martes, 15 de septiembre de 2020

RETROACTIVIDAD

Según la RAE:

1. f. Cualidad de retroactivo. [De retro- y activo. Adj. Que obra o tiene fuerza sobre lo pasado].

2. f. Der. Extensión de la aplicación de una norma a hechos y situaciones anteriores a su entrada en vigor o a actos y negocios jurídicos.

¡Me vale! (“te lo compro” que dicen ahora los “millennials”). De retro, en dos de sus significados: antiguo, clásico, vingate; y anterior, pasado, etc. Y activo, esto creo que no hace falta ni explicarlo. Y en segundo lugar, extensión o aplicación de una norma (en este caso actividad variada) a hechos y situaciones anteriores

Según “Randoneur”:

1. f. Actividad relacionada con el ciclismo retro.

Y es que esta entrada lo integra todo, tal y como voy a tratar de explicar. Este blog, que ya carga con más de un lustro de producción, nació con la vocación de estar dedicado al ciclismo retro. Con el tiempo, sin dejar de lado, ni muchísimo menos, su objetivo primigenio, fue incorporando, progresivamente, otras temáticas como el patinaje, el piragüismo, el multideporte y algo de reflexión personal  y  de cultura (más o menos deportivas). De un modo casi paralelo, mi propia actividad deportiva evolucionó de estar principalmente centrada en la participación en eventos de ciclismo retro a diversificarse mucho, llegando incluso a abandonar completamente el acudir a tales citas “oficiales”. Esto último, abandonar las marchas cicloturistas retro, no fue una declaración de principios, ni tampoco una decisión concreta. Simplemente fue resultado de una evolución personal en mi práctica deportiva, unida a una creciente diversidad de intereses. Aunque algo ayudó, ya lo comenté en su día, el hecho de que la mayoría de eventos retro fueran evolucionando hacia un diseño en el cual el componente social (incluido el gastronómico) fuera primando sobre (y, a veces, minimizando) el puro desempeño físico o deportivo. El caso es que, por unas cosas u otras, me he mantenido realmente (de hecho) alejado de lo que podríamos denominar como el “círculo del ciclismo retro”, tanto el nacional como el internacional. Pese a ello, puedo afirmar con rotundidad que me mantengo tan aficionado a ese tipo de ciclismo como siempre. Sigo escribiendo sobre él, leyendo mucho al respecto, disfrutando de mis bicicletas antiguas, utilizándolas, rescatando y rehabilitando algunas, etc. Incluso participando en algunas citas ciclistas (no retro) organizadas, tomándomelas como retro por mi parte.

Pero lo que motiva esta entrada es una sucesión de casualidades que ha provocado que, al igual que aquel supuesto abandono no fuera fruto de una toma de decisión inamovible, el pasado verano, sin proponérmelo, haya vivido una significativa sucesión de actividades bastante relacionadas con el “mundillo retro”. De ahí el doble (o triple) sentido de actividad retro, de ciclismo retro, de volver la vista (y la actividad) atrás y de rencontrarme con personas vinculadas a todo ello.

Precisamente el blog fue el responsable de los dos primeros encuentros retro del verano. El primero de ellos fue con una especie de fan. Javi Blasco es un hombre mayor que yo. Digamos, en lo que a afición ciclista se refiere, que de una generación anterior a la mía, aproximadamente. Los avatares de su vida son interesantes. Ante una buena pluma, incluso podría sacarse una novela de ellos, aunque la mía no da para tanto. Aquí lo que interesa es que consiguió contactar conmigo porque quería conocerme y, sobre todo, agradecerme que, a través de alguna de las lecturas del blog, le hubiese hecho desempolvar su vieja Razesa de los años ochenta para empezar a pedalear, varias décadas después, con la intención de vivir en primera persona el mundo del ciclismo retro internacional. Uno de esos testimonios que le hacen a uno sentirse bien y pensar que su afición comunicativa merece la pena. Y es que Javi tiene un puntito internacional, especialmente vinculado con Alemania. Cosas de la vida, las empresas, el trabajo y las migraciones del pasado hispano. El caso es que nos intercambiamos algunos correos y, finalmente, concertamos una cita con un doble objetivo: conocernos y visitar con él el museo de Santiago Revuelta. Fue una jornada agradable. Primero visitamos el museo, que no tiene desperdicio. Acto seguido nos sentamos con Santiago en su despacho para disfrutar de su generosa conversación. Y cerramos el encuentro yéndonos a comer los dos, para intercambiar opiniones, aficiones, preferencias ciclistas y retazos desordenados de nuestras vidas. Desde entonces nos seguimos escribiendo. Muy de cuando en cuando, pero manteniendo el contacto. En eso de su desembarco pleno en el mundillo retro Javi ha tenido momentánea mala suerte. Su temporada estaba programada con un calendario muy atractivo y ambicioso que la COVID-19 se encargó de desbaratar. Ya sé que le ha pasado a todo el mundo, profesionales incluidos, pero es que él casi empezaba en esto. De todos modos, por lo que me cuenta, no se ha desanimado y pretende resarcirse.

 

Javi Blasco posando con uno de sus ídolos: Bahamontes. (Imagen: Javi).

Otro que me localizó a través del blog fue Ricardo López-Dóriga, hijo y nieto de dos proactivos promotores del ciclismo cántabro de mismo nombre y apellidos. El proceso fue más directo en este caso porque Ricardo vive en la provincia. Quedamos, directamente, para tomar un café, cita a la que ambos acudimos en moto. Y es que los dos somos moteros. Él, sobre todo, motero. De hecho, no lo podemos considerar ciclista, aunque sí relacionado con las bicicletas vintage, porque, desde que se jubiló, negocia con la compra-venta de piezas de bicicletas antiguas. Y es que como es motero ¡auténtico! Disfruta de despiezar estructuras dinámicas: motos y bicicletas. Eso es, junto con la genealogía, su principal afición, cada vez que se baja de devorar kilómetros en su Honda Pan European. Con Ricardo, el encuentro se fue disparando de modo uniforme y permanentemente acelerado. Y es que fuimos encontrando muchos puntos de conexión e interés compartido. Y descubrí que, aunque con estilos probablemente muy diferentes a la hora de expresarnos, tenemos un rasgo de pensamiento común: tendemos a encontrar y establecer conexiones aparentemente inverosímiles, entre ideas o hechos alejados, dentro de una especie de ecosistema narrativo caótico. Me lo pasé genial con él. Tanto, que los encuentros se van repitiendo y van generando, a su vez, el conocer a otras personas que, hasta ahora, no podría calificarlas como convencionales. Todo un hallazgo.

Ricardo López-Dóriga (el abuelo) posa con varios ciclistas. De izquierda a derecha: Isidro Bejerano (Liérganes; sigue existiendo su taller), José Gutiérrez (Sarón); Ricardo López-Dóriga (entonces Presidente de la UVE – Comité nº 6 de Santander), Fermín Trueba y Pepín Gándara (Torrelavega). (Imagen: "Vicente Trueba. La Pulga de Torrelavega". Ángel Neila Majada).

Entretanto, anduve dando algunos pedales. Tanto en bicicleta de montaña como de carretera. Y esta última, cada vez que la utilizo, suele serlo, casi siempre, en versión retro. O al menos parcialmente retro. Me explico. Hasta ahora, casi siempre que salía a practicar ciclismo de carretera por mi cuenta lo hacía en una Colnago que restauré hace tiempo. Es una bicicleta vieja que, cambiándola de pedales pasaría cualquier filtro de participación en eventos retro, aunque, técnicamente, no lo es. Tiene cableado “exterior” y palancas de cambio del tipo de ciclocross antiguo. Todo aparentemente válido. Sin embargo, yo sé que es un poco posterior a 1987 y que su cuadro es de aluminio. De todas formas da lo mismo porque es muy bonita, de aspecto muy clásico, nunca la utilizo en eventos retro “oficiales” y tampoco la quito los pedales automáticos Look de segunda generación que lleva. Pero, ahora mismo, tampoco la saco a la carretera por una serie de circunstancias asociadas. Una, cada vez hago menos kilómetros al año, por lo que supongo que cada vez rindo menos sobre la bicicleta. Dos, sigo cumpliendo años, con una consecuencia similar a la anterior. Tres, no me resisto a seguir metiendo puertos de montaña en mis escasas salidas. En definitiva, que necesito desarrollos más blandos cada vez. Por eso, desde que puse en marcha una Vitus, es la que vengo utilizando ahora como “mi bici de carretera”. También con pedales automáticos (muy viejos), pero con cuadro “permitido” en tales eventos. Y es que esta Vitus es de, aproximadamente, 1984.

Y aunque ya digo que cada vez salgo menos a rodar por carretera por mi cuenta, de vez en cuando surgen planes con otros, me apunto y voy… de esa guisa, que si no es retro, resulta, cuando menos, totalmente obsoleta. Una de ellas surgió cuando, de víspera, mi amigo Pablo me comentó que al día siguiente iba a ir desde Galizano a Villasana de Mena en bicicleta para recoger el coche que tenía allí. Y me ofrecí a acompañarlo. Salimos escogiendo carreteras perdidas entre los pueblos hasta cerca de La Cavada. Él sobre una Gravel Specialized con cubiertas de carretera y frenos de disco. Todo modernidad. Yo con la Vitus. Fue un día de mucho calor, algo aliviado por la brisa. Minutos después pasamos por Liérganes y nos encaminamos, sin remedio, hacia el puerto de Lunada. Rompepiernas ascendente hasta el puente de piedra, duras rampas de Linto, paso por Las Vegas (las de aquí, que nada tienen que ver en apariencia con las de “allí”) y primeras curvas de ascensión hasta San Roque de Río Miera, donde repostamos agua. El resto lo de siempre: un puerto tan largo como hermoso. Alucinante, fantástico, exigente, entretenido… duro. Pero lo superamos. Y nos tiramos hacia la Meseta, descendiendo por la vertiente sur, en pos del Valle de Mena. La falta de kilómetros nos acabó pesando. Personalmente más en los pies y en el culo que en las piernas o el aliento. Y es que la falta de largas jornadas de ciclismo la suelo notar más en las incomodidades “de detalle” que en lo otro. Y esto es algo que, recientemente, me ha hecho pensar mucho sobre la literatura ciclista en general. La cual, aun resultando atractiva y, en bastantes casos, muy brillante, demasiadas veces deja entrever que no está siempre escrita por verdaderos practicantes de un ciclismo de carretera, digamos, agonístico. Y es que cuando escriben sobre sufrimiento, siempre se centran en las piernas y su musculatura, o en el corazón y la respiración, alguna vez en la zona lumbar y, ocasionalmente, en la falta de voluntad. Pero raro es que hablen del insoportable frío de algunas bajadas. No me refiero a las míticas etapas de tormenta de nieve, sino a un frío inesperado que castiga a los corredores en muchos descensos, y que el espectador no es capaz de imaginar. Y menos aún de los dolores de postura o asiento (salvo que previamente haya transcendido que determinado corredor tenga un problema “ahí”), de cervicales que han tenido que mirar demasiado tiempo hacia adelante en posición muy agachada. Del corrosivo sudor salino, ese que abunda cuando uno ya va más que “tostado”, que se mete en los ojos, provocando un escozor permanente que te obliga a irlos cerrando alternativamente, porque los guantes están ya tan empapados que no secan la frente más. O de los pies, ese terrible dolor de la punta de los pies, o de la base del metatarso, que de vez en cuando, en jornadas desmesuradamente largas, con calor asfixiante y quizás otras causas añadidas, aparece y resulta agudamente agresivo. Y es que el ciclismo es duro, muy duro, y lo es en modos más variados de los que se cuentan.

Dolores aparte, llegamos a Villasana a la hora prevista, nos pudimos dar un baño en la piscina de la familia de Pablo. Todo un ejemplo retro de instalación acuática de los años sesenta. Rincón que me hizo recordar la película “El Nadador”. Más tarde, incluso nos dieron de comer. Acogedores los Goicolea. Después vino la siesta, un recorrido cultural por la zona y el regreso en el coche que habíamos ido a buscar.

Con Pablo, en la cota superior del Portillo de Lunada.

Alrededores de Villasana de Mena, el primer lugar donde aparecieron referencias escritas de la palabra Castilla. (Imagen: Pablo).

Con la misma bicicleta, pero un maillot sintético de réplica del Fagor, me presenté a pedalear con Bernardo, quien, siempre que nos visita desde Francia, se empeña en que lo acompañe a subir Alisas. Su puerto de siempre desde que le compraron su primera bicicleta cuando tenía unos catorce años. Con él el contraste siempre resulta mucho más acusado pues utiliza bicicletas de última generación, de alta gama y con todos los adelantos técnicos. En este caso una Look con cambio electrónico y calzado, vestimenta, casco, ordenador y alimentación acordes con los tiempos actuales. Ya sé que está feo decirlo pero, pese a todo, siempre me toca esperarlo en las cumbres. Pero esta vez hay que felicitarlo porque al llegar arriba me sugirió descender hacia el interior, lo cual, allí, supone tener que ascender un par de puertos más para regresar. Olé chaval. Fueron Cruz Unzano (hay disparidad de criterios a la hora de escribir el nombre) y Fuente las Varas. La jornada fue durilla pero disfrutamos mucho los dos. Una buena mañana de ciclismo recorriendo un clásico que por aquí solemos denominar “la vuelta a los puertos”, que puede obtener variadas configuraciones dependiendo de dónde salgas, en qué sentido la hagas y si introduces algún bucle más. Y una reflexión “retroactiva” que siempre me vuelve cada vez que me mezclo con alguna de mis bicicletas “churras” entre otras “merinas” ajenas: que esto de montar en bici es un deporte magnífico y asequible a más no poder. Que para disfrutarlo basta con liberarse de complejos, comprar un culote y un casco básicos, y agenciarse una bicicleta (que si tiene treinta años es probable que incluso alguien te la regale), ponerla a punto uno mismo y salir a recorrer maravillosos kilómetros de aire libre y parajes despoblados, disfrutando, y huyendo de zonas en las que a la gente le da por hacinarse. Esto último, por cierto, lo de las zonas de hacinamiento social, ha experimentado un notable y amenazante repunte este verano a lo largo de todo el litoral cántabro. Montar en bici en serio (devorando puertos de montaña y kilómetros de carreteras secundarias) puede ser todo lo barato o caro que uno quiera. No hay disculpa para ello. Y en ambos extremos se disfruta… y se sufre.

Bernardo coronando Alisas. Aquí lo retro es la relación entre el ciclista y el puerto.

En medio de las dos salidas que acabo de describir se produjo otra, sorpresiva y repentina, que supuso todo un regreso a la convivencia con el mundillo retro. Me enteré de casualidad gracias a un aviso-invitación de Javier, que siempre está al loro de todas estas cosas. Yo no me suelo enterar de nada porque no estoy en ningún grupo o red social relacionada con el ciclismo antiguo. De un grupo de whatsapp mayoritario e inicial que se creó hace años me salí en el momento que empezaron a llover por allí insultos cruzados entre algunos miembros. El odio español (en realidad global, aunque en esa gran dimensión lo llaman “hate”) germina hasta en los espacios de ocio y supuesta felicidad. Total, que Javier me comentó que, al día siguiente, Carlos había organizado una quedada de colegas del ciclismo retro para dar otra vuelta a los puertos, aunque esa vez en sentido contrario. Pero como no era Javier quien convocaba, pedí permiso a Carlos formalmente, y ante su amable respuesta, me presenté en La Cavada a la hora convenida. Razesa “de casi siempre” y maillot de punto de Delmer Bikes, el que en más ocasiones he lucido por eventos retro nacionales e internacionales. El grupo era variopinto, con bastantes caras conocidas y otras nuevas para mí. La mayoría con bicicletas y atuendo retro, aunque otros con material actual, seguramente, el que tenían a mano en su lugar de veraneo. Había gente que se había acercado desde diferentes provincias, lo que demuestra afición y ganas de “jugar” a esto. Me lo pasé muy bien porque a lo largo de los tres puertos y las esperas de reagrupamiento pude intercambiar posiciones y conversación con gente muy diferente. Además, a todos los conocidos hacía mucho tiempo que no los veía. Carlos lo había organizado todo muy bien, con cuidados detalles. Como un avituallamiento completo que un coche de asistencia nos ofreció en la cima de Cruz Unzano, en el monumento que, recientemente, han erigido allí como homenaje al poderoso ciclista que fue Gonzalo Aja, miembro del mítico KAS de la primera mitad de los años setenta, tras su paso por el Karpy. Aquel que sufrió una escabrosa anécdota en el Tour de Francia de 1974, en el que estaba clasificado segundo en la general, pletórico de fuerzas, a un aproximado minuto y medio de Merckx, y fue embestido lateral y sospechosamente por otro ciclista belga. Una anécdota de la que actualmente se escribe poco o nada, a pesar de la proliferación de títulos de temática ciclista “revival” en el mercado editorial.

Tras las bebidas, los embutidos y la quesada, nos volvimos a poner en marcha para cerrar las ascensiones del día con la cara sur de Alisas. Y arriba se puso a llover: tuvimos suerte. No porque lloviera, sino porque no lo había hecho en todo el recorrido hasta ese momento, pese a la previsión de lluvia constante que había. Así que descendimos con cautela, nos adecentamos en nuestros coches y comimos (fenomenalmente) en un restaurante de La Cavada. ¡Planazo!. Gracias Carlos, me encantó revivir toda esa atmósfera.

Antes mencioné el Karpy, y viene a cuento repetirlo porque por allí rodaban algunos de sus organizadores y/o espíritus simpatizantes. Por ejemplo Asel Zulaika, o Carletti y Maribel, pareja con la que solíamos coincidir Myriam y yo en algunos eventos por territorio vasco, o en Soria, o en otros lugares. También Álvaro, con quien, por cierto, subiendo Fuente las Varas, mantuve una agradable conversación. Entre otras cosas me comentó que le haría ilusión verme en alguna futura ocasión por La Karpy, evento retro al que nunca he asistido. Más ilusión me ha hecho a mí que quiera verme por allí. Su proposición ha sido todo un halago. Por supuesto que iré, trataré de hacerlo lo antes posible (a ver si pasa todo esto de la pandemia). No haber acudido antes a una cita de la que tan bien he oído hablar y que tan cerca me queda no ha sido más que una cuestión de “timing”. La prueba nació cuando yo ya andaba cada vez más de “retirada” de este tipo de eventos. La primera vez coincidió con un plan que tenía comprometido con bastante gente desde mucho tiempo antes, y para la segunda yo ya andaba completamente desligado. Pero ante tan amable invitación, espero pedalear con ellos pronto.

 

Maribel, Víctor y Pirelli, coronando Fuente las Varas.


Germán coronando Alisas: muy apasionado de lo cántabro.


Carlos, en Alisas con una reciente adquisición (Razesa). Excelente afitrión.


Asel Zulaika con los colores del Karpy y rodando sobre una clásica italiana (Olmo).


Luisi y Álvaro, mano a mano.


Monumento dedicado a Gonzalo Aja.

Ya a mediados de agosto llegaron las fiestas de los pueblos. Las de los pueblos de media España. En tales fechas siempre me instalo unos días en el de mi madre. Este año no había fiestas. Ni los homenajes patronales, ni la Feria del Queso, ni la multitudinaria comida familiar que siempre celebramos y a la que mi madre sería la primera vez que no acudiese en noventa años. Pero nosotros, una parte pequeña de toda la familia, fuimos a nuestra casita para tratar de mantener, con cierta normalidad emocional, una tradición familiar por la que sentimos apego. Lo que sí hice fue salir una mañana en bicicleta con dos de mis hermanos, algo que venimos repitiendo allí desde hace algunos años. Aunque la disparidad de rendimiento es abismal (Jorge nos da mil vueltas), disfrutamos pedaleando en grupo, tranquilos y charlando. En esta ocasión, además, se nos unió una sobrina. Todos ellos con sus bicicletas actuales y yo con la que tengo en el pueblo, una Peugeot de triple plato de los ochenta. Una bicicleta lenta pero bonita. Y, lógicamente, me enfundé el maillot del damero de Peugeot. Nos hizo una mañana preciosa y dimos cuenta de un recorrido por Reinosa, Olea, Barruelo, Brañosera y el Valle de Campoo, superando holgadamente los 1000 metros de desnivel positivo, antes de descender hasta casa (en mi caso a Pesquera). Y allí se quedó la bicicleta, esperando hasta el próximo rencuentro, el cual, demasiadas veces, no se vuelve a producir hasta un año después. Da lo mismo, cada vez que me monto en esa bicicleta la disfruto con ilusión. Me encanta como quedó. Una rehabilitación que fue difícil y partió de una máquina en bastante mal estado.

Mi Peugeot.


Posando en Brañosera. Todo queda en familia.


Momento de partida en Reinosa. (imagen: Guti).

Y el pasado verano, como todos, como la constante en mi vida que es, también tuvo lecturas. Y una de ellas, “Bucle”, fue del tipo ciclista retro. Bueno, no exactamente. O sí. Luego lo veremos. Antes una pequeña reflexión.

La literatura ciclista cómo género, descontando la crónica deportiva o la narrativa vinculada a la prensa escrita, no existía en España hasta hace unos 10 años. Esto es una afirmación personal, y la cronología es laxa, aproximada. Lo sé porque, por motivos docentes, llevo más de tres décadas siguiendo muy de cerca la publicación de libros de narrativa deportiva, con especial atención a los de ciclismo, y hasta hace, insisto, a grosso modo, una década, el catálogo era tan-tan reducido que no podíamos considerarlo como género. De hecho, ni la propia temática deportiva en general podía llegar a ser considerada como tal. Pero de repente todo cambio de la noche a la mañana. Quizás porque tenía que ocurrir. Porque en algunos otros países europeos de tamaño similar al nuestro y afición velocipédica pareja, el ciclismo, como asunto literario, presentaba una diversidad de títulos notable. En realidad, desde mi punto de vista, envidiable. Pero ya digo que ese estado de la cuestión mutó de improviso y a los “cuatro títulos” clásicos que había y los escasos restos descatalogados de intentonas fracasadas previas (algunos de ellos francamente buenos), se empezaron a añadir cada vez más títulos. Parte del protagonismo lo asumió un libro muy ameno que se convirtió en un éxito algo inesperado, difundiéndose mucho a través del boca a boca y convirtiéndose, de paso, en una especie de liebre a seguir para editores consagrados y aspirantes a serlo. A ese libro hay que añadir la coincidencia temporal de un par de micro-editoriales (quizás alguna más) con mucha vocación y romanticismo, pero pocos medios. Una muy rápida y productiva, y la otra parsimoniosa pero más estética. Ambas tuvieron el gran mérito de hacer crecer el nicho y, y esto me parece verdaderamente importante, recuperar clásicos y obras casi perdidas, re-editando y traduciendo textos que habían pasado casi inadvertidos en nuestro país. Inmediatamente la oferta se vio enriquecida con otras dos fuentes de publicación. Por un lado las editoriales “genéricas”, que descubrieron, o incluso encargaron, algún texto sobre ciclismo. De tales maniobras surgieron algunos títulos muy buenos, otros no tanto y varios bodrios. Por otro lado, también aparecieron obras singulares. Libros que divulgaban o contaban alguna historia ciclista muy contextualizada. Escritos o recopilados por alguna persona que llevaba años centrada en dicho asunto y que, con pretensión de aventura narrativa y editora única, aprovechaba la coyuntura del mercado para publicarla por fin. Gracias a ello, también pudimos acceder a textos (casi monográficos) con fundamento y contenido, aunque no siempre con buena narrativa, sobre corredores, equipos o asuntos concretos que, en otro contexto, nunca hubiesen aparecido. Y así, poco a poco, el “subgénero” nació, creció y… (todo esto es un análisis personal basado en una interpretación no sometida a rigor científico alguno) se convirtió en burbuja. Y es que me da la impresión de que la oferta creció tan rápido que, enseguida, abrumó a la demanda, la cual, no nos engañemos, en España parece muy modesta. Durante todo el proceso aparecieron varias biografías. Las biografías de ciclistas, por lo general, son libros que interesan, casi exclusivamente, a los fans del biografiado. También vieron la luz textos claramente dirigidos a captar la atención de los “hipsters”. Pero los “hipsters”, como cualquier otra tribu urbana temporal, es público que bebe y vive de, por y para las tendencias, por lo cual suele ser frenéticamente cambiante e influenciable por las modas. Otro gran tema abordado por la literatura ciclista reciente en español (o recientemente traducida) ha sido la que trata, se apoya o inspira en el ciclismo clásico, antiguo, etc. (retro). De eso, afortunadamente para mí, porque me gusta, ha habido mucho. Pero, tampoco su “target” potencial de lectores es demasiado amplio. Es una afición de “frikis” que, en el fondo, no somos tantos. Ni en Europa ni, mucho menos, en España. Basta con hacer una temporada retro nacional para darte cuenta de que enseguida vas a conocer a casi todo el “pelotón”. Y a todo esto hay que añadir una circunstancia más. No creo que haya estudio riguroso al respecto, pero para mí alcanza el estatus de certeza: los ciclistas, en general y salvo contadas excepciones, no leen. No son aficionados a la lectura. Ni los profesionales, ni los amateurs, ni los cicloturistas de marchas, ni los que hacen de la bicicleta su afición casi religiosa, etc. Y es que las cifras no casan. Ni el número de ventas de títulos sobre ciclismo con respecto a las decenas de miles de ciclistas que inundan las carreteras españolas cada fin de semana. Ni los dineros gestados en consumo de material ciclista en relación con las cifras de negocio que mueve la literatura ciclista. Ni los números de ventas o consumo de texto (en papel o bites), con los de visionado de imágenes o interacción de lecto-escritura en micro-mensajes.

Así que la burbuja editora explotó en algunos casos, y perdió presión en otros. Digamos que, poco a poco, parece haber ido alcanzado el nivel de inflado apropiado al terreno por el que rueda. Un buen ejemplo de posicionamiento en el “pelotón” editorial, así como de aguante, resistencia y dosificación de la cantidad de “ataques” (nuevos títulos) propiciados, lo parece estar mostrando la editorial Libros de Ruta. La entidad actúa como editorial y como tienda. Da la impresión de haberse convertido en la principal superviviente en el sub-género, haciéndose con un liderato que pinta para largo. Es buena noticia porque presentan varias bondades. Los libros están bien editados, con presentaciones cuidadas y variadas. La oferta temática es amplia, así como la diversidad de autores. Además traducen textos extranjeros y tiran también de producto nacional. Y, por último, y esto es muy importante, mantienen un ritmo productivo vivo, sacando títulos cada no demasiado tiempo.

Finiquitada la reflexión, ahora hablaré del libro que la ha provocado y que encaja en este verano retroactivo. El propio autor, Marcos Pereda, con el que tengo amistad, me avisó de la reciente publicación de su libro “Bucle”, editado por Libros de Ruta. Aunque siempre ando enfrascado en lecturas de toda índole y con amenazantes pilas de libros esperándome por diferentes rincones de la casa, no dudé en adquirir un ejemplar. No lo hice por compromiso sino porque hasta ahora ¡y con esta van cuatro! Los libros de Marcos no me han defraudado. ¡Y acerté!.

“Bucle” ni es propiamente un libro, ni es de ciclismo retro. Aunque sí que lo es. Depende de la óptica con la que se miré y los antecedentes del lector. No es un libro nuevo, o una “obra” nueva con sentido de unidad, porque se trata de una recopilación de artículos escritos por el autor para diferentes revistas en las que el ciclismo tiene cabida. Y no es de ciclismo retro, porque es de ciclismo atemporal: pasado y presente, con artículos de todas las épocas. Si el lector es un acérrimo seguidor de Pereda, de quien lee todo lo que publica en los medios, el texto no le aportará nada nuevo. Sin embargo, si como es mi caso, es alguien que no lee las revistas en las que él escribe, el libro entero supondrá una novedad. Una sabrosa, variada y trabajada novedad. Yo apenas leo revistas. En realidad nunca lo hago, salvo artículos sueltos que alguien con garantías me recomienda expresamente, o cuando los encuentro porque ando estudiando o indagando sobre un tema concreto. Así que para mí el libro supuso total novedad.

En casos como el mío, imagino que mayoría, el texto merece mucho la pena si te gusta leer sobre ciclismo. Apenas le encuentro un defecto y medio. El primero no lo es si se tiene en cuenta lo anterior, es decir, la naturaleza de la obra, que es una recopilación de artículos. Por eso, no debe reprocharse que el lector encuentre algunas secuencias, datos o anécdotas que se puedan repetir en ciertos capítulos, ya que pueden estar relacionados con algunas de las historias contadas en ellos. Eso es algo que nos va a ocurrir con cualquier recopilación de artículos de prensa que leamos de un mismo autor, ya sea este Pérez Galdós, Arturo Pérez-Reverte o las recopilaciones de cuentos de Gloria Fuertes.

En cuanto al medio, se queda en simple aviso. Me explico. Es un texto generoso porque contiene muchas páginas (eso es cuantitativamente bueno). Y requiere presencia de ánimo por parte del lector. No porque sea difícil (en absoluto) sino porque al haber sido creado en formato de artículos, el autor imprime ritmo y pasión a cada uno de ellos y, a la larga, si se leen demasiados seguidos, el lector puede acabar, emocionalmente, agotado (esto es cualitativamente bueno). Vamos, que no es una novela ni un ensayo que obedezcan a un hilo conductor permanente, o a una estructura interna premeditadamente diseñada con anterioridad. Por el contrario, resulta ideal para disfrutarlo (a tope) en espacios y momentos personales que cada lector guste de utilizar para lecturas cortas. En la cama antes de dormir. En el metro, tren o lancha al ir y volver de trabajar. Hay otras opciones, que eso es cuestión de cada uno.

Además de ritmo, Marcos aporta esencias, estilo personal, sorna, humor, lenguaje épico, vena artística, etc. Se le nota que lo ha escrito sintiéndose como pez en el agua. Deja claro que el género de los artículos de prensa es un entorno que domina muy bien y al que sabe sacar jugo. Además de resultar divertidos y/o elocuentes, los artículos demuestran estar muy fundamentados. Ser fruto de estudio e investigación bibliográfica y periodística, algo que para mí resulta importante. Cuando pasa por alguna anécdota ciclista muy conocida, alguno de esos múltiples iconos de la memoria ciclista colectiva, lo hace dando su toque personal o incluso, en ocasiones, desvelando detalles que demasiados han tratado de ocultar. Pero es que además nos presenta muchas novedades, muchas historias de ciclismo clásico que no conocemos. Porque las ha buscado y rebuscado. Llevo décadas de lecturas ciclistas, y varios años de estudio de ciclismo antiguo (no hay más que repasar el índice de este blog), pues aun así, en “Bucle”, me he topado con mucho contenido que no conocía. Material del bueno, con enjundia. Nada de esto es “propaganda” de amiguete. Nunca juego a eso. Mi blog es libre de compromisos, así que me basta con omitirlo si no quiero hablar mal de algo. No, en este caso tres conclusiones directas para el autor: una, enhorabuena, buen trabajo; dos, gracias por escribir sobre ciclismo; y tres, por favor, sigue en ello.

Como despedida comentar que, pese a que “Bucle” es una recopilación de artículos sobre ciclismo en general, cuando uno repasa su contenido se percata del mayoritario peso que tienen en él las historias de ciclismo pionero, antiguo, clásico o no demasiado reciente. El presente o el más cercano son minoritarios. Y es que puestos a contar historias con gancho, épica, realidad inverosímil, etc. El ciclismo retro resulta una fuente inagotable, a la vez que el contemporáneo parece hacerse cada vez más tecnológico, controlado, “mecanicista”, estadístico, etc. Sobre esto creo que hay cierto acuerdo entre quienes escribimos sobre ciclismo, así como por parte de muchos de los espectadores que tienen edad suficiente como para haber vivido varias épocas de ciclismo competitivo. Y además está lo otro, lo que Marcos nos advierte en su introducción, que en el pasado, antes de que hubiera irrumpido el gran hermano de la televisión o las redes sociales, la realidad y la ficción, la verdad y la leyenda, eran los materiales que se utilizaban para obtener las aleaciones con las que se construyó la historia de este deporte. Antes, hasta el realismo tomaba, en el ciclismo, el atributo de mágico. Ahora es mucho más difícil. Todo está registrado: las acciones, las conversaciones… hasta el propio esfuerzo.

"Bucle". (Imagen: librosderuta.com).

 

lunes, 31 de agosto de 2020

UN ABUELO CICLISTA

En el momento de publicar esta entrada, el blog está a punto de acumular las doscientas. Es mucho trabajo. Miles de páginas, enorme cantidad de información y también muchas imágenes. Nada de ello ha tenido nunca un interés lucrativo. Surgió por afición y como tal se mantiene. Ello no quita que esté suponiendo, en alguna medida, una especie de servicio al público, abierto y gratuito. Prueba de ello es, por ejemplo, que el número acumulado de visitas ya ande en torno a las 130.000. Una cifra insignificante si la comparamos con la cuenta mediática de cualquier “celebridad” (incluidas las “descelebradas”). Pero que se me antoja notable teniendo en cuenta que la temática (mejor dicho temáticas) del blog es muy específica, incluso “friki”. Sin embargo, a pesar de la ausencia total de remuneración (“monetización” publicitaria incluida), ocasionalmente, el blog me reporta algún tipo de “recompensa” de carácter social, informativo o de reconocimiento ajeno. Este verano, casualmente, se han producido algunos de esos “retornos”. Y uno de ellos ha resultado de especial interés.

Gracias al blog, y concretamente a la entrada titulada López-Dóriga, se puso en contacto conmigo Ricardo López-Dóriga, nieto del personaje de idéntico nombre que protagonizó aquel capítulo, acompañando a sus hermanos y padre. Tras el contacto vino un lógico encuentro, del que salió tanto bueno y compartido que, desde entonces, tales citas se están convirtiendo en una buena costumbre. Estoy seguro de que, indirectamente, los lectores del blog irán sacando provecho de nuestra novedosa relación a través de muchas pistas que se podrán ver reflejadas en futuras entradas. Y, precisamente, esta es una de ellas.

A los pocos días de conocernos, Ricardo me habló de su amigo Manuel, que andaba intentando recuperar algo de información sobre el pasado ciclista de su abuelo materno. Sabía poco de él, y menos aún de su relación con el ciclismo. Ricardo nos presentó a ambos, y la cita, en sí misma, se convirtió en otro gran hallazgo, con bastantes puntos de encuentro y una nueva fuente de inspiración e información. Todo ello relacionado con muchos asuntos que me interesan normalmente. Lo que a continuación presento es una modesta semblanza ciclista del abuelo de Manuel. Alguien que, a pesar de su corta vida, tuvo cierta relevancia en el ciclismo regional en Cantabria, un ciclismo que, se hace necesario recalcar, podría considerarse como de los más pujantes de España en aquella época.

Manuel Lavín San Román nació en Santoña en el año 1906 o 1907. Ya de chaval empezó a trabajar en el taller de reparación de barcos de su padre (supongo que pesqueros), cometido que simultaneaba como podía con su gran afición al ciclismo. Debía ser un chiquillo bastante enérgico y rápido, tal y como más tarde demostrarían su práctica ciclista y la buena planta que adquirió de adulto, con un considerable parecido con Errol Flynn. No es que esto último lo diga yo por capricho, sino que incluso he dado con algún comentario al respecto por escrito.

 

Errol Flynn montando en bicicleta. Nos podemos hacer una idea... (Imagen: Ridesabike.com (Warner Bros. Circa. 1938)).

Tal energía, en ocasiones mal dirigida por personas que pudieron influenciarlo, a punto estuvo de meterlo en un buen lío cuando apenas se asomaba a la adolescencia. Prefiero no contarlo para no despertar susceptibilidades, pero, afortunadamente, no llegó la sangre al río, el chaval debió de sacar buena lectura del susto y fue convenientemente cubierto y, seguramente asesorado, por mejores y menos exaltadas compañías. Quizás gracias a eso, y a su incuestionable afición, encontró en la bicicleta una buena manera de dar rienda suelta a sus pulsiones de actividad.

Manuel Lavín inició su carrera formal como ciclista en el año 1925, a los 18 o 19 años de edad. Su debut como “neófito” lo hizo pedaleando sobre una bicicleta Alcyon, una de las marcas más prestigiosas de los años veinte y treinta, gracias al potente equipo que dicho fabricante solía inscribir en el Tour de Francia. El santoñés de presentó al Campeonato Regional que se celebró sobre lo que en aquella época era un recorrido muy clásico: Santander – Laredo – Santander, de 100 km. La prueba, como casi siempre solía ocurrir, experimentó algunas variaciones en su cabeza, pero manteniéndose casi todos los competidores bastante juntos hasta el paso por Laredo. Fue al regreso por Treto donde se rompió el grupo, desatándose las verdaderas hostilidades. Antes de llegar a Jesús del Monte, César Moll, un ciclista curtido, de Colindres, que siempre solía estar entre los puestos destacados y las luchas de cabeza, desfalleció, sin poder seguir la estela de Victorino Otero que, a partir de ese momento, se dirigió hacia la meta en solitario. Fue aquella una jornada ciclista muy dura y sacrificada a causa de la lluvia, el viento en contra durante todo el regreso y el barro acumulado por las carreteras que, según la prensa de la época, en general, presentaban un estado bastante lamentable. Hizo mucho frío y se produjeron muchísimos abandonos a lo largo de la prueba. Como se desprende de la clasificación, las diferencias fueron muy grandes, característica común de las etapas o carreras en las que el clima se empeñaba en castigar a los ciclistas. Lavín, no solo aguantó, sino que compitió y brilló. Más, desde luego, que otros dos neófitos paisanos de Santoña (Luís Ibáñez y Emilio Inestrillas). Gracias a ello logró un meritorio sexto puesto absoluto y, de paso, el Campeonato Regional de Cantabria en la categoría de Neófitos. El chaval apuntaba maneras.

Clasificación:

  • 1º V. Otero  3h 41’ 20”.
  • 2º V. Eguren 3h 48’ 47”.
  • 3º R. Gómez  4h 01’ 37”.
  • 4º C. Moll 4h 02’ 54”.
  • 5º F. Sierra 4h 05’ 08”.
  • 6º M. Lavín campeón neófito 4h 07’ 32”. El siguiente,  Alfonso  Tejerina (un 3ª) a cinco minutos de Lavín.

 

Manuel Lavín enfundado en un Maillot de Alcyon, posa con un compañero y una bicicleta. (Foto: archivo familiar).

En aquella época no todos los corredores disponían de bicicleta propia. Algunos las alquilaban para poder competir. Desde luego, sabemos que en Santoña había disponibilidad de ellas en régimen de alquiler. De todas formas, probablemente debido al rendimiento demostrado en aquel campeonato, para la temporada siguiente, de algún modo, Lavín fue “fichado” por Manuel Muñoz (de Torrelavega) para que compitiera con su “bicicleta”. La historia de las bicicletas Muñoz es confusa y está muy cerca de perderse para siempre. Es muy probable que el establecimiento Manuel Muñoz de aquella época sea el mismo que todavía sobrevive en Torrelavega, aunque no tengo la certeza absoluta de ello.

“Cuatro generaciones de una misma familia han pasado ya por entre los mostradores de la calle José María Pereda, en Torrelavega. Pero sólo una de ellas fue la que escribió la primera página de esta historia, hace hoy más de cien años. La fecha apenas se sabe con exactitud, pues en aquellos inicios de siglo XX los únicos papeles que contaban eran los acuerdos verbales. Manuel Muñoz abría al mundo las puertas de su tienda.

En un principio, fue la calle La Estrella la encargada de dar cobijo a los mil y un objetos que Manuel tenía pensado vender. Desde máquinas de coser a bicicletas Peugeot, pasando por relojes, gafas… Pero si hay algo que le haya dado a esta historia un hilo conductor, es el sonido. Gramófonos y radios se agolpaban en su comercio, dando espacio también a los discos de pizarra, los primeros que se vendieron en toda la región. […].

Los avatares de la vida conducen a Manuel Muñoz a quedar ciego. Tiene que legar el negocio a su hermano. Pero él no quiere abandonar del todo la actividad, máxime porque su hijo, también Manuel y también Muñoz, comenzaba a afrontar la vida en pareja. Es entonces cuando la historia empresarial de la familia se topa de bruces con el comercio que todavía hoy tiene sus puertas abiertas de par en par: Sonido Manuel Muñoz, en la calle José María de Pereda, por aquel entonces conocida como Plaza Mayor.

El calendario marca el uno de mayo de 1946. El día del trabajador de hace hoy más de 60 años. El interior de la tienda se dibuja de una manera muy similar a aquel de la calle La Estrella. Se introducen las novedades de la época. Carritos de niño, bicicletas más modernas, radios en los que el nombre del vendedor está clavado, en forma de chapa metálica, en la parte superior del dial”. (Juan Dañobeitia, en Cantabria Negocios).

 

Escaparate del comercio Manuel Muñoz (ya en su segunda localización). (Imagen: cantabria.negocios.destacada).

Sobre la historia del comercio a partir de 1946, la información existente es bastante más precisa, pero en lo que aquí nos ocupa, lo interesante se corresponde con la década de los años veinte del siglo XX. Que el primer Manuel Muñoz vendiera “de todo” tipo de maquinaria, y eso incluyera bicicletas, máquinas de coser y otras “novedades”, no ha de sonar extraño porque entonces muchos eran los fabricantes que se dedicaban a la manofactura de tales mecanismos. Lo de las máquinas de coser, armas y bicicletas procedentes de una misma factoría ha sido algo muy habitual en la historia industrial del ciclismo. Sin ir más lejos, otro negocio cántabro longevo que ya funcionaba en Santander por aquella época era “Moto – pié- salón”, cuyo nombre ya sugiere que allí se vendía variedad de mercancía del mismo estilo.

En cuanto a su periodo de destacada especialización en artículos de sonido, me cabe la razonable duda de si una pequeña colección de discos de pizarra que nos ha quedado como parte de un legado familiar, procederían del comercio Muñoz o no. La posibilidad está ahí. Se trata de un lote de pesados discos de pizarra, que funcionan a 75 r.p.m., enfundados en papel de estraza (todo bastante casero), con grabaciones de canciones montañesas interpretadas (y la mayoría compuestas) por Aurelio Ruiz. Los discos los escuchaba “El Tío Francisco” (un pariente por parte materna) en una gramola que no ha sobrevivido. Aurelio Ruiz se retiró de la canción folclórica cumplidos los 90 años. Tuvo una fuerte vinculación con Pesquera, el pueblo de mi madre. Por eso mismo, ella y sus hermanas siempre se han dado por aludidas, orgullosamente, cuando se ha mencionado una mítica estrofa de Aurelio:

“Si vas a Reinosa, 
Párate en Pesquera, 
Verás que mozucas, 
Más guapas te esperan”.

En aquellos tiempos, la opción comercial, medianamente sofisticada, por parte de los habitantes de Pesquera para ir a comprar algún tipo de aparato era Reinosa. Y sí allí no lo hubiera (como bien podría ser el caso de la gramola y los discos), Torrelavega o Santander (por ese orden). La vinculación de mi familia materna con Torrelavega ha sido y es muy fuerte, y si Muñoz llegó al nivel de especialización que aseguran, en cuestión de género “audio”, sospecho que esa reliquia de discos proviene de allí.

Pero, lo que desde nuestro punto de vista resulta más interesante ¡y enigmático! Es que cuando Lavín, en la temporada de 1926, fue contactado por Muñoz, empezó a aparecer en las clasificaciones de las carreras en la prensa como ciclista sobre bicicleta “M. Muñoz”, mientras que la mayoría figuraban con Alcyon, Labor, Delage, Thomman, Favor, Peugeot, etc. Aunque pudiera darse el sorprendente caso de que Muñoz fabricara (o encargase fabricar) bicicletas para darlas su propia marca, me parece muy improbable. Otra cuestión es que cediera bicicletas de las marcas que vendía, decoradas con publicidad propia, o que, simplemente, hiciera figurar su nombre como marca en los anuncios de prensa y en las clasificaciones de las carreras.


Insignia frontal de las bicicletas Miguel Muñoz. La que se fijaba en el tubo de dirección. (Imagen: colección particular de Vicente Ferrer).

 

Anuncio de prensa de bicicletas M. Muñoz, aprovechando un triunfo de Lavín en 1926.(Imagen: El Cantábrico).

Volviendo a Manuel Lavín, a lo largo de 1926 demostró que su papel previo como neófito no había sido casual, sino una evidente muestra de calidad. Aquella temporada corrió bastante y lo hizo bien, entrando, con claridad, en el selecto grupo de los mejores corredores de la región, pese a tratarse de su segundo año como ciclista.

En mayo participó en la prueba “El Escritorio”, sobre recorrido Santander-Solares-Sarón-Torrelavega-Santander. En ella, los vascos Cepeda y Suárez mandaban en cabeza, llevando a rueda a Vicente Trueba y a César Moll. Por detrás, Lavín y Madrazo ejercían de pareja perseguidora, mientras que el resto de participantes andaba desperdigado más retrasado. En la Pajosa se produjeron tres ataques sucesivos de Cepeda que únicamente Suárez fue capaz de aguantar. Como consecuencia de ellos, ambos tiraron desde allí, a relevos, hacia Santander. Finalmente ganó Cepeda, Suárez cayó, aunque se reincorporó a tiempo para hacer segundo y por detrás los estuvieron persiguiendo, también a relevos, Moll y Trueba, que acabaron entrando en ese mismo orden. Lavín hizo quinto en solitario.

  • 1º Francisco Cepeda 2h 35’ 24”.
  • 2º Jacinto Suárez 2h 36’ 23”.
  • 3º César Moll 2h 36’ 30”.
  • 4º Vicente Trueba 2h 37’ 51”.
  • 5º Manuel Lavín 2h 38’ 15”. El siguiente llegó a 2’15” y así hasta 26 supervivientes de  53 participantes.

A primeros de junio regresó a la competición en la II Prueba Ignacio Morales, organizada por la Unión Ciclista Montañesa, sobre 65 km de recorrido y con 43 inscritos. En aquella ocasión Moll aguantó a Arrieta hasta Puente Arce, pero por allí “petó” de tal modo que hasta se detuvo, como esperando a Vicente Trueba, que había estado en cabeza con ellos gran parte de la ruta. Entonces siguieron juntos, pero, en la Pajosa, Moll volvió a ceder claramente y Trueba se fue segundo en solitario.

“Trueba, desde la Pajosa, supo guardar la distancia de desventaja sobre el fugitivo y sobre el perseguidor, que si primero fue César (Moll), en Ojaiz y Peñacastillo lo era ya el santoñés Lavín, que el domingo consiguió uno de sus más dorados sueños; vencer al comarcal Moll, consiguiéndolo con todo el valor y el mérito que este muchacho hizo en carretera”. (Pepito Pedal).

  • 1º Domingo Arrieta (3ª) 2h 12’ 8”.
  • 2º Vicente Trueba (3ª) 2h 12’ 30”.
  • 3º Manuel Lavín (3ª) 2h 13’ 24”. A Moll todavía le rebasaron cuatro ciclistas más. En la carrera participaron al menos otros dos santoñeses: Emilio Alonso y Alfonso Tejerina (7º).

Aquel fue un excelente resultado ante un plantel de corredores realmente serio. Como era habitual, durante el transcurso de la carrera se produjeron bastantes averías, aunque no tantas entre los supuestos favoritos, entre los que hubo varios vizcaínos (ellos sí trabajando en equipo).

“Los Montañeses. Vimos en ellos lo de siempre: esa falta de ayuda mutua, que tan necesaria es en todas las pruebas donde participan elementos de otras regiones, Ni aun los mismos compañeros de club se prestaron apoyo en ningún momento […] todos los equipos trabajaron por el triunfo personal y no por el del club cuyos colores defienden”. (Sanroma, El Cantábrico).

Poco tiempo después, todavía en el mes de junio, se celebró el Campeonato Provincial (tengo dudas sobre esto, ya que en agosto hay crónicas del Campeonato Regional). El pelotón rodó tranquilo hasta Laredo, a partir de donde se desataron las hostilidades. Otero se escapó (era muy superior, pero no se jugaba el título por ser nacido fuera de Cantabria). En la disputa fueron cayendo algunos: primero Schuman, luego García, más tarde Liaño, etc. La meta estaba situada en la Alameda, donde José Castanedo se alzó con el título (“un jovenzuelo a quien apadrinaba Sebastián Torcida”) al llegar segundo, con un tiempo de 3h 46’ 40”. Otero había tardado 3h 40’. Prieto fue tercero con un tiempo de 4h 02’ 03”, y Lavín 4º en 4h 10’ 11”.

Ya en julio se celebró el II GP Delage, también, como la mayoría de las carreras, organizada por la Unión Ciclista Montañesa. Contó con 36 inscritos y un recorrido con paso por Santander - Santillana – Cabezón de la Sal – Renedo – Astillero - Santander. A la altura de Requejada, Lavín iba en el grupo cabecero, mientras que César Moll lideraba el de caza. En Barreda se juntaron ambos grupos. Como ejemplo de los avatares menores que solían suceder en aquellas pruebas valga esta muestra:

“Mena sufre caída sin consecuencias subiendo a Viveda. Barredo se apea para amarrar los pantalones de paseo que lleva como equipaje. Moll se apea para una necesidad y vuelve a tomar contacto fácilmente con el grupo director […]”. (Pepito Pedal, La Atalaya).

En Viveda “Pincha Lavín y repara al estilo de los ases, pues lo hace con una rapidez portentosa”. Recupera al grupo cabecero en Oreña, pero, llegando a San Vicente, “El favorito Lavín tiene la desgracia de romper su horquilla y abandona”. Ganó Moll al sprint a Pepe y Vicente Trueba y otros tres más. Leyendo la crónica de aquella carrera comprobamos que el reportero Pepito Pedal (Román Sánchez Acevedo) se declara fan de Lavín. Se nota perfectamente que le agrada el estilo de corredor que demuestra, porque siempre habla bien de él y lo premia con frases y atributos elocuentes. Resulta evidente que lo consideraba como uno de los corredores más brillantes de aquellos momentos. Y Pepito Pedal tenía buen ojo para eso.

En agosto de celebró el Campeonato Regional en Colindres. Lo ganó, por tercera vez, Victorino Otero, y lo hizo dando la cara en cabeza en todo momento. Vicente Trueba, que en aquella época solo era uno más entre los destacados, hizo 5º, mientras que Moll 12º. Lavín no tuvo suerte aquel día, aunque no dejó de demostrar calidad. En Alto Marín (cerca de Hoz de Anero), pinchó. Más tarde:

“Saliendo de la población (Pámanes). Llega Lavín a tren fuerte, y exclama: ¡Creí que no los cogía ya…!. Respiró el muchacho en medio de una densa nube de polvo amarillento y un nuevo pinchazo le detiene. Lavín, el hombre, comprendió que él podría luchar contra aquellos compañeros ciclistas, pero no contra los elementos, y apesadumbrado de su desgracia, anunció que abandonaba. Y así lo hizo este bravísimo santoñés, a quien la carrera del domingo le tenía reservado un puesto de los de honor”. (Pepito Pedal).

Ya en Septiembre se celebró la I Prueba Portus Victoria. Fue organizada por cuatro Santoñeses. Para mí es importante saber que uno de ellos fue un tal Ignacio Oliveri. Los Oliveri son una rama familiar procedente de Sicilia. Una de aquellas sagas que llegaron a Santoña (y otras villas marineras del Cantábrico) para la explotación de la anchoa.

“Aquellos pioneros salazoneros enviados por sus fábricas de origen tenían un mucho de agentes comerciales. Su misión consistía en contratar la pesca o pagar al pescador para que capturara anchoa, en alquilar un almacén (lo decían 'magasin') donde salazonar, y en emplear a las mujeres de los pescadores para realizar el trabajo. También se responsabilizaban de embarcar la salazón en los vapores que recorrían el Cantábrico con destino a Italia.

De hecho, es a aquellos primeros sicilianos a quienes se debe que el bocarte sea objeto de captura en el Cantábrico; fueron ellos los que enseñaron las técnicas de pesca de esa especie, e incluso los que instruyeron sobre la forma de aquellas redes de cerco y el empleo de los aparejos. Y a ellos, a uno de ellos -a Giovanni Vella Scatagliota-, se debe el diseño y elaboración de los filetes de anchoa en aceite en 1883 que hoy conocemos y que revolucionó el sector conservero y la dedicación de la flota pesquera.

Por importar, los sicilianos hasta importaron el modelo de envase para las anchoas en salazón que ellos empleaban en Italia, y que requirió la llegada de maestros barrileros para enseñar su elaboración”. (Teodoro San José, Diario Montañés).

El tal Ignacio Oliveri ¡seguro! Fue miembro de alguna de esas familias. Lo mismo que mi padrino, Pepe Oliveri (no todo el mundo por aquí puede presumir, como yo, de haber tenido un padrino siciliano), ingeniero que, con el tiempo, acabó fundando una empresa que nada tuvo que ver con la anchoa, en Valladolid. Lo que no sé, pero quizás algún día me tome la molestia de averiguarlo, es si Ignacio, el co-organizador de la carrera Portus Victoria, tenía algún parentesco directo con mi padrino. Es más que probable porque, por lo que hasta ahora sé, el padre de mi padrino vino a Santoña a trabajar directamente desde Sicilia, cuando ya era un profesional del ramo de las anchoas.

En aquella ocasión hubo 22 participantes. Manuel Lavín, seguramente espoleado por estar en su localidad, encabezó el grupo y lo lideró hasta Hoz de Anero. Más tarde lo hizo Eguren, pero enseguida, otra vez, Lavín.

“Y de esta suerte se ataca El Bosque en cuyo final se entabla el duelo Trueba-Lavín, ambiciosos ambos por ser ellos los que primero coronaran el famoso alto. Y el santoñés se distingue en primer término, para descender por la retorcida pendiente, camino de Solares, donde el pueblo ovaciona a los guerreros…”.

A mitad de prueba iban abriendo la marcha, indistintamente, Lavín y Eguren, hasta que se produjo un ataque de Gutiérrez y Trueba. Lavín se quedó algo rezagado por detrás (seguramente como consecuencia de los excesos cometidos hasta ese momento). El resultado final fue el siguiente: Antonio García vencedor con Vicente Trueba como segundo clasificado. Pese a todo, Manuel Lavín (que era de 3ª categoría) acabó séptimo, a 9 minutos del primero y a 4 min de Fernando  Sierra (un 2ª)  que fue sexto.

No sé en qué fecha, pero también aquel mismo año (1926), se celebró la Prueba Otero-Payan de 69km de recorrido. Aquel fue uno de sus mayores éxitos pues acabó clasificado como primer Montañés y segundo absoluto en la General. El ganador fue, nada menos que, el exitoso Francisco Cepeda (del Athletic Club), que invirtió un tiempo de 2h 44’. Con cinco minutos de ventaja sobre Lavín que, a su vez, aventajó a los tres siguientes en 7 minutos.

Como consecuencia de todos los logros acumulados a lo largo de aquella temporada, a final de año consiguió ascender de categoría (de tercera a segunda), tras haber acumulado seis “puestos” (ignoro lo que significaba exactamente, si directamente pódium o entre cuántos de los primeros clasificados en cada carrera), por decisión de la Asamblea del Comité Regional Ciclista.

Para la temporada siguiente, la de 1927, Manuel Lavín cambió de montura, tomando el manillar de una bicicleta Jean Louvet.

 

Bicicleta Jean Louvet de 1927 bien restaurada. (Imagen:velosvintage.over.blog.com).

 


Detalle de la bicicleta Jean Louvet. Victorino Otero corrió también con bicicletas de esta marca en sus últimas temporadas. En Cantabria las distribuía el Garage Palace, situado en la Calle Calderón de la Barca de Santander. (Imagen:velosvintage.over.blog.com).

 

Interesante detalle de la misma bicicleta: piñón fijo a la izquierda, para dar vuelta a la rueda si se "pasaba" el piñón y poder continuar. Y tres coronas (sin cambio) a la derecha. Se podía cambiar a mano bajándose de la bicicleta, soltando las palomillas y utilizando la longitud de las patillas para poder tensar la cadena. Además de la pérdida de tiempo, la diferencia de número de dientes de las coronas no puede variar mucho. (Imagen:velosvintage.over.blog.com).

 

Maillot de equipo oficial de Jean Louvet. Lo he visto en otras ocasiones con el tono verde notablemente más claro. (Imagen:velosvintage.over.blog.com).

Apenas he encontrado referencias de prensa sobe aquella temporada, y eso que, después de todo, fue entonces cuando logró su mayor éxito deportivo. Allá por el mes de abril ganó el Campeonato de Cantabria absoluto, venciendo incluso la carrera, a pesar de la presencia de Victorino Otero en la misma. Aunque todo hay que decirlo, a tenor de lo comentado por la prensa de la época, al leonés “de Torrelavega” parecía haberle llegado ya la hora de su retirada. Lo hizo al año siguiente a final de temporada.

“Otero apareció en plena decadencia clasificándose décimo […]. Mientras que Otero labraba en derrota viendo cómo se le escapaban irremisiblemente los  jóvenes de ambición y de fuerzas en la plétora, Lavín construía su corona de Iaurel”.

“Poca, pero buena gente, salió de Santoña para correr y disputarse el Campeonato que el Comité de la «Uve» organizó entre Santoña-Santander-Santoña, con unos 100 kilómetros de recorrido.

La primera mitad, hasta Cuatro Caminos, se hizo lentamente, respetando al fuerte viento que acotaba a los «routieres». Y mientras se anduvo poco, Otero pudo seguir en pelotón y hasta ganar una prima en Cajo y virar el primero en Santander. Pero al regreso, cuando las inquietudes se desbordaron en quienes se creían capaces de conquistar el título regional, Victorino se vio traicionado de sus piernas, tantas veces fieles y quedó desbordado, poco menos que a la deriva. Cuatro, seis, hasta nueve, le dieron la espalda. Y así, en esta posición mediocre para cualquiera y para él, de franca derrota, llegó a Santoña.

La villa pescadora, mientras que aplaudía a su ídolo, presentándose victorioso, comentaba apenada la actuación del famoso «routier» que se apaga.

En medio de clamorosa ovación, y en un momento de emoción inmensa, se presentaron a la llegada en la alameda de Manzanedo Lavín y Moll en sprint. Y ocurrió lo inesperado. Que Lavín venció a Moll en el corto esfuerzo final, proclamándose campeón el santoñés.

La clasificación fue como sigue:

  • 1.      Manuel Lavín campeón, que sobre “Jean Louvet” empleó en el recorrido de 96 km 3 horas, 32 minutos y 37 segundos.
  • 2.       Cesar Moll (de Colindres), en 3 horas 32 minutos y 38 segundos. 
  • 3.       José Trueba, en 3 horas 32 minutos y 51 segundos.
  • 4.       Vicente Trueba, en 3 horas 32 minutos y 52 segundos.
  • 5.       Ramón Herrera en 3horas 33 minutos y 14 segundos.
  • 6.       Rufino Herrera 3horas 34 minutos y 28 segundos.

A continuación fueron clasificados Manuel Sierra,  Eleuterio Gómez, Manuel Torre, Victorino Otero, Villegas, G. Quevedo, Antonio Pereda, Daniel Blanco, Andrés Fernández y Severiano Llorente”. (“El Mundo Deportivo”).

Otra crónica nos informa de que, durante la primera parte de la carrera, el propio Lavín sufrió varios pinchazos que le obligaron a tener que remontar posiciones. También de que aquel día el recorrido se vio endurecido por el viento sur reinante, y que el título se dirimió, finalmente, en un emocionante sprint entre Lavín y Moll.

 

Manuel Lavín. Fotografía de prensa en su victoria del Campeonato Regional absoluto de 1927.

Y es que entre Manuel Lavín y César Moll podemos imaginar cierta rivalidad. Una rivalidad que, ya lo hemos visto, los corresponsales de prensa dejaban entrever de vez en cuando. No tenemos más pistas sobre ello, por lo que no hay certezas del grado de intensidad de esa supuesta rivalidad, como tampoco del talante de la misma: si sana y amistosa, o picajosa y mal encarada. Pero podemos jugar a imaginar sobre ello. Para empezar, Moll ya era un corredor consagrado cuando Lavín irrumpe, con temprano éxito, en la escena. Quizás el primero pudiera ver como una amenaza juvenil al segundo, en plan de “los jóvenes que vienen pisando fuerte”. Después está el asunto de su cercanía geográfica de procedencia y vecindario. Moll de Colindres y Lavín de Santoña. El que inicialmente pudiera haber estado representando las aspiraciones de la comarca oriental de la región, quizás pudiera haber sido desplazado por la joven revelación, generando, de paso, un nuevo fenómeno de hinchada, consistente en atomizar el respaldo de la afición. Una evolución desde un apego a ciclistas representantes de comarca, hacia otro vinculado a ciclistas representantes de localidad. Esto del empleo de figuras deportivas para alimentar el corporativismo es un fenómeno muy habitual, y rápidamente “inflamable”, que encontramos en todo tipo de nacionalismos (grandes y pequeños) y localismos.

Pero es que, además de todo lo anterior, ambos ciclistas parecían mantener niveles de rendimiento parecidos, lo cual les hacía coincidir bastante en las disputas. Tanto en momentos clave intermedios durante las carreras, como, muy especialmente, en algunos finales. Así que, la posible rivalidad derivada de causas de edad y geografía veía añadida una razón puramente deportiva. Y, para colmo, corrían con los colores de equipos y/o marcas de bicicletas diferentes.

 

César Moll (de Colindres), rival habitual de Manuel Lavín. (Imagen: "Cien Años de Gloria del Ciclismo Cántabro 1885-1995" Armando González Ruiz).

Pero aquello no se prolongó mucho en el tiempo. Más bien poco o casi nada, pues a partir del año 1928, Lavín parece desaparecer de las crónicas de prensa de la época. Un historiador de Camargo afirma que fue el Servicio Militar el que cortó su prometedora carrera ciclista. Es muy posible porque cuando un periódico anunciaba la inminente celebración del Campeonato Regional de 1928, a celebrar en Torrelavega,  ya explicaba que el vigente poseedor del título, Manuel Lavín, iba a estar ausente por causas sobradamente justificadas. Y es muy probable que, a partir de aquello, Lavín no volviera a la competición, centrándose más en organizar su vida para salir adelante, como enseguida veremos.

Pero antes, merece la pena plantear una breve reflexión valorativa. Si los cálculos no nos fallan, Lavín fue Neófito a los 18-19 años. Demostró estar a la altura de los mejores corredores de Cantabria en su segundo año como ciclista (con 19-20 años) y ganó el campeonato regional a los 20-21. Tanto en 1926 como en 1927 se codeó (y derrotó en ocasiones) con corredores como los dos hermanos Trueba y un ya algo veterano Victorino Otero, andando muy a la zaga de grandes figuras como la de Francisco Cepeda. Con su edad, sus tempranas demostraciones y potenciales años de mejora de rendimiento por delante, no parece exagerado conjeturar que, quizás, podría haber acabado llegando a ser una figura nacional o internacional. No hay que olvidar que algunos de los citados acabaron disputando el Tour de Francia, y Vicente Trueba, en concreto, convertido en una estrella deportiva mediática a escala internacional. Pero la historia es la que es, y una vez que traza un camino, el resto de senderos se quedan en frustrados futuribles.

 

Tour de Francia, tras una etapa: Cardona, Mateu, V. trueba, Cepeda y J. Trueba. (Imagen: "Vicente Trueba Pérez. La Pulga de Torrelavega", Ángel Neila Majada).

 

Los seis españoles que lograron finalizar el Tour de 1930: Mateu, Riera, Cardona, V. trueba, J. trueba y Cepeda. (Imagen: "Vicente Trueba Pérez. La Pulga de Torrelavega", Ángel Neila Majada).

Así que nos vamos a situar ya en la fase vital en la que Manuel Lavín organiza su vida no deportiva, que como en el caso de muchos otros ciclistas de la época, fue planteada vinculándola con la bicicleta. Cuando Lavín tiene que buscarse la vida laboral, recibe la ayuda del omnipresente (en eso de cuidar, mimar, promocionar y sostener el ciclismo) Ricardo López-Dóriga. Sí, los encuentros actuales con los que inicié este relato tuvieron un evidente paralelismo un par de generaciones antes. Ricardo le propone hacerse cargo de un almacén de recambios situado en la “acera de Villalobos” frente al cine (o salón) Romea, en Muriedas Bajo. Sin embargo, Lavín, fiel a su pasión y sus competencias, opta por transformarlo en un taller de bicicletas al que llama “Garaje Lavín”.

“Decir entonces ‘ir a donde Lavín’ era sinónimo de garaje de bicis por antonomasia; tal era la fama que por su seriedad y eficacia adquirió aquel santoñés de pro entre nosotros: amable y perspicaz, al servicio de su numerosa clientela, cuando el medio de transporte más generalizado era la humilde bicicleta, antes de la era de los ciclomotores y lejos aún de los automóviles, entonces sólo para pudientes”. (Manuel Bermejo).

Más que probable refuerzo de la teoría que nos sugiere que Lavín dejó pronto de correr y, seguramente, se puso a trabajar por cuenta propia finalizado su Servicio Militar (que entonces debía de tener una duración activa de dos años) es el hecho de que en 1930 aparezca ya mencionado ofreciendo formalmente primas en algunas carreras ciclistas. Tal fue el caso del Campeonato para Neófitos celebrado en Santoña. Él premió a cada ciclista que coronase en cabeza cada paso por la cumbre del Portillo (se trataba de una prueba con recorrido de circuito de varias vueltas).

Me resulta simpática la anécdota porque ese modesto alto del Portillo, frondoso y tranquilo actualmente, es escenario frecuente de mis paseos ciclistas. Lo incluyo cuando no tengo tiempo para una salida demasiado larga, o cuando escojo un circuito muy variado para probar alguna bicicleta de carretera tras un proceso de restauración.

Manuel encontró novia en Maliaño y se casó. Su mujer se llamaba Eusebia Rivas Valle. Del matrimonio nació Mª del Carmen Lavín Rivas, madre del actual Manuel. Desgraciadamente, Eusebia falleció muy joven, cuando su única hija apenas tenía dos años de edad. A pesar del infortunio, Manuel Lavín se mantuvo aferrado a su negocio y pendiente del ciclismo regional. Cuentan que, de vez en cuando, hacía una especie de apuesta-alarde, consistente en ascender la cuesta del Alto Maliaño pedaleando de espaldas. Y en 1933, cuando se produjo un masivo y celebrado homenaje a Vicente Trueba por sus hazañas en el Tour de Francia, Lavín figuró entre las celebridades ciclistas que acompañaron al “Rey de la Montaña”.

 

Este no es Errol Flynn, sino el auténtico Manuel Lavín, con su primera hija Mª del Carmen (la madre del Manuel actual). (Imagen: archivo familiar).

Bermejo menciona las delicadas labores de fileteados y pintura en los cuadros de los ciclistas que acudían al taller, donde estuvieron como pinches “Dito” Santamaría y “Chito” Álvarez, siendo el primero de ellos sustituido más tarde por “Chus” Martín, sobrino de Fe Castillo Solana, segunda esposa de Lavín. Ella era de Galizano, donde el matrimonio iba a pasar algunos fines de semana a una finca que tenían en la que, además, plantaban patatas. De las antiguas patatas de Galizano yo ya tenía noticias porque el bisabuelo de mi mujer, que también procede de Galizano, fue pionero en su época en la plantación de patatas por allí, algo que, por lo visto, fue objeto de algunas críticas locales por parte de gentes de menor visión de futuro, tal y como posteriores periodos se encargaron de demostrar.

“Novedad también en Ribamontán al Mar es el cultivo de la patata. Muy reducido su cultivo, hasta el punto de recibirla de Reinosa en Invierno, se extiende considerablemente a partir de 1931, coincidiendo con la repartición de uno de los montes comunales.

El cultivo se hace en el monte con preferencia al llano. Roturando el suelo, se planta de patatas dos o tres años, y después, agotada la tierra, se deja crecer la hierba y se convierte en prado cuatro o cinco años, pasados los cuales se vuelve a sembrar de patata. La elevación de los precios explica el acierto de su cultivo, cuya producción en 1948 llega a las 1500 toneladas”. (José Luis Sánchez Landeras: “Ribamontán al Mar en su historia”. Ed. Tantín. Santander, 1986).

Así pues, aquí los vínculos emocionales vuelven a hacerse insistentes, porque durante aquellos fines de semana Lavín se movía por Galizano en bicicleta, el pueblo en el que resido desde hace ya más de veinte años. La vinculación del ciclista con Galizano procedía ya de su primera esposa que, recordémoslo, incluía Rivas entre sus apellidos. La familia Rivas continúa siendo vecina del pueblo. Lo es desde hace generaciones. Fui prácticamente vecino de los actuales Rivas hace años, casi cuando empecé a residir allí. Aunque la familia se dedica ahora a otros negocios, la estirpe familiar estuvo siempre vinculada al trabajo con el metal: forjados y herrería. A eso se dedicó Lorenzo Rivas y, posteriormente, quien para mi familia política es Paco “El Herrero”. Uno de ellos, no tenemos del todo claro quién, fue el artífice de unas piñas de fundición que decoran las verjas y el balcón de la casona de la familia.

 

Una de las piñas de fundición que decoran la casona de Galizano.

Para ir acabando esta historia, no está de más añadir que “Aquel famoso garaje era punto de reunión de corredores y aficionados al ciclismo, deporte en el que su dueño seguía activo como asesor muy solicitado en la organización de carreras, hasta que él mismo empezó a montar la competición anual de realce de las fiestas de San Juan […]. Los mejores corredores de entonces (Calva, Covarrubias y Sánchez entre los más destacados, junto con otros que no llegamos a nivel tan alto) por parte local, y los hermanos Expósito, San Miguel, Marotías, Gutiérrez y El Cholo y El Chato entre los montañeses famosos de la época, aparte de los llamados “ases”, participaban, año tras año, en aquella prueba incluida en el calendario provincial como fija”. (Manuel Bermejo).

Parece que la edición más sonada fue la de 1949, pues en ella tomó parte el mismísimo Loroño, toda una “vedette” nacional. Fue además la última prueba que Lavín pudo organizar y disfrutar, pues falleció un mes después de la misma, a los 42 años, a causa de una afección estomacal. Aunque un vecino de Muriedas me ha comentado que la causa del fallecimiento fue un ataque de apendicitis no atajado a tiempo.

“El héroe de la prueba fue mi gran amigo el astillerense Gutiérrez, quien de entre un grupo de notables y pasivos contrincantes salió sólo a cazar a un escapado Loroño, dándole alcance en el alto de la Venta de la Morcilla cuando el vasco iba tocado por una monumental “pájara”. Solamente le aguantó Jesús Morales, para batirle en la meta de Muriedas Bajo a la que llegaron ambos destacados”. (Manuel Bermejo García. “Mi Camargo de ayer”. Muriedas, 2007).

Aparte de este pedazo de buena historia ciclista y de haber protagonizado un papel más que relevante durante una época muy interesante del ciclismo de Cantabria, el legado de Lavín siguió su curso. En lo que respecta a la supervivencia del taller de bicicletas el relevo vino de la mano de los hermanos Pedro y “Carlines” Fernández. El segundo de los cuales, incluso, instaló un torno para la fabricación de piezas industriales más allá de lo relativo a la mecánica ciclista. En cuando a lo familiar, su viuda fue educando a los hijos (cuatro más del segundo matrimonio) hasta consolidar lo que posteriormente se fue convirtiendo en una familia progresivamente más ramificada. Una parte de la misma la representa Manuel, quien, mostrándose orgulloso, interesado y apegado a la historia de sus antepasados, me pidió, por favor, que intentase escarbar algo en su pasado ciclista. El ejercicio indagador ha resultado entretenido y me ha premiado, además, con algunas pinceladas de recuerdos familiares propios. Entretanto, la saga familiar del ciclista es prometedora porque hace ya tiempo que “cabalgan” por ahí bisnietos de Manuel Lavín, algunos de los cuales, por cierto, decidieron sustituir los sillines de cuero sobre los que acostumbraba a sentarse su antepasado, por las, también dinámicas, sillas de montar de los ponis de raza Welsh Mountain (inicialmente) y los caballos de competición cuando los chavales fueron creciendo.