miércoles, 3 de marzo de 2021

PENÉLOPE (BATAVUS)

Él era holandés. De pelo más bien claro y de figura muy esbelta y ligera, es decir, delgado pero con buenas proporciones corporales y andares y posturas elegantes. En definitiva: bien plantado. De ojos también claros, sin embargo, pese a su origen y las tonalidades claras de su semblante, no necesariamente tenía pinta de “guiri” en España. En realidad, aparentaba poder ser de cualquier parte. Lo conocí y lo recuerdo como un hombre amable, bien educado y afable. Se podía hablar con él y mantener cualquier conversación con facilidad, porque además se mostraba equilibradamente discreto y nada cargante. Con el tiempo, me han contado algunos detalles de su vida, pero la mayoría no los recuerdo con exactitud, así que no es cuestión de ponerme a dar cuenta de ellos. Aunque hay uno que siempre me fascinó. Como buen oriundo de su tierra (baja, fría y plana), de joven disfrutaba patinando sobre el hielo de los canales durante los inviernos. Y debía hacerlo bien, con ese estilo que le caracterizaba al estar en el mundo.

También he olvidado el proceso de cómo llegó a conocerla, pero el caso es que se enamoró profundamente de una mujer del norte de España. Tanto, que acabaron casándose y creando juntos una familia de la que nacieron tres hijos. Ella era guapa ¡muy guapa! Y no hablo de oídas, sino que es un juicio personal que emito tras haberla conocido a la edad en la que se casaban sus hijos. Y la experiencia me dice que, en este asunto de la belleza: quien retiene es que tuvo. Pero además de guapa era emprendedora, y muy laboriosa y profesional en el mundo de los negocios. O quizás, en el ámbito de su negocio concreto. Un asunto de ensueño: ¡regentar una juguetería!. Pero no una cualquiera, una especial, diferente a todas las demás. Básicamente, porque estéticamente era distinta (única) y porque ofrecía un género completamente apartado del habitual en las demás jugueterías. La fórmula para lograrlo era una combinación de buen gusto, mucho ojo y la ardua tarea de recorrerse todas las ferias internacionales posibles del sector. La juguetería funcionó durante bastantes décadas, y lo hizo con éxito pues llegó a tener sucursales en Madrid y Bilbao, además de la originaria que, alcanzado el cambio de siglo (aproximadamente) fue la última en cerrar, cuando la globalización, los videojuegos, los cambios culturales de la sociedad, las franquicias, etc. acabaron alterando demasiado el panorama general del comercio y, en particular, el del juguete.

Detalle de la última época de la juguetería de Santander.

La familia la completaron dos hijos varones y una mujer, Lola. Ella es diseñadora profesional. Una experta en desarrollar imagen de marca para todo tipo de empresas y entidades. Además de crear diseños decorativos para toda clase de enseres, y manejar con maestría las tipografías, las texturas y las gamas de colores. Y es que Lola atesora una sensibilidad estética especial que nunca te deja indiferente. Además, y esto es algo que me gusta especialmente de su forma de proceder, siempre integra los aspectos conceptuales de los asuntos sobre los que trabaja con sus recursos artísticos y de diseño. Y es normal que lo haga bien porque en ella se han dado varios factores que suelen ser necesarios para un buen resultado: vocación o predisposición innata para ello; variada e intensa formación internacional (España, Holanda, Japón, Italia…); y una larga experiencia ininterrumpida de trabajo. Y es que a Lola, le encanta su trabajo.

 

 
Un ejemplo de trabajo de Lola.

 

Lola. (Imagen: Eva Palazuelos Photographer London, Designer Pedro Olivan).

La cuestión es que Lola, hija de un holandés y una española, es mucho de ambas nacionalidades. Nació en Rotterdam y ha vivido en varios países, pero, sobre todo, en España. Y a la hora de adquirir una bicicleta… se hizo con una holandesa. Auténtica holandesa. ¡Una Batavus!. No me voy a extender aquí sobre lo que significa el concepto (general y abierto) de bicicleta holandesa, ni desmenuzar algo de información sobre la firma Batavus, porque eso ya lo hice, y en formato muy extenso, en una entrada titulada “Holandesas” (interesados en profundizar, localícenla a través de la pestaña del índice del blog). Hoy lo que toca es hablar un poco sobre esta bicicleta concreta. Y toca, porque la familia me ha pedido que la ponga en marcha para volver a ser utilizada después de varios años de retiro, medio olvidada (nunca del todo porque sí que se hablaba de ella de vez en cuando) en un desván acumulando telarañas. Pero sí que añadiré un detalle, el nombre de Batavus, esto es una suposición personal no contrastada, imagino que hace homenaje y referencia a los Bátavos, que, en época del Imperio Romano, eran un pueblo bárbaro que habitaba en Batavia, región situada en los actuales Países Bajos. La presencia clásica se intuye, aunque en seguida se hará más presente para el caso que nos ocupa. Y es que recién adquirida, Lola le puso nombre a su bici, la llamó Penélope.

Museo del Fuerte Romano en Utrecht, construído sobre restos arqueológicos encontrados allí. (Imagen: Castellum.Hoge.Woerd.museumhogewoerd.nl)


Otra vista del mismo lugar. (Imagen:castellum.hoge.woerd.visit.utrecht.com)

Para este caso, el nombre de Penélope tiene mucho más interés del que parece. Ha resultado premonitorio y está extraordinariamente bien puesto. Y lo está, como mínimo, desde tres perspectivas.

Penélope fue la mujer de Ulises. Una mujer de su época, hogareña, hacendosa, tejedora, madre, etc. y a la vez fuerte y resistente, tal y como demostró esperando veinte años el regreso de la Odisea de su marido, asediada por numerosos e insistentes pretendientes. En el fondo, conceptualmente, un caso muy parecido al de esta bicicleta, que es de paseo, de cercanías, “de mujer”, utilitaria, etc. pero muy robusta y funcional. Una bicicleta para toda la vida, que seguramente siempre funcionará, aunque la mantengas parada por periodos muy prolongados y aunque pase el tiempo por ella. Una bicicleta familiar, emparentada directamente con otras de competición y viaje, de la misma marca. Como Ulises, devoradoras de kilómetros. El parecido se me antoja defendible, y casi me empieza a asustar si dejamos a Telémaco que entre en escena. Y es que el chaval, hijo de Penélope y Ulises, por esas cosas de las hormonas adolescentes, el machismo y la interpretación clásica del honor varonil, llegó a levantar la voz a su madre (en ausencia de Ulises) para mandarla callar en alguna ocasión. El reflejo podría vislumbrarse en la propia historia de Batavus, cuando la firma fue vendida por el último de los miembros de la familia que la habían creado y dirigido hasta entonces. A partir de ese momento, el hijo del último presidente de Batavus se despidió de la compañía y se embarcó en la aventura de crear su propia marca, inicialmente especializada en bicicletas de carreras: Koga-Miyata (para más detalles consultar la mencionada entrada).

El segundo punto de vista es diferente y mucho más reciente, aunque no cabe la menor duda de que se apoya en el mito anterior. Penélope es la protagonista de una canción compuesta por Juan Manuel Serrat y Augusto Algueró. Una chica “con su bolso de piel marrón y sus zapatos de tacón y su vestido de domingo”. Una joven a la que dejan años esperando, y que al regreso de su idealizado amante, no lo reconoce porque él es un mero vestigio envejecido de lo que en su día fue. Se ve que esta otra Penélope vivía de los recuerdos. La metáfora sirve también en este caso, aunque, afortunadamente, con un final diferente y muy feliz. Y es que parece ser que quien ahora le dará vida a la bicicleta, será una nueva generación de la familia. Así que esta Penélope, después de la larga espera, sí que se va a encontrar con un joven galán que la saque a pasear. Buen premio por haber sabido esperar, fielmente, al crecimiento de una saga familiar.

Y en tercer lugar, quizá será por eso de las ruedas, no he podido evitar acordarme de otra Penélope, en este caso relacionada con el glamour. ¡No! No me sean ustedes facilones, esta no es de carne, hueso, curvas y labios, sino de dibujos. Animados. Me refiero a Penélope Glamour, estilosa y refinada integrante de la serie de “Los Autos Locos”, de Hannah-Barbera Productions. Aquello se trataba de una eterna carrera de bólidos por etapas en la que tomaban parte muy diferentes e ingeniosos tipos de vehículos, tripulados por gente de lo más estrafalaria, asumiendo varios roles bastante típicos. Ella, Penélope, competía sola, al volante de un deportivo descapotable de sugerentes y esbeltas líneas curvas, pintado en diferentes tonos de rosa. Parece que lo llamaba “Gatito compacto”. Y su papel, en cierta medida, representaba el clásico estereotipo de dama en apuros. Creo que ahora mismo, más de una ministra y diferentes lobbys ciudadanos no hubieran parado hasta acabar prohibiendo (censurando) aquellos dibujos animados si se estuvieran emitiendo en alguna cadena abierta. Y eso que aquella Penélope tenía las agallas de tomar parte ¡y sola! En una endiablada y peligrosa carrera rodeada de hombres (y algunos animales).

 

Penélope Glamour en su bólido. (Imagen: Millie Bianchi en pinterest).

Pero cuidado con el mito de la dama en apuros. Volvamos a la Grecia clásica, de la mano de Irene Vallejo, para descubrir alguna sorpresa:

“[…] la canadiense Margaret Atwood ha viajado al paisaje homérico de la Odisea, donde los monstruos femeninos permiten una relectura humorística. Margaret presta voz a una sirena, una burlona mujer-pájaro que según el mito anida en una isla rocosa sin nombre, atiborrada de esqueletos y cadáveres. En el poema, la gran seductora revela su secreto mortal y dulce, las palabras con las cuales atrae hacia el naufragio y la muerte a los navegantes que osan acercarse a sus arrecifes. ¿En qué consiste su poderoso hechizo? «Esta es la canción que todo el mundo quisiera aprender, la canción que obliga a los hombres a saltar por la borda en escuadrones, aun cuando ven los cráneos varados en la playa, la canción que nadie conoce porque todos los que la oyeron están muertos… Voy a contarte el secreto a ti, a ti y solamente a ti. Acércate. Esta canción es un grito de ayuda: ¡Ayúdame! Solo tú, solo tú puedes, porque eres único. Ay, es una canción aburrida pero funciona siempre». Irónica, la sirena reconoce que no hace falta ser una criatura mitológica y fatal para engatusar a los héroes; basta llamarlos con voz susurrante, pedirles auxilio, halagar su vanidad”. (Irene Vallejo, “El infinito en un junco”).

Ya he dicho que Lola compró la bicicleta en Holanda, en una tienda que vendía mucho material de segunda mano. Estaba a la vuelta de la esquina de donde ella vivía, en Amsterdam. Fue en 1992. La estuvo utilizando allí durante cuatro años para ir a la universidad (Rietveld), cargada con rollos de papel o con carpetas de proyectos de grandes dimensiones. A veces lloviendo y con paraguas, otras con nieve o hielo. A lo largo de un trayecto de, más o menos, media hora. Cuando se mudó a Santander, Penélope se fue con ella, aunque a partir de entonces fue Quique (su actual marido) quien acabó usándola más. En cierta ocasión, aparcada en el campus de la Universidad de Cantabria, Penélope captó la atención de un fotógrafo de prensa y acabó publicada su estampa para ilustrar un artículo sobre la universidad en el diario local de la región. Con los años, la pareja dejó la ciudad, primero para instalarse en el norte de Europa (pero esa es otra historia… y otra bicicleta) y más tarde, de forma aparentemente definitiva, a Madrid. Así que a Penélope le llegó un largo periodo de postración en el desván de una casona Montañesa. Ahora parece que, tras esa mítica (nunca mejor dicho) espera, la oportunidad de moverse por las calles le ha vuelto a llegar. Creo que gracias al pedaleo de Mateo, nieto del patinador-juguetero.

Penélope recién sacada del desván.
 

Siguiendo la pista de la tienda de origen, recordemos que no del verdadero comienzo, porque la bicicleta era ya de segunda mano, diremos que actualmente está regentada por Stef Comman, que representa a la tercera generación de la familia a cargo del negocio, fundado por su abuelo, en el mismo lugar, en 1936. Después se hizo cargo su padre y finalmente él, que aprendió de ellos, fascinado al verlos trabajar con las bicicletas de una forma muy artesanal. La tienda está en el número 11º de Elandsgracht, en Amsterdam, al lado de la tienda de deportes que, en su día, fundó allí Johan Cruyff. Tienda y taller de reparación. En plena crisis económica ¿qué cuál? la anterior, la de los escándalos financieros de los bonos basura y todo aquello… Stef empezó a mosquearse con la evolución del negocio de las bicicletas, al detectar, según su parecer, que los grandes fabricantes estaban cediendo en algunos aspectos de la calidad de sus manufacturas, para poder abaratar la producción. Así que se tiró a la piscina (igual fue el canal más próximo) y creó su propia línea de bicicletas, fabricadas en Holanda y Bélgica, y en la que la bicicleta urbana es su “obra maestra” de referencia. Como es de suponer, son más caras que la media, pero asegura que más bonitas, duraderas y sólidas que el resto.

“Lo bueno es simple. Y me gusta mantenerlo lo más simple posible”. (Steff Comman).


 Foto de la localización original de la tienda. (Imagen: Commanfietsen.nl)

Versión contemporánea del modelo clásico holandes de dama. (Imagen: Commanfietsen.nl).

Mi trabajo con la bicicleta se limitó a desmontarla, adecentar las partes más dañadas, sustituir las de desgaste frecuente y ponerla a punto. Aparentemente poco, pero llevó bastante trabajo. La bicicleta es una Batavus de tipo femenino relativamente “moderna”, pienso que, por el tipo de cuadro, de los años ochenta del siglo XX. La bicicleta tiene el típico equipamiento holandés habitual: pantallas para que las faldas no se enreden con los radios de la rueda trasera, guardabarros, trasportín trasero (con la característica goma de fábrica), luces de dinamo (sin funcionar) y un segmento del guardabarros trasero pintando en blanco. También pata de cabra y, genuinamente holandés, un candado de serie de “llave de contacto” que bloquea la rueda trasera cuando quitas la llave.

Goma de trasportín con anclaje exprofeso, panel protector (uno) y candado "holandés" (el aro gris que rodea al guardabarros).


Creo que el manillar y guardabarros se han librado del óxido por los pelos.
 

Por otro lado, la bicicleta es además, “de Ámsterdam” en un sentido más auténtico y “underground”, pues es una superviviente urbana y ofrece varias pruebas de ello. Tiene cambios, pero no de buje, sino de desviador trasero y, tal y como está montado, tiene toda la pinta de haber sido una aportación posterior añadida o, seguramente, para sustituir a uno original de buje. Lo digo porque, aunque tiene frenos de tambor en ambas ruedas (ambos de maneta y no de contrapedal el trasero), el delantero es Sachs mientras que el trasero Sturmey, algo más que improbable que viniera así de fábrica. Y para rematar, el sillín, un auténtico asiento negro de muelles de estilo holandés de paseo, no es Batavus, sino uno procedente de su más feroz competencia: ¡Gazelle! Lo dicho, la bicicleta habrá tenido sus usuarios, sus vivencias, sus patologías, sus reparaciones y, finalmente, su adquisición de segunda mano por la actual familia propietaria, hispano-holandesa. Las bicicletas de los Países Bajos son serviciales y son para siempre.

Limpiarla a fondo (aunque no se note tanto ahora) me llevó mucho trabajo. Y desmontarla más. La complicación vino, sobre todo, por la extraña inaccesibilidad a los componentes y porque ello requería ir haciéndolo en un orden concreto que no tenía por qué ser lógico o coherente. Montarla después fue aún algo más complicado. La buena noticia fue que, pese al óxido, envejecimiento, incluso torsión de muchas partes, todas se aflojaron sin problemas.

Guardabarros, manillar y alguna pequeña pieza cromada fueron bañadas durante largo tiempo en ácido oxálico y respondieron sorprendentemente bien. El cuadro conserva todos los adhesivos de la marca, referencias de la tubería, etc. sin embargo, está bastante oxidado por muchas zonas. Como no he tenido tiempo ni quería encarecer el rejuvenecimiento de la bicicleta, y porque pienso que para su historia y tipo de bici le va más conservar su “piel” original y las secuelas de la vida en ella, no he acometido ningún trabajo de pintura. Recomiendo, eso sí, que sus dueños pinten el segmento blanco trasero del guardabarros y el candado original gris, que desatasqué.

Intenté dotarla de unas cubiertas completamente azules y de 28 pero me resultó imposible conseguirlas. Todos hemos sufrido las carencias de aprovisionamiento ciclista a raíz de la pandemia. Finalmente tiene unas de 23 bicolores. El toque de modernización estética que me he atrevido a darle, algo que me gusta hacer con algunas bicicletas viejas o clásicas, viene aportado por tres componentes: puños nuevos de un azul bastante luminoso, fundas de cables también azules y las mencionadas cubiertas.

Detalle de referencia de la tubería.


Penélope rejuvenecida y funcionando.
 

Una pantalla de protección de la ropa había desparecido y la otra estaba muy envejecida, así que conseguí un par nuevo, en un acabado que me convencía más que el original. El reglaje de los frenos fue sencillo una vez cambiadas fundas y cables, y el resultado es magnífico: suaves, progresivos, eficaces y con muy agradable sensación, algo que no es frecuente con los de tambor. El cambio es muy básico y como tal funciona. Tiene una pega insalvable: por culpa del cubre cadena, no deja casi ver en qué corona vas. Una prueba más de que esta bicicleta debía de llevar uno de buje en origen. El guardacadena es de plástico fino. Menos mal, porque no hay quién le ajuste de modo que no roce en ninguna parte. Por eso al pedalear va generando un rítmico toque suave con cada vuelta a los pedales. Nada escandaloso.

Algunas zonas del cuadro están bastante oxidadas, pero manitien todas las calcas (grendes y pequeñas). ¡Batavus!


Un sillín (más holandés imposible) infiltrado en el conjunto.


Trasportín sin óxido, gomas portabultos, pantallas y el candado.


Freno de tambor delantero.


Freno de tambor trasero y práctico anclaje de las gomas.
 

También le puse un timbre nuevo, pero no me ha dado tiempo a hacer funcionar las luces de dinamo y tendré que entregarla sin que se enciendan. Que lo hicieran sería, hoy en día, una cuestión de puro romanticismo, porque por seguridad es mucho mejor llevar unas de led o destellos (de quitar y poner), aunque las antiguas se dejen para mantener el aspecto original de la bicicleta.

Una vez terminada y recompuesta, llegó el momento de probarla. La posición de manejo no deja lugar a dudas. Holandesa de paseo cien por cien: corta, de forma que las manos asen el manillar en posición muy natural y dejan el cuerpo totalmente erguido. Absolutamente anti aerodinámico pero ideal para un pedaleo contemplativo del paisaje y el entorno. La dirección es nerviosa, gira sin ningún esfuerzo, y el desarrollo resulta bastante duro para cualquier mínima pendiente que vaya surgiendo por el camino. El carácter de los Países Bajos.

Ignoro que le deparará el futuro a Penélope. Espero que con esta nueva puesta en forma (¿cuántas habrán sido ya en su vida?) alguien de la familia se anime a sacarla a la calle y utilizarla, que es ahí donde debe estar, al igual que tantas otras bicicletas de su condición y procedencia. ¡Adiós Penélope! Ha sido un placer.

 


1 comentario:

  1. Hace unos años tuve un encargo similar y fué un trabajo realmente gratificante. Sé la ilusión que le produjo a su dueña (86 años) y me consta lo agradecida que está.
    Son estas las cositas que te alegran la vida.

    Un saludo

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