sábado, 20 de marzo de 2021

miércoles, 3 de marzo de 2021

PENÉLOPE (BATAVUS)

Él era holandés. De pelo más bien claro y de figura muy esbelta y ligera, es decir, delgado pero con buenas proporciones corporales y andares y posturas elegantes. En definitiva: bien plantado. De ojos también claros, sin embargo, pese a su origen y las tonalidades claras de su semblante, no necesariamente tenía pinta de “guiri” en España. En realidad, aparentaba poder ser de cualquier parte. Lo conocí y lo recuerdo como un hombre amable, bien educado y afable. Se podía hablar con él y mantener cualquier conversación con facilidad, porque además se mostraba equilibradamente discreto y nada cargante. Con el tiempo, me han contado algunos detalles de su vida, pero la mayoría no los recuerdo con exactitud, así que no es cuestión de ponerme a dar cuenta de ellos. Aunque hay uno que siempre me fascinó. Como buen oriundo de su tierra (baja, fría y plana), de joven disfrutaba patinando sobre el hielo de los canales durante los inviernos. Y debía hacerlo bien, con ese estilo que le caracterizaba al estar en el mundo.

También he olvidado el proceso de cómo llegó a conocerla, pero el caso es que se enamoró profundamente de una mujer del norte de España. Tanto, que acabaron casándose y creando juntos una familia de la que nacieron tres hijos. Ella era guapa ¡muy guapa! Y no hablo de oídas, sino que es un juicio personal que emito tras haberla conocido a la edad en la que se casaban sus hijos. Y la experiencia me dice que, en este asunto de la belleza: quien retiene es que tuvo. Pero además de guapa era emprendedora, y muy laboriosa y profesional en el mundo de los negocios. O quizás, en el ámbito de su negocio concreto. Un asunto de ensueño: ¡regentar una juguetería!. Pero no una cualquiera, una especial, diferente a todas las demás. Básicamente, porque estéticamente era distinta (única) y porque ofrecía un género completamente apartado del habitual en las demás jugueterías. La fórmula para lograrlo era una combinación de buen gusto, mucho ojo y la ardua tarea de recorrerse todas las ferias internacionales posibles del sector. La juguetería funcionó durante bastantes décadas, y lo hizo con éxito pues llegó a tener sucursales en Madrid y Bilbao, además de la originaria que, alcanzado el cambio de siglo (aproximadamente) fue la última en cerrar, cuando la globalización, los videojuegos, los cambios culturales de la sociedad, las franquicias, etc. acabaron alterando demasiado el panorama general del comercio y, en particular, el del juguete.

Detalle de la última época de la juguetería de Santander.

La familia la completaron dos hijos varones y una mujer, Lola. Ella es diseñadora profesional. Una experta en desarrollar imagen de marca para todo tipo de empresas y entidades. Además de crear diseños decorativos para toda clase de enseres, y manejar con maestría las tipografías, las texturas y las gamas de colores. Y es que Lola atesora una sensibilidad estética especial que nunca te deja indiferente. Además, y esto es algo que me gusta especialmente de su forma de proceder, siempre integra los aspectos conceptuales de los asuntos sobre los que trabaja con sus recursos artísticos y de diseño. Y es normal que lo haga bien porque en ella se han dado varios factores que suelen ser necesarios para un buen resultado: vocación o predisposición innata para ello; variada e intensa formación internacional (España, Holanda, Japón, Italia…); y una larga experiencia ininterrumpida de trabajo. Y es que a Lola, le encanta su trabajo.

 

 
Un ejemplo de trabajo de Lola.

 

Lola. (Imagen: Eva Palazuelos Photographer London, Designer Pedro Olivan).

La cuestión es que Lola, hija de un holandés y una española, es mucho de ambas nacionalidades. Nació en Rotterdam y ha vivido en varios países, pero, sobre todo, en España. Y a la hora de adquirir una bicicleta… se hizo con una holandesa. Auténtica holandesa. ¡Una Batavus!. No me voy a extender aquí sobre lo que significa el concepto (general y abierto) de bicicleta holandesa, ni desmenuzar algo de información sobre la firma Batavus, porque eso ya lo hice, y en formato muy extenso, en una entrada titulada “Holandesas” (interesados en profundizar, localícenla a través de la pestaña del índice del blog). Hoy lo que toca es hablar un poco sobre esta bicicleta concreta. Y toca, porque la familia me ha pedido que la ponga en marcha para volver a ser utilizada después de varios años de retiro, medio olvidada (nunca del todo porque sí que se hablaba de ella de vez en cuando) en un desván acumulando telarañas. Pero sí que añadiré un detalle, el nombre de Batavus, esto es una suposición personal no contrastada, imagino que hace homenaje y referencia a los Bátavos, que, en época del Imperio Romano, eran un pueblo bárbaro que habitaba en Batavia, región situada en los actuales Países Bajos. La presencia clásica se intuye, aunque en seguida se hará más presente para el caso que nos ocupa. Y es que recién adquirida, Lola le puso nombre a su bici, la llamó Penélope.

Museo del Fuerte Romano en Utrecht, construído sobre restos arqueológicos encontrados allí. (Imagen: Castellum.Hoge.Woerd.museumhogewoerd.nl)


Otra vista del mismo lugar. (Imagen:castellum.hoge.woerd.visit.utrecht.com)

Para este caso, el nombre de Penélope tiene mucho más interés del que parece. Ha resultado premonitorio y está extraordinariamente bien puesto. Y lo está, como mínimo, desde tres perspectivas.

Penélope fue la mujer de Ulises. Una mujer de su época, hogareña, hacendosa, tejedora, madre, etc. y a la vez fuerte y resistente, tal y como demostró esperando veinte años el regreso de la Odisea de su marido, asediada por numerosos e insistentes pretendientes. En el fondo, conceptualmente, un caso muy parecido al de esta bicicleta, que es de paseo, de cercanías, “de mujer”, utilitaria, etc. pero muy robusta y funcional. Una bicicleta para toda la vida, que seguramente siempre funcionará, aunque la mantengas parada por periodos muy prolongados y aunque pase el tiempo por ella. Una bicicleta familiar, emparentada directamente con otras de competición y viaje, de la misma marca. Como Ulises, devoradoras de kilómetros. El parecido se me antoja defendible, y casi me empieza a asustar si dejamos a Telémaco que entre en escena. Y es que el chaval, hijo de Penélope y Ulises, por esas cosas de las hormonas adolescentes, el machismo y la interpretación clásica del honor varonil, llegó a levantar la voz a su madre (en ausencia de Ulises) para mandarla callar en alguna ocasión. El reflejo podría vislumbrarse en la propia historia de Batavus, cuando la firma fue vendida por el último de los miembros de la familia que la habían creado y dirigido hasta entonces. A partir de ese momento, el hijo del último presidente de Batavus se despidió de la compañía y se embarcó en la aventura de crear su propia marca, inicialmente especializada en bicicletas de carreras: Koga-Miyata (para más detalles consultar la mencionada entrada).

El segundo punto de vista es diferente y mucho más reciente, aunque no cabe la menor duda de que se apoya en el mito anterior. Penélope es la protagonista de una canción compuesta por Juan Manuel Serrat y Augusto Algueró. Una chica “con su bolso de piel marrón y sus zapatos de tacón y su vestido de domingo”. Una joven a la que dejan años esperando, y que al regreso de su idealizado amante, no lo reconoce porque él es un mero vestigio envejecido de lo que en su día fue. Se ve que esta otra Penélope vivía de los recuerdos. La metáfora sirve también en este caso, aunque, afortunadamente, con un final diferente y muy feliz. Y es que parece ser que quien ahora le dará vida a la bicicleta, será una nueva generación de la familia. Así que esta Penélope, después de la larga espera, sí que se va a encontrar con un joven galán que la saque a pasear. Buen premio por haber sabido esperar, fielmente, al crecimiento de una saga familiar.

Y en tercer lugar, quizá será por eso de las ruedas, no he podido evitar acordarme de otra Penélope, en este caso relacionada con el glamour. ¡No! No me sean ustedes facilones, esta no es de carne, hueso, curvas y labios, sino de dibujos. Animados. Me refiero a Penélope Glamour, estilosa y refinada integrante de la serie de “Los Autos Locos”, de Hannah-Barbera Productions. Aquello se trataba de una eterna carrera de bólidos por etapas en la que tomaban parte muy diferentes e ingeniosos tipos de vehículos, tripulados por gente de lo más estrafalaria, asumiendo varios roles bastante típicos. Ella, Penélope, competía sola, al volante de un deportivo descapotable de sugerentes y esbeltas líneas curvas, pintado en diferentes tonos de rosa. Parece que lo llamaba “Gatito compacto”. Y su papel, en cierta medida, representaba el clásico estereotipo de dama en apuros. Creo que ahora mismo, más de una ministra y diferentes lobbys ciudadanos no hubieran parado hasta acabar prohibiendo (censurando) aquellos dibujos animados si se estuvieran emitiendo en alguna cadena abierta. Y eso que aquella Penélope tenía las agallas de tomar parte ¡y sola! En una endiablada y peligrosa carrera rodeada de hombres (y algunos animales).

 

Penélope Glamour en su bólido. (Imagen: Millie Bianchi en pinterest).

Pero cuidado con el mito de la dama en apuros. Volvamos a la Grecia clásica, de la mano de Irene Vallejo, para descubrir alguna sorpresa:

“[…] la canadiense Margaret Atwood ha viajado al paisaje homérico de la Odisea, donde los monstruos femeninos permiten una relectura humorística. Margaret presta voz a una sirena, una burlona mujer-pájaro que según el mito anida en una isla rocosa sin nombre, atiborrada de esqueletos y cadáveres. En el poema, la gran seductora revela su secreto mortal y dulce, las palabras con las cuales atrae hacia el naufragio y la muerte a los navegantes que osan acercarse a sus arrecifes. ¿En qué consiste su poderoso hechizo? «Esta es la canción que todo el mundo quisiera aprender, la canción que obliga a los hombres a saltar por la borda en escuadrones, aun cuando ven los cráneos varados en la playa, la canción que nadie conoce porque todos los que la oyeron están muertos… Voy a contarte el secreto a ti, a ti y solamente a ti. Acércate. Esta canción es un grito de ayuda: ¡Ayúdame! Solo tú, solo tú puedes, porque eres único. Ay, es una canción aburrida pero funciona siempre». Irónica, la sirena reconoce que no hace falta ser una criatura mitológica y fatal para engatusar a los héroes; basta llamarlos con voz susurrante, pedirles auxilio, halagar su vanidad”. (Irene Vallejo, “El infinito en un junco”).

Ya he dicho que Lola compró la bicicleta en Holanda, en una tienda que vendía mucho material de segunda mano. Estaba a la vuelta de la esquina de donde ella vivía, en Amsterdam. Fue en 1992. La estuvo utilizando allí durante cuatro años para ir a la universidad (Rietveld), cargada con rollos de papel o con carpetas de proyectos de grandes dimensiones. A veces lloviendo y con paraguas, otras con nieve o hielo. A lo largo de un trayecto de, más o menos, media hora. Cuando se mudó a Santander, Penélope se fue con ella, aunque a partir de entonces fue Quique (su actual marido) quien acabó usándola más. En cierta ocasión, aparcada en el campus de la Universidad de Cantabria, Penélope captó la atención de un fotógrafo de prensa y acabó publicada su estampa para ilustrar un artículo sobre la universidad en el diario local de la región. Con los años, la pareja dejó la ciudad, primero para instalarse en el norte de Europa (pero esa es otra historia… y otra bicicleta) y más tarde, de forma aparentemente definitiva, a Madrid. Así que a Penélope le llegó un largo periodo de postración en el desván de una casona Montañesa. Ahora parece que, tras esa mítica (nunca mejor dicho) espera, la oportunidad de moverse por las calles le ha vuelto a llegar. Creo que gracias al pedaleo de Mateo, nieto del patinador-juguetero.

Penélope recién sacada del desván.
 

Siguiendo la pista de la tienda de origen, recordemos que no del verdadero comienzo, porque la bicicleta era ya de segunda mano, diremos que actualmente está regentada por Stef Comman, que representa a la tercera generación de la familia a cargo del negocio, fundado por su abuelo, en el mismo lugar, en 1936. Después se hizo cargo su padre y finalmente él, que aprendió de ellos, fascinado al verlos trabajar con las bicicletas de una forma muy artesanal. La tienda está en el número 11º de Elandsgracht, en Amsterdam, al lado de la tienda de deportes que, en su día, fundó allí Johan Cruyff. Tienda y taller de reparación. En plena crisis económica ¿qué cuál? la anterior, la de los escándalos financieros de los bonos basura y todo aquello… Stef empezó a mosquearse con la evolución del negocio de las bicicletas, al detectar, según su parecer, que los grandes fabricantes estaban cediendo en algunos aspectos de la calidad de sus manufacturas, para poder abaratar la producción. Así que se tiró a la piscina (igual fue el canal más próximo) y creó su propia línea de bicicletas, fabricadas en Holanda y Bélgica, y en la que la bicicleta urbana es su “obra maestra” de referencia. Como es de suponer, son más caras que la media, pero asegura que más bonitas, duraderas y sólidas que el resto.

“Lo bueno es simple. Y me gusta mantenerlo lo más simple posible”. (Steff Comman).


 Foto de la localización original de la tienda. (Imagen: Commanfietsen.nl)

Versión contemporánea del modelo clásico holandes de dama. (Imagen: Commanfietsen.nl).

Mi trabajo con la bicicleta se limitó a desmontarla, adecentar las partes más dañadas, sustituir las de desgaste frecuente y ponerla a punto. Aparentemente poco, pero llevó bastante trabajo. La bicicleta es una Batavus de tipo femenino relativamente “moderna”, pienso que, por el tipo de cuadro, de los años ochenta del siglo XX. La bicicleta tiene el típico equipamiento holandés habitual: pantallas para que las faldas no se enreden con los radios de la rueda trasera, guardabarros, trasportín trasero (con la característica goma de fábrica), luces de dinamo (sin funcionar) y un segmento del guardabarros trasero pintando en blanco. También pata de cabra y, genuinamente holandés, un candado de serie de “llave de contacto” que bloquea la rueda trasera cuando quitas la llave.

Goma de trasportín con anclaje exprofeso, panel protector (uno) y candado "holandés" (el aro gris que rodea al guardabarros).


Creo que el manillar y guardabarros se han librado del óxido por los pelos.
 

Por otro lado, la bicicleta es además, “de Ámsterdam” en un sentido más auténtico y “underground”, pues es una superviviente urbana y ofrece varias pruebas de ello. Tiene cambios, pero no de buje, sino de desviador trasero y, tal y como está montado, tiene toda la pinta de haber sido una aportación posterior añadida o, seguramente, para sustituir a uno original de buje. Lo digo porque, aunque tiene frenos de tambor en ambas ruedas (ambos de maneta y no de contrapedal el trasero), el delantero es Sachs mientras que el trasero Sturmey, algo más que improbable que viniera así de fábrica. Y para rematar, el sillín, un auténtico asiento negro de muelles de estilo holandés de paseo, no es Batavus, sino uno procedente de su más feroz competencia: ¡Gazelle! Lo dicho, la bicicleta habrá tenido sus usuarios, sus vivencias, sus patologías, sus reparaciones y, finalmente, su adquisición de segunda mano por la actual familia propietaria, hispano-holandesa. Las bicicletas de los Países Bajos son serviciales y son para siempre.

Limpiarla a fondo (aunque no se note tanto ahora) me llevó mucho trabajo. Y desmontarla más. La complicación vino, sobre todo, por la extraña inaccesibilidad a los componentes y porque ello requería ir haciéndolo en un orden concreto que no tenía por qué ser lógico o coherente. Montarla después fue aún algo más complicado. La buena noticia fue que, pese al óxido, envejecimiento, incluso torsión de muchas partes, todas se aflojaron sin problemas.

Guardabarros, manillar y alguna pequeña pieza cromada fueron bañadas durante largo tiempo en ácido oxálico y respondieron sorprendentemente bien. El cuadro conserva todos los adhesivos de la marca, referencias de la tubería, etc. sin embargo, está bastante oxidado por muchas zonas. Como no he tenido tiempo ni quería encarecer el rejuvenecimiento de la bicicleta, y porque pienso que para su historia y tipo de bici le va más conservar su “piel” original y las secuelas de la vida en ella, no he acometido ningún trabajo de pintura. Recomiendo, eso sí, que sus dueños pinten el segmento blanco trasero del guardabarros y el candado original gris, que desatasqué.

Intenté dotarla de unas cubiertas completamente azules y de 28 pero me resultó imposible conseguirlas. Todos hemos sufrido las carencias de aprovisionamiento ciclista a raíz de la pandemia. Finalmente tiene unas de 23 bicolores. El toque de modernización estética que me he atrevido a darle, algo que me gusta hacer con algunas bicicletas viejas o clásicas, viene aportado por tres componentes: puños nuevos de un azul bastante luminoso, fundas de cables también azules y las mencionadas cubiertas.

Detalle de referencia de la tubería.


Penélope rejuvenecida y funcionando.
 

Una pantalla de protección de la ropa había desparecido y la otra estaba muy envejecida, así que conseguí un par nuevo, en un acabado que me convencía más que el original. El reglaje de los frenos fue sencillo una vez cambiadas fundas y cables, y el resultado es magnífico: suaves, progresivos, eficaces y con muy agradable sensación, algo que no es frecuente con los de tambor. El cambio es muy básico y como tal funciona. Tiene una pega insalvable: por culpa del cubre cadena, no deja casi ver en qué corona vas. Una prueba más de que esta bicicleta debía de llevar uno de buje en origen. El guardacadena es de plástico fino. Menos mal, porque no hay quién le ajuste de modo que no roce en ninguna parte. Por eso al pedalear va generando un rítmico toque suave con cada vuelta a los pedales. Nada escandaloso.

Algunas zonas del cuadro están bastante oxidadas, pero manitien todas las calcas (grendes y pequeñas). ¡Batavus!


Un sillín (más holandés imposible) infiltrado en el conjunto.


Trasportín sin óxido, gomas portabultos, pantallas y el candado.


Freno de tambor delantero.


Freno de tambor trasero y práctico anclaje de las gomas.
 

También le puse un timbre nuevo, pero no me ha dado tiempo a hacer funcionar las luces de dinamo y tendré que entregarla sin que se enciendan. Que lo hicieran sería, hoy en día, una cuestión de puro romanticismo, porque por seguridad es mucho mejor llevar unas de led o destellos (de quitar y poner), aunque las antiguas se dejen para mantener el aspecto original de la bicicleta.

Una vez terminada y recompuesta, llegó el momento de probarla. La posición de manejo no deja lugar a dudas. Holandesa de paseo cien por cien: corta, de forma que las manos asen el manillar en posición muy natural y dejan el cuerpo totalmente erguido. Absolutamente anti aerodinámico pero ideal para un pedaleo contemplativo del paisaje y el entorno. La dirección es nerviosa, gira sin ningún esfuerzo, y el desarrollo resulta bastante duro para cualquier mínima pendiente que vaya surgiendo por el camino. El carácter de los Países Bajos.

Ignoro que le deparará el futuro a Penélope. Espero que con esta nueva puesta en forma (¿cuántas habrán sido ya en su vida?) alguien de la familia se anime a sacarla a la calle y utilizarla, que es ahí donde debe estar, al igual que tantas otras bicicletas de su condición y procedencia. ¡Adiós Penélope! Ha sido un placer.

 


domingo, 31 de enero de 2021

TRISTES NOTICIAS

Hace unos pocos días, el 23 de enero (2021) fallecía Mercedes Ateca en Laredo. Toda una pionera del ciclismo de competición femenino en España. Corredoras había habido algunas a principios de siglo, pero, tras la guerra civil, poco o nada de ciclismo femenino de competición. Hasta que, entre otras, muy pocas, surgió Mercedes.

Nació en Udalla el 23 de diciembre de 1947. Cuenca del Asón. Allí se levanta la iglesia de Santa Marina, que merece ser visitada por su hermosura de temprano gótico (con reminiscencias románicas) y su enigmático origen: templario según la leyenda y con toques mozárabes según algunas similitudes. En una irrepetible ocasión tuve el enorme placer de disfrutar de un concierto de música medieval en su interior, el cual me impresionó más aún que el exterior. Pero la vida de Mercedes no solo transcurrió por el valle del Asón, ya que vivió muchos años en Francia. Y de sus 73 años de existencia, gran parte de ella, en Francia y aquí, estuvo poderosamente vinculada al ciclismo. Al de “carreras” y al cicloturista. Algo que no deberá sorprender a nadie que conozca, tan solo un poco de cerca, a su familia. Su hermano Fernando, corrió de joven, pero pasará a la historia del ciclismo por su doble vertiente de federativo (muchos años al frente de la Cántabra de ciclismo, alguno de la Española y con fuertes vínculos con la UCI en el pasado) y promotor de eventos ciclistas. Aunque los que lo conocemos un poco más, y algunos que suelen guardar silencio, también sabemos de una tercera faceta discreta y desinteresada, la de la promoción y apoyo a jóvenes ciclistas cántabros con visos de salir adelante en un mundo tan difícil. Y es que Fernando ha ayudado a mucha gente. Y luego está el caso de Fernando Olavarría, sobrino de Mercedes, prometedor chaval que se erigió en campeón de España cadete en 1988 y uno de los mejores juveniles de su generación. Tanto, que llegó a militar en la escuadra aficionada del Banesto, nada menos.

 

Interior de Santa Marina de Udalla. (Imagen: tursimodecantabria.com)
 

Pese a ello, con los títulos encima de la mesa, lo de Mercedes no tiene parangón en la familia. Su residencia en París tuvo mucho que ver en ello.

«La trayectoria deportiva de Mercedes se ampliaría cuando decidió ir a trabajar a Francia en la hostelería, instalándose en París en una casa que tenía al lado un circuito cerrado de bicicletas al que solía acudir para ejercitarse. Cuando sus amigos comprobaron sus excelentes condiciones físicas, la animaron a que sacara la licencia deportiva. En aquella época, en España todavía no se permitía a la mujer practicar ciclismo en competiciones oficiales, pero en París su afición se renovaría gracias a otra de sus inquietudes en la vida: su amor por la naturaleza. Integrada en un grupo ecologista, no dudó en apuntarse con entusiasmo a una iniciativa para visibilizar la necesidad de cuidar del medio ambiente y que consistía en llevar a cabo una ruta en bicicleta desde París hasta Roma con el lema 'Salve a la Naturaleza'.

Mercedes no sólo realizó la ruta hasta Roma, sino que la prolongó desde la capital italiana hasta Cantabria para ver a sus padres. Aquella experiencia cicloturista la animaría a incorporarse a las competiciones». (Raul Gómez Samperio)

El breve retrato cobra fuerza e importancia desde una perspectiva actual: mujer, de pueblo, emigrante, en los años setenta del siglo XX, ecologista y cicloturista internacional de larga distancia. Para que ahora nos vengan presumiendo de “empoderamiento”.


 Mercedes Ateca. (Imagen: libro de Armando González).

El caso es que, con aquel entrenamiento de pista, el posterior “volumen” de kilometraje viajero y los ánimos de sus compañeros de viaje, la chica no se quedó ahí y dio un paso más al frente ¡se lanzó a competir en ciclismo! Un deporte que, por aquel entonces, era absolutamente minoritario en la Europa más avanzada y prácticamente inexistente en España. El ciclismo en nuestro país era como el brandy Soberano: “cosa de hombres”. Prueba de ello, este fragmento de la memoria de ciclismo cántabro (“Cantabria ciclista. Cien años de gloria 1895-1995”):

«Ciclismo femenino: las Belén Gento, Julia Expósito, Leonor Antízar y Loly Expósito, correrán junto a otras ciclistas, SOLAS, en Camargo. Fernando Expósito es el motor de este posible levantamiento en el campo aficionado al tener ya en activo a siete féminas corriendo por las carreteras cántabras, aunque lo hacen algunas de forma precaria con bicicletas prestadas y hasta tienen que esperar para entrenar a que termine una compañera para coger la bicicleta». (Armando González Ruiz).

La cita hace alusión a la emporada de 1978. Precisamente, aquella en la que Mercedes participó en su primer Campeonato del Mundo de Ciclismo en ruta en Colonia (Alemania). Su resultado fue discreto, pero obtuvo, de forma indirecta, una importante recompensa para todas las ciclistas españolas: espoleó a la Federación para empezar a organizar campeonatos de España femeninos a partir del año siguiente. 1979 fue un gran año para ella. Volvió a participar en el Campeonato del Mundo, entonces en Vlahemburg (Holanda) y disputó 42 carreras entre Francia, Bélgica, Suiza, Luxemburgo y España, logrando cinco triunfos. Y, sobre todo, se coronó como Campeona de España de ciclismo de carretera. La primera de la historia.

Mecredes en 1979. (Imagen: pelotonciclistadecantabria facebook)


 En el Mundial de 1979, con JL Rodríguez Iguanzo. (Imagen: libro de Armando González).

Por si fuera poco, revalidó el título las dos temporadas siguientes (80 y 81). Su bagaje de tres cetros no ha sido superado todavía. Tan solo igualado por otras dos ciclistas. Pudo haberlo puesto más difícil pero no tuvo suerte por sendas caídas. La primera le costó una clavícula y muchos meses en blanco. La segunda sucedió, según cuentan, cuando acariciaba ya su cuarto triunfo nacional.


 Mercedes Ateca con el maillot de Campeona de España (Imagen: As).

Tres fueron los maillots más representativos de la carrera ciclista de Mercedes: el del equipo Peugeot, el de la Peña Ciclista Santiesteban y el de Campeona de España. Desde aquí he pretendido rendirla este pequeño homenaje, poner un granito de arena en lo que debería ser un gran reconocimiento generalizado y, de paso, dar mi pésame, en forma de guiño particular, a los dos mencionados “Fernandos”. ¡Un abrazo!

 

Feliz, tras una victoria con los colores de Peugeot. (Imagen: el Diario Montañés).

Nacida en 1918, falleció el 1 de enero de 1993… me refiero a un país, una nación o un estado, como quieran llamarlo todos esos políticos tan aficionados a los eufemismos: Checoslovaquia. En realidad, más que una muerte, se trató de una escisión acordada entre las dos futuras partes: la República Checa y Eslovaquia. Pero lo que ahora viene tiene que ver con Checoslovaquia como nación única, porque ocurrió geográficamente allí y temporalmente asociado al periodo histórico en que aquel país estaba gobernado bajo un régimen comunista fuertemente “influenciado” bajo el poderío soviético. En algunas ocasiones este blog se ha adentrado en un ciclismo potente e interesante que siempre nos ha resultado desconocido y extraño a los aficionados occidentales. Me refiero al practicado en los “países del Este”, los del otro lado del “Telón de Acero”. Y casi siempre, al hacerlo, ha salido a colación su principal icono competitivo: la Carrera de la Paz, su gran vuelta por etapas. Lo que pasa es que, por reducción, simplificación, escasez de conocimientos, etc. Cada vez que lo he tratado, he dirigido mi atención hacia el ciclismo soviético (sobre todo) y un poco hacia el de la Alemania Democrática (en los noventa, parece que llovió a gusto de todos, y en este caso hicieron todo lo contrario, reunificarse). Y con ello, pasando por alto el de otros países como Polonia, etc. Entre ellos, el de Checoslovaquia. Cosa que, en pequeña medida, trato ahora de remediar un poquito. Y es que lo que viene a continuación toma como escenario, no total, pero sí muy presente, la mencionada Carrera de la Paz.

Ota Pavel fue un periodista y escritor bastante popular en Checoslovaquia. Apenas vivió 43 años porque la salud no le acompañó. Cuando era pequeño, parte de su familia fue enviada a campos de concentración nazis. Su afición a los deportes pudo estar relacionada con la apasionada práctica del hockey sobre hielo en su juventud. Su carrera como periodista empezó a truncarse a sus 34 años, demasiado joven, cuando aparecieron los primeros síntomas de lo que pronto se convirtió en una enfermedad mental. Su muerte, en cualquier caso, fue consecuencia de un ataque al corazón. La cuestión es que, recientemente, “escaneando” novedades en mi librería favorita, me topé con un libro suyo, ahora traducido y editado en España. “El precio del triunfo” (Sajalín, 1920). Es una pequeña colección de breves historias protagonizadas por deportistas checoslovacos de diferentes modalidades, en las que aparecen tres dedicadas a otros tantos ciclistas.

El libro aludido. (Imagen: casadellibro.com)

Vesely Honzik (si queréis localizarlo en Internet tendréis que buscarlo como Jan Vesely) fue, probablemente, el ciclista más famoso del “Este” a lo largo de la década de los cincuenta del siglo XX. Ganó la Carrera de la Paz en 1949, sacrificando la victoria los dos años siguientes para que su equipo nacional lograra el triunfo por equipos, algo que en aquel certamen, y para “aquellos” países, cobraba más importancia que la victoria individual. Quedó segundo en 1952 y 1955, y logró dieciséis victorias de etapa. Pero la historia que de él cuenta Pavel no es de gloria y alegrías, sino del sórdido e ingrato ocaso al que fue sometido por las autoridades deportivas de su país, provocadas por no ser capaces de asimilar bien el final de un mito ganador. El relato ofrece un cruel y duro bosquejo de lo que suponía ser ciclista en aquella época y lugar, bajo el opresivo yugo de una inhumana dictadura (en aquel caso de izquierdas). Sirve además para desmentir algunos mitos, como el de la supuesta buena vida que podían disfrutar los deportistas más laureados. Esto último quizá tuviera algo de cierto de otros países del bloque o en otras décadas posteriores, pero no en el momento que le tocó vivir a él.

Veseley dando una vuelta de honor en un final de la Carrera de la Paz. (Imagen: sport.aktualne.cz).


La escuadra checoslovaca. Vesely y, seguramente, también Kubr. (Imagen: sterba-bike.cz).


Fantástica restauración-conservación de la bicicleta de Vesely a cargo del siempre esmerado Sterba. (Imagen: sterba-bike.cz).

¡Atención coleccionistas! detalle del fabricante de la bicicleta. (Imagen: sterba-bike.cz).

Compañero suyo fue Honzik Kubr (Jan Kubr). De hecho, co-protagoniza parcialmente el relato anterior. Sus éxitos no fueron comparables, pero su relato se hace más intimista porque este otro ciclista llegó a ser un gran amigo del periodista. En este caso, su carácter alegre y positivo cambian bastante el tono del retrato, aunque nos muestra una realidad muy similar sobre lo que suponía ser ciclista en aquel “ecosistema”.

Retrato de Jan Kubr con el maillot del equipo nacional checoslovaco. (Imagen: cycingmuseum.net).

Kubr en acción. Interesante detalle del cableado del cambio: sale de los extremos del manillar. Lo hacían algunos corredores para colocar las palancas del cambio al estilo de las bicicletas de ciclo-cross. (Imagen: Bundesarchiv, Bild 183-30372-0002 / CC-BY-SA 3.0).

El tercer personaje representa un drama bastante más triste, ya que describe cómo la mala suerte se ceba para truncar una carrera deportiva que tenía visos de ser muy prometedora. Hace referencia a Ladislav Heller, otro ciclista checoslovaco cuya carrera deportiva ocupó, principalmente, la década de los años sesenta. Quizás pudo haber ganada la Carrera de la Paz, pero una caída con consecuencias importantes impidió que así fuera. Tenía buenas condiciones pintaba bien, pero… otra triste historia.

 

Retrato de Heller. (Imagen: Bundesarchiv Bild 183-82456-0001).


 Heller en acción sobre la bicicleta. (Imagen: libro "El precio del triunfo").

Termino con otro fallecimiento. El de un contrabandista. Uno de esos que tuvo que optar por ello como consecuencia de una serie de factores combinados. La miseria, la postguerra española, la existencia de “la raya” entre España y Portugal, y seguramente algunos condicionantes más. El caso es que este hombre:

«Terminó sus días como contrabandista de tabaco y café, cruzando la frontera portuguesa, como otros tantos extremeños, perseguidos por las capas verdes de la Guardia Civil de un lado y por los guardiñas portugueses del otro.

Fue en un lance huyendo de estos últimos cuando Isidoro tuvo que saltar a una charca para esconderse. Los escasos 15 minutos que estuvo agazapado en el agua le costaron caro, una pulmonía acabaría con su vida un 2 de mayo de 1945 a los 41 años de edad». (Carlos, conalforjas.com).

Se trataba de Isidoro Mellado, un sorprendente personaje que dio la vuelta al mundo en bicicleta en 1928. Nada más y nada menos. Su historia la cuentan de forma escueta en conalforjas.com y merece mucho la pena tomarse la molestia de leerla. Por ello prefiero no avanzar nada de ella aquí. Me limito a trasladar algunas imágenes y señalar un par de detalles especialmente interesantes.

 

Recorte de prensa a su paso por China. Llama la atención su imagen estilo boy-scout de la época de Baden-Powell. (Imagen: rtve).

El primero es que, durante bastante tiempo, en Sudamérica, se compinchó con una inesperada compañera de viaje: Teresa. Otra cicloturista pionera, otra mujer de bandera que, al igual que Mercedes Ateca, también aparece fotografiada con maillot de Peugeot. Y es que las bicicletas del león llevan mucho tiempo rodando por el mundo.


 Uno de los "libros de actas" y una foto posando junto a Teresa. (Imagen: rtve).

El segundo es que, parece ser que sus familiares conservan toda la documentación original del viaje: actas, sellos, imágenes, etc. Lo cual, quién sabe, quizás, acabe viendo la luz en formato de publicación. Desde luego que la hazaña lo merece. A ver si lo ven nuestros ojos.

 Gran cantidad de valioso material que su familia a conservado. (Imagen: rtve).

He querido finalizar con la atractiva historia de Mellado porque al ser nueva para mí, su descubrimiento ha sido una excelente noticia. Su muerte fue triste, sin duda alguna, pero, a estas alturas, hace ya tiempo que habría dejado de estar vivo. Digamos que, aunque hubiese llegado a viejo, su existencia ya habría “prescrito”, ya habría pasado a formar parte de la historia. En su caso, de la historia ciclista, en la cual, a todas luces, merece estar por méritos (¡y vaya méritos!) propios. ¡Un fenómeno Isidoro!


Esta foto tiene toda la pinta de ser una recepción de homenaje a su llegada tras la hazaña. )Imagen: rtve).