lunes, 31 de agosto de 2020

UN ABUELO CICLISTA

En el momento de publicar esta entrada, el blog está a punto de acumular las doscientas. Es mucho trabajo. Miles de páginas, enorme cantidad de información y también muchas imágenes. Nada de ello ha tenido nunca un interés lucrativo. Surgió por afición y como tal se mantiene. Ello no quita que esté suponiendo, en alguna medida, una especie de servicio al público, abierto y gratuito. Prueba de ello es, por ejemplo, que el número acumulado de visitas ya ande en torno a las 130.000. Una cifra insignificante si la comparamos con la cuenta mediática de cualquier “celebridad” (incluidas las “descelebradas”). Pero que se me antoja notable teniendo en cuenta que la temática (mejor dicho temáticas) del blog es muy específica, incluso “friki”. Sin embargo, a pesar de la ausencia total de remuneración (“monetización” publicitaria incluida), ocasionalmente, el blog me reporta algún tipo de “recompensa” de carácter social, informativo o de reconocimiento ajeno. Este verano, casualmente, se han producido algunos de esos “retornos”. Y uno de ellos ha resultado de especial interés.

Gracias al blog, y concretamente a la entrada titulada López-Dóriga, se puso en contacto conmigo Ricardo López-Dóriga, nieto del personaje de idéntico nombre que protagonizó aquel capítulo, acompañando a sus hermanos y padre. Tras el contacto vino un lógico encuentro, del que salió tanto bueno y compartido que, desde entonces, tales citas se están convirtiendo en una buena costumbre. Estoy seguro de que, indirectamente, los lectores del blog irán sacando provecho de nuestra novedosa relación a través de muchas pistas que se podrán ver reflejadas en futuras entradas. Y, precisamente, esta es una de ellas.

A los pocos días de conocernos, Ricardo me habló de su amigo Manuel, que andaba intentando recuperar algo de información sobre el pasado ciclista de su abuelo materno. Sabía poco de él, y menos aún de su relación con el ciclismo. Ricardo nos presentó a ambos, y la cita, en sí misma, se convirtió en otro gran hallazgo, con bastantes puntos de encuentro y una nueva fuente de inspiración e información. Todo ello relacionado con muchos asuntos que me interesan normalmente. Lo que a continuación presento es una modesta semblanza ciclista del abuelo de Manuel. Alguien que, a pesar de su corta vida, tuvo cierta relevancia en el ciclismo regional en Cantabria, un ciclismo que, se hace necesario recalcar, podría considerarse como de los más pujantes de España en aquella época.

Manuel Lavín San Román nació en Santoña en el año 1906 o 1907. Ya de chaval empezó a trabajar en el taller de reparación de barcos de su padre (supongo que pesqueros), cometido que simultaneaba como podía con su gran afición al ciclismo. Debía ser un chiquillo bastante enérgico y rápido, tal y como más tarde demostrarían su práctica ciclista y la buena planta que adquirió de adulto, con un considerable parecido con Errol Flynn. No es que esto último lo diga yo por capricho, sino que incluso he dado con algún comentario al respecto por escrito.

 

Errol Flynn montando en bicicleta. Nos podemos hacer una idea... (Imagen: Ridesabike.com (Warner Bros. Circa. 1938)).

Tal energía, en ocasiones mal dirigida por personas que pudieron influenciarlo, a punto estuvo de meterlo en un buen lío cuando apenas se asomaba a la adolescencia. Prefiero no contarlo para no despertar susceptibilidades, pero, afortunadamente, no llegó la sangre al río, el chaval debió de sacar buena lectura del susto y fue convenientemente cubierto y, seguramente asesorado, por mejores y menos exaltadas compañías. Quizás gracias a eso, y a su incuestionable afición, encontró en la bicicleta una buena manera de dar rienda suelta a sus pulsiones de actividad.

Manuel Lavín inició su carrera formal como ciclista en el año 1925, a los 18 o 19 años de edad. Su debut como “neófito” lo hizo pedaleando sobre una bicicleta Alcyon, una de las marcas más prestigiosas de los años veinte y treinta, gracias al potente equipo que dicho fabricante solía inscribir en el Tour de Francia. El santoñés de presentó al Campeonato Regional que se celebró sobre lo que en aquella época era un recorrido muy clásico: Santander – Laredo – Santander, de 100 km. La prueba, como casi siempre solía ocurrir, experimentó algunas variaciones en su cabeza, pero manteniéndose casi todos los competidores bastante juntos hasta el paso por Laredo. Fue al regreso por Treto donde se rompió el grupo, desatándose las verdaderas hostilidades. Antes de llegar a Jesús del Monte, César Moll, un ciclista curtido, de Colindres, que siempre solía estar entre los puestos destacados y las luchas de cabeza, desfalleció, sin poder seguir la estela de Victorino Otero que, a partir de ese momento, se dirigió hacia la meta en solitario. Fue aquella una jornada ciclista muy dura y sacrificada a causa de la lluvia, el viento en contra durante todo el regreso y el barro acumulado por las carreteras que, según la prensa de la época, en general, presentaban un estado bastante lamentable. Hizo mucho frío y se produjeron muchísimos abandonos a lo largo de la prueba. Como se desprende de la clasificación, las diferencias fueron muy grandes, característica común de las etapas o carreras en las que el clima se empeñaba en castigar a los ciclistas. Lavín, no solo aguantó, sino que compitió y brilló. Más, desde luego, que otros dos neófitos paisanos de Santoña (Luís Ibáñez y Emilio Inestrillas). Gracias a ello logró un meritorio sexto puesto absoluto y, de paso, el Campeonato Regional de Cantabria en la categoría de Neófitos. El chaval apuntaba maneras.

Clasificación:

  • 1º V. Otero  3h 41’ 20”.
  • 2º V. Eguren 3h 48’ 47”.
  • 3º R. Gómez  4h 01’ 37”.
  • 4º C. Moll 4h 02’ 54”.
  • 5º F. Sierra 4h 05’ 08”.
  • 6º M. Lavín campeón neófito 4h 07’ 32”. El siguiente,  Alfonso  Tejerina (un 3ª) a cinco minutos de Lavín.

 

Manuel Lavín enfundado en un Maillot de Alcyon, posa con un compañero y una bicicleta. (Foto: archivo familiar).

En aquella época no todos los corredores disponían de bicicleta propia. Algunos las alquilaban para poder competir. Desde luego, sabemos que en Santoña había disponibilidad de ellas en régimen de alquiler. De todas formas, probablemente debido al rendimiento demostrado en aquel campeonato, para la temporada siguiente, de algún modo, Lavín fue “fichado” por Manuel Muñoz (de Torrelavega) para que compitiera con su “bicicleta”. La historia de las bicicletas Muñoz es confusa y está muy cerca de perderse para siempre. Es muy probable que el establecimiento Manuel Muñoz de aquella época sea el mismo que todavía sobrevive en Torrelavega, aunque no tengo la certeza absoluta de ello.

“Cuatro generaciones de una misma familia han pasado ya por entre los mostradores de la calle José María Pereda, en Torrelavega. Pero sólo una de ellas fue la que escribió la primera página de esta historia, hace hoy más de cien años. La fecha apenas se sabe con exactitud, pues en aquellos inicios de siglo XX los únicos papeles que contaban eran los acuerdos verbales. Manuel Muñoz abría al mundo las puertas de su tienda.

En un principio, fue la calle La Estrella la encargada de dar cobijo a los mil y un objetos que Manuel tenía pensado vender. Desde máquinas de coser a bicicletas Peugeot, pasando por relojes, gafas… Pero si hay algo que le haya dado a esta historia un hilo conductor, es el sonido. Gramófonos y radios se agolpaban en su comercio, dando espacio también a los discos de pizarra, los primeros que se vendieron en toda la región. […].

Los avatares de la vida conducen a Manuel Muñoz a quedar ciego. Tiene que legar el negocio a su hermano. Pero él no quiere abandonar del todo la actividad, máxime porque su hijo, también Manuel y también Muñoz, comenzaba a afrontar la vida en pareja. Es entonces cuando la historia empresarial de la familia se topa de bruces con el comercio que todavía hoy tiene sus puertas abiertas de par en par: Sonido Manuel Muñoz, en la calle José María de Pereda, por aquel entonces conocida como Plaza Mayor.

El calendario marca el uno de mayo de 1946. El día del trabajador de hace hoy más de 60 años. El interior de la tienda se dibuja de una manera muy similar a aquel de la calle La Estrella. Se introducen las novedades de la época. Carritos de niño, bicicletas más modernas, radios en los que el nombre del vendedor está clavado, en forma de chapa metálica, en la parte superior del dial”. (Juan Dañobeitia, en Cantabria Negocios).

 

Escaparate del comercio Manuel Muñoz (ya en su segunda localización). (Imagen: cantabria.negocios.destacada).

Sobre la historia del comercio a partir de 1946, la información existente es bastante más precisa, pero en lo que aquí nos ocupa, lo interesante se corresponde con la década de los años veinte del siglo XX. Que el primer Manuel Muñoz vendiera “de todo” tipo de maquinaria, y eso incluyera bicicletas, máquinas de coser y otras “novedades”, no ha de sonar extraño porque entonces muchos eran los fabricantes que se dedicaban a la manofactura de tales mecanismos. Lo de las máquinas de coser, armas y bicicletas procedentes de una misma factoría ha sido algo muy habitual en la historia industrial del ciclismo. Sin ir más lejos, otro negocio cántabro longevo que ya funcionaba en Santander por aquella época era “Moto – pié- salón”, cuyo nombre ya sugiere que allí se vendía variedad de mercancía del mismo estilo.

En cuanto a su periodo de destacada especialización en artículos de sonido, me cabe la razonable duda de si una pequeña colección de discos de pizarra que nos ha quedado como parte de un legado familiar, procederían del comercio Muñoz o no. La posibilidad está ahí. Se trata de un lote de pesados discos de pizarra, que funcionan a 75 r.p.m., enfundados en papel de estraza (todo bastante casero), con grabaciones de canciones montañesas interpretadas (y la mayoría compuestas) por Aurelio Ruiz. Los discos los escuchaba “El Tío Francisco” (un pariente por parte materna) en una gramola que no ha sobrevivido. Aurelio Ruiz se retiró de la canción folclórica cumplidos los 90 años. Tuvo una fuerte vinculación con Pesquera, el pueblo de mi madre. Por eso mismo, ella y sus hermanas siempre se han dado por aludidas, orgullosamente, cuando se ha mencionado una mítica estrofa de Aurelio:

“Si vas a Reinosa, 
Párate en Pesquera, 
Verás que mozucas, 
Más guapas te esperan”.

En aquellos tiempos, la opción comercial, medianamente sofisticada, por parte de los habitantes de Pesquera para ir a comprar algún tipo de aparato era Reinosa. Y sí allí no lo hubiera (como bien podría ser el caso de la gramola y los discos), Torrelavega o Santander (por ese orden). La vinculación de mi familia materna con Torrelavega ha sido y es muy fuerte, y si Muñoz llegó al nivel de especialización que aseguran, en cuestión de género “audio”, sospecho que esa reliquia de discos proviene de allí.

Pero, lo que desde nuestro punto de vista resulta más interesante ¡y enigmático! Es que cuando Lavín, en la temporada de 1926, fue contactado por Muñoz, empezó a aparecer en las clasificaciones de las carreras en la prensa como ciclista sobre bicicleta “M. Muñoz”, mientras que la mayoría figuraban con Alcyon, Labor, Delage, Thomman, Favor, Peugeot, etc. Aunque pudiera darse el sorprendente caso de que Muñoz fabricara (o encargase fabricar) bicicletas para darlas su propia marca, me parece muy improbable. Otra cuestión es que cediera bicicletas de las marcas que vendía, decoradas con publicidad propia, o que, simplemente, hiciera figurar su nombre como marca en los anuncios de prensa y en las clasificaciones de las carreras.


Insignia frontal de las bicicletas Miguel Muñoz. La que se fijaba en el tubo de dirección. (Imagen: colección particular de Vicente Ferrer).

 

Anuncio de prensa de bicicletas M. Muñoz, aprovechando un triunfo de Lavín en 1926.(Imagen: El Cantábrico).

Volviendo a Manuel Lavín, a lo largo de 1926 demostró que su papel previo como neófito no había sido casual, sino una evidente muestra de calidad. Aquella temporada corrió bastante y lo hizo bien, entrando, con claridad, en el selecto grupo de los mejores corredores de la región, pese a tratarse de su segundo año como ciclista.

En mayo participó en la prueba “El Escritorio”, sobre recorrido Santander-Solares-Sarón-Torrelavega-Santander. En ella, los vascos Cepeda y Suárez mandaban en cabeza, llevando a rueda a Vicente Trueba y a César Moll. Por detrás, Lavín y Madrazo ejercían de pareja perseguidora, mientras que el resto de participantes andaba desperdigado más retrasado. En la Pajosa se produjeron tres ataques sucesivos de Cepeda que únicamente Suárez fue capaz de aguantar. Como consecuencia de ellos, ambos tiraron desde allí, a relevos, hacia Santander. Finalmente ganó Cepeda, Suárez cayó, aunque se reincorporó a tiempo para hacer segundo y por detrás los estuvieron persiguiendo, también a relevos, Moll y Trueba, que acabaron entrando en ese mismo orden. Lavín hizo quinto en solitario.

  • 1º Francisco Cepeda 2h 35’ 24”.
  • 2º Jacinto Suárez 2h 36’ 23”.
  • 3º César Moll 2h 36’ 30”.
  • 4º Vicente Trueba 2h 37’ 51”.
  • 5º Manuel Lavín 2h 38’ 15”. El siguiente llegó a 2’15” y así hasta 26 supervivientes de  53 participantes.

A primeros de junio regresó a la competición en la II Prueba Ignacio Morales, organizada por la Unión Ciclista Montañesa, sobre 65 km de recorrido y con 43 inscritos. En aquella ocasión Moll aguantó a Arrieta hasta Puente Arce, pero por allí “petó” de tal modo que hasta se detuvo, como esperando a Vicente Trueba, que había estado en cabeza con ellos gran parte de la ruta. Entonces siguieron juntos, pero, en la Pajosa, Moll volvió a ceder claramente y Trueba se fue segundo en solitario.

“Trueba, desde la Pajosa, supo guardar la distancia de desventaja sobre el fugitivo y sobre el perseguidor, que si primero fue César (Moll), en Ojaiz y Peñacastillo lo era ya el santoñés Lavín, que el domingo consiguió uno de sus más dorados sueños; vencer al comarcal Moll, consiguiéndolo con todo el valor y el mérito que este muchacho hizo en carretera”. (Pepito Pedal).

  • 1º Domingo Arrieta (3ª) 2h 12’ 8”.
  • 2º Vicente Trueba (3ª) 2h 12’ 30”.
  • 3º Manuel Lavín (3ª) 2h 13’ 24”. A Moll todavía le rebasaron cuatro ciclistas más. En la carrera participaron al menos otros dos santoñeses: Emilio Alonso y Alfonso Tejerina (7º).

Aquel fue un excelente resultado ante un plantel de corredores realmente serio. Como era habitual, durante el transcurso de la carrera se produjeron bastantes averías, aunque no tantas entre los supuestos favoritos, entre los que hubo varios vizcaínos (ellos sí trabajando en equipo).

“Los Montañeses. Vimos en ellos lo de siempre: esa falta de ayuda mutua, que tan necesaria es en todas las pruebas donde participan elementos de otras regiones, Ni aun los mismos compañeros de club se prestaron apoyo en ningún momento […] todos los equipos trabajaron por el triunfo personal y no por el del club cuyos colores defienden”. (Sanroma, El Cantábrico).

Poco tiempo después, todavía en el mes de junio, se celebró el Campeonato Provincial (tengo dudas sobre esto, ya que en agosto hay crónicas del Campeonato Regional). El pelotón rodó tranquilo hasta Laredo, a partir de donde se desataron las hostilidades. Otero se escapó (era muy superior, pero no se jugaba el título por ser nacido fuera de Cantabria). En la disputa fueron cayendo algunos: primero Schuman, luego García, más tarde Liaño, etc. La meta estaba situada en la Alameda, donde José Castanedo se alzó con el título (“un jovenzuelo a quien apadrinaba Sebastián Torcida”) al llegar segundo, con un tiempo de 3h 46’ 40”. Otero había tardado 3h 40’. Prieto fue tercero con un tiempo de 4h 02’ 03”, y Lavín 4º en 4h 10’ 11”.

Ya en julio se celebró el II GP Delage, también, como la mayoría de las carreras, organizada por la Unión Ciclista Montañesa. Contó con 36 inscritos y un recorrido con paso por Santander - Santillana – Cabezón de la Sal – Renedo – Astillero - Santander. A la altura de Requejada, Lavín iba en el grupo cabecero, mientras que César Moll lideraba el de caza. En Barreda se juntaron ambos grupos. Como ejemplo de los avatares menores que solían suceder en aquellas pruebas valga esta muestra:

“Mena sufre caída sin consecuencias subiendo a Viveda. Barredo se apea para amarrar los pantalones de paseo que lleva como equipaje. Moll se apea para una necesidad y vuelve a tomar contacto fácilmente con el grupo director […]”. (Pepito Pedal, La Atalaya).

En Viveda “Pincha Lavín y repara al estilo de los ases, pues lo hace con una rapidez portentosa”. Recupera al grupo cabecero en Oreña, pero, llegando a San Vicente, “El favorito Lavín tiene la desgracia de romper su horquilla y abandona”. Ganó Moll al sprint a Pepe y Vicente Trueba y otros tres más. Leyendo la crónica de aquella carrera comprobamos que el reportero Pepito Pedal (Román Sánchez Acevedo) se declara fan de Lavín. Se nota perfectamente que le agrada el estilo de corredor que demuestra, porque siempre habla bien de él y lo premia con frases y atributos elocuentes. Resulta evidente que lo consideraba como uno de los corredores más brillantes de aquellos momentos. Y Pepito Pedal tenía buen ojo para eso.

En agosto de celebró el Campeonato Regional en Colindres. Lo ganó, por tercera vez, Victorino Otero, y lo hizo dando la cara en cabeza en todo momento. Vicente Trueba, que en aquella época solo era uno más entre los destacados, hizo 5º, mientras que Moll 12º. Lavín no tuvo suerte aquel día, aunque no dejó de demostrar calidad. En Alto Marín (cerca de Hoz de Anero), pinchó. Más tarde:

“Saliendo de la población (Pámanes). Llega Lavín a tren fuerte, y exclama: ¡Creí que no los cogía ya…!. Respiró el muchacho en medio de una densa nube de polvo amarillento y un nuevo pinchazo le detiene. Lavín, el hombre, comprendió que él podría luchar contra aquellos compañeros ciclistas, pero no contra los elementos, y apesadumbrado de su desgracia, anunció que abandonaba. Y así lo hizo este bravísimo santoñés, a quien la carrera del domingo le tenía reservado un puesto de los de honor”. (Pepito Pedal).

Ya en Septiembre se celebró la I Prueba Portus Victoria. Fue organizada por cuatro Santoñeses. Para mí es importante saber que uno de ellos fue un tal Ignacio Oliveri. Los Oliveri son una rama familiar procedente de Sicilia. Una de aquellas sagas que llegaron a Santoña (y otras villas marineras del Cantábrico) para la explotación de la anchoa.

“Aquellos pioneros salazoneros enviados por sus fábricas de origen tenían un mucho de agentes comerciales. Su misión consistía en contratar la pesca o pagar al pescador para que capturara anchoa, en alquilar un almacén (lo decían 'magasin') donde salazonar, y en emplear a las mujeres de los pescadores para realizar el trabajo. También se responsabilizaban de embarcar la salazón en los vapores que recorrían el Cantábrico con destino a Italia.

De hecho, es a aquellos primeros sicilianos a quienes se debe que el bocarte sea objeto de captura en el Cantábrico; fueron ellos los que enseñaron las técnicas de pesca de esa especie, e incluso los que instruyeron sobre la forma de aquellas redes de cerco y el empleo de los aparejos. Y a ellos, a uno de ellos -a Giovanni Vella Scatagliota-, se debe el diseño y elaboración de los filetes de anchoa en aceite en 1883 que hoy conocemos y que revolucionó el sector conservero y la dedicación de la flota pesquera.

Por importar, los sicilianos hasta importaron el modelo de envase para las anchoas en salazón que ellos empleaban en Italia, y que requirió la llegada de maestros barrileros para enseñar su elaboración”. (Teodoro San José, Diario Montañés).

El tal Ignacio Oliveri ¡seguro! Fue miembro de alguna de esas familias. Lo mismo que mi padrino, Pepe Oliveri (no todo el mundo por aquí puede presumir, como yo, de haber tenido un padrino siciliano), ingeniero que, con el tiempo, acabó fundando una empresa que nada tuvo que ver con la anchoa, en Valladolid. Lo que no sé, pero quizás algún día me tome la molestia de averiguarlo, es si Ignacio, el co-organizador de la carrera Portus Victoria, tenía algún parentesco directo con mi padrino. Es más que probable porque, por lo que hasta ahora sé, el padre de mi padrino vino a Santoña a trabajar directamente desde Sicilia, cuando ya era un profesional del ramo de las anchoas.

En aquella ocasión hubo 22 participantes. Manuel Lavín, seguramente espoleado por estar en su localidad, encabezó el grupo y lo lideró hasta Hoz de Anero. Más tarde lo hizo Eguren, pero enseguida, otra vez, Lavín.

“Y de esta suerte se ataca El Bosque en cuyo final se entabla el duelo Trueba-Lavín, ambiciosos ambos por ser ellos los que primero coronaran el famoso alto. Y el santoñés se distingue en primer término, para descender por la retorcida pendiente, camino de Solares, donde el pueblo ovaciona a los guerreros…”.

A mitad de prueba iban abriendo la marcha, indistintamente, Lavín y Eguren, hasta que se produjo un ataque de Gutiérrez y Trueba. Lavín se quedó algo rezagado por detrás (seguramente como consecuencia de los excesos cometidos hasta ese momento). El resultado final fue el siguiente: Antonio García vencedor con Vicente Trueba como segundo clasificado. Pese a todo, Manuel Lavín (que era de 3ª categoría) acabó séptimo, a 9 minutos del primero y a 4 min de Fernando  Sierra (un 2ª)  que fue sexto.

No sé en qué fecha, pero también aquel mismo año (1926), se celebró la Prueba Otero-Payan de 69km de recorrido. Aquel fue uno de sus mayores éxitos pues acabó clasificado como primer Montañés y segundo absoluto en la General. El ganador fue, nada menos que, el exitoso Francisco Cepeda (del Athletic Club), que invirtió un tiempo de 2h 44’. Con cinco minutos de ventaja sobre Lavín que, a su vez, aventajó a los tres siguientes en 7 minutos.

Como consecuencia de todos los logros acumulados a lo largo de aquella temporada, a final de año consiguió ascender de categoría (de tercera a segunda), tras haber acumulado seis “puestos” (ignoro lo que significaba exactamente, si directamente pódium o entre cuántos de los primeros clasificados en cada carrera), por decisión de la Asamblea del Comité Regional Ciclista.

Para la temporada siguiente, la de 1927, Manuel Lavín cambió de montura, tomando el manillar de una bicicleta Jean Louvet.

 

Bicicleta Jean Louvet de 1927 bien restaurada. (Imagen:velosvintage.over.blog.com).

 


Detalle de la bicicleta Jean Louvet. Victorino Otero corrió también con bicicletas de esta marca en sus últimas temporadas. En Cantabria las distribuía el Garage Palace, situado en la Calle Calderón de la Barca de Santander. (Imagen:velosvintage.over.blog.com).

 

Interesante detalle de la misma bicicleta: piñón fijo a la izquierda, para dar vuelta a la rueda si se "pasaba" el piñón y poder continuar. Y tres coronas (sin cambio) a la derecha. Se podía cambiar a mano bajándose de la bicicleta, soltando las palomillas y utilizando la longitud de las patillas para poder tensar la cadena. Además de la pérdida de tiempo, la diferencia de número de dientes de las coronas no puede variar mucho. (Imagen:velosvintage.over.blog.com).

 

Maillot de equipo oficial de Jean Louvet. Lo he visto en otras ocasiones con el tono verde notablemente más claro. (Imagen:velosvintage.over.blog.com).

Apenas he encontrado referencias de prensa sobe aquella temporada, y eso que, después de todo, fue entonces cuando logró su mayor éxito deportivo. Allá por el mes de abril ganó el Campeonato de Cantabria absoluto, venciendo incluso la carrera, a pesar de la presencia de Victorino Otero en la misma. Aunque todo hay que decirlo, a tenor de lo comentado por la prensa de la época, al leonés “de Torrelavega” parecía haberle llegado ya la hora de su retirada. Lo hizo al año siguiente a final de temporada.

“Otero apareció en plena decadencia clasificándose décimo […]. Mientras que Otero labraba en derrota viendo cómo se le escapaban irremisiblemente los  jóvenes de ambición y de fuerzas en la plétora, Lavín construía su corona de Iaurel”.

“Poca, pero buena gente, salió de Santoña para correr y disputarse el Campeonato que el Comité de la «Uve» organizó entre Santoña-Santander-Santoña, con unos 100 kilómetros de recorrido.

La primera mitad, hasta Cuatro Caminos, se hizo lentamente, respetando al fuerte viento que acotaba a los «routieres». Y mientras se anduvo poco, Otero pudo seguir en pelotón y hasta ganar una prima en Cajo y virar el primero en Santander. Pero al regreso, cuando las inquietudes se desbordaron en quienes se creían capaces de conquistar el título regional, Victorino se vio traicionado de sus piernas, tantas veces fieles y quedó desbordado, poco menos que a la deriva. Cuatro, seis, hasta nueve, le dieron la espalda. Y así, en esta posición mediocre para cualquiera y para él, de franca derrota, llegó a Santoña.

La villa pescadora, mientras que aplaudía a su ídolo, presentándose victorioso, comentaba apenada la actuación del famoso «routier» que se apaga.

En medio de clamorosa ovación, y en un momento de emoción inmensa, se presentaron a la llegada en la alameda de Manzanedo Lavín y Moll en sprint. Y ocurrió lo inesperado. Que Lavín venció a Moll en el corto esfuerzo final, proclamándose campeón el santoñés.

La clasificación fue como sigue:

  • 1.      Manuel Lavín campeón, que sobre “Jean Louvet” empleó en el recorrido de 96 km 3 horas, 32 minutos y 37 segundos.
  • 2.       Cesar Moll (de Colindres), en 3 horas 32 minutos y 38 segundos. 
  • 3.       José Trueba, en 3 horas 32 minutos y 51 segundos.
  • 4.       Vicente Trueba, en 3 horas 32 minutos y 52 segundos.
  • 5.       Ramón Herrera en 3horas 33 minutos y 14 segundos.
  • 6.       Rufino Herrera 3horas 34 minutos y 28 segundos.

A continuación fueron clasificados Manuel Sierra,  Eleuterio Gómez, Manuel Torre, Victorino Otero, Villegas, G. Quevedo, Antonio Pereda, Daniel Blanco, Andrés Fernández y Severiano Llorente”. (“El Mundo Deportivo”).

Otra crónica nos informa de que, durante la primera parte de la carrera, el propio Lavín sufrió varios pinchazos que le obligaron a tener que remontar posiciones. También de que aquel día el recorrido se vio endurecido por el viento sur reinante, y que el título se dirimió, finalmente, en un emocionante sprint entre Lavín y Moll.

 

Manuel Lavín. Fotografía de prensa en su victoria del Campeonato Regional absoluto de 1927.

Y es que entre Manuel Lavín y César Moll podemos imaginar cierta rivalidad. Una rivalidad que, ya lo hemos visto, los corresponsales de prensa dejaban entrever de vez en cuando. No tenemos más pistas sobre ello, por lo que no hay certezas del grado de intensidad de esa supuesta rivalidad, como tampoco del talante de la misma: si sana y amistosa, o picajosa y mal encarada. Pero podemos jugar a imaginar sobre ello. Para empezar, Moll ya era un corredor consagrado cuando Lavín irrumpe, con temprano éxito, en la escena. Quizás el primero pudiera ver como una amenaza juvenil al segundo, en plan de “los jóvenes que vienen pisando fuerte”. Después está el asunto de su cercanía geográfica de procedencia y vecindario. Moll de Colindres y Lavín de Santoña. El que inicialmente pudiera haber estado representando las aspiraciones de la comarca oriental de la región, quizás pudiera haber sido desplazado por la joven revelación, generando, de paso, un nuevo fenómeno de hinchada, consistente en atomizar el respaldo de la afición. Una evolución desde un apego a ciclistas representantes de comarca, hacia otro vinculado a ciclistas representantes de localidad. Esto del empleo de figuras deportivas para alimentar el corporativismo es un fenómeno muy habitual, y rápidamente “inflamable”, que encontramos en todo tipo de nacionalismos (grandes y pequeños) y localismos.

Pero es que, además de todo lo anterior, ambos ciclistas parecían mantener niveles de rendimiento parecidos, lo cual les hacía coincidir bastante en las disputas. Tanto en momentos clave intermedios durante las carreras, como, muy especialmente, en algunos finales. Así que, la posible rivalidad derivada de causas de edad y geografía veía añadida una razón puramente deportiva. Y, para colmo, corrían con los colores de equipos y/o marcas de bicicletas diferentes.

 

César Moll (de Colindres), rival habitual de Manuel Lavín. (Imagen: "Cien Años de Gloria del Ciclismo Cántabro 1885-1995" Armando González Ruiz).

Pero aquello no se prolongó mucho en el tiempo. Más bien poco o casi nada, pues a partir del año 1928, Lavín parece desaparecer de las crónicas de prensa de la época. Un historiador de Camargo afirma que fue el Servicio Militar el que cortó su prometedora carrera ciclista. Es muy posible porque cuando un periódico anunciaba la inminente celebración del Campeonato Regional de 1928, a celebrar en Torrelavega,  ya explicaba que el vigente poseedor del título, Manuel Lavín, iba a estar ausente por causas sobradamente justificadas. Y es muy probable que, a partir de aquello, Lavín no volviera a la competición, centrándose más en organizar su vida para salir adelante, como enseguida veremos.

Pero antes, merece la pena plantear una breve reflexión valorativa. Si los cálculos no nos fallan, Lavín fue Neófito a los 18-19 años. Demostró estar a la altura de los mejores corredores de Cantabria en su segundo año como ciclista (con 19-20 años) y ganó el campeonato regional a los 20-21. Tanto en 1926 como en 1927 se codeó (y derrotó en ocasiones) con corredores como los dos hermanos Trueba y un ya algo veterano Victorino Otero, andando muy a la zaga de grandes figuras como la de Francisco Cepeda. Con su edad, sus tempranas demostraciones y potenciales años de mejora de rendimiento por delante, no parece exagerado conjeturar que, quizás, podría haber acabado llegando a ser una figura nacional o internacional. No hay que olvidar que algunos de los citados acabaron disputando el Tour de Francia, y Vicente Trueba, en concreto, convertido en una estrella deportiva mediática a escala internacional. Pero la historia es la que es, y una vez que traza un camino, el resto de senderos se quedan en frustrados futuribles.

 

Tour de Francia, tras una etapa: Cardona, Mateu, V. trueba, Cepeda y J. Trueba. (Imagen: "Vicente Trueba Pérez. La Pulga de Torrelavega", Ángel Neila Majada).

 

Los seis españoles que lograron finalizar el Tour de 1930: Mateu, Riera, Cardona, V. trueba, J. trueba y Cepeda. (Imagen: "Vicente Trueba Pérez. La Pulga de Torrelavega", Ángel Neila Majada).

Así que nos vamos a situar ya en la fase vital en la que Manuel Lavín organiza su vida no deportiva, que como en el caso de muchos otros ciclistas de la época, fue planteada vinculándola con la bicicleta. Cuando Lavín tiene que buscarse la vida laboral, recibe la ayuda del omnipresente (en eso de cuidar, mimar, promocionar y sostener el ciclismo) Ricardo López-Dóriga. Sí, los encuentros actuales con los que inicié este relato tuvieron un evidente paralelismo un par de generaciones antes. Ricardo le propone hacerse cargo de un almacén de recambios situado en la “acera de Villalobos” frente al cine (o salón) Romea, en Muriedas Bajo. Sin embargo, Lavín, fiel a su pasión y sus competencias, opta por transformarlo en un taller de bicicletas al que llama “Garaje Lavín”.

“Decir entonces ‘ir a donde Lavín’ era sinónimo de garaje de bicis por antonomasia; tal era la fama que por su seriedad y eficacia adquirió aquel santoñés de pro entre nosotros: amable y perspicaz, al servicio de su numerosa clientela, cuando el medio de transporte más generalizado era la humilde bicicleta, antes de la era de los ciclomotores y lejos aún de los automóviles, entonces sólo para pudientes”. (Manuel Bermejo).

Más que probable refuerzo de la teoría que nos sugiere que Lavín dejó pronto de correr y, seguramente, se puso a trabajar por cuenta propia finalizado su Servicio Militar (que entonces debía de tener una duración activa de dos años) es el hecho de que en 1930 aparezca ya mencionado ofreciendo formalmente primas en algunas carreras ciclistas. Tal fue el caso del Campeonato para Neófitos celebrado en Santoña. Él premió a cada ciclista que coronase en cabeza cada paso por la cumbre del Portillo (se trataba de una prueba con recorrido de circuito de varias vueltas).

Me resulta simpática la anécdota porque ese modesto alto del Portillo, frondoso y tranquilo actualmente, es escenario frecuente de mis paseos ciclistas. Lo incluyo cuando no tengo tiempo para una salida demasiado larga, o cuando escojo un circuito muy variado para probar alguna bicicleta de carretera tras un proceso de restauración.

Manuel encontró novia en Maliaño y se casó. Su mujer se llamaba Eusebia Rivas Valle. Del matrimonio nació Mª del Carmen Lavín Rivas, madre del actual Manuel. Desgraciadamente, Eusebia falleció muy joven, cuando su única hija apenas tenía dos años de edad. A pesar del infortunio, Manuel Lavín se mantuvo aferrado a su negocio y pendiente del ciclismo regional. Cuentan que, de vez en cuando, hacía una especie de apuesta-alarde, consistente en ascender la cuesta del Alto Maliaño pedaleando de espaldas. Y en 1933, cuando se produjo un masivo y celebrado homenaje a Vicente Trueba por sus hazañas en el Tour de Francia, Lavín figuró entre las celebridades ciclistas que acompañaron al “Rey de la Montaña”.

 

Este no es Errol Flynn, sino el auténtico Manuel Lavín, con su primera hija Mª del Carmen (la madre del Manuel actual). (Imagen: archivo familiar).

Bermejo menciona las delicadas labores de fileteados y pintura en los cuadros de los ciclistas que acudían al taller, donde estuvieron como pinches “Dito” Santamaría y “Chito” Álvarez, siendo el primero de ellos sustituido más tarde por “Chus” Martín, sobrino de Fe Castillo Solana, segunda esposa de Lavín. Ella era de Galizano, donde el matrimonio iba a pasar algunos fines de semana a una finca que tenían en la que, además, plantaban patatas. De las antiguas patatas de Galizano yo ya tenía noticias porque el bisabuelo de mi mujer, que también procede de Galizano, fue pionero en su época en la plantación de patatas por allí, algo que, por lo visto, fue objeto de algunas críticas locales por parte de gentes de menor visión de futuro, tal y como posteriores periodos se encargaron de demostrar.

“Novedad también en Ribamontán al Mar es el cultivo de la patata. Muy reducido su cultivo, hasta el punto de recibirla de Reinosa en Invierno, se extiende considerablemente a partir de 1931, coincidiendo con la repartición de uno de los montes comunales.

El cultivo se hace en el monte con preferencia al llano. Roturando el suelo, se planta de patatas dos o tres años, y después, agotada la tierra, se deja crecer la hierba y se convierte en prado cuatro o cinco años, pasados los cuales se vuelve a sembrar de patata. La elevación de los precios explica el acierto de su cultivo, cuya producción en 1948 llega a las 1500 toneladas”. (José Luis Sánchez Landeras: “Ribamontán al Mar en su historia”. Ed. Tantín. Santander, 1986).

Así pues, aquí los vínculos emocionales vuelven a hacerse insistentes, porque durante aquellos fines de semana Lavín se movía por Galizano en bicicleta, el pueblo en el que resido desde hace ya más de veinte años. La vinculación del ciclista con Galizano procedía ya de su primera esposa que, recordémoslo, incluía Rivas entre sus apellidos. La familia Rivas continúa siendo vecina del pueblo. Lo es desde hace generaciones. Fui prácticamente vecino de los actuales Rivas hace años, casi cuando empecé a residir allí. Aunque la familia se dedica ahora a otros negocios, la estirpe familiar estuvo siempre vinculada al trabajo con el metal: forjados y herrería. A eso se dedicó Lorenzo Rivas y, posteriormente, quien para mi familia política es Paco “El Herrero”. Uno de ellos, no tenemos del todo claro quién, fue el artífice de unas piñas de fundición que decoran las verjas y el balcón de la casona de la familia.

 

Una de las piñas de fundición que decoran la casona de Galizano.

Para ir acabando esta historia, no está de más añadir que “Aquel famoso garaje era punto de reunión de corredores y aficionados al ciclismo, deporte en el que su dueño seguía activo como asesor muy solicitado en la organización de carreras, hasta que él mismo empezó a montar la competición anual de realce de las fiestas de San Juan […]. Los mejores corredores de entonces (Calva, Covarrubias y Sánchez entre los más destacados, junto con otros que no llegamos a nivel tan alto) por parte local, y los hermanos Expósito, San Miguel, Marotías, Gutiérrez y El Cholo y El Chato entre los montañeses famosos de la época, aparte de los llamados “ases”, participaban, año tras año, en aquella prueba incluida en el calendario provincial como fija”. (Manuel Bermejo).

Parece que la edición más sonada fue la de 1949, pues en ella tomó parte el mismísimo Loroño, toda una “vedette” nacional. Fue además la última prueba que Lavín pudo organizar y disfrutar, pues falleció un mes después de la misma, a los 42 años, a causa de una afección estomacal. Aunque un vecino de Muriedas me ha comentado que la causa del fallecimiento fue un ataque de apendicitis no atajado a tiempo.

“El héroe de la prueba fue mi gran amigo el astillerense Gutiérrez, quien de entre un grupo de notables y pasivos contrincantes salió sólo a cazar a un escapado Loroño, dándole alcance en el alto de la Venta de la Morcilla cuando el vasco iba tocado por una monumental “pájara”. Solamente le aguantó Jesús Morales, para batirle en la meta de Muriedas Bajo a la que llegaron ambos destacados”. (Manuel Bermejo García. “Mi Camargo de ayer”. Muriedas, 2007).

Aparte de este pedazo de buena historia ciclista y de haber protagonizado un papel más que relevante durante una época muy interesante del ciclismo de Cantabria, el legado de Lavín siguió su curso. En lo que respecta a la supervivencia del taller de bicicletas el relevo vino de la mano de los hermanos Pedro y “Carlines” Fernández. El segundo de los cuales, incluso, instaló un torno para la fabricación de piezas industriales más allá de lo relativo a la mecánica ciclista. En cuando a lo familiar, su viuda fue educando a los hijos (cuatro más del segundo matrimonio) hasta consolidar lo que posteriormente se fue convirtiendo en una familia progresivamente más ramificada. Una parte de la misma la representa Manuel, quien, mostrándose orgulloso, interesado y apegado a la historia de sus antepasados, me pidió, por favor, que intentase escarbar algo en su pasado ciclista. El ejercicio indagador ha resultado entretenido y me ha premiado, además, con algunas pinceladas de recuerdos familiares propios. Entretanto, la saga familiar del ciclista es prometedora porque hace ya tiempo que “cabalgan” por ahí bisnietos de Manuel Lavín, algunos de los cuales, por cierto, decidieron sustituir los sillines de cuero sobre los que acostumbraba a sentarse su antepasado, por las, también dinámicas, sillas de montar de los ponis de raza Welsh Mountain (inicialmente) y los caballos de competición cuando los chavales fueron creciendo.

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