Hace unos pocos días, el 23 de enero (2021) fallecía Mercedes Ateca en Laredo. Toda una pionera del ciclismo de competición femenino en España. Corredoras había habido algunas a principios de siglo, pero, tras la guerra civil, poco o nada de ciclismo femenino de competición. Hasta que, entre otras, muy pocas, surgió Mercedes.
Nació en Udalla el 23 de diciembre de 1947. Cuenca del Asón. Allí se levanta la iglesia de Santa Marina, que merece ser visitada por su hermosura de temprano gótico (con reminiscencias románicas) y su enigmático origen: templario según la leyenda y con toques mozárabes según algunas similitudes. En una irrepetible ocasión tuve el enorme placer de disfrutar de un concierto de música medieval en su interior, el cual me impresionó más aún que el exterior. Pero la vida de Mercedes no solo transcurrió por el valle del Asón, ya que vivió muchos años en Francia. Y de sus 73 años de existencia, gran parte de ella, en Francia y aquí, estuvo poderosamente vinculada al ciclismo. Al de “carreras” y al cicloturista. Algo que no deberá sorprender a nadie que conozca, tan solo un poco de cerca, a su familia. Su hermano Fernando, corrió de joven, pero pasará a la historia del ciclismo por su doble vertiente de federativo (muchos años al frente de la Cántabra de ciclismo, alguno de la Española y con fuertes vínculos con la UCI en el pasado) y promotor de eventos ciclistas. Aunque los que lo conocemos un poco más, y algunos que suelen guardar silencio, también sabemos de una tercera faceta discreta y desinteresada, la de la promoción y apoyo a jóvenes ciclistas cántabros con visos de salir adelante en un mundo tan difícil. Y es que Fernando ha ayudado a mucha gente. Y luego está el caso de Fernando Olavarría, sobrino de Mercedes, prometedor chaval que se erigió en campeón de España cadete en 1988 y uno de los mejores juveniles de su generación. Tanto, que llegó a militar en la escuadra aficionada del Banesto, nada menos.
Interior de Santa Marina de Udalla. (Imagen: tursimodecantabria.com)
Pese a ello, con los títulos encima de la mesa, lo de Mercedes no tiene parangón en la familia. Su residencia en París tuvo mucho que ver en ello.
«La trayectoria deportiva de Mercedes se ampliaría cuando decidió ir a trabajar a Francia en la hostelería, instalándose en París en una casa que tenía al lado un circuito cerrado de bicicletas al que solía acudir para ejercitarse. Cuando sus amigos comprobaron sus excelentes condiciones físicas, la animaron a que sacara la licencia deportiva. En aquella época, en España todavía no se permitía a la mujer practicar ciclismo en competiciones oficiales, pero en París su afición se renovaría gracias a otra de sus inquietudes en la vida: su amor por la naturaleza. Integrada en un grupo ecologista, no dudó en apuntarse con entusiasmo a una iniciativa para visibilizar la necesidad de cuidar del medio ambiente y que consistía en llevar a cabo una ruta en bicicleta desde París hasta Roma con el lema 'Salve a la Naturaleza'.
Mercedes no sólo realizó la ruta hasta Roma, sino que la prolongó desde la capital italiana hasta Cantabria para ver a sus padres. Aquella experiencia cicloturista la animaría a incorporarse a las competiciones». (Raul Gómez Samperio)
El breve retrato cobra fuerza e importancia desde una perspectiva actual: mujer, de pueblo, emigrante, en los años setenta del siglo XX, ecologista y cicloturista internacional de larga distancia. Para que ahora nos vengan presumiendo de “empoderamiento”.
El caso es que, con aquel entrenamiento de pista, el posterior “volumen” de kilometraje viajero y los ánimos de sus compañeros de viaje, la chica no se quedó ahí y dio un paso más al frente ¡se lanzó a competir en ciclismo! Un deporte que, por aquel entonces, era absolutamente minoritario en la Europa más avanzada y prácticamente inexistente en España. El ciclismo en nuestro país era como el brandy Soberano: “cosa de hombres”. Prueba de ello, este fragmento de la memoria de ciclismo cántabro (“Cantabria ciclista. Cien años de gloria 1895-1995”):
«Ciclismo femenino: las Belén Gento, Julia Expósito, Leonor Antízar y Loly Expósito, correrán junto a otras ciclistas, SOLAS, en Camargo. Fernando Expósito es el motor de este posible levantamiento en el campo aficionado al tener ya en activo a siete féminas corriendo por las carreteras cántabras, aunque lo hacen algunas de forma precaria con bicicletas prestadas y hasta tienen que esperar para entrenar a que termine una compañera para coger la bicicleta». (Armando González Ruiz).
La cita hace alusión a la emporada de 1978. Precisamente, aquella en la que Mercedes participó en su primer Campeonato del Mundo de Ciclismo en ruta en Colonia (Alemania). Su resultado fue discreto, pero obtuvo, de forma indirecta, una importante recompensa para todas las ciclistas españolas: espoleó a la Federación para empezar a organizar campeonatos de España femeninos a partir del año siguiente. 1979 fue un gran año para ella. Volvió a participar en el Campeonato del Mundo, entonces en Vlahemburg (Holanda) y disputó 42 carreras entre Francia, Bélgica, Suiza, Luxemburgo y España, logrando cinco triunfos. Y, sobre todo, se coronó como Campeona de España de ciclismo de carretera. La primera de la historia.
En el Mundial de 1979, con JL Rodríguez Iguanzo. (Imagen: libro de Armando González).
Por si fuera poco, revalidó el título las dos temporadas siguientes (80 y 81). Su bagaje de tres cetros no ha sido superado todavía. Tan solo igualado por otras dos ciclistas. Pudo haberlo puesto más difícil pero no tuvo suerte por sendas caídas. La primera le costó una clavícula y muchos meses en blanco. La segunda sucedió, según cuentan, cuando acariciaba ya su cuarto triunfo nacional.
Tres fueron los maillots más representativos de la carrera ciclista de Mercedes: el del equipo Peugeot, el de la Peña Ciclista Santiesteban y el de Campeona de España. Desde aquí he pretendido rendirla este pequeño homenaje, poner un granito de arena en lo que debería ser un gran reconocimiento generalizado y, de paso, dar mi pésame, en forma de guiño particular, a los dos mencionados “Fernandos”. ¡Un abrazo!
Feliz, tras una victoria con los colores de Peugeot. (Imagen: el Diario Montañés).
Nacida en 1918, falleció el 1 de enero de 1993… me refiero a un país, una nación o un estado, como quieran llamarlo todos esos políticos tan aficionados a los eufemismos: Checoslovaquia. En realidad, más que una muerte, se trató de una escisión acordada entre las dos futuras partes: la República Checa y Eslovaquia. Pero lo que ahora viene tiene que ver con Checoslovaquia como nación única, porque ocurrió geográficamente allí y temporalmente asociado al periodo histórico en que aquel país estaba gobernado bajo un régimen comunista fuertemente “influenciado” bajo el poderío soviético. En algunas ocasiones este blog se ha adentrado en un ciclismo potente e interesante que siempre nos ha resultado desconocido y extraño a los aficionados occidentales. Me refiero al practicado en los “países del Este”, los del otro lado del “Telón de Acero”. Y casi siempre, al hacerlo, ha salido a colación su principal icono competitivo: la Carrera de la Paz, su gran vuelta por etapas. Lo que pasa es que, por reducción, simplificación, escasez de conocimientos, etc. Cada vez que lo he tratado, he dirigido mi atención hacia el ciclismo soviético (sobre todo) y un poco hacia el de la Alemania Democrática (en los noventa, parece que llovió a gusto de todos, y en este caso hicieron todo lo contrario, reunificarse). Y con ello, pasando por alto el de otros países como Polonia, etc. Entre ellos, el de Checoslovaquia. Cosa que, en pequeña medida, trato ahora de remediar un poquito. Y es que lo que viene a continuación toma como escenario, no total, pero sí muy presente, la mencionada Carrera de la Paz.
Ota Pavel fue un periodista y escritor bastante popular en Checoslovaquia. Apenas vivió 43 años porque la salud no le acompañó. Cuando era pequeño, parte de su familia fue enviada a campos de concentración nazis. Su afición a los deportes pudo estar relacionada con la apasionada práctica del hockey sobre hielo en su juventud. Su carrera como periodista empezó a truncarse a sus 34 años, demasiado joven, cuando aparecieron los primeros síntomas de lo que pronto se convirtió en una enfermedad mental. Su muerte, en cualquier caso, fue consecuencia de un ataque al corazón. La cuestión es que, recientemente, “escaneando” novedades en mi librería favorita, me topé con un libro suyo, ahora traducido y editado en España. “El precio del triunfo” (Sajalín, 1920). Es una pequeña colección de breves historias protagonizadas por deportistas checoslovacos de diferentes modalidades, en las que aparecen tres dedicadas a otros tantos ciclistas.
El libro aludido. (Imagen: casadellibro.com)
Vesely Honzik (si queréis localizarlo en Internet tendréis que buscarlo como Jan Vesely) fue, probablemente, el ciclista más famoso del “Este” a lo largo de la década de los cincuenta del siglo XX. Ganó la Carrera de la Paz en 1949, sacrificando la victoria los dos años siguientes para que su equipo nacional lograra el triunfo por equipos, algo que en aquel certamen, y para “aquellos” países, cobraba más importancia que la victoria individual. Quedó segundo en 1952 y 1955, y logró dieciséis victorias de etapa. Pero la historia que de él cuenta Pavel no es de gloria y alegrías, sino del sórdido e ingrato ocaso al que fue sometido por las autoridades deportivas de su país, provocadas por no ser capaces de asimilar bien el final de un mito ganador. El relato ofrece un cruel y duro bosquejo de lo que suponía ser ciclista en aquella época y lugar, bajo el opresivo yugo de una inhumana dictadura (en aquel caso de izquierdas). Sirve además para desmentir algunos mitos, como el de la supuesta buena vida que podían disfrutar los deportistas más laureados. Esto último quizá tuviera algo de cierto de otros países del bloque o en otras décadas posteriores, pero no en el momento que le tocó vivir a él.
Veseley dando una vuelta de honor en un final de la Carrera de la Paz. (Imagen: sport.aktualne.cz).
La escuadra checoslovaca. Vesely y, seguramente, también Kubr. (Imagen: sterba-bike.cz).
¡Atención coleccionistas! detalle del fabricante de la bicicleta. (Imagen: sterba-bike.cz).
Compañero suyo fue Honzik Kubr (Jan Kubr). De hecho, co-protagoniza parcialmente el relato anterior. Sus éxitos no fueron comparables, pero su relato se hace más intimista porque este otro ciclista llegó a ser un gran amigo del periodista. En este caso, su carácter alegre y positivo cambian bastante el tono del retrato, aunque nos muestra una realidad muy similar sobre lo que suponía ser ciclista en aquel “ecosistema”.
El tercer personaje representa un drama bastante más triste, ya que describe cómo la mala suerte se ceba para truncar una carrera deportiva que tenía visos de ser muy prometedora. Hace referencia a Ladislav Heller, otro ciclista checoslovaco cuya carrera deportiva ocupó, principalmente, la década de los años sesenta. Quizás pudo haber ganada la Carrera de la Paz, pero una caída con consecuencias importantes impidió que así fuera. Tenía buenas condiciones pintaba bien, pero… otra triste historia.
Termino con otro fallecimiento. El de un contrabandista. Uno de esos que tuvo que optar por ello como consecuencia de una serie de factores combinados. La miseria, la postguerra española, la existencia de “la raya” entre España y Portugal, y seguramente algunos condicionantes más. El caso es que este hombre:
«Terminó sus días como contrabandista de tabaco y café, cruzando la frontera portuguesa, como otros tantos extremeños, perseguidos por las capas verdes de la Guardia Civil de un lado y por los guardiñas portugueses del otro.
Fue en un lance huyendo de estos últimos cuando Isidoro tuvo que saltar a una charca para esconderse. Los escasos 15 minutos que estuvo agazapado en el agua le costaron caro, una pulmonía acabaría con su vida un 2 de mayo de 1945 a los 41 años de edad». (Carlos, conalforjas.com).
Se trataba de Isidoro Mellado, un sorprendente personaje que dio la vuelta al mundo en bicicleta en 1928. Nada más y nada menos. Su historia la cuentan de forma escueta en conalforjas.com y merece mucho la pena tomarse la molestia de leerla. Por ello prefiero no avanzar nada de ella aquí. Me limito a trasladar algunas imágenes y señalar un par de detalles especialmente interesantes.
El primero es que, durante bastante tiempo, en Sudamérica, se compinchó con una inesperada compañera de viaje: Teresa. Otra cicloturista pionera, otra mujer de bandera que, al igual que Mercedes Ateca, también aparece fotografiada con maillot de Peugeot. Y es que las bicicletas del león llevan mucho tiempo rodando por el mundo.
El segundo es que, parece ser que sus familiares conservan toda la documentación original del viaje: actas, sellos, imágenes, etc. Lo cual, quién sabe, quizás, acabe viendo la luz en formato de publicación. Desde luego que la hazaña lo merece. A ver si lo ven nuestros ojos.
He querido finalizar con la atractiva historia de Mellado porque al ser nueva para mí, su descubrimiento ha sido una excelente noticia. Su muerte fue triste, sin duda alguna, pero, a estas alturas, hace ya tiempo que habría dejado de estar vivo. Digamos que, aunque hubiese llegado a viejo, su existencia ya habría “prescrito”, ya habría pasado a formar parte de la historia. En su caso, de la historia ciclista, en la cual, a todas luces, merece estar por méritos (¡y vaya méritos!) propios. ¡Un fenómeno Isidoro!
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