lunes, 15 de julio de 2019

TOUR DE CORSE (PARA MACHOTES).


Córcega es una isla fascinante. Situada en pleno mar Mediterráneo, ofrece un compendio de virtudes geográficas y paisajísticas envidiable. Aunque para el gran público quizás lo más icónico de la isla sean sus playas y sus atractivas ensenadas, bañadas por unas aguas azul turquesa, la cadena de altas montañas que recorre el territorio de norte a sur es otra permanente fuente de sorpresas agradables e inesperadas. Así pues, en Córcega se puede encontrar casi de todo: playas paradisíacas, arrecifes de vértigo, bahías, cabos, bosques, cañones, montañas escarpadas, lagos de alta montaña, valles escondidos, ciudadelas, pueblecitos de montaña, puertos mediterráneos con historia, decenas de torres de vigilancia costera… ¡y una interminable retahíla de atractivos más!. Se de lo que hablo, porque sin considerarme un experto especializado en este destino, ya lo he visitado en tres ocasiones por motivos bien diferentes. Dar detalles de la segunda de mis visitas no viene al caso aquí y ahora. Lo contrario que sobre la primera y la tercera.

Vaya por delante que la relación de Córcega con la historia del ciclismo es pobre. Aunque hay algunos practicantes (como en todas partes actualmente) no es este un deporte muy arraigado en la isla. En la cual tampoco encontramos referencias de grandes pruebas clásicas de ciclismo de carretera. Es más, aunque el Tour de Francia ha llegado a incluir el paso del pelotón por las carreteras corsas, no se animó a ello hasta la edición de 2013, coincidiendo con el centenario de la carrera (la cual sufrió algunos parones con motivo de las guerras mundiales). En aquella ocasión se escojió la isla como punto de partida de la gran ronda, compensando su empecinada ausencia con la inclusión de tres etapas consecutivas en aquella singular edición. La primera de ellas (primera de las de Córcega, e igualmente del Tour completo) tuvo su salida en Porto-Vecchio (al sur de la isla) y su llegada en Bastia. La segunda etapa discurrió entre Bastia y Ajaccio, mientras que la tercera entre Ajaccio y Calvi.

Porto-Vecchio, en cierto modo, puede ser considerada como la capital del ciclismo corso. Básicamente porque es allí donde se estuvo celebrando, desde 2010 hasta su desaparición definitiva en 2016 (ambos años incluidos), el Criterium Internacional, organizado por la ASO (Amaury Sport Organisation, propietaria del Tour de Francia, París-Roubaix, París-Niza, así como importantes eventos de otras modalidades deportivas). El Criterium Internacional, nació como “Nacional” en 1932 y así se mantuvo hasta 1978. Se “transformó” en Internacional en 1979 y tuvo años en los que llegó a cobrar gran importancia, como referencia preliminar de lo que podría llegar a ser el rendimiento de los corredores en la temporada de las grandes vueltas por etapas. El formato más habitual, que se mantuvo hasta sus últimos tiempos, era el de una acumulación de dos etapas en línea (una de ellas de montaña) y una contrarreloj individual. Todo ello en el transcurso de dos días. Todos los grandes corredores franceses llegaron a participar y ganar este evento, el cual, desde su “internacionalización”, presenció la victoria de corredores tan ilustres como Zoetemelk, Hinault, Fignon, Kelly, Roche, Breukink, Indurain, Boardman, etc. Durante su más reciente fase corsa, destacó la victoria de Chris Froome, acompañado en el podio por Richie Port y Tejay Van Garderen, precisamente en 2013, sugiriendo que su participación bien pudo ser una buena escusa para reconocer el terreno.

Como indiqué anteriormente, mi primera visita a Córcega tuvo una ligera conexión ciclista. Aunque en realidad estuve allí de vacaciones familiares largas, conociendo la isla todo lo posible, aproveché para acudir a un cumpleaños muy especial al que habíamos sido invitados. Lo celebraba un hombre que ha conseguido levantar un gran negocio que, aunque con el tiempo se ha ido diversificando en su desarrollo, se inició en el ramo de la alimentación. El protagonista de tan destacada historia de éxito empresarial cumplía entonces noventa años, y se mantiene tan en forma que, seguramente, en breve va a tener que organizar otra gran fiesta para su centenario. Las causas de su irreprochable salud y fortaleza natural podrían buscarse en diversas circunstancias, pero a buen seguro que una (válida tanto como cimiento de su fortaleza personal, como de la de su negocio) radica en que, durante sus juveniles comienzos empresariales, se dedicó a pedalear a través de toda la montañosa isla, comerciando con comestibles que llegaban a puerto en Bastia, y él distribuía a puntos mal comunicados del resto de la isla. Y empezó a hacerlo sobre una bicicleta, cargada con todo aquello con lo que podía acarrear en ella. Y conociendo el perfil de las carreteras interiores de esta maravillosa isla, no me cabe la menor duda de que este hombre debió de ser todo un portento físico.
La tercera ocasión en la que he tenido el privilegio de visitar este destino tan recomendable, ha sido ya, definitivamente, con un objetivo genuinamente ciclista. Se trataba de tomar parte en un denominado Tour de Corse (para machotes). Lo explico: mi cuñado y amigo Bernardo decidió organizar una ruta de ciclismo de carretera de tres etapas por la mayor parte de la costa de la isla, evitando el eje costero oriental, que es el único que no resulta recomendable para ser acometido en bicicleta, por su habitual exceso de tráfico, tipo de carretera, etc. Se trataba de un evento privado e itinerante que contaría con la asistencia de dos vehículos de apoyo: uno para transportar las bicicletas en algunos enlaces de final de etapa, y otro para hacer lo mismo con los ciclistas. En ningún caso podría ser considerada la experiencia ni como una actividad competitiva, ni tampoco de ciclismo clásico o retro. Al contrario, toda ella se completó con bicicletas actuales, algunas de ellas de especificaciones tecnológicas rabiosamente modernas. Sin embargo, por razones que no vienen al caso, recibí una invitación para tomar parte en este Tour, y tuve la fortuna de poder aprovecharla. Así pues, me encontré en Córcega, practicando un ciclismo de máxima calidad, en el seno de un selecto grupo de “Ironmen” veteranos. Cuatro concretamente: Bernardo (español afincado en Francia), Vianney (francés), Bill (británico) y Koos (holandés).

Antes de empezar a contar algunos detalles de tan fantástico Tour, conviene dejar algunas cosas claras. Si bien he adelantado que Córcega no se ha posicionado hasta ahora como un escenario ciclista, ocurre todo lo contrario en el caso del motor, entendido este tanto en el ámbito deportivo como viajero. Transitar por las carreteras corsas en motocicleta se ha ido convirtiendo, paulatinamente, en todo un clásico para los moteros europeos. ¿La razón? Una inigualable combinación de paisajes, gastronomía, playas, etc. Con una red de carreteras francamente divertidas y plagadas de curvas. Las mismas que se utilizan para el Rally de Córcega, quizás la prueba más importante del calendario del Campeonato Mundial de Rally, al menos de entre las que se disputan íntegramente sobre asfalto. Por eso, además de encontrar cientos de motocicletas circulando por la isla, también es frecuente coincidir con reuniones temáticas de aficionados a los coches deportivos. Prueba de ello es que nosotros compartimos tramos con una nutrida presencia de “Porsches” (probablemente más de cien), así como con otra mucho más modesta (en cantidad) de deportivos clásicos. La explicación de todo esto radica no únicamente en el clima y los encantos generales que se le atribuyen a la isla, sino, sobre todo, en que las carreteras sobre las que se desarrolló nuestro Tour están consideradas como de las más bellas del mundo. Algo que, una vez recorridas en bicicleta, no osaré discutir.

Pese a que en esta ocasión me involucraba en un plan ciclista contemporáneo y a que, tal y como he dejado caer anteriormente, Córcega no parece gozar de un pasado ciclista relevante, la víspera de nuestro Tour pude disfrutar de sendas visitas a dos lugares en los que pude encontrar pequeños tesoros de ciclismo retro. Primero fuimos a una gran tienda de bicicletas de Bastia para recoger la furgoneta que nos iban a prestar para que nos sirviera de vehículo de asistencia. De paso, aprovechamos para conocer la magnífica y amplia tienda, y para que me presentaran a su dinámico y simpático dueño. Entablada la conversación, acabó enseñándome una bicicleta que perteneció a Luison Bobet. Toda una joya del pasado, equipada con lo que en aquel momento era de lo mejor en cada caso: bujes Campagnolo, desviador helicoidal Simplex, frenos Mafac, etc. Aunque la tenía sin tubulares, estaba en perfectas condiciones y bien custodiada por una serie de maillots (más o menos históricos) enmarcados. Entre ellos, uno de campeón del mundo, firmado por Abraham Olano.


Myriam primera encargada de conducir la furgoneta de asistencia.


Bicicleta de Luison Bobet.

Completados algunos recados de última hora, disponíamos del resto de la tarde libre, y a buen seguro que supimos aprovecharlo. Habíamos recibido el soplo de que un vecino de mi anfitrión tenía una corta pero interesante colección de bicicletas antiguas, así que probamos suerte llamando a su puerta. Era un hombre mayor que nos recibió con pinta de “andar por casa”. Se llama Antoine Raffaëlli, y es todo un mito de la historia del automovilismo deportivo. Por un lado, está considerado como quizás el mayor experto en la búsqueda, localización y recuperación de Bugattis, especialmente de los míticos modelos de competición de los años 20 y 30, los “Type” 35 y 37. Aquellos que fueron responsables de la utilización de la expresión “buga” para referirse a un “cochazo deportivo”. Por su calidad de experto, nuestro “vecino” fue contactado por el coleccionista Fritz Schlumpf, para emplearlo como “cazador” de Bugattis, aunque más adelante también acabara siendo todo un “conseguidor” de Matras de competición (de Fórmula 1 y de las 24 Horas de Le Mans), que se incorporaron a otras colecciones. Una parte importante del patrimonio en vehículos que reposaban en la colección particular Schlumpf de Mulhouse (ahora, tras un polémico contencioso empresarial, Museo Nacional del Automóvil de Mulhouse, Ciudad del Automóvil) fueron rastreados por Raffäelli.
Pero nuestra conversación con Antoine giró en torno a otros asuntos muy diferentes. Primero al de sus bicicletas, a las que luego me referiré, y después al de su vida profesional pasada, que resultó ser de lo más sorprendente. Este entrañable y veterano caballero fue corredor de coches en circuito, tanto en modalidades de monoplazas, como de coches de resistencia. Colega de decenas de pilotos de fórmula uno del pasado, acabó, al retirarse, como instructor de competición en el circuito Paul Ricard, convirtiéndose en el mentor técnico de pilotos como Alain Prost, René Arnoux, Patrick Tambay… y hasta Michèle Mouton (famosa piloto de Rally cuya primera participación en una prueba del mundial se produjo, curiosamente, en el Rally de Córcega de 1973).


Una de las fotos de Monsieur Raffaëlli en la corchera de su despacho. Se le ve bastante más joven, explicando en la pizarra las trazadas a su alumnado: Prost y compañía.

Como no podía ser de otro modo, Antoine conserva un minimalista, pero valiosísimo, remanente de vehículos antiguos. Nos habló de un espectacular Rolls-Royce de morro extralargo que nos mostró en fotografías. Nos enseñó un valioso coche familiar de principios de siglo que conserva íntegramente original, y ¡la joya de la corona! Un Bugatti 35 despiezado, que ha ido montando y desmontando en numerosas ocasiones, y con el que ha circulado, a modo de exhibición, por varios de los circuitos más famosos de Europa. Y en ocasiones, a unas velocidades de vértigo.

Las bicicletas las tenía en el jardín. Dentro de un cenador acristalado encarado hacia el Mediterráneo. Un sitio original, agradable y pleno de luz para poder fijarse en los detalles. Allí había siete bicicletas y dos Velosolex. Como curiosidad, una bicicleta montada con tubos de bambú, en lo que fue un intento por conseguir aligerar peso, que acabó desechándose porque lo ganado con la madera se perdía con la fortaleza necesaria a nivel de herrajes. Además, había dos bicicletas de carretera, ambas interesantes. Una, pintada con los colores del equipo nacional francés, es una de las que fueron empleadas durante el Tour de Francia de 1967. En este caso, se trata de la que utilizó uno de los gregarios del vencedor, Roger Pingeon. Sin duda perteneció a un co-equipier muy menudo, a juzgar por la talla del cuadro. La otra era una de las primeras bicicletas que se montó con un cuadro Vitus de tubos de aluminio pegados. Toda una referencia histórica. Las otras cuatro eran todas ilustres máquinas de velocidad en pista. Una cuyo fabricante no conseguí descifrar, con movimiento central BSA y cadena de paso sensiblemente más grande, con un plato descomunal y una horquilla muy vertical, diseñada para perseguir récords tras moto. Aquel ejemplar resultó muy laureado bajo el impulso de las piernas de L. Chaillot. Dicho corredor tubo un palmarés amateur bastante interesante: medalla de oro en tándem, y de plata en velocidad, en los JJOO de 1932 en Los Ángeles; de bronce en velocidad en los de Berlín de 1936; de bronce en el Campeonato del Mundo (profesional) de 1946; además de bastantes campeonatos de Francia. Su nombre figura pintado sobre el tubo horizontal de esta bicicleta.


 Bicicleta con nueve "tubos" de bambú.



En primer plano bicicleta del equipo francés del Tour de 1967, detrás, una Payan con tubería Vitus de aluminio.Quizas en alguna entrada futura encuentre el momento oportuno para ahondar un poquito en algunas curiosidades relacionadas con la historia de la tienda-taller Payan de Marsella.

 
Mítica bicicleta de Challot delante de una For Ever.

Junto a la anterior, reposaba una preciosa la For Ever color Burdeos y con llantas de madera, de fecha muy temprana. En frente había una magnífica Peugeot negra de pista en perfecto estado, a juzgar por su emblema frontal, dataría de 1905 aproximadamente. A su lado, una Rene Vietto de pista magnífica, con excelentes acabados y potencia y tija regulables. Vietto está considerado como uno de los mejores escaladores de hasta antes de la II Guerra Mundial. Entre otras cosas se hizo famoso durante el Tour de Francia de 1934, a causa de que, en una etapa en la que iba escapado, fue avisado de que Antonin Magne, líder de su equipo y aspirante a la victoria del Tour (que de hecho logró), había estropeado su bicicleta tras una caída. Cuentan que René Vietto volvió sobre sus pasos hasta encontrarse con Magne para prestarle su propia bicicleta, mientras él esperaba que le trajeran otra. Sobre aquel momento he leído varias versiones con diferentes matices. Unas vistiéndolo como un heroico gesto de solidaridad (con pedaleo hacia atrás incluido), otras señalando el manifiesto enfado de un díscolo subalterno (con simple parada y espera a su líder), etc. Lo que, desde luego, ha de quedar claro, es que aquel año Vietto estaba que se salía, algo que reconoció repetidamente Vicente Trueba, con quien se disputó de tú a tú el Premio de la Montaña, finalmente cayendo de lado del francés. Trueba y Vietto fueron rivales habituales en numerosas ocasiones, y sus pugnas alpinas y pirenaicas seguramente fueron de lo más épico que se ha debido de ver en la historia del ciclismo. Por otro lado, con los años, tanta cercanía fue también forjando cierto grado de amistad. Lo de Vietto de 1934 no fue flor de un día, en 1939 acabó segundo en Tour. En su palmarés figuran varias victorias de etapa en el Tour y la Vuelta. Y si no hubiera sido por la disciplina de equipo, hubiera ganado el Tour del 34, pero de eso sabe mucho la historia de esa carrera. Aquella no sería la primera vez que un fortísimo gregario debía dejar pasar a su líder, ¡y ni mucho menos sería la última!. Mucho más tarde, en 1947, René Vietto se vistió de amarillo en la segunda etapa del Tour, conservando la prenda durante ¡quince días!. Desafortunadamente para él, aquel año se había programado una etapa contrarreloj de… ¡139 km! En la que perdió el maillot, y todas las opciones de ganar la carrera.

 
 Flamante Peugeot de principios del siglo XX.

 
Magnífica bicicleta Vietto de pista.


Imagen de Vietto y Trueba disputando el Tour de 1934. (Imagen: Libro de Ángel Neila)

Tras la entrañable visita a Monsieur Raffaëlli, llegó el momento de reunirnos con parte del resto del grupo, Bill y Koos, preparar todo para el día siguiente, cenar y descansar. Nuestro plan de ruta consistía en completar un Tour de Córcega que, partiendo de Bastia, recorriera todo el cabo norte, para después bordear toda la costa oeste de la isla hasta el sur. En algunos tramos incluiría algunas incursiones hacia el interior, buscando las condiciones de carretera idóneas para nuestros intereses (fundamentalmente evitar mucho tráfico rodado demasiado rápido). La coletilla “para machotes”, fue cosa de Bernardo (organizador del Tour), en quien siempre aflora su origen cántabro y un perenne sentido del humor.

Primera etapa: San Martino di Lota - Novella (135 km).

La previsión meteorológica para los tres días que duraría nuestro tour era bastante mala, especialmente para la primera jornada. ¡Ya es mala suerte que inviten a un cántabro a una isla mediterránea para practicar ciclismo y pase eso! Sin embargo, la verdad es que no se cumplieron del todo y disfrutamos de un tiempo muy llevadero durante toda la experiencia. Salimos vestidos de corto en piernas y brazos, y así nos mantuvimos a lo largo de casi todo el primer día. Tomamos dirección norte por la carretera costera que se va alejando de Bastia. Al principio tuvimos que convivir con algo de tráfico rodado, pero a los pocos kilómetros, cuando la densidad de poblaciones se redujo drásticamente, la ruta quedó de lo más tranquila. Para mí fue un alivio, porque recordaba haber rodado por allí, hacía varios años, a lomos de una clásica Carrera de los años noventa prestada, viendo pasar a algunos cafres al volante. En esta ocasión no hubo inconscientes, ni allí, ni durante el resto del viaje. La carretera es hermosísima, consiste en una interminable sucesión de curvas variadas que rotulan la forma de la costa, discurriendo pegada al mar. En ocasiones se eleva un poco, y en otras desciende hasta la altura de la misma orilla. Aquel día éramos cuatro ciclistas. Faltaba Vianney, que, como había disputado un triatlón de media distancia el día anterior, había volado más tarde. Así pues, el atajaría por la base del cabo y nos encontraríamos casi al final de la etapa. Nosotros disfrutábamos de un pedaleo suelto, admirando panoramas y variando de forma improvisada nuestros emparejamientos para ir cambiando impresiones. Durante aquellos primeros kilómetros, uno se iba dando verdadera cuenta de dónde se encontraba… ¡fantástico!.



 
Trazado y perfil de la primera etapa.

Alcanzamos la parte norte del cabo, y ello supuso encontrarnos con el primer gran ascenso de la jornada, una especie de puerto costero que evita que la carretera tenga que aproximarse hasta el límite de la costa. La ascensión se hizo bastante llevadera, nos hizo virar hacia el oeste y nos permitió asomarnos hacia la perspectiva de un saliente de tierra cada vez más puntiagudo, en el que alguna aldea reposaba a inferiores alturas. Superado el “puerto”, vino un descenso moderado y divertido, y una sucesión espectacular de vistas de ensenadas de aguas color turquesa. Durante toda la larga parte central de la etapa se sucedería dicha tónica: constantes ascensos y descensos moderados, tras los cuales, arriba, culminaban en alguna curva a la izquierda tras la que se abría una increíble panorámica marítima de postal. Por otro lado, abajo, la curva era habitualmente a la derecha, al nivel del mar y pegada a alguna cala playera. La sucesión paisajística parecía no tener fin y se nos acababan las expresiones con las que alabar tan bello recorrido. Por el camino hicimos una parada para tomar un café, tiempo antes de alcanzar Saint Florent. Allí nos encontramos con Vianney, que formaría ya parte del grupo durante todo el resto del viaje. También allí una fina lluvia hizo acto de presencia y nos acompañó parte del recorrido, aunque era llevadera, no enfriaba y por no empapar, ni siquiera era capaz de mojar el asfalto. Además, la precipitación cedió enseguida, más o menos cuando iniciábamos la ascensión al último puerto de la etapa. Otro tramo de carretera interior, separado del mar. La subida permitía mover ágilmente las piernas y nos llevaba por un tramo completamente solitario. Una vez coronada la cota, otro divertido descenso nos permitió alcanzar el punto donde esperaba nuestra furgoneta de traslado.

Momento de inicio del Tour de Corse para machotes.

 
Posado inicial: Bernardo, Koos, José y Bill.

Pasamos la noche en Calvi, en un elegantísimo alojamiento con vistas a la ciudadela. Duchas reparadoras, magnífica cena y parking compartido con una colección de bólidos de alta gama. El balance de mi experiencia con bicicleta actual fue excelente. La máquina estaba a punto, funcionando todo correctamente. La talla me quedaba perfectamente, dándome una posición cómoda y nada agresiva. El abanico de desarrollos permitidos por el grupo “Compac” de que disponía cubría cualquier necesidad y, del asunto de la ligereza… ¡qué decir! acostumbrado como estoy a rodar siempre sobre clásicas. Por afición, fidelidad retro, para compensar y para divertirme, elegí para la ocasión una serie de maillots especial. Todos sintéticos, pero con decoraciones singulares. Aquella etapa la completé con una réplica del Molteni de Eddy Merckx, con el detalle del arco iris de campeón del mundo en las mangas.


Mi "ascensor" durante este Tour de Corse

Segunda etapa: Calvi – Villanova (148 km).

Y con otro homenaje de campeón del mundo aparecí a desayunar al día siguiente: el maillot blanco y arco iris que la marcha cicloturista Peña Cabarga diseñó hace algunos años en honor a Óscar Freire. Incluye un logotipo con el monumento al indiano (pirulí característico de la cima) y la firma del tricampeón del mundo, simpático ciclista con el que he tenido la suerte de compartir mesa y conversación en varias ocasiones. Aunque todo hay que decirlo, durante la segunda etapa el día fue algo más frío y en algún momento más lluvioso, así que, a ratos, me ponía manga larga. En tal caso, con una réplica de la Vie Claire.

Pedaleamos un poco para salir de Calvi y enseguida acometimos el primer puerto de la jornada. No era largo, pero claramente más empinado que los del día anterior. En el paso superior la niebla era densa y prometía un descenso incierto y húmedo. Sin embargo, el cambio de vertiente nos regaló lo contrario: luz, mayor temperatura y ambiente seco. Primer rápido descenso del día y nueva incursión en la geografía interior y montaraz de la isla. Paisajes de montaña tapizados de verde y con abundancia de masa forestal rica en diversidad. Poco a poco, nos vimos remontando altura por medio de una larguísima ascensión muy llevadera por su ligerísima pendiente. La carretera era muy entretenida, toda ella llena de curvas que se iban adaptando a la orografía de un valle alargado que, casi en todo momento, nos mostraba el collado de paso a lo lejos. La orientación general del avance era hacia el sur. Y en cuanto alcanzamos la cota ¡premio! Una irrepetible panorámica de otra ensenada con detalles de colinas y bosques.

Premio paisajístico al coronar el segundo puerto de la jornada.


 
Mapa y perfil de la segunda etapa.

Desde allí retomamos una constante ruta de costa, aunque en este caso sin apenas descender de cota, sino más bien trazando curvas entre los profundos acantilados que, mediante entrantes y salientes de tierra y mar, caracterizan a la mayor parte de la costa oeste de Córcega. Aquello era una preciosidad, pero aun lo fue mucho más cuando la ruta se internó en la Reserva Natural de Scandola. Se trata de un espacio combinado de mar y tierra, refugio de múltiples especies de peces y aves, que disfrutan de un mar hiper-protegido y una costa muy escarpada. La carretera que la recorre es espectacular. Muy aérea y llena de pasos estrechos, curvas de trazado abalconado, etc. Desde allí descendimos hacia el golfo de Porto y posteriormente fuimos dando cuenta de una nueva ascensión que culminamos tomando café en una apropiada terraza con vistas a los acantilados. El resto de la etapa tuvo bastantes kilómetros seguidos al nivel del mar, con paso por algunas poblaciones y playas, algún momento de lluvia fina e intentos de tiempo soleado. Viramos un rato hacia el interior, donde despachamos otro puerto que nos permitió asomarnos de nuevo hacia una costa que no se dejaba ver, pero se intuía. El final fue un descenso largo y muy tendido en el que, en determinado momento, debimos optar por un desvío, tomando una cinta muy estrecha de buen asfalto. Aquellos últimos kilómetros me parecieron especialmente divertidos. Era una sucesión de curvas cerradas, toboganes y cambios de rasante, todo ello tendiendo hacia abajo, en clara aproximación hacia un mar camuflado entre la vegetación y las colinas. Al final aparecieron nuestros vehículos y sus responsables: Enriette, Myriam y Marc, quienes, amable y empáticamente, nos esperaban con frías cervezas y algunos caprichos para picar.


A punto de parar para el café.


Tramo rápido. "La Vie Claire" seguido por Bernardo y Vianney.


Encantado, ya en el hotel, finalizada la segunda etapa.

Nuevo traslado a motor hasta Ajaccio, concretamente a un precioso hotel levantado sobre un saliente de roca hacia el mar. La verdad es que la elección de pernoctas y cenas estaba resultando digna de una guía experta en restauración.

Así da gusto recuperarse de etapas montañosas.


Otro detalle del alojamiento.

Tercera etapa: Pietrosella - Bonifacio (95 km).

Llegó la tercera y última etapa de nuestro Tour de Córcega. Ligeramente más corta, por eso de que una vez acabada debía incluir un largo traslado en coches desde el sur hasta Bastia. Al poco de empezar tomamos una carretera en bastante mal estado (la única de todo el viaje), que a los pocos kilómetros se convertía en puerto de montaña hacia territorio algo interior. Afortunadamente, los baches y socavones desaparecieron enseguida, y únicamente tuvimos que concentrarnos en ascender costosamente, en lo que fue un cóctel de esfuerzo, calentamiento y despertar ciclista. El día era plomizo. Brumoso. Y la carretera presentaba bastante vegetación en sus costados. Una vez en lo alto, empezó a llover. La carretera trazaba toboganes sin decidirse a descender. En ese tipo de terreno nos cayó un buen chaparrón. Realmente el único de todo el viaje que fuera merecedor de tal calificación. Por suerte no duró demasiado, y cuando llegó el descenso de verdad, ya había remitido. ¡Menos mal! Pues la bajada era algo delicada: una carretera estrecha, llena de horquillas, con pavimento antiguo y paso por algunas aldeas. Nos lo tomamos con calma y delicadeza, y llegamos a un valle plano sin contratiempos.

Mapa y perfil de la tercera etapa.

Allí el tiempo se había calmado, ofreciendo un habiente seco. Lo aprovechamos para rodar fuerte en hileras. Durante un puñado de kilómetros nos fuimos acercando de nuevo al mar, hasta tomar una carretera costera trazada a su nivel. En ocasiones se elevaba un poco, pero no gran cosa, así que rodamos muy de seguido por allí, hasta que, en una gran rotonda, una señal de tráfico nos detuvo al indicarnos que nuestra ruta, a partir de allí, estaba prohibida para bicicletas. Bernardo y Koos hicieron las consultas tecnológicas pertinentes y encontraron una alternativa. Un muro corto y duro, consiguiente descenso posterior semi-urbano y de vuelta a los toboganes y llanos, otra vez separados del mar.

Así, hasta que llegamos al pie de un nuevo puerto, dibujado sobre un terreno bastante frondoso y con el destino, un pueblo de aspecto antiguo y de cierta importancia histórica, asomándose a mirarnos desde la altura de media montaña. El punto de reagrupamiento lo pusimos en el centro de la localidad, en un elevado puente que hacía de balcón sobre el valle y sobre lo ascendido.

Detalle desde el coche: Koos de rojo y yo de negro.


El grupo casi al completo.


Koos = potencia de pedaleo.


Bill en pleno esfuerzo.


Vianney sonriente.


Bernardo, excelente organizador.


Maillot de whisky y cara de saber que pronto vendría el brindis.

En realidad, desde la segunda etapa (incluida) nuestro deambular había tomado ese carácter: agrupamientos de dos o tres en los llanos, descensos y terrenos variados; y ritmo individual en las ascensiones. Pero eso sí, deteniéndonos para reagruparnos cada cierto tiempo. Tras el descanso tuvimos que afrontar otro muro corto, urbano y muy pendiente. Una vez superado, un rápido descenso de lo más agradable, para coger carrerilla y poder lanzarnos a devorar bastantes kilómetros de perfil más bien favorable, a pesar de un ligero viento en contra. Por allí fue por donde me picó una abeja en un brazo. Sin consecuencias, ni paré. La posterior hinchazón me pilló ya de regreso en casa. El día fue mejorando y los últimos kilómetros del viaje se presentaron con largas rectas ondulantes en dirección al sur y al mar. Allí disfruté de unos kilómetros de pedaleo veloz relevándome, mano a mano, con Koos, sin duda el ciclista más fuerte de todo el grupo. Fue un final divertido y estimulante. Tras un cambio de rasante, antes de un cruce, encontramos nuestros vehículos y a nuestros seguidores. La recogida fue ágil y, aunque era algo tarde, nos fuimos a comer a un fascinante restaurante costero, de diseño de última generación, en el que la comida nos sació, nos sorprendió y nos gustó muchísimo.

Disfrutando del pedaleo con Koos.

 
Posando tras finalizar el Tour de Corse: Vianney, Bill, Koos, Bernardo y la oveja negra (el resto, los de rojo, todos Ironmen).

Tras el largo traslado de regreso por medio de la carretera principal de la isla, la que va de sur a norte por toda la costa oriental, llegamos a nuestro destino. Tiempo justo para cambiarnos, ducharnos y dejar todos los equipajes preparados para el regreso a nuestros hogares, todos ellos en lugares bastante dispares. El viaje lo cerramos con una última cena hogareña. En la última etapa había vestido un maillot negro estampado con referencias a un whisky de una isla escocesa, pensando en tomarme uno tras la cena, para celebrar el éxito del Tour de Corse. Así lo hicimos, con un buen malta cuyos efluvios, quizás, fueron los causantes de que en la tertulia quedara apalabrado un nuevo encuentro ciclista ¿o triatleta? A no demasiado tardar.

Historia ciclista aparte, Córcega en un magnífico lugar. Para pedalear o para recorrerlo por algunos otros medios que permitan disfrutarlo por tierra o mar. Incluso cuenta con un exigente trazado de montaña (un GR) que hace las delicias de todo buen aficionado al senderismo. Nuestra experiencia en esta especie de Tour de Corse resultó fenomenal. Algo muy recomendable, aunque no siempre fácil de organizar. El “viaje” al presente, a las bicicletas actuales, con compañeros centrados en un deporte tan contemporáneo como el triatlón y por un destino poco vinculado con el ciclismo legendario, fue un acierto total. Y más, si cabe, cuando al hacerlo, pude toparme con aquellas bicicletas e historias de vida antiguas, escondidas entre los muros de algunos habitantes locales.

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