Tengo sincio de cabalgar. Ganas
de montarme en un caballo y salir al monte a pasear. Hace aproximadamente un
año que no me subo a un caballo para disfrutar algunas horas. Entonces fue para
recorrer una finca de toros de lidia en buena compañía. Desde aquello hasta
ahora, únicamente me encaramé a una silla para probar el caballo que se
compraba entonces un buen amigo. Cuestión de minutos, aquello no cuenta. Mi
afición a la equitación data de los años ochenta, cuando me inicié en ella de
la mano de mi novia de entonces (ahora mi esposa). Primero mediante un fin de
semana de turismo ecuestre por los cañones del Ebro y, poco después, una larga temporada
de doma clásica y salto durante varios años. Pero nunca he tenido caballo
propio, por lo que mi práctica ha experimentado prolongadísimas fases de
inactividad absoluta. De hecho, han sido más largas las etapas de inactividad
ecuestre, que las de monta habitual. El caso es que, rozando el final de mi
vida profesional, pensando en que quizás en poco tiempo pueda disfrutar de más
tiempo libre, me gustaría retomar de nuevo las cabalgadas, aunque soy
consciente de las dificultades logísticas que ello podría implicar y quizá,
quién sabe, no llegue a poner en marcha la intención. Tengo que reconocer que
el mero hecho de que mi mencionado amigo se haya puesto a ello ha espoleado mis
ganas de volver a disfrutar del caballo. En fin, ya veremos.
Precisamente el pasado verano, durante
unos días de asueto en el pueblo disfrutando de las montañas, nos topamos con
un cartel que anunciaba un espectáculo ecuestre cercano. Es lo que tiene pasear
y hacer la compra por alguna de esas ciudades pequeñas de la España no costera.
Tal vez pueblos grandes o villas en los que la oferta cultural es diferente a
la de las capitales, y donde, afortunadamente, lo tradicional, lo folclórico y
lo etnográfico asoman con algo de frecuencia, especialmente si las poblaciones
en cuestión viven algo vinculadas al campo que las rodea. Se trataba de un
evento gratuito a celebrar en un prado a las afueras de Mataporquera. Un
espectáculo que formaba parte de la agenda de las fiestas locales. Y allá que
fuimos. Bajo un sol de justicia y un calor de órdago, nos plantamos en la campa
protegidos con sombrero, para admirar el buen hacer de un jinete y varias
amazonas. La “troupe” de Óscar Borjas, que hasta allí había llegado en una
“cuadra con ruedas”. Entre las protagonistas se encontraba Sandra Borjas,
anunciada como campeona del Concurso de Exhibiciones del SICAB 2021 por su
espectáculo “Duende Ecuestre”, con su caballo “Inquieto de mi vida”.
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Sandra Borjas con Inquieto de mi Vida. (Imagen: Ramón Azañón Agüera). |
Lo pasamos bien y merecieron la
pena la espera y el calor, que conseguimos sobrellevar mejor de lo esperado. Hubo
mucho alarde de doma a pie, varios números de doma clásica, incluso una especie
de coreografía a dos entre caballo y bailaora. El suelo no era el ideal para
que los cuadrúpedos pudieran demostrar todas sus habilidades, pero, en general,
el conjunto estuvo muy bien. La mayor parte de los números incluidos se
llevaron a cabo con manejo a dos riendas. En realidad, todos menos uno, el que
más me gustó, una serie de maniobras y evoluciones desplegadas por Óscar sobre
un espectacular caballo casi azabache, manejado en doma vaquera con garrocha.
Una envidiable delicia. También una de las amazonas (supongo que Sandra) nos
deleitó con una magnífica demostración de doma con silla de amazona. Lo dicho,
un entretenimiento de lo más motivador.
Pasó el verano, pero el sincio
(las ganas) no fueron a menos, al contrario. Menos mal que las tengo
racionalmente aplazadas, y a ello me ayuda desfogarme con el hierro de la
espada ropera (pero eso es otra historia). Así que acabé insertando un libro
sobre el caballo entre mis lecturas. Se trata de un clásico de Don Álvaro Domecq
Díez, el padre del fundador de la Escuela de Jerez, que fue rejoneador de
prestigio y agente de excepción en la evolución contemporánea de la raza de
caballos españoles. Se titula “Memorias, 80 años. Mi vereda al galope” y fue
publicado por Espasa en 1998, con tapa dura y una decoración muy taurina y
andaluza. Lo adquirí en el momento de su publicación porque me topé con él en
una librería (por eso hay que rondarlas y no “vivir” exclusivamente de las
ofertas publicitario-culturales que nos llegan) en un momento en el que quizás,
no lo recuerdo, andaba yo montando. El caso es que el libro se quedó reposando
en una de mis estanterías hasta que, casi tres décadas después, sin haberlo
leído, se lo pasé a mi hijo jinete quién, al devolvérmelo, me dijo que lo
leyera, que merecía la pena y que le había gustado mucho. Así que me puse a
ello y he acabado descubriendo muchas cosas del mundo del caballo, de la monta
vaquera, de la vida del protagonista y de su personal filosofía.
Lejos de pretender plasmar aquí
un resumen del texto, sí que voy a dejar algunas reflexiones personales que su
lectura me ha ido provocando. Un asunto que explica con insistencia es el del
trato en la doma. Declara que anteriormente, y aún en demasiados casos, a los
caballos se les enseñaba con exceso de rudeza y con castigo. Tanto en el uso de
las ayudas como por la utilización de bocados y enseres muy agresivos. Sugiere
que tal tradición procedía de la urgencia de la vida laboral en el campo, en la
que la prisa y la necesidad demandaban unos resultados rápidos de la doma de
trabajo. Por el contrario, él siempre apostó por una doma lenta y sin plazos,
basada en la suavidad, el equilibrio y la confianza ganada para con el animal.
Algo que da gusto leer. Otro aspecto interesante de la figura de Domecq como
caballista fue su obsesión por la colección, consulta y estudio de tratados
sobre equitación. Libros antiguos o contemporáneos a él, viejos ejemplares de
escuelas históricas y clásicas. Se refiere mucho a ellos y se empeña en
establecer una nutritiva comunión entre la formación teórica y práctica del
jinete. Me siento afín a su proceder porque ha sido el mío a lo largo de toda
mi vida profesional en el mundo del deporte y de la educación. Y lo sigue
siendo todavía, cuando me embarco en el conocimiento de casi cualquier tipo de
afición, estudio o entretenimiento: práctica y teoría, teoría y práctica,
fundamentos y acción, consulta bibliográfica y trabajo corporal o interacción
física.
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Álvaro Domecq Díez rejoneando con su inolvidable Espléndida (Imagen: libro de Álvaro Domecq). |
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Domecq sobre Presumido, caballo que vendió a su amigo Juan Belmonte (Imagen: libro de Álvaro Domecq). |
Quizás por su amor a los libros y
por su reverencia a los tratados y a sus autores, Don Álvaro decoró algunas
paredes de sus cuadras con sentencias extraídas de algunos de ellos. Frases que
le llegaron al alma y que consideró, una vez conocidas, fundamentales en el
proceder con sus caballos. No puedo evitar asociar está costumbre con la que
llevó a Michel de Montaigne a grabar gran cantidad de las vigas de madera de su
torre con muchas de las sentencias de sus autores más respetados y elogiados.
El paralelismo entre ambas personalidades no acaba ahí, ambos estuvieron muy
apegados a sus caballos. Para Montaigne era la mejor forma de desplazarse y de
gozar del aire libre. Recurría al caballo cuando quería recorrer el campo, sus
posesiones y sus viñedos, cuando optaba por salir de su torre, escritos y
lecturas y, especialmente, cuando viajaba, cosa que hizo durante largo tiempo
por varios países europeos. Si algún curioso se acerca en la actualidad a
visitar la Torre de Montaigne, verá que ya no quedan libros en ella. Las
estancias están prácticamente vacías, apenas unos pocos muebles para hacerse
una idea de su disposición. De lo importante, de la esencia del caballero,
permanecen dos detalles fundamentales: las citas talladas sobre las vigas, y un
par de sillas de montar originales.
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Silla de montar de Michel de Montaigne, exhibida en su torre actualmente. (Imagen: randoneur) |
La plaza de toros de Santander
aparece fotografiada en las memorias. Un hito importante porque fue en ella
donde Domecq debutó como rejoneador en agosto de 1934, en un festival. Por otro
lado, en algún otro sitió he leído que diez años más tarde, el 20 de agosto de
1944, Álvaro Domecq obtuvo en la misma plaza un triunfo apoteósico ante un
astado de su familia. La plaza está en el barrio donde crecí. Ha sido presencia
constante durante mi infancia, adolescencia y parte de mi juventud. Es más,
durante esas dos últimas etapas, y desde entonces hasta ahora, cada vez que voy
a visitar a mi madre a su casa, me asomo a la terraza-azotea y veo un cuarto
menguante de su ruedo, así como parte de sus tendidos.
Ya he dicho que Álvaro Domecq “padre”
no solo fue un jinete apasionado, sino también un estudioso de la doma. Además
de los libros, viajó, aprendió y tuvo contacto con algunas figuras de varios de
los centros ecuestres más afamados del mundo. Tal fue el caso de la Escuela
Española de Equitación de Viena, a la cual, además, fue invitado en 1972 para
participar en una exhibición con motivo del cuarto centenario de la fundación
de la entidad. De igual modo, pasó por Saumur, el centro ecuestre militar más
importante de Francia. Las instalaciones de la Escuela Nacional de Equitación
“Cadre Noir” en Saumur son enormes. Actualmente las principales están a las
afueras de esta ciudad bañada por el Loira. Pero en pleno casco urbano se
conservan muchos pabellones y edificios pertenecientes al ejército y vinculados
a su prestigiosa caballería. Lamentablemente no he tenido contacto alguno con
el mundo del caballo en Saumur, pero es una ciudad (y una comarca) de las que
he disfrutado en varias ocasiones, en bicicleta y bailando, porque allí se
celebra uno de los mejores y más ambiciosos eventos de ciclismo “retro”.
Debería regresar para profundizar un poco en su vertiente hípica. Nada de
esfuerzo, teniendo en cuenta que las bodegas de cava son abundantes y de gran
calidad por allí. Respecto al Saumur hípico de entonces, Álvaro Domecq hace
mención especial de un destacado jinete maestro militar: René Duclos.
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Fermín Bohórquez Escribano, Rafael Peralta Pineda y Álvaro Domecq Romero en visita al Cadre Noir de Saumur. (Imagen: peraltacaballos.com). |
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Escuela Española de Equitación de Viena. Rafael Peralta, en el centro, aparece junto con Álvaro Domecq y Díez, y su hijo Álvaro Domecq Romero. Los acompaña el ganadero y rejoneador Álvaro Martínez Conradi. (Imagen: peraltacaballos.com). |
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Álvaro Domecq Díez en plena exhibición en la Escuela de Viena. (Imagen: libro de Álvaro Domecq). |
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El Loira a su paso por el centro de Saumur. (Imagen: randoneur). |
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En plena excursión ciclista vintage por Saumur. (Imagen: randoneur). |
Un personaje que aparece con
frecuencia en las memorias ecuestres de Álvaro Domecq es el torero Juan
Belmonte. Uno de los más famosos de la historia de la tauromaquia. El torero
del “temple”, el “Pasmo de Triana”. Maestro del que dicen revolucionó el arte
del toreo, transformando la lidia y sentando algunas de las bases de cómo son
las faenas actuales. Para muchos de los que no hemos sido coetáneos del
diestro, su renovada popularidad nos ha llegado recientemente de mano de la
literatura, en concreto a través de la lectura de “Juan Belmonte, matador de
toros”, ensayo de Manuel Chaves Nogales. Las circunstancias del cómo estos dos
personajes han irrumpido en mi “vida” cultural han sido causadas por la
valentía de un exitoso editor de nueva generación. A Luis Solano lo he conocido
gracias a coincidir con él en algunas de las iniciativas puestas en marcha por
Paz (librería Gil). Como es natural, él no sabe quién soy, pero hemos hablado
algunas veces y coincidido en la presentación de algunos libros de su editorial
y en algunas intervenciones en ferias relacionadas con los libros. Su caso es
muy interesante porque, habiendo puesto en marcha la editorial en 2005, ha
conseguido posicionarla como uno de los referentes editoriales en nuestro país,
una editorial de moda, consolidada, muy valorada por los lectores y con un catálogo
amplísimo. Parte de su éxito puede haber sido debido a la búsqueda, adquisición
de derechos, traducción y publicación de muchos títulos no hispanos que eran
inéditos o desconocidos para el gran público. Por otro lado, como en el caso
que nos ocupa (Chaves Nogales) por haber apostado por recuperar un magnífico
autor defenestrado (casi “secuestrado”) por los editores del pasado, y que, de
no haber sido por Libros El Asteroide, hubiera quedado oculto para las actuales
generaciones. Lo de Chaves Nogales tiene su guasa. En la época pre, intra y
post guerra civil española, además de durante la Dictadura y la Transición, y
la posterior normalidad democrática, fue y ha sido un autor prácticamente
obviado y ninguneado. Quizás no fuera “de interés” para personas “alineadas” en
posturas políticas opuestas. Lo sugiero porque entre sus títulos ahora
conocidos figuran: “El maestro Juan Martínez que estaba allí” y “A sangre y
fuego: héroes, bestias y mártires de España”, que versan sobre la revolución
rusa y la guerra civil española respectivamente, y claro, Chaves no se casa con
nadie, reparte aquí y allá, a derecha y a izquierda, algo entonces muy mal
visto por ambos bandos y que, recientemente, parece volver a ser muy mal
tolerado.
El caso es que, ejerciendo de
periodista, que era a lo que el escritor se dedicaba en esencia, reuniéndose
con el famoso torero, acabó componiendo una amena biografía que también ha sido
editada en estos tiempos por Libros del Asteroide, como ha hecho con la
práctica totalidad de su obra. La biografía se centra en la vida (desde
chiquillo) de Juan Belmonte como torero, pero aquí lo citamos como jinete y
como rejoneador.
«En aquellos años cuarenta
fueron muchas las tardes en las que toreé con él: cerca de un centenar de
festivales. Y pasaron del centenar los acosos y derribos por esos tentaderos de
machos que entonces se prodigaban tanto en todas las ganaderías andaluzas.
Como jinete, Juan no era tan
considerado como lo era a pie, pero en él anidaba esa misma virtud del arte que
se llama temple. Ningún caballo iba a disgusto dirigido por su mano. Ningún
caballo se violentaba con él y esto sí que merece la consideración de muchos
jinetes. El caballo que se templa, cede. El caballo obedece más a la serenidad
que al desafío. El caballo, por lo general, entiende más por la razón que por
la fuerza». (A. Domecq. D).
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El torero Juan Belmonte con una garrocha preparado para un acoso campestre. (Imagen: globalcaballos.com). |
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Belmonte con Álvaro Domecq Díez. Buenos amigos. (Imagen: libro de Álvaro Domecq). |
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Juan Belmonte “toreando” a caballo. (Imagen: globalcaballos.com). |
Por lo que nos cuenta Domecq, a
Belmonte le encantaban los caballos. De hecho, le compró a Don Álvaro el que
quizás fuera su mejor ejemplar: “Presumido”. Y un caballo mandó ensillar cuando
tomó la decisión de quitarse la vida. Los caballos formaban parte de sus
aficiones y de su vida familiar en el campo, donde celebraba reuniones y acogía
a sus amistades. Así fue el caso de Esther Williams, que llegó a convertirse en
amiga de la familia. En una de sus visitas se plantó allí con su hija, huyendo
de la prensa y del entorno de Hollywood, tras la reciente ruptura con su marido
Ben Gage, a quien dejó en California a cargo de sus dos hijos varones. Aquella
visita mantuvo un perfil discreto, muy diferente a otras anteriores en las que
llegó a ser recibida en el Pardo, participó en actos promocionales y fue
fotografiada por las revistas y filmada por el NO-DO.
«La actriz se queda en las
casas de la familia Belmonte, y es arropada en un momento personal muy
complicado. El matador y sus hijas, ya adultas y madres de hijos que serán los
compañeros de juegos de la pequeña Susan, protegen a la estrella de Hollywood
de la prensa y de los curiosos, dándole la privacidad deseada y tratando a la
mujer como a una amiga. La naturaleza privada de la relación entre Esther Williams
y la familia del matador es tal, que hasta en la autobiografía de la actriz no
se hace mención de su estancia con los Belmonte, como si se tratara de un
episodio íntimo que no se desea compartir con nadie».
(Silvia Caramella).
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Esther Williams subiendo a una montura. La foto resulta simpática y de lo más “cañí”. Hay confianza, el torero ayuda con sus manos donde puede, debe o quiere. Pero lo más intrigante es fijarnos dónde parecen estar depositadas las miradas de los dos “subalternos” del fondo. (Imagen: globalcaballos.com). |
La figura de Belmonte atesoró una
enorme potencia mediática y aglutinó en torno a sí una rica atmósfera cultural
y política asociada a ella y, por ende, a la tauromaquia. Una somera búsqueda
de fotografías de la época nos lo muestra posando o interactuando con muchas
personalidades. Entre ellas podemos encontrar a José María Cossío. El
vallisoletano fue un gran aficionado, amigo de muchos toreros y artífice de una
monumental obra de cuatro tomos titulada “Los Toros” (popularmente “El Cossío”).
En ella llegaron a participar Miguel Hernández, de quién era amigo y, en la
medida que le fue posible, protector; o el mismísimo Álvaro Domecq Díez, que
colaboró con un trabajo titulado "La cría y selección del toro de lidia en
la actualidad", que aparecía impreso en el tomo XI. Cossío «Tuvo
una especial vinculación con Cantabria. Escribió varios libros sobre autores
montañeses, sobre todo José María de Pereda, de quien editó las Obras
completas. Aficionado también al fútbol, ejerció la presidencia del Racing de
Santander entre 1932 y 1936». (Wikipedia).
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«Es el 31 de octubre de 1931 en el Cigarral. En el centro de la fotografía, el presidente francés, Édouard Herriot; a su izquierda, su homólogo español, Manuel Azaña; Marañón y Luis de Zulueta. A su derecha, Fernando de los Ríos. Y detrás de Azaña, Salvador de Madariaga». (En otra foto de la misma fuente aparece también Valle Inclán). (Imagen: globalcaballos.com). |
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«Juan Belmonte -sentado en el centro- junto al escritor Ramón Pérez de Ayala; el escultor Sebastián Miranda a su derecha, y el pintor Ignacio Zuloaga, a su izquierda». (Imagen: globalcaballos.com). |
Cossío tenía una casona montañesa
en el curso alto del río Nansa, en el pueblo de Tudanca. En esa casa se reunían
muchos escritores (Miguel de Unamuno, Carlos Gardel, José del Río Sainz,
Gerardo Diego, Giner de los Ríos y Gregorio Marañón, entre otros). Había
tertulias y varios de ellos pasaban temporadas vacacionales. José Mª de Pereda
se inspiró en esa casa, ese pueblo y aquellos paisajes, para la ambientación de
su novela “Peñas Arriba”. Las tudancas, reses ágiles y montaraces, delgadas y
de cornamentas estilizadas, constituían entonces la cabaña bovina de la región
(ahora parecen estar en plena recuperación). El inmueble que fue residencia de
Cossío hasta su fallecimiento, y ahora es un museo, disponía de una biblioteca
que atesora «[…] una colección bibliográfica española muy importante,
principalmente de los siglos XIX y XX. Contiene Llanto por Ignacio Sánchez
Mejías, poema de Federico García Lorca a un torero, y otras obras importantes
de escritores de la Generación del 27». (Wikipedia). La última vez
que visité la casa, hace ya muchos años, la mencionada biblioteca seguía allí.
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Álvaro Domecq Díez con José Mª Cossío. (Imagen: libro de Álvaro Domecq). |
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Vista reciente del pueblo de Tudanca. (Imagen: randoneur). |
Entre sus amistades, también
estaba el poeta cántabro Gerardo Diego, igualmente aficionado taurino, algo que
quedó reflejado en varias ocasiones a lo largo de su obra.
Entre tales piezas, hay una dedicada precisamente a Juan Belmonte, y en ella,
una estrofa nos deja claras dos cosas: que Gerardo Diego sabía sobre lo que
escribía, y que, para el torero, los caballos tenían importancia.
«[…] Yo canto a Juan Belmonte y
sus corceles
Galopando con toros andaluces
Hacia los olivares, quietos,
fieles
Y -plata de las tardes de
laureles-
Canto un traje –bucólico- de
luces».
Gerardo Diego (Fragmento final de la oda a Belmonte).
Otro cántabro seducido por los
toros (seguro que hay muchos), aunque de época posterior, es el pintor
Indalecio Sobrino. Hace años presentó una colección de cuadros titulada
“Tauromaquia”, de la que personalmente he tenido noticias muy recientemente. Ha
ganado en varias ocasiones el concurso para el cartel de la feria, y ha acabado
siendo nombrado presidente de la Plaza de Santander. Su obra es de carácter
figurativo, pinta personas o ambientes con ellas. Ha pintado artistas de cine,
músicos de jazz, escenas de ballet y personajes de la calle. ¿Lo último? Una
magnífica serie sobre la vida cotidiana en los monasterios. Muy vinculado al
mundo del toreo, aportó un retrato de Juan Belmonte para la edición de una
antología poética de varios autores. También, acompañando a una de sus crónicas
taurinas, me he topado con una mala reproducción del dibujo de un rejoneador.
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Retrato de Juan Belmonte, obra de Indalecio Sobrino. (Imagen: eldiariomontanes.es). |
.jpg) |
Apunte de un rejoneador, por Indalecio Sobrino. (Imagen: ¿?). |
A Álvaro Domecq Romero (“hijo”)
no me voy a referir en esta ocasión. Ya lo mencioné en alguna entrada pasada y
quizás ¿quién sabe? Vuelva a aparecer en el futuro. Únicamente cierro capítulo
sobre esa serie de vinos que, decorados con los dibujos y alusiones a algunos
de los caballos de la familia, adquirí en una visita a sus bodegas. Ya di
cuenta de uno de ellos y del vinagre. Ahora le toca el turno al resto.
“Jerezano” fue un macho de hierro
Álvaro Domecq. Uno de los caballos fundadores de la Real Escuela Andaluza de
Arte Ecuestre. Me ha resultado imposible dar con foto suya alguna. Pero lo
podemos contemplar en la vitola de la botella. El vino es un fino luminoso y
fácil de beber. Al menos para quienes, como yo, no tienen costumbre de regar
con fino sus ratos de ocio “restaurador”. Nos la bebimos, casi entera, en una
de esas tórridas noches cántabras que nos regaló octubre, con 26 grados de
temperatura en el jardín, cenando a base de navajas, mejillones y arroz con
chirlas, acompañados por tres jóvenes (una chica y dos chicos) que nos
mantuvieron muy entretenidos con su conversación, mientras tres perros
retozaban por los alrededores de la mesa. Bastante campestre todo. Tan fácil
resultó el vino, tan apetecible y apropiado como acompañamiento que, sin darnos
cuenta, casi nos pimplamos la botella entera entre dos. Y quizá sea por la
falta de costumbre, pero con ese tipo de vino “Jerezano” y jerezano, la cabeza
se le resiente un poco a uno cuando se ingiere con cierta generosidad.
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Etiqueta del fino que homenajea a Jerezano. (Imagen: randoneur). |
El Pedro Ximénez Viña 98 no es de
la gama más alta de PXs de Domecq, pero a mí me satisface plenamente. Es un
oscuro líquido dulce muy untuoso que en algunos instantes me provoca la
agradable impresión de estar bebiendo zumo de uvas pasas, si ello fuera
posible. Homenajea al caballo “Triunfo” recordando su gran personalidad. La
vitola lo retrata de cara en vez de cuerpo entero. Tiene aspecto vivaz, casi
con cabeza de purasangre árabe. Quizás tuviera mucho de ello o habrá sido
resultado del dibujo. Triunfo fue el primogénito de Espléndida. Aquella
maravilla de yegua a la que tanto alude Álvaro Domecq “padre” en su libro. Por
lo que contaba en él, Triunfo era un gran caballo de salida para el rejoneo,
para el primer tercio. Conocida la madre, del padre podemos decir que fue un
purasangre inglés llamado Magicien.
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Vitola del PX con el busto de Triunfo. (Imagen: randoneur). |
Hay una botella del lote de homenajes
equinos de Domecq que todavía no he probado. La del oloroso Albujero que rinde
homenaje al caballo Universo. La reservo para acompañar alguna comida especial
en casa. El caballo en cuestión debió ser importante para Su propietario, si
hacemos caso a la siguiente cita.
«“El Paquete” era una finca
ajardinada a las afueras de Jerez, […]. En su jardín enterré los huesos de
caballos como Universo y Espléndida. A esta le hice modelar una escultura en
bronce donde se decía como epitafio aquello de: “Espléndida en el campo, en la
plaza y en el recuerdo”». (A. Domecq).
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Dibujo de Universo en la etiqueta del oloroso. (Imagen: randoneur). |
Dejamos Andalucía, Jerez y a los Domecq,
y cual repentino quiebro campero, sin perder el asiento sobre la silla de
montar, nos plantamos en el mundo del teatro. Al menos eso fue lo que hice en
una visita a Madrid. Tenía muchas ganas y curiosidad por asistir a la
representación de “Equus”, programada en el Teatro Infanta Isabel. Se trata de
una obra contemporánea que, gracias a su éxito inicial y sucesivas
reprogramaciones a nivel internacional, va camino de convertirse en todo un
clásico. La escribió Peter Shaffer en 1973 y fue representada con éxito en
Londres y en los EEUU. Actores como Anthony Hopkins o Richard Burton formaron
parte de su elenco pionero, mientras que el popular Daniel Radcliffe también ha
defendido un papel protagonista ya en el siglo XXI. La obra siempre ha
arrastrado cierta polémica por incluir en su trama un doble desnudo en primer
plano del escenario. No es un capricho de adaptación actual, sino que venía estipulado
en las precisas prescripciones dispuestas por el autor de la obra para sus puestas
en escena. Tal es así, que incluso en su estreno español, en 1975, la censura
certificó el permiso para que el desnudo se pudiera llevar a cabo (no sin
algunas limitaciones), constituyendo todo un hito al convertirse en el primer
desnudo teatral en nuestro país.
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Informe de la censura para la primera representación teatral de Equus en España. (Imagen. Viradoensepia.com). |
La trama narra la labor
terapéutica-detectivesca que un psiquiatra lleva a cabo para tratar de
encontrar la causa que condujo a un problemático adolescente a matar a varios
caballos clavándoles un punzón en los ojos. Por la escena, además del chaval y
su doctor, desfilan los padres del joven, una amiga, la jueza de menores que
lleva el caso y hasta un jinete anónimo. Por no hablar de los caballos, que
asumen un rol importante desde los puntos de vista estético y simbólico.
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Cartel de Equus. (Imagen: Teatro Infanta Isabel). |
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Momento de la representación de Equus. (Imagen: teatromadrid.com). |
No hablaré más de la obra para no
desvelar nada que perjudique a potenciales espectadores. Únicamente diré que a
mí me gustó mucho. La obra en sí, su interpretación y su original y eficaz
puesta en escena. Disfruté durante la misma y me mantuvo ocupado reflexionando
sobre ella en los días posteriores. Lo que sí quiero es referirme a ella en
relación con algunas de las cuestiones sobre las que estoy escribiendo aquí. El
trato a los caballos, el sincio de montar, la relación entre el jinete y el
animal, etc. Por ejemplo, el sonido desempeña un importante papel en la
representación actual en el Teatro Infanta Isabel. Se da una excelente
integración de sonidos grabados (sobre todo relinchos de caballos, galopes,
etc.) con otros provocados por los actores en directo: tamborileos de los dedos
al son del trote o el galope de un caballo y, especialmente, los clásicos
golpes por patadas que siempre suenan ocasionalmente en los boxes de las
cuadras de cualquier picadero. Si el espectador ha sido asiduo a alguna de esas
instalaciones, enseguida se va a ver familiarizado con la ambientación teatral
y va a comprender mejor que los no iniciados el porqué de esos golpes
aparentemente exagerados o fuera de lugar.
De igual modo, la expresión de
los caballos, su mirada y gestualidad de cara, ya sea esta trabajada mediante
las caretas allí utilizadas, o a través de los actores, cuando alguno de ellos
se mimetiza brevemente con un caballo, está muy lograda, consigue que el
espectador se evada de su situación real (estar sentado en el patio de butacas
de un teatro muy clásico, con tapicería roja, ornamentos dorados y escayolas
por doquier) y se traslade al ambiente de las cuadras, de las que lo único que
falta es el característico olor a estiércol y caballos. En este sentido, la obra
tiene un componente de expresión corporal nada desdeñable, algo que se ve
enriquecido por el trabajo “en off” desplegado por los actores en algunas
escenas no ecuestres.
Un asunto que es tratado en algún
momento de la trama, de forma verbal y no física o motriz, es el del control-dominio
del caballo (su doma) por parte del ser humano. Es este un clásico debate ético
interior para algunas personas aficionadas a la equitación. Un debate en el
que, como ya hemos dejado claro, Domecq se posiciona como de postura
mínimamente agresiva, apostando por el trabajo lento, el trato amable y el
desarrollo de la confianza mutua entre jinete y montura. El dilema no es nuevo,
no es otro capricho animalista de última generación. Ya surgía en algunos
cuentos infantiles en los que aparecían caballos indomables que se dejaban
montar únicamente por alguna persona especial: niño, princesa, indio, etc.
Otro fenómeno ambivalente, rara
vez confesado, pero muy frecuente en el mundo real de yeguadas y picaderos a
los que la gente acude para disfrutar de su afición, es la constante pulsión
enfrentada entre el deseo de cabalgar y el miedo ante el caballo. También esto
aparece en la obra, no siempre de modo muy evidente, pero sí identificable. Lo
he visto en multitud de ocasiones, también lo he experimentado, nada de ello
debería extrañarnos entre novatos o jinetes esporádicos. Es un hecho que ocurre
con mucha frecuencia. Hasta a diario en personas que llevan mucho tiempo
montando e incluso, lo sé, con jinetes o amazonas profesionales. El poderío
potencial del caballo, la posibilidad de que nos haga caer, nos de alguna coz,
caiga sobre nosotros, se encabrite, tome decisiones propias (algunas veces
alocadas), etc. Siempre están ahí. Como un riesgo latente dependiente de un ser
vivo. Un ser que provoca, por otro lado, nuestro deseo de montarlo, sentirlo,
hacerlo galopar, etc. Un duelo de pulsiones clásicas para el ser humano. He
visto a muchos practicantes con experiencia luchar con angustias y
aprehensiones previas a subirse a la silla, sufrir durante los preliminares
hasta empezar a trabajar a lomos del equino y sentirse liberados, satisfechos y
felices al volver a poner el pie en tierra. ¿Por qué no lo dejan? Por amor al
caballo, a sentirlo bajo el asiento, a vivir su energía, a disfrutar del
cabalgar. Muchos son quienes una vez que toman la decisión de no volver a
subirse, se mantienen cerca de estos animales cuidándolos, criándolos o próximos
a los eventos en los que toman parte.
Para ir acabando, en Equus se
incide sobre la fascinación que algunas personas sentimos por los caballos. Se
mencionan los cowboys de las películas norteamericanas, se plantea a una
divinidad clásica llamada Equus, y se llega a enumerar una supuesta retahíla de
descendencias de la misma, toda una estirpe. Otro aspecto que cobra importancia
en el discurso es la fusión humano-equino. Hombre o mujer, todo en uno con el
caballo. Casi como si de centauros se tratara. El tacto de las pieles, el
contacto, la temperatura de los cuerpos, el pelo, los latidos de los corazones,
los aires al cabalgar, el poderío motriz de la bestia… además del sonido, el sudor
y los olores.
«Caballo y jinete venían a ser
una sola pieza tan perfecta que no cabía adivinar dónde empezaba el mando y
dónde terminaba la obediencia. Centauro con vida, con arranque, con valor
caliente, suscitador de emociones recias […]». (A. Domecq).
En Equus no se escatima la
evocación explícita de la erótica del montar a caballo. Una erótica muy
presente, de forma menos evidente, pero siempre latente o subyacente en los
ambientes hípicos. No es algo que me invente, conozco tales ambientes. Un
erotismo válido para mujeres y hombres. Entre ellos, los más “Veteranos” podrán
recordar que “Soberano es cosa de Hombres”, así como aquellos anuncios del
brandy “Centenario Terry”. Por su lado, las estadísticas federativas nos
muestran la seducción que los caballos ejercen sobre las mujeres. Del total de
licencias federativas españolas en hípica en los años 2019, 2020 y 2021, el
70,1%, 70,1% y 72,4% (respectivamente) han sido de mujeres. Únicamente hay tres
modalidades deportivas en las que haya más licencias de mujeres que de hombres:
gimnasia (que es la que más), hípica y voleibol, que ronda el 60%.
La protagonista de aquellos
(varios) anuncios televisivos del citado brandy “Centenario Terry” fue una
mujer bastante singular. Margit Kocsis nació en el seno de una familia de
composición “internacional” y tuvo una vida bastante azarosa geográficamente
hablando hasta que, a los 19 años aproximadamente, recaló en Palma de Mallorca
(más tarde en Barcelona), para dedicarse a la pintura. En los años sesenta
sustituyó a Nico (cantante de la Velvet Underground y musa del artista Andy
Warhol) como modelo femenino corporativo de la marca Terry. En aquel momento
comenzaron sus cabalgadas a lomos de “Descarado II” (Copa de Oro de la I Feria
del caballo de Jerez) por Doñana. La idea y su fichaje vinieron de la mano del
publicista Leopoldo Pomés. Conocidas las bodegas y a sus propietarios, la
relación resultó muy satisfactoria por ambas partes y la modelo también se
subió a lomos de “Nevado” y “Habanero”. Aquello fue un bombazo social en pleno
franquismo, quizás el primer anuncio televisivo de una bebida alcohólica (esto
no lo puedo asegurar) y, desde luego, una atrevida imagen sexual en las
pantallas de una sociedad muy reprimida. “La chica de Terry” rodó anuncios
similares en las playas de Fuenterrabía y Valdelagrana (ambas en el Puerto de
Santa María), Playa de Aro y Santoña. Y en tierras de Tragacete. Cuentan que
aquello la catapultó en la carrera de modelo y actriz de fotonovelas, empleos
que compaginó con la pintura.
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Anuncio de Centenario Terry. (Imagen: ANCEE en youtube). |
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Margit Knocsis cabalgando por una playa para Terry. (Imagen: nozick en twitter). |
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Chano García Nieto, mayoral de Terry, con un caballo preparado. (Imagen: paternaderiverahistoriaypatrimonio.blogspot). |
Quizás inspirándose en aquellos
“spots” publicitarios, le llegara la idea al director John Derek para filmar su
película “Bolero” en 1984. Un filme clasificable en esa especie de género que
podría denominarse como de cine erótico, sin llegar a considerarse
pornográfico. La crítica se cebó con ganas en el largometraje, calificándolo
como muy malo. Los ingredientes que nos interesan aquí son que se ubicó en
Marruecos y España, que había un rejoneador y, concretamente, que el director
procuró mostrarle al público en general la belleza de su esposa Bo en paños
menores y, ratificando el hilo conductor de toda esta crónica, cabalgando
desnuda a lomos de un caballo. Eran unos ejemplares magníficos (los equinos
participantes…), todos ellos de los hermanos Peralta. Sí, esa estirpe de
criadores a los que hemos visto con Domecq en Saumur y en Viena. Lucimientos
nudistas aparte, hay que reconocer que Bo Derek sentía pasión por la
equitación. “La mujer 10”, que así la llamaban en aquella época, era una
competente amazona, como demuestra el hecho de que, gracias a la gran amistad
que cultivó con los Peralta, llegó a rejonear con los caballos “Sol”, “Bohemio”
y “Airoso X”. Por si hubiera dudas al respecto.
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Bo Derek, galopando completamente desnuda en la película Bolero. (Imagen: notansimpaticomobos.home.com) |
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La actriz en pleno rejoneo privado. (Imagen: telegraph.co.uk). |
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Espectacular acción de Ángel Peralta garrocha en mano, montando a Discutido. (Imagen: lamagiadeltoreo.com). |
Más allá del erotismo ecuestre y
del contacto experto del que nos habla Álvaro Domecq, la importancia y el poder
sensorial y emocional que provoca la interacción de un ser humano con el
caballo ha justificado la irrupción de una serie de métodos de terapia asistida
con animales, en este caso hipoterapia, equinoterapia y equitación terapéutica
(que no son lo mismo). Recientemente he recibido bastante información al
respecto gracias a tener que ejercer la tutorización del Trabajo de Fin de
Grado de mi alumna Cristina. Su lectura me ha resultado muy interesante, y una
de las conclusiones que he extraído de ella es la importancia que dan los
expertos al contacto corporal mutuo y a la necesidad de acompasarse a los
movimientos, ritmos y equilibrios del animal. No se trata de insertar aquí un
resumen del trabajo. Valga como muestra un comentario extraído de una
entrevista a Mara Solano, perteneciente a la asociación “Al Paso”.
«A nivel motor, hay 3
beneficios muy potentes. La transmisión del calor corporal, porque el caballo
está a 38º e invita mucho a la relajación. La transmisión de impulsos rítmicos,
una serie de movimientos que nos ayuda tanto en patologías motoras, con la
regulación del tono muscular, el aumento del control postural, el trabajo del
equilibrio, como también para chicos que necesiten una relajación (TEA). Por
último, el caballo nos transmite el mismo patrón de locomoción que la marcha
humana, cuando vamos sentados en el caballo estamos recibiendo los mismos
movimientos que si camináramos (se dice que el jinete camina sentado), es muy
interesante para patologías en las que todavía no se ha adquirido la marcha o
hay que trabajar la reeducación de la marcha y el caballo, que nos ayuda mucho
a regular conductas disruptivas al ser un animal que percibe muy bien el
lenguaje no verbal y reacciona de una manera muy inmediata a nuestros
movimientos y a nuestras expresiones». (Podcast “Dale la
vuelta” en Radio María).
Tras tan largo recorrido, llega
el momento de poner fin a esta galopada cultural o imaginaria. No se me han
quitado las ganas de subirme a una silla, tomar las riendas y emplear las
piernas para avanzar por el monte a lomos de un caballo. El sincio sigue. Puede
que hasta haya crecido. En este caso, el erotismo nada tiene que ver. Tampoco
necesidades terapéuticas. Más bien la experiencia de haber disfrutado muchas
veces del cabalgar, y recordar qué se siente cuando uno sale al campo montando
un ejemplar noble para gozar del aire libre en buena compañía.
«Yo digo muchas veces que el
montar a caballo no lleva consigo ni un minuto de aburrimiento. Montar no es ir
como un faldón en lo alto de un caballo y su montura. Montar es ir haciendo
doma a cada minuto; hacer que ande bien, si va al paso; buscar el contacto con
la boca; buscar la buena colocación y seguir andando sin cambiar el son, sin
variar las pisadas. Con que hiciera sólo esto todo jinete, notaría, como casi
por encanto, que el caballo se va agrandando, su figura se embellece, su paso
se torna firme, colocado, erguido, y parece como si te llevara en volandas
sobre el suelo. Entonces comienzas a sentir la emoción de empezar a crear algo,
la belleza que significa la doma en suma». […].
«[…] paseo feliz de un jinete,
placer inimitable para quien lo realice y valore. Entre otras cosas, no sólo
por “señorearse” con la vista del paisaje, sino por la misma composición
estética que supone ir bien montado sobre tan bello animal. En este punto uno
recuerda la frase de Chesterton: “La figura más noble que hay en la humanidad
es la de un hombre sobre un caballo”. Y la comparto, totalmente».
(Álvaro Domecq Díez).