, el espaciamiento de los Juegos afecta más a las rachas o coincidencias generacionales, por lo que los resultados de los equipos nacionales estuvieron más repartidos. Italia consiguió el oro en 1960 y 1984, además de un par de platas y un bronce. Holanda logró una buena racha en tres Juegos seguidos 64-68-72, con dos oros y un bronce respectivamente, pero no volvió a aparecer en el podio. Polonia y Alemania resultaron buenos y frecuentes candidatos, y recogieron también algunos frutos. Pero quizás lo más destacable fuera el dominio establecido por el potente equipo “rojo” de la URSS, que encadenó tres oros seguidos en los años 72-76-80, racha interrumpida, ya para siempre, en Los Ángeles 84, donde no participaron a causa de su boicot político.

 
Excepcional foto documental, una de las docenas de ocasiones en las que el equipo de la URSS (¡juvenil!) preparaba las CRE. Está publicada por Nikolai que es uno de los protagonistas (ciclistas) de la imagen (Imagen: https://nikolai.com.au)

Puestos a rebuscar en la historia del ciclismo, si hay algún equipo que merece ser recordado, yo escojo el de los hermanos Petersson, también conocidos como los Faglum Brothers. Este cuarteto de hermanos (Gösta, Sture, Tomas y Erik) constituyó el equipo nacional sueco de CRE durante unos cuantos años, y lo hizo demostrando una superioridad incuestionable. Ganaron el Campeonato del Mundo durante tres años seguidos (67-68-69), además de dos medallas olímpicas en la misma especialidad: una de bronce en 1964 y otra de plata en 1968. ¡Impresionante!. De entre ellos, el más destacado ciclista fue Gösta, que tardíamente (a los 30 años), pasó al profesionalismo junto con sus hermanos. Era el año 1970. Aquella temporada hizo quinto en el Giro y tercero en el Tour, detrás de un intratable Merckx y un competente Joop Zoetemelk. Aquello no fue una casualidad, pues al año siguiente, aprovechando las luchas intestinas entre Felice Gimondi y Gianni Motta (sin que ello suponga restar merito alguno a su capacidad) se hizo con el Giro. Un Giro aquel en el abundaron tanto las estrellas individuales, las gestas y los erráticos rendimientos de muchos corredores importantes, que acabó ofreciendo un palmarés de lo más singular. El segundo en la general fue Herman Van Springel, todo un “clasicómano” que ya ha aparecido anteriormente en este espacio. La clasificación por puntos ofreció todo un cuadro de honor con Marino Basso en primer lugar, seguido por Patrick Sercu (“El Rey de la pista”) y Felice Gimondi. Y aunque por equipos ganó un Molteni sin Merckx, el Kas estuvo combatiendo cuanto pudo, ganando tres etapas a título individual, y encaramando al Tarangu como Rey de la Montaña. Vamos, que al sueco no se lo regalaron, ni mucho menos. Lo de los hermanos Petersson parece una historia de película. De esas que ofrecen posibilidades para ser adornadas con mucha carga emotiva. Sin entrar en ese tipo de conjeturas, lo que si parece plausible es que un más que probable entendimiento fraterno en aquel equipo, bien pudo aportar cierto plus de camaradería, coordinación, compenetración casi instantánea, etc. Cualidades, todas ellas, que parecen adecuadas para mejorar el rendimiento en pruebas del tipo CRE.

 
Los cuatro Faglum brothers posando sonrientes con sus chándal de la época, sus gorras y sus clásicas bicicletas (Imagen: wikipedia).

 
Gosta Petersson triunfafor del Giro (Imagen: capovelo.com)

La razón de que esté dedicando este capítulo a esta disciplina es porque en una ocasión relativamente reciente viví la experiencia de participar en un evento de ese tipo. Fue en la Klasika Marino Lejarreta. Se trata de un evento “cicloturista” que se completa en formato de CRE. Parece que empezó como una reunión deportiva para excorredores profesionales que, ante el éxito de público y seguimiento, acabó abriéndose a otros aficionados al ciclismo de carretera. Cuando nosotros participamos, en 2018, aquella era su cuarta edición. La “carrera” presenta un recorrido de casi 32 km, que incluye un pequeño puerto a mitad de camino. El evento está cuidadosamente organizado. Tomar parte en él es una auténtica gozada, y permite experimentar unas vivencias ciclistas tan únicas, que difícilmente podrían ser encontradas en casi ninguna otra parte.

Villafranca de Ordizia está volcada en el ambiente y ejerce de localidad de salida y llegada. Todo está estupendamente organizado allí. Destaca un gran “set” de animación por el que pasan todos los equipos en un constante acto de presentación, durante el cual son fotografiados y se les hacen algunas preguntas. El control horario es escrupuloso y el protocolo de competición, con la “cámara de espera” incluida, resulta de lo más profesional. El plantel de equipos es excepcional, sobre todo desde una perspectiva de la mitomanía y la leyenda ciclista, pues son muchos los equipos plagados de corredores que fueron profesionales del máximo nivel. Para ellos es una fiesta activa y se nota que se lo pasan tan bien o mejor que el resto de participantes anónimos. El recorrido, en formato de bucle por carreteras en muy buen estado, está perfectamente protegido de posibles incidencias de tráfico. A cada equipo se le asigna una moto de la organización que va “limpiando” la ruta, a una distancia suficiente como para que sirva de guía y mantenga una “cápsula” de seguridad, pero no aporte ventaja aerodinámica. Además, por detrás, cada equipo puede contar un vehículo autorizado propio que ejerza de coche de equipo, con su propio “director deportivo”. Todo ello muy bonito, muy real y muy ilusionante. Los equipos están compuestos por cinco miembros, y además de lo comentado de los corredores famosos, por allí pueden verse equipos muy bien uniformados con colecciones de bicicletas ultra-modernas de muy alto rendimiento y con mucha tecnología aplicada.

Nuestro coche de equipo.


Equipo al completo: Ángel (Director Deportivo), Javier, Carlos, José, Alejandro y Luís Alfonso, entrevistados en el acto de presentación (Imagen: Iñaki Lopetegui).

Hasta ahí todo normal. Bueno, de normal nada porque ya digo que se trata de un evento único o casi. Lo que pasa es que nuestra participación aderezó la situación con un poco de aire retro, y en eso hemos sido realmente pioneros, al convertirnos en el primer equipo de la historia de la Klasika en participar con bicicletas e indumentaria vintage. Cuando hablo de nosotros, en plural, me refiero a un equipo que bajo el apelativo de “Cofradía Velocipédica”, formamos Javier (verdadero ideólogo y promotor de la idea), Alejandro, Carlos Cobo, Luís Alfonso y un servidor. Todos nosotros aficionados al ciclismo antiguo, y participantes habituales, esporádicos o pasados en diferentes eventos de ciclismo retro, nacional o extranjero. Nuestra preparación previa para la ocasión fue absolutamente inexistente, lo único que hicimos de antemano fue apuntarnos, quedar allí y decidir el maillot que llevaríamos, que finalmente fue uno de punto que teníamos todos y que había sido confeccionado para la “Carrera de Estafetas Valladolid-Madrid” (III Rememorativa de la Cofradía Velocipédica).

Personalmente viajé de víspera (bastante tarde) con Carlos Cobo, y cenamos y pernoctamos en un alojamiento rural situado a pocos kilómetros de nuestro punto de encuentro. A la mañana siguiente, tras los consabidos saludos, abrazos y demás, preparamos las bicicletas y los atuendos, dejamos nuestros enseres más básicos en el “coche de equipo” (un Ford de Javier, totalmente decorado para la ocasión) y… nos pusimos el chubasquero. ¡Sí, lamentablemente llovía! Y a ratos mucho. Javier había liado a un amigo para ejercer de ilusionado director deportivo. Ángel asumió el papel, y según confesaría al finalizar el evento, se lo pasó en grande. En el coche lo acompañaban Isabel y Marta, excelentes animadoras. Faltaba bastante tiempo para la hora de nuestra salida pero nos fuimos, pedaleando, hasta el centro del sarao. Yendo fue cuando nos cayó el que afortunadamente sería único chaparrón del día que nos pilló en bicicleta. Deambulamos por allí viviendo el magnífico ambiente, contándonos novedades, enterándonos de todo, etc. Y, sobre todo, atendiendo a la gran cantidad de aficionados que venían a saludarnos, con sincera admiración, a causa de nuestro aspecto. Hay que reconocer que nos sentimos muy apoyados y reconocidos. Seguramente porque, al ser los únicos, llamábamos la atención de un público que, además, se notaba que entendía de ciclismo. Del de ahora y del de siempre. Anduvimos protegiéndonos de la lluvia y del frío, según en qué momentos. Luego acudimos a la tarima y después nos colocamos en la “cámara de llamada”, que era un pasillo vallado por detrás del arco de salida. La megafonía explicaba todo, daba detalles y se recreaba. El público llenaba los alrededores y animaba mucho. Y allí nosotros todo dignos, estéticamente compuestos, pero sin calentar y sin haber acordado plan técnico alguno.

La "Cofradía Velocipédica" a punto de tomar la salida (Imagen: Iñaki Lopetegui)

Total, que nuestro desempeño fue el mismo que se podría esperar de un grupo de globeros ejecutando, con pasión pero sin conocimiento, una CRE. Como no llovía pudimos lucir los maillots, y salimos a tope con algunos tirando por delante de manera sostenida y sin relevos. De hecho, era tal la velocidad, y tan urbano el primer tramo, que resultaba difícil mantener la fila sin cortes. Entre otras cosas porque el trazado de rotondas y esquinas urbanas resultaba delicado al estar el asfalto mojado. Solo al cabo de algunos pocos kilómetros, ya en carretera, logramos ejecutar algo que se podía parecer un poco a una dinámica de relevos, aunque eso sí, casi siempre por el método de “aquí estoy yo ahora”, en vez del de “ahora pasa tú, que a mi me da la risa” (si alguien no entiende a qué me refiero que relea los primeros párrafos de esta entrega). En cualquier caso, aquello estaba resultando muy divertido y emocionante. Y a ratos lográbamos mantener velocidades bastante altas, especialmente para nuestra edad y para la de nuestras bicicletas. Así fue hasta que viramos hacia la derecha y afrontamos la ascensión al puerto, a partir de ese momento el grupo se desintegró, acogiéndose a la conocida estrategia deportiva de “sálvese quien pueda”, es decir, que cada cual subiera a su ritmo. Aquello supuso que todos ascendiéramos bastante separados entre nosotros, aunque recuerdo haber coincidido a ratos algo con Carlos Cobo. Personalmente disfruté bastante de la escalada, me pareció llevadera, y con el aspecto que llevábamos provocamos importantes y emotivas aclamaciones del público que se encontraba diseminado en aquel tramo. Nos decían aquello de “vosotros sí que tenéis mérito”, “esto es ciclismo de verdad” o cosas parecidas.

Luis Alfonso en plena ascensión sobre su Peugeot (Imagen: Iñaki Lopetegui).


José y Carlos con sus Alan y  Peugeot respectivamente (Imagen: Iñaki Lopetegui).


Javier sobre una Marotías  (Imagen: Iñaki Lopetegui).


Alejandro y su pesada bicicleta japonesa (Imagen: Iñaki Lopetegui).

Alcanzada la cota superior, tocó esperar descendiendo muy despacio para que todo el grupo se reuniera de nuevo. Lo conseguimos justo cuando acababa la bajada, y, a partir de entonces, volvimos a agruparnos, sin tampoco demasiado orden, para dar cuenta de los últimos kilómetros, los cuales, por cierto, supieron a gloria. Aunque nuestro objetivo no tenía nada que ver con rendimiento alguno (por razones obvias), hay que señalar que lo peor de todo fue comprobar que desperdiciamos muchísimo tiempo en el descenso.

La llegada era un callejeo vallado algo sinuoso con multitud de público a ambos lados del trazado. Y al final, otro arco en plena meta. Lo que vino después no debió de estar muy lejos de lo que les pasa a los equipos de verdad: mucha gente quería que posáramos para ellos en formación. Nuestro atuendo estaba triunfando. Hasta en un momento dado, una chica nos pidió permiso para que la fotografiasen con nosotros, y cual fue nuestra sorpresa al comprobar que al acompañante al que entregó su cámara y “ordenó” hacer la foto, era el mismísimo Joseba Beloki ¡el mundo al revés!. Antes de adecentarnos un poco estuvimos disfrutando de las llegadas de los equipos en los que más famosos había enrolados, los cuales, habían sido programados para que fueran llegando al final. Vi a varios exciclistas cántabros conocidos a los que más tarde saludé. Por supuesto muchísimos vascos de todas las épocas. E incluso los míticos Pavel Tonkov y Raimund Dietzen estaban alineados en sendos equipos.

[...] y ya puestos, aprovechamos también nosotros y nos hicimos una foto con Beloki.


Raimund Dietzen recién llegado a meta.


Abraham Olano homenajeado.

El evento culminó con una masiva comida organizada en un frontón cubierto. Pese a ser cientos de comensales, fuimos tratados como suele ser norma en el País Vasco: comimos mucho y de excelente calidad, y, todo hay que decirlo, con vajilla y cubertería “de verdad”, además de regar el menú con sidra y buenos vinos. ¡Muchísimas gracias!.

El balance de la experiencia tiene, necesariamente, dos lecturas o niveles de valoración. Por un lado, uno más privado, nuestro, que se corresponde con lo que la experiencia y nuestro modo de vivirla supuso para el grupo de amigos. El veredicto fue unánime: estupendo, nos lo pasamos genial haciendo lo que, en el fondo, más nos gusta: jugar a ser ciclistas, solo que, en vez de con chapas o figuritas flacas en bicicleta, montados sobre las nuestras y rodeados de la flor y nata, los verdaderos protagonistas de ese ciclismo que tanto nos hizo vibrar en el pasado a través de la televisión. Desde otro punto de vista, más “público”, y por lo tanto más racional y pretendidamente objetivo, mi opinión con respecto al evento, su organización, su diseño, su carga emotiva, su atractivo, sus servicios, la presencia de público que ofrece, la seguridad, etc. no tengo dudas en cómo calificarlo: ¡perfecto! No solo no le falta de nada, sino que además, todo lo que ofrece y propone, lo lleva a cabo de modo eficaz y agradable. ¡Mi más sincera enhorabuena! Ánimo y a seguir así.

Algunas referencias relacionadas:

https://www.podiumcafe.com/2016/4/29/11539394/heroes-of-the-giro-g-sta-petersson

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